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Senado ilustre, público discreto, |
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que siempre diste cariñoso abrigo |
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a la musa de Lope y de Moreto; |
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concurso generoso, fiel amigo |
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del arte, que a tu impulso se levanta |
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o se despeña en el error contigo; |
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por quien el vate en su entusiasmo canta, |
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el músico sorprende la armonía |
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y a los siglos el genio se adelanta; |
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es tan intensa y honda mi alegría, |
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tan viva la emoción que me enajena, |
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que aunque quisiera ahogarla no podría. |
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¿Cómo, si el alma de esperanzas llena, |
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ve renacer con nuevos resplandores |
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la amortiguada gloria de la escena? |
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¡Público insigne, artistas, escritores, |
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rendid tributo al ánimo atrevido, |
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digno de vuestros plácemes y honores! |
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Cuando asorda los aires el rugido |
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de enconada pasión, que en su despecho |
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nos emponzoña el corazón herido; |
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cuando combaten bajo el mismo techo |
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hermano contra hermano, y todo rueda |
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como un turbión a nuestros pies deshecho; |
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cuando no hay odio que sucumba o ceda, |
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y en tanta confusión, el patrio idioma |
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es el único lazo que nos queda; |
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merece aplauso quien a empeño toma |
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alzar un templo al arte castellano, |
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donde todo vacila y se desploma. |
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Que mientras pueda el genio soberano |
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tender el vuelo, condenar la saña |
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que separa al hermano del hermano, |
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hacer que vibre hasta en región extraña |
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la lengua de Quevedo y de Cervantes, |
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tú serás inmortal ¡oh madre España! |
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¡No morirás! Como lucharon antes, |
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tus hijos lucharán con el destino |
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cuanto más desgraciados, más constantes. |
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Que si no encuentra su ambición camino |
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por do llevar a términos ajenos |
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tu cetro de oro y tu blasón divino, |
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para abrazarse le hallarán al menos, |
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y en santa paz transcurrirán tus días |
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más prósperos, más grandes, más serenos. |
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Pero ¿dónde al sentir las agonías |
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de la patria infeliz que sufre y llora, |
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me arrastran ¡ay! las esperanzas mías? |
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¿Adónde vuela mi ilusión? Ya es hora |
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de penetrar en la región que el arte |
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con sus rayos purísimos colora. |
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Ya es tiempo y ocasión de presentarte |
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a los que habrán de compartir conmigo |
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el difícil trabajo de agradarte. |
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Tú, de sus triunfos imparcial testigo, |
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suplir, acaso con ventaja, puedes |
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lo que, atendiendo a su humildad, no digo. |
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Muchos han alcanzado las mercedes, |
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los vítores y lauros que en la escena. |
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con larga mano al mérito concedes. |
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¡Ah! ¡Cuántas veces su fecunda vena, |
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hizo a tus labios asomar la risa |
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que los vicios ridículos enfrena! |
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¡Cuántas tu corazón latió deprisa, |
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movido por la voz del sentimiento, |
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blanda o severa, enérgica o sumisa; |
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voz que en la vaga ondulación del viento, |
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suena a un tiempo patética y sublime |
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como canto de amor, himno y lamento! |
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¿Quién de su influjo halagador se exime? |
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¿Quién resiste el poder del alma ardiente |
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que en todo el sello de su genio imprime? |
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No me atrevo a nombrarla: está presente (9). |
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Tú la conoces bien, que has abrumado |
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con cien coronas su inspirada frente. |
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Nosotros seguiremos a su lado |
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por la penosa y áspera carrera |
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que huellas inmortales han trazado. |
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Joven alguno, por la vez primera |
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trémulo y lleno de ansiedad confusa, |
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la hora solemne de tu fallo espera. |
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Dale aliento y valor: sé tú su musa, |
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y cuando salga inquieto y conmovido |
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válgale al menos su temor de excusa. |
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Con el respeto a nuestro juez debido, |
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yo, el último de todos, te saludo, |
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y en nombre suyo tu indulgencia pido. |
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Ardua es la empresa, nuestro esfuerzo, rudo, |
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grande la voluntad, vivo el deseo, |
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y amparándonos tú, fuerte el escudo. |
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Sonarán en el amplio coliseo |
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de Calderón y Lope la armonía, |
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honda intención y fácil discreteo, |
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en nuestra larga y mísera agonía, |
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ya el último florón, aún no marchito, |
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que nos envidia el mundo todavía. |
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Como el vuelo del alma es infinito, |
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y mientras hallen en la mente humana |
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luz la esperanza, sombras el delito, |
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tiernos anhelos el amor, cristiana |
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resignación los débiles que gimen, |
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fieros empeños la ambición tirana, |
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llanto el dolor, remordimiento el crimen, |
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premio la fe, castigo la mentira |
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y borrascosas noches los que oprimen, |
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el vate audaz, si en la pasión se inspira, |
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podrá pulsar con vigorosa mano |
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el corazón del hombre, que es su lira: |
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como aún florecen en el suelo hispano |
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claros ingenios que la intensa llama |
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alimentan del numen castellano, |
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en esta escena, con la varia trama |
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de sus afanes y vigilias fruto, |
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buscarán los laureles de la fama. |
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Si a veces el error, común tributo |
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de la humana flaqueza, los pervierte |
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y cubre su razón de sombra y luto, |
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antes de ser inexorable, advierte |
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que en esta recia y desigual pelea, |
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eres el más dichoso y el más fuerte. |
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Nunca, nunca el espíritu que crea |
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se lanzará con incansable brío |
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por los radiantes mundos de la idea, |
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si a todo noble sentimiento frío, |
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sólo el gastado público le ofrece |
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glacial indiferencia y seco hastío. |
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Cuando la Poesía desfallece |
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y cual ebria bacante desceñida |
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se revuelca en el fango y se envilece; |
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cuando la muchedumbre descreída, |
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en torpes espectáculos apura |
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los más brutales goces de la vida, |
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y únicamente excitan su locura, |
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despiertan sólo su vigor dormido |
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la sátira procaz, la danza impura; |
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entonces, como el aire corrompido |
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que invadiendo el espacio, se dilata |
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lento, invisible, acaso no sentido, |
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la cólera del cielo se desata, |
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avanza sin cesar muda y sombría, |
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y como el rayo y la epidemia mata. |
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Entonces Dios sobre la raza impía |
|
que marcha presurosa hacia el abismo, |
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sus horrendas catástrofes envía; |
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la podredumbre engendra el egoísmo, |
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y ya no tiene el pueblo degradado |
|
fuerza y valor para salvarse él mismo. |
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Y camina a su fin precipitado, |
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y su terrible expiación comienza, |
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y se pierde en la noche del pecado... |
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¡Ah! ¡qué ignominia tanta no nos venza, |
|
hijos de España, y si la angustia crece |
|
lloremos de aflicción, no de vergüenza! |
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Porque el ánimo honrado resplandece |
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con la adversa fortuna, y en el mundo |
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sólo humilla el dolor que se merece. |
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De toda corrupción, de todo inmundo |
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germen, de todo estancamiento insano, |
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brota el mal potentísimo y fecundo: |
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la asoladora fiebre, del pantano, |
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la peste, de los campos de batalla, |
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y de los pueblos muertos el tirano. |
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Tú puedes ser inquebrantable valla, |
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Senado ilustre, a la inmoral corriente |
|
que fácil paso entre nosotros halla. |
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Tú puedes evitar que se acreciente |
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la gangrena social, esa gangrena |
|
fría, senil, que mata y no se siente. |
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Y si consigues que la patria escena |
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de entre sus juegos lícitos descarte |
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la burla impía y la invención obscena; |
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|
si por tu esfuerzo en ráfagas se parte |
|
esta niebla densísima que empaña |
|
la religión, la libertad y el arte, |
|
tú serás salvo, y salvarás a España. |
Noviembre de 1873. |
|
Todas las ardes, cuando el sol declina |
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en brazos del misterio, |
|
una mujer llorosa se encamina |
|
al santo cementerio. |
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Con tosco y miserable desaliño, |
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tocas de luto viste, |
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y lleva de la mano a un pobre niño |
|
descalzo, enfermo y triste. |
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El paso torpe y trémulo apresura |
|
marchando silenciosa |
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hacia la solitaria sepultura |
|
en que su amor reposa. |
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¡Ay! su semblante tétrico y sombrío, |
|
su atónita mirada |
|
reflejan el dolor y el desvarío |
|
de un alma destrozada. |
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Al pie del nicho desarruga el ceño, |
|
detiene su carrera, |
|
llama en la losa con tenaz empeño, |
|
y espera, espera, espera... |
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El niño tiembla. La impaciente loca |
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que a un tiempo reza y gime, |
|
que el dulce nombre del esposo invoca |
|
con ansiedad sublime, |
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golpea el mármol sepulcral, y el eco |
|
sordamente retumba |
|
con lúgubre gemido, desde el hueco |
|
de la cerrada tumba. |
|
|
Y la infeliz mujer, en son de queja |
|
grita: «¿Dónde estás, dónde?» |
|
Rompe en sollozos, y por fin se aleja |
|
diciendo al niño: «¿Ves? No me responde». |
|
II |
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¡Ah, no le llores más! ¿Por qué el ingrato, |
|
por qué, si te quería, |
|
abandonó tu cariñoso trato, |
|
tu blanda compañía, |
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la santa paz de la familia, el culto |
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de sus tranquilos lares, |
|
para excitar en medio del tumulto |
|
las iras populares? |
|
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Siempre deja en su bárbaro extravío |
|
la inquieta muchedumbre, |
|
más de un amante corazón vacío, |
|
más de un hogar sin lumbre. |
|
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¿Por qué no recordó cuando inhumano |
|
a su rencor cediendo, |
|
corrió a verter la sangre de su hermano |
|
en el combate horrendo, |
|
|
que cuantos en la lucha sucumbían, |
|
ante el peligro fijos |
|
por la voz del deber, como él tendrían |
|
madres, esposas, hijos? |
|
|
¿Por qué no recordó que un pueblo libre, |
|
ni límite ni coto |
|
pondrá a sus desventuras, mientras vibre |
|
el arma en vez del voto? |
......................... |
|
¡Ah, no le llores más! No lo merece. |
|
No sufras ni batalles. |
|
El que mancha con sangre, el que envilece |
|
por plazas y por calles |
|
|
la augusta libertad, el que furioso |
|
apela al hierro insano, |
|
no es tierno padre, ni sensible esposo, |
|
ni honrado ciudadano. |
17 de noviembre de 1873. |
|
¡Cayó como la piedra en la laguna |
|
con recio golpe en la insondable fosa! |
|
Ya no levantará tormenta alguna |
|
su elocuencia, vibrando en la tribuna, |
|
como el rayo terrible y luminosa. |
|
|
¡Triste destino de la gloria humana |
|
tan costosa, tan mísera y tan vana! |
|
¡Ayer grandeza, y entusiasmo, y ruido; |
|
hoy tributo de lágrimas; mañana |
|
hondo silencio, y soledad, y olvido! |
|
|
En la infinita sed que nos aqueja, |
|
¿qué es nuestra vida? El sueño de un momento, |
|
onda que pasa, sombra que se aleja, |
|
ave tímida y muda que no deja |
|
ni el rastro de sus alas en el viento. |
|
|
¡Cuántas, cuántas memorias arrebata |
|
nuestra viviente y rauda catarata! |
|
¿Qué es el mártir? ¿Qué el genio? ¿Qué el tirano |
|
en el torrente del linaje humano, |
|
que al través de los tiempos se dilata? |
|
|
La secular encina, siempre verde, |
|
de sus marchitos frutos se despoja |
|
sin que nadie, mirándola, recuerde |
|
ni el seco ramo, ni la inútil hoja |
|
que en su invisible crecimiento pierde. |
|
|
¡Todo es misterio, vértigo y locura! |
|
La vida frágil, el renombre incierto, |
|
y la tremenda eternidad obscura... |
|
Sólo podemos dar a los que han muerto, |
|
con fe piadosa, honrada sepultura. |
|
|
Él la tendrá con lágrimas regada. |
|
¿Cómo olvidar tan pronto, patria mía, |
|
la imperiosa atracción de su mirada, |
|
su voz, su ardiente voz, rígida espada |
|
que al chocar y al herir resplandecía? |
|
|
A veces imagino que aún le veo |
|
erguirse reposado y pensativo, |
|
a un tiempo mismo Tácito y Tirteo, |
|
arrostrar el contrario clamoreo. |
|
cuanto más acosado más altivo. |
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|
Con fuerza potentísima y secreta |
|
brotaban de su espíritu fecundo |
|
el dardo agudo, la alusión discreta, |
|
la cólera inspirada del poeta |
|
y la sentencia del varón profundo. |
|
|
En el peligro, enérgico y valiente, |
|
jamás cedió su varonil denuedo, |
|
ni se dejó arrastrar por la corriente; |
|
nunca dobló su poderosa frente |
|
ante los vanos ídolos del miedo. |
|
|
Noble y robusto vástago de aquella |
|
viril generación, que al mundo vino |
|
cuando, impulsado por su infausta estrella, |
|
marcó en España su iracunda huella |
|
el rayo de la guerra y del destino; |
|
|
cuando de su letargo despertaba |
|
la nación de Lepanto y de Pavía, |
|
y en lid ardiente, inextinguible y brava, |
|
mostró con su tesón que no quería |
|
vivir sin honra, ni morir esclava. |
|
|
Nacida entre el tumulto y el fracaso |
|
de una lucha titánica y suprema, |
|
esa generación que hacia su ocaso |
|
dirige el triste y vacilante paso, |
|
es el himno triunfal de aquel poema. |
|
|
Arrojada y resuelta cual ninguna, |
|
como engendrada en tan heroico empeño, |
|
templola en sus rigores la fortuna, |
|
la ronca tempestad meció su cuna |
|
y el eco del cañón la arrulló el sueño. |
|
|
Siempre en la brecha y siempre enardecida, |
|
sin temor al destierro ni al verdugo, |
|
con estoico desprecio de la vida |
|
rompió, lidiando, el ominoso yugo |
|
que soportaba España envilecida. |
|
|
De su entusiasta afán en los extremos |
|
amasó con la sangre de sus venas |
|
la libertad que a su valor debemos. |
|
¡Hoy nosotros, sus hijos, no tenemos |
|
ni esperanza, ni fe, ni patria apenas! |
|
|
El genio nacional, antes dormido |
|
en la profunda noche del olvido, |
|
llenó los aires con su voz sonora, |
|
como el alegre pájaro en el nido |
|
cuando le llama la rosada aurora. |
|
|
¡Qué espontáneo y feliz renacimiento! |
|
¡Qué pléyade de artistas y escritores! |
|
En la luz, en las ondas, en el viento |
|
hallaba inspiración el pensamiento, |
|
gloria el soldado y el pintor colores. |
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|
¡Larra, Pacheco, Rivas, Espronceda, |
|
Olózaga, Donoso, Avellaneda, |
|
y cien nombres, orgullo de la historia, |
|
ya son polvo no más! ¡Ya su memoria |
|
sólo en el pueblo que ilustraron queda! |
|
|
¡Su memoria mortal, que se derrumba |
|
al impulso del siglo! Eco postrero |
|
de su apagada voz, sordo retumba |
|
en el helado mármol de la tumba, |
|
y se pierde en los ámbitos ligero. |
|
|
Cuando, vertiendo silencioso llanto, |
|
vuelvo a mi Edad la vista atribulada, |
|
siento a la vez indignación y espanto. |
|
¡Cómo pensar, generación menguada, |
|
que en pocos lustros descendieras tanto! |
|
|
Nuestros padres con ánimo sereno |
|
hallaron en los campos de pelea |
|
algo fecundo, provechoso y bueno. |
|
Nosotros, sumergidos en el cieno, |
|
no encontramos un hombre ni una idea. |
|
|
Su aliento generoso y esforzado, |
|
de Cádiz a las cumbres del Pirene |
|
avivó el fuego del honor sagrado. |
|
Hoy la estéril república no tiene |
|
ni un cantor, ni un artista, ni un soldado. |
|
|
Ni nos defiende ya, ni el golpe embota, |
|
partido en mil pedazos nuestro escudo. |
|
El vulgo, el necio vulgo nos azota: |
|
yace el arte decrépito, está mudo |
|
el genio, el arpa destemplada y rota. |
|
|
Alguien con torpe y mentiroso halago, |
|
en busca del aplauso apetecido, |
|
agitó el fondo del impuro lago, |
|
¡ay! y el vapor del fango removido |
|
sólo engendra la peste y el estrago. |
|
|
Tú dormirás en paz ¡oh varón fuerte! |
|
con el sol de la patria que declina. |
|
Y es venturosa y envidiable suerte |
|
reposar en los brazos de la muerte, |
|
cuando todo es dolor, vergüenza y ruina. |
|
|
Tú de este triste y borrascoso drama |
|
sacaste el puro corazón ileso. |
|
Otros, que el pueblo alborotado aclama, |
|
no dormirán tranquilos bajo el peso, |
|
bajo el peso terrible de su fama. |
5 de noviembre de 1873. |
|
¡Ya triunfó la república! Has vencido. |
|
Tras prolongada y mísera agonía |
|
lanzó a tus plantas el postrer gemido |
|
nuestra sacra y gloriosa monarquía. |
|
No vino a tierra como el cedro erguido |
|
que el huracán y el rayo desafía: |
|
cayó como la mustia y débil hoja |
|
de que en octubre el árbol se despoja. |
|
|
¡Ay! ¿Esta sociedad que desespera, |
|
logrará acaso tiempos más felices, |
|
porque haya muerto, sin luchar siquiera, |
|
la tradición excelsa que maldices? |
|
¿Se desplomó quizás porque tuviera |
|
podrido el tronco y secas las raíces? |
|
¿Fue su impensada y rápida caída, |
|
torpe venganza o pena merecida? |
|
|
Si al paso que se extingue y desvanece |
|
como el último rayo vespertino, |
|
renace el orden y la paz florece, |
|
es que cumplió la ley de su destino. |
|
Pero si la tormenta se embravece, |
|
si nos arrolla el raudo torbellino, |
|
si no se aclara el porvenir incierto, |
|
entonces es que asesinada ha muerto. |
|
|
Mientras el cielo mi conciencia guarde, |
|
jamás se apartará de mi memoria |
|
aquella triste y vergonzosa tarde, |
|
baldón eterno de la patria historia, |
|
en que un Senado imbécil o cobarde |
|
vendió sin fruto y entregó sin gloria, |
|
cediendo a los estímulos del miedo, |
|
el trono secular de Recaredo. |
|
|
No nació la república, gloriosa, |
|
formidable y potente en lid reñida, |
|
ni cual del casto cáliz de la rosa |
|
la pura esencia en ondas esparcida. |
|
Brotó de aquella tarde ignominiosa |
|
como brota la sangre de la herida, |
|
y como en medio de mortales dudas |
|
nació de un beso la traición de Judas. |
|
|
¡Oh! ¡Quién tuviese la robusta vena |
|
de aquel ilustre historiador romano, |
|
que en libros inmortales encadena |
|
los fieros monstruos del linaje humano! |
|
Mi pluma entonces... ¡pero no! La pena |
|
que envilece al león, honra al gusano: |
|
nunca la ruin bajeza ha merecido |
|
censura eterna, sino eterno olvido. |
|
|
Tal vez ceñida de fulgentes galas |
|
forjose tu ilusión que en pleno día |
|
la república, austera como Palas, |
|
del cerebro del pueblo surgiría. |
|
Tal vez pensaste que al tender sus alas |
|
paz y ventura y luz derramaría, |
|
siendo para tu fama ¡oh nuevo Orfeo! |
|
la honrada encarnación de tu deseo. |
|
|
Si el llanto no te ciega, en torno mira; |
|
ya tu inspirada voz no la conmueve, |
|
ya su templanza se convierte en ira, |
|
ya revienta el volcán bajo la nieve. |
|
Ya ha arrebatado tu sonora lira |
|
la desgreñada Musa de la plebe; |
|
ya suena, en vez de tu rotunda estrofa, |
|
brutal insulto y sanguinaria mofa. |
|
|
Ya con sordo fragor se precipita |
|
y mueve a Dios desesperada guerra, |
|
la santa cruz de los sepulcros quita, |
|
vuelca las aras y los templos cierra. |
|
Ya con furor satánico medita, |
|
no sólo echar a Cristo de la tierra, |
|
sino dejar en su insensato anhelo |
|
mudo y vacío y solitario el cielo. |
|
|
¡Inútil presunción! Cuando mañana |
|
se agoste, como yerba, el poderío |
|
de esta generación soberbia y vana |
|
que lanza a Dios su imbécil desafío; |
|
cuando de su grandeza soberana |
|
quede el polvo no más, árido y frío, |
|
¡tú, redentora cruz! ¡tú, santo leño, |
|
sobre las tumbas guardarás su sueño! |
|
|
¡Valor, Emilio! El pueblo se desborda |
|
y nuestra gloria secular destruye. |
|
¡Ya no existe el ejército! ¡Ya es horda |
|
la que fue hueste, y se desmanda y huye! |
|
La anarquía los ámbitos asorda, |
|
la honrada libertad se prostituye, |
|
y óyense los aullidos de la hiena, |
|
en Alcoy, en Montilla, en Cartagena. |
|
|
Tu voz, que siempre condenó la saña |
|
de la turba feroz, de nuevo estalle, |
|
y vibre como el trueno en la montaña |
|
y el bronce de los templos en el valle. |
|
La triste España, nuestra madre España |
|
se desangra entre el cieno de la calle; |
|
ebrio el desorden la denuesta y hiere. |
|
Agonizando está. ¡Sálvala, o muere! |
23 de diciembre de 1873. |