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Historia, derechos humanos, literatura: «Conversación con Luisa Valenzuela y Ana de Benedictis»

Rosa Tezanos-Pinto





Luisa Valenzuela es una de las figuras más influyentes en la escritura del periodo de la dictadura argentina 1976-1983 y una de las escritoras latinoamericanas más distinguidas. Autora de una vasta obra, sus novelas, libros de ensayo y cuentos, traducidos y estudiados con asiduidad, han sido espacio de reflexión y defensa de los Derechos Humanos. Entre 1979 y 1989 vivió en Nueva York donde dictó seminarios y talleres de escritura en las universidades NYU y Columbia. Fellow del New York Institute for the Humanities y miembro del Freedom to Write Committee de PEN American Center, recibió un doctorado honoris causa de la Universidad de Knox, Illinois. Es miembro de la American Academy of Arts and Sciences. Además de escritora de ficción, Ana de Benedictis recibió su grado en Derecho por la Universidad Nacional de La Plata en el año 1972, con solo 22 años. En 1974 ingresó al Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires, habiendo sido Secretaria del Juzgado Civil y Comercial, Defensora Oficial, Jueza de primera Instancia en el fuero civil y comercial y Jueza de la Cámara de Apelación hasta el 1 de febrero de 2011. Ha dado conferencias sobre derechos humanos en lo jurídico y literario en Europa, Estados Unidos e Hispanoamérica.


Conversación con Luisa Valenzuela

Rosa Tezanos-Pinto: El primer golpe del siglo veinte en Argentina ocurre en 1930 con una duración de dos años, seguido por los de 1943-1946, 1955-1958, 1966-1973, 1976-1983. ¿Cuál era tu concepción de ese trayecto de la nación argentina, de su sociedad y del mundo intelectual antes de la dictadura militar (1976-1983) y bajo qué contornos incorporabas estas influencias en tu escritura?

Luisa Valenzuela: Me cuesta responder porque siempre fui marginal en todo y a los temas políticos me acerco de refilón, de costado, desde los intersticios. Por eso nunca me tentó pertenecer a movimientos determinados a asumir posiciones partidarias. Mi mirada desde afuera me llevó a ser crítica aun con quienes yo más simpatizaba. Eso sí, nunca dudé de qué lado estaban mis simpatías y dónde el enemigo, es decir los dictadores y represores, pero me temo que los golpes militares diversos fueron en parte culpa de todos nosotros, de puro impacientes. Es cierto que a los dueños de la tierra -señores de la Argentina- el golpe militar les convenía cuando un gobierno democrático no iba por los carriles de su propio interés. Lo grave fue el apoyo de tantos que por lógica serían las víctimas. Algo que siempre cuestioné de mi gente es un reclamo absurdo de la gratificación inmediata, sin la menor paciencia o conciencia democrática.

RTP: Fuiste de los pocos autores que durante el tiempo de la dictadura escribieron una ficción que apuntaba a los desmanes del gobierno de facto: persecuciones y encarcelamientos sin juicio, torturas en campos de concentración, desapariciones, muerte. Pudiste haber evadido la denuncia con otro tipo de literatura pero por el contrario la abrazaste como una consigna. ¿Por qué el riesgo?

LV: Fue una necesidad de vida más que un proyecto literario. La cosa se venía gestando desde mucho antes del 76, pero había una resistencia a verla. De nuevo el wishful thinking en plena acción (maléfica). Quizá me fue necesaria la perspectiva para evaluarlo en toda su dimensión de espanto. Porque cuando volví de Europa en el 74 después de haber pasado dos años fuera, me topé con el despliegue de un terrorismo de estado impresionante -pero era un gobierno elegido por el pueblo. Fue para mí una realidad indigerible, y la única manera que encontré para poder empezar a masticarla, es decir a tratar de comprenderla, fue escribir los cuentos de Aquí pasan cosas raras, yendo a los cafés y empapándome de la paranoia y de la violencia parapolicial desplegada en la ciudad. Y ya en plena dictadura escribí Cambio de armas antes de partir para Nueva York. Cierto es que mucho antes había escrito la novela Cuidado con el tigre, mi primera incursión a ese tipo de literatura que podríamos llamar de denuncia aunque no era esa ni remotamente mi intención. Cierto también es que no me animé a publicarla. Esa posición mía de outsider, involuntaria pero irrenunciable, me ponía en peligro de ser mal leída. Por eso la novela, escrita a principios de los 70, recién la di a la editorial en 2011.

RTP: ¿Qué significa la frase Derechos Humanos para ti y qué posibilidades tiene el discurso irónico que has utilizado en muchas ocasiones para tratar temas que atentan contra los Derechos Humanos o que representan mejor su defensa?

LV: Vayamos por partes. El concepto Derechos Humanos me parece, como a todos ustedes, de una importancia y una necesidad meridianas. Justamente porque somos eso, humanos, es que debemos pensar que los derechos nos atañen a todos, sin excepciones de ninguna índole. En cuanto a la frase en sí, la aplaudo. Por lo que recuerdo, en un principio se habló de los Derechos del Hombre, término que por supuesto nos incluía pero con reparos, algo así como en la frase cómicamente machista: «cuando digo "hombre" abrazo a la mujer». Es que suelo tener un oído atento a lo que el lenguaje expresa a veces más allá de las intenciones del emisor. De ahí mi trabajo con la ironía y el humor. Y pienso, como el Martín Fierro con respecto a los hermanos, «que las Naciones sean Unidas». Los sentimientos de igualdad, de hermandad a la cual la Carta apela deberían de ser indeclinables en medio de tanta guerra fratricida.

RTP: El cuento «Donde viven las águilas» se refiere a la impotencia de retener imágenes y expresarse en un idioma que ha perdido el significado, que se rige por silencios y anula vocablos esenciales como «ayer [...] mañana, y antes y después, o un día de éstos» (42). Si revisaras nuevamente el periodo de la dictadura, ¿qué otras palabras fueron suprimidas, falseadas o «violadas», según diría Cortázar (63-70)?

LV: Es interesante que veas el cuento desde ese lugar. Cómo los extremos se tocan. Porque yo lo pensé más bien desde el punto de vista indígena, cuyo concepto del tiempo es tan distinto del nuestro. Pero es verdad, si se nos van borrando palabras de uso en nuestra cultura nos desdibujan la realidad. Recuerdo los chistes que circulaban durante la represión: que se habían llevado preso a un pintor por tener un libro sobre «cubismo», o a un profesor de física por hablar de «vectores de fuerza». Serían exageraciones irónicas, pero la ironía suele estar pegada a la verdad como decía Freud, y los intelectuales siempre resultaron peligrosos a los gobiernos autoritarios. La noción cortazariana de palabras «violadas» es muy fuerte, porque fueron desactivadas, les quitaron toda su fuerza. Ideología, revolución, acción política... quedaron reducidas a un mero significante vacío.

RTP: Casi todos tus personajes femeninos poseen una valentía intrínseca que les permite sino sobrepasar sus circunstancias vulnerables no dejarse vencer por ellas. La crítica especializada ha escrito sobre muchos de ellos y pareciera tener sus favoritos: la protagonista de Realidad nacional desde la cama, Laura de «Cambio de armas», la protagonista sin nombre de La travesía. ¿Cuál de tus personajes femeninos representa mejor el planteamiento de derechos humanos?

LV: Qué buena pregunta y qué difícil. Cada una en lo suyo, ¿no? Seguro llevan algo de la rebelde que hay en mí, magnificado a veces. Porque creo que hasta Clara de mi primera novela Hay que sonreír tenía mucho de eso. Pero la más arrolladora quizá sea un personaje que no es protagonista ni mucho menos. Todas las otras son producto de mi imaginación y por lo tanto las veo como espejos deformantes, pero Ava Taurel, que sorpresivamente se me coló de dos novelas, fue una persona que existió y que ejerció el oficio de dominatrix en mis textos. Pero una dominatrix con conciencia e inteligencia bien agudas, por eso quizá haya quizá oficiado de pivote para muchos otros personajes femeninos. O quizá haya actuado por contagio, hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, porque ella le otorgaba mucha importancia al empoderamiento de la mujer. Quizá por ese reflejo o influencia, en mi reciente novela La máscara sarda, el profundo secreto de Perón, que es una historia de hombres, las tres mujeres que aparecen como personajes secundarios fueron adquiriendo una fuerza y una determinación inesperadas para mí.

RTP: En tu memorable dietario, Los deseos oscuros y los otros. Cuadernos de New York, tienes una representación tripartita. Eres autora, personaje y crítica de tu propia obra pero también simbolizas al escritor en exilio que desde ese espacio quiere apresar las memorias de un pasado que algunas veces se sublima o se mitifica. Desde el siglo veintiuno, ¿cómo evocas tu exilio? ¿Qué memorias querías salvaguardar y cuáles se debieron -si no olvidar- poner de lado?

LV: Siempre peleé contra la idea de exilio, en mi caso, porque la verdad es que no me vi obligada a huir a la disparada como tantos, sino que tuve tiempo para armar mi alejamiento del país. Así que me consideré siempre una expatriada, cosa que me ocurría igual estando en el país porque me fui recién en el 79. Estuve en la Argentina durante los peores años de plomo, y aquel era un mundo totalmente ajeno y atroz. Pero respondiendo a tu pregunta, lo que creo que habría que dejar de lado ya después de tantas décadas es esa dicotomía entre los que se fueron y lo que quedaron. Es cierto que la cosa está muy muy limada, pero aún subsisten ramalazos. Cada cual desde su lugar -afuera o adentro- hizo lo que pudo, y no hay duda de que era más sencillo y eficaz hacerlo desde fuera. En cuanto a denuncias de los horrores, me refiero. Así, no queda nada, pienso ahora, que no quisiera conservar de esos recuerdos. Nueva York es una ciudad fantástica y fue muy generosa conmigo. Demasiado. Llegó un punto en que la presión laboral era tan maravillosa y a la vez exigente que sentí que no pertenecía a la ética protestante del trabajo y opté por volver. No me arrepiento, pero lo extraño -a la ciudad y a su gente- y siempre los amo.

RTP: No es posible hablar de la narrativa argentina del periodo de la dictadura y de derechos humanos sin referirse a tu escritura, aunque toda tu obra haya sido siempre de resistencia a la opresión de libertades o, como Nelly Martínez indica, de búsqueda «de una raigal descolonización» (48). Has escrito sobre tortura, desaparición, abuso de muchos tipos, acoso político, violación y victimización de la mujer, silenciamiento. ¿Qué otra problemática has dejado pendiente o te queda por dilucidar en tu ficción?

LV: No sabría contestar con precisión. ¡Queda tanto fuera! Y al mismo tiempo siento que he dicho demasiado. Creo que quisiera seguir explorando ese universo tan rico y tan contradictorio que es el peronismo. Todo lo que se calla. Me interesan las sombras como bien sabés, el lado oscuro de las cosas porque es el que más luz arroja sobre la llamada realidad, es decir sobre nuestras confusas creencias. Pero eso no es un plan, nunca tengo un plan preciso, solo ciertos latidos que me van azuzando o mejor dicho despertando los perros interiores. Esos mismos que aconsejan dejar dormir...

RTP: Has dicho en Escritura y secreto (2006) que tienes un gran respeto por la microficción como estructura en la que «puede abrirse infinidad de mundos superpuestos» (93). En ABC de las microfábulas, uno de tus libros de microrrelatos más creativos, se alude en minúsculas creaciones -los inolvidables relatos acerca de los gorilas, hienas, dinosaurios y dromedarios- a la opresión, el silencio impuesto, la lucha entre la memoria y el olvido de los años de la dictadura. ¿Es un argumento que persiste, del que no puedes prescindir? ¿Estaría errado entonces dividir tu producción en la anterior al periodo de la junta militar 1976-1983, en la del periodo de la dictadura y en otra posterior a esta?

LV: Si siempre se vuelve al primer amor, como dicen, quizá también siempre esté latente el primer odio y haya que reexaminarlo... son gotitas, son leves ramalazos pero se hacen presentes. Ahora con la continuidad de los juicios a los represores y la constante busca de los nietos apropiados, la herida se va limpiando y eventualmente podrá cerrarse de buena manera. Antes lo nuestro estaba cicatrizado en falso y por eso cada tanto supuraba. En cuanto a las microfábulas, a conciencia tuve no presente nada de eso mientras fui siguiendo el hilo de las letras. Porque es un abecedario y cada fabulita va usando vocablos que empiezan con la letra correspondiente. Entonces las historias surgían al azar, pero como el inconsciente -al igual que el diablo- siempre mete la cola, el tema estaba allí. Y ese inmenso dibujante que es Lorenzo Amengual cazó cada alusión al vuelo y sus ilustraciones las trajeron a la luz. Dicho esto, no sé si algún día lograré -lograremos los argentinos- sacarnos del todo la espina que nos dejó la dictadura. O su urticante ponzoña.

RTP: En 2001 se acepta como vigente en Argentina que la deportación a la fuerza, la tortura, la violación, el secuestro, la desaparición, el exterminio, la persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales, étnicos o actos inhumanos que afecten la salud mental o física de quien los sufre son considerados actos de lesa humanidad (Artículo 7 del Estatuto)1. Tu novela El Mañana (2010) inquieta porque vuelve a poner en la palestra el secuestro, el miedo, la supresión de la palabra en 18 escritoras que «desaparecen» intempestivamente. Algo que haces elocuente es la aceptación tácita y hasta la complacencia de grupos que apoyan estos desmanes. Da la impresión que estuvieras indicando que el horror de lo ocurrido en 1976-1983 pudiera repetirse y con más fiereza.

LV: Me parece importantísimo que se haya abolido acá las leyes de Punto Final y la amnistía a los genocidas. Gracias a eso por suerte no creo que el horror pueda volver a repetirse por estas costas. Todo lo que ha ido saliendo a la luz -primero con los juicios de Alfonsín y el trabajo de la CONADEP y el Nunca Más, y ahora a partir de 2002 cuando se decretó la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad- nos brinda un poderoso llamado de alerta y una toma general de conciencia. A lo cual creo que la literatura contribuyó de manera oblicua. Por eso cuando escribí El Mañana me inquietaba mucho el tiempo y el lugar de los sucesos. Intenté borrar huellas que de todos modos están allí. Estoy segura que desde el gobierno actual nada de esto ocurriría, pero pensándolo bien y ahora que me lo decís, entiendo que hay muchas pero muchas ganas de represión por parte de ciertos núcleos opositores. Quizá después de todo sea un llamado de alerta: la impotencia, la falta de ideas puede generar la sed de oprimir. Nunca olvidaré una frase de un cuento de Borges: «la falta de imaginación los llevó a ser crueles».

RTP: Hace veinte años ya que en la Convención de Viena se anunciara que los Derechos Humanos no solo son universales, indivisibles e interdependientes sino que están relacionados entre sí y que la comunidad internacional debe deliberar sobre ellos de «forma global y de manera justa y equitativa, en pie de igualdad»2. ¿Qué piensas de la respuesta global que se demandaba en la Convención de Viena? ¿Es una utopía la erradicación de todo lo que atente contra los Derechos Humanos?

LV: Me temo que sí, una utopía maravillosa y tan deseable. ¿Pero qué sería de nosotros sin ese tipo de esperanzas grandiosas? Grandiosas e indispensables. ¿Qué ciudadano normal no desearía que la comunidad internacional (trate) los derechos humanos en «forma global y de manera justa y equitativa, en pie de igualdad»? No es que no trate, pero no olvidemos que el hombre es el lobo del hombre. Claro que si de frases célebres se trata, reclamemos «la imaginación al poder» para que el lobo, Caperucita y la abuela se hermanen en sus diferencias y aprendan a respetarse mutuamente, honrado así la imprescindible Convención de la sublime Viena. Hobbes también dijo que la pasión de su vida había sido el miedo. Tratemos de no convertirla también en la nuestra.




Conversación con Ana de Benedictis

Rosa Tezanos-Pinto: Desde el punto de vista jurídico ¿cómo se apoyaron los distintos gobiernos de facto que ocurrieron en el siglo veinte en Argentina y cómo respondió la población civil?

Ana de Benedictis: Lo primero que se lleva a cabo al producirse un golpe de estado es disolver las Cámaras Legislativas (Parlamento, en algunos países) por lo tanto se gobierna por Decretos que emanan directamente del Poder Ejecutivo, por lo que, desde ese enfoque, no hay control de ninguna clase. En los cinco gobiernos de facto se dictaron reglamentaciones y resoluciones de todo tipo y hasta las hubo secretas. Todo esto constituyó su apoyatura jurídica, que por otra parte, y dada su manera de conducirse, fueron irrelevantes, pues la fuerza y la discrecionalidad fueron la única ley. Se disolvieron, también, los partidos políticos, agremiaciones sindicales, estudiantiles y todas las instituciones intermedias que hacen a la libre asociación en defensa de intereses comunes. En cuanto a las reacciones de la población civil hubo, en general, indiferencia y hasta beneplácito, civiles colaboradores mediante denuncias, incluso en revistas dedicadas a la moda y recetarios de cocina, etc. Fue necesaria la barbarie del golpe de estado del año 1976 a 1983 y, en especial, el juicio a las juntas y el informe Nunca más para que, a la luz de tanto horror, la población, en forma masiva, tomara conocimiento y convencimiento de que la democracia no es una alternativa más sino la única manera de gobierno. Recuerdo algo muy personal y fue a consecuencia del golpe de estado del año 1966; era una adolescente de la época en la que, en general, no se hablaban ciertos temas (los golpes de estado eran demasiado frecuentes y mis padres inmigrantes) y dada la información limitada no había manera de conocer demasiado. Ese día fui a la escuela y en el trayecto pensaba: no habrá clases, estarán los negocios cerrados, no funcionarán los colectivos. Todo estaba como si nada hubiera sucedido, ningún profesor hizo referencia a lo acontecido; al regresar a mi casa lloré mucho y no sabía siquiera porqué, solo la sensación de que no estaba bien y dos imágenes, mi padre, la persona más inteligente que he conocido, tratando de decir algo sin encontrar qué y la única que recuerdo de la televisión: el Presidente de la República expulsado de su despacho a empellones. Si bien arribó a la presidencia con un bajo porcentaje de votos, por estar proscripto el partido peronista, era, el Presidente y para mí, «un médico de pueblo, un viejito bueno al que empujaba un grupo de militares armados».

RTP: ¿De qué forma te impacta el periodo 1976-1983? ¿Tuvo algo que ver en tu elección de la carrera de leyes?

ADB: En mi elección de la carrera de leyes no tuvo incidencia pues concluí los estudios universitarios en el año 1972, tal vez, inconscientemente, primaba el deseo de justicia. Quería ser jueza. No sabía cómo ni cuándo, ni qué había que hacer, sólo que era necesario ser abogada. Era mi sueño. En cuanto al impacto es feroz. Cambia la vida, se pierde la alegría, se habla con pocos (en mi caso una sola persona) y en susurro. Impera el silencio y el miedo. Después, el miedo pasa, pero no la sensación que deja. Desde esta sensación, y en el ámbito literario, para describir el terror alcanza con solo evocar aquellos recuerdos.

RTP: Te quedaste durante los años difíciles de la junta...

ADB: En aquel momento creímos haberlo pensado lo suficiente para decidir que nos quedaríamos. Mi esposo, militante de la juventud peronista, lo decidió por él, en realidad. Lo seguí, no me arrepiento, lo hubiese seguido incluso a la muerte. Tal vez por nuestra edad fuimos inconscientes. A la luz de cómo siguió nuestra historia personal no fue desacertado aunque el riesgo inconmensurable.

RTP: En tu carrera como abogada y jueza ¿qué casos ligados al periodo de la última junta militar influyeron en tu escritura de ficción?

ADB: Antes de la dictadura, y durante ella también, yo solo fui la secretaria jurídica de un Juzgado civil y comercial, casi un cargo administrativo; para ese cargo no se requiere más que la propuesta del juez. Ascendí por primera vez cuando se inició el gobierno democrático y fui designada «Defensora de Pobres y Ausentes» que yo cambié en el sello, por el de «Defensora Oficial» porque el solo nombre conlleva discriminación. En ese cargo es necesaria la propuesta del Poder Ejecutivo (Gobernador) y el acuerdo del Senado (una de las Cámaras Legislativas). Nunca tuve cargo carente de los requisitos democráticos durante las dictaduras. Con el de Defensora Oficial, entré y salí de muchas cárceles, hablé en lenguaje llano con personas que, más allá de sus delitos, tenían una vida, una historia personal, generalmente plagada de abandonos, internaciones en institutos de menores, fugas y reingresos. Sentí siempre, desde lo humano, compasión: que no hubiesen sido queridos, que los golpearan a los pocos días de vida, (en las historias clínicas constaban secuelas y cicatrices de antigua data) que ignoraran quién era su padre, que no supieran dónde estaba su madre, que solo añoraran de la Navidad los bailes y el alcohol. Entendí que no hay un mundo sino muchos, que con las vivencias iniciales cada ser humano arma su vida y su escala de valores. Sentí un enorme cariño por las mujeres de locales nocturnos (las mal llamadas, salvo en la literatura, mujeres de la noche o de mala vida) porque son incondicionales y se defienden a muerte, lo que no siempre acontece en otros ámbitos. Cuando años después regresé al Derecho Civil y Comercial traía esas experiencias, inolvidables, que no todos tienen el privilegio de vivir. Las comparé con las del nuevo círculo y allí sentí desde la piel hasta el alma de lo que es capaz el ser humano por el dinero. No se matan, pero se destruyen mutuamente. Fueron en total 37 años de mi vida. Todo, desde las relaciones humanas hasta los pasillos del edificio de tribunales, sus ruidos y sus silencios hicieron, en gran medida, que sea quien soy, cómo soy y desde ese lugar escribo.

RTP: ¿Qué significado le das a la frase Derechos Humanos?

ADB: Significa ser Persona Humana, no hay vida sin derechos humanos, solo se subsiste: pan y agua. Pensemos en el valor que tiene la vida en sí misma, sin ella la nada. Imaginémosla sin libertad, sin poder decir lo que se piensa, lo que se siente. El silencio, no como elección sino, como imposición. El pánico guiando todas las acciones, la desconfianza recíproca ante la posibilidad de acusación o delación.

RTP: Has viajado y observado mucho y has dado conferencias sobre el tema de Derechos Humanos en distintas arenas como Estados Unidos, Italia y Bolivia. ¿Cómo presentaste tu testimonio y cómo respondieron públicos tan diferentes a los hechos que ibas narrando?

ADB: Cada país tuvo una reacción distinta. En Italia muchos estudiantes jóvenes, que continuaron escribiéndome durante largo tiempo. Para ellos nuestra historia era llamativa, pero no desconocida. Además en Italia se había juzgado a genocidas por el asesinato de descendientes de italianos y que por aplicación del principio de «ius sanguinis», son considerados ciudadanos italianos. En Estados Unidos, jóvenes y gente de mi edad, que no eran alumnos de la Universidad, pero se enteraron de la conferencia. Argentinos y latinos exiliados de tantos países y con historias similares y que ya no volverían porque estaban asentados en forma definitiva allí; fue demasiado emotivo. Uno de ellos se acercó y me dijo que había sido vecino mío durante cuatro años y lo hizo en referencia a la cárcel de máxima seguridad «Sierra Chica» a 20 kilómetros de mi ciudad y en la que estuvo confinado sin causa judicial, sin acusación ni defensa hasta que le otorgaron la posibilidad de irse del país. Y en Bolivia dos extremos: gente joven y otros mayores, no había casi generación intermedia, a estos últimos les brillaban los ojos.

RTP: En tu cuentística pervive el tema de derechos humanos aun en los relatos que tienen corte fantástico o surrealista. Estaba pensando en «La hiedra». ¿Cuáles dirías tú que son tus relatos más cercanos a esta problemática?

ADB: Casi todos. Mis personajes caminan siempre por el borde del precipicio o de la realidad, están perdidos buscando a tientas una salida, son seres marginados, asustados, hipócritas, solitarios, dementes. No es intencional pero es lo que me resulta de manera natural. No podría ambientar una historia en un medio que no conozco y, a mi manera, sé cómo se vive en las cárceles, en los manicomios, en los cabarets, en la clandestinidad. Como detalle te cuento algunos hechos casi irrelevantes: el ruido al cerrarse la última reja de la cárcel que da a las celdas y el olor a guiso. No sé si sabes qué es: una mezcla de verduras, trozos de carne, fideos pero con salsa de tomates. En realidad es de las llamadas comidas de pobre.

RTP: ¿Has escrito sobre derechos humanos fuera de la geografía de Argentina? Estaba pensando en «Las almas llegaron» que transcurre en parte en Bolivia.

ADB: Sí, Bolivia fue y será inolvidable. Es verdad que pasé allí el día de «Todos los Muertos» y viví lo que relato en la historia. Pasé de la sonrisa compasiva por esos seres que marchaban vestidos de fiesta, a la envidia decidida por no ser uno de ellos. Haber creído que mis muertos queridos vendrían ese día y celebraríamos el reencuentro.

RTP: Luisa Valenzuela refiriéndose a Carmen Brey, un personaje femenino de María Rosa Lojo dijo que había estado buscando información sobre ella en distintos lugares pues no se resignaba a pensar que fuera una protagonista ficticia. Se siente exactamente lo mismo por la inolvidable Olga Melo. ¿Existió? ¿Qué quisiste rescatar de ella?

ADB: Olga Melo existió, por lo menos el libro que compré, y que no sabía que era de segunda mano, en una librería de Buenos Aires, tenía su nombre y al lado «año 1948». Me paralizó verlo, pensé «No había nacido y ella tenía el libro que ahora es mío». Si respondo desde la subjetividad, Olga existe y existirá conmigo porque yo soy ella, aunque me llame Ana. Alguien tendrá, algún día, mis libros y su destino será incierto como todo lo que se deja al partir. Ese cuento, tan especial, no quería publicarlo pues era como salir desnuda a la calle y tirar las llaves, otros lo eligieron y nunca pude leerlo en público. Olga y su libro es, ni más ni menos, que el paso de la vida y la convicción de que «Todo verdor perecerá». Quise rescatar ese concepto de finitud, a Olga del olvido que es, también, rescatarme. Le dediqué el cuento para sellar nuestra relación de amor, algo así como decirle «Te lo cuidaré mucho».

RTP: En tu narrativa has hablado sobre abusos de muchos tipos.

ADB: He tratado temas de mujeres golpeadas y asesinadas, de niños a la intemperie, en hospitales y muertos por sus progenitores; adolescentes a la deriva, alcoholizados o drogados, personas mayores abandonadas por la familia, la sociedad y el estado. Aun así, me queda todo porque la vida está plagada de esos casos y, a la alegría «boba», que le escriban los que publican los llamados libros de «auto-ayuda». La literatura crea problemas no los resuelve, obviamente, tampoco pontifica, solo muestra.

RTP: El Artículo 7 del estatuto (que procede del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, ley 25.390) es un corolario que indica la reflexión del país por los hechos ocurridos durante la junta y la intención de que estos no vuelvan a ocurrir. ¿Cómo se crea el Artículo 7 y qué propone?

ADB: La locución latina Homo homini lupus y, que pese a su antigüedad, se usa actualmente, significa que el hombre es un lobo para el hombre. Esta afirmación, anterior a nuestra era, pertenece a Tito Macio Plauto (254 a. C. - 184 a. C.). De ello podemos concluir que las atrocidades cometidas por la humanidad contra sus pares son tan arcaicas como la existencia del hombre sobre la tierra. Si me quedara solo con este concepto, afirmaría que todo está perdido pero no es así porque al lado de los lobos están aquellos que buscan afanosamente la manera de impedir o, de mínimo, limitar estas aberraciones. En ese camino y, para enmarcar la cuestión desde lo documental comenzaré solo por el siglo XX y en cuanto lleva directamente al «Artículo 7 del Estatuto de Roma». El crimen contra la humanidad o crimen de lesa humanidad alude a un crimen que, por su aberrante naturaleza, ofende, agravia, injuria a la Humanidad en su conjunto. Por su gravedad, son contrarios, no solo a la Constitución Nacional, sino también a toda la comunidad internacional. Comprende las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso, tortura, violación, prostitución forzada, esterilización forzada y encarcelación o persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales, étnicos, de orientación sexual u otros definidos expresamente, desaparición forzada, secuestro o cualquier acto inhumano que cause graves sufrimientos o atente contra la salud mental o física de quien los sufre, siempre que dichas conductas se cometan como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque (Arts. 6 y 7 del Estatuto de Roma). Su evolución histórica empieza con el Acuerdo o Carta de Londres del 8 de agosto de 1945, que estableció el Estatuto del Tribunal de Núremberg, definió como: «crímenes contra la humanidad» el «asesinato, exterminio, esclavitud, deportación y cualquier otro acto inhumano contra la población civil, o persecución por motivos religiosos, raciales o políticos, cuando dichos actos o persecuciones se hacen en conexión con cualquier crimen contra la paz o en cualquier crimen de guerra» (Doc. A/236)3.

En 1946, la Asamblea General de las Naciones Unidas confirmó los principios de Derecho internacional reconocidos por el Estatuto del Tribunal y proclamó la resolución 96 sobre el crimen de genocidio, que define como: «una negación del derecho de existencia a grupos humanos enteros», entre ellos los «raciales, religiosos o políticos»4, instando a tomar las medidas necesarias para la prevención y sanción de este crimen. Esta resolución se concretó en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su resolución 260 A de 9 de diciembre de 1948, y que entró en vigor en 1951. La definición de genocidio plasmada en la Convención de 1948 ha sido acogida en el artículo 6 del Estatuto de Roma de 1998. Por su parte el artículo 7 del Estatuto receptó la tipificación de otros delitos de lesa humanidad diferentes del genocidio. Es decir, la evolución del Derecho Penal Internacional ha permitido verificar la existencia de delitos caracterizados por el mismo grado de ofensa a la humanidad en su conjunto, tales como la desaparición de personas, entre tantos otros, y que menciono solamente por lo que significa en la historia de mi país.

RTP: ¿Qué piensas de la respuesta global que se demandó en la Convención de Viena de 1993?

ADB: Es una tendencia, o una aspiración que, lamentablemente, no siempre se cumple o peor aún, se incumple y lo vemos a diario. Por otra parte, los abusos nacen del deseo de poder y son muchos los que lo tienen como la gran aspiración de su vida. Visto desde la realidad pareciera ser una utopía pensar que las letras de las leyes puedan generar grandes modificaciones. De todos modos el mero reconocimiento de la igualdad de la Persona Humana es un gran avance como lo es la existencia de una Corte Penal Internacional estable. Todas las mañanas debiéramos repetirnos que somos mortales y todas las noches, antes de dormir, recordar que, tal vez, no despertemos, para no ser atrapados por la ambición patológica de la codicia.

RTP: Tu especialidad en Derecho no se enfocaba en los Derechos Humanos, ¿cómo se origina tu acercamiento al tema desde el punto legal y cuáles han sido las repercusiones de este estudio en tu vida profesional y personal en medio de tu absorbente trabajo como jueza?

ADB: Todo comenzó con un libro que me regaló hace algunos años mi hijo mayor, Ramiro Barberena, en su lectura descubrí que, personalmente, ignoraba mucho más de lo que sabía. Empecé a estudiar con la ayuda de la bibliotecaria del Colegio de Abogados, Flavia Durán que buscó el material necesario. Compré otros libros, busqué fallos judiciales y, aquí la confesión: me pregunté muchas veces «¿Qué estoy haciendo? Con todo el trabajo que tengo». Hubo noches en que, sinceramente, estuve convencida de que estaba perdiendo el tiempo, que en lugar de dedicarme a lo que era mi obligación estaba jugando. No jugaba, me llené de preocupación y hasta de desvelo. Al fin descubrí que esto es lo poco que puedo hacer para ponerme del lado de los que enfrentan a los lobos.








Obras citadas

  • Bassiouni, Cherif. Introduction to International Criminal Law, 2nd Edition. Leiden: Martinus Nijhoff Publishers, 2012. Impreso.
  • Cortázar, Julio. «Las palabras violadas». Argentina: Años de alambradas culturales. Buenos Aires: Muchnik Editores, 1984. 63-70. Impreso.
  • Martínez, Nelly. Luisa Valenzuela sin máscara. Ed. Gwendolyn Díaz. Buenos Aires: Feminaria Editora, 2002. Impreso.
  • Valenzuela, Luisa. «Cambio de armas». Cambio de armas. 1982. Hannover, NH: Ediciones del Norte, 1982. Impreso.
  • ——. Realidad nacional desde la cama. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano, 1990. Impreso.
  • ——. Los deseos oscuros y los otros. Cuadernos de New York: Buenos Aires: Editorial Norma, 2002. Impreso.
  • ——. Escritura y secreto. Monterrey: Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey/Fondo de Cultura Económica de España, 2006. Impreso.
  • ——. La travesía. Buenos Aires: Editorial Norma, 2007. Impreso.
  • ——. «Donde viven las águilas». Generosos inconvenientes. Antología de cuentos. Ed. Francisca Noguerol Jiménez. Palencia: Menoscuarto, 2008. Impreso.
  • ——. ABC de las microfábulas. Edición de arte ilustrada por Rufino De Mingo. Madrid: Del Centro Editores, 2009. Impreso.
  • ——. El mañana. Buenos Aires: Editorial Seix Barral, 2010. Impreso.


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