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John Carroll S.I. primer Obispo USA

Texto procedente del «Diario» de Manuel Luengo, recopilado y comentado por el padre Isidro María Sans






ArribaAbajoFamilia y primeros años de Compañía

Hijo de un inmigrante irlandés, comerciante colonial, y Eleonor Barnall, de destacada familia de Maryland, John nació el 8 de enero de 1735 en Alto Marlboro (Maryland). Comenzó sus estudios primarios en la Escuela de San Francisco Javier de Bohemia Manor dirigida por los jesuitas. Y allí germinó su vocación. Pasó luego al Colegio de San Omer (Francia), donde estudió Humanidades y Retórica. Y el 7 de setiembre de 1753 ingresó en la Compañía de Jesús, a sus 18 años de edad, en el Noviciado de Watton. Emitidos sus votos del bienio, pasó al Escolasticado de Lieja, donde fue ordenado sacerdote en 1769. En 1771-1773 acompañó a un joven aristócrata inglés en un viaje por Europa. En aquel tiempo pasó por Bolonia, según recuerda el P. Luengo. Y estaba en Roma cuando el papa Clemente XIV preparaba el Breve de Extinción de la Compañía de Jesús. Al promulgarse ese Breve el 27 de julio de 1773, el P. John Carroll era Director de la Congregación Mariana del Colegio de Brujas. Es dudoso hasta qué punto dejó entonces de ser jesuita. Desde luego lo siguió siendo de corazón. Pero ¿dejó de serlo jurídicamente? En su «Diario de la Expulsión» el P. Luengo escribe a 19 de junio de 1791: «Fue jesuita y aún lo es, pues no se le ha intimado el Breve de Extinción de la Compañía, como no se intimó a los demás que vivían en los Dominios de la Gran Bretaña».




ArribaAbajoApoyo a la fundación de Estados Unidos

El P. Carroll regresó a su patria en la primavera de 1774. Dos años después se sublevaban las colonias americanas contra su soberano, el Rey de Inglaterra. Él, lo mismo que su familia, fueron defensores entusiastas de la descolonización. Un primo de John firmó la Declaración de Independencia el 4 de julio de 1776. Y ese mismo año John mismo acompañó a Benjamín Franklin en la primera misión diplomática de las colonias sublevadas, en orden a conseguir el apoyo de los colonos franceses de Quebec. Durante unos años (1776-1783) fue párroco en el área actual de Washington. Y en 1782-1784 fue el espíritu impulsor que logró organizar el clero americano. En un informe, fechado a 1 de marzo de 1785, proporcionó a Roma la primera visión de conjunto sobre el catolicismo en la nueva República norteamericana.




ArribaAbajoJohn Carroll, obispo de Baltimore

A partir de aquí reasumo las noticias que nos ofrece detalladamente el cronista P. Luengo. En 1789 los católicos de Maryland hicieron en los términos convenientes recurso e instancia a Roma para que se les diese un obispo propio de aquel país.

El papa Pío VI oyó con gusto la súplica y en su nombre se respondió a los suplicantes que por esta vez ellos mismos presentasen para obispo de aquella provincia la persona que fuese más a propósito para este cargo y dignidad. Ellos presentaron al jesuita John Carroll, que era Superior de la Misión de aquel país. Y en vista de la presentación en la debida forma de los americanos, Su Santidad en fecha de 6 de noviembre del año 1789 despidió las bulas de erección del nuevo obispado en la ciudad de Baltimore, capital de la dicha provincia, y de elección e institución canónica para él en la persona del jesuita P. John Carroll.

En el mes de febrero o marzo del año siguiente de 1790 llegarían a América las bulas para el nuevo obispo de Baltimore y en ellas se le haría seguramente la gracia que se solía hacer para aquellos países de poder ser consagrado por un solo obispo. Pero no pudo encontrarse en toda aquella región norteamericana (ni siquiera en Canadá) un solo obispo católico: en realidad el P. John iba a ser el primero. En los dominios de España había obispos en gran número, y algunas de sus islas, que lo tenían, no estaban muy distantes de aquel continente de América. Pero la circunstancia de haber sido el P. Carroll jesuita, y aun de serlo todavía, fue causa de no atreverse a pedir algún obispo español que le consagrase, porque todos sabían, y mucho más los españoles de todas las provincias, islas y rincones de la monarquía española que la cosa más absurda, más disonante y de mayores inconvenientes que puede suceder, según el modo de pensar del gran Moñino y sus aliados, es que un jesuita de cualquier nación que sea, pusiera por un día un pie en parte alguna de los dominios del rey católico.

No tuvo por tanto otro arbitrio el P. Carroll que venirse a Europa para poder consagrarse. Con gusto hubiera venido a Francia y verosímilmente con mayor a Flandes, donde antaño había residido algún tiempo, si estos dos países no hubieran estado inquietos y desconcertados a causa de la Revolución francesa. Por ello vino a parar a la Corte de Londres, lo que no deja de ser una circunstancia bien notable, viéndose obligado de algún modo un obispo católico a buscar quien le consagre en una ciudad no católica. No tuvo en esta Corte embarazo alguno en sus intentos, aunque la circunstancia de ser natural de aquellas provincias que se rebelaron pocos años ha contra los ingleses y haber de ser obispo en ella, podía ser algún motivo para no darle ese gusto. La función de la consagración del nuevo obispo se hizo el día 15 de agosto de 1790 en un feudo del caballero Tomás Veld llamado Lulworth, y fue el consagrante el Ilmo. Sr. Carlos Walmsley, obispo titular de Rama, y la cosa se hizo con publicidad y aun con magnificencia.

Es muy creíble que, después de consagrarse, partiese bien presto a su país para tomar posesión de su iglesia y empezar a gobernarla. Por todas sus circunstancias es cosa bien singular este nuevo obispo John Carroll. Es el primer obispo que se ve en aquellas provincias, y tendrá sin duda autoridad sobre todas las misiones que haya en ellas. Pero es principalmente obispo para la provincia de Maryland y tiene su sede en la ciudad de Baltimore. Se le venera como el fundador de la jerarquía estadounidense. Su edad no es muy grande, pues nació a 8 de enero del año de 1736, y así se puede esperar que tenga tiempo para hacer cosas de grande utilidad y ventaja para nuestra santa religión. Ya en el día, y sin que pueda haber noticia en Roma sino de algunos meses del gobierno del nuevo obispo de América, y por conductos nada sospechosos de parcialidad para con los jesuitas, llegan rumores no despreciables de que en aquellas provincias se verán con el tiempo cosas muy grandes a favor de la religión católica.




ArribaAbajoCarmelitas Descalzas

Durante su estancia en Flandes, el P. Carroll había conocido y tratado la Orden y el Instituto de la grande e inmortal española Santa Teresa de Jesús. Y con la ayuda del piadoso Caballero flamenco Villegas consiguió traerse para su nuevo obispado a siete Carmelitas Descalzas, probablemente de las expulsadas de Flandes por el emperador de Alemania José II. Gracias a las negociaciones de Villegas, las siete carmelitas pudieron trasladarse al puerto de Texel y desde allí empezaron a navegar hacia las provincias americanas el 1 de mayo de 1790.

Su navegación fue larga y trabajosa, mas al fin llegaron sin particular desgracia a la dicha provincia de Maryland, y su arribo pudo ser en julio o agosto del mismo año de 1790. Fueron recibidas con asombro de todas aquellas gentes por ser una cosa enteramente nueva en aquel país. Las religiosas Carmelitas tuvieron el disgusto de no encontrar a su llegada al jesuita P. John Carroll, a quien iban principalmente encomendadas, porque éste había tenido que embarcarse poco antes para Europa en busca de un obispo que le consagrase. Y puntualmente él venía navegando hacia Europa cuando las monjas carmelitas de Flandes iban haciendo lo mismo hacia América. Pero los católicos norteamericanos les acogieron con grandes demostraciones de cariño, de urbanidad y de obsequio, y se les ofreció un convento que se había preparado para ellas. A vuelta de pocos meses se asegura que fue forzoso ensanchar aquel convento, por ser muchas las doncellas de aquel país que deseaban vivir con estas religiosas, o para ser educadas o para abrazar su Instituto y modo de vida. Suceso muy tierno por sí mismo, extraordinario por la novedad, grande por el tiempo y todas sus circunstancias, y mayor por las autoras de él; y ventajosísimo, como se debe esperar, para la religión católica en aquellas vastas provincias de América.




ArribaEstados Unidos y Rusia

Sin contar nada con estos rumores y con sucesos futuros, el haber ya en aquellas provincias un obispo católico y un Instituto de Religiosas es un gran bien de la religión, al cual se irá siguiendo necesariamente la conversión de muchos a nuestra santa Fe. Júntese a esto lo que se va haciendo en Rusia, en donde los jesuitas acogidos por la emperatriz Catalina II han conseguido ya con los ministerios sagrados, con la enseñanza y con su ejemplarísima conducta, y no en aquella provincia solamente, sino en todo el Imperio Ruso, que la religión católica sea mirada con otros ojos y con otro respeto que antes; que el nombre del romano pontífice sea oído y pronunciado con aprecio y veneración; y que se vayan disponiendo no poco los ánimos en aquellos dilatados países para acercarse y unirse a la Santa Sede de Roma. En las provincias americanas y en Rusia, en las que pueden algo los jesuitas, aunque son países por la mayor parte no católicos, va siempre ganando la religión y hallándose en mejor estado sus cosas e intereses. Por el contrario, en todas las demás provincias del mundo, y aun en la misma Roma, en donde nada pueden los jesuitas, o se pierde la religión o se deslustra y padece gravísimos daños.





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