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Huellas literarias

Luis Bonafoux



[V]

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Dedicatoria

A Don Nicolás Estévanez

          Mi amigo:

     �Quiere usted hacerme el favor de aceptar la dedicatoria de este libro?

     No lo dedico al publicista, ni al político, ni al soldado; dedícolo al hombre sincero y justo. Porque no me admiran los publicistas notables, ni los políticos consecuentes, ni los veteranos de la patria. Lo que me admira es encontrar un hombre cabalmente honrado, y usted lo es. Y como cada uno expresa la admiración según puede, yo se la expreso a usted dedicándole, a falta de cosa mejor, este libro, cuyo mayor defecto consiste en decir la verdad.

     Yo no la puedo evitar, aunque me cuesta muchas amarguras, innumerables trabajos, todo un porvenir tronchado, toda una vida [VI] pública cortada en su principio... Rebuscando en las páginas de mis libros la causa de los motines que me dispensaron alguna vez pueblos benéficos, de las persecuciones que no me han dejado vivir en paz, de todo el horror de injurias y calumnias que ha vomitado la prensa contra mí, deduzco que la verdad de mis libros tiene la culpa de todo.

     Pienso seguir diciéndola en los sucesivos, porque el decirla es más fuerte que yo, aunque deseo librarme de palos y pedradas. Un estacazo no es un argumento pero noto con espanto que son muchas las gentes que quieren argumentarme en esa forma. Una estadística curiosa que he elaborado arroja los siguientes datos:

                          Injurias que me han dirigido. 2564'325              
Calumnias. 3237'411
Palos recibidos a través del Atlántico.   613'508
Bofetadas a igual distancia.   131'625
_________
Total de horrores 6546'869

     No sé cómo me queda vida para contarlo. Porque de regreso a sus lares, cuando vienen por casualidad esos marqueses de Morés inéditos, me mutilan.

     -Yo, afirma uno, encontré a Bonafoux en una valle de Londres, y, sin decirle oste ni [VII] moste, me fui a él y �zas! le abrí de un palo la cabeza.

     -Pues yo, asegura otro, le vi por casualidad en el boulevard de los Italianos y de una trompada le eché fuera las muelas.

     -Conmigo, observa un tercero en discordia, ocurrió algo mejor. Estaba yo almorzando en Fornos cuando oí decir: �ahí va Bonafoux�; con el bocado en la boca salí detrás de él, lo alcancé en la Puerta del Sol, le salté un ojo de un palo y como él no tenía la menor gana de volver por otro, salió de estampía en un ríper.

     Yo celebro este simbolismo en el palo porque gracias a él no estoy en presidio... Pero, aunque sea simbólicamente, estoy todo apabullado.

     A un señor que me ofrece venir a pegarme, le suplico hoy, en carta finísima, que me diga con anticipación cuándo viene, para... marcharme el día antes a otra población de Europa. Porque no quiero morir de coz de borrico, ni de estocada de pícaro. Que maten -como ha dicho Fray Gerundio -a quien puedan, o a quien se deje.

     -Tiene usted razón, observará alguno de los lectores; pero a morir despampanado se expone usted por decir la verdad. Aparte de que la verdad implica mortificación para aquél a quien se dice, y a usted no le gustará mortificar al próximo. [VIII]

     -Sí, señor, me gusta muchísimo. Es para mí un género de sport. Soy, pues, el sportsman de la mortificación.

***

     No suelo ver, por falta de tiempo, y por sobra de aburrimiento, la prensa española y americana. Obligado a leer diariamente una veintena de periódicos parisienses, donde todo el campo no es orégano literario, claro que estoy harto de leer periódicos, y que no puedo ni quiero dedicarme a otros, máxime si son inferiores a los de París. Pero amigos míos que no están en igual caso pueden leer y leen las cosas de España e islas adyacentes y me hacen el flaco servicio de contármelas, singularmente si me atacan.

     En este pueblo, donde hay tanto bueno de que hablar, me detiene a lo mejor un citoyen de los que están �retirados a París�, como se dice en el idioma de la factoría, aunque debería decirse, con más propiedad, que están retirados de todas partes, y me dice con la mayor reserva:

     -Tengo que dar a usted una noticia.

     -�La caída de Clemenceau? �Algo de la Triplíce?

     -No, de eso no estoy enterado. Lo que tenía que decir a usted es que D. Ciriaco, que [IX] habrá usted oído nombrar, �porque está en muy buena posición�, publicó contra usted un comunicado.

     -�Hombre! Y... �por qué?...

     -Porque dijo usted �no se qué cosa� de la academia francesa.

     -Pero ese señor, que comunica, �pertenece a la Academia Francesa?

     -Él vive en Arecibo, �en muy buena posición�.

     -Pues dele usted expresiones, que yo estoy de prisa.

     A los pocos días, otro citoyen.

     -�Bonafoux! �Bonafoux!... Oiga usted... tengo que darle una noticia...

     -�Del viaje de Zola a Londres para presidir el congreso de periodistas? �Algo relativo acaso al monumento en honor de Tourguéneff?

     -�No juegue, compae! �Bien dicen allá que se hace usted el extranjero! Lo que tengo yo que decir a usted es que D. Ruperto ha publicado un comunicado terrible contra usted.

     -�Qué me cuenta usted! �Y quién es don Ruperto? �Y qué le he hecho yo a D. Ruperto?

     -Que dijo usted que D. Ciriaco está a la muerte.

     -Pues yo no inventé esa muerte. A mí me dieron la noticia, como acaban de darme la de [X] la gravedad de Carnot, y la transmití cumpliendo con mi deber de corresponsal de periódico. Maldito el interés que tengo en que muera D. Ciriaco. Por mí, que viva mil años... (Así penará más). �Por lo demás�, todos los hombres, por muy Ciriacos que sean, se enferman y mueren...

     -Pero es que D. Ruperto le pone a usted como un trapo. Dice que está usted aquí �de bohemio�.

     -Y él está allí de burro; y en paz.

***

     �Ay, D. Nicolás amigo! Ya sabe usted que el peor de los males es tratar con... Ciriacos y Rupertos, y la mayor parte de mis libros han tratado de eso. �Qué equivocación la mía!... �Que tontería!...

     En fin, para no cansar más, ahí va este tomo, en el que figuran poquísimos Rupertos y Ciriacos. �A que no sabe usted, D. Nicolás, cuándo imaginé la dicha de dedicarlo a usted?

     La noche del motín estudiantil del Barrio latino. Encontré a usted en el boulevard, me encontró usted a mí, y sin darnos cuenta empezamos a recorrer calles y plazas. �Nos amotinábamos nosotros sin saberlo? �Respondía aquella carrera loca al motín que tiene cada [XI] cual en su armario?... No lo sé. Lo que si sé es que aquella noche me olía usted fuertemente a pólvora.

     Le saludo. Le abrazo además.

LUIS BONAFOUX.           

     París, septiembre 1893.



     NOTA. -Rebaje usted de este libro, en cuanto a dedicatoria, el opúsculo Yo y el plagiario Clarín, que pertenece, todo entero a Clarín. Reproduzco aquí el folleto, no sólo porque se agotó completamente la edición, hace años, sino también porque vienen a avisarme de la imprenta, cuando estoy con el pie en el estribo del tren, que faltan algunas páginas que llenar; y como no es cosa de ponerme a escribirlas, puesto, que me voy mañana, ni de pedir a Madrid un cajón de artículos, que guardo como en conserva, prefiero reproducir el folleto (con lo cual doy otro disgusto a Clarín) y colocar ocho artículos de viejo, es decir, publicados en otros libros míos.

     �Qué hacer, D. Nicolás! No se puede repicar campanas y andar en procesiones, y lo peor es que exige el milagro esta vida dura...

B.                  

[1]

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Hojas secas

     Van apagándose los ecos de las playas, de las montañas, de las estaciones balnearias, de las casas rústicas en donde durmieron la siesta veraniega, entre ruido de hojas y rumor de pájaros, tantas parisienses hermosas y elegantes.

     El otoño empieza ingratamente para los artistas y literatos. En pos de Renan y Wilder, Crémieux y Tennyson.

     Varios amigos de Héctor Crémieux dicen que el escritor estaba enfermo de tristeza desde que murió su esposa; y otros amigos afirman que la separación de su hija, que lo dejó para casarse, fue la determinante del suicidio.

     Lo cierto es que �el espiritual colaborador de Offembach�, autor de Geneviève de Brabant, Jolle Parfumeuse, etc., se sentó en un sillón y disparose, él sabría por qué, tres tiros de revólver. No dijo nada, ni escribió nada con motivo de su suicidio. [2] Ha muerto sin dar explicaciones, a pesar de lo cual no faltará quien las dé por él, después de tener una interview con el cadáver.� �Se mataría -pregunta un periódico- por haber perdido fuertes sumas de dinero en la catástrofe de Dépols el Comptes conrants?� Lo ignoro, aunque Bartrina ha dicho que el que pierde a su padre llora afligido, y el que pierde dinero se pega un tiro.

     ��Se mataría -pregunta otro periódico -porque le molestaran las pequeñas miserias de la vida? �Pudo tal vez la melancolía tornarse en desesperación? �Obedeció a un rapto de locura? �A un dolor físico?�

     �No lo sé! �El muerto no me ha dicho nada todavía!

     Antes de suicidarse el Sr. Crémieux pidió y bebió un vaso de agua azucarada. Eso fue todo lo que hizo: �apurar un poco de azúcar para endulzar la muerte! Se sentó luego, para estar cómodo (supongo yo), montó su revólver, y �pin! �pan! �pun! se dio tres tiros a falta de uno, seguros y a la cabeza, sin avisar a nadie y sin dejar papeles escritos, demostrando al morir, como verdadero artista, un desprecio inmenso por la notoriedad.

***

     �Mirad: en medio del bosque, sobre la rama, la plegada hoja brota del botón a los halagos de acariciadora brisa, tórnase, sin requerir cuidados, larga y verde, bañada por el sol del medio día, nutrida [3] por el rocío al amoroso alumbrar de la luna; más tarde, amarillenta y abatida, baja flotando a través del aire... Mirad: endulzada por la lumbre del verano la jugosa manzana, harto madura, desgájase en la noche silenciosa del Otoño; y la flor que abrió sus pétalos se marchita y muere sin trabajo alguno, sólidamente arraigada al suelo fértil. �Cuán dulce mientras nos orea una brisa tibia, apoyados en lecho de amaranto, con los párpados medio cerrados, bajo la sagrada bóveda de un cielo mate; �cuán dulce el seguir a lo largo el brillante río que se arrastra perezosamente cuando baja de las colinas teñidas de púrpura; oír repercutir el eco, de caverna en caverna, a través de las espesas viñas en entrelazadas, y rodar las aguas por entre trenzadas guirnaldas del divino acanto; �oír y ver solamente un vago centelleo en la lejanía, no escuchar más que suaves rumores, dormitar en paz bajo los pinos!...�

     �Duerma en paz el dulce poeta bajo los húmedos pinares de su tierra nebulosa, y pueda en buen hora, libre ya del carácter oficial que le arrancó las odas a la muerte de Wellington y al matrimonio del príncipe de Gales, oír a gusto el ruido de las hojas secas al caer sobre el campo donde reposarán los despojos de su cuerpo!

     Taine juzga con una frase el corazón del poeta:

     -�Podíase, en seguida de leer sus versos, oír la reposada voz del patriarca de la familia, que reza la oración de la tarde ante los suyos arrodillados.�

     Como John Veast, y al revés de los más de [4] nuestros vates, Tennyson era un poeta que olía muy bien, a flor del campo.

     �Víctor Wilder, Crémieux, Renán... y Tennyson, el gran poeta!... Otoño ingrato. Ha tejido guirnaldas fúnebres sobre las casas de los escritores que se ausentaron en busca de reposo y que fueron sorprendidos por un airazo de invierno anticipado que les arrancó su corona de hojas secas... Los hombres tristes, como los pueblos tristes, pasan pronto y sin provecho propio.

     París varía. Su cielo va tomando el color gris, sucio, de panza de asno; lluvias monótonas y torrenciales caen incesantemente sobre la amarillenta hojarasca que amontonó el aire; y los árboles, temblando de húmedos, se ponen en cueros con poquísima vergüenza. En la avenida de los Campos Elíseos forma el contraste un castaño, que ha florecido nuevamente en un cementerio de árboles.

     Pero París no se inmuta ante la muerte de la Naturaleza. La ciudad toda es un estallido de aplausos y carcajadas; una orgiástica alegría de vivir.

     En esta estación, más que en ninguna otra, cuando caen las hojas secas y los artistas marchitos, París es un encanto.

     Y, sin poderlo remediar, pienso en la aldea. Sus casas son pequeñas y se desparraman al azar; sus bosques son extensos y sombríos; y del uno al otro confín de la comarca, por el monte y la llanura, corre rastreando la hermosa ráfaga del aislamiento y el olvido... �Sin poderlo remediar, pienso en la aldea! [5]

     Ella sufre las impertinencias del veraneo, y, al igual de la hormiga de la fábula, guarda las economías que hizo trabajando y sufriendo en el buen tiempo.

     Ahora, cuando el aire del Norte hiela la hoja del árbol y extiende sobre la tierra el ancho sudario del invierno; cuando los pobres, acurrucados en marmóreo banco de plazuela, contemplan con envidia la caída de la hoja y la caída de la nieve, con buenas ganas de desaparecer envueltos en ellas, la aldea se divierte y canta.

     Sus vecinos hacen de día, entre sorbo y trago de lo tinto, la labor del campo, y al ensombrecerse la tarde por el trabajo, animados por el frío, tranquilos de espíritu, sin pasiones ni concupiscencias se restituyen al hogar, y al amor de la lumbre, cenan con apetito �cualquier cosa�, que les sabe a gloria, durmiéndose en seguida y sin asomos de que se les enturbie el sueño, porque no tienen noticia de los trenes, ni de las diligencias, ni del telégrafo, ni del correo; porque pensó en ellos Campoamor cuando dijo:

                             �Cuán feliz es el que oye eternamente
El mismo ruido de la misma fuente!... [7]


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Corzuelo incapaz...

     La declaración de incapaz que lanzó sobre sí mismo el Sr. D. Andrés Corzuelo fue una corazonada sumamente importante. Dicho estimable señor ha declarado, con ingenuidad que envidiaría Mariscal, que �él no tiene capacidad para decir todo lo que se le ocurre�. Es inmensa la declaración. Aprendan del Sr. Corzuelo una porción de periodistas tan incapaces como él dice que es, aunque menos ingenuos.

     El acto de D. Andrés y su incapacidad merecen la más sincera felicitación. Porque si el Sr. Corzuelo tuviera capacidad para decir todo lo que se le ocurre, y si todo lo que se le ocurre es como lo que ha dicho en el artículo Declaración, sería cosa de emigrar...

     Para decir que Clarín es �una gran personalidad literaria�, que sus libros �viven y vivirán mientras haya literatura�, que esos mismos libros �se encuadernan y guardan en una biblioteca para [8] avalorarla�; que leyó la novela Su único hijo, y que, después de leerla �lo único que se le ocurrió� fue volver a leerla, y que después de leerla por tercera vez no se dio por vencido y �tampoco se le ocurrió dejarla de la mano�, y sigue con ella por ahí, dando lata...; para decir que él, D. Andrés, es �de los seres privilegiados porque encuentra en las novelas del Sr. Alas más atractivos que otros lectores�; que el Sr. Alas �es crítico en la cátedra, en la conversación, en las epístolas familiares�, por donde resultaría, si eso fuera cierto, un crítico insufrible a domicilio; que Emma Valcárcel es �un maravilloso ejemplar hecho por Dios con sujeción al modelo presentado por Clarín�, de lo cual se deduce que Clarín es el arquitecto del verbo divino, y que Balzac �prestó su maravilloso pincel al Sr. Alas�, y que éste es superior a Galdós, a Pereda, a Larra, y �un escritor sin límites�, el más eximio de Lisboa y del ayuntamiento de Oviedo; para decir eso, y ganarse la buena voluntad del Sr. Alas, y algún bombito �de paso�, �necesitaba el Sr. Corzuelo llamarme víbora?... �La parecería bien a ese señor que yo le llamara, por ejemplo, rinoceronte literario? �o se figura que, por el hecho de gastar frac en las solemnes recepciones del teatro Martín, puede atropellar a los que no tenernos smockning?... Yo creo que el Sr. Corzuelo comprenderá, aunque incapaz, que se ha excedido a sí mismo, a no ser que se propusiera hacerme decir pestes del libraco Su único hijo, pestes que no quiero decir, porque no he venido al mundo con la misión de apalear diariamente a [9] Clarín. Sobre que sería vulgar, cursi, y además molesto para el público, que yo me ocupara uno y otro día en tirar chinitas a D. Fulano, llámese Clarín o Juan Lanas. El periodista no escribe o no debe escribir exclusivamente para sus pasiones y resentimientos... Escribe o debe escribir para el público, y al público madrileño le apesta ya la polémica literaria que sostuvieron hace años el Sr. de Clarín y el Sr. de Aramis. Hay que tener mundo, salir de Covadonga y demás cuevas o sótanos porteriles, viajar mucho, y enterarse... de que nequid nimis.

     Yo he dicho ya, a propósito del Sr. Alas, todo lo que tenía que decir. No me parece ahora tan mal escritor como me pareció antaño, por la sencilla razón de que me parece peor, y no sé cómo Lasanta, que tiene buen gusto literario y hace como editor verdaderas maravillas, edita las cosas de Clarín... a no ser que Clarín se las regale y le dé además dinero; pero esto no es probable, porque, según me contó Malagarriga (que no me dejará mentir aunque está en Buenos Aires), Clarín �es muy capaz de matarse con Dios por una peseta�. Sea de ello lo que fuere, no participo de la opinión de los que afirman que el Sr. Alas no puede hacer cosa de provecho. Es muy joven todavía. Dicen sus biógrafos que cifra con los cuarenta; -y algunos genios se han destapado más tarde. Tal vez se destape el Sr. Alas si se ocupa en la Muñeira, según avisa en su último �Palique�; porque yo he creído siempre que el Sr. Alas es un soplagaitas literario.

     Por lo demás, los elogios que el Sr. Corzuelo [10] dispensa, en estilo cursi y ramplón, a su adorado tormento literario, están en su puesto, porque... ya lo dice él: �sirva mi opinión de acicate a los compradores�.

     Por mí... que se acicaten. Pero �hacía falta, para acicatarlos, emprenderla conmigo, que no la he emprendido con usted, ni con el Sr. Alas, ni tampoco con Su único hijo nuestro señor, que fue concebido por obra y gracia de Minghetti, y nació de santa Emma Valcárcel, y padeció bajo el poder de Poncio Corzuelo?...

     Sea usted capaz de ponerse en razón. Deje al Sr. Alas esos tiquis miquis, que -no crea usted- me divierten. Figúrese usted que llegué de América, y que tan pronto como salté a tierra tropecé con un vendedor del Madrid Cómico, y que compré un número (porque soy capaz del mayor sacrificio por mi buen amigo Sinesio), y que oí a Clarín preguntando a sus lectores: -�Qué ha sido de Bonafoux? Poco faltó para que yo le telegrafiara: -Aquí estoy, compadre... Acabo de desembarcar... �Deje usted que descanse un poco!...

     La pregunta resultaba oportuna, y... me hizo gracia. Pero el Sr. Corzuelo no es gracioso (crea a un servidor), ni siquiera oportuno.

     En fin, yo diría muchas cosas al Sr. Corzuelo. Pero sería crueldad de víbora. Porque �qué va usted a decir a un señor que tiene la nobleza de declararse incapaz?...

     Menos mal, después de todo, el Sr. Corzuelo, amigo y admirador consecuente del Sr. Alas... Lo [11] peor son otros caballeros que, después de ser vapuleados y escarnecidos por él, le dedican sendos elogios, pidiéndole compasión por amor de Dios, y haciendo con respecto a dicho señor el oficio del animalito que figura en la caricatura de Muriedas. [13]



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La última jaqueca

     Es triste...; se anuncia un acontecimiento que me hace prorrumpir en lágrimas y sollozos: la aparición de una novela de Pérez Galdós. Yo, que no deseo el menor de los daños a mi mayor enemigo, pido a Dios, hace ya tiempo, la muerte de Galdós �Qué pena tan grande! Pero el Sr. Pérez Galdós tiene el deber de morirse en seguida, aunque sea suicidándose con una limonada purgante de ácido fénico, para que vivan a gusto los Episodios Nacionales, Doña Perfecta, Gloria y Marianela... quitando a ésta lo que haya que quitar.

     Literariamente, como novelista, Pérez Galdós es un asesinado por Zola. Las últimas novelas del insigne isleño, novelas que tienen todos los defectos y ninguna de las virtudes del maestro, son insoportables. Pero hay algo muy grave en esas obras: hipnotizado por Zola, víctima de la incurable dolencia que podría llamarse obsesión del genio, Pérez Galdós ha perdido la originalidad de su temperamento y es actualmente un sectario más del autor de los Rougon... [14]

     Hay algo más grave todavía... En esa inaguantable serie de tipos que hablan el mismo lenguaje rufianesco, Pérez Galdós incurre frecuentemente en plagios de los libros del genio; las descripciones están copiadas del natural... de Zola; los caracteres son de extranjis. La Leré, sin ir más lejos, que allá en su alcoba resulta hembra antes que santa, y a quien atormenta la morbidez de su hermoso seno, etcétera, etcétera es la Paulina, virgen, que se contempla mujer antes que mártir, y comprende, en La Alegría de vivir, que nació para ser fecundada...

     �Qué diferencia, sin embargo, en el modo de dibujar y sostener los caracteres! Zola, en La Alegría de vivir, es, como siempre, genio. Galdós, en Ángel Guerra, apenas se llama Pérez...

     Consuélese D. Benito: el curita de Los Pazos de Ulloa es, al revés, el protagonista de El Vientre de París, y así sucesivamente.

     Interrogado Zola acerca de los novelistas españoles, contestó que no los conocía. Conoce y admira, según dijo, a monsieur, Oller; pero Oller es catalán; y de los que van diariamente a esperar en la Rambla �el correo de España�, que es el de Castilla...

     No, no hay novelistas, si se exceptúa al Padre Coloma, cuyas Pequeñeces, con procedimientos naturalistas, pero sin plagios, es la mejor novela española.

     La Pardo... la señora Pardo Bazán tiene buenas dotes, pero no ha hecho, ni hará probablemente, una novela cumplida; Palacio Valdés, que es a mi juicio el más notable de los escritores jóvenes [15] todavía, con mucha ternura del corazón y con mucho humorismo del carácter, tiene en sus obras capítulos bellísimos, brillantes, a veces tiernos, con frecuencia chistosos; pero no es aún, a despecho de tan excepcionales condiciones, lo que tiene derecho y obligación de ser como novelista; Pereda, el amanerado Pereda, es, como novelista, insoportable; Alarcón ha muerto, y no haya miedo de que resucite, a pesar de El sombrero de tres picos, que es una joya, pero no una novela.

     A los demás novelistas les irán enterrando poco a poco; y a Galdós el primero, porque no muere de muerte natural, sino violentamente y a mano airada de Zola.

     Cumpliendo la postrera voluntad de un pensador ilustre, Salmerón echó en la fosa el último libro que había escrito aquel, amigo suyo. �Ésta -dijo -es la obra que estaba escribiendo...�

     Si yo tuviera la autoridad del Sr. Salmerón, y si el Sr. Pérez Galdós estuviera, como debía estar, en el depósito de cadáveres..., enterraría con él su anunciada novela, sin leerla, diciendo a los espectadores: -Esta es la última jaqueca que el Sr. Pérez Galdós pensaba dar a sus lectores... [17]



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Del arte de hacerse genio

     Como principio quieren las cosas, también el genio tiene que empezar de algún modo, y empieza generalmente en verso, sonoro y huero, ajustado a la poesía de forma, de puro artificio, no a la verdadera poesía que, según Musset, está en el alma como el ruiseñor en el ramaje... Tirada de versos en uno de los periódicos anodinos, y en seguida un bombo de una de las innumerables clases que se estilan.

     Por ejemplo (de puño y letra del genio):

     �El joven y ya distinguido poeta don Fulano, autor de la preciosa poesía que publicó ayer El Cencerro, ha tenido la inmensa desgracia de perder a su señora madre, doña Josefa, modelo de virtudes y fiel esposa de D. Juan Nepomuceno, del mismo apellido del poeta, a quien enviamos nuestro más sentido pésame.�

     Cuando el genio se nota crecido pone a pienso un crítico cualquiera, un crítico eunuco y convencido de que no puede crear nada. El genio no sabe andar [18] solo. Orador, novelista, dramaturgo, o lo que sea, necesita indispensablemente, a guisa de bastón, un crítico para los estrenos. Con él se levanta, con él se pasea y con él se acuesta... Frente a frente se acarician.

     -�Qué grandilocuente tu artículo de ayer, Rafael!

     -�No hay crítico como tú, Baltasar!

     -�Mucho te quiero, Rafael!

     -�Más yo a ti, querido Baltasar!

     Separados, el crítico dice del articulista que es un animal, y el articulista dice del crítico que es un imbécil.

     Con diligencia verdaderamente maternal, el genio prepara el canastillo de sus obras.

     En los días anteriores y posteriores al acto de dar a luz no descansa el crítico adjunto en la tarea de colocar sueltos en honor del genio. Se le hinchan los pies, se le revientan los sabañones, se vuelve tonto (es decir, más que es), porque el genio es una especie de buzón sin fondo que traga sin cesar sueltos y artículos. Baltasar hace más: coloca al azar y con astucia una porción de embustes.

     �Ese Rafael, �qué suerte tiene! Mil daretes anticipados le dieron ayer por su libro.�

     ��Qué suerte tiene Rafael! Moya, Suárez Figueroa y Mellado andan por ahí, locos, pidiéndole artículos.�

     ��No sabéis lo de anoche?... Que Rafael fue El Imparcial, y Gasset le rogó que escribiera algo, y Rafael contestó que sí, y Gasset dijo tocando el [19] timbre: -Que se detenga la confección del periódico. El Sr. Rafael va a escribir una cosa.�

     No satisfecho con la labor de su crítico, que viene a ser una dame de compagnie, el genio da a diestro y siniestro sablazos bibliográficos.

     �Sabe que X, por ejemplo, es de Extremadura? Pues le envía de regalo unos chorizos del cagalar (que así se llaman), con una carta suplicándole el panegírico correspondiente. Prepara al crítico de Covadonga como quien prepara un toro viejo para que no embista, pasándole las manos por el lomo, levantándole el rabo, besándole allí...

     Asedia a los directores de los periódicos.

     -�Cuándo va usted a decir algo de mi libro?... Baltasar hará el artículo sin firma, porque ya ha firmado cuatro, si no tiene usted tiempo...

     -�Que no se olvide usted de mi libro!... Está en el café; ve entrar a un redactor de tijera, macilento, arestinoso, con mataduras de puro flaco (como que ya no sabría llevarle a la boca un pedazo de carne) y le llama cariñosamente:

     -�Oye, crítico incivil! Bebe una copita con nosotros... �De qué la quieres?

     (El redactor no bebería; se comería un buey o un genio, pero pide modestamente un cognac... con media tostada).

     Ya sabes que he publicado una obra. Es una colección de mis mejores trabajos... Los hay serios, festivos, naturalistas, románticos, para todos los gustos. Pero oye, pide otra tostada. �Que no? Vamos, hombre, �si sabremos lo que es hambre! (Al [20] mozo: -Otra tostada para el caballero). Pues sí, he publicado una obra, y necesito que me la menees un poco...

     Otras veces no es un redactor de media tostada, sino un amigo independiente de carácter, un ogro literario.

     -Nada me has dicho de mi libro.

     -�Como que no lo he leído!

     -Te recomiendo este artículo (saca el volumen), que es de tu género. Tiene mucha gracia; verás...

     (Durante la lectura, el amigo se hace cosquillas en los sobacos y en la barriga, sin conseguir reírse.)

     Por encima de los puentes colgantes que tiende de uno a otro periódico, adulando a tal crítico que le inspira recelo, y subvencionando con media tostada a tal otro que se ha puesto en venta, el genio pasa un día, un mes, un año a gatas por las redacciones, con la nariz pegada a los faldones de los directores, y consigue al fin, a fuerza de bombos y vilipendios, sonar como genio... en provincias, porque en Madrid estamos en el secreto.

     Recuerdo todavía los disgustos que pasé en la Coruña por convencer a sus buenos vecinos de que no era genio un señor don Héctor que estuvo allí fletando barquitos para telegrafiar a Madrid que salían todos los botes de la bahía a recibirle como si fuera un Nelson. Mucha elocuencia me hicieron gastar aquellas regatas literarias, que tenían algo de sorprendentes.

     En Madrid -sépanlo los incautos provincianos- [21] no hay más que un genio, que vale por dos, como cada mujer chilena: Castelar, genio de la palabra (y también de la pluma), que vivirá como los Mirabeau, Burke, Pitt, etcétera; y más que ellos.

     Todo lo demás... miseria y compañía. [23]



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El entierro

     Después de copiosa lluvia, el sol iluminó de improviso la carrera mortuoria, y apareció, brillante de luz y de colores, la bajada a la fosa...

     Detrás del carro fúnebre, que iba entre flores, coronas y banderas, la carroza del rey; en pos de la carroza real, los carruajes de los ministros; en seguida, rodando, aceleradamente, innumerables coches de lujo con toda la grandeza de España; y, por último, un pueblo desidioso que encontraba en el muerto motivo para holgar...

     -Mira, un entierro de algún gordo -dijo un pobre diablo que corría con la lengua fuera.

     Me asomé al balcón de mi casa, que es, por su proximidad a San Isidro, la antesala del cementerio... Miré. El muerto iba bien, entre flores, coronas y banderas, seguido de todas las grandezas de España, iluminado por el sol...

     -�Qué séquito tan flamante! Ah, sí, ha muerto el más justo de los hombres, o el más insigne de los artistas, o el más grande de los sabios; tal vez el [24] más bravo y aguerrido de los soldados de la patria!...

     -Ha muerto -oí que decían -el general Dabán...

     Lo conducía la Guardia civil. [25]



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Neurosis de mentecatos

     Indudablemente es un infierno el mundo de las letras... La fiebre artística, para el que la sienta (como la siente doña Emilia Pardo, según nos cuenta en alguno de sus libros); las dificultades para crear algo que encaje en las corrientes del movimiento literario, �en este momento histórico�; las asperezas, nunca dominadas, del idioma en que se escribe; las envidias y rencores de los estimables compañeros... �Y luego la lucha para editar el libro, y las bofetadas con el librero que lo toma a ocho reales arroba!... Sí, es un infierno de tremendas injusticias y monstruosas infamias...

     Por serio y para defenderse de él, se habrá formado quizá esa sociedad de bombos mutuos que nos pone en ridículo ante las razas superiores. �Todos somos grandes!... �Todos eximios!... �Todos guapos!...

     Si el periódico no saliera de casa, menos mal. Lo peor es que pasa la frontera y ya se enteran en el extranjero de que �pululan� aquí los genios [26] desconocidos. De mí sé decir que, por la parte que pueda corresponderme en esta merienda de genios, me siento ruborizado.

     Lo cierto es que no se puede con �los chicos de la prensa� y que nos ponemos de bombos que no hay por donde cogernos.

     �...Mi querido amigo y compañero el egregio poeta D. Fulano...� (que ha escrito por junto cuatro necedades líricas).

     A lo que contesta el interesado:

     �...Mi ilustre amigo el eminente crítico D. Zutano, gloria de España y envidia del extranjero...�

     Hay quien se excede a sí mismo en el bombito, y hablando de su compadre le llama Shakespeare, o Hugo... cualquier cosa; -�y sea usted genio de veras para que lo confundan así!

     Otros caballeros de la sociedad hacen más que todo eso. Dicen con la mayor frescura que D. Fulano es superior a Balzac, o a Flaubert; o que ha entroncado con Zola, o que lo que escribe lo firmaría con honra el mismo Homero. Recuerdo haber leído que el siglo XIX tiene una trinidad en quien creer: Dios, un señor D. Héctor y Víctor Hugo!

     Es un consuelo. Porque si nosotros no decimos y creemos tales cosas... �quién sería capaz de imaginarlas?

     Un Menéndez Pelayo suena de Pascuas a Ramos un Eduardo Benot, se muere a pedazos en el olvido; un Palacio Valdés, que es uno de los pocos humoristas de España, recaba en el extranjero, por sus maravillosas semblanzas de poetas y oradores, [27] lo que no consiguió en su patria... Pero nosotros, �los chicos�, llamamos diariamente la atención de Madrid y provincias. En algunos pueblos están consternados. Dicen que esta cosecha de talentos es... el fin del mundo. Y se comprende; porque si yo digo de usted que es el Napoleón de la novela, y me contesta usted que soy el Livingstone de las frases inexploradas, se conmueve la aldea y se perturban nuestras familias respectivas.

     Entre los males innumerables que acarrean esas y otras hipérboles parecidas, no es el menor que todo, el mundo quiera �meterse� y �se meta� a emborronador de papeles públicos. Cualquier niño se dispara con un artículo en guirigay, esperando fundadamente que le llamen �correcto�, �clásico�, o le titulen �el moderno manco de Lepanto�.

     Otros imbéciles se dedican a oradores perpetuos...

     ...�El distrito, es claro, quiere hacerme diputado. Pero lo que yo he dicho ya, lo que yo digo ahora, lo que yo repetiré una y mil veces en todas las ocasiones, prósperas o adversas, de mi accidentada vida, es �señores!...�

     Y le suelta a usted, en plena cara, un surtidor de saliva. �Porque no es posible hablar tanta tontería sin escupir la lengua!

     Unos y otros se escuchan cuando hablan y también cuando escriben. Se aplauden ellos mismos; se ríen de sus chistes, y dedicados exclusivamente a ejercer de genios, acaban con sus familias, con sus amigos, con sus conocidos, con todo el mundo, en fin. Al divisarlos hay que correr, huir al monte, [28] refugiarse en el primer escondrijo que se encuentra, aunque sea una columna mingitoria.

     Los ditirambos de rigor no se paran en literaturas, y alcanzan también al físico de los genios.

     -Tu nariz es de crítico...

     -Tus ojos expresan cierta melancolía que se refleja en todo lo que escribes...

     Tu sonrisa es volteriana...

(�Ay!)

     Se imita en todo (menos en ser modesto), a los verdaderos genios. Sé de un ciudadano que toma por lo serio el parecido que, según le han dicho, tiene con el autor de Childe Harold, y cojea de lo lindo. Otro �se quiere parecer� a Daudet... en las melenas y en tamaño perro que lleva a todas partes. Madrid resulta una Corte de los milagros... literarios.

     Es cosa de risa. Pero estos genios a domicilio mueren prematuramente, �como genios!...

     Dedicados a esos juegos florales, comiendo cocido y fumando cigarrillos del estanco, esos genios que tienen el deber, según ellos, de vivir al desgaire, revientan a lo mejor. Una mielitis... Una anemia cerebral... Debilidad nerviosa... �Neurosis!

     Creen que están locos... y se equivocan. Están mentecatos. �Es la neurosis de la mentecatez!

     Si yo tuviera amigos y mimbres, publicaría una Correspondencia al revés para fundar la Sociedad de palos mutuos.

     �...Mi querido amigo D. Fulano de Tal, uno de nuestros primeros bárbaros en ripios...� [29]

     A lo que contestaría D. Fulano:

     �...Mi cariñoso amigo D. Luis Bonafoux, esa bestia salvaje de la prosa...�

     Y así sucesivamente.

     El lector inteligente quitaría de los palos lo que hubiera que quitar. Y el vulgo, la masa de lectores, no se llamaría a engaño, creyendo que todos somos genios.

     Creería probablemente que todos juntos no valemos un pito; y puede que no se equivocara... [31]



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No corre prisa...

     Por eso, porque no corre prisa, porque somos un pueblo de guitarristas y cantaores, no hay invento que pueda con nosotros.

�El telégrafo? Pone usted un telegrama ahora, once de la mañana, avisando a su familia, la cual está en Pradanos, que sale usted esta tarde 11: efectivamente sale usted y no choca con ningún tren, ni descarrila usted, ni nada, y llega a Pradanos mañana a las diez de la misma (salvo retraso).

     Dos horas después se presenta un señor peatón con un parte... Es el telegrama de usted, por el cual pagó una peseta, y otra peseta tendrá usted que dar al señor peatón, quien para justificar la demora, dirá tranquilamente: �Me figuraba yo que no corría prisa.�

     Tampoco hay prisa en los trenes del ferrocarril.

     -�Venta de Bañooos! �Ochenta y dos minutos de parada y fonda!...

     Es cómodo. Usted puede bajar del tren, visitar el [32] pueblo, afeitarse, bailar un tango con el ama del cura, y todavía le sobra tiempo.

     �Pero... �qué prisa tiene usted?�

     No, �no corre prisa�.

     Espera usted hoy una carta avisándole la muerte de toda su familia en Consuegra, culpa de los adobes y adoquines. Sabe usted que la carta salió ayer, que debe llegar hoy, pero no llega.� ��A qué tantas prisas!�

     �Lo mismo da hoy que mañana.�

     Y por eso sale usted de la Puerta del Sol en el tranvía de la calle de Fuencarral y llega a Chamberí mañana a las once de la misma. �Venta de Bañooos! �Cinco días de parada y fonda!

     Y el tranvía no puede ir con mayor velocidad. Lo primero, porque se estropea el ganado y... �nada más respetable que una mula! Lo segundo, porque el tranvía tiene que detenerse a cada paso para que suban tales o cuales personas, que le han hecho señas de que pare, y echan su parrafito antes de subir, y van a alcanzarlo sin prisas, con la tranquilidad del mundo, y ya con el pie en el estribo se despiden afectuosamente, dándose las manos y expresiones a casa.

     Además, el tranvía no puede atropellará los buenos vecinos que están en el arroyo, formando grupos pintorescos, con los brazos en jarras (por no estorbar al transeúnte), y con las colillas pegadas a los labios... Y luego, que no conviene viajar velozmente, porque se expone el viajero a un choque o cosa así, y en fin, que no hay prisas. [33]

     Aquí está contento todo el mundo con su suerte. Si se lo lleva a usted el Amarguillo, �no hay que apresurarse�: si llega usted a su casa con nueve horas de retraso (y sin fonda), ��qué más da?;� si se encuentra usted detenido de buenas a primeras en Las Matas y no tiene que llevarse a la boca, pues se embute usted un pedazo del chorizo de un viajero que lo divide en cachitos con una navaja de cortar callos, o sale usted de caza, �porque hay tiempo�, y vuelve al apeadero con un gato muerto, y si no hay cama donde echarse, se lía usted en la manta sobre un banco de pintado pino... ��y andando!� En habiendo alegría, aunque no haya pan.

     Y quédense para mañana los negocios de hoy, y vengan atropellos y lluevan calamidades, en la seguridad de que nadie protestará, �porque somos sufridos, pero mu sufridos�; y nuestro ejército no es como el inglés que necesita comer y beber bien. Nosotros, con el general No importa, con unas judiítas y en alpargatas y con trajes de percal, peleamos un mes seguido�.

     Un pueblo así, sin prisas (en el siglo de los yankees), dejando para mañana lo que puede y debe hacer hoy, merece un diluvio sin arca de Noé (para que no queden animales de ninguna especie), un diluvio que lo arrase todo, absolutamente todo, y que transforme la comarca en inmenso lago sobre el cual floten guitarras y panderetas... [35]



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Literaturitis crónica

     Vivimos de milagro. Como todos, cual más, cual menos, estamos locos de remate, o camino de Leganés, no hay que asombrarse de que abunden los médicos que, olvidando la seriedad del sacerdocio, se dedican a dramaturgos en copias, o en prosa vil, o lo que es peor, a periodistas al día.

     Esto es muy grave, porque no se puede tener confianza en un doctor que mientras examina la lengua de usted ajusta una redondilla para el Madrid Cómico, fragua un drama para la Princesa, o habla a usted del arrepentimiento y la desesperación de Espronceda...

     Yo me explico por eso la mortalidad de Madrid, y me extraña que todavía quede un vecino para contarlo. Médicos perfumados que gastan cestitas de raso azul para pesar criaturas, y dirigen coplas al firmamento azul... �El enfermo muere irremisiblemente! [36]

     De esto y de otras cosas tiene la culpa Zola. Yo creo que el autor de los Rougon es en la literatura del siglo una especie de Jesucristo, y que para reverenciarlo como se merece debemos levantar en honor suyo templos, capillas ardientes, en donde nos prosternemos humildemente todos los días, invocando las bondades de su corazón, grande y triste. Pero creo también que no debemos ni podemos imitarle. Zola es... Zola y no va más.

     Siendo, como es, un hipnotizador, porque su genio deslumbra y ciega, ha hecho sin querer muchísimo daño en España; y si puede asegurarse que es rara la novela española que no contiene una reminiscencia o un calco, cuando no un plagio, de alguna obra del gran maestro de todos puede asegurarse también que no hay novela española sin su correspondiente curso de medicina... Todo porque Zola estudia en los Rougon las enfermedades de una familia.

     Puesto que los novelistas no pueden hacer obras sin emplear en ellas términos terapéuticos, o como se llamen, los médicos, no queriendo ser menos, se dedican a recetar en prosa poética.

     En lo más grave de una operación quirúrgica, cuando le han abierto a usted en canal, el cirujano interrumpe la operación y declama ante ustedes, estupefactos, una oda al Manzanares. -�Debe de ser espantoso el sufrimiento de un hombre a quien se acaba de hacer, por ejemplo, el lavado de las tripas, y se le obliga a oír versos de un cirujano!

     La medicina, desde del tiempo de Hipócrates (si [37] Hipócrates no es una broma de mal género), no inspira confianza al enfermo.

     Con solo leer que cada uno de los medicamentos sirve para cincuenta cosas y casos, le tiemblan las carnes al más despreocupado. Se mete usted en cama porque experimenta tales o cuales síntomas, precursores de la viruela, pero abre usted por distraerse un tratado de embarazos, y se convence usted de que está en estado interesante. Resulta que todas las enfermedades se parecen, y que, exceptuando alguna que otra, los médicos aciertan por casualidad. Es algo así como un pleno en la ruleta de la vida.

     Y si tenía fundamento la desconfianza del enfermo cuando los médicos no se metían en dibujos -porque Hipócrates era muy serio, según me han dicho- claro está que esa desconfianza está más justificada ahora que los Galenos son conferencistas, poetas, dramaturgos, novelistas, etcétera, etcétera. Así andan, y yo he visto en África a un doctor que ejerció de dramaturgo en Madrid, haciendo pitillos turcos para ganarse el pan de cada día.

     Más, mucho más que a la peste teme el público a los comunicados de los facultativos. Es un horror de comunicantes. Por fortuna, el cólera se ha ido de aquí, con los comunicados respectivos, y ya no oímos hablar de bacilus vírgulas y demás historias que nos volvían locos.

     La literatura médicofarmacéutica, que hizo ministro a Fabié, ha llegado ya a provincias. �Que D. Fulano, cirujano o albéitar del pueblo, destroza un cliente? Pues no se contenta con eso, sino que [38] publica un folleto para referirnos la historia clínica y las alternativas del operado.

     Día primero. -Verificada la operación cesárea, continúa el enfermo como si tal cosa. Se le pone una inyección, y se le dan dos tazas de caldo, porque no quiso una.

     Día segundo. -Se presenta, como es natural, la fiebre; pero no es cosa de cuidado (para el operador). Otras dos tazas de caldo y a sudar.

     Día tercero. -�Admirable! �Prodigioso! El enfermo ha cantado una petenera y oído las primeras estrofas de mi canto a Meolasa...

     Día cuarto. -Muerte. No se explica (�no se ha de explicar después de oír el canto a Nicolasa!) La casa estaba bien desinfectada. Se ha cumplido estrictamente el procedimiento indicado por Trelat. No se explica cómo ha sido, pero el enfermo ha muerto.

     Y para contarnos eso... �un folleto!

     Es horrible. Además, esos señores deberían comprender que no estamos en el caso de entender lo que escriben. Quieren, según dicen, divulgar la ciencia... ajena, siendo así que casi todo lo que nos cuentan está tomado o timado de obras extranjeras, como está tornado de la Neurosis escrita por Leven un bonito artículo que acabo de leer... Por lo general, no se entiende lo que dicen. Recuerdo, a propósito de esto, que un médico definía la linfa Koch, diciendo que era:

     �Una solución en glicerina de una ptomaína o alcaloide orgánica agregado por el bacilo de la tuberculosis en un caldo de cultura.� [39]

     Las ptomaínas eran o son más sencillas todavía. Las ptomaínas:

     �Tienen la propiedad de hacer los campos de cultura, en que están impropios para la vida de las bacterias.�

     No podía estar más claro. Pero yo, lo digo sinceramente, no entendí jota de la explicación. Y tampoco entendí que hubiera un enfermo capaz de permitir que le inyectasen una definición así, de ptomaína con tuberculosis, en una taza de caldo de campos cultivados con bacterias impropias.

     �Ese sí que era caldo gordo! [41]



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Very volado

     Monsieur Very, dueño del restaurant de su nombre, acaba de ser volado en París.

     La explosión de la bomba repercute en el viejo continente, ruinoso por el tiempo, podrido por el egoísmo, amenazando derrumbarse por sí sólo en forma de cascotes espontáneos...

     Cinco heridos graves; algunas señoras contusas; Very, moribundo, con las piernas rotas; su mujer, como la Carlota de Maximiliano, convulsa y loca; gritos de hombres, ayes de niños; el restaurant convertido en escombro sobre el que aletea tristemente el ave negra de la Anarquía...; y Lhérot, el descubridor de Ravachol, proscripto de la vida, caminante al azar con paso tardo de res herida, llevando en su juvenil cabeza la cruel nevada de las injusticias sociales, huirá a través de París perseguido por la sombra de Ravachol. �Ah! Si Lachaud pudo llamar a Troppmann �genio del crimen�, y pedir que el vulgo se inclinara ante la obra siniestra de aquel asesino, puede asimismo graduarse de genios de la destrucción a esos [42] hombres ignorados y obscuros, verdaderos mineros de la revolución, para los cuales diríase que fue hecha la volteriana frase con que fustigó un pensador la trágica iniciativa de Marat,: -�Grande es el reino de Nada; reinemos en ella!...

***

     París tiembla de miedo; tiembla por su vida, por sus hermosas habitaciones, por la belleza de sus monumentos, por el sibaritismo de sus placeres de insaciable Mesalina. No tiembla ciertamente por Very moribundo.

     Y, sin embargo, París ha volado a Very. No han sido, no, los anarquistas, ni los compinches de Ravachol. Es una víctima de la indiferencia y el egoísmo...

     El buen Very, conduciéndose como un yankee, como un ciudadano del porvenir, linchó moralmente a Ravachol. Gracias a Very librose París de la diabólica acción de aquel energúmeno de la anarquía, engendro híbrido con corazón de fiera y labios pintarrajeados de mujer liviana. En los Estados Unidos se habría premiado inmediatamente la salvadora iniciativa de aquel vecino digno; en todo caso no se le habría expuesto a la venganza de los perseguidos.

     Pero Paris es la capital del egoísmo europeo. Very fue visitado por curiosidad como si fuera el mono con plumas en el rabo, que llama actualmente la atención en el Museo Británico. Después... nada; un [43] Very más, un tonto, un intruso, un entrometido que se había tomado el trabajo de salvar a una sociedad que se ríe de todo...

***

     Hay algo más horrible; Very, abandonado y medroso, va de puerta en puerta, como el Valjean de Víctor Hugo, pidiendo hospitalidad.

     Quiere vender el restaurant y no puede; quiere traspasarlo, y tampoco puede; quiere, en fin, alejarse de allí, expatriarse de París, abandonar cuanto ama y admira, pero el gobierno no puede atenderlo con la premura que requiere el caso; hay que formar expediente, como en España, y tramitar el miedo justificado de aquel hombre. Los caseros, al verle, cierran las puertas de sus casas. Se evita su compañía por peligrosa; se le deja en el arroyo y a merced de las bombas anarquistas. Es un réprobo que inspira más desconfianza que Ravachol... Porque Ravachol tiene el valor del siniestro, y Very es un Orozco de la burguesía. -�Ecce Homo!...

     Y el pobre Nazareno, cargado con la cruz del odio anarquista, haciendo el paso del Calvario en la moderna Roma, -que espera entre risas y bromas la llegada de los bárbaros del Norte- sin hogar, sin restaurant, sin gobierno que lo proteja, -viendo que se le niega el agua y el fuego, cae al fin, perseguido por la sombra de Ravachol, destrozado por la metralla, para purgar el crimen de haber dado una [44] prueba de valor moral en una sociedad cobardemente egoísta.

     Con arreglo al sentido jurídico hay derecho para perseguir al autor del atentado contra Very. Con arreglo a la conciencia racional no hay un solo parisiense que tenga derecho a castigar al criminal. Very, puede decir: -Todos en mí pusisteis vuestras manos. [45]



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El escombro

                                                               �Siempre él!
Se guillotinó a Ravachol...
          �Él no se movió!
Descubriose a los autores del atentado...
          �El no se movió!
Se pintarrajeó la fachada del edificio...
          �Él no se movió!
Está ahí por toda la eternidad...
          �Él no se moverá!...
                    (La Liberté.)


I

     Sin embargo, se mueve. De diariamente los cien pasos de ordenanza, para volver a darlos otro día con rigidez de autómata, siempre igual.

     -Ya estoy harto de contemplar el mismo horizonte... Ya no se justifica mi presencia en este sitio... �Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?

     -�Hasta... siempre! Harás guardia �hoy como ayer, mañana como hoy�, todos los años. Eres la sombra del miedo, del miedo que hace temblar de risa la joroba de Meunier. No importa que haya caído [46] Francis; falla el otro, el gordo, que tal vez se nos escape. Porque Francis es una persona -con familia, a mayor abundamiento de calamidades-, y Meunier no es una persona, es un rencor. No tiene familia, ni amigos, ni afectos; no tiene más que su joroba. �Y con una joroba sola se puede ir a todas partes!...

II

     Le he visto varias veces. La primera fue el 31 de mayo, pocas horas después de llegar yo a París. El restaurant me recordó el colmado de Morán, poco más o menos; sólo que la calle de Peligros no es, ciertamente, el boulevard Magenta. La catástrofe estaba fresca todavía. Para ver el fondo del escombro hacía falta mirar por entre las rendijas de las tablas que tapaban la entrada del restaurant, semejante a una boca desdentada. En medio de una negrura de pólvora quemada aparecían grietas inmensas, calvicies del techo, hierros rotos y retorcidos como por mano de un genio infernal y todo poderoso. Desde el banco que está frente al restaurant, a pocos pasos de la entrada, yo veía al guardia hablando mucho con la dueña de la joyería que está pared por medio; señora joven aún, muy pálida, con la palidez propia de quien no se ha repuesto de un gran susto; y veía también el escombro... el cual no hablaba nada y lo decía todo.

     Cuando quise recordar, había caído la tarde. La [47] señora estaba dentro del establecimiento con su cara de muerta pegada al cristal del escaparate, y el guardia, inmóvil en la acera, miraba fijamente un punto de la calle. Aquel punto deforme avanzaba poco a poco. No era precisamente un punto; más bien parecía una coma bailando la Carmañola. Primero aparecieron unas varitas negras, que eran lápices; en seguida unos brazos; después todo el cuerpo convulso de un hombrecillo raído y desmedrado, que llevaba colgante de los hombros una caja sujeta con correas. El hombrecillo, que se detenía a cada paso, temblando como un azogado, para secarse el sudor que lo brotaba a chorros, como si cargara con un fardo muy pesado -que no era sólo el de la vida, sino el de la vida herida por la ataxia locomotrix-, gruñó mejor que dijo: �tengo sed!... El guardia, inmóvil, seguía mirándole. En aquel momento apareció la señora pálida llevando en la mano un vaso de agua clara y hermosa...

III

     Muchas veces encontré en mi camino al hombrecillo de los lápices, saltimbanquis, según le llaman en el boulevard, y ni una sola dejé de recordar la impresión que me produjo aquel cuadro. No sé..., pero juraría haber visto que el escombro, agrandándose terriblemente, llenaba todo el boulevard de grietas inmensas, de hierros rotos y retorcidos en el infierno de la existencia; que aquel escombro reflejaba en todo París la silueta de unos lápices y [48] una caja colgando de un despojo vivo que daba saltos como un fantoche a quien le tiran de un cordelito, y que de aquel montón deforme surgía el grito �tengo sed! oído por mí la primera vez que contemplé la ruina del restaurant Very... [49]



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La perrera de Deibler

I

     La ejecución de la pena capital varía según las latitudes. En Persia es muy sencilla. El reo se arrodilla, los ayudantes del verdugo le atan las piernas, y el verdugo, que llega a paso de lobo, es decir, cautelosamente, agarra de la nariz al reo, le echa atrás la cabeza, como si fuera a hacerle la barba, y le abre la carótida con un corta plumas, tan afilado, que puede cortar un pelo en el aire.

     En Teheran hay treinta verdugos. Son amigos del soberano del país; le acompañan a comer; juegan con él partidas de billar; le dan a todas horas la conversación; casi, casi, no se separan de su majestad, que es la cabeza de aquellos brazos. Sin verdugos no habría soberano en Persia. Son, pues, unas personas decentes, dignas, respetables...

II

     En Bombay el verdugo es superior a su especie; [50] es un elefante amaestrado, persona decente también. El animalito caza con la trompa al reo de muerte, y empieza por darle unas pataditas, pero con mucho cuidado, para no estropearle antes de tiempo; luego le arranca los brazos; en seguida le hunde las costillas, y, cuando le avisan que ya es hora de rematarle, le pone las patas en el pecho, bailándose una jota, y le hace añicos.

     El elefante es una personalidad influyente en el gobierno de la India. No forma parte de la tertulia del gobernador, porque no habla. Pero merecía hablar...

III

     París no es Teheran, ni Bombay. Cuando el verdugo, señor Deibler, nos cuenta que es �un funcionario�, y que el acto de ejecutar a un hombre es �el despacho de un asunto�, nos revuelve atrozmente el espíritu. En vano ha pretendido el señor de París graduarse de alto empleado con derecho a vivir la vida tranquila de un buen burgués, al amor de la familia y de la lumbre del hogar. París protesta contra la vecindad de su señor. Y cuenta que su figura no es siniestra per sé. Su cara es plácida; su color es bueno: sus manos son pequeñas, finas, blancas, a lo Pi y Margall; su continente todo es respetuoso, respetable e inofensivo al parecer. Agua mansa.

     Pero no importa. Nadie quiere tener de vecino a un señor que ha �despachado el asunto� de ciento [51] y tantas cabezas, y que está dispuesto a seguir fríamente despachando. Sus manos, aunque blancas, ofenden y repugnan cuando estrechan amistosamente. El gobierno, sabedor de esa repugnancia del pueblo, ha resuelto dar a Deibler una habitación en las antiguas caballerizas de Napoleón III, y ya se dice que el verdugo podrá tener la guillotina y los ayudantes del suplicio en aquel local, tan espacioso, que pudieron en él correr caballos.

     En tan buena compañía, y en una cuadra de Napoleón III, podrá vivir dignamente el Sr. Deibler, aunque exclame alguna vez que otra, recordando a su colega de Bombay: -�Quién fuera elefante! [53]



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La patria agradecida

                                                                                                         ��Es posible que no entienda vuestra merced lo de hacer aguas menores y mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello.�
                       (D. Quijote, cap. 48.)


     Cada país tiene su especialidad. En Holanda se fabrica la mejor ginebra; en España el mejor patriotismo.

     Patriotismo cómodo que vive de la leyenda. Fuimos heroicos en Zaragoza con la señora Agustina, y en Bailén con Arturo de Welesley. Seguimos heroicos por tradición, porque nos queda el olor de la señora Agustina.

     Decimos: -�Cualquier día entraban en Madrid los cuatro hulanos que entraron en Nancy!...

     -Los cuatro, aquellos cuatro, precisamente, no parece fácil. �Ya habrán muerto!

     -Aquellos cuatro u otros. Les damos con la puerta de San Vicente en las narices.

     -Pero es que detrás de los cuatro hulanos estaba [54] Federico Carlos con cien mil guerreros y cien mil bombas.

     -No importa... Empezamos por comernos los cuatro hulanos; luego... luego veríamos: lo probable sería que nos comiéramos al príncipe Federico Carlos con sus cien mil soldados. Y aunque así no fuera... �Aquí no discurrimos ante el peligro! �Somos patriotas!

El patriotismo consiste en hacer una patria grande, inteligente, culta, digna y respetada... El patriotismo se demuestra dando espontáneamente el dinero ahorrado en el hogar para que los hulanos evacuen a Verdun... El patriotismo sabe honrar la memoria de los héroes... El patriotismo por excelencia se llama Inglaterra...

     Ved en Londres a Wéllington, a Nelson...; en Hayde Park a Byron -guerrero de las letras del siglo- saludado reverentemente... Ved a Napoleón en su Tumba de París, a Voltaire en su barriada... Columnas que se destacan orgullosas sobre las viviendas de los míseros mortales; lujo oriental; austero recogimiento de los espectadores, parecido al del alma creyente que eleva a Dios una plegaria sentida...

     Mirad los monumentos que tiene Madrid. Pero antes... tapaos las narices y andad en zancos. �Queréis ver de cerca a don Cristóbal? �Cuidado! No os aproximéis mucho... Hay allí, alrededor del monumento, toda una corona fecal.

     Espartero es... una columna mingitoria; las renombradas puertas de San Vicente y de Alcalá [55] parecen, por lo que tienen a sus alrededores, puertas abiertas de inmundos retretes...; el monumento erigido en el Prado a la memoria de los héroes del Dos de Mayo es un picadero de bacantes de a peseta..., Cervantes sigue ejerciendo en la plaza de las Cortes el oficio de alcahuete...; el monasterio del Escorial es una pared de obscenos letreros...

     -Pero, Sr. Bonafoux �esas atrocidades no deben escribirse!...

     -Pero, señores míos, peor que escribirlas, denunciándolas a la vergüenza, es hacerlas sin decoro uno y otro día al amparo de los guardias de orden público. Pues qué �señores! (discurso), �se es genio para vivir así, en forma de cantaor flamenco, con flecos y adornos caprichosos que huelen y no a ámbar? �No resulta ridículo que tropiecen ustedes, si quieren saludar respetuosamente a los reyes de la plaza de Oriente, con las innumerables cacas que bordan a diario aquellas pobres estatuas?...

     -�Qué porquería, señor Bonafoux!

     -�Qué hipocresía, �oh señores! (discurso) ver diariamente eso, olerlo, pisarlo, y repetir al otro día, sin protestar siquiera por patriotismo!...

     -Pero, Sr. Bonafoux, usted no escarmienta. Le han apedreado a usted, le han desterrado, le han dedicado pasquines. Convénzase usted de que no se le puede ver ni en pintura. �Tendrá usted que ir borrando pueblos del mapa!... Esa labor, por lo demás, es estéril. �Decir verdades! �qué tontería! Hay que vivir con todos... �Pretende usted acaso redimirnos del atraso, del [56] encanallamiento y de las cascarrias en que vivimos a gusto?

     -�Dios me libre! El mejor día tomo un barco, y... ahí queda eso: toda la farsa política y literaria, toda la farsa social de gentes que se saludan y se odian cordialmente... Entretanto, permitidme, �oh, señores! (nuevo discurso), tomar nota, como Stanley, de los perfumes que exhalan los bajos de los héroes.

     Veamos. No, olamos. Aquí huele; debe haber héroes por aquí; internémonos. París ha elevado suntuosos monumentos al vencedor de Jena -un carnicero con uniforme de emperador.- Madrid ha dedicado un recuerdo a Daóiz y Velarde, genios de la libertad, cuyo martirologio festejamos oyendo misas en el Prado...

     Nada descubro... �Oh, sí! ved los héroes; ved el monumento. �Qué risa! Algunos albañiles le lavan la cara para que su fealdad no espante a las gentes.

     En el centro de desaliñada plazuela se levanta un arco pequeño, rechoncho, de ladrillos en cueros, salpicado de lodo, injuriado por el tiempo. Colgado del arco, a manera de candil en cocina de pobre, se divisa una especie de escudo, tosco, deforme, de madera pintarrajeada de verde y amarillo, con una inscripción que dice �-A los héroes del Dos de Mayo, Daóiz y Velarde�. -�Qué contraste con el Panteón que ha hecho Francia, agradecida, a sus grandes hombres! -El escudo, o lo que sea, está rodeado de una guirnalda marchita que semeja peluca de cómico, y el arco cobijado de tejas, al igual de las casas, para que si llueve no se mojen ni se [57] constipen los héroes... Eso parece puerta de presidio, sarcasmo mudo de ladrillos. �Ay! confortadme!... No quiero ser héroe en esta heroica corte. Me levantarían un arco de cartón cobijado por un paraguas de a peseta que me preservara de la lluvia y de la nieve.

     Y Gravina y Churruca, �dónde están que no los veo? �Dónde Méndez Núñez? �Y el Heine español que se llamó Bécquer, y el Byron de Castilla que se llamó Larra?... �Se salvaron de la boñiga patriótica!

     Ahora, no hace aún diez minutos, he visto a un caballero, decente al parecer, orinándose en don Álvaro de Bazán.

     �Es el botafumeiro de la patria agradecida! [59]



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Cuadros americanos

     Le conocía, hace ya mucho tiempo, sin tratarle y sin haber leído su libro titulado Cuadros americanos. Manuel Llorente Vázquez no pertenece como persona al surtido ordinario. No es que trate de singularizarse; es sencillamente que, dentro de las hechuras vulgares de la humana especie, Llorente se destaca sin querer y sin pensar en ello. Con esto sólo ya tiene bastante para ser conocido, y ya tiene también bastante desgracia para pasear por el mundo...

     Pero lo peor para Llorente no es eso, sino que su exterior responde perfectamente a su interior; esto es, a lo que lleva en el espíritu, y de ahí que viva o tenga que vivir desentonando en la general sinfonía de imbéciles y esclavos...

     Si Llorente hubiera sabido curvarse y disimular su independencia de carácter, y si alardeando del patriotismo que demostró, como ningún otro diplomático español, en las importantes misiones que le fueron confiadas, hubiera acudido a la prensa en [60] solicitud de tal cual bombito al uso, tendría envidiable nombradía. Porque nadie, absolutamente nadie como él sostuvo la dignidad de la bandera de la legación en pueblos canibalescos donde el odio a España diríase que lo recoge el niño en el materno seno y que lo aspira el hombre en la viciada atmósfera.

     Hay más: cuando ocurrió el incidente del Virginius y el gobierno español apareció medroso y acongojado por las amenazas de Sycles, -porque en la república española no hubo Saint-Justs, ni Robespierres, y no fue otra cosa que la síntesis de la cobardía y de la envidia de un pueblo podrido,- Llorente hizo un Alentorandum y prestó al gobierno (exponiéndose a que se los robaran) las documentos originales que salvaron a la patria de la gran vergüenza que exigía el embajador de los yankees... Pero esto, �qué ha de saberse, ni tampoco estimarse, aquí donde sólo repercute el chismorreo oratorio de políticos vividores y los anuncios descocados de Barnums literarios? Para medrar �qué digo para medrar! para obtener justicia, es preciso ser un poco sin vergüenza; -y Llorente perdió la juventud de su vida peleando en América por el decoro propio y por el decoro de España... para que los enemigos de ésta le atacaran a mansalva en el corazón mismo de la patria bizarramente defendida.

     España perdió por ignorante sus colonias americanas -todo un imperio- y esa ignorancia supina en materia de Indias se ha hecho tradicional como el [61] cocido, La Correspondencia, las bellotas y los Pérez y Gómez. La inmensa mayoría del público cree que Cuba y Tabí-Tabí son... �la misma Habana�. Labra, que es cuco, suelta un �problema ultramarino! que aplasta al banco azul, y por eso goza fama de ser una especie de Arca de Noé flotando en el diluvio del indicado problema, que no es tal problema. Los diputados antillanos se dedican, con muy contadas excepciones, a hacer el oso, o los osos. Unos se van de juerga a cazar liebres; otros son hurones que no salen de sus casas, en donde pasan el tiempo contando cuentos de allá, con las zapatillas de flores bordadas a realce, y florecidas además, expuestas sobre la mesa de noche; otros se hallan ocupadísimos en la labor de encontrar hospedajes más baratos; otros... �Grandes burros parlamentarios! �por qué no estudiáis, para que no os sorprendan los Yltis y Virginius, en vez de fumar tanta breva y charlar tanta necedad en corrillos y cafés?

     Sí, debe ser triste, el volver a la patria que fue defendida en lejanas y peligrosas tierras, y hallar por toda recompensa... un gabinete del filibusterismo establecido en el ministerio de Estado.

     Sugiéreme estas y otras consideraciones, cuya exposición no sería pertinente, la lectura del libro Cuadros americanos, notable, notabilísimo libro, que es además, por los múltiples y variados asuntos de que trata, algo así como la casa museo de su autor, el cual ha reunido allí, distribuyéndolas con exquisito gusto de verdadero artista, curiosas reliquias y bellezas sin cuento, traídas unas y otras de [62] parajes tan remotos como Chimborazo y California, Japón y Suecia.

     Hay en esta obra extraño encanto que invade las páginas más prosaicas; y así cuando su autor esgrime la sátira como cuando narra episodios de viaje o historia ignorado período de la vida política que podríamos llamar lacústica... en América, experimenta el lector singular regocijo que no es para gustado una vez sola. A ratos olvida el Sr. Llorente que el público lo está viendo, o si lo recuerda no hace caso, y sintiéndose artista, nada más que artista, abre su espíritu a la contemplación de las maravillas que exhibe aquella naturaleza lindamente salvaje; -y a ratos también se oculta el Sr. Llorente, como si el espíritu le pidiera sombra y pudiera escaparse del libro por la misma escalerilla que allá en su casa le aísla del ruido en apartada celda...

     Precede a los Cuadros americanos un prólogo del Sr. D. Luis Vidart, en el cual demuestra este escritor absoluta ignorancia del medio hispano en que viven pasionalmente las repúblicas del Sur americano. Tal vez crea el Sr. Vidart que son exageradas las apreciaciones, perfectamente exactas, de un libro que debió titularse Guía de los españoles en América, y que merece ser leído y estudiado con detenimiento, en España. Así no ocurriría que D. Juan Valera, con ser quien es, escriba tamaños desatinos como los que escribió en sus Cartas americanas... �Los escribió �para que sirvieran de acicate a los compradores?� Entonces no he dicho nada, porque cada cartaginés es muy dueño de especular con su [63] mercancía. �Los escribió de buena fe el Sr. Valera? Pues sepa su eminencia que esas Cartas americanas son, a vuelta de algunos elogios merecidos, bombos de La Correspondencia a poetas ñáñigos y a prosistas macheteros... del idioma.

     Y es lástima que esos mismos prosistas y poetas digan luego en América: -�Qué pendejo el tal Valera!... [65]



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Al saco con él

     La nota periodística de la semana pertenece a La Correspondencia, que sale remozada, o ella al menos lo cree así, como vieja princesa que escribiera diciendo: �Mon pinson égaré... Ma petite Fleur de Nice... etcétera.

     Las Dos cartas..., a saber, la del excelentísimo señor marqués de Santa Ana y la del excelentísimo Sr. D. Andrés Mellado -que si no va para marqués merece ir- son divinas...

     El marqués empieza por participar a sus lectores que quiere consagrarse... �obispo? Es más modesto en sus aspiraciones. Quiere �consagrarse al desarrollo de planes que cree de inmensa utilidad para el servicio de Dios.� Hay que reconocer que ese Dios que lee La Correspondencia ha venido, literariamente, muy a menos, y que si se habla español en el cielo (cosa que dudo mucho), se propone el marqués que no lo entienda ni Dios.

     Pensando en Él, se dirige a D. Andrés Mellado y le dice en confianza: [66]

     �Ofrezco a usted, a usted (bis), tan hábil periodista y cuyos sentimientos son idénticos a los míos la dirección de La Correspondencia de España.�

Mellado=Marqués.

     Razones del marqués para designar a Mellado.

     �Porque, como yo, es usted amigo del catolicismo, de la monarquía y de la libertad; como yo, ha respetado usted siempre la intención del gobernante y la honra personal del ciudadano; como yo, ha mirado usted, sobre todo, por la felicidad de la patria y de sus semejantes...�

     �Los semejantes de esta patria que, según Cánovas, es una especie de socco!... El Sr. Mellado resulta escribiendo peor que el marqués.

     �Con reconocimiento profundo o íntima satisfacción acepto.�

     �No había de aceptar ese dulce!...

     �Siempre vivirá grabado en mi corazón.� (�Qué cursilería!)

     �Deploro que mis méritos no correspondan a la benevolencia amistosa con que usted los honra�.

     Deplora... no tiene méritos... y tal; pero... acepta el duce.

     Hay un motivo para aceptarlo:

     �Iguales son los sentimientos de usted y los míos en la veneración a la fe de nuestros padres...�

     �De cuáles padres, mi buen señor? �Y cree el Sr. Mellado que basta con venerar la fe de los papás para dirigir bien un periódico? [67]

     Otro motivo:

     �Iguales son los sentimientos de usted y los míos en el culto ferviente a las libertades, vida y alma (pero �qué cursi!) de los pueblos varoniles, y en el respeto amoroso a la institución que con los prestigios de la historia mejor los garantiza...� �A quiénes? �a nuestros padres, a los sentimientos de ustedes dos, o a quién?

     �Dios (�ay qué Dios!) dé a usted vida para verlo y a nosotros ayuda�.

     Bueno, que se la dé; para que no escriba cosas de este jaez:

     �Así las autoridades y las corporaciones como el artista, el letrado, el comité político, la junta benéfico, el mero particular...�

     �Qué mero particular es ese? �Será un nuevo mero, una especie de congrio, D. Andrés, o un particular convertido en mero?

     Tiene razón La Correspondencia en decir que presenta innovaciones.

     No es floja la que anuncia el Sr. Mellado:

     �El lector de La Correspondencia de España podrá tener cada mañana y cada noche noticia de todo cuanto importante digan al mismo tiempo los periódicas populares de Europa, y aun algunas veces adelantarlos�.

     Si que es morrocotuda la innovación de que un periódico que se publica en Madrid pueda adelantar, tomándolo de otros periódicos de Europa, lo que no hayan publicado cuando lo adelante La Correspondencia. [68]

     Pero más morrocotudo es que el Sr. Mellado, que ha escrito mucho y bueno en El Imparcial, y que tiene como periodista un talento envidiable, escriba en guirigay... por no haber desinfectado la casa.

     Pero el Sr. Mellado y el señor marqués pueden y deben consolarse. Otra persona acaba de decir, no como mero particular, sino como presidente de Congreso, mayores desatinos.

     El Sr. Pidal ha pronunciado un discurso horrible para celebrará D. Álvaro de Bazán.

     �Porque con ser tantos y tan grandes los héroes que esmaltan los anales patrios...�

     �De España, señora, casi circundada de mares, como nave anclada en el Pirineo�.

     �Cuya misión providencial fue salvar la civilización, hija de la cruz, de la barbarie y del fatalismo orientales, de la media luna�. Por donde la civilización es hija de un Sr. La Cruz (mero particular probablemente), y de la barbarie, y del fatalismo, y de la media luna, y... de las siete... musas. �Qué escándalo!

     �A V. M. toca ahora el honor de dar al aire y a la luz la figura imponente del guerrero�.

     El cual, aunque es de bronce, se conmovió al oír el discurso, que es un verdadero parto de los montes; y se conmovió más cuando oyó decir a un aficionado a las cosas de doña Emilia: -Diga usted, guardia, �le tocará algo este guerrero a la Pardo Bazán?

     �Qué tristeza tan grande invadirá �la figura imponente (que no levanta tres cuartas de la plaza de [69] la Villa) del guerrero� al oír en el aire los disparates de esos presidentes, periodistas y marqueses!...

     �Qué tristeza la suya al abrir los ojos a la luz y encontrar una patria tan atrasada, casi casi, como la que dejó, sin ninguna de las acendradas virtudes que la encumbraron merecidamente sobre los demás pueblos de Europa, y en la cual se exalta a la categoría de genio cualquier mamacallos con cuatro soldados y un cabo; -y ver luego la ruina que todo lo prostituye y el desaliento que todo lo mata; la farsa moderna extendiéndose como una lepra sobre el carácter de Castilla... toda la porquería que vemos y palpamos a diario sin morir de asco... �qué pena tan grande!

     Yo creo que de temblar de rabia aparece D. Álvaro, en la estatua, con las piernas un tanto torcidas; y, creo también que si pudiese hablar, como el Comendador de Zorrilla, pediría por Dios que lo metieran otra vez en el saco... [71]



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Cavia, �es Voltaire?

     Pues si Voltaire es el talento más vasto de la Humanidad, como dijo fundadamente Revilla, Cavia no puede ser Voltaire aunque lo diga el antropólogo Salillas y lo jure el antropófago fray Blanco. Por cierto que Salillas dijo también, con mucha gracia... antropológica, que Cavia es pálido y transparente como Voltaire. También yo soy pálido, aunque verdoso a días, como Sagasta y Anastay; y en cuanto a transparente... que se quiten donde esté yo los visillos y guipures.

     �Qué es Voltaire como literato? El autor de la Henriada y el autor de Candide, que es la más notable de todas las novelas satíricas que se han escrito, como que hirió de muerte, al herir a Rousseau, un mundo de filosofías.

     �Qué es Voltaire como pensador? Casi nada: el precursor de la revolución francesa...

     Pues si Cavia no ha escrito más que el libro Azotes y el Salpicón que tengo a la vista, y no ha [72] promovido más revolución que la Madrugada de algunos vecinos curiosos que se levantaron a las once de la mañana por gusto de contemplar las llamas del Museo de Pintura, �cómo ha de ser Voltaire, ni genio parecido, mi amigo Mariano de Cavia?

     Semejantes bombos-Audet, que quieren hacer de Cavia el escritor de la pluma lisa, estropean al que los tolera. Todavía estoy furioso, aunque no lo he dicho a nadie, porque sentí, al leer el disparatado paralelo, que unos herejes... de las letras entraban riendo y haciendo mofa en el sagrado templo que elevé desde muy niño a ese Dios del pensamiento humano, Souverain de la idea, que no perecerá en los Germinales de la vida, y que sin ternuras ni melancolías me ha hecho llorar mucho sobre las ruinas de cuanto creí y amé en la infancia...

     �Fino amigo mío! �por qué no demandó usted de calumnia al Sr. Salillas? �Por qué no pagó usted al fraile Blanco una celda en Leganés?

     Muchos de los elogios desmesurados y bufos que se dedican a Cavia los inspiró su muerte ficticia. �Qué de bombos a la prematura tumba!... �Qué de necrologías anticipadas cuando circuló el rumor de que estaba Cavia �con un pie en la sepultura!� ��Pobre chico!...� ��Tan aragonés, y ya tan desgraciado!� Se lloraba a lágrima viva, porque somos sensibles, y los más de los amigos del enfermo deseaban vivamente que muriera cuanto antes, por la vacante que dejaría en El Liberal, y luego... porque el chico prometía. Cuando lo vi resucitado, en [73] la Puerta del Sol, no pude menos de decirle con la sinceridad que me ha dejado sin un solo amigo: -Pero, hombre, �por qué no se ha muerto usted? Fue una decepción. Yo, en su caso, me hago el difunto;- �y crea Mariano de Cavia que si se hubiera muerto de veras, yo habría sido uno de los pocos en derramar una lágrima del corazón sobre su tumba inmerecida!...

     �Ojalá hubiera muerto entonces! Porque yo no tendría ahora que decirle francamente que prefiero el Cavia periodista al Cavia escritor; el Cavia que vive horas en el espíritu de los lectores de Madrid al Cavia que pretende vivir años en Salpicón. Los artículos de mi amigo son, más y mejor que artículos, vuelaplumas de El Liberal. Coleccionados esos artículos pierden su picor, como las ortigas encerradas en la casa.

     Se ha dicho que Cavia es cronista, �el primer cronista de España�, y al leerlo no he podido tenerme de risa. �No he de reírme de que haya quien crea o quien diga que dentro de la manera de Cavia, cuyo estilo es siempre enjuto, espartoso y amazacotado a veces, sin ternuras del alma y sin floreos de la imaginación, cabe a sus anchas la crónica moderna -vaporosa y sentimental, pintoresca y risueña con la picardía que tiene en los labios la mujer de quince años- crónica que sólo tiene en España un representante, Fernanflor, si se exceptúa a Fray Gerundio que, a su modo y adelantándose su tiempo, es hasta cierto punto un cronista moderno. [74]

     El cervantesco estilo de Cavia es el mayor de sus defectos literarios. Admiro a Cervantes. Me apesta Pereda, porque sí, porque si salgo de paseo con la capa terciada a lo Sánchez de León, la espada al cinto y un chapeo con plumas de gallo, me pongo en ridículo ante las naciones extranjeras; y Pereda, a pesar de su talento, es acervantado, o agarbanzado, perteneciente a la tradicional cocina literaria del cocido frío, y por el maldito garbanzo no vivirá, cuando muera, ni siquiera en Polanco... -Otra cosa, como estilista, es la Pardo Bazán, que ha sabido bautizar con agua del Sena el buen vino de Castilla.

     Síntesis: Mariano de Cavia es periodista (nada más por ahora que periodista con tendencias a escritor) agudo de ingenio, ilustrado y culto, malicioso siempre, jamás festivo si no escribe revistas taurinas. Es además buen discípulo del único genio literario que tiene España en el siglo XIX, y si no podrá en absoluto hacer artículos como La Nochebuena del verdaderamente malogrado Fígaro, puede hacerlos y los hará si quiere tan buenos como El Castellano Viejo, las cartas de Andrés Niporesas, etcétera.

     Es, indudable que El Liberal debe algo a los talentos de Cavia. Pero �cuánto más no debe Cavia a la circulación de El Liberal!...

     No se fije mayormente mi distinguido compañero en lo que no le guste de estas manifestaciones informadas por una sinceridad inusitada, que no he podido ni querido evitar, porque no me decido a [75] comer en trulla jamón en dulce, aunque está de moda entre críticos.

     Tal vez por esto parecen agrios estos folletines; puesto que todo es según el sabor del jamón que se merienda. [77]



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Mosaico

     La crítica -suponiendo que haya crítica en Madrid- no se cuida poco ni mucho del movimiento literario de provincias. Los libros provincianos, o de los provincianos, tienen en las redacciones madrileñas el mismo destino que los periódicos de allende el mar: sin leerlos, sin hojearlos, sin abrirlos, con faja y todo, van a parar bonitamente al cesto de los papeles inútiles...

     Si el provinciano quiere que su nombre suene aquí, tendrá que hacer la maleta, tomar el tren, presentarse en la ilustre Corte con algunas cartas de recomendación, y mejor aún con algunos billetes del Banco que gastar en comidas, cafés y... puros, aunque sean viles tagarninas. Esto es lo positivo.

     Los bombos se consiguen en tal caso con pasmosa rapidez. El gacetillero no leerá el libro, pero sabrá de lo que trata por el mismo autor, y le aplicará la consabida crítica (una especie de canon, pauta, molde o como se quiera), de frases hechas, lugares comunes, elogios hueros, y a veces ni eso siquiera, [78] porque vive muy ocupado, no puede ni quiere molestarse, y sale del paso o atolladero diciendo al autor: �hágame usted tres o cuatro cuartillas, y tráigamelas para publicarlas. �Ah!... dese usted todos los bombos que quiera, no sea corto de genio...�

     Si el aludido no es un sinvergüenza hará la maleta, tomará el tren, y se volverá al terruño sin criticas, sin billetes del Banco, y... sin viles tagarninas.

     El escritor andaluz D. José Nogales y Nogales, no está al tanto de lo que ocurre en el caserón destartalado y viejo; como que no vive en este medio ambiente. El Sr. Nogales se ha limitado a remitir su opúsculo Mosaico, sin prólogo, sin monos, sin recomendaciones, y muy modestamente editado.

     Agradézcame, pues, el Sr. Nogales -aunque no le agrade, que no le agradará, tal cual reparo que pondré luego a su libro- el desinterés con que le trato, y tengo por bien averiguado que no abundan los casos como éste.

     La lectura de la primera parte Artículos, del Mosaico, me ha hecho formar de su autor buen concepto literario. Son trabajos a lo Michelet y Flammarión, en Francia, y a lo Arístides Rojas en América -como los titulados El álamo y el agua, La partícula de alcohol �que arrulla y mata�, etc.- trabajos científicos, embellecidos por la poesía, con verdadero derroche de primores de la imaginación. En España no tiene cultivadores este género literario. Algo y aun algos ha hecho el ilustre Benot; algo también Echegaray, no sé si en El Imparcial, creo que sí, y nadie más. [79]

     El Sr. Nogales tiene excelentes condiciones para brillar en dicho género, que es más difícil de lo que parece, porque no es pura retórica todo lo que en él reluce; y se necesita talento, mucho talento, para servir ciencia, y hacer que la traguen a gusto estómagos profanos, rebozándola con el dulce de la poesía.

     Otros artículos, como La siega, pletórica de esplendorosas descripciones, recuerdan las filigranas de estilo que tuvo Ortega Munilla en sus buenos tiempos...; y en general están bien sentidos y parlados, no faltando en alguno de ellos un pensamiento hermoso, como aquél que recomienda, en la fantástica Danza de las llamas, que se endurezca la pupila para no llorar mucho... �Ha sufrido y llorado el Sr. Nogales? Sí, se le ve... Su espíritu, harto candoroso, no ha revoloteado impunemente sobre el estercolero de la vida.

     No me parecen bien otros trabajos del Sr. Nogales. Bella es, de un romanticismo a lo Bécquer y Castello Branco, la tercera carta A una mujer; pero fea, muy fea, aunque se haya publicado, según reza una advertencia, �el viernes santo del presente año de 1890�, La Idea cristiana, cuyo principio es una serie de preguntas y repreguntas a lo catecismo. Las tradiciones de la sierra no me encantan, y hay entre ellas una Julianita que recuerda demasiado un artículo del autor de las Rimas... Los demás desmerecen mucho de los primeros que figuran en la colección. Pero casi todos se dejan leer, y ya esto es bastante. [80]

     No creo que M. Livron presintiera al Sr. Nogales cuando dijo que había poetas líricos en prosa, por ejemplo, Castelar, ruiseñor de la Historia; pero el Sr. Nogales es uno de esos poetas, escritor de prosa poética, y algunas veces salva el terrible escollo de los ópalos, nácares, rosas, púrpuras, franjas blancas y demás quisicosas de bisutería barata y cursi... [81]



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Hosannas

     Un periódico de allende apareció con tamaña orla, el 8 del mes pasado, para celebrar el aniversario de la creación de un Instituto y cantar �hosannas y aleluyas� por la derrota de los jesuitas... en Navalcarnero, como si dijéramos. �No más jesuitas! �Hemos acabado con ellos!

     El poder de los jesuitas -entiéndalo ese periódico- es realmente asombroso, no tanto como creía Eugenio Süe, quien, como ha dicho Michelet, hizo del jesuita un tipo sobrenatural, pero sí lo bastante para que la Compañía, organizada mejor que otra alguna, no perezca... en Navalcarnero. Roma la temió siempre; prestole acatamiento la Inquisición española, y el jesuitismo promovió buena parte de los transcendentales disturbios del mundo europeo. En el fondo de todas luchas se encuentra siempre a Rodín...

     La política de los jesuitas se basa en la doctrina del libre albedrío. �De vosotros depende vuestra salvación y condenación eternas; pero si os engañáis, ahí está el infierno. Para guiaros, aquí estamos [82] nosotros�. El jansenismo tendió a la ruina de esa doctrina y de la Compañía que la predica, y lo que no pudo conseguir Richelieu, a pesar de su genio, lo alcanzó el jesuitismo: la muerte de la secta de Jansenio y Saint-Cyran.

     Uno de los más tenaces adversarios de la Compañía, Pascal, profetizó su caída: �Vuestra ruina será semejante a la de una alta muralla que se derrumba de improviso, y a la de un vaso de arcilla que se rompe, que se aplasta en todas sus partes por un esfuerzo tan poderoso y universal que no quedará de él un casco con que sacar un poco de agua o llevar un poco de fuego, porque habéis afligido el corazón del justo�.

     Pascal se engañaba. Se engañó también Voltaire al creer que su sátira había herido de muerte a los jesuitas. La Compañía vive y vivirá, porque es utópica la idea concebida por Fourier de suprimir el dolor, y porque el combate diario es elemento indispensable para el progresivo perfeccionamiento de la humanidad.

     Sin embargo... Lo que no pudo hacer el jansenismo, ni Pascal, ni Voltaire, pretende conseguirlo un periodiquín ultramarino cantando hosannas y aleluyas en el guícharo.

     �Ved una gota de agua pura y cristalina. Ved cómo cae lentamente, y cae y sigue cayendo sobre, la más dura piedra. Observad lo que pasa�.

     Soy todo ojos.

     �La piedra resiste orgullosamente; parece reírse con desdén.� [83]

     Piedras... de allá tienen que ser las que se ríen con desdén �del líquido átomo�.

     -Es sensible que la Guardia civil no compontee al autor de este hosanna.

     �Mas, (coma con mucha gracia), la gota cae, (bis) cae (triplicado) y sigue cayendo (�admirable, amigo mío, admirable!) sobre aquélla�.

     �La piedra, siempre mojada por la gota (�por cuála?), diríase que echa de ver que flaquea su fortaleza�.

     �La gota no cede. (�Es militar esa flota!) Continúa la lucha. La piedra cede un día (�por fin!). La gota de agua continúa su propósito inquebrantable hasta que penetra en el cuerpo de aquélla�.

     �Qué inmoralidad!

     �La perseverancia de la fuerza, activa, firme, segura y nunca apartada de su objeto...�

     No lo entiendo. Me recuerda a Salmerón. �He explicado mi conferencia va términos claros y sencillos para el atento, difíciles y obscuros para el distraído en las relaciones, el presumido y el empedernido�. No sabría decir si yo era presumido, o si estaba empedernido, o distraído en las relaciones con la novia que usaba entonces. Pero recuerdo que no entendí la conferencia clara y sencilla para el atento; y eso mismo me ocurre ahora con la perseverancia de la fuerza activa, firme y segura y única apartada de su objeto. Vamos, que no nací para filósofo.

     �Todas las madres pónganse de pie...�

     Eso sí lo entiendo, y por mí que se pongan. [84]

     �Todas las madres pónganse de pie con coronas en la diestra y palabras de bendición y de júbilo en los labios. La instrucción laica, civil y provincial rechaza el principio de que el hombre sea perinde ac cadaver, SINO QUE prepara y deja libre su actividad�.

     Si los redactores de ese periódico hubieran estudiado con los jesuitas, no escribirían semejantes sinos ques disparatados.

     �Este siglo es de atrevida ciencia�.

     Diga usted que sí; como que ya no hay clases, y cualquier... aleluya se mete a periodista.

     ��Viva la libertad para todos!�

     Eso; �viva la Pepa!

     �Cantemos un hosanna.�

     Dos hosannas dirá usted, porque ya hemos cantado uno morrocotudo. �Hosanna! �Hosanna! �Mal tiro te dé la Guardia civil!

     �Cantemos aleluya�.

     �A que nos resulta tenor de zarzuela el caballero que escribe esos cantos?

     �Aleluya, sí, aleluya. Cantemos aleluya, y que salgan las vírgenes�.

     Sí, señor, sí, que salgan, y que nos las traigan los redactores del Intransigente las esperamos pluma en ristre como la gota a la piedra.

     El artículo con orla ha sido un acontecimiento. Clarinetes y tiples recorrían las calles del pueblo; una comparsa de negros catedráticos, candidatos a las plazas del Instituto, bailaba el seis chorreao; grandes cocktailes de huevo y ginebra; y una turba [85] de autonomistas vitoreando a Labra y cantando el

                        �Aniseto Mangallú,
eso no lo sabes tú...
�con tu cara balajú
paresida a Bonafú! [87]


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Después del drama

I

     Los capitanes generales de Filipinas han hecho cosas extraordinarias. Convencidos todos de que tenían al deber de dejar algo a su paso, ninguno se olvidó de ejercer las facultades omnímodas.

     El general Clavería, que estuvo allá en 1848, no podía prescindir de hacer alguna cosa extraordinaria. El general supo que la mayor parte de los indígenas se llamaban �del Espíritu Santo�, �de María Santísima�, �de San Juan Bautista�, etcétera, y como deseaba dejar algo que justificase su paso por �aquellas apartadas regiones�, declaró que los indígenas no tenían derecho a ser homónimos de los santos.

     -�Cómo? �Llamarse San Juan Nepomuceno un igorrote, un tártaro, un malayo, un japonés, un guinea, quizás un chino? �No en mis días -exclamó el general- que no he de ser yo quien tolere tamaño atentado al almanaque! [88]

     Los indígenas contestaron, después de rascarse la cabeza:

     -Serenísimo señor, castila excelso, dueño y árbitro de cielos y tierra, sabed que no es nuestra la culpa. Frailes fueron quienes bautizaron, con tales motes, a nuestros infelices mayores. En cuanto a nosotros, �oh gran Señor! si nos llaman �de la Cruz� o �de los Santos�, bien está; y si nos llaman miaumiau, como a los gatos, o pí-pí, como a las gallinas, bien está también.

     Los gobernadores de provincias obedecieron la orden del general -orden que no fue, por fortuna, la de matar igorrotes- y no quedó a poco andar uno solo de los indígenas santos.

     Juan Luna San Pedro, natural de Ilocos -perteneciente a la isla de Luzón- y de abolengo indígena, se llama, por sus predecesores, San Pedro, y se llama también Luna por la innovación de los apellidos en colonias donde sólo dos cosas se conservan inalterables: las facultades omnímodas y las sotanas de los frailes.

     Fue su padre un comerciante inteligente y laborioso de la provincia de Ilocos. Con algunos bienes de fortuna, adquiridos en la permuta, usual allí, que consiste en dar mercaderías de Europa a cambio de productos agrícolas, como tabaco y añil, trabajados maravillosamente por las tribus nómadas, el padre de Luna resolvió salir de aquellos montes y trasladarse a Manila para educar sus hijos -artistas todos por temperamento- que bien lo merecían por sus eximias condiciones de inteligencia y carácter. A los [89] quince años murió uno de ellos, cuando empezaba a ser, como músico, una notabilidad. El menor, que estudiaba química en París, ha escrito algo, si no recuerdo mal, en la prensa de Madrid. A Juan le dedicó su padre al pilotaje, como si presintiera el buen señor que necesitaba el hijo hacerse desde niño al manejo del timón en la gran borrasca de la vida. En la escuela municipal de Manila, dirigida por jesuitas, y reservada de antiguo a españoles y criollos que descendían de españoles, pudo Juan Luna, indígena, hacer los estudios de primera y segunda enseñanza, merced a la humanitaria cuanto acertada reforma de un inspector de las escuelas municipales.

     Luna no nació para piloto. Pero su talento pudo más que las antipatías que le inspirara la carrera de marino. Estudió y sobresalió. Ilocano de buena cepa, a macha martillo, perteneciente a una raza de viajeros infatigables que relegan al olvido, por correr a la aventura, los afectos y regalos de la paterna casa, saturado del aire de independencia primitiva y selvática, que venía de la cordillera de Ilocos, y que era el vaho de tribus indomables de igorrotes y tingnianes, Luna vislumbró en la náutica, un porvenir y una esperanza: el mar..., el mar con sus inacabables horizontes; y al mar salió, por primera vez, en el bergantín Villa de Rivadavia, mandado por el capitán D. Manuel de Camús. En los ratos que tenía de ocio, sobre la toldilla, o a proa del buque, Luna pintaba -porque sí; porque le salía de adentro y lo tenía en la masa de la sangre- una puesta del sol, una ola bravucona, una nube que corría sobre [90] el azul del cielo y se espumaba en el camino, siempre buscado, de la lejana patria; y al volver a Manila faltábale tiempo para llegar al estudio de otro pintor, indígena como él, Guerrero de apellido. Buenos amigos de éste y de aquél, fomentaron la idea de traerle a Europa con una pensión, idea que llevaron a buen término, aunque el Sr. Sáenz, enviado de Madrid, para dirigir la Academia oficial de pintura, opinó que el chico no prometía mucho ni poco, y aconsejole caritativamente que no abandonara el timón del bergantín por empuñar los pinceles del Spoliarium. El pintor incipiente saboreó esta amargura, que, unida a las que dejara en su espíritu la ingrata contienda política que duró del setenta y uno al setenta y tres ahondando desigualdades funestas y rencores ponzoñosos entre peninsulares e insulares, contribuyó sobremanera a la formación de su carácter, fosco, huraño, receloso, como si el pobre paria de Ilocos temiera a cada paso, sin fundamento por cierto, que le gritaran en Madrid: �Today, troglodita! Tales y tan fuertes eran sus prejuicios y preocupaciones, aumentados por singular contraste fisonómico. Pequeño de estatura, desmedrado, enfermizo; de ojos vivos, pómulos salientes, color achocolatado, labios bembudos; el polo negro, abundoso y desmayado; la cara lampiña y obscura; laborioso, decidor, y con cierto empaque, o coramvobis, en la apostura: tal es, físicamente, Juan Luna: un verdadero antípoda. Oriundo de una raza proscripta de la civilización, llevando en la figura el estigma de esa misma raza, [91] Luna, superior a su pueblo, a su raza, a su tiempo, pasó agriado y entristecido los años primeros de la vida. Traído al mundo como fiera cazada a lazo, iniciado en la civilización, domiciliado en parajes hospitalarios, donde no se juzga al hombre por el color de la piel, Luna no pudo, sin embargo, alcanzar el bienestar que se le ofrecía, porque recordaba constantemente su raza proscripta y humillada, su pobre pueblo olvidado de Dios y de los hombres entre las mallas de una Naturaleza abrupta. La agrura y el entristecimiento que constituyen la característica del hombre, se destacan en todos los cuadros que pintó, fiel reflejo de su alma. No sabía ni podía pintar otra cosa: el dolor; pero no el dolor suave y resignado, que vaga melancólicamente, salido de un alma sin esperanza en las cosas de la tierra, sino el dolor agudo y airado, símbolo de un espíritu que protesta contra las injusticias cometidas. Carnes que tiemblan de espanto, miembros contraídos horriblemente, todo un naturalismo brutal con horizontes rojos de sangre...

     A París vino a morir: vino a casarse; no a lo europeo, a lo ilocano. El hogar en Ilocos es un culto perenne a los ascendientes. La casa se asemeja a un país regido monárquicamente. El padre es el rey; la madre es la reina: reyes autoritarios, de origen divino. Lo que disponen ellos no se discute; se acata, se cumple, porque es la ley, aunque lo preceptuado sea injusto. -Dura lex, sed lex. -�Mal haya el hijo que dé una voz más alta que otra!. Es un horror, un sacrilegio, el mayor de todos. Las [92] relaciones entre los cónyuges son vigiladas asidua y severamente: el castigo sigue a la infracción. No suele el esposo dar muerte; a la esposa traidora; pero se reúne al punto el consejo de familia, formado por los más ancianos de la tribu, y declara el divorcio absoluto. La mujer perjura se restituye, con nota infamante, al primitivo hogar, o sea al hogar de sus padres; el hombre engañado venga sus celos en el hombre que prostituyó el vinculo conyugal. Y esta legislación matrimonial se conserva incólume, santificada de tribu en tribu y de pueblo en pueblo por la bendición de los abuelos, que son las sibilas de la jurisprudencia indígena.

     Todo es así, patriarcal, inalterable, entre aquellas gentes, despreciadoras de lo que se llama aquí civilización, progreso, libertad. Si alguien hostiga a la tribu, la tribu no se queja, ni menos protesta: �se va!... Abandona la residencia, emprende la marcha a otro terruño, a un paraje más solitario, rompiéndola el carabao, símbolo de la extraña resignación, reconcentrada y triste, que fluye allí del cielo y brota de la tierra, resignación que diríase desprendida blandamente de las hojas de los árboles y de las alas de los pájaros; los cuales aparecen borrosos y fijos, como si colgaran del vacío, al cruzar aquella atmósfera letárgica, dulce, serena.

II

     La familia Pardo es muy conocida y estimada en Filipinas. Fue su fundador allí D. Julián Pardo, [93] teniente del ejército, furioso legitimista, que alardeaba de ser bachiller en filosofía y teología, político batallador, mal quisto por sus ideas retrógradas, que, le ganaron la enemiga de los liberales del Archipiélago. Tuvo dos hijos, más expansivos y demócratas que él, aunque educados en el medio ambiente de un colegio de frailes dominicos. El primogénito, D. Félix Pardo de Tavera, consejero de administración, contrajo matrimonio con una criolla, y tuvo de ella tres hijos: Trinidad, Félix y Paz. Murió joven, y la viuda y los huérfanos hallaron amparo en D. Joaquín Pardo, quien, complicado poco después en lo que llamó insurrección de Cavite el general Izquierdo, y condenado a presidio, estuvo dos años en las islas Marianas, y luego, mediante indulto, en Hong Kong y en París, a donde trajo toda la familia de su hermano.

     Doña Paz, la que fue luego esposa de Luna, tenía entonces catorce años y una educación incompleta. Yo no sabría decir si era, como mujer, bonita o fea. Lo primero, porque la conocí en la Morgue, con el cráneo levantado por el escalpelo de un cirujano; lo segundo, porque la idea de la belleza es, como todo, absolutamente relativa, y unos ojos japoneses, que pueden parecerme feos, a mí que no estoy acostumbrado a verlos, pueden parecer y son positivamente hermosos en el Japón. Doña Paz tenía, a juicio de las personas que la trataron, la mimosa languidez de la mujer del trópico, languidez que tenía, por fuerza que ser algo así como gancho para el hombre que la sedujo, el cual, residente en las �apartadas [94] regiones�, sentía en París la nostalgia de aquellas mujeres desmayadas, de ojos melancólicos, aunque brillantes, húmedos siempre...

     No cabe duda de que la señorita doña Paz Pardo se enamoró de Luna. Amó en su novio el talento victorioso, y, dotada de acendrado patriotismo, amó también en él las desgracias de una raza proscripta y humillada. Sólo así se explica que una criolla, educada allende y aquende en el orgullo de la superioridad del color, se casara con un indígena... Por parte de Luna fue extravío, espejismo de artista. Como no se puede vivir con el corazón a la intemperie, Luna necesitaba amar, y amó. Cuando pensó en casarse quiso hacerlo consigo mismo, y quizás no habría pensado en ello si no hubiera descubierto algo de su mundo en la mujer amada; unos o dos japoneses que al mirarse en ellos podía el artista sin ventura hacerse la ilusión de que se asomaba, desde París, a la raza proscripta, al pueblo olvidado. Con su presa del amor soñó en formar un mundo aparte, un bosque primitivo y misterioso, en un escondrijo de la villa Dupont, entre cañas de bambú y pájaros de la Oceanía, donde pudiera, en las tardes de verano y en la hermosa soledad de �dos en compañía�, creer que, llegaba de lejos el hálito extraño de la atmósfera, bochornosa y sugestiva, de su patria ignorada. Al casarse no pensó más que en sí mismo, en su amor, sin discurrir sobre el amor ajeno; sin atreverse a analizar si se habían enamorado de él por sus virtudes de hombre y sus excelencias de artista, o si tal amor era pasajero, tornadizo, un a [95] modo de enamoramiento que brotó de la apoteosis del Spoliarium...

     Ello fue que se engañaron ambos, queriéndose sinceramente, y que se efectuó la boda, apadrinada por Edmond Planchut (colaborador de Le Temps) en representación de la familia Pardo, y por el marqués de Riera en representación de la familia Luna.

     Los recién casados salieron en seguida para Venecia, a mecer en góndola los primeros y seguramente los últimos sueños de una unión desigual, anacrónica, imposible... Importa consignar que, si bien no protestó enérgicamente, no vio con buenos ojos aquel enlace la señora doña Juliana Gorricho, madre de doña Paz, la cual doña Juliana fue en su hogar la encarnación de la Perfecta Casada descripta por fray Luis de León. No era bachillera; pero tenía intuición muy grande, y merced a ella comprendió al punto que era dificilísima, quizá imposible, la alianza indisoluble de dos personas tan diferentes por raza. Por temperamento, por educación, por inteligencia. El mayor elogio de la excelente señora lo hizo, entre lágrimas y sollozos, el mismo Luna, en la celda de Mazas. No era su suegra, era su madre, porque reemplazaba en todo y por todo a la que dejó en Filipinas; madre cariñosa que adoraba a los hijos de Luna, que entregaba a éste el producto de la renta que la correspondía, que estaba a su lado y de su parte cuando surgía entre él y Paz una quisquilla doméstica. Luna, artista de corazón, lloró antes que nadie el infortunio de la buena señora, cuyo único [96] crimen en la tierra consistió en ser débil por el amor a su familia.

     Algo, y aun algos, influyó en el cariño que doña Juliana sentía por Luna, la amistad verdaderamente fraternal que le dispensaba un hijo de ella, D. Trinidad Pardo de Tavera. La colonia filipina recuerda haber oído decir muchas veces a la señora viuda de Pardo: �Para Trinidad, no hay más que Luna. Le quería. Es más, le admiraba. Médico sobresaliente, Filólogo notable, autor de algunos libros y folletos que le han valido en recompensa varias distinciones, como la encomienda de Carlos III y la cruz de Isabel la Católica, es claro que el doctor Pardo estaba en condiciones de sospechar apreciar lo que valía en Luna; el cual no era, desde mucho tiempo antes de casarse, un desconocido para él, siendo así que cercanos parientes de la esposa del doctor Pardo, por cierto madrileños, fueron decididos amigos y protectores del padre del pintor. Pero más aún que Trinidad Pardo, holgaba su hermano Félix con la amistad del artista, porque artista también, cuyas obras en escultura han sido premiadas en las Exposiciones universales de París, Barcelona y Madrid, gustaba de dialogar con Luna, en cuya compañía, y, hasta muy pocos días antes del suceso de la villa Dupont, estuvo en su residencia veraniega de Bereksur-Mer. [97]

III

     �Creyó Luna, cuando su noviazgo con doña Paz Pardo, que ésta era una heredera rica?... �Creyó doña Paz, cuando era novia de Luna, que los cuadros de éste producían anualmente una renta considerable?... Lo cierto es que Luna se encontró con una mujer mimada, caprichosa, que frecuentaba los salones, los teatros, los bailes, la vida, en fin, del gran mundo, y que gastaba en un mes lo que no podía él ganar en un año. En vez de hacerla a semejanza suya, en vez de subirla a la buhardilla del artista, hizo Luna lo que hacen la mayor parte de los maridos, complacer a la esposa en llevar la misma vida de ella; y así fue que abandonó su modesto estudio del boulevard Arago, y más tarde el estudio del boulevard Pereire, porque eran muchas escaleras para una señora de buen tono, por instalarse como el mundo manda, en casa espaciosa y bien decorada, donde pudieran entrar sin mengua encopetadas gentes, cuya presencia le hacía poner la misma cara que habría puesto si le hubieran dicho que le iban a dar cuatro tiros. La venta del Spoliarium, la de la Batalla de Lepanto, y la de otro cuadro con destino a Filipinas, produjeron unos doce mil duros, desaparecidos bien pronto en el vértigo de aquella casa desquiciada. No, aquello no bastaba. Entonces se entabló una lucha, reservada al principio, franca después, entre la esposa y el artista, con motivo del género de pintura que debía cultivar. Hacía falta [98] ganar mucho, y para ganar mucho era de rigor que el artista hiciera cuadros de dimensiones reducidas, que encajaran en saloncillos y gabinetes, y que tuvieran temas bonitos. Doña Paz le dijo un día, haciendo un mohín gracioso: -�Oye: �por qué no pintas alegorías poéticas, cuadros de costumbres, cosas agradables, y no esos monos que dan miedo a todo el mundo? �No comprendes que no hay quien se atreva a comprar eso?�

     �Momento psicológico, muy hermoso, para tomar la maleta y salir a la calle en señal de divorcio absoluto!... El artista había muerto en el corazón de la mujer, y, como Luna no era más que artista, el hombre había muerto también... No era doña Paz la Cristina de Claudio Lantier, tan satisfecha con que el pintor viviera en un tejado, entre el amor a ella y el amor a su pintura... No pedía doña Paz amor del alma, gloria de artista. Era mujer, nada más. Sus ojos, a los que se asomaba el artista pensando en la soledad de su alma, reflejaban a menudo los colorines de los salones, el brillo del boulevard, el vértigo de París, porque su dueña pertenecía a una raza más libre y refinada que la raza del hombre, a quien se unió. Doña Paz quería trajes vistosos, alhajas ricas, excursiones veraniegas, recepciones a domicilio, canto y música; y en aras del dios de la moda, que tiene la cabeza vacía y el corazón de trapo, sacrificaba, sin darse cuenta de ello, la paleta y los pinceles del artista. Y el artista, débil de carácter, empezó a pintar lo que no pensaba ni sentía; un Himeneo, unas florecillas, unas necedades. Las faldas [99] de doña Paz se le habían subido a la paleta. Sus amigos y conocidos se contentaban con mover la cabeza en señal de disgusto. Aquel Claudio no tenía un Sandoz. Luna era español; era, pues, envidiado y odiado por la mayoría de sus amigos.

     Dos acontecimientos conmovieron profundamente el hogar de Luna; la muerte de su padre, por quien tenía un cariño que rayaba en adoración; la muerte de su hija, una pequeñuela que era su orgullo, porque reflejaba en la fisonomía todos los caracteres de la raza ilocana, y una escarcha de inmensa tristeza cayó sobre el corazón del desventurado artista.

IV

     La vida de los esposos Luna siguió transcurriendo, prosaica, monótona, cuando no brutalmente airada. Ya se destacaba pocas veces a lo largo de los escaparates parisienses aquella pareja extraña; alta y seca, la mujer, como un maniquí en cuya cabeza hubieran puestos dos ojos japoneses; pequeño y raquítico él, como un liliputiense, con su color obscuro, negruzco casi. De pie, inmóvil, en el campo, el contraste de los dos cónyuges habría atemorizado a los pajaritos que fueran a picotear las hortalizas y las flores. De pie, en el hogar, entre cóleras y lágrimas, aquel contraste ponía espanto en el ánimo de los contertulios. Era contraste físico, intelectual, moral; �un contraste inmenso e inaguantable! Porque no se puede armonizar el ruido, con el silencio, ni la [100] alegría con la pena de vivir; porque no se puede batir palmas ni cantar couplets en la alcoba de un moribundo...

     Por entonces surgió el decisivo viaje a Mont Dore. El niño estaba malito; la madre se quejaba de debilidad; Luna no podía acompañarles. Trabajaba...

     Cuando la señora regresó, estaba muy cambiada. Sacudió los lutos de su suegro y de su hija; se vistió mejor y dedicó más tiempo a su toilette. Luna supo, con gran sorpresa, que la señora se pintaba, y es de suponer que no creyera que se pintaba para él. Estallaron los celos, y con los celos la serie de calamidades que son su consecuencia lógica. Por si él no sospechaba bastante, ella se encargó de descorrer velos, presentándole a un señor citado por ella en sus cartas a él. Luego vino el anónimo, es decir, el trueno gordo de aquella tempestad sorda, y empezó a enterarse de que al arrebatarle el amor de su vida, le llevaban todo su mundo, �aquellas gratas vistas al pueblo olvidado de Dios y de los hombres!...

     La casa fue desde entonces un infierno. �Se vestía la señora? Luna la desnudaba, arrancándole a puñados el traje. �Se pintaba? Él la decía: �Ven que te pinte�, y con el pincel del Spoliarium la ponía perdida. Sale a hurtadillas una tarde, y Luna detrás. Sube ella al interior de un ómnibus; Luna trepa, como un mono, por la baranda y gana el imperial del coche. Cuando ella baja, él baja también, sin ser visto. Doña Paz entra en una casa, sube una escalera, y Luna, siguiéndola, como la sombra al cuerpo, entra en la misma casa y sube de un tirón toda la escalera. Pero [101] allí no está doña Paz. Se ha apagado como un fuego fatuo; y cuando el pobre loco baja del Calvario, sin ocurrírsele que su mujer pudo haber entrado en uno de los pisos de la casa, se encuentra al seductor... Huye de allí, desesperado y corrido, pero tiene sed de venganza, quiere matar a aquel hombre si no declara que jamás galanteó a doña Paz; y él, es claro, lo declaró, en seguida, �porque los seductores son muy caballeros!...

     Y luego, en el hogar, �qué escena! �Qué agonía! gritos, imprecaciones, ayes, golpes del martillo sobre el yunque, y de vez en cuando, entrecortada, la misma frase, la frase terrible: -�Oye, mira, si no te mato aquí, te mataré en Vigo�.

     �Matar! �Se lo pedía el cuerpo con tanta necesidad! Pero en semejantes estados pasionales, que no pueden razonarse, ni siquiera discutirse, Luna creyó que había acertado con una solución: Vigo, un rincón apartado en donde pudiera enterrar sus hojas secas de artista y sus tristezas insolubles de hombre.

     La suegra vivía aterrada. Por telégrafo llamó a sus hijos, y entre estos y ella acordaron pedir consejo a un antiguo amigo de la familia, unido a los Pardo por las pesadumbres del presidio a donde les arrojara la represalia de Cavite, abogado de mucha valía y hombre experto en toda suerte de achaques morales; y así fue como vino a París, llamado también por telégrafo, mi compañero en El Liberal, D. Antonio Regidor Jurado, quien, sin tiempo para despedirse del consulado, ni de la embajada, en cuyos centros ejerce de consejero legal, llegó a la [102] villa Dupont, ignorando aún que se habían de plantear las condiciones de un divorcio, y poco faltó, para que dejara la vida al penetrar en aquel nido, que tenía la muerte en el corazón.

     El hecho ocurrió el 22 de septiembre. Los señores D. Trinidad Pardo, D. Félix Pardo y D. Antonio Regidor, que llega el último porque no encontró aquéllos en su casa, son recibidos por Luna, cuyo espíritu estaba, al parecer, sosegado. Los Sres. Pardo salen poco después para enterar al Sr. Regidor, en un café cercano, del curso de los sucesos, y del divorcio que se proponían entablar privadamente, para atajar, a juicio de ellos, mayores desastres. Luna, después de despedirles cortésmente, busca a su esposa y a su suegra. Ninguna responde. Están arriba, en el piso último, en la sala de baño. Luna llama inútilmente.

     -�Si no abrís, tiro la puerta!

     -�Pues no abrimos! -contesta, sobresaltada, la señora suegra. -Llame usted, si quiere, a la policía.

     Luna baja, y vuelve a subir, armado de un revólver. Las señoras piden socorro, sacando las cabezas por la ventana. En aquel momento aparecen a la entrada del jardín los Sres. Pardo, con el Sr. Regidor, porque todos oyeron voces demandando auxilio. Luna les ve, dirige hacia ellos el cañón del revólver, apunta fríamente, a lo indio colérico. Félix Pardo cae herido en el pecho. Luna sigue subiendo, llega nuevamente a la sala de baño, echa abajo la puerta, y siempre frío, con la frialdad hiriente del indio que se venga, mata a la suegra inocente y tiende moribunda a la esposa culpable. [103]

     Fue una descarga largo tiempo reprimida. Al salir el agresor, entre el humo de los disparos, la sangre, de las víctimas y los gritos de la vecindad, acertó a ver, acurrucado en un rincón de la misma sala, pálido, convulso, enteco, como petrificado por el terror, a su pobre hijo, que había presenciado la escena sangrienta. Fuese a él, levantole en brazos, diole un beso; y luego, asomándose a la ventana, empezó a llorar francamente, sin miedo, en plena intemperie, su enorme infortunio y su gran vergüenza...

     Son los hechos. La señora Pardo y la señora Luna han muerto; el artista Luna San Pedro, matador de su esposa y de su suegra, acusado de dos asesinatos y de una tentativa de asesinato, ha muerto para sí mismo; el niño Luna no sobrevivirá indudablemente a tamaña orfandad. �Sólo el seductor sigue vivo, saludable, allá en América, donde no sentirá la nostalgia de las mujeres desmayadas, de ojos melancólicos, aunque brillantes, húmedos siempre!... [105]



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Se equivocó

     La noticia no causó mayor sensación en el país de los descuidos. �Pero la joven y hermosa muchacha que estaba en vísperas de casarse, contrajo matrimonio con la muerte en un rincón del abyecto depósito de cadáveres!

     El médico le recetó una limonada purgante, y el farmacéutico le sirvió igual dosis de ácido fénico.

     No tiene nada de particular: una equivocación. No fue a las altas horas de la noche, sino a las primeras horas del día; se veía bien y la receta estaba claramente escrita. Pero, en fin, cualquiera se equivoca. -�Sólo que las equivocaciones pueden costar la vida a una mujer hermosa y enamorada!...

     En Madrid cualquiera se equivoca. El cartero entregará a usted una carta que era para el vecino, o viceversa, porque al subir al piso de usted se arrancó por peteneras, y �el hombre�, distraído, se equivocó sin querer, el hortera de ultramarinos servirá bacalao en vez de jamón que se le pidió, por que estaba timándose con una criada y... ��qué le vamos [106] a hacer!� se equivocó; el barbero le desollará vivo, porque está atento a todo (menos a la barba del afeitado), y si no mira a la calle, con la herramienta en alto, tendrá que saludar y despedir a todos y cada uno de los parroquianos. -�Buenos días, D. Patricio! -�Vaya usted con Dios, D. Ángel! -Siéntese usted, D. Cosme. -�Diez minutos... va en seguida, D. Pedro!;- y se equivoca de sitio y da a usted un tajo en una oreja. -El médico recetará estricnina por quinina; el farmacéutico propinará limonada purgante de ácido fénico; y el sepulturero, meterá al muerto en un tranvía o en un café, en vez de echarlo al hoyo. Nada, los cigarrillos, las buenas mozas que pasan al desgaire, el olé, el chachipé, y sobre todo la comezón de charlar como cotorras. La verdad es (dicen para excusar su equivocación) que no puede uno estar en todo.

     Ya usted al estanco para certificar unos paquetes de periódicos dirigidos a América.

     -Sírvase usted pesarlos.

     -�Gusta usted?

     -Gracias.

     -�Buen tiempo se nos ha metido, eh?

     -Sírvase usted pesarlos...

     -�Son para la Habana? �Menuda vuelta van a dar! Allá me tocó ir cuando caí quinto; pero un señor que tal vez conozca usted, porque es muy sonao, don Pantaleón Rodríguez se empeñó en que no había de ir, y... aquí me tiene usted.

     -Sírvase usted pesarlos... �Cuánto?

     -No se qué decir a usted, porque como no hay [107] costumbre de mandar tan lejos los papeles, pues no estoy bien enterao. (Enciende con tranquilidad musulmánica una colilla apestosa y lee un papelucho mugriento.) Aquí marca dos céntimos; pero... vaya usted a saber. Estas son tarifas viejas. Las nuevas... pues va ya para seis meses que las estoy esperando. Ya sabe usted que en Correos son mu liosos.

     Por lo general, el hombre, cualquiera que sea su oficio, tiene en Madrid un modus operandi, la parienta, es decir, la mujer, que se transforma, por voluntad de su señor y dueño, en burra de carga, o en burra de leche. -Ella se lo tiene todo tan apañaíto!... De pie, en el despacho, con la cara lavada y el moño alto, comercia por él, mientras él duerme hasta las dos de la tarde, o vive en el café voceando que Romero es el mejor orador del mundo -porque le dio una credencial- y Cavestany el mejor dramaturgo del mundo -porque le convidó a butaca la noche de un estreno- y la infantería la mejor del mundo, porque sí, y... de Madrid al cielo.

     �Hace falta un préstamo? Que lo pida la mujer. �Necesita hablar al casero para que prorrogue el pago del alquiler o rebaje el precio del mismo? Que vaya la parienta. �Le conviene suplicar al ministro? Anda tú, mujer, y dile... -Las pobres mujeres deben hacer heroicos esfuerzos de virtud por no arremangarse las faldas para que los ministros firmen en ellas las credenciales de los maridos.

     Sí, es una porquería horrible. Por fortuna para la patria, no es todo el pueblo español ese de �Me equivoqué! �Se me olvidó! �No corre prisa! �Usted [108] gusta? �Buen provechito le haga! pueblo de insignes gandules que, envueltos en la indecorosa y antidiluviana capa, defecan impúdicamente en la vía pública y con la misma impudicia se cascan las liendres al sol... [109]



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Lacrimario

I

     Albert Millaud se fue, y no hay que esperar su vuelta a la redacción de El Fígaro, ni al teatro, ni al boulevard. Es de sentir por los que le leíamos con gusto y admiración; es de alegrarse por Millaud, que, enfermo de cuerpo y entristecido de espíritu, estaba demás en París. �Qué hacía por ahí Albert Millaud? Sin salud, sin fe y sin entusiasmo por nada ni por nadie, la vida del hombre es sencillamente la de una bestia enferma y cansada; y un Millaud no puede, aunque quiera, hacer vida de bestia.

     Albert Millaud se acostumbraba poco a poco a la muerte. Su cuarto de la calle Nouvelle tenía tristezas de tumba. Del techo, de las paredes, de todas las partes de la habitación, caía ese frío extraño que nos sorprende al acercarnos a una fosa abandonada; y es que el espíritu de Millaud no habitaba allí. Hacía ya mucho tiempo que le echaron por muerto; [110] sólo que, galvanizado en el boulevard, corría a esconder sus espasmos en la antigua fosa...

II

     Muchas veces, en la calle, pasan cerca de mí, reflejadas en las fisonomías, grandes lástimas y sufrimientos morales.

     Una noticia inesperada y leída al azar en un periódico, una perspectiva dolorosa, como la del amor burlón o la de la amistad ingrata que pasan de largo, éstas y otras muchas cosas pueden herir y hieren al transeúnte; el cual no se atreve, porque no le vea �la gente,� a dejar correr el llanto que le pide el cuerpo, y se da prisa en ganar la casa, el cuarto, el nicho donde desahogarlo sin excitar molestias ni risas; y siempre que veo esto, el andar corriendo para ocultar una pena callejera, me choca el hecho de que los Municipios, tan atentos a dar salida a las exigencias físicas de la naturaleza, en honor de las cuales elevan columnas y kioscos, no dispensen la menor atención a las exigencias del espíritu doliente, que merecía, por los menos, lacrimarios donde se pudiera llorar con franqueza.

     Un kiosco así, con sus celdas, llegaría a ser, además, la mejor cátedra de psicología y un centro de gran instrucción, en donde haríamos amistad con los Millauds que le visitaran a diario. De este modo, cuando dos amigos apesadumbrados se encontraran en la calle con buenas ganas de contarse las cuitas [111] respectivas, no se dirían como ahora y �vamos al café y hablaremos�, sino: �vamos a llorar al lacrimario�, y, sacando cada cual su pena, porque �tristeza española no llora sola�, dejarían correr el llanto.

III

     En su último artículo, referente a la entrada de Renán en el Pantheon, Millaud sentíase interrumpido por el campanillazo de un muerto que llegaba.

     El mismo que iba todas las noches a la calle Nouvelle. Pero esta vez equivocó las señas y siguió derecho al cementerio. Yo le felicito. [113]



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Historietas de Pons

     La primera vez que le vi me figuré que era un orangután que paseaba tranquilamente por la calle, porque la cara de Pons es de mono afligido; esto es, de mono a quien ha pasado una desgracia muy grande; la desgracia quizá de nacer y vivir...

     Pons no es ciertamente un caso de felicidad, sino un caso de infortunio inmerecido, a pesar del cual no debe nada a nadie... no sé si al sastre... tal vez a la patrona... Lo que aseguro terminantemente es que nadie puso los hombros para que subiera Pons la penosa cuesta del arte. Con los huesos muy duros, como decía de sí mismo el Sandoz de L'oeuvre, Pons, aunque no tan viejo como Sandoz, ha luchado y vencido. Eso es, en pocas líneas, el panegírico del autor de Historietas.

     Hace ya algunos años que llegó a Madrid en situación... que no diré, porque podría pecar de indiscreto. Fernanflor le inició en la vida artística. Con ingenio para escribir, y con ingenio para pintar, [114] dotado de excepcionales condiciones para hacer a pluma y a pelo, Pons se sentía inclinado al periodismo; es decir, se sentía inclinado al viaducto... Consultó �el caso� con el autor de Cuentos rápidos. Le enseñó detenidamente, a guisa de viajante que desdobla un muestrario, una colección de artículos y una colección de dibujos...; y Fernanflor, que tiene, entre otros méritos sobresalientes, buena vista y probada mundología, le aconsejó sin vacilar que se dedicara al dibujo y con especialidad al género caricaturesco.

     Fernanflor fue, pues, artísticamente, padrino de Pons en la iglesia de los monos. Fijándose en la cara del catecúmeno, �querría Fernández Flórez hacer una sátira?... �Encontraría acaso cierta conjunción entre la fisonomía del apadrinado y sus monos del porvenir?... No lo sé; pero es probado que el consejo estuvo en su punto, y que Pons lo aprovechó inteligentemente; tanto, que hoy figura con justicia como el mejor de los dibujantes y caricaturistas de Madrid, y como dibujante, ilustrando obras que edita Lasanta con verdadero primor, me resulta más que como caricaturista en el periódico y en las mismas Historietas.

     �Hay caricatura en España?... De otro modo �se presta España a la caricatura? Más, mucho más que cualquier otra nación de Europa. Vivimos... en caricatura. Usos y costumbres, letras y artes, ciencias, el modo de vestir, hasta el modo de andar, todo, absolutamente todo, es triste remedo, parodia ridícula. Vamos perdiendo en absoluto el carácter [115] nacional, típico. Adoro en Andalucía -a pesar de la gracia andaluza- porque es una provincia genuinamente española, sin desperdicio. Cádiz, Sevilla, Málaga, Granada y Córdoba, sobre todo Córdoba y Granada; aquello es árabe, o sea español neto, sin mezcla alguna de extranjerismo; los monumentos, las calles, la manera, en fin, de cada población; y luego los toldos con las casitas blancas, y los claveles encarnados en el pecho y en la cabeza de la mujer morena o rubia, de ojos grandes, luminosos y tristes, que cubren de melancolía el alma de quien los mira...

     Pero en Madrid, que es en resumen una copia (muy mala) de París, podría y debería ensañarse el lápiz del caricaturista, regocijando a veces con el ridículo, despreciando otras con la burla, siempre original en la risa y en la mueca.

     No sucede así, sin embargo, y el dibujante español suele ser también remedo del dibujante francés. Para tener asuntos, motivos, va a París, es decir, no va a ninguna parte, estudia el mono parisién y... se inspira. �Cosa fácil y triste! �No basta con plagiar dramas, novelas, comedias, géneros de sport, géneros... de vestir, etcétera? �No son suficientes los vertidos del francés? �No es ridículo atribuir a Cánovas, que es un monstruo de talento y de ingenio, una hermosa frase, a propósito del amor propio de Castelar, que dijo Julio Claretie en la novela El Renegado sin referirse a Castelar y sin acordarse siquiera del santo de su nombre? Pues de eso vivimos; como grajos. [116]

     Los países serios, como Inglaterra y Alemania, son por excelencia, y por ley del contraste, los más caricaturistas. Ya puede decir Pons que no es un Oberlander ni un Busch; no los hay en España. El humor del lápiz corre parejas con el humor de la pluma...

     Pons, aunque original, se resiente de la costumbre de imitar; costumbre que no es suya, sino del país donde vive y trabaja. �Falta cerebro o sobra holgazanería? Creo que nos pasamos de Adanes. Lo difícil es pensar por cuenta propia, idear algo que sea nuevo; �y debe de ser tan cómodo para el artista que le den hecho el trabajo! Los Fagerolles abundan tanto como escasean los Claudios...

     Sí, Pons también imita a veces. Su Robo en despoblado, por ejemplo, es realmente un robo, aunque con circunstancias atenuantes, no eximentes, porque ya dijo Hugo que el plagiario merece bien cuando mata lo plagiado, y el paisaje caricaturesco de Pons no hace olvidar que el asunto está visto en caricatura y también en cuadritos franceses.

     Pons no tiene necesidad de inspirarse en París. Su ingenio es grande; asombrosa la fecundidad de su lápiz; inagotable el chiste de su propia inspiración; cualidades todas que se destacan enérgicamente en algunos trabajos del libro Historietas.

     ...Y ya ve Pons, a quien yo aprecio con toda sinceridad, porque después de tratado no tiene nada de orangután y tiene mucho de persona decente y distinguida, que no hay motivo para llamarme, en la [117] dedicatoria de su chispeante libro, castigo que nos han enviado nuestras Antillas para que purguemos, nuestras culpas.

     �Si yo, por más que digan, soy todo corazón!... [119]



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Doña Berta

Cuervo, superchería

     Tiene usted la culpa, amigo Sánchez Pérez. Porque dijo usted en este mismo periódico que el señor Alas es el novelista de más enjundia; -�de gallina?- y como lo dijo usted a propósito de Doña Berta, Cuervo y Superchería, leí el libro con el buen deseo de rectificar el error de creer que no es novelista el Sr. Alas. Y �ay de mí! que en el error sigo.

     No voy a dedicarme a la caza de gazapos retóricos, porque creo, con un ilustrado y distinguido publicista, que Planche, Brunetiere y Lemaitre son necios cuando ejercen de dómines. Para gazapos hablaría de otros folletos del Sr. Alas, singularmente Museum, que lo es de disparates y fruslerías... subjetivas. Abundan también en Doña Berta, Cuervo y Superchería, pero no seré yo quien los mueva. [120]

***

     El primer defecto del citado libro está en que el autor da gatos por novelas. Doña Berta, Cuervo y Superchería, no son novelas cortas ni largas; son tres cuentos que pudieron servir, a imitación de lo que hacen para formar dos volúmenes algunos autores extranjeros... traducidos, de apéndice o de propina a una novela verdad.

     De estos cuentos, el menos malo, a mi juicio, es Cuervo, aunque se le haya preferido por hablar de Doña Berta; y el peor me parece Superchería, entre otras razones, porque es muy cursi y vulgar, y está muy visto y contado...

     Doña Berta es tonta de puro inverosímil. Ya he dicho que el Sr. Alas pretende, a pesar de sus humos de naturalista, que las cosas sean como se le antoja a él, no como son en realidad; por eso Doña Berta, sorda como una tapia, tan sorda que no oye el tranvía cuando la atropelló en la calle de Fuencarral, percibe claramente el ruido que produce en una maleza el paso de un hombre; y por eso mismo, la buena señora, que perdió el honor sin saber por qué, inconscientemente, a lo María-Pichón en Pot-Bouille..., y a quien no ocurrió en muchos años la idea de salir por el mundo en busca del hijo que le robaron, resuelve de buenas a primeras vender todos sus bienes para venir a Madrid en persecución del retrato de su hijo, que no está en casa de Otero, ni en la fotografía de Debas, sino en manos de un [121] millonario de la Habana, que le compró en miles de duros... (�un indiano!... �y de la Habana!... �qué estudio del medio ambiente!); y sale la señora con un gato, para que la guíe y acompañe en la corte, dejando el Aren, aquel Aren que es un recorte del Paraíso en La caída del Padre Muret, o que al menos lo recuerda, como huele a El vientre de París la cocina de la casa mortuoria, en la aldea, visitada por Cuervo al olor del difunto y de los guisos, y como recuerda también la maledicencia de Nicolás Serrano cuando escribe de literatura y filosofía, la maledicencia del escéptico en Candide, cuando Cándido inspecciona la biblioteca...

     Y diga usted, Sr. Alas: �Qué señoras americanas son esas que, según nos cuenta usted, hablan así: dise uté, etá bien, etá bien, pué sí, señó, ya etá? �No habrá tomado usted por señoras americanas a algunas negras que estén invernando en Oviedo?

***

     Sabe D. Leopoldo Alas que no me remuerde la conciencia de haberle dispensado un elogio, un solo elogio, ni antes ni después. Podrán haberle ensalzado grandemente, y lo han hecho, (con sentimiento mío), escritores como Emilio Bobadilla, víctima de un engaño transatlántico; Antonio Cortón y otros que son hoy enemigos de él. Yo, no. Yo he dicho siempre horrores del Sr. Alas, y pienso seguir. Si voy de viaje en un barco, reúno en meeting a los pasajeros para despellejar literariamente al señor [122] Alas; si viajo en ferrocarril, me detengo en cada estación para decir y demostrar que el Sr. Alas es un escritor muy malo. ��Ataquines! �Un minuto!� Ya estoy yo bajando del coche, y si no encuentro paletos en el andén, digo al jefe de estación: ��Conoce usted a D. Leopoldo Alas? Es detestable como escritor, créame usted�, y en seguida al coche, hasta la próxima estación.

     -No es obsesión, es convencimiento, amor al arte y a la independencia, desprecio a la tiranía literaria de Oviedo, ejercida en Madrid sobre una república de escritores degradados, que se humillan ante el espanta pájaros o ridículo monarca de cartón que les hace el bu desde la Cueva; tiranía como la que suelen ejercer en América, a lo Rosas y Francia, una cuadrilla de dictadorcillos sin otro mérito que su audaz bandolerismo para aclamarse presidentes de la república. El Sr. Alas no es un crítico; es un salteador de dramaturgos y poetas infelices.

     Sin embargo, �hoy sale, hoy� un aplauso mío muy sincero; porque el Sr. Alas está muy triste. Hay en todo el libro un dejo amargo y tristón, no de los que exhalan los escritores efectistas, que tienen la petulancia de que se crea que están tristes porque lo dicen ellos, sino a la manera del �qué le vamos a hacer? de D. Antonio, el cual no se siente bastante fuerte, por lo mismo de tener talentos excepcionales, para resolver el problema de la vida nacional...

     La baja... artística del Sr. Alas, entristece su espíritu. Harto comprende él que es un Claudio Lantier sin genio. No concibe las gigantescas creaciones [123] que concebía el cerebro de Claudio; la creación artística del señor Alas es poca cosa, �y no puede, sin embargo, con ella!

     Prueba entre mil: Doña Berta, resuelta a conquistar el retrato de su capitán, apura el último sacrificio y la última vergüenza confesando su secreto, su falta, para ablandarle al indiano el corazón. La escena, descrita por un Maupassant, y sin ir tan lejos, por Palacio Valdés, hubiera sido patética, dramática, hermosísima, entre lágrimas de la viejecilla que no había tenido aún el consuelo de llamar hijo a quien lo era, ni de llorarlo públicamente, sin miedo. La misma escena, descrita por el Sr. Alas, es anodina, raquítica, fría, superficial; y el señor Alas, que conoce el flaco de su paleta, pasa sobre la escena como si pasara sobre ascuas, mientras se detiene, hasta ser molesto y pesado, en el lío de los capitanes (mi capitán, su capitán, tu capitán; �una declinación de capitanes!), desde que sale el pintor, como si lo vomitara la tierra, a hablar de arte a una vieja ignorante y sorda, en florido paisaje de melodrama del teatro Martín...

     Comprende el Sr. Alas que deja huecos, trata de llenarlos, sin conseguirlo, porque son la fosa sin fondo de su espíritu pequeño, y apela al mal gusto de las explicaciones y comentarios. Un Julio Burel hubiera hecho de Doña Berta un prodigio de arte, porque Burel es artista de corazón.

     No se desanime el Sr. Alas. �No esté tan triste! Doña Berta, Cuervo, Superchería, son agradables cuentos de Oviedo, a lo Juan Bobo y Bertoldo, [124] excelentes para pasar las largas veladas del invierno en familia, cerca de la camilla olorosa a espliego.

     El Sr. Alas adora en esos cuentos, según declara en la dedicatoria al Sr. Tuero. Tiene derecho. Ellos regocijarán el hogar y liarán las delicias de los escolares en vacaciones...

***

     Ya ve ese... Juan de Lis, periodista de Denia (es decir, de ninguna parte), que no se le regatean aplausos a Clarín, cuando los merece, como no se le regatearían a él si no fuera un solemne majadero, y además, un trápala de aldea, un diplomático baturro, un Maquiavelo de lugar...

     Escribe el caballero:

     �Cuando más confiados estamos, cuando nuestro gozo es mayor, �zas!, aparece Bonafoux en la ESPAÑA Y AMÉRICA, u otra revista por el estilo, y ya está armado el belén.�

     �Claro! �Como que mía es la culpa de todos los belenes que se arman allende y aquende el Atlántico! Tendré que tomar por casa una hoya, en el mar... Pero �qué belén es ese de que habla usted? �O los ve porque vive en Belén, digo, en Denia?

     �Hablando serio; Bonafoux apache, a pesar de sus bromas, es una rica joya que el Nuevo Mundo ha tenido la bondad de regalarnos.�

     �Él ha descubierto que el maestro Clarín ha plagiado a Flaubert.� [125]

     �Que Pardo Bazán ha robado un cementerio a Zola.�

     �Que Taboada es poco menos que un payaso.�

     Hablando en serio: �cuándo y dónde he dicho yo que es un payaso mi amigo Luis Taboada? Porque no hay tal cosa en ninguno de mis seis libros que tengo a la vista.

     �Como si el Gobierno del curro Cánovas no fuera bastante, han principiado nuestros fogosos críticos su campaña.�

     �Bonafoux la ha iniciado -aunque iniciar sea galicismo- en ESPAÑA Y AMÉRICA, revista o cosa así, que se publica para dar salida a unas cuantas obras invendibles.�

     Aparte del calificativo de curro aplicado al señor Cánovas como si fuera un vecino de Denia, tiene mucha el calificativo de invendibles que propina el Sr. Lis a obras de Veuillot, Croisset, Lesage, etc., a quienes no debe conocer porque no nacieron en Denia. �Invendible la monumental Historia del movimiento republicano de Emilio Castelar! Es un colmo del desparpajo en provincias.

     Que usted me llame crítico apache no me importa, aunque le advierto que tengo tanto de apache como usted de periodista (�en Denia? �qué risa!), y que soy mas caucásico que usted, porque desciendo de franceses, y usted desciende de la morisma berrenda, y es degenerado, sin abluciones, como si lo viera. Lo que sí me importa, e importará a Clarín, es que me escriba usted al margen del mismo número del periódico donde le atiza un bombo servil, lo siguiente, [126] que está a la disposición del público en las oficinas de ESPAÑA Y AMÉRICA:

     �Sr. D. Luis Bonafoux: Usted que se jacta de descubrir crímenes literarios, �por qué no ha descubierto la burda imitación que Clarín ha hecho en su Camachología (Sermón perdido) de la �Premática contra los poetas güeros�, de Quevedo? Además, no eche usted en saco roto que D. Leopoldito, el que acusa a Pardo Bazán de exhibirse, se ha exhibido lamentablemente en las Vírgenes locas. A la legua se conoce que aquel capítulo lo escribió momentos después de leer las obras de Guhl y Koner, y �claro! resultó un erudito de primera.

     �Y por qué no se lo cuenta usted, en vez de decirle que tiene un talento arcifinio? �Se figuraba usted que era yo un perro de presa a quien se podía azuzar desde Denia? El juego de atacarme y, atacar por tabla a Clarín, o viceversa, ya está visto.

     Quede convicto el Sr. Lis de ser un... Lila de Mandas, o Duque de Tetuán en Denia.

     Lo que siente él, por supuesto, es no ser un Hernán Cortés y degollar apaches. �De qué buena gana resucitaría la Historia y haría conmigo lo que, según cuenta Voltaire, hicieron los progenitores del Sr. Juan con los indios, chunchos o no chunchos!

     Me duele el salir... con estas salidas. Pero no es cosa tampoco de que un periodista cualquiera de Denia llame apaches a los americanos españoles.

     �Cuanto más hermoso no es decir, como dice Llorente Vázquez, que en América no hubo vencedores ni vencidos, españoles y americanos, sino todos [127] españoles, defensores los unos del principio realista, defensores los otros del principio republicano! Pero, �qué tontería después de todo, hablar de estas cosas a un Juan de Lis-Viñas que se propuso seguramente que le nombrara yo en Madrid y en ESPAÑA Y AMÉRICA!... [129]



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Maupassant

                                                                                                                         París, 5 (10 H. 30).
     La situación del célebre escritor Guy de Maupassant, en el manicomio, es desesperada. Ha sido preciso ponerle camisa de fuerza.
                  R. Blasco.
(De la Correspondencia.)


I

     En medio de la prosa de La Correspondencia, revuelto con un elogio a la señora viuda de Cunill (que obtuvo el premio gordo en el último sorteo) y humillado por la proximidad de otro ditirambo en honor del Sr. Linares Rivas, aparece, sin comentario alguno, el fin trágico de un hombre superior, que no fue ministro de Fomento, ni fabricante de chocolates, ni agraciado con la lotería de Navidad...

     Haciéndose oír a despecho del humano tráfico, y a través de las polvorientas nubes que levanta a su paso la caravana mercantil, en el mundo de la disnea del espíritu..., resulta molesto el hombre que [130] pordiosea el pan de la poesía, llamando a las puertas de la vida, cuyo dintel no es ciertamente enramada primorosa sobre la cual revoloteen enjambres de pájaros que saluden la aparición del artista...

     El escritor francés Guy de Maupassarit, autor de la maravillosa página titulada Pedro y Juan, ha disparado contra sí mismo seis tiros de revólver y se ha herido en el cuello con una navaja de afeitar. -Me alegro. Se va sin haber tenido yo el honor de hablarle. Le he visto en la calle, de lejos, como a Zola, porque jamás me atreví a tutear al genio... -�Le habría hablado usted en París?- me dijo alguien. -�Ca!... no, señor. Estuve todo un día en la acera de su casa, haciendo el oso a Zola, por ver su cabeza, con la misma unción monárquica de algunos vecinos de Madrid cuando pasan las instituciones...

II

     �En el próximo mes de septiembre se pondrá a la venta el mobiliario de la casa que ocupaba Guy de Maupassant, en la calle Boceador. -Se venderá también el célebre yate Bel-Ami del insigne novelista.�

     �El yate que sirvió a Maupassant para expatriarse de la vida!... Vivía viajando, En el mar, arrinconado bajo la toldilla de su yate, recibiendo, para no asfixiarse con emanaciones de imbéciles y esclavos, bocanadas de aire libre y sano que le enviaba el mar, misericordioso y grande. Guy de Maupassant [131] está loco...; lo estuvo siempre, porque cuando se piensa y se siente tanto como ha pensado y sentido él, se vive en plena fiebre de locura, y la camisa de fuerza es el único traje para salir a la calle.

     �Pensar mucho y hondo, amar como amó Cristo, sentirse herido todas los días y a todas horas, en las creencias y en las esperanzas, en las ideas y en los sentimientos, y pasear como un sonámbulo por las afueras del mundo, oyendo desde lejos rebuznos. y relinchos del ganado humano!... Devuelto a la tierra, al fango de la existencia, ocupa el lugar que le corresponde: en el manicomio, con camisa de fuerza, abofeteado y herido, manando sangre como un Cristo en el Calvario de las letras que piensan y sienten. �Ah, le han matado!

     París llora el prematuro fin de uno de sus escritores más predilectos; Maupassant era un gran talento, no por ser naturalista, puesto que no le hacía falta documentarse para brillar en la novela contemporánea. Téngole por el más eximio de los discípulos de Zola... y no me atrevo a decir que puede a veces más que el maestro. Tiene tanta ternura como él, y sabe a su igual desparramarla con arte, ternura exquisita del alma, que no han visto ni sentido, porque no pueden, a través de las abominaciones de La Terre, los lectores fríos de nacimiento; y si su corazón no es mas grande que el de Zola, ni más brillante su paleta de paisajista, suele aventajarle en la manera de hacer, que se parece a la de Flaubert. Es menos cansado en las descripciones, y por lo tanto, más sobrio y pulcro. Bien que Zola no [132] es solamente el jefe de una cátedra de análisis, anatomía y disección a pluma, con monstruosas exageraciones, merced a las cuales acaba de decir Lombroso que Ninon de Lenclos es la única mujer que no ha mentido; Zola es, además, o lleva a cuestas, un mundo de injusticias y persecuciones sufridas con paciencia evangélica.

     Es un Cristo... que se venga. No escribe en el cielo, a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; escribe en el Sinaí -�Cómo Rochefort escribe en el infierno, ardiendo en vida!...

***

     �Lucidos han llegado...! Maupassant que ya no tiene pluma que esgrimir, es un gallo de Morón. La cara de Zola es un surco por donde ha corrido largo tiempo la tristeza de la vida.

     �Todavía no le deja en paz la traílla de envidiosos que le royeron tanto los zancajos!... �Todavía le mandan anónimos y le ofrecen estacazos!... Gracias a que él puede esperar tranquilo a la puerta de su cabaña de Medan, como un viejo mastín que se limita a fruncir las cejas cuando pasa ladrando al rededor suyo una jauría de perrillos falderos.

***

     ...�Qué bien hubiera descripto Maupassant la peregrinación de la niñita rubia con ojos azules, encontrada ayer en la calle Montparnasse vagando al azar, [133] con el trágico equipo de las abandonadas, y dando por toda contestación: �Mamá está allá... abajo... muy abajo!...�

     �Con qué delicadeza no hubiera comentado la carta de la suicida Margarita C.: �Abandonada por mis padres y por mi amante, traicionada con él por la amiga que me inspiraba más confianza, no quiero vivir más, �bastante he vivido ya!... Que no se busque más lejos la causa de mi muerte.�

     Mejor que Zola lo habría comentado Maupassant; porque Zola no hubiera podido eximirse de �buscar más lejos la causa del suicidio�, llevándose de una dentellada la piel de muchos perrillos falderos... [135]



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Barbieridad... académica

     Bien sabe Dios que admiro sinceramente a Menéndez Pelayo y que creo que puede decirse de él, con más justicia, lo mismo que dijo alguien refiriéndose a Moreno Nieto: �Ese hombre modesto, como verdadero sabio, rodeado de respetos, que en las calles, en el Ateneo, en todas las corporaciones científicas ve descubrirse a su paso cabezas que tendrían a menos bajarse ante otros encumbramientos que el de la ciencia; ese depósito humano de todos los conocimientos, que ha leído cuanto se ha impreso, y sabe cuanto ha leído, y habla de cuanto sabe...�

     Así como Castelar dijo gráficamente, ponderando a España, que ha llegado a cansar a la historia con sus hechos, así puede decirse que Menéndez Pelayo ha llegado a cansar a las letras con sus estudios e investigaciones.

     Pero los genios se equivocan, como cada hijo de vecino, y Menéndez Pelayo se ha equivocado, en mi humildísima opinión, al elogiar el tango del Sr. Barbieri en la Academia Española. [136]

     Tengo por muy sincero el discurso del ilustre catedrático de la Universidad Central, porque no es de suponer que haya querido hacer sátiras con motivo de académica fiesta, de las que se llaman, no sé por qué, solemnidades... Sería horrible que el Sr. Menéndez Pelayo hubiera pensado que Barbieri tiene perfecto derecho a entrar en la Academia fustigada por mi amigo Antonio de Valbuena... En una Academia de Catalinas y Commeleranes, bien podría entrar el autor de las copias de Perico el Ciego, o Julio Ruiz en calidad de estilista; porque una Academia así está pidiendo a voces que la pongan en música.

     El Sr. Barbieri va a la Academia en clase de afinador del idioma. Pero al Sr. Barbieri, �quién le afina? Porque este músico no pasa de ser un zarzuelero, muy bueno, muy popular, pero zarzuelero. Me dicen que toca además el clarinete. Pero no creo que el hecho (digno de respeto) de tocar el clarinete, sea motivo suficiente para entrar en la Academia de la lengua española. Si lo es, hagamos o hagan ustedes académico a Juan Breva, que es más popular... y toca a maravilla la guitarra.

     Se explicaría, ya que no se comprendería, que entrara en la Academia de la lengua un Wagner, un Beethoven, un Mendelssohn, un Meyerbeer. Pero no se comprendería ni se explicaría que nombraran académico al autor de la música de Cariño, el mejor café es el de Puerto Rico.

     Con razón dijo fray Gerundio que España es el país de los viceversas; porque al demonio se le [137] ocurre meter un músico en la Academia, a no ser que se pensara que hacía falta ese músico para tantos danzantes, o que todo se puede hacer impunemente en un país donde hay ministros de Marina que se marean al entrar en un barco, premios gordos con acompañamiento de marcha real y cartas que van a Montevideo por ir a Mondoñedo.

     En fin, allá el Sr. Barbieri. Pero si es cierto que ha tomado por lo serio el papel de melodizar al lenguaje espartoso y amazacotado de los académicos, es cosa de tenerle mucha lástima, y de aconsejarle que deje el clarinete y empuñe el violón para acompañar dignamente a sus colegas.

     �Qué dirá Zola, tan combatido en su propósito de entrar en la Academia Francesa, -a pesar de que su trabajo de escritor es como el descubrimiento de un mundo literario,- qué dirá cuando sepa que, si hubiera tenido la suerte de nacer en España, podría entrar en la Academia con sólo tocar el clarinete por casualidad!... �Qué pensará de esa murga académica el autor de los Episodios nacionales, de Doña Perfecta y Gloria!...

***

     En cuanto al Sr. Menéndez Pelayo... �qué sé yo! Tal vez haya recordado, al saludar la introducción del Sr. Barbieri, que la música amansa los animales... [139]



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La conquista

          A FERNANFLOR.

En Alceda.

     Mi amigo: Usted acaba de decirlo, hablando con el Director de El Liberal: �Se complace usted viéndose como perdido en un pliegue de la inmensa Naturaleza�; y no se puede hacer, en menos palabras, la crítica de la conquista moderna.

     Sin embargo, Francia lo recuerda con júbilo y para que le sirva de escarmiento en Dahomey...

     Los Achantis estaban consternados. �Qué era aquello que se les iba encima? Siete mil quinientos soldados de todos colores, con blusas de dril y sombreros de jipijapa, un botiquín con mucha quinina y una porción de filtros para depurar el agua; víveres en abundancia, catres y hamacas para transportar heridos, trescientas mujeres, todo lo que exige la vida europea... �qué significaba aquella arca de Noé? �qué era aquello? El general [140] Wolseley, con sus tropas, que se dedicaba a civilizar en nombre de Inglaterra.

     En efecto: �En menos de un mes fueron arrasados los Achantis y arruinada Coumassie�, capital de aquellos barbarotes.

     Se explica. �Quién escapa con vida de semejante nublado? �La tranquilidad, observa un periódico, no ha vuelto a turbarse en aquel país.� Se comprende también. Lo inexplicable es que quedaran Achantis para contarlo.

     Los yankees no niegan la raza. Están tranquilizando a los Iroquois. Un telegrama anuncia que en Homestead les sacan tiras de pellejo y les cuelgan de los dedos pulgares.

     Es un modo de civilizar como otro cualquiera. Sabe Inglaterra que en Patagonia, por ejemplo, hay unos vecinos sin civilizar. �Qué lástima!... �No se les puede dejar así!... �Hay que salvarles de la barbarie!...

     Un Wolseley se entera, mapa en mano: paraje caluroso (supongamos), plaga de mosquitos, plaga de fiebres palúdicas. �Bien! Se encarga un traje vaporoso y especial, de conquistador inglés, se prepara un botiquín con mucha quinina, y un inventor que nunca falta, pone a disposición de las tropas unas escafandras que evitan las picaduras de los insectos. Ya está. �En marcha!...

     Los de Patagonia no sospechan el disparatado honor de semejante visita... De pronto, al ver al Wolseley en traje de civilizar, paradisiaco casi, le toman por un pariente forastero, que salió a buscar fortuna [141] y regresa dado de polvos y vestido de mono sabio.

     -�Son ustedes de acá?

     -Somos de allá. Ingleses... Venimos a civilizarles.

     -Gracias; estamos a gusto así... Somos una tribu de Adanes y Evas que vivimos sobre los árboles, sin meternos con nadie.

     -No importa. Hay que civilizarse...

     (�Bum! �Bum!... Cañonazo limpio.)

     Ya no queda un patagón... �Ya no zumba un mosquito!... �Ya está civilizada la tribu!... El Wolseley puede poner un telegrama: �Patagones estar muy tranquilos.� Pero si un patagón, en uso del derecho de defensa, se come al Wolseley, entonces, �qué indignación, qué protestas, qué palabrotas de los lores!... Les he visto en Waterloo place coger, como quien dice, el cielo con las manos, porque no se sabía de Gordon; y, créame usted, amigo Fernanflor, he visto, en cambio, la felicidad de unos salvajes de las márgenes del Orinoco, que pasaban la vida arriba de las palmas, y conversando a su modo con los extranjeros, sobre quiénes disparaban, para festejarlos, tamaños cocos de agua dulce. �No es la civilización una verdadera desgracia para mademoiselle S'Nabou, princesita negra como la pez? Ya cuenta el Gaulois que un transeúnte la llamó �perro negro�, y ella, que debe ser de rompe y rasga, fue y le llamó �cerdo blanco�. �Qué se consigue con ser todo un Bismarck para que salga, cuando menos se piense, un emperador apedreándole con [142] esta pregunta: �Wollen sie vielleicht mir meinen, kewchenzettel diktiren?

     �De qué sirve haber sido un Dantón, para que se olvide en 1892 todo lo que hizo en 1792, por aquello de que �honramos el recuerdo de los grandes hombres -según he leído... creo que en un almanaque- celebrando banquetes, porque ellos pensaron por nosotros y nosotros comemos por ellos�. �Bien haya el opulento Vanderbilt, que está levantando sobre la playa una montaña que le guarde �en un pliegue de la inmensa Naturaleza!�

     Eso quisieran los Achantis, los Iroquois, etcétera que les dejaran como cosa perdida entre las breñas de sus selvas. El hombre que siente y piensa no puede sustraerse, por muy culto que sea, al deseo imperioso de olvidarse de sí mismo y que lo olviden, en un rincón de la montaña, singularmente cuando se esponja la tierra y se enmarañan los parajes de una Naturaleza atormentada.

     Beso las flores de la de Alceda, a quien conozco de vista, y la saludo con envidia en nombre del asfalto del boulevard que orilla �las tristes márgenes del Sena�. [143]



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Primavera de versos

     Ni árboles cargados de frutos, ni plantas exuberantes de savia, ni campos bien olientes a fresca hierba, ni azules horizontes del mar, por cuya orilla corrió mi infancia como una pilluela de la playa...

     Del invierno al verano, un paso. Dentro de la villa, nubes polvorientas, sequedad febril, calor agónico; en los alrededores, el horror de la llanura, escueta, sucia, destacando en la lejanía, por entre andrajos del terruño, el bostezo de un perro aburrido y el tardo paso de un carretero holgazán... A falta de naturaleza primaveral, donde sumergir el cuerpo como en baño aromoso, bueno y confortable es sumergir el espíritu en primavera de versos.

     Estos versos, que forman un ramo de flores Efímeras, aunque vivirán siempre, son un bonito regalo que hace Méjico a su madre España por mano de uno de sus representantes en la legación, el Sr. Icaza. [144]

***

                                  Dime esa frase que el amor inspira;
Me engañas, ya lo sé: pero �qué importa?
�Si es tan bella y tan dulce la mentira!
Miente y hazme feliz... la vida es corta,

     El Sr. Icaza, poeta en Méjico, en España y en todas partes, siente �la tristeza resignada de un cielo gris tranquilo.� Delicado y tierno, sin sentimentalismos mentidos y cursis, como lo es en Los dos sueños y en Estancias; filósofo tristón en Gladiatorie, Fantasmas y en suavísimos Paisajes con la nota gris que pintó entre lágrimas la paleta de Casimiro Sainz; puede el Sr. Icaza decir con razón, que su musa tiene �lo inmenso y lo distante:� -la inmensidad de ternuras de un gran corazón aplastado por la prosa, y la distancia infinita, eterna, jamás salvada, entre la poesía y el ideal.

     Hablando de Andrés Bello, recuerdo haber dicho que los versos de su musa deben ser leídos durante las noches templadas y melancólicas, en Sevilla a las márgenes del Guadalquivir, o en Caracas a orillas del Guáire, al olor de los jazmines que se marchitan, porque se mueren de envidia, en el seno de una muchacha fresca y rubia.

     Los versos de Icaza, más bonitos y sentidos que [145] los de Bello, merecen también leerse al arrullo no entendido de las calladas noches, entre aromas de flores que huelan a gloria, y aromas de mujeres que siempre huelen mejor que las flores.

     Les oí por primera vez en el Vivero. Arriba, ramajes que colgó el estío; abajo, tierra húmeda y caliente; sobre el musgo del campo, desgranándose, un collar de cabecitas rubias y morenas...

     Siesta deliciosa. El poeta no cantaba en el ramaje, como canta el pájaro; cantaba en la mano las hermosas estrofas que lleva en el corazón. [147]



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Vírgenes y santos

     Nos acercamos al momento contemplativo, de recogimiento absoluto y santo, después de las juergas corridas por Carnaval.

     No podemos decir: �Pésanos, Señor, de haberos ofendido... no lo volveremos a hacer más�, porque sí volveremos por Carnaval del año próximo. Es el tejer y destejer constante de la vida. Si no hubiera pecados, no habría tampoco actos de contrición y penitencia; perdería su carrera el confesor de almas y perdería su oficio el obrero que hace confesonarios.

     Los santos y las vírgenes, que viven retirados en sus respectivos templos, se preparan, o los preparan, para salir a dar una vueltecita. Algunas señoras piadosas y ricas regalan prendas de vestir a las venerandas imágenes. Es una costumbre tradicional, digna del mayor respeto. Los extranjeros, singularmente los ingleses, vienen en bandadas a gozar de nuestras procesiones, y después de verlas nos inspeccionan con cierto asombro.

     Somos una especialidad en procesiones. Las de Sevilla pasarán seguramente a la posteridad, como ha pasado a la historia, aunque por distinto motivo, la procesión que en andas de unos caballeros tozudos de Tarazona fue a incrustarse en una pared, porque no tenía salida el callejón donde se metió, y, como Tarazona no recula, resolvieron, primero que repasar lo andado, dejar los sesos y también los yesos de las santas imágenes.

     No es de ahora, es de todos los tiempos y de todos los países el uso de pasear las creencias y los ídolos como si fuesen leche de burra. Budha resulta en la india una madrileña callejera, porque se le encuentra en todas partes; Marat, que no tenía pizca de santo, pero sí de ídolo, fue paseado, al salir de la Convención, y después de haberse despedido victoriosamente, en hombros de sus secuaces, con el pañuelo, que le daba trazas de tarazonense, anudado en la cabeza; un caballero de Barcelona acaba de pasear a su ídolo, un asno, que iba en carruaje de lujo tirado briosamente por el caballero, toreros y políticos, rivalizando con la dignificación del jumento en la Rambla, han sido paseados en coche por hombres con vocación a engancharse.

     La mayoría del público no admite que sean abstractas las ideas y las creencias. Hace falta exteriorizarlas, darlas forma tangible; que se vea, que se palpe...

     Las procesiones están, pues, consagradas por el uso y por la necesidad de que el público pueda ver y palpar lo que cree y venera. [149]

     Me parece bien. Lo que no sé yo si estará medianamente bien es que se atienda tan poco a lo que podría llamarse mise en scène de las vírgenes y santos. Si los hombres y las mujeres se lavan y se arreglan antes de exhibirse en calles y paseos, es natural que las imágenes hagan, lo mismo, o que lo hagan por ellas los que tienen a su cargo el divino vestuario.

     He observado con sentimiento que algunas imágenes presentan, consideradas materialmente, un aspecto lamentable. No es decoroso que se las vista con ropas que han usado, aunque poco, personas de carne y hueso. Por ejemplo: no me parecería respetuoso que pusieran a san José unos pantalones de Sagasta, ni a la Virgen de la Paloma un traje de la princesa Ratazzi.

     Tampoco es decente, a mi juicio, que los señores encargados de llevar por ahí a las imágenes hablen en voz alta y saquen las cabezas levantando los paños que cubren el andamiaje; por que el público los ve, oye al apuntador, y pierde buena parte de la ilusión... mística.

     He aquí un caso práctico. La Virgen del Pilar de Zaragoza es, de cuantas vírgenes hay en España, la que tiene más campanillas. Según reza una imagen de Nuestra Señora del Pilar, se ganan 9.020 días de indulgencia al dar la hora, y 8.120 días fuera de la hora, diciendo: ALABADA SEA LA HORA EN QUE NUESTRA SEÑORA VINO EN CARNE MORTAL A ZARAGOZA.

     Consta, pues, que Nuestra Señora fue en carne mortal a Zaragoza, y como no se sabe que se haya [150] ido de allí, claro está que le debemos toda clase de consideraciones, no ya las que se relacionan con el espíritu, sino también las que merece la carne mortal.

     Sin embargo, la plaza del Pilar está pidiendo un toldo y un burlete. El aire del Moncayo, que azota al templo, es irreverente; y el Municipio tiene el deber de oponerse a la irreverencia de los vientos. �No se encontraría un concejal que pusiera a su señora a los vientos del Moncayo; y los concejales obligan a sufrir esos chifletes a la que es señora de todos...

     Pase que los vecinos desafíen y sufran el rigor de los temporales.

     Pero... hay que salvar las vírgenes y los santos. [151]



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La velada de la Plume

     Ya ha nevado desde que se efectuó, y todavía no he hecho bien la digestión. Una comida con Zola, Mallarmé, Copée, Claretie, Scholl, no es para digerida en pocas horas.

     La comida, aunque de cinco francos el cubierto, tenía que ser buena. En el Café du Paláis se come bien por poco dinero, se come muy bien cuando lo visitan los redactores de La Plume, que es el periódico más literario de París; y se come admirablemente si los Zola, Mallarmé y Copée honran la presidencia de la mesa. No digo yo cinco francos, también cinco mil podían darse a gusto por comer a manteles con aquellos señores, y en compañía de la bohemia literaria y artística del barrio latino, presidida por Verlaine. Y luego... que yo no pagué nada, porque buenos amigos de El Liberal, se ofendieron de que quisiera pagar su cronista parisiense, con lo cual, aunque parezca lo contrario, me quitaron de encima un peso... [152]

***

     Nada más pintoresco que las veladas de La Plume, donde cada tipo merece que le lleven a un museo de antigüedades. Caras pálidas y marchitas prematuramente, melenas prehistóricas, trajes inverosímiles; y una charla original, chispeante, que tiene el picor de la mostaza inglesa, y que implica un abandono absoluto de las cosas prácticas del mundo. Todos convienen en que han equivocado la vida, pero ninguno se arrepiente.

     -Después de todo -me decía un poeta- más vale ir al hospital, que venir de Panamá...

***

     Como en París hay clases, y nadie se atrevería a tutear al genio, no hubo necesidad de llamar al orden cuando entró Zola; un Zola que yo no conocía. En estos tiempos de reclame panamanesca, es muy difícil que los grandes hombres se escapen de la amistad de una porción de gentes advenedizas y embusteras, que ni siquiera les han visto. Son innumerables los que afirman seriamente que llaman Emilio a Castelar y le tutean �en el seno de la confianza�; y son también innumerables los que aseguran en Madrid que cuando estuvieron en París tomaron café y jugaron a la brisca con Zola. De mí sé decir, y lo digo sinceramente, que ni le había visto, aunque he venido a París una treintena de veces, ni me había [153] atrevido a verle, porque, como buen católico, sé que debe uno prepararse muy bien para recibir al Señor...

     Por las descripciones a pluma y de palabra, Zola era para mí un burgués, de apariencia tranquila y reposada. A juzgar por los retratos, hechos, indudablemente, en un momento muy psicológico de Zola, acaso en el momento de pensar con mucha pena que es insigne necedad el dejarse retratar, teníale yo por cansado, afligido, esquivo, o, como le llamara irreverentemente Sarcey, en periódico tan respetuoso como Le Temps, �un cerdo triste�.

     Nada de eso. Zola, que está muy joven, parece, por la viveza del carácter, un chiquillo, menos aún, un rabo de lagartija. No sé de nadie que sea tan nervioso, gestero, decidor y parlanchín; y a muchos devotos de San Vito les he visto bailar menos que a Zola. No le he mirado de prisa y corriendo; le he mirado despacio y con lentes, y, aunque a honesta distancia, estuve, con el buen fin de sacarle la fotografía, timándome con él desde las seis de la tarde hasta las once de la noche. No es esto, lectores, un alarde de tutear al genio, sino de poder decir, parodiando al poeta: Hoy le he visto, le he visto y me ha mirado... La fisonomía de Zola es un milagro, porque, a pesar de su fealdad y ordinariez, resulta simpática y sugestiva, gracias a su fuerte expresión de vivacidad y energía, con ligeros intervalos de ensimismamiento triste, que se asoma furtivamente a sus ojos, de un mirar distraído y vago cuando se figuran que nadie los ve. [154]

     Y yo, que no le quitaba de encima los míos, vi la mirada de Zola posarse con cierta tristeza, no exenta de repugnancia, en la abollada calva de Verlaine. A la manera de un moscardón impertinente, cruzábala de un lado a otro, tropezando en las sinuosidades deteniéndose como cansada en las hondonadas de tan singular cabeza, en forma de cono, semejante a la cresta del Cotopaxi, más parecida acaso a la proa abollada de un buque náufrago.

     Trajeado de harapos, con enorme bufanda al cuello y sombrero ancho sepultado hasta las cejas, adormecido por el alcohol y cojeando por el reuma, -el gran poeta- último monarca de una bohemia muerta amparado en sus cabeceos por la mano de un amigo, entró el último, con más orgullo que el primero, en el salón donde el fulgor de las luces y de las pupilas reflejó a su paso así como la apoteosis de un Apolo borracho de gloria y de ajenjo. No habló palabra, ni probó bocado, �ni siquiera bebió! Frente a Zola, y en medio de lo más eximio de la literatura, roncó la comida.

     Cuando terminó el banquete, con unas palabras, sobrias y brillantes, del autor de Vers et Prose, y se marcharon los �maestros�, y los escritores menudos empezaron la causerie literaria, con canto y música, entre versos sonoros, vahos de ponches humos de pipas y responsos al crítico Sarcey, puesto, en órgano, vi otra vez a Verlaine, en un rincón, con el sombrero metido hasta los ojos, durmiendo también la causerie; y el profundo sueño del poeta moribundo me pareció un despertar hermoso y elocuente. [155]



***

     Luces mortecinas de una mañana vergonzante se colaron por entre las rendijas de las maderas. Ya en la puerta, sorprendido por una tempestad de nieve, se rejuveneció de repente la cara embrutecida de Verlaine, como si una aurora boreal hubiera iluminado su piel de sapo hidrópico. Por en medio del arroyo marchaba tranquilamente un carro fúnebre, sobre cuya caja puso la nevada un cucurucho de Pierrot, y a la izquierda de la casa, pegado a la esquina del café, un vendedor de periódicos, firme como un centinela, dormía de pie, teniendo en la mano derecha un número de La Cocarde; y encima del epígrafe (Los escándalos de Panamá) en letras como puños, sobre la negrura del escándalo, deshacíase lentamente un copo de nieve. [157]



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De López y otros excesos

     Don Luis López Ballesteros es amigo mío; sí, señor. De palabra, en las mesas de Fornos y en un portal de la calle de Peligros, y por escrito en La Opinión, de Pérez Vento, el Sr. López ha tenido la bondad y la benevolencia (que yo no sabré agradecerle nunca) de dedicarme grandes elogios.

     Es más, el mismo Sr. López me dispensó el honor de entregarme, para que le pusiera prólogo, un libro manuscrito. Con él fui a Puerto Rico (1889 -expedición 8 de la serie) y volví; con él fui a la Habana (1890) y volví también. Cuatro travesías de Atlántico con un libro manuscrito del Sr. López. No lo prologué, con mucho sentimiento, por que no tuve tiempo; ni lo leí, con el mismo sentimiento, porque tampoco tuve tiempo. Pero no le dejé en el camarote, como hubiera hecho cualquier literato... despreocupado de los que creen que el talento obliga a hacer canalladas, ni lo tiré al agua. Le di cuatro vueltecitas por el Atlántico, como si fuera reliquia colombina para el [158] Centenario, y lo devolví sano y salvo, aunque un poco amarillento por el orín del trópico...

     Podría, pues, establecerse una cuenta corriente.

                                                DEBE
Luis Bonafoux a D. Luis López Ballesteros Bombos en café y portales: 1.000.000.
Don Luis López Ballesteros a Luis Bonafoux Travesías de Atlántico con un manuscrito: 4.

     No quiero aumentar las deudas con el Sr. López. Hay en La Correspondencia de España un señor que firma L. B. ciertas revistas bibliográficas, críticas teatrales, etcétera.

     Me dicen que L. B. es D. Luis López Ballesteros; y me parece imposible, porque no puedo creer que no tenga el valor de su López.

     Pero si no es otro López, si es el mismo Ballesteros, creo que podrá hacerme el favor de firmar como Dios manda, no vaya a creer algún lector cándido que me dedico a propinar los estupendos bombos que atiza, en uso de un derecho perfecto, mi estimable amigo D. Luis López.

     No es cosa de imitar a los ciudadanos que acuden frecuentemente a los periódicos en demanda de la publicación de sueltos por este tenor:

     �D. Fulano de Tal, dueño de la acreditada tahona de la calle de Tudescos, no es el Fulano de Tal que robó anoche una bacalada en la misma calle.�

     �A petición de D. Zutano hacemos constar que [159] no le toca nada D. Zutano, presunto asesino del mozo de cuerda Toribio Ramos.�

     Tampoco tendría derecho para imitar a esos señores que se curan en salud.

     Mi nombre es pequeñín. Por eso mismo de ser humilde, podría fácilmente confundirse, y tengo el deber de declinar el honor de que se me confunda con un redactor de La Correspondencia de España.

     El Sr. Ballesteros comprenderá y estimará mi discreción y mi rubor.

***

     Otro Luis; mi amigo Luis París, un... anarquista frustrado. �Bonitos tiempos aquellos en que me felicitaba públicamente por haber sido el primero en protestar contra el pontificado de Clarín y me escribía cartas dinamiteras, y entendía conmigo que la sociedad literaria estaba muy necesitada de explosivos que derrumbaran los carcomidos cascotes!...

     Mientras fui a América y volví de allí (siempre con el libro manuscrito del Sr. López) se derrumbó sin explosivos �ay! mi amigo Luis París. Lo siento, pero ya no puedo llorar: �he llorado tanto sobre los cascotes de mis amigos!

     Acaso porque es propio de sabios el mudar de acuerdo, o tal vez por exigencias brutales de la... prosa, Luis París ha entrado por el aro de la sociedad de bombos, tirando a toda prisa, como medroso y avergonzado, las bombas que podían comprometerle. Hizo antaño media docena de pinitos, y, [160] como la inmensa mayoría de los caracteres al uso, cambió su incipiente ravacholismo por un plato del día. Hoy es uno de los periodistas más ramplones y hueros de España y Ultramar. Como disolvente, no es siquiera un Debach; resulta un anarquista con tacos de papel y pólvora en salvas. �Pobre Luis París! �Yo que le estimo tanto!

     Tanto, que tengo todavía fe en que no se malogre (ji, ji), aunque se roza demasiado con los bomberos de la villa y... dime con quién andas y te diré quién eres.

     Digo esto con motivo de la sorpresa que me produjo la firma de Luis París debajo de un espantoso ditirambo (no sentido) en honor de la calamidad novelesca que se titula Doña Berta, Cuervo, Superchería. Clarín, reirá, indudablemente.

     �Leit-motive� (idea madre)..., �reemplisoge novelesco� (�idea padre?)..., �coeficiente de pérdidas�..., �reverie�..., incoherencia con intentos satíricos�..., �alardes de psicólogo�..., �instrumentación a posteriori�... �Dios ayude al instrumentado Clarín! Señores, �me han cambiado a Luis París! �Eso es... un negro catedrático con intentos de instrumentación a posteriori!

     Cuervo merece elogios de Luis París, porque es, a su juicio, �un puñetazo�; que es como aconsejar a Clarín, que se dedique a hacer puñetazos.

     No para ahí el leit-motive de Luis París. Metido a Barbieri de Clarín, dice que éste, cuando escribió el libro, pensaba en una sinfonía; y con tan plausible motivo, nos da una murga de �notas [161] impresionistas� y �ascensiones hacia las regiones serenas en donde el ambiente es más luminoso�, asegurando de paso que todo �suena� en el cuento... con bombo y platillos.

     Tampoco se detiene ahí la instrumentación a posteriori o por detrás. Deja Luis París su papel de coristo y se mete... a comadrón.

     Veamos cómo opera.

     �Superchería resulta algo incondensado. Es un caso que reclama la atención del perito antes de calificarlo como aborto o como parto prematuro.�

     Esa falta al buen Clarín: que le metan el fórceps.

     No ejerza Luis París de Ravachol de la prensa si no le llama Dios por ese camino, o si ha discurrido que es, en punto a letras, el camino que va al cementerio madrileño. Pero no ejerza tampoco de Ciuti de Clarín, ni escriba en el cursi y disparatado estilo de un periodista congrio de la ronda secreta.

     -Que es una frase morrocotuda a lo reemplisage instrumentado.

     Discurro así con Luis París porque se puede. No es él de los pobrecitos habladores que se diputan genios en sus casas y se enfadan si hay quien les saque del error. París ha vivido algunos años en el Verbo de la Humanidad, y allí no se vive impunemente. Él sabe además que es de suyo poquita cosa y admite observaciones.

     Nada de enfadarse. �Le pongo un reparo (con la intención más amistosa, por supuesto, y con muchísima tristeza)? Pues como si tal cosa. Donde quiera [162] que me encuentra me saluda cariñosamente. ��Qué tal, querido Luis?� Siempre fino.

     �Quién sabe! �Quién sabe si �evoca, como él diría, una nota impresionista, un recuerdo vago de la bohemia literaria�; y viendo al hermano de siempre, aunque amigo por temporadas, sin reemplisages ni instrumentaciones, dice en silencio cuando no pueden oírle los bomberos: ��Tiene razón!�

     Es un bonito leit-motive... wagnerista.



***

     A la señora doña Emilia Pardo de Quiroga le ocurre lo que a los oradores socialistas, y es que maltrata a los periodistas que le hacen el favor de circularla por ahí y les llama imprudentes y entrometidos.

     A lo que observa, para justificarse, La Correspondencia de España:

     �La noche de la segunda representación de Realidad permaneció doña Emilia durante los cinco actos en el cuarto de Mariquita Guerrero, donde también se encontraban el autor de la obra, un insigne dramaturgo, y claro está que también uno de los noticieros imprudentes y entrometidos.

     �El Sr. Echegaray suscitó la conversación, preguntando:

     �-�Y usted, doña Emilia, cuándo se decide a escribir algo para el teatro?

     �La señora Pardo Bazán: Confieso a usted que me inspiran gran temor las tablas; sin embargo, [163] quizá haga un arreglo para la próxima temporada teatral.

     �D. José Echegaray: �Un arreglo? Eso sería imperdonable en usted. Pluma tan bien cortada sólo en algo original puede emplearse.

     La señora Pardo Bazán: No digo qué no. Es más, me siento tentada de poner manos a la obra. Desde luego puedo decir a usted que hace tiempo tengo la idea de escribir una comedia; pero será una comedia de costumbres campesinas, algo por el estilo de Goldoni; creo que se ha explotado poco la vida del campo en nuestra escena.�

     La señora por el estilo de Goldoni puede tener la seguridad de que en El Resumen no hemos sido los de la noticia. Porque no creemos que sea capaz de hacer un drama bueno, ni mediano.

     De un arreglo sí la creemos tentada para la próxima temporada; y aun para esta misma.

     Algunos literatos me han interviewado acerca del asunto Pardo-Bazán-Unión-Amorós y Compañía, y les he dicho que la señora de Quiroga ha quedado, a mi juicio, muy mal; y no lo creo solamente porque lleva la razón en el pleito el Sr. Amorós, sino por la ocurrencia de declarar doña Emilia que �tomaba� de otro escritor el asunto de su cuento propio, y que retaba a que se averiguase de dónde lo timaba, digo tornaba; con todo lo cual quiso excusarse del plagio. �No, señora de Quiroga! Figúrese usted que le robo cinco duros al Sr. Amorós, que me sorprende usted, y que salgo diciendo por ahí: -�Bueno! Pero ahora voy a robar unas alhajas, y [164] reto a que se averigüe de cuál escaparate las �tomé.� Y ya vería la señora que me llevaban a la cárcel.

     No se desanimen los escritores que no tengan mollera para artículos propios. M. de Bernoff, escritor mediocre, ha conseguido la popularidad recorriendo a pie nueve mil kilómetros. Lo que no pudo obtener con las manos, lo consiguió con los pies, y todo es conseguir. No es un escritor pero es un carrerista.

     Cuando la señora Pardo no esté de vena como escritora, haga a pie unos viajecillos de Madrid a Coruña, y vice versa. �Todo es escribir! [165]



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Mariposas de locos

     �La casualidad y la bayoneta! eso es lo que dirige los destinos de los pueblos -ha dicho el príncipe de Bismarck, contestando a un admirador suyo, que le llamó genio sobrenatural.

     -�Genio sobrenatural yo? �Bah! Cuando se declaró la guerra, el pueblo gritaba contra mí: �An den pfahl! (�Colgadle!) Después, victorioso, gritaba el mismo pueblo: �Hoch Bismarck! (�Viva Bismarck!) No hay genios sobrenaturales. El mío consiste en saber aprovechar la casualidad y la bayoneta.

***

     Cada cual es loco a su manera. ��Dónde están mis ideas?�, pregunta Guy de Maupassant. ��Alguien de ustedes las ha visto por ahí?� Y se refiere que las busca en los rincones de la casa, sobre las mesas, en armarios, como si sus ideas fueran cosa material y prosaica. Cuando cree que las ha [166] encontrado se rejuvenece todo. Son mariposas, o se figura él que eso son, cuáles blancas, cuáles azules algunas con alas de púrpura, y no falta nunca la mariposa negra que posa el vuelo sobre la seca corona del poeta loco...

***

     Heine, �era un loco? En una de las cartas que escribió a su amigo Alejandro Weill, expresó el deseo de ver flotar en las provincias del Rhin la bandera de Francia. La emperatriz de Austria, gran devota de Heine tiene esas cartas, que cedió Weil al archiduque Rodolfo, y éste a su madre la emperatriz. �Por qué no las ha publicado aún la inteligente dama? Porque, según se dice, la publicación no sería grata a la Tríplice. �Pero una carta de Heine vale mucho más que la Tríplice!

     El barón Embden, sobrino del poeta, publicará en breve ciento veintidós cartas escritas por él a su hermana Carlota, en la que pensaba diariamente, según decía, veinte y cinco horas.

     Tú y yo -la dice en una de las cartas- somos los únicos cuerdos de la humanidad; todos los demás están locos. Ni el champagne, ni el teatro, ni la vanidad halagada, ni las miradas de una mujer bonita, nada me satisface tanto como un rato de charla contigo. Te quiero más que todos los dulces, sin excluir la tarta de limones. Sé que Dios quiere que todo el mundo te bese las manos. Creo en eso. Es mi única religión. [167]

     �Era un loco? Lo parecía, porque no encajaba en los moldes de la vida. Era un ciudadano descarrilado, y por serlo, la leyenda trazó con negros colores el perfil del escritor que, a juicio de los críticos y psicólogos de ahora, era �afectuoso, leal, dispuesto siempre a sacrificarse por sus deberes�. También él, como Maupassant, veía mariposas, y se torturaba sin motivo, temiendo en vida que después de muerto, quedara sin recursos y sin consejo la mujer amada, su esposa, a quien llamaba �honesta, buena, sin malicia�.

     Mariposas. Hermosos fuegos fatuos de un cerebro loco...

***

     Pero Bismarck �con qué sueña? �Cuáles son las mariposas de su locura? Nouvelles de Hambourg, su órgano en la prensa, declara paladinamente que el excanciller falseó en 1.810 el famoso telegrama del rey de Prusia, que hizo inevitable la guerra, �pero endosando a Francia la iniciativa y la responsabilidad�.

     �Ah, pícaro! La prensa de París desata sus cóleras llamándole �gran criminal�, y el Times dice de la confesión del príncipe, que entraña la más grave responsabilidad de cuantas adquiriera en los dos últimos años.

     Bismarck, sediento de represalias, loco por las grandezas, roído por la impotencia, hace ya lo que el asesino que mató por exhibirse: confiesa las [168] muertes. No es un canciller de hierro; es sencillamente un gran diablo en un delirio monstruoso. Porque él no verá mariposas blancas y azules; verá sapos, culebras, ciempiés, cocodrilos, toda clase de bichos horrendos y asquerosos, en marcha hacia el campo de desolación, en cuyo centro se yergue la pirámide de cráneos, y sobre el más alto de ellos, el casco de acero del canciller-buitre.

     No me cambiaba por él, aunque me diera el oro del mundo; porque, en fin, puedo dormir sin temor de que venga un cadáver a darme una serenata. [169]



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Juergas anarquistas

     Los anarquistas �reciben� o tienen sus soirees los domingos. Estas explosiones de los grandes pirotécnicos ocurren generalmente en el local de una taberna de la calle de la Gaité; local espacioso, pero húmedo y sombrío. El vaho que exhalan las bazofias, el humo pestífero de las pipas, y las blasfemias que cruzan la sala, forman una atmósfera bochornosa y malsana.

     Bajé algunos escalones y me interné en la cueva.

     -�Es usted un triqueur? -me preguntó una especie de portero.

     -�Viene usted a discutir?

     -No discuto nunca; vengo a oír, ver y callar. Soy un periodista extranjero; el representante de EL LIBERAL en París.

     Entré. Paseábanse a lo largo del salón unos señores con gabanes y sombreros de copa. Estos musiús -pensé yo- serán los llamados triqueur, los que vienen a discutir con los energúmenos; son, pues, unos musiús bien pendejos.

     Nada de eso. Aquellos señores enchisterados eran [170] los mismísimos anarquistas. Yo, que había ido de americana y hongo, no pude menos de exclamar:

     �Diablo! �Si parezco más anarquista que ellos!

     -�Es usted un compagnon? -me preguntó uno.

     -No, señor. No tengo compañeros en ninguna parte.

     -Entonces será usted un solitario...

     -Ni tampoco solitaria. Soy un tipo. No vengo de anarquista, ni de triqueur; vengo porque me da la gana, puesto que esta es la casa de la anarquía.

     -Pero usted, �quién es?

     -Ya lo he dicho al entrar; un periodista de Madrid.

     -�Hein! También allá hay buenos compagnons, partidarios de la propaganda por los hechos. Monsieur Errrrnesto Alvarés...

     -�Calle usted! Ernesto Álvarez es incapaz de bombardear una mosca. Las marmitas se usan allí para cocer el puchero, o para hacer un bacalao a la vizcaína. �Compagnons? Búsquenlos ustedes en otra parte.

     -�Oh!... aquí nos sobran, y de buena calidad. Vea usted: un Kropotkine, príncipe; un Reclus, sabio; un Morés, marqués; una Uzés, duquesa. La vizcondesa de Tredern lleva a sus salones la flor y nata del anarquismo. En sus perfumadas tarjetas no falta jamás este aviso: �Habrá anarquistas�, ni esta nota: �Se bailará a la dinamita�.

     Pasó una hora, luego otra. Los anarquistas seguían, a lo largo de la sala, fumando en pipa. [171]

     -�Valientes triqueurs! -exclamó un señor.- Se les invita a discutir, y no viene ninguno... �de miedo!

     Me fijé un poco en aquel señor, que gastaba ropa negra.

     -�No le conoce usted? Es el padre de Anastay; un gran anarquista.

     Me pareció un loco; un señor que no es ciertamente anarquista, ni tiene tipo de eso, a quien obligara un dolor insensato a echarse en un abismo.

     La sala quedose poco a poco a obscuras; el humo de las pipas se espesaba; la atmósfera olía a chamusquina, y de repente, sin decir palabra, los manifestantes se dispersaron uno a uno.

     Al salir me dijo el portero:

     -No ha podido efectuarse la sesión proyectada para justificar el suceso de la calle Bons Enfants. Los burgueses no han venido... Y usted, �dónde vive?

     -Ahí, en la tarjeta, lo verá usted.

     Leyó. Y luego:

     -Ande usted con ojo. En el número 34 de esa calle, casi en frente de la casa de usted, vive un magistrado que está muy comprometido, porque ha hecho mucho daño a los anarquistas. Toda la casa está cerrada. Dos guardias la vigilan día y noche.

     -No me había fijado.

     -Pues fíjese usted, y múdese... por si acaso...

     -Gracias. [172]

***

     Para bromitas -ya que hay quienes se entretienen en poner bombas inofensivas de diversos colores y, lo que es peor, de olores que no son de ámbar,- para bromitas, la que le han gastado al anarquista Paint.

     Salió de la sauterie familiale, o como si dijéramos, de la voladura casera, dando vivas a la marmita y cantando el famoso

                          Dynamitons! Dynamitons!
   Ton lon ton taine ton ton!
Dynamitons! Dynamitons
      Ton ton ton ton!

y se detuvo en una esquina de la calle Flandre para leer mejor el título del pasquín distribuido en la sauterie, el cual título es, o está

                               DEDICADO A LAS TRES VAGAS
ROTSCHILD, CARNOT, LEÓN XIII
                   �A MUERTE!

cuando acertó el buen Paint a ver el desfile de un entierro, y... �ton ton ton! se descubrió respetuosamente al pasar el cadáver en un carro con una espléndida corona que tenía este letrero:

���A MI MARIDO!!! [173]

     Detrás del féretro, la viuda llorando a lágrima viva. �Pobre mujer! exclamó Paint y... �dynamitons! �dynamitons! se fijó en ella. Pero de pronto rugió como Satán.

     -�Vive Dios, si es mi mujer! La indina entierra a su marido: luego yo estoy muerto...

     Paint interrumpe la ceremonia, detiene a la viuda y la interpela a gritos: -Oye tú, Nicolasa: �me he muerto yo, por casualidad?

     Intervienen los guardias, suplican los amigos, se restablece el orden; sigue el muerto con su corona de marido y con su viuda llorosa, y el anarquista Paint se marcha cantando bajito:

�Dynamitons! �Dynamitons!

     Porque no tenía derecho a otra cosa. La viudita era, o es, su mujer; pero le dejó, hace años, por el muerto -que entonces coleaba;- y como Paint se conformó con su suerte...

�Ton ton ton!

***

     Los Paints de Berlín tampoco lo han hecho mal. La sauterie fue a lo grande, en los salones de la Cocordia adornados con tupidas alfombras, alumbrados con luces eléctricas que destacaban el oro de las molduras y los lienzos de las paredes. [174] Cuatrocientos cincuenta anarquistas casados llevaron bondadosamente a sus respectivas esposas. El grito general de los anarquistas solteros tenía por fuerza que ser: �Vivan las marmitas!... Se teorizó un poco; se discutió otro poco; y en seguida a bailar la Carmañola como se baila en el Soudan...

     Las esposas gritaban:

�Vivan los cartuchos!

     Los anarquistas solteros:

�Olé las marmitas!

y de los cuatrocientos cincuenta anarquistas casados, salieron cuatrocientos cuarenta y ocho cantando bajito:

�Ton ton ton!

***

Hoy como ayer, mañana como hoy,

�y siempre igual!

     �Oh, gran poeta! Merecías vivir eternamente aunque no hubieras expresado más que el dolor de esas dos líneas.

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