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Historia de Talca

Gustavo Opazo Maturana




ArribaAbajoPrólogo

«Lo que en el pasado se busca, lo que en él deleita, es la lucha, el trabajo, la vida del conjunto de los hombres por los cuales y para los que una nación existe y progresa; le seguimos con amor desde el día en que por primera vez sentimos latir su corazón, hasta aquél en que su alma se abre plenamente al sentimiento de sus derechos y la noción de sus deberes; en medio de sus padecimientos y aun de sus injusticias y sus fallas, les amamos, les acusamos y les compadecemos, pues aquellos hombres son nuestros padres o nuestros hermanos, la sociedad que se formó ayer o la que se formará mañana».



La historia es muy remota para poderla conocer ante la sola relación que nos hacen los coetáneos de un pasado; tras éste hay otro y otro pasado; los siglos enmudecen en esta cuenta sin fin. Lo que hoy vemos en tan armónica y rígida contextura en un más allá, no fue nada. La vieja ciudad de Talca, una de las principales de la República, que en tiempos pasados tuvo el título de Muy noble y Muy leal, posee su historia o su crónica.

Los contemporáneos muchas veces miran con desdén sus orígenes aunque lleve en el rostro signos visibles de su pasado.

La historia se inspira en la verdad, y refuta las establecidas por la tradición convencional; rectifica algunos hechos y hace surgir otros de que jamás se había tenido noticias...

No es el siglo XVIII con sus costumbres, con sus condes del Maule, con sus negros esclavos y privilegios del blasón; ni el siglo XIX, con sus gritos de independencia, los que constituyen toda la historia o crónica de Talca. Hay que remontarse aún dos siglos, hasta el siglo XVI, para encontrar sus orígenes, para determinar quienes fueron aquellos Conquistadores del Reino que deteniendo sus precipitadas cabalgaduras, vieron por primera vez el Maule.

En esta crónica evocamos la personalidad de los individuos que desde la época del establecimiento de los primeros encomenderos y terratenientes, hasta la de los patriotas de la Independencia, y de los virtuosos ciudadanos del desenvolvimiento republicano, dedicaron su actividad al desarrollo de la agricultura, contribuyeron a dar vida a las primeras instituciones y no ahorraron esfuerzos por desarrollar su prosperidad.

Así veremos pasar el famoso don Gil de Vilches, personaje desconocido por la tradición, a quien la historia le ha dado todos los relieves de un civilizador; a don Juan Álvarez de Luna, que desde su nombre nos parece ilustre; a fray Nicolás Gajardo, que como furioso cruzado, creyendo defender los derechos de los Agustinos, pisoteaba los adobes para que no se fundara Talca; a Vicente de la Cruz, fanático realista, Presidente del Tribunal de Vigilancia durante la Reconquista; a Matías de Silva y Leal, el más leal de los caballeros; al Abate Molina, con su ciencia y amor a la naturaleza; al Conde del Maule, con su gran cariño por el terruño que lo vio nacer; a los patricios Albano y Cienfuegos; y a toda aquella pléyade de ciudadanos que con sus esfuerzos, sus trabajos y sus sacrificios incorporaron una extensa región a la vida económica del país, que sintieron las inquietudes de la cultura científica y echaron las bases de la civilización cristiana en ambas riberas del Maule.






ArribaAbajoCapítulo I

Las encomiendas


Algunas noticias sobre sus primeros habitantes.- La conquista incásica.- Las expediciones de Almagro y Valdivia.- Causas por qué no se fundó en la Conquista una ciudad en esa región.- Las encomiendas del Maule, sus vecinos feudatarios y sus sucesores.

La masa indígena de la región del Maule pertenecía a esa gran tribu que pobló todo el valle central del país: los araucanos o mapuches, como con mayor propiedad se les debe llamar, ya que este último término quiere decir «hombres de la tierra».

A la llegada de los españoles, el estado de los indígenas distaba mucho de ser primitivo. Diestros en el arte de la alfarería y de la guerra, como en el cultivo de la papa y el maíz, para el cual aprovechaban las orillas de los esteros y las riberas de los ríos, así como en el pastoreo de «ovejas o carneros de la tierra», los guanacos, constituían un pueblo de relativo desarrollo social.

De esta población primitiva, base del pueblo, no sabemos nada de su historia íntima, ni de las relaciones existentes entre las tribus. Sólo en el siglo XV de nuestra era, un hecho histórico de trascendental importancia vino a sacudir su monótona existencia.

Los espléndidos ejércitos del Inca Tupac-Yupanqui, avasallando todo lo que encontraban a su paso, llegaron hasta las orillas del Maule. Al sur quedaban las tribus de los cauquenes y de los perquilauquenes y otros más, los cuales se unieron y supieron impedir los progresos de las poderosas armas incásicas.

«Puestos a la vista de los dos ejércitos -dice Carvallo y Goyeneche-, convidaron los peruanos a los chilenos con la paz, sin más condición que prestar adoración al sol y a la luna y reconocer a sus Emperadores como hijos de estos planetas. Aquellos racionales que jamás hincaron la rodilla y siempre les fue desconocida la sujeción, finos amantes de la libertad, conocieron por instinto natural que eran proposiciones de conquistadores. Se remitieron a las armas y contestaron que serían verdaderos hijos del sol y de la luna los que mejor y con más fortuna peleasen y venciesen, protestando que el sol mismo sería testigo de su valor, y a la verdad, salieron con ello. Después de un sangriento combate, tuvieron que retirarse los peruanos».



Los Incas tuvieron que respetar el valor de estas tribus:

«Los llamaron los promaucaes, ‘los enemigos no conquistados’. Comunicaron a su Emperador ‘que aquella gente era muy guerrera y por otra parte inútil, perezosa y que la ociosidad les era compañera inseparable’»1.



Los hijos del sol se resignaron a no pasar más allá del Maule. Retrocedieron un poco hasta el río Claro, donde levantaron un fuerte cuyos restos existían en 1612. Gran parte de esta tierra se denominó «tierras del Inca», como señal de sus conquistas. El sello de sus dominios fue el «Sol de Malloa».

* * *

Las inmensas riquezas que encerraba el poderoso Imperio de los Incas no satisficieron del todo a sus conquistadores; Diego de Almagro, aquel fiero guerrero, tuerto, animoso y ambicioso, tuvo noticias que el poder de sus dominados se extendía más allá del desierto de Atacama. Lo ignoto de estas regiones, a las cuales los indios, con gran habilidad aludían como regiones más ricas que la de ellos, para así poder alejar a los invasores, hizo a éstos pensar en salir a buscarlas.

Se levantó el pendón real de Castilla en la Ciudad de Lima y en la antigua y sagrada ciudad de los hijos del Sol, Cuzco. Después de los preparativos necesarios, se emprendió la marcha con el auxilio de unos 15.000 indios. Numerosos historiadores han referido los pormenores de esa esforzada jornada, hasta su llegada a las orillas del río Claro a los límites de esos «hombres libres», de esos «enemigos no conquistados», los cuales al verse amagados en su libertad se reunieron en un número superior a 24.000 y presentaron resistencia.

Almagro, viendo que el país no presentaba las riquezas que él se imaginaba, y que su situación, poder e interés en el Perú se debilitaban, ante la ambiciosa opresión del flamante marqués de Pizarro, resolvió alejarse de esta región.

El final de la guerra civil entre Pizarro y Almagro despejó la situación del poder en ese Imperio, dejando como único amo al ambicioso marqués de los Atabillos. Ante él se llegó un generoso y buen militar de fama en las campañas de Italia y en las del Perú, llamado Pedro de Valdivia, pidiendo que él encomendase la conquista de Chile.

Ciento cincuenta hombres le siguieron y sentaron sus reales a orillas de un río, llamado Mapocho, dando principio, vida y nacimiento a uno de los dominios de S. M. el católico y poderoso rey Carlos V.

Su primer acto de dominio, después de la ceremonia de toma de posesión del valle de Copiapó, que se llamó Valle de la Posesión, fue la fundación de Santiago, en febrero de 1541, en donde se principiaron a congregar las rudimentarias actividades de la naciente colonia.

La tierra y los indios fueron repartidos a sus más señalados capitanes en estancias y pingües Encomiendas. Las minas, los lavaderos de oro quedaron sujetos a las leyes del descubridor.

* * *

La conquista se extendió más allá del Bío-Bío. Los indios que poblaban la región del Maule pertenecían a la tribu de los Promaucaes, que tan valerosamente se defendieron contra los Incas y contra Almagro, no opusieron resistencia a los soldados del capitán Valdivia. Esta sumisión se debió a la buena política del conquistador que con promesas y halagos los atrajo a su lado pudiendo así utilizar a los bárbaros contra los bárbaros. Los indios maulinos fueron los más eficaces auxiliares en la conquista, esto les atrajo la antipatía de sus vecinos de más allá del Bío-Bío, los Araucanos.

Ningún hecho de armas tiene lugar en esta región, sino después de la muerte de Valdivia en Tucapel. Victorioso Lautaro, con un cuerpo de 800 indios, entró triunfante a la región del Maule, los habitantes comarcanos, los de Reynoguelen y de otros pueblos lo llamaron su libertador y prosiguió su marcha avasalladora. Atravesó el Maule, entrando en la región misma de los Promaucaes, en la primavera de 1556. Aquí tenía antiguas cuentas que saldar, la sumisión de estos indios le enfurecía y viendo que no querían unirse a su huésped, ordenó la destrucción de sus rucas y de sus sembrados y matanza de sus animales. En una palabra, asoló la región entre el Maule y el Mataquito. Los que pudieron escapar de sus furias, huyeron a Santiago y fueron eficaces auxiliadores de los españoles.

Muchas encomiendas que estaban en plena labor minera, agrícola, tuvieron que sufrir con su invasión. Mató a tres españoles y a muchos indios en una mina que se explotaba al norte del río. Los ricos repartimientos del general Juan Jofré y Monteza, señor de Pocoa, Peteroa y Mataquito, sufrieron grandemente con esta campaña. Benévolo y paternal, con sus indios Jofré, éstos se resistieron a abandonarlo. Uno de sus caciques no se quiso plegar a Lautaro a pesar de sus ruegos y amenazas, este acto le costó la vida, pues fue quemado vivo en presencia de toda su familia.

Lautaro avanzó hasta la ribera sur del río Mataquito, acampando en una ensenada a la derecha del camino real de Santiago a Concepción, que cruzaba la gran estancia de Las Palmas y el portezuelo de Tomlemo, en tierras que más tarde fueron del Conquistador leonés Pedro Fernández de Villalobos. Allí se fortificó y esperó el desarrollo de los acontecimientos para proseguir su marcha a Santiago.

El viejo Mariscal Francisco de Villagra, «restablecido de su indisposición y solicitado con vivas demostraciones», salió en busca del caudillo araucano. Celoso de vencerlo y recordando la batalla de Marigüeñu, donde fue espantosamente derrotado, y ayudado por un gran número de indios maulinos salió en busca del caudillo. Se encontraba en Reynoguelen (Loncomilla), cuando supo que Lautaro estaba atrincherado en Mataquito. Después de una larga espera, el capitán Juan Godínez, que venía con refuerzos de Santiago, emprendió la marcha hacia donde se encontraba Lautaro.

La batalla tuvo lugar el día 1.º de abril de 1557. Apresuró el triunfo español el ataque sorpresivo que hizo Villagra al campamento de Lautaro. Villagra fue guiado por un indio de la Encomienda de Mataquito, de Juan Jofré y Monteza, quien lo condujo por un camino oculto.

Entre el brillante grupo de conquistadores que pelearon al lado de Villagra y contribuyeron a salvar la conquista, debemos citar a Juan Jofré, a Juan Godínez y a Juan Bautista de Maturana, soldado vasco, que se encontró en lo más recio de la batalla. Este testigo vio morir a Lautaro, se apoderó de sus armas y objetos que llevaba consigo, «un crucifijo de oro del Gobernador Valdivia con una cadena, que se los había tomado al tiempo que lo mataron».

Con este hecho de armas se terminan las acciones militares en la región, hasta 1600 y medio siglo más tarde, con la gran sublevación de 1655 a 1665.

* * *

La región que divide el caudaloso Maule, aquella que se extiende entre los ríos Mataquito e Itata, atravesaba por múltiples ríos que la fertilizan y la hacen una de las más ricas del país, no tuvo para los aventureros de la conquista atractivo alguno. Aquellos hombres perseguían la riqueza que brotase al paso de sus cabalgaduras, el oro y la carne broceada. Desprovista de estos estímulos, la conquista siguió su paso avasallador más al sur, hasta las riberas del Bío-Bío, donde se fundó Concepción. Los capitanes españoles atravesaron este río y penetraron en la región más rica del país, por sus lavaderos de oro, como por su gran cantidad de tribus indígenas, y fundaron las ciudades de Imperial, Osorno, Angol, Valdivia, Villarrica, Santa Cruz de Oñez, Arauco, las llamadas «Ciudades de Arriba».

Fértil sería la región del Maule, pero mucho más lo eran estas últimas en donde se pudo hacer donaciones de encomiendas de varios miles de indios, como las que tuvo Francisco Villagra, con más de 10.000, entre indígenas del Toltén y del Cautín; pero Villagra con 15.000, en el río Tirúa, actual departamento de Cañete; Diego de Nieto de Gaete, de 15.000, en Valdivia, y así muchos otros.

Poblar y conquistar la región del Maule no habría sido el fin de sus conquistas. Los indígenas de esa región eran pocos2 los más huyeron ante el avance español, y la provincia carecía de indios y de lavaderos de oro, cosas tan abundantes en las «Ciudades de Arriba».

Desde 1541 a 1600, y aun algunos años después, el interés de los Conquistadores por establecerse, sólo se notaba más allá del Bío-Bío. La región del Maule parecía un oasis abandonado entre el sur y norte del país. Si la ambición por el oro no se hubiese extremado, con gran acierto habrían andado al fundar una ciudad en esa región, principalmente a orillas del mismo Maule. Pero el Maule carecía de oro. Su porvenir estaba en el cultivo de la tierra que se impuso como una necesidad, una vez destruidas las ciudades del sur.

* * *

Las primeras actividades desarrolladas en esta región se concentraron en las encomiendas. Al lado de éstas existían extensas regiones sin dueño, tierras pertenecientes por derecho al Rey, que en nada llamaban la atención a los Gobernadores como a los Conquistadores, que con paso acelerado, pasaban por allí, ciegos, sólo pensando en la visión del oro que brotaba de la tierra y corría como agua, según el decir de don Alonso de Ercilla y Zúñiga, al hablar de los lavaderos de oro del río Quilacoya.

Con las encomiendas se iniciaron las primeras actividades de colonización, sirviéndose activamente de sus indios, a cuya cooperación no sólo se debió la colonización de esa región, sino de todo el Reino. ¿Qué habrían hecho aquellos aventureros, si no hubieran encontrado estas tribus, que se subyugaron y fueron los más constantes cooperadores de sus actividades agrícolas y colonizadoras?

Desde 1541 hasta fines del primer cuarto del siglo XVII existieron en la extensa región del Maule sólo tres encomiendas o repartimientos: la de Bartolomé Blumental, encomendero de Cauquenes y Putagán; la de Juan de las Cuevas, señor de Loncomilla, Huenchullami, Vichuquén, Chanco, Loanco, Lora; y la de Juan Jofré, señor de Pocoa y Peteroa, etc.

Después de la fecha indicada, se dividió el goce de las encomiendas, aunque empobrecidas y aniquiladas, en manos de diversos pobladores del Maule, como se verá en el capítulo siguiente.

Los encomenderos eran verdaderos señores feudales en sus posesiones. Ellos mismos se hacían llamar «vecinos feudatarios» y se daban un rango superior a los otros. Santiago o Concepción era la residencia obligada de estos capitanes, que sólo pasaban en sus estancias que poseían cerca de los pueblos concedidos en encomienda, cortas temporadas, las suficientes para recoger los frutos.

Las encomiendas o feudos se concedieron a los principales militares de la Conquista, para ellos y sus primogénitos. Muerto éste, podían pedirlos sus nietos u otro descendiente, pero no se estaba obligado a concedérselos, salvo que tuvieran merced real. Ya sea por la costumbre o respeto a la memoria de algún célebre capitán, éstas se perpetuaron en algunas familias hasta su aniquilamiento o supresión.

Ricos estancieros, señores de la vida y hacienda de sus vasallos por la fuerza de la costumbre, fueron los privilegiados de la Conquista y de la Colonia. A trueque de tanto poder, rendían al tomar posesión de ella, pleito homenaje, según fuero de España, «de ser fiel y leal vasallo al Rey, su Señor y a sus sucesores, ponerse debajo del estandarte real todas las veces que fuese llamado, defendiéndolo hasta perder la vida»3.

Con el sistema de colonización por medio de las encomiendas, se dio impulso a todas las actividades agrícolas e industriales conocidas en aquellos años. Bajo el imperio de estas leyes se formaron las primeras fortunas y se cultivaron y elaboraron los primeros campos, base de la riqueza colonial.

En toda la colonización española, los encomenderos constituyeron la clase superior o privilegiada, lo que podemos llamar la aristocracia. En el partido del Maule casi todos los encomenderos fueron vecinos de Santiago o de Concepción, constituyendo en estas ciudades sus familias; sólo tres de los tantos encomenderos dejaron descendencia, que se radicó definitivamente en el Maule, siendo troncales en esa región como fueron los Jofré, antepasados de los Girón, Esparza y Gaete; los Fernández Gallardo, abuelos de los Ortiz de Gaete, Mier y Arce; y los Núñez de Silva, de los cuales descienden los Donoso, Vergara Jofré del Águila. Los Cuevas sólo estuvieron ejerciendo sus derechos de señorío.

Analizando su sucesión tenemos que primitivamente, existieron sólo tres repartimientos, el de Cuevas, de Jofré y de Lisperguer, cuyos descendientes los gozaron hasta fines del primer cuarto del siglo XVII. Diversas causas, entre las cuales podemos citar el cumplimiento de la ley, que sólo permitía el goce a dos generaciones, y la radicación de estas familias en Santiago, las hicieron retirarse del partido, y sólo dejar un recuerdo de su poderío en los documentos de la época.

Vacíos los tres repartimientos en la fecha indicada, ya no fueron motivos de gran codicia, pues aniquilados y destruidos por cerca de un siglo de explotación, sus pueblos estaban completamente abandonados. Sin embargo, el corto número que quedaba de ellos fue repartido entre los estancieros, para cuyas faenas agrícolas les eran tan indispensables.


- I -

Repartimiento de Vichuquén


El límite norte de la jurisdicción del Corregimiento de Maule era este repartimiento, el cual fue uno de los feudos concedidos al Capitán don Juan de Cuevas, en cuyos extensos dominios le sucedió su hijo Luis de las Cuevas y Mendoza, que los gozó hasta 1630, fecha de su muerte.

De los dominios que habían pertenecido al Conquistador Cuevas y a su hijo, el único que se conservó por más tiempo en poder de sus descendientes, fue el de Loncomilla. Como lo veremos, pasaron a diversas manos.

Don Luis Núñez de Silva sucedió en estos repartimientos y a su muerte también se dividió su goce en diversas familias. En este feudo de Vichuquén, le sucedió el capitán don Teodoro de Araya Berrío, natural de Santiago, hijo de don Alonso Álvarez de Berrío y de Urzula de Araya.

Don Teodoro de Araya y Mendoza, su hijo, le sucedió en segunda vida en el goce de la encomienda, obtenida mediante el cohecho del Gobernador Francisco de Meneses. Este escándalo administrativo no podía pasar desapercibido y quedar impune; muy pronto la encomienda fue declarada vaca, y fijados los edictos llamando a los que se creían con derecho a ella. Por merced de 9 de septiembre de 1681 le fue concedida a don Luis Jofré de Loaisa, yerno de Araya e hijo del encomendero de Pocoa y Peteroa, el castellano don Juan Jofré de Loaisa y Gaete.

En don Miguel de Jofré y Araya se extinguió este repartimiento. Lo gozaba aún en 1759, muy aniquilado por las epidemias4. En 1742 tenía 74 indios, de ellos, 15 eran tributarios. En 1793 según padrón mandado levantar por el capitán General del Reino, tenía 194 personas.




- II -

Repartimiento de Lora


A principios del siglo XVII, poseía este pueblo, concedido en encomienda al Capitán don Pedro Gómez Pardo, quien seguramente lo había heredado de su padre, el Capitán Pedro Gómez Pardo, y éste del Conquistador Pedro Gómez de don Benito.

El Capitán Pedro Gómez Pardo era dueño de la estancia de Lora, en cuyos trabajos aplicó el servicio de sus indios. Heredera de esta fortuna fue su única hija habida en su legítimo matrimonio con doña Ana María Cid Maldonado y de la Corte, doña Ana María Gómez Pardo Azócar, quien casó con don Francisco de Zárate y Bello.

Don Jacinto de Zárate y Bello y Maldonado heredó gran parte de las tierras de Lora. Recibió por merced del Gobernador Juan Henríquez, la encomienda de Lora, que se venía sucediendo en su familia desde Pedro Gómez Pardo. Falleció sin sucesión en el Partido de Colchagua, dejando dispuesto en su testamento, otorgado en 18 de agosto de 1693, que lo enterraran en la iglesia de la Merced de Chimbarongo. Este encomendero fue enjuiciado aun después de muerto, por doña María Macaya, mujer que fue su amante, la cual le cobraba ciertas sumas de dinero.

Por auto de 29 de agosto de 1695, fue concedida esta Encomienda a don Juan de Ureta y Pastene, en cuyo goce le sucedió su hijo Juan de Ureta y Prado, el cual la poseía en 17055.




- III -

Repartimiento de Huenchullami


Los indios de Huenchullami, junto con otros ricos repartimientos, fueron concedidos al Conquistador don Juan de las Cuevas, por merced de 17 de noviembre de 1552. Le sucedió, como en todos los otros repartimientos, su hijo Luis de las Cuevas y Mendoza, que los gozó hasta 1630, fecha de su muerte.

Vacos los indios, que ya en esta época no eran numerosos, pues todos los pueblos indígenas sufrieron su aniquilamiento sistemático a partir del primer cuarto de siglo XVII, quedaron los pueblos completamente abandonados, como sucedió con el pueblo de indios de Mataquito y otros. Este solo repartimiento no era una cosa apetecida por los descendientes de los conquistadores que poblaban las riberas del Maule.

Don Luis Núñez de Silva, rico estanciero en tierras del Carrizal, tuvo interés por este repartimiento, que le rendiría pingües utilidades en el cultivo de sus estancias. Núñez de Silva era un hombre emprendedor y de mucho trabajo, nacido en Santiago por 1580, hijo del portugués Antonio Núñez de Fonseca, el primer industrial de la Colonia, y de la criolla doña Juana de Silva. Había, pues, heredado de su padre ese espíritu emprendedor que lo hizo diferenciarse de los otros criollos holgazanes y orgullosos. Para el traslado de sus productos al otro lado del Maule, en el paraje llamado el «Morro», había hecho construir una barca de madera, que no sólo le prestaba espléndidos servicios a él, sino a todos los vecinos del Maule, y aún a las mismas autoridades reales y correos. Esto fue un adelanto que salvó muchas vidas, pues rezan los documentos de aquellos lejanos años que era mucha la gente que perecía en el tránsito del río, el cual se hacía en balsas de paja.

Agradecido el Gobernador don Francisco Lazo de la Vega de los servicios de Núñez de Silva, no trepidó en darle por merced los indios de Huenchullami; pero éstos eran muy pocos y se tuvo que agrandar la merced con los indios de Chanco, Loanco, y Lora, que sumaban un total de 250. Núñez de Silva quedaba comprometido por su parte a mantener el barco de madera, empleando en la mantención de este servicio algunos indios de sus repartimientos.

Así se operó el traslado de esta encomienda al poder de los Núñez de Silva, familia que por su importancia y riqueza fue una de las principales del partido. Don Luis había casado en 1609 con doña Ana María de Loyola, hija del Capitán español don Jerónimo Sedeño y Arévalo, «hijodalgo notorio», casado en Lima, antes de su arribo a Chile, con doña María de Loyola, nacida en la misma ciudad, hija de Juan de Vergara y de Beatriz de Ribera, señora que se emparentaba, según suponemos con el Gobernador Oñez de Loyola, ya que éste protegió a Sedeño y Arévalo, y siempre lo trató como noble hijodalgo.

Don Luis Núñez de Silva gozó por más de 30 años de dichas encomiendas, manteniendo la barca del Maule, y como dicen los documentos de esos años, «con gran desmedro de su fortuna». Falleció antes de 1663, dejando por sus hijos legítimos a Juana de Loyola, Jerónimo de Loyola, Pedro Núñez Sedeño, Josefa, de cuya descendencia trataremos en el capítulo de las terratenientes.

Doña Juana de Loyola, que llevó el nombre de su abuela materna, casó con el vecino de las tierras de su familia, el capitán don Andrés García de Neira, natural de Valdivia, que se había radicado en esos parajes una vez destruida esta ciudad, en 1601. Fue Corregidor del Maule en 1638-40.

Su hija, doña Elvira de Neira Loyola, continuó en el goce de Huenchullami que había poseído su padre y abuelo; casó con don Pedro de Elguea, natural de España, y fueron sus hijos Pedro de Elguea y Neira, que heredó la gran estancia de Libún, en donde tenía su casa y morada. Fue gran señor en sus modales, como atrabiliario y despótico con los indios de la encomienda de su madre.

Hombre emprendedor por tradición, no sólo se dedicó al cultivo de sus ricas tierras de Libún, sino que también fue un fuerte industrial. Tenía una gran curtiduría en cuyas faenas hacía trabajar a los indios de su encomienda.

Falleció sin sucesión.

En doña Elvira de Elguea y Neira se continuó el goce del feudo de Huenchullami. Casó en la ciudad de Santiago en 17 de enero de 1688, con don Juan Donoso y Manrique del Águila, del cual tuvo larga sucesión. Conocemos de ellos a doña María Josefa, que casó con don Juan Garcés de Marcilla y Salas y Miranda, tronco de los Garcés de Vichuquén y Talca; Pedro, Corregidor del Maule, 1732-35, que fue el último encomendero de Huenchullami y antepasado de esta familia en Talca por su matrimonio con doña Juana Gaete y Toledo.

En 1742 tenía 17 tributarios, con una población de 49 almas. En el padrón de 1793, aparece con 183 personas.




- IV -

Repartimiento de Peteroa


El Conquistador Juan Jofré y Monteza, obtuvo en premio de sus servicios los repartimientos de Peteroa, Mataquito y Pocoa.

Fue uno de los primeros industriales de la naciente colonia. En las tierras que poseía en las inmediaciones de sus feudos, se contaba la gran estancia de Peteroa, cuyos límites eran río de Peteroa, río Maule, la Cordillera, por el poniente hasta el mar. En ella estableció un obraje de paños, y en Pocoa un astillero.

Hasta el primer cuarto del siglo XVII funcionaba el obraje de paños a cargo del andaluz Alonso Bueso, natural de la ciudad de Argena, en cuyas labores se hacía trabajar a los indios, los cuales recibían como parte de su remuneración escasos metros de telas.

Don Juan Jofré y Monteza falleció en Santiago en 1578 y fue enterrado en Santo Domingo. Había casado con doña Constanza de Aguirre, hija del conquistador Francisco de Aguirre, y fueron sus hijos: Luis, María casada con Diego de Guzmán, primo hermano del marqués de Algoba; Constanza, casada con el general don Francisco de Zúñiga y Arista, antepasados de la familia Gaete; Gerardina, que casó con el capitán don Francisco Ortiz de Gaete y Estrada, tronco de los Gaetes, señores de Villavicencio; y Baltasara, casada con don Pedro Miranda y Rueda, tronco de los Guzmán Coronado, señores de Copequén.

Don Luis de Jofré de Loaisa y Aguirre, nació en Santiago en 1559, sucedió a su padre en el goce de las Encomiendas como en las industrias textiles y navieras. Fue Corregidor de Santiago en 1603, militar de las campañas del sur. Casó en la ciudad de Imperial con doña Francisca Ortiz de Gaete y Estrada, y fueron sus hijos: 1) Juan; 2) Diego, casado con doña Ana Varas Ponce de León, padre de José, con sucesión en su esposa Antonia Ramírez; Isabel, con Fernando Cea; Inés, con Francisco Zúñiga y Junco; Francisca, casada con Juan de Esparza, tronco de esta familia del Maule, padres de María Rosa de Esparza, casada con Juan Girón del Maule; e Ignacio de Esparza, casado con Clara Jofré y Montero del Águila; y de Juana de Esparza Jofré, Corregidor del Maule (1673-74); 3) Constanza de Jofré y Gaete; 4) Luciana de Jofré y Gaete, casada con Florián Girón de Montenegro, padre de Juan Girón, Corregidor del Maule, 1695-97.

El castellano don Juan Jofré y Gaete, fue tercer señor de los repartimientos de Pocoa y Peteroa, y en sus manos se extinguió gran número de ellos.

Radicada su familia en Santiago y con vinculaciones sociales y materiales en este Corregimiento, poco caso hicieron a sus indios del Maule, como asimismo, de sus estancias de las cuales muy pronto se desprendieron por venta que hicieron de la gran estancia de Peteroa y de la del Astillero, a don Tomás Calderón.

Había casado con doña María Santibáñez y Escobar, que testó siendo viuda en 1694, dejando por sus hijos legítimos, a José, que casó con María Montero del Águila, y Luis, casado con Catalina de Araya Berríos, que fueron encomenderos de Vichuquén por edicto de 9 de septiembre de 1681.

Salidas del poder de los Jofré las encomiendas de Pocoa y Peteroa, fueron concedidas como de indios yanaconas al General don Ignacio de la Carrera, el cual los trasladó a su estancia de Aculeo, a orillas del Maipo6.




- V -

Repartimiento de Purapel


El conquistador don Pedro de Lisperguer, recibió en premio de sus señalados servicios esta encomienda. Rica y muy poblada de indios, esta encomienda limitaba con la de Cauquenes y Putagán, que llevó en crecida dote, su esposa, la mestiza Águeda de Flores. Su hijo Pedro de Lisperguer y Flores, le sucedió en su goce hasta 1625, fecha de su muerte.

Vaca la encomienda, fue concedida al capitán español don Diego Jara-Quemada, nacido en las islas Canarias en 1590, vecino de Santiago. Había pasado a Chile en compañía de su tío, el Gobernador don Juan de Jara-Quemada en 1611.

Don Diego de Jara-Quemada fue regidor del Cabildo en 1614, corregidor de Santiago desde 1626 hasta 1631. Casó en esta ciudad con doña María Gómez de Silva, y es el tronco de esta familia. Uno de sus hijos, don Antonio de Jara-Quemada y Silva, le sucedió en el goce de la encomienda, obteniendo confirmación real, fechada en Madrid en 25 de enero de 1640.

Don Antonio Jara-Quemada gozó en parte del tributo de su encomienda, pues el alzamiento general de 1655 le vino a arrebatar esta rica donación. Miembro en estos años del Cabildo de Santiago, abogó empeñosamente para que se fundara una ciudad en la región del Maule, esfuerzos que resultaron inútiles, como lo veremos más adelante.

Falleció en Santiago y otorgó testamento ante Pedro Vélez, en abril de 16687.




- VI -

Repartimiento de Loncomilla


Éste fue una de las tantas encomiendas concedidas al conquistador don Juan de Cuevas. Terrateniente de extensas estancias situadas en las inmediaciones del pueblo de los indios de Loncomilla, fue uno de los principales agricultores del partido, y tenía grandes crianzas de ganado y siembras.

Estableció en sus posesiones un molino, para moler el grano de sus estancias, como todo el que se le enviara. Al lado de su casa construyó un oratorio, que con el tiempo pasó a ser la capilla de Loncomilla.

Su hijo, don Luis de las Cuevas y Mendoza, gozó este repartimiento hasta 1625, fecha de su muerte. Le sucedió su hijo don Juan de las Cuevas y Balcázar, que falleció sin sucesión en Santiago. Dejó testamento, otorgado el 7 de diciembre de 1638 ante el escribano Bocanegra.

Doña Beatriz de las Cuevas y Balcázar, hermana de don Juan, casó con don Diego de Morales y Córdova, encomendero de Santiago, hijo de don Alonso de Córdova y Merlo, y de Mariana Morales. Fue madre del general don Luis de las Cuevas y Morales, corregidor del Maule, quien casó en la ciudad de Concepción con doña Sebastiana Villanuevas y Soberal, nacida en esa ciudad, hija del general don Alonso de Villanueva. Fruto de esta unión fue doña Petronila de las Cuevas y Soberal, que gozó la encomienda hasta su muerte, ocurrida en Santiago. Dejó testamento otorgado en 29 de agosto de 1669.

Vaca la encomienda, fue concedida por real merced, fechada en Madrid en 19 de agosto de 1680, al general don Pedro de Prado y Lorca, corregidor que fue del Maule (1711-1713). Prado los redujo y los tenía en 1685, acimentados en la estancia de Aduya8.




- VII -

Repartimiento de Cauquenes y Putagán


Por cédula de 1.º de enero de 1549, Pedro de Valdivia concedió al conquistador Bartolomé Blumenthal, que españolizó su apellido poniéndose Flores, entre otras encomiendas, la de Putagán, del cacique Ibillarongo.

Blumenthal, hombre emprendedor, dedicó las extensas tierras que poseía a la crianza de caballos, ovejas y vacunos y construyó a orillas del río Putagán un molino, el primero de esa región.

Su hija mestiza doña Águeda de Flores fue la heredera, no sólo de este repartimiento, sino de otros que poseía en las inmediaciones de Santiago, como lo era el repartimiento de Talagante. Rica heredera, su dote fue una de las más codiciadas de su tiempo; su padre la casó joven con su compañero de armas Pedro Lisperguer, natural como él de Alemania.

Lisperguer, militar como su suegro, recibió en recompensa de sus servicios, varias encomiendas, entre otras las de Cauquenes y Purapel9.

Así resultó que estos dos repartimientos de Cauquenes y Putagán pasaron al poder de una sola familia, la cual uniendo los feudos que poseía pasó a ser una de las más ricas y poderosas del siglo XVII.

Los Lisperguer fueron buenos encomenderos y se preocuparon de sus servidores. Agradecida de los servicios de éstos, doña Águeda en su testamento, les donó 400 ovejas a los de Putagán, y 600 a los de Cauquenes.

Sucesor, «en tercera vida», en Putagán, y en segunda en Cauquenes, fue su hijo don Pedro Lisperguer y Flores, el más ilustre y opulento de los miembros de esta familia. Señor de sus vasallos, les arrebató el derecho de vivir en su suelo, y guiado por su interés los trasladó en masa antes de 1625 a sus ricas estancias de Peñaflor, que le quedaban a un paso de su residencia de Santiago.

Vemos que el paso de estos encomenderos por el Corregimiento del Maule, es de corta duración. Hombres provisores comprendieron que era muy peligroso tener una encomienda en esa región, considerada como frontera de guerra, y sin valor, ya que eran muy pocas las estancias que allí habían y se cultivaban.

* * *

La avasalladora mano de don Pedro de Lisperguer y Flores no había podido arrancar a todos los naturales de los pueblos de Cauquenes y Putagán, para traerlos a su estancia de Peñaflor. Un gran número de ellos se escaparon a su requisidora mano y se mantuvieron en sus rancherías.

Muerto en 1625, se declararon vacos estos indios, y se llamó por edicto a los beneméritos del Reino para concedérselos. Entre éstos se presentó Juliana Pérez Castillejo y Gutiérrez Altamirano, viuda del capitán don Pedro Arias de Molina, natural de España e hija de don Pedro Páez Castillejo, veterano de las campañas de Flandes e Italia, quien en remuneración de sus largos servicios, recibió real merced de 500 pesos de renta en indios, fechada en Madrid a 22 de septiembre de 1626. Cuando llegó a Chile esta gracia ya había fallecido don Pedro, y le tocó a su hija reclamarla. Las encomiendas de Cauquenes y Putagán eran propias para hacer la referida donación y así lo dispuso el Gobernador por auto fechada en 15 de marzo de 1629, en la ciudad de Concepción. Ese mismo día se dirigió a su casa y morada el escribano de Gobierno y tomó a la señora encomendera el juramento de estilo, que debían prestar todos los vecinos feudatarios.

Doña Juliana Páez Castillejo fue el tronco de una de las familias más numerosas y respetables de la ciudad de Concepción, y del Corregimiento de Maule, una de cuyas ramas tuvo después señalada situación. Dos fueron sus hijos: doña Mayor, en cuya sucesión recayó el feudo, como se verá, y don Pedro Arias de Molina, capitán que, por auto de 14 de julio de 1667, obtuvo en segunda vida de las encomiendas. Falleció en 1678.

Doña Mayor Arias de Molina y Páez Castillejo, llevó el nombre de su tía doña Mayor Páez, señora a quien sus contemporáneos tuvieron por santa, pues se aseguraba que se le aparecía Santa María la Mayor, de quien era muy devota. A su muerte, Concepción entero le tributó grandes honras, y entre los que asistieron y cargaron su cuerpo, se contó el Marqués de Baides, Gobernador del Reino.

Casó doña Mayor Arias con don Diego Fernández Gallardo y Montecinos Navarrete, hijo del madrileño Juan Fernández de Céspedes Gallardo, y de doña Juana Montecinos Navarrete y Aragón Guzmán.

Fueron sus hijas: doña Ana, que casó con don Fernando Mier y Arce, y don Juan, quien nació en Concepción, fue militar como casi todos los miembros de su familia, que contaba entre sus ascendientes tan distinguidos conquistadores del Reino, y llegó a sargento mayor, teniendo una señalada actuación en el alzamiento general de 1655.

A la muerte de su tío José Arias de Molina, se presentó para entrar al goce de las encomiendas de Cauquenes y Putagán; sin embargo, poco alcanzó a gozar de ella porque le fue negada la real confirmación, y declarada vaca, por edicto del 21 de junio de 1679.

Llamados los beneméritos del Reino, se presentó su hijo Diego Fernández Gallardo Escobar de los Ríos, el cual fue preferido y nombrado encomendero, por auto de 2 de octubre de 1679, recibiendo real confirmación por cédula firmada en Madrid, en 18 de enero de 1689.

Don Diego, cuarto señor feudal de Cauquenes y Putagán, fue capitán de caballos, regidor del Cabildo de Santiago, 1679. Casó con doña Inés de Lisperguer y Andía Irarrázaval, hija de don Juan y de Catalina y nieta de don Pedro de Lisperguer y Flores, segundo encomendero del primitivo repartimiento. Tuvo catorce hijos, entre los cuales debemos citar el capitán don Juan Fernández Gallardo y Lisperguer, quinto y último señor de Cauquenes y Putagán.

En 1742 tenía la encomienda de Cauquenes dieciocho indios, de los cuales seis eran tributarios.

En 1789, época de la abolición de las encomiendas, ésta se encontraba vaca por la muerte del quinto Lisperguer y reducida a la miseria por las epidemias, contando sólo veinte personas10.




- VIII -

Repartimiento de Chanco, Loanco y Reloca


En el límite sur del Corregimiento del Maule se encontraba este repartimiento de indios, y fue uno de los muchos que poseyó el conquistador Juan de Cuevas, señor de los indios de Loncomilla, Vichuquén y Huenchullami, feudos que lo constituían en el capitán más rico de toda esa región.

Juan de Cuevas dio poca importancia a ese repartimiento, dedicando todas sus actividades al de Loncomilla, donde poseía extensas donaciones de tierras. Le sucedió en el goce de todas estas encomiendas, su hijo Luis de Cuevas y Mendoza, el que las gozó hasta 1629, fecha de su muerte.

En 1630 era encomendero de ella don Luis Núñez de Silva, que era vecino del partido y un fuerte terrateniente en la región del río Huenchullami. A su muerte, ocurrida poco antes de 1668, fue concedida al castellano don Juan Jofré de Loaisa, el cual era encomendero de Pocoa y Peteroa.

De manos de la familia Jofré salió, para entrar en la de don Luis Monte de Sotomayor, sobrino nieto del Papa Julio III.

Muy poco tiempo permaneció esta encomienda en poder de la familia Monte de Sotomayor, pues entró en su goce don Alonso de Córdova y Figueroa, a quien le sucedió su hijo don Alonso de Córdova Figueroa Salgado. A su muerte, ocurrida en 1703, quedó vaca, siendo llamados los beneméritos del Reino para proveerla. Muchos fueron los que se presentaron con largos y minuciosos memoriales para obtener esta gracia; pero entre todos ellos, fue elegido don Juan Montero de Zúñiga, por edicto fechado en Concepción en 24 de enero de 1703.

Era el primer «maulino» que obtenía el goce de esta encomienda. Todos los que anteriormente habían obtenido su goce, eran de la ciudad de Santiago o de Concepción.

Había nacido en el partido del Maule, estancia de «Peuño y Codegüel», de sus padres don Diego Montero de Amaya y doña Luciana de Zúñiga de Arista Aguirre. Era nieto del corregidor don Cristóbal de Amaya y tataranieto del conquistador don Francisco de Aguirre.

Don Juan Montero de Zúñiga fue rico terrateniente, dueño de la estancia San Cristóbal que heredó de sus padres. Fue Corregidor y Justicia Mayor del partido de Rere. Vecino de la ciudad de Concepción, formó un respetable hogar con doña Gerardina de Lara.

De la familia Montero, pasó este repartimiento en el primer cuarto del siglo XVIII, a poder de don Melchor de la Águila y Gómez de Silva, vecino de Santiago, en cuyo goce se encontraba en 1759 su hijo don Antonio de Águila y de los Reyes, y reducida, en esta fecha, a treinta y tres indígenas.




- IX -

Repartimiento del Duao


El conquistador Juan de Ahumada, nacido en 1533, fue agraciado con la encomienda del pueblo de Duao, situada a orilla norte del río Maule, en cuyas inmediaciones por orden del Gobernador Alonso de Sotomayor, se construyó un fuerte en 1584.

Ahumada tuvo su encomienda en el mismo lugar donde se levantó la ciudad de Talca, entre el Piduco y el estero que después se llamó de Baeza, sitio de Talca o Talcamo. Parece que Ahumada trasladó sus indios a otro punto de la región de Duao, pues el lugar de Talca o Talcamo fue concedido en agosto de 1609 en merced al conquistador don Gil de Vilches y Aragón.

La encomienda de Duao estuvo en poder de Ahumada hasta su muerte en 1610.

Su hijo don Roque Hurtado y Ahumada, hijo de doña Catalina Hurtado y Godínez, nieta del vencedor de Lautaro, sucedió en el goce.

Años más tarde desaparece esta encomienda, ya fuera por aniquilamiento de sus indios o por haber sido trasladada a otra parte del Reino, como aconteció muchas veces.

Seguramente los acontecimientos militares de 1655, que debilitaron tanto las reducciones indígenas del partido, la aniquilarían.




- X -

Repartimiento de Lontué


El primer señor de esta encomienda fue el capitán español don Miguel Gómez de Silva, vecino del Corregimiento de Colchagua.

Su hijo don Alonso Gómez de Silva sucedió en ella en 1684. Por real cédula de 14 de septiembre de 1693 se le confirmó este nombramiento, agregándosele los pueblos de Gonza y Mataquito, por dos vidas.

Estos indios trabajaron en su estancia de Santa Isabel en Rapel (Colchagua) y otros en la de Guaico, de don Antonio Jofré de Lisa, doctrina de Curicó.

Le sucedió en el goce su hijo Miguel Antonio Gómez de Silva.





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