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ArribaLa fortuna de la magia astral alfonsí

Algunos de los textos traducidos, reelaborados o, por decirlo en un lenguaje actual, «editados» en el scriptorium alfonsí, se convirtieron con el tiempo en auténticas enseñas de la literatura astromágica bajomedieval y moderna. Textos como el Picatrix o el Liber Razielis fueron frecuente objeto de las iras de la Inquisición. En el primer caso, desde que el texto fue desvelado por los estudiosos del Instituto Warburg a comienzos de este siglo, su difusión, sobre todo en el Renacimiento italiano, ha sido objeto de interesantes trabajos de estudiosos como Eugenio Garin137, que han proporcionado una indudable celebridad a este texto, aunque casi nunca se ponga de relieve el origen alfonsí de la traducción. El estudio de la fortuna del Picatrix es el trabajo que constituirá la segunda parte de la edición latina del Picatrix, a cargo del profesor Pingree, sin duda el mejor conocedor de los textos astromágicos medievales138.

En cuanto al Liber Razielis, su reconocimiento por la historiografía alfonsí es muy reciente, pero junto a la versión latina, en cuyo prólogo se identifica a Alfonso como promotor de la traducción, existen manuscritos tardíos en no menos de cinco idiomas que contienen tratados atribuidos a Raziel, y, por fin, en 1701, una edición en Amsterdam de un Sefer Razi'el cuyos contenidos son bastante diversos al compendio alfonsí139. No obstante, a pesar de un pionero trabajo de François Secret que se refiere a algunos de estos manuscritos140, aún no se ha establecido una comparación detallada entre las diversas versiones que permita reconocer un stemma bien definido. De la difusión del Liber Razielis en la España bajomedieval tenemos diversos testimonios, el más conocido de los cuales se halla en el Tratado de la adivinanza de fray Lope de Barrientos. El Liber Razielis se hallaba en los anaqueles de Enrique de Villena y cuando Juan II de Castilla ordenó al religioso expurgar la biblioteca de don Enrique y quemar todo aquello que atentara contra la ley cristiana, fray Lope se abstuvo de lanzar a las llamas el Libro de Raziel, al que se refiere en los términos siguientes:

«...esta arte mágica y el susodicho libro de Raziel no tienen fundamento ni eficacia alguna, pues por ella no pueden los ángeles ser constreñidos a venir cuando fueren llamados, ni pueden revelar las cosas venideras, "pues éstas" proceden de la voluntad de los hombres (...) Y puesto que en el dicho Libro Raziel se contienen muchas oraciones devotas, pero están mezcladas con otras muchas sacrílegas y reprobadas en la Sagrada Escritura, este libro es más multiplicado en las partes de España que en las otras partes del mundo...»141.



El estudio de la fortuna bajomedieval y moderna de estos dos compendios de magia astral elaborados en el scriptorium alfonsí trasciende con mucho la intención de estas páginas. Como queda dicho, en el caso del Picatrix existe un trabajo ya en curso a cargo del profesor David Pingree (Brown University, Rhode Island); en el segundo, son necesarios aún trabajos de detalle sobre las diversas versiones del texto que permitan delinear un stemma que de momento es aún confuso. En cuanto a las tres obras de las que se conserva un original alfonsí, el Lapidario, el Libro de las formas y el Libro de astromagia, la posteridad hispánica del primero fue muy distinta de la accidentada historia de los otros dos. Ana Domínguez ha estudiado la única copia que conocemos del Lapidario (Madrid, Biblioteca Nacional, manuscrito 1197b) atribuyendo el encargo a Diego Hurtado de Mendoza y la ejecución artística a Alonso Berruguete142. Esta copia posee una peculiaridad que plantea interesantes cuestiones en torno a la fortuna del Lapidario: mientras que el códice original carece de las ilustraciones del Tercer Lapidario -el consagrado a los planetas- éstas sí se hallan en la citada versión renacentista. Ello hace pensar en otro manuscrito original del Lapidario cuyo rastro parece haberse perdido definitivamente.

Por lo que hace a la fortuna de los otros dos manuscritos referidos, el del Libro de astromagia y el Libro de las formas, tenemos una información bastante precisa que he expuesto con detalle recientemente y que resumiré aquí143. El que he denominado Libro de astromagia está constituido por los primeros treinta y seis folios de un grueso volumen misceláneo compuesto en lo sucesivo por textos latinos de diversa procedencia. No obstante, las continuas referencias a universidades, templos y lugares franceses hacen pensar ya en primera instancia que pudo ser en el país galo donde se amalgamaran todos estos manuscritos en un solo códice. En efecto, ya Elisabeth Pellegrin puso de relieve que fue posiblemente el humanista francés Paul Petau el que en el siglo XVI hizo encuadernar el manuscrito en su actual estado144. En ciertas partes del códice aparecen anotaciones de mano del humanista francés Pierre Daniel d'Orléans, de cuya colección proceden, pues, al menos una parte de los manuscritos que lo forman. Sin embargo, teniendo en cuenta que alguno de los fragmentos del códice fue adquirido por Claude Fauchet para Petau (pues el nombre de aquél aparece en el fol. 112v.), es casi seguro que su disposición actual se deba al propio Petau, uno de estos humanistas del siglo XVI que, aun siendo pioneros en materia de crítica textual, adolecieron de un abusivo sentido de propiedad sobre sus manuscritos, que usaban y reorganizaban con criterios que hoy día nos parecen arbitrarios, cuando no inexistentes.

Tras la muerte de Paul Petau, su colección pasó a manos de su hijo, Alexandre Petau, quien en 1645 vendió unos 15.000 libros a la reina de Suecia con la mediación de Isaac Vossius, entre ellos el códice que nos ocupa. Las colecciones de la reina Cristina de Suecia viajaron con ella a su exilio de Roma, donde se instaló tras su abdicación y su recepción pública en la Iglesia Católica en 1655. Allí, la Biblioteca Vaticana se enriqueció con la adquisición de los valiosos manuscritos «reginenses», que fueron incorporados a ella tras el ascenso al solio pontificio de Alejandro VIII (1689-1691)145. Olvidado durante doscientos años en la inmensidad de las colecciones papales fue recuperado en 1911 por Aby Warburg, bajo la experta guía de Franz Ehrle y Bartolomeo Nogara146. Pero su proyecto de publicar el manuscrito en colaboración con su amigo el eminente filólogo e historiador de la astrología Franz Boll fue cercenado por la enfermedad de Warburg, durante la cual moriría Boll, pocos años antes de la muerte del propio Aby Warburg, en 1929. Algunos años antes de la muerte de este historiador del arte, que dio nombre al famoso instituto de historia de la cultura con sede en Londres, un filólogo español, Antonio García Solalinde, lo había descubierto por su lado, sin sospechar que ya antes había sido hallado por el historiador germano147. De este modo, cuando algunos años más tarde publicó un artículo sobre el Libro de astromagia en la Revista de filología española, a Solalinde le pasó desapercibida la escueta nota a pie de página en la que, en 1920, Warburg había dado cuenta de su descubrimiento. Algunos años después, un discípulo de Solalinde, George O. S. Darby, presentaría en Harvard su tesis doctoral sobre este manuscrito, sobre la que, por lo que sé, apenas publicó algún artículo148. Habrían de transcurrir aún más de sesenta años para que se publicara el texto íntegro del manuscrito en una excelente edición crítica a cargo de Alfonso D'Agostino149.

Sin embargo, me he referido a la fortuna del Libro de astromagia a partir de la segunda mitad del siglo XVI, cuando se compila el códice para los anaqueles del bibliófilo Paul Petau. Pero ¿qué sabemos sobre la fortuna del manuscrito, y también del Libro de las formas, en la Baja Edad Media? Lo cierto es que tras la muerte del Rey Sabio, sus aficiones mágicas y astrológicas son abandonadas por su hijo, Sancho IV, al menos si juzgamos por la obra literaria de éste, no obstante de mayor enjundia de lo que se pensó durante mucho tiempo, hasta el punto de que Kinkade lo ha considerado «puente literario» entre Alfonso X y Don Juan Manuel150. Pero, volviendo a la obra astromágica alfonsí, es plausible pensar que el desdén de Sancho IV por la obra política y literaria de su padre pronto condujera los escritos más heterodoxos de la obra alfonsí lejos del alcance del nuevo rey. Quizá una parte fuera destruida o en todo caso vendida u obsequiada a quien pudiera tener un mayor interés en ella. En el siglo XIV hispánico nadie cultivó más el interés hacia éstas que hoy consideraríamos pseudociencias, la magia y la astrología, que Pedro el Ceremonioso, rey de Aragón, quien reunió una importante biblioteca de temas ocultos entre las que sin duda se incluirían obras alfonsíes, como nos consta en el caso del Libro conplido en los iudizios de las estrellas de Abenragel151, traducido en el scriptorium del Rey Sabio.

«En aquel tiempo, sabiduría y astrología eran casi sinónimos», según reza la cita de Thorndike con que se abría este ensayo. Salomón, el Sabio por antonomasia, a quien emularían en muchos aspectos reyes amantes de lo oculto como los españoles Alfonso X o, más tarde, Felipe II, fue el más celebre de los personajes a los que, por la autoridad que le conferían la Biblia y la tradición judeo-cristiana, se le atribuían todo tipo de textos de este cariz, como hemos visto en el caso del Liber Razielis. Carlos V de Francia, apodado igualmente «el Sabio», reuniría en el Palacio del Louvre, un siglo después de Alfonso X, una importante biblioteca de textos mágicos y astrológicos que contaría con contribuciones tomadas de los estantes de su hermano, quizá el más famoso bibliófilo de la Edad Media, el duque de Berry. Jean de Berry era además cuñado de Juan II de Aragón, que había heredado de su padre, Pedro el Ceremonioso, la importante colección de libros a la que ya me he referido. Los préstamos y obsequios de libros entre ambos cuñados a uno y otro lado de los Pirineos debieron de ser constantes y fecundos152, animados por un interés común por la magia y la astrología que les llevó incluso a intercambiar astrólogos o, en el caso de Juan II, decidir la fecha de su boda con Violante de Bar en función de los augurios de los astrólogos. Quizá en el intercambio de libros se incluyera alguno de los textos alfonsíes: si bien la pertenencia de éstos a la biblioteca regia aragonesa no es más que una hipótesis, no deja de ser la más plausible por el momento para explicar la aparición de los dos textos astromágicos del scriptorium alfonsí en la Biblioteca del Louvre. Ya me he referido a la entrada del inventario de la Biblioteca del Louvre en la que se describía un volumen que sin duda constituía la versión francesa del Libro de las formas, ordenada por el duque de Berry, para cuya traducción sería seguramente enviado a Francia el cuerpo principal del texto y separado así del sumario que se conserva hoy en la Biblioteca del Escorial. Desde entonces se ha perdido todo rastro tanto del original castellano como de la versión francesa.

Por lo que se refiere al Libro de astromagia, su presencia en el país galo puede ser constatada ya en 1373. Es entonces cuando Gilles Mallet realiza el inventario de los libros guardados en la biblioteca de palacio del citado monarca francés, Carlos V, en el que se describe «un libro de astronomía, que parece ser de arte notoria, en español, muy perfectamente ilustrado y de buenos colores de iluminación de Bolonia»153. Esta parca entrada es precisada en los inventarios realizados en 1411 y 1413 de la biblioteca astronómica que Carlos VI emplazó en el Louvre, añadiendo información que indica que, en efecto, la referencia citada corresponde a nuestro manuscrito. En ambos inventarios se halla catalogado:

«un libro de astronomía, que parece ser de arte notoria, escrito en español de letra de forma, a dos columnas, muy perfectamente ilustrado y de buenos colores de iluminación de Bolonia. Y contiene cinco cuadernos, del que el primero comienza, en el segundo folio en letra roja: "éstas son las figuras", y en el último: "otro anillo de Mercurio". Cubierto de una piel de pergamino»154.



Con estos datos no cabe duda de que se trata del Libro de astromagia conservado hoy en la Biblioteca Apostólica Vaticana y de que la disposición original del manuscrito, que se deduce de un párrafo del propio compendio, había sido trastocada ya cuando llegó a la biblioteca de Carlos V. Ya en aquel momento, el segundo folio comenzaba con las palabras «estas son las figuras», es decir el incipit de todos los folios del primer tratado del orden actual (sobre las figuras de los «grados que suben en los signos» o «paranatellonta»). En cuanto al último folio, se dice que comenzaba con la frase «ocio aniello de mercurio». A pesar de la transcripción errónea de «ocio» por «otro», se reconoce fácilmente la primera frase del actual folio treinta y seis del manuscrito, sobre los anillos de Mercurio. El hecho de que entre los folios preservados se halle el Libro de la Luna, que se anuncia como la parte final del compendio en el párrafo arriba mencionado, parece apuntar a que el texto del manuscrito fue acabado, independientemente del hecho de que algunas ilustraciones permanezcan inconclusas.

Ilustración del Libro de astromagia

Las mansiones lunares. Libro de astromagia. Biblioteca Vaticana

De este modo, la obra astromágica alfonsí experimentó una fortuna muy diversa. El Picatrix se convirtió en uno de los textos astromágicos más célebres de la Baja Edad Media y el Renacimiento y sufrió las iras de los inquisidores, como le sucedió también al Liber Razielis, seguramente muy difundido en determinados círculos eruditos, y no sólo en éstos: puesto que una creencia popular atribuía a este texto el poder de alejar el riesgo de incendios, quizá estuviese en muchos hogares en los que nunca llegó a ser leído. El hecho de que estos textos se tradujeran al latín, le proporcionó una difusión muy alejada de la angosta fortuna de los escritos transmitidos en lengua vernácula, bien el castellano o el francés, idioma éste al que fueron traducidos el Libro de las formas y de las imágenes o el Libro de los secretos de la naturaleza.

Lámina   del Libro de astromagia

Lámina del Libro de astromagia. Biblioteca Vaticana

La desigual fortuna de los escritos astromágicos alfonsíes, que aquí sólo he esbozado, está aún por investigar en profundidad. Mientras esperamos trabajos de gran interés como el volumen de Pingree sobre la fortuna del Picatrix, nos queda al menos constancia de cómo el Rey Sabio habría querido que se preservasen sus escritos: honrando el saber recibido, usándolo con prudencia, preservándolo del alcance de los ignorantes y los maliciosos y, en fin, diría Alfonso X, usándolo para mayor gloria de Dios, del que todo saber procede:

«Mas rogamos, mandamos y aconsejamos, de parte de Dios y de la nuestra y de toda bondad, a aquéllos en cuyas manos cayere después de nuestros días, que este libro que lo guarden en tres maneras. La primera con honra, que mucho es el hombre tenido de honrar las cosas que Dios honró mayormente, tales como éstas que hizo pora honrar, y señaladamente al hombre sobre todas las otras criaturas, que por esto le dio entendimiento y obra, para entender y obrar lo que quisiese. La otra que lo tenga en paridad, que pues que el saber lo hizo Dios noble por sí y ennobleció así al hombre, al que quiso dárselo, guisado es que otrosí que lo tenga noblemente y que no lo envilezca descubriéndolo, que por este lugar se envilecería a sí mismo el que lo descubriese. La tercera razón es que debe ser muy guardado en obrar por él, de manera que no yerre en sus obras, que si lo errase nunca podría llegar a lo que codiase, y la culpa de la su mengua la echaría al saber, del que no puede venir mengua ni culpa. Y guardándolo en estas guisas que hemos, al que lo hiciera honrar, Dios lo ha de ennoblecer dándole seso y bondad, y además, sobre todo, que podrá acabar lo que quisiere, que es la más preciada cosa que ser pueda. Y al otro que contra esto fuere, "Dios" lo ha de deshonrar y envilecer y hacerlo errar en todos sus hechos. Y por ende ha mester que quien este libro oyere y en él leyere, que pare mientes a todas estas cosas, y que se tenga bien con Dios y que le ruegue y le pida merced para que le guíe y le oriente en ello155