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ArribaAbajoDiscurso del señor Esteban Manzanera del Campo

Delegado de los estudiantes mexicanos


En nombre de los estudiantes mejicanos, como un recuerdo, o tal vez como una esperanza, deposito esta ofrenda sobre el féretro de José Enrique Rodó. Quiero que estas humildes flores os fíen, amigos míos, que la juventud de América, no es ingrata. Sí, os lo juro: llegará el tiempo en que ella erija un sepulcro, nuevo areópago, que atestigüe a través de los tiempos, a la vez su gratitud, su admiración y su cariño para el Maestro. Llegará el tiempo en que aquí, a la orilla del mar, en medio de este pueblo uruguayo que él tanto amó, se eleven al cielo tantas columnas del mármol más firme y luminoso, cuantos son los pueblos de nuestra América.

Yo sé que entonces la generosa tierra que lo guarda brotará espontánea en sus más dolientes enredaderas que se abracen a las columnas como Isis suplicantes. En ellas encontrarán lugar propicio para sus nidos las aves del cielo y a su sombra vendrán los niños a ensayar con sus juegos ingenuos la lucha de los días que han de venir... A su sombra vendrán los viejos a hablar plácidamente de sus recuerdos y los jóvenes en la flor de la edad y la hermosura, de su esperanza y de su amor.

Pero para que el sepulcro que lo guarda sea trasunto de la hospitalidad de su espíritu, haya como en la leyenda del rey del Oriente indeterminado e ingenuo, un recinto que no le sea dado a hombre alguno hollar con sus plantas. En él, por si algún día llegase un viajero de un país tan remoto que ignorara el secreto que guarda aquella tierra, grabad como el «Sta viator» de la tumba de Montecuculi, grabad en las entrañas del bronce más heroico, para que los siglos no lo empalidezcan o destruyan: «Detente, caminante, pisas un héroe».

Y algún día, al correr de los siglos, cuando un viajero cruce el ancho Río de la Plata, dirá a su vista como en Homero: aquel es el sepulcro de un hombre muerto en otras edades. Jamás como en él encarnó firme y luminoso el espíritu de América: jamás fue superada la bondad de aquel hombre. Desde entonces han pasado los años y los años. Nuevas razas han sustituido aquellas razas y aun los vientos y las lluvias han cambiado la forma de las montañas, pero por sobre ellas, irguiéndose a los cielos como un símbolo, aún se eleva su recuerdo ante la inmensidad de América. Nuevas lenguas han sustituido aquellas lenguas, pero sus palabras a través de los mares, a través de los siglos sigue aún clamando: «Al sol... Al sol...»

Así un día dirán los viajeros ante el sepulcro erigido por la juventud de América al Maestro... Hoy yo deposito sobre su féretro, como un recuerdo, o mejor, como una esperanza, estas flores en nombre de los estudiantes de mi patria.








ArribaNota de la Redacción

Del Dr. Dardo Regules


El doctor Dardo Regules, que tantos y tan nobles estímulos ha dado a nuestra obra, nos había entregado, para publicar en este número, un notable trabajo sobre José E. Rodó.

Inconvenientes de último momento han impedido dicha publicación. No tiene así nuestro homenaje, la amplitud que hubiéramos deseado darle, ya que falta en él, la voz de quien se cuenta entre los más comprensivos y brillantes comentadores del Maestro. Pedimos disculpas a nuestros lectores.