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Prólogo

Leído por Don Manuel Catalina, en la inauguración del teatro de Apolo

                                  Senado ilustre, público discreto,
que siempre diste cariñoso abrigo
a la musa de Lope y de Moreto;
 
   concurso generoso, fiel amigo
del arte, que a tu impulso se levanta
o se despeña en el error contigo;
 
   por quien el vate en su entusiasmo canta,
el músico sorprende la armonía
y a los siglos el genio se adelanta;
 
   es tan intensa y honda mi alegría,
tan viva la emoción que me enajena,
que aunque quisiera ahogarla no podría.
 
   ¿Cómo, si el alma de esperanzas llena,
ve renacer con nuevos resplandores
la amortiguada gloria de la escena?
 
   ¡Público insigne, artistas, escritores,
rendid tributo al ánimo atrevido,
digno de vuestros plácemes y honores!
 
   Cuando asorda los aires el rugido
de enconada pasión, que en su despecho
nos emponzoña el corazón herido;
 
   cuando combaten bajo el mismo techo
hermano contra hermano, y todo rueda
como un turbión a nuestros pies deshecho;
 
   cuando no hay odio que sucumba o ceda,
y en tanta confusión, el patrio idioma
es el único lazo que nos queda;
 
   merece aplauso quien a empeño toma
alzar un templo al arte castellano,
donde todo vacila y se desploma.
 
   Que mientras pueda el genio soberano
tender el vuelo, condenar la saña
que separa al hermano del hermano,
 
   hacer que vibre hasta en región extraña
la lengua de Quevedo y de Cervantes,
tú serás inmortal ¡oh madre España!
 
   ¡No morirás! Como lucharon antes,
tus hijos lucharán con el destino
cuanto más desgraciados, más constantes.
 
   Que si no encuentra su ambición camino
por do llevar a términos ajenos
tu cetro de oro y tu blasón divino,
 
   para abrazarse le hallarán al menos,
y en santa paz transcurrirán tus días
más prósperos, más grandes, más serenos.
 
   Pero ¿dónde al sentir las agonías
de la patria infeliz que sufre y llora,
me arrastran ¡ay! las esperanzas mías?
 
¿Adónde vuela mi ilusión? Ya es hora
de penetrar en la región que el arte
con sus rayos purísimos colora.
 
   Ya es tiempo y ocasión de presentarte
a los que habrán de compartir conmigo
el difícil trabajo de agradarte.
 
   Tú, de sus triunfos imparcial testigo,
suplir, acaso con ventaja, puedes
lo que, atendiendo a su humildad, no digo.
 
   Muchos han alcanzado las mercedes,
los vítores y lauros que en la escena.
con larga mano al mérito concedes.
 
   ¡Ah! ¡Cuántas veces su fecunda vena,
hizo a tus labios asomar la risa
que los vicios ridículos enfrena!
 
   ¡Cuántas tu corazón latió deprisa,
movido por la voz del sentimiento,
blanda o severa, enérgica o sumisa;
 
   voz que en la vaga ondulación del viento,
suena a un tiempo patética y sublime
como canto de amor, himno y lamento!
 
   ¿Quién de su influjo halagador se exime?
¿Quién resiste el poder del alma ardiente
que en todo el sello de su genio imprime?
 
   No me atrevo a nombrarla: está presente (9).
Tú la conoces bien, que has abrumado
con cien coronas su inspirada frente.
 
   Nosotros seguiremos a su lado
por la penosa y áspera carrera
que huellas inmortales han trazado.
 
   Joven alguno, por la vez primera
trémulo y lleno de ansiedad confusa,
la hora solemne de tu fallo espera.
 
   Dale aliento y valor: sé tú su musa,
y cuando salga inquieto y conmovido
válgale al menos su temor de excusa.
 
   Con el respeto a nuestro juez debido,
yo, el último de todos, te saludo,
y en nombre suyo tu indulgencia pido.
 
   Ardua es la empresa, nuestro esfuerzo, rudo,
grande la voluntad, vivo el deseo,
y amparándonos tú, fuerte el escudo.
 
   Sonarán en el amplio coliseo
de Calderón y Lope la armonía,
honda intención y fácil discreteo,
 
   en nuestra larga y mísera agonía,
ya el último florón, aún no marchito,
que nos envidia el mundo todavía.
 
   Como el vuelo del alma es infinito,
y mientras hallen en la mente humana
luz la esperanza, sombras el delito,
 
   tiernos anhelos el amor, cristiana
resignación los débiles que gimen,
fieros empeños la ambición tirana,
 
   llanto el dolor, remordimiento el crimen,
premio la fe, castigo la mentira
y borrascosas noches los que oprimen,
 
   el vate audaz, si en la pasión se inspira,
podrá pulsar con vigorosa mano
el corazón del hombre, que es su lira:
 
   como aún florecen en el suelo hispano
claros ingenios que la intensa llama
alimentan del numen castellano,
 
   en esta escena, con la varia trama
de sus afanes y vigilias fruto,
buscarán los laureles de la fama.
 
   Si a veces el error, común tributo
de la humana flaqueza, los pervierte
y cubre su razón de sombra y luto,
 
   antes de ser inexorable, advierte
que en esta recia y desigual pelea,
eres el más dichoso y el más fuerte.
 
   Nunca, nunca el espíritu que crea
se lanzará con incansable brío
por los radiantes mundos de la idea,
 
   si a todo noble sentimiento frío,
sólo el gastado público le ofrece
glacial indiferencia y seco hastío.
 
   Cuando la Poesía desfallece
y cual ebria bacante desceñida
se revuelca en el fango y se envilece;
 
   cuando la muchedumbre descreída,
en torpes espectáculos apura
los más brutales goces de la vida,
 
   y únicamente excitan su locura,
despiertan sólo su vigor dormido
la sátira procaz, la danza impura;
 
   entonces, como el aire corrompido
que invadiendo el espacio, se dilata
lento, invisible, acaso no sentido,
 
   la cólera del cielo se desata,
avanza sin cesar muda y sombría,
y como el rayo y la epidemia mata.
 
   Entonces Dios sobre la raza impía
que marcha presurosa hacia el abismo,
sus horrendas catástrofes envía;
 
   la podredumbre engendra el egoísmo,
y ya no tiene el pueblo degradado
fuerza y valor para salvarse él mismo.
 
   Y camina a su fin precipitado,
y su terrible expiación comienza,
y se pierde en la noche del pecado...
 
   ¡Ah! ¡qué ignominia tanta no nos venza,
hijos de España, y si la angustia crece
lloremos de aflicción, no de vergüenza!
 
   Porque el ánimo honrado resplandece
con la adversa fortuna, y en el mundo
sólo humilla el dolor que se merece.
 
   De toda corrupción, de todo inmundo
germen, de todo estancamiento insano,
brota el mal potentísimo y fecundo:
 
   la asoladora fiebre, del pantano,
la peste, de los campos de batalla,
y de los pueblos muertos el tirano.
 
   Tú puedes ser inquebrantable valla,
Senado ilustre, a la inmoral corriente
que fácil paso entre nosotros halla.
 
   Tú puedes evitar que se acreciente
la gangrena social, esa gangrena
fría, senil, que mata y no se siente.
 
   Y si consigues que la patria escena
de entre sus juegos lícitos descarte
la burla impía y la invención obscena;
 
   si por tu esfuerzo en ráfagas se parte
esta niebla densísima que empaña
la religión, la libertad y el arte,
tú serás salvo, y salvarás a España.
Noviembre de 1873.


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¡Pobre loca!



I

                                  Todas las ardes, cuando el sol declina
      en brazos del misterio,
una mujer llorosa se encamina
      al santo cementerio.
 
   Con tosco y miserable desaliño,
      tocas de luto viste,
y lleva de la mano a un pobre niño
      descalzo, enfermo y triste.
 
   El paso torpe y trémulo apresura
      marchando silenciosa
hacia la solitaria sepultura
      en que su amor reposa.
 
   ¡Ay! su semblante tétrico y sombrío,
      su atónita mirada
reflejan el dolor y el desvarío
      de un alma destrozada.
 
   Al pie del nicho desarruga el ceño,
      detiene su carrera,
llama en la losa con tenaz empeño,
      y espera, espera, espera...
 
   El niño tiembla. La impaciente loca
      que a un tiempo reza y gime,
que el dulce nombre del esposo invoca
      con ansiedad sublime,
 
   golpea el mármol sepulcral, y el eco
      sordamente retumba
con lúgubre gemido, desde el hueco
      de la cerrada tumba.
 
   Y la infeliz mujer, en son de queja
      grita: «¿Dónde estás, dónde?»
Rompe en sollozos, y por fin se aleja
      diciendo al niño: «¿Ves? No me responde».
 
II
   ¡Ah, no le llores más! ¿Por qué el ingrato,
      por qué, si te quería,
abandonó tu cariñoso trato,
      tu blanda compañía,
 
   la santa paz de la familia, el culto
      de sus tranquilos lares,
para excitar en medio del tumulto
      las iras populares?
 
   Siempre deja en su bárbaro extravío
      la inquieta muchedumbre,
más de un amante corazón vacío,
      más de un hogar sin lumbre.
 
   ¿Por qué no recordó cuando inhumano
      a su rencor cediendo,
corrió a verter la sangre de su hermano
      en el combate horrendo,
 
   que cuantos en la lucha sucumbían,
      ante el peligro fijos
por la voz del deber, como él tendrían
      madres, esposas, hijos?
 
   ¿Por qué no recordó que un pueblo libre,
      ni límite ni coto
pondrá a sus desventuras, mientras vibre
      el arma en vez del voto?
.........................
   ¡Ah, no le llores más! No lo merece.
      No sufras ni batalles.
El que mancha con sangre, el que envilece
      por plazas y por calles
 
   la augusta libertad, el que furioso
      apela al hierro insano,
no es tierno padre, ni sensible esposo,
      ni honrado ciudadano.
17 de noviembre de 1873.


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A la muerte de Don Antonio Ríos Rosas



                                  ¡Cayó como la piedra en la laguna
con recio golpe en la insondable fosa!
Ya no levantará tormenta alguna
su elocuencia, vibrando en la tribuna,
como el rayo terrible y luminosa.
 
   ¡Triste destino de la gloria humana
tan costosa, tan mísera y tan vana!
¡Ayer grandeza, y entusiasmo, y ruido;
hoy tributo de lágrimas; mañana
hondo silencio, y soledad, y olvido!
 
   En la infinita sed que nos aqueja,
¿qué es nuestra vida? El sueño de un momento,
onda que pasa, sombra que se aleja,
ave tímida y muda que no deja
ni el rastro de sus alas en el viento.
 
   ¡Cuántas, cuántas memorias arrebata
nuestra viviente y rauda catarata!
¿Qué es el mártir? ¿Qué el genio? ¿Qué el tirano
en el torrente del linaje humano,
que al través de los tiempos se dilata?
 
   La secular encina, siempre verde,
de sus marchitos frutos se despoja
sin que nadie, mirándola, recuerde
ni el seco ramo, ni la inútil hoja
que en su invisible crecimiento pierde.
 
   ¡Todo es misterio, vértigo y locura!
La vida frágil, el renombre incierto,
y la tremenda eternidad obscura...
Sólo podemos dar a los que han muerto,
con fe piadosa, honrada sepultura.
 
   Él la tendrá con lágrimas regada.
¿Cómo olvidar tan pronto, patria mía,
la imperiosa atracción de su mirada,
su voz, su ardiente voz, rígida espada
que al chocar y al herir resplandecía?
 
   A veces imagino que aún le veo
erguirse reposado y pensativo,
a un tiempo mismo Tácito y Tirteo,
arrostrar el contrario clamoreo.
cuanto más acosado más altivo.
 
   Con fuerza potentísima y secreta
brotaban de su espíritu fecundo
el dardo agudo, la alusión discreta,
la cólera inspirada del poeta
y la sentencia del varón profundo.
 
   En el peligro, enérgico y valiente,
jamás cedió su varonil denuedo,
ni se dejó arrastrar por la corriente;
nunca dobló su poderosa frente
ante los vanos ídolos del miedo.
 
   Noble y robusto vástago de aquella
viril generación, que al mundo vino
cuando, impulsado por su infausta estrella,
marcó en España su iracunda huella
el rayo de la guerra y del destino;
 
   cuando de su letargo despertaba
la nación de Lepanto y de Pavía,
y en lid ardiente, inextinguible y brava,
mostró con su tesón que no quería
vivir sin honra, ni morir esclava.
 
   Nacida entre el tumulto y el fracaso
de una lucha titánica y suprema,
esa generación que hacia su ocaso
dirige el triste y vacilante paso,
es el himno triunfal de aquel poema.
 
   Arrojada y resuelta cual ninguna,
como engendrada en tan heroico empeño,
templola en sus rigores la fortuna,
la ronca tempestad meció su cuna
y el eco del cañón la arrulló el sueño.
 
   Siempre en la brecha y siempre enardecida,
sin temor al destierro ni al verdugo,
con estoico desprecio de la vida
rompió, lidiando, el ominoso yugo
que soportaba España envilecida.
 
   De su entusiasta afán en los extremos
amasó con la sangre de sus venas
la libertad que a su valor debemos.
¡Hoy nosotros, sus hijos, no tenemos
ni esperanza, ni fe, ni patria apenas!
 
   El genio nacional, antes dormido
en la profunda noche del olvido,
llenó los aires con su voz sonora,
como el alegre pájaro en el nido
cuando le llama la rosada aurora.
 
   ¡Qué espontáneo y feliz renacimiento!
¡Qué pléyade de artistas y escritores!
En la luz, en las ondas, en el viento
hallaba inspiración el pensamiento,
gloria el soldado y el pintor colores.
 
   ¡Larra, Pacheco, Rivas, Espronceda,
Olózaga, Donoso, Avellaneda,
y cien nombres, orgullo de la historia,
ya son polvo no más! ¡Ya su memoria
sólo en el pueblo que ilustraron queda!
 
   ¡Su memoria mortal, que se derrumba
al impulso del siglo! Eco postrero
de su apagada voz, sordo retumba
en el helado mármol de la tumba,
y se pierde en los ámbitos ligero.
 
   Cuando, vertiendo silencioso llanto,
vuelvo a mi Edad la vista atribulada,
siento a la vez indignación y espanto.
¡Cómo pensar, generación menguada,
que en pocos lustros descendieras tanto!
 
   Nuestros padres con ánimo sereno
hallaron en los campos de pelea
algo fecundo, provechoso y bueno.
Nosotros, sumergidos en el cieno,
no encontramos un hombre ni una idea.
 
   Su aliento generoso y esforzado,
de Cádiz a las cumbres del Pirene
avivó el fuego del honor sagrado.
Hoy la estéril república no tiene
ni un cantor, ni un artista, ni un soldado.
 
   Ni nos defiende ya, ni el golpe embota,
partido en mil pedazos nuestro escudo.
El vulgo, el necio vulgo nos azota:
yace el arte decrépito, está mudo
el genio, el arpa destemplada y rota.
 
   Alguien con torpe y mentiroso halago,
en busca del aplauso apetecido,
agitó el fondo del impuro lago,
¡ay! y el vapor del fango removido
sólo engendra la peste y el estrago.
 
   Tú dormirás en paz ¡oh varón fuerte!
con el sol de la patria que declina.
Y es venturosa y envidiable suerte
reposar en los brazos de la muerte,
cuando todo es dolor, vergüenza y ruina.
 
   Tú de este triste y borrascoso drama
sacaste el puro corazón ileso.
Otros, que el pueblo alborotado aclama,
no dormirán tranquilos bajo el peso,
bajo el peso terrible de su fama.
5 de noviembre de 1873.


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¡Cartagena!



                                  ¡Ay! cuando un pueblo rompe la valla,
y con instinto ciego y brutal
incendia y tala, mata y blasfema
y en sangre anega su libertad,
la turbulencia que engendra monstruos
crea el tirano providencial;
que también tiene como las fieras,
sus domadores la humanidad.
10 de agosto de 1873.


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A Emilio Castelar

[Nota (10)]

                                  ¡Ya triunfó la república! Has vencido.
Tras prolongada y mísera agonía
lanzó a tus plantas el postrer gemido
nuestra sacra y gloriosa monarquía.
No vino a tierra como el cedro erguido
que el huracán y el rayo desafía:
cayó como la mustia y débil hoja
de que en octubre el árbol se despoja.
 
   ¡Ay! ¿Esta sociedad que desespera,
logrará acaso tiempos más felices,
porque haya muerto, sin luchar siquiera,
la tradición excelsa que maldices?
¿Se desplomó quizás porque tuviera
podrido el tronco y secas las raíces?
¿Fue su impensada y rápida caída,
torpe venganza o pena merecida?
 
   Si al paso que se extingue y desvanece
como el último rayo vespertino,
renace el orden y la paz florece,
es que cumplió la ley de su destino.
Pero si la tormenta se embravece,
si nos arrolla el raudo torbellino,
si no se aclara el porvenir incierto,
entonces es que asesinada ha muerto.
 
   Mientras el cielo mi conciencia guarde,
jamás se apartará de mi memoria
aquella triste y vergonzosa tarde,
baldón eterno de la patria historia,
en que un Senado imbécil o cobarde
vendió sin fruto y entregó sin gloria,
cediendo a los estímulos del miedo,
el trono secular de Recaredo.
 
   No nació la república, gloriosa,
formidable y potente en lid reñida,
ni cual del casto cáliz de la rosa
la pura esencia en ondas esparcida.
Brotó de aquella tarde ignominiosa
como brota la sangre de la herida,
y como en medio de mortales dudas
nació de un beso la traición de Judas.
 
   ¡Oh! ¡Quién tuviese la robusta vena
de aquel ilustre historiador romano,
que en libros inmortales encadena
los fieros monstruos del linaje humano!
Mi pluma entonces... ¡pero no! La pena
que envilece al león, honra al gusano:
nunca la ruin bajeza ha merecido
censura eterna, sino eterno olvido.
 
   Tal vez ceñida de fulgentes galas
forjose tu ilusión que en pleno día
la república, austera como Palas,
del cerebro del pueblo surgiría.
Tal vez pensaste que al tender sus alas
paz y ventura y luz derramaría,
siendo para tu fama ¡oh nuevo Orfeo!
la honrada encarnación de tu deseo.
 
   Si el llanto no te ciega, en torno mira;
ya tu inspirada voz no la conmueve,
ya su templanza se convierte en ira,
ya revienta el volcán bajo la nieve.
Ya ha arrebatado tu sonora lira
la desgreñada Musa de la plebe;
ya suena, en vez de tu rotunda estrofa,
brutal insulto y sanguinaria mofa.
 
   Ya con sordo fragor se precipita
y mueve a Dios desesperada guerra,
la santa cruz de los sepulcros quita,
vuelca las aras y los templos cierra.
Ya con furor satánico medita,
no sólo echar a Cristo de la tierra,
sino dejar en su insensato anhelo
mudo y vacío y solitario el cielo.
 
   ¡Inútil presunción! Cuando mañana
se agoste, como yerba, el poderío
de esta generación soberbia y vana
que lanza a Dios su imbécil desafío;
cuando de su grandeza soberana
quede el polvo no más, árido y frío,
¡tú, redentora cruz! ¡tú, santo leño,
sobre las tumbas guardarás su sueño!
 
   ¡Valor, Emilio! El pueblo se desborda
y nuestra gloria secular destruye.
¡Ya no existe el ejército! ¡Ya es horda
la que fue hueste, y se desmanda y huye!
La anarquía los ámbitos asorda,
la honrada libertad se prostituye,
y óyense los aullidos de la hiena,
en Alcoy, en Montilla, en Cartagena.
 
   Tu voz, que siempre condenó la saña
de la turba feroz, de nuevo estalle,
y vibre como el trueno en la montaña
y el bronce de los templos en el valle.
La triste España, nuestra madre España
se desangra entre el cieno de la calle;
ebrio el desorden la denuesta y hiere.
Agonizando está. ¡Sálvala, o muere!
23 de diciembre de 1873.


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Luz y vida



                                  Cuando en el seno de la noche fría
oculta el sol su resplandor fecundo,
es para renacer, y espera el mundo
la nueva luz con el cercano día.
   Mas ¿quién penetra la inquietud sombría
que abruma el corazón del moribundo?
¿Quién sabe lo que guarda ese profundo
crepúsculo moral de la agonía?
   Desde la alta región del firmamento
el sol, en acordado movimiento,
con la nocturna obscuridad alterna.
   Pero tú, miserable vida humana,
no mueres hoy para brillar mañana.
¡Ay, no! tu noche es lóbrega y eterna.
1873.

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