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11

Cf. Roland Barthes, «L'effet de Réel», en Communications, n.º 11, París, 1968.

 

12

Pero por eso mismo fascinante para un romántico que acaba -genéticamente hablando- de romper varias barreras que le impedían comprender el mundo. Registramos sobre todo la del estilo. No obstante, en la mezcla subsisten viejos valores, no hay que creer que el equilibrio es perfecto y el resultado único. Cf. Noé Jitrik, «Soledad y Urbanidad», en Boletín de Literatura Argentina, n.º 2, Córdoba, 1966.

 

13

Cf. Claude Brémond, «La logique des possibles narratifs», en Communications, n.º 8, París, 1967.

 

14

Cf. Jean-Paul Weber, Génèse de l'oeuvre poétique, París, Gallimard.

 

15

Dos problemas suscita esta cuestión. Por un lado es evidente que al transcribir el habla del «carnicero», Echeverría quiere poner de relieve la «barbarie» lingüística de ese mundo, expresión clara de la barbarie mayor. Barbarie ante sus ojos y ante los de su público cuya mirada es, al mismo tiempo, la de la conciencia civilizada trascendente. Hay ahí una elaboración estética, es el «realismo» que exige verosimilitud, fidelidad, rigor, concisión, etcétera. Pero, por el otro, cuando el narrador se contamina de esa habla y la adopta para tratar descriptivamente lo relativo a la barbarie, hay algo diferente de una elaboración realista: el lenguaje que se emplea es el más adecuado, es el que «corresponde» a la cosa descripta. Habría allí, en el sector del narrador, un nivel no controlado en el que se deposita una considerable carga de intencionalidad.

 

16

Cf. Francisco Ayala, «Sobre el realismo en Literatura», en Experiencias e Invención, Madrid, Taurus, 1960: «Convendrá, pues, que, para intentar su esclarecimiento, comencemos por examinarlo allí donde por primera vez aparece formulado con el designio de expresar una cierta teoría artística y literaria. Es bien sabido que el realismo surgió en Francia, hacia 1840 [...] ya en 1842 había establecido Balzac, al redactar el prefacio de la Comedie Humaine, una nueva preceptiva literaria...».

 

17

Empleo aquí el concepto de «verosimilitud», considerándolo como valioso, consciente de los riesgos que implica, sobre todo a la luz de los trabajos de Genette y Barthes (Communications, n.º 11, ya citado). Sin embargo, no los contradice pues se aplica a aspectos realistas, es decir, en los que lo que es verosímil se separa mínimamente de lo real; en la preceptiva clásica, por el contrario, se juzgaban duramente las inverosimilitudes del relato pero se las aceptaba en la realidad.

 

18

Es oportuno recordar aquí sus devaneos guitarrísticos y arrabaleros, esas vagas historias de juventud; según sus biógrafos (cf. Palcos, Historia de Echeverría, Emecé, 1960), el poeta habría hecho la experiencia del «pueblo», a una edad en la que la desesperación guiaba sus desconcertados pasos. ¿No es lícito creer que alguna impresión le quedó grabada, que su mundo afectivo de alguna manera en ese momento se conformó?

 

19

Cf. Félix Weinberg, El Salón Literario, Buenos Aires, Hachette, 1958.

 

20

Precisamente, estoy tratando de poner de relieve la existencia de un segundo plano, replegado en el texto, un segundo texto que sólo podemos leer hoy y no se hubiera podido leer en la época de Echeverría. Por él ni por sus contemporáneos. Esa lectura, que reúne los dos textos, da la medida de una vitalidad. Si no pudiéramos leer más que según la lectura de la época, Hamlet sería un divertido aficionado a la paradoja, Don Quijote un demente y el unitario de El Matadero un héroe ideal.