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ArribaAbajoSelección de textos


Texto 1

(«El que vendrá». Primer ensayo de Rodó en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. 1896. Sensibilidad ante un nuevo tiempo para las letras y para la vida)


Entre tanto, en nuestro corazón y nuestro pensamiento hay muchas ansias a las que nadie ha dado forma, muchos estremecimientos cuya vibración no ha llegado aún a ningún labio, muchos dolores para los que el bálsamo nos es desconocido, muchas inquietudes para las que todavía no se ha inventado un nombre... Todas las torturas que se han ensayado sobre el verbo, todos los refinamientos desesperados del espíritu, no han bastado a aplacar la infinita sed de expansión del alma humana.


(O. C., p. 153)                





Texto 2

(Correspondencia con Leopoldo Alas. 25 de febrero de 1897. Acerca del modernismo filosófico)


Bien ha interpretado Vd. uno de los sentimientos en mí más intensos y poderosos, cuando, en las líneas que me consagra en un periódico de Barcelona, me presenta como partidario de la unión estrechísima de España y América. A contribuir en la medida de mis fuerzas a tan fecunda unión, he dedicado y me propongo dedicar en lo futuro muchos de los afanes de mi labor literaria... Otro de los puntos sobre los que yo quisiera hablar detenidamente a Vd. es el de mi modo de pensar en presencia de las corrientes que dominan nuestra nueva literatura americana. Me parece haberlo afirmado alguna vez: nuestra reacción antinaturalista es hoy muy cierta, pero muy candorosa; nuestro modernismo apenas ha pasado de la superficialidad.


(O. C., pp. 1323-1324)                





Texto 3

(Correspondencia con Miguel de Unamuno. 10 de octubre de 1900. El bagaje cultural del modernismo filosófico)


Mis dioses son otros. Mis dioses son Renan, Taine, Guyau, los pensadores, los removedores de ideas, y para el estilo, Saint-Victor, Flaubert, el citado Renan. Con esta afición a lo francés concilio perfectamente mi amor a todo lo que puedo comprender dentro de lo septentrional, pues creo tener cierta amplitud de gusto y de criterio. Lo español me merece sincera y viva simpatía. Nadie más que yo admira a los representantes del verdadero mérito que quedan a la intelectualidad española. Nadie admiró más a Castelar, ni tiene más alta consideración por Menéndez Pelayo, Leopoldo Alas, Valera, Galdós, Echegaray, Pereda y tantos otros. Tengo los ojos fijos en la juventud de esa España para ver si algo brota de su seno. Si pudiéramos trabajar de acuerdo aquí y allá, y llegar a una gran armonía espiritual de la raza española, ¿qué más agradable y fecundo para todos?


(O. C., p. 1379)                





Texto 4

(El Mirador de Próspero. 1913. «Una bandera literaria». Desde una teoría literaria, Rodó expresa su idea antropológica y su concepción filosófica del modernismo)


Yo he pensado siempre que, aunque la soberana independencia del arte y el valor sustancial de la creación de la belleza son dogmas inmutables de la religión artística, nada se opone a que el artista que, además es ciudadano, es pensador, es hombre, infunda en su arte el espíritu de vida que fluye de las realidades del pensamiento y de la acción, no para que su arte haga de esclavo de otros fines, ni obre como instrumento de ellos, sino para que viva con ellos en autonómica hermandad, y con voluntaria y señorial contribución se asocie a la obra humana de la verdad y del bien.


(O. C., p. 643)                





Texto 5

(Escritos políticos. Adhesión a Carlos Vaz Ferreira. 1910)


Personalidades que, como las de Vaz Ferreira, honran, intelectual y moralmente, al país, honrarían al parlamento y a la colectividad política que las encumbrase con sus votos. No importa que no figuren activamente dentro de ella. Basta que no le profesen hostilidad, ni sean opuestas, en sus ideas fundamentales, al espíritu y las tendencias que en esa colectividad dominan.


(O. C., p. 1069)                





Texto 6

(La Razón, periódico de Montevideo. 4 de octubre de 1910. La relación de Rodó con el krausismo y concretamente con el círculo de Oviedo)


No hace mucho tiempo nos congregábamos casi todos los aquí presentes en torno de una mesa como ésta para rendir un afectuoso homenaje a otro enviado ilustre de la Universidad de Oviedo: a Rafael Altamira. Y la relación que cabe establecer entre aquella memorable visita de Altamira y la del maestro que hoy nos honra, no se refiere sólo a la comunidad del centro intelectual de que ambos insignes huéspedes proceden: se refiere también a la armonía, a la semejanza de la impresión que quedarán del uno y del otro... Son maestros por el carácter: maestros en sentido absolutamente contrario al anticuado concepto que se personifica en el «domine», maestros en el sentido que incluye, como condición fundamental y rasgo típico, la «simpatía», supremo don para enseñar y educar. Por eso, la labor de esos dos hombres será eficacísima para llevar adelante la obra de la unión intelectual y moral de españoles y americanos.


(O. C., pp. 1363-1364)                





Texto 7

(LEMA que prologa el Primer ensayo de Rodó en la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, 1896. Acerca de la tolerancia)


Sin cierta flexibilidad del gusto no hay buen gusto. Sin cierta amplitud tolerante del criterio, no hay crítica literaria que pueda aspirar a ser algo superior al eco transitorio de una escuela y merezca la sanción de la más cercana posteridad. Temperamento de crítico es el que une al amor por una idea o una forma de arte, nervio y carácter de sus juicios, la íntima serenidad que se levanta, augusta y vencedora, sobre los apasionamientos de ese amor, como se cierne sobre las tempestades de la tierra la paz de las alturas...

Hagamos del amor que comunica fuerza y gracia a cuanto inspira, y engendra en el pensamiento la noble virtud de comprenderlo todo, el gran principio de nuestra filosofía literaria. Comprender es casi siempre tolerar; «tolerar es fecundar la vida». El mejor crítico será aquel que haya dado prueba de comprender individualidades; épocas y gustos más opuestos.


(O. C., pp. 149 y 150)                





Texto 8

(«El que vendrá». Primer ensayo de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. 1896. El espíritu nuevo)


Quiso ella alejar del ambiente de las almas la tentación del misterio, cerrando en derredor del espacio que concedía a sus miradas la línea firme y segura del horizonte positivo; y el misterio indomable se ha levantado, más imperioso que nunca en nuestro cielo, para volver a trazar, ante nuestra conciencia acongojada, su martirizante y pavorosa interrogación. Quiso ofrecer por holocausto, en los altares de una inalterable Objetividad, todas las cosas íntimas, todas esas eternas voces interiores, que han representado, por lo menos, una mitad, la más bella mitad, del arte humano; y el alma de nuevas generaciones, agitándose en la suprema necesidad de la confidencia, ha vuelto a hallar encanto en la contemplación de sus intimidades, ha vuelto a hablar de sí, ha restaurado en su imperio el «yo» proscrito por los que no quisieron ver «sino lo que está del lado de fuera de los ojos»; triste reclusa que se resarce, en el día del asueto, del mutismo prolongado de su soledad. Quiso cortar las alas al ensueño, y de los hombros ensangrentados por el golpe de la cuchilla cruel y fría, han vuelto a nacer alas.


(O. C., p. 150)                





Texto 9

(«La novela nueva». Segundo ensayo de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales. 1896. A favor de la novela española y su importancia en la novela americana)


Todo propósito de autonomía literaria que no empiece por reconocer la necesidad de la vinculación fundamental de nuestro espíritu con el de los pueblos a quienes pertenece el derecho de la iniciativa y de la dirección, por la fuerza y originalidad del pensamiento, será, además de inútil, estrecho y engañoso.- Mirando al lado del Naciente, es como hemos de ver alzarse por mucho tiempo todavía la más intensa luz que irradiará sobre nuestra organización moral, sobre nuestra vida inteligente, tal así como si el espíritu de la raza reconociese, brillando en la profundidad del horizonte, el fuego lejano de su hogar.


(O. C., p. 162)                





Texto 10

(Rubén Darío. Su personalidad literaria. Su última obra. 1899. Reflexión de Rodó sobre el modernismo literario y su posición intelectual respecto a la literatura y la filosofía de esta época)


De mis conversaciones con el poeta he obtenido la confirmación de que su pensamiento está mucho más fielmente en mí que en casi todos los que le invocan por credo a cada paso. Yo tengo la seguridad de que, ahondando un poco más bajo nuestros pensares nos reconoceríamos buenos camaradas de ideas. Yo soy un modernista también; yo pertenezco con toda mi alma a la gran reacción del pensamiento en las postrimerías de este siglo; a la reacción que, partiendo del naturalismo literario y del positivismo filosófico, los conduce, sin desvirtuarlos en lo que tienen de fecundos, a disolverse en concepciones más altas.


(O. C., p. 191)                





Texto 11

[Rodó describe la unidad de la poesía de Darío y exalta su amor por la belleza]


Toda la complejidad de la psicología de este poeta puede reducirse a una suprema unidad, todas las antinomias de su mente se resuelven en una síntesis perfectamente lógica y clara, si se las mira a la luz de esta absoluta pasión por lo selecto y por lo hermoso, que es el único quicio inconmovible en su espíritu.


(O. C., Rubén Darío, pp. 173-174)                





Texto 12

[Carta del poeta español Salvador Rueda a Rodó. 1 de mayo de 1899]


Admirado más que nunca, porque el estudio que usted ha consagrado a nuestro amigo Rubén es toda una «Maravilla» -así, con mayúscula.

Hace años que no he gozado de una emoción estética semejante a la que me ha proporcionado su libro. Es usted en él un poeta extraordinario; es usted más poeta en ese trabajo que el mismo Darío, a quien admiro y quiero tanto. Me ha hecho usted un profundo surco en el alma (con) la obra de usted, y además de ese intensísimo goce, seré franco: me ha ocasionado una profunda tristeza: la de considerar que en España, hoy, no tenemos un crítico dotado de esa elegancia suprema y, sobre todo, de esa amplitud de criterio de usted... ¡Qué talento el de usted! Es tan raro que un crítico pueda arrojar de sí sus pasiones personales al coger la pluma, que ver realizarse en usted ese milagro me produce un gran asombro.


(O. C., Prólogo a Rubén Darío, p. 167)                





Texto 13

(Ariel. 1900. El hombre no debe desarrollar una sola faz de su espíritu sino su naturaleza entera)


Aspirad, pues, a desarrollar en lo posible, no un solo aspecto, sino la plenitud de vuestro ser. No os encojáis de hombros delante de ninguna noble y fecunda manifestación de la naturaleza humana, a pretexto de que vuestra organización individual os liga con preferencia a manifestaciones diferentes. Sed espectadores atentos allí donde no podáis ser actores. Cuando cierto falsísimo y vulgarizado concepto de la educación, que la imagina subordinada exclusivamente al fin utilitario se empeña en mutilar, por medio de ese utilitarismo y de una especialización prematura, la integridad natural de los espíritus, y anhela proscribir de la enseñanza todo elemento desinteresado e ideal, no repara suficientemente en el peligro de preparar para el porvenir espíritus estrechos, que, incapaces de considerar más que el único aspecto de la realidad con que estén inmediatamente en contacto, vivirán separados por helados desiertos de los espíritus que, dentro de la misma sociedad, se hayan adherido a otras manifestaciones de la vida.


(O. C., p. 213)                





Texto 14

(Ariel, 1900. Crítica al utilitarismo, el desarrollo del espíritu en las condiciones de vida de América)


Todo el que se consagra a propagar y defender, en la América contemporánea, un ideal desinteresado del espíritu -arte, ciencia, moral, sinceridad religiosa, política de ideas- debe educar su voluntad en el culto perseverante del porvenir. El pasado perteneció todo entero al brazo que combate; el presente pertenece, casi por completo también, al tosco brazo que nivela y construye; el porvenir -un porvenir tanto más cercano cuanto más enérgicos sean la voluntad y el pensamiento de los que le ansían- ofrecerá, para el desenvolvimiento de superiores facultades del alma, la estabilidad, el escenario y el ambiente.


(O. C., p. 245)                





Texto 15

[Los valores espirituales de Ariel, modelo para la juventud de Uruguay]


Para pedíroslo, he querido inspirarme en la imagen dulce y serena de mi Ariel. El bondadoso genio en quien Shakespeare acertó a infundir, quizá con la divina inconsciencia frecuente en las adivinaciones geniales, tan alto simbolismo, manifiesta claramente en la estatua su situación ideal, admirablemente traducida por el arte en líneas y contornos. Ariel es la razón y el sentimiento superior. Ariel es el sublime instinto de perfectibilidad, por cuya virtud se magnifica y convierte en centro de las cosas la arcilla humana a la que vive vinculada su luz, la miserable arcilla de que los genios de Arimanes hablaban de Manfredo. Ariel es, para la naturaleza, el excelso coronamiento de su obra, que hace terminarse el proceso de ascensión de las formas organizadas, con la llamada del espíritu. Ariel triunfante, significa idealidad y orden en la vida, noble inspiración en el pensamiento, desinterés en moral, buen gusto en arte, heroísmo en la acción, delicadeza en las costumbres.


(O. C., Ariel, pp. 247-248)                





Texto 16

(Liberalismo y Jacobinismo, 1906. La expulsión de los crucifijos. De la verdad acerca de una auténtica tolerancia, el espíritu del liberalismo)


Ocioso me parece advertir -porque no es usted quien lo ignora- que, rectamente entendida la idea de liberalismo, mi concepción de su alcance, en la esfera religiosa, como en cualquiera otra categoría de la actividad humana, abarca toda la extensión que pueda medirse por el más decidido amor a la libertad. E igualmente ocioso sería prevenir que, por lo que respecta a la personalidad y la doctrina de Cristo -sobre las que he de hablar para poner esta cuestión en el terreno que deseo- mi posición es, ahora como antes, en absoluto independiente, no estando unido a ellas por más vínculos que los de la admiración propiamente humana, aunque altísima y la adhesión racional a los fundamentos de una doctrina que tengo por la más verdadera y excelsa concepción del espíritu del hombre.


(O. C., p. 256)                





Texto 17

[La independencia religiosa y política en la vida de Rodó]


Libre de toda vinculación religiosa, defiendo una gran tradición humana y un alto concepto de la libertad.

No miro a mi alrededor para cerciorarme de si está conmigo la multitud que determina el silent vote de la opinión y que determinará el sí o el no en un plebiscito de liberales. Me basta con perseverar en la norma de sinceridad invariable, que es la única autoridad a que he aspirado siempre para mi persona y mi palabra. Recuerdo que, cuando por primera vez tuve ocasión de hablar en una reunión política, en vísperas de elecciones y con la consiguiente exaltación de los ánimos, fue para decir a la juventud, en cuyo seno me encontraba, que mi partido debería ceder el poder si caía vencido en la lucha del sufragio.


(O. C., Liberalismo y Jacobinismo, p. 261)                





Texto 18

[Los orígenes históricos de la caridad]


Afirmé en mi carta, y repito y confirmo ahora, que la vinculación entre el espíritu de las casas de beneficencia y el significado de la imagen que ha sido expulsada de su seno es tan honda como manifiesta e innegable; que Jesús es en nuestra civilización, y aun en el mundo, el fundador de la caridad; que por Él este nombre de caridad tomó, en labios de los hombres, acepción nueva y sublime, y que son su enseñanza y su ejemplo los que, al cabo de los siglos, valen para el enfermo la medicina y la piedad.


(O. C., Liberalismo y Jacobinismo, p. 261)                





Texto 19

(Motivos de Proteo. 1913. De cómo una potencia ideal evita la pérdida de infinitas distracciones y dispersiones internas)


Cuando tu alma no está sujeta a un poder tal, multitud de pensamientos e imaginaciones cruzan cada hora de tu vida por ella, que se pierden, uno tras otro, sin nada que los detenga y ordene a un fin en que sean provechosos, pero si una fuerza ideal domina, activa y vigilante, en tu espíritu, gran parte de esos tus vagos pensamientos, de esas tus fugaces y leves imaginaciones, son atraídos al círculo de aquella fuerza dominante, y si algún valor de utilidad llevan en sí, ella se lo adueña y lo junta con lo demás que tiene dispuesto para su uso y provisión; porque es propio de estas grandes fuerzas del alma allegar su caudal como el avaro, que no desprecia más el ruin maravedí que la moneda de oro.


(O. C., p. 452)                





Texto 20

[La vida interior es el mejor conocimiento de sí mismo y la verdadera guía de la conducta humana]


Tener experiencia de esta senda vale tanto como llevar la piedra de parangón con que aquilatar la calidad de las cosas cuyas apariencias nos incitan. Por ella se sale a desquijarar los leones, tanto como a ceñir la oliva de la paz. Cuando por otros caminos se las busca, todas las tierras son al cabo páramos y yermos; pero si ella fue el camino, aún la más árida se trueca en fértil emporio: su sequedad se abre en veneros de aguas vivas; cúbrense las desnudas peñas de bosque, y el aire se anima con muchas y pintadas aves. Toma, peregrino, esa senda, y el bien que soñaste será tuyo. ¿Alzas los ojos? ¿Consultas, en derredor, el horizonte?... No allí, no afuera, sino en lo hondo de ti mismo, en el seguro de tu alma, en el secreto de tu pensamiento, en lo recóndito de tu corazón: en ti, en ti sólo, has de buscar arranque a la senda redentora.


(O. C., Motivos de Proteo, p. 322)                





Texto 21

[La esperanza como luz; la voluntad, como fuerza. Omnipotencia de la voluntad]


La esperanza como norte y luz; la voluntad como fuerza; y por primer objetivo y aplicación de esta fuerza, nuestra propia personalidad, a fin de reformarnos y ser cada vez más poderosos y mejores.

Porque, en realidad, ¿qué es lo que dentro de nosotros mismos se exime en absoluto de nuestro poder voluntario, mientras el apoyo de la voluntad no acaba con el postrer aliento de nuestra existencia?

¿El dolor? ¿El amor? ¿La invención? ¿La fe? ¿El entusiasmo? ¿El sueño? ¿El sentir corporal? ¿La función de nuestro organismo?


(O. C., Motivos de Proteo, pp. 487-488)                





Texto 22

(El Mirador de Próspero, 1913. «Mi retablo de Navidad». Su concepción acerca de la religión)


Algunas veces asocio al recuerdo de mi ficción candorosa la idea de esas súbitas conversiones de la voluntad, que, por la devoradora virtud de una emoción instantánea, consumen y disipan para siempre la endurecida broza de la naturaleza o la costumbre: Pablo de Tarso herido por el fuego del cielo, Raimundo Lulio develando el ulcerado pecho de su Blanca, o el Duque de Gandía frente a la inanimada belleza de la Emperatriz Isabel.


(O. C., p. 747)                





Texto 23

(Liberalismo y Jacobinismo, 1906. El Misterio de la fe. La necesidad de una creencia religiosa, aunque se viva ésta desde la razón)


La preocupación del Misterio infinito es inmortal en la conciencia humana. Nuestra imposibilidad de esclarecerlo no es eficaz más que para avivar la tentación irresistible con que nos atrae, y aun cuando esta tentación pudiera extinguirse, no sería sin sacrificio de las masas, hondas fuentes de ideales para la vida y de elevación para el pensamiento. Nos inquietará siempre la oculta razón de lo que nos rodea, el origen de donde venimos, el fin adonde vamos, y nada será capaz de sustituir al sentimiento religioso para satisfacer esa necesidad de nuestra naturaleza moral, porque lo absoluto del Enigma hace que cualquiera explicación positiva de las cosas quede fatalmente, respecto de él, en una desproporción infinita que sólo podrá llenarse por la iluminación de una fe.


(O. C., p. 252)                





Texto 24

(El Mirador de Próspero, 1913. «Del trabajo obrero en el Uruguay». De la necesaria flexibilidad de la ley)


Es necesario no olvidar, además, que, aun después de sancionadas, las leyes son rectificables; y que de la aplicación y la experiencia es de donde pueden esperarse las mayores luces y las más provechosas enseñanzas: tanto más cuando se llega a un campo de legislación que, siendo nuevo en el mundo, lo es doblemente desde que se le refiere a las condiciones de estas sociedades.


(O. C., p. 683)                





Texto 25

(El Mirador de Próspero, 1913. «El Centenario de Chile». «El americanismo» de Rodó)


Renuevo aquí lo que dije en ocasión reciente: cuando América surgió a la vida de la historia, no fue sólo una nueva entidad geográfica lo que apareció a la faz del mundo. Debemos pensar que surgieron con ella un nuevo espíritu, un nuevo ideal; el espíritu, el ideal del porvenir. La Europa civilizadora, que nos ha adoctrinado, que nos ha amamantado en sus ideas de libertad y de justicia, fruto de su experiencia y de su genio, tiene el derecho de esperar que nosotros, aliviados de la carga abrumadora de la tradición, hagamos algo más que repetirlas; tiene el derecho de esperar que las encarnemos en la realidad, o, por lo menos, que tendamos enérgicamente a realizarlas. Si esta originalidad no cupiese en nuestra civilización, si nada hubiéramos de agregar, en el orden real de la vida, a lo imitado y heredado, ¿qué significaría, en definitiva, la revolución de 1810, sino una convulsión superficial, indigna de tales glorificaciones? ¿Qué sería esto sino seguir siendo colonias por el espíritu, después de haberlo dejado de ser en la realidad política...?


(O. C., pp. 571-572)                





Texto 26

[Rodó se despide, como representante de su país, ante el Congreso chileno y le manifiesta sus deseos de éxito y pide por la unidad de América]


Señores:

Interpretando el sentimiento de mi pueblo, yo, antes de descender de esta tribuna, os dejo aquí mis votos por que la estrella de Chile se levante en cielos cada vez más serenos; por que su resplandor ilumine glorias cada vez más puras, leyes cada vez más sabias, cosechas cada vez más fuertes, más libres y más dichosas; y por que, concertando su luz la estrella de Chile con las demás de la constelación hispanoamericana, dentro de la armonía perenne que reposa en el amor y la justicia, mantengan entre todas, para la humanidad de los futuros tiempos, un orden mejor, más bello, más grande, que los que el mundo ha visto formarse y disolverse en el desenvolvimiento de los siglos.


(O. C., El Mirador de Próspero, p. 573)                





Texto 27

[«El panamericanismo» de Rodó, la lucha por la creación de intereses comunes]


Cuando la virtualidad de las ideas y la energía de razas jóvenes y fuertes han tenido eficacia para transfigurar colonias oscuras en naciones dueñas de sí mismas, y para implantar, del uno al otro extremo de un continente, las formas avanzadas de organización y de gobierno que, hace poco más de un siglo, parecían al sentido común de los hombres vanas utopías, ¿por qué dudar de que esa misma virtualidad de las ideas y esa misma energía de razas jóvenes y fuertes alcancen en América a realizar, en la vida internacional, lo que los escépticos de hoy tienen por sueños y quimeras opuestos a leyes fatales de la historia; una magnificación de la idea de la patria; un porvenir de paz y de amor entre los pueblos; una armonía internacional fundada en el acuerdo de los intereses de todos por el respeto leal de los derechos de cada uno?


(O. C., El Mirador de Próspero, p. 572)                





Texto 28

(El Camino de Paros. 1918. El sentimiento hispanoamericano, la idea de una patria común para todos)


Si se me preguntara cuál es, en la presente hora, la consigna que nos viene de lo alto, si una voluntad juvenil se me dirigiera para que le indicase la obra en que Podría ser su acción más fecunda, su esfuerzo más prometedor de gloria y de bien, contestaría: «Formar el sentimiento hispanoamericano; propender a arraigar en la conciencia de nuestros pueblos de la idea de América nuestra, como fuerza común, como alma indivisible, como patria única. Todo el porvenir está virtualmente en esa obra. Y todo lo que en la interpretación de nuestro pasado, al descifrar la historia y difundirla; en las tentaciones del presente, política internacional, espíritu de la educación, tienda de alguna manera a contrapar esa obra, o a retardar su definitivo cumplimiento, será error y germen de males; todo lo que tienda a favorecerla y avivarla, será infalible y eficiente verdad».


(O. C., p. 1290)                





Texto 29

[Rodó canta su amor por España, a través de su estancia y visión de Nápoles. Exalta también la belleza de Nápoles]


Decidme si no trasciende de ese retumbante epitafio todo el alma de aquella España soberbia y andantesca cuya idea encarnó en el caballero de la Mancha, y si no manifiesta, en el énfasis que así habla ante la muerte, la fuerza con que se imprimía, allí donde fijaba su garra, la huella de aquel pueblo de conquistadores. No, no se borrará ya más el sello de España de la frente de Nápoles, hasta que el vecino monstruo plutónico la estreche y la consuma con su brazo de fuego, según la tradición fatídica puesta en hermosa leyenda por Matilde Serao.

Cierto es que el tiempo se lleva en su corriente mucho de lo antiguo, y no faltan laudatores temporis acti, que afirmen con nostalgia que Nápoles va perdiendo su color. Hay en el fondo de esta afirmación una parte verdadera. Napoleón, visiblemente, se transforma. El lazzarone. Alientos de emulación y de energía rompen la costra secular de ociosidad, de desaseo y de miseria. Un acueducto colosal, que hubiera honrado a la vieja Roma, trae de las famosas surgentes de Serino y difunde hasta los entrañados rincones de la ciudad, agua rica y salubre. Donde se asentaba el barrio más vetusto e infecto, álzase hoy la soberbia Galería, rival en magnitud y riqueza de la de Milán, y uno de los mayores esfuerzos edilicios de la moderna Italia. Humo de fábricas y usinas empieza a mezclarse, en estos contornos, con el humo volcánico. El hechizo enervador del Parténope será superado otra vez por la maña de Ulises, que retoña en la sangre griega que hay en las venas de Nápoles. Una metrópoli industrial, activa y poderosa, se delinea para el cercano porvenir, aquí donde fue el imperio del dolce farniente, Y aunque todavía desentonan dentro de la admiración y el encanto del viajero, la casa antigua y noble que yace en sucio abandono, y el montón de basura que fermenta al rayo del sol, y el corro de muchachos que juegan en la esquina sus monedas de cobre y los cornetti de coral ofrecidos como amuletos en los escaparates de las tiendas, y el conventillo al aire libre, y los mendigos implacables, y los frailes pringosos, puede vaticinarse que esta ciudad será el centro que propague nueva vida sobre las hoy yermas regiones del mediodía de Italia y las convide a nuevas Geórgicas, como las del suave mantuano que duerme allá enfrente, a la sombra del Pausilipo.


(O. C., El Camino de Paros, pp. 1301-1302)                





Texto 30

(Discursos Parlamentarios. Por la libertad de prensa. Sesión del 16 de junio de 1904)


En buena hora alcance la restricción a las informaciones de la guerra y a la crítica de la acción militar; en buena hora también, en uso de medidas extraordinarias, prevéase toda explotación de la propaganda política que, de los desfallecimientos y angustias del espíritu público, tome ocasión para propiciar nuevas violaciones del orden institucional, nuevas subversiones, males todavía mayores y más hondos que los inmensos males del presente. Todo esto se comprende y justifica. Pero la manifestación del deseo de paz, y la propaganda en favor de fórmulas más o menos acertadas, más o menos discretas y viables, para hallarla dentro del orden institucional, ¿por qué ha de ser objeto de prohibición, señor presidente? ¿Por qué hemos de temerla y por qué hemos de vedarla? ¿Qué significaría, en rigor, esa propaganda, sino la resonancia pública, la sanción popular dé los anhelos y aspiraciones que la mayoría de los miembros de la asamblea expusieron al pueblo en su manifiesto de hace dos meses, y que el propio presidente de la República corroboró e hizo suyos en las declaraciones de su nota de contestación al pedido de los enviados argentinos?... Y si se tiene en cuenta que esa prohibición es la que más se explota, sin duda, por los interesados en el desprestigio de los poderes públicos, para arrojar sobre ellos el cargo calumnioso de que hay en su seno enemigos de la paz, como si esa enemistad absurda cupiese en ningún corazón bien puesto ni en ninguna razón sensata, ¿cuál es la consideración política que pueda movernos a dejar en pie esa prohibición?

[Reflexión acerca de la libertad. Libertad política, libertad de expresión, libertad de cátedra]

Y no es que yo sea optimista, aunque de todas veras quisiera serlo, en cuanto a la eficacia que en este caso pueda tener la propaganda de la prensa para encontrar la solución pacífica de los males que afligen al país. Es, en primer término, que la libertad no sufra restricción innecesaria, aunque lo restringido no fuera más que un ápice y aunque la restricción no durase más de un minuto. Y es además que basta la posibilidad de que, del lado del pueblo, surja un rayo de luz, para que demos ocasión a que la luz se haga.

Abramos paso a la opinión. La opinión no tiene, ciertamente, rol alguno que desempeñar en lo que se refiere a la solución militar de la guerra, que es cosa que, por su naturaleza, debe levantarse por encima de toda discusión y toda crítica; pero ella tiene sí, y ha tenido siempre, derecho a que se le atribuya un rol en lo que podría llamarse la elaboración política de los sucesos como promotora de ese cambio de ideas, de sentimientos, de impresiones, con que se forma el ambiente en que respiran los gobiernos democráticos, y que en los momentos de prueba les permite compartir con el espíritu público la iniciativa de sus actos y la responsabilidad de sus tendencias.

[Necesidad de un hondo sentimiento cívico, frente a las luchas partidistas]

Negarle ese rol resultaría, no ya inútil e ilícito, sino contraproducente; hoy más que nunca. Porque a mí me asiste la firme convicción de que si en los momentos actuales se dejara que esa poderosa voz anónima vibrara libremente en los aires, lo que primero se percibiría, lo que primero se haría sensible, en medio de todos los desalientos y a pesar de todos los desalientos del espíritu público, sería hasta qué punto la causa de las instituciones tiene de su lado, en esta dolorosa crisis, las aspiraciones y los sentimientos ciudadanos y el decidido concurso de todos los intereses legítimos.

Tales son las consideraciones que me han movido a presentar el proyecto de que se ha dado cuenta. Creo que la solución que someto al juicio de la Cámara puede conciliar las opiniones en debate. Creo también que ella ofrece a la propia Cámara y al poder ejecutivo el medio de conjurar una grave cuestión política.

No se me oculta que entre las restricciones que mi proyecto deja subsistentes hasta el restablecimiento del orden, hay una que acaso está destinada a ser objeto de controversia, y es la única que limita la extensión de la propaganda: la que pena como acto subversivo, como sugestión delictuosa, la tendencia a excitar el espíritu público en el sentido de soluciones violatorias del orden constitucional, por quebrantar la unidad política del país, es decir, por lesionar y poner en peligro la entidad misma de la patria. Es, de todos modos, el resultado sincero de mi reflexión sobre las calamidades que nos afligen, y de mi observación en cuanto al estado del espíritu público.

Toda situación anormal -de las que la Constitución ha previsto al hablar de medidas extraordinarias- trae consigo condiciones propias, peculiares, de dificultad y de peligro; y a estas condiciones hay que atender, en uso de las facultades que lo excepcional de las circunstancias hacen legítimas, para conjurar los males que no puedan ser convenientemente reprimidos dentro de las previsiones y sanciones de la legislación vigente.

No abusaré por más tiempo de la atención de la Cámara. Dejo fundado el proyecto substitutivo que someto a su consideración, y hago votos porque él pueda servir de fórmula de avenimiento entre los partidarios del régimen a cuya sanción legal tiende el mensaje del ejecutivo, y los que profesan favorables al proyecto del señor Pereda.

He dicho. (¡Muy bien!)


(O. C., p. 1106)                





Texto 31

(Correspondencia con Unamuno. La reflexión sobre la religión. Sentimiento común con Unamuno. Es observable en Rodó la importancia que da siempre a la inteligencia emocional, como se denomina actualmente, o inteligencia sentida o sentimiento inteligente)


Querido y respetado amigo. Debo a usted mis agradecimientos (tanto más expresivos cuanto más tardíamente manifestados) por el envío de su interesante, original y sustanciosa novela. Dos veces la he leído ya, y aún más la segunda que la primera, me hizo pensar y sentir lo que pocas obras de su género. Estoy por los libros que, releídos, ganan, y digo siempre que ninguna obra literaria que haya yo leído una sola vez me ha agradado sino medianamente. Más que lector, soy relector, y, en este concepto, obstinado e incansable, pudiendo asegurar que no me pesarían cinco ni diez lecturas consecutivas de ciertas obras. La suya no quedará seguramente, en la segunda.

Contribuyeron a que su novela me interesara sobremanera e hiciese vibrar simpáticamente mi espíritu motivos de oportunidad local o nacional, y también viejas aficiones mías a investigar y meditar en cuanto se refiere a criterios de educación, materia en que tengo de antiguo algunas opiniones o prejuicios irreverentes, y aun anárquicos, que he sentido halagados a menudo por el soplo franco, fresco y sutil que de las páginas de su fuerte novela se desprende, tal como yo las interpreto y relaciono con recuerdos, observaciones e impresiones que llevaba dentro y que ha reanimado su poderosa sugestión de pensador.

[Elogio de Amor y Pedagogía]

Como, desde hace algún tiempo, son pocos los diarios y revistas españoles que leo, no sé si Amor y Pedagogía ha sido recibida por la crítica con el excepcional aplauso y la admiración que merece. El libro ha podido imponerse por su propio indiscutible mérito; no ciertamente porque concuerde con tendencias arraigadas del gusto, ni porque busque la pública estimación por camino trillado; y en este sentido no me extrañaría que hubiese resultado déplacé.

La originalidad de su humorismo y el profundo sentido que él entraña hacen pensar en escritores del Norte, y sobre todo de esa Inglaterra donde, según ha dicho no sé quien, Cervantes es mejor comprendido que en la propia España de los cervantófilos, cazadores de puntos y comas en el libro inmortal o encomiadores de la sabiduría de Cervantes en ciencias, artes y oficios.

¡Cuánto deseo que aparezca lo más pronto posible su prometida obra sobre la Religión y la Ciencia! Me preocupa muy intensamente el problema religioso, y leo con interés todo lo que espero que pueda darme luz sobre ello.


(O. C., p. 1387)                





Texto 32

[Concordancias entre Rodó y Unamuno, a pesar de los desacuerdos. Tiene fecha de 12 de octubre de 1900]


Muy distinguido amigo: Aunque con gran tardanza, quiero contestar a su interesante carta sobre mi última obrita; carta en la que no sólo obliga usted a mi gratitud por lo benévolo de sus apreciaciones y la sinceridad de sus reparos, sino que me ofrece la agradable oportunidad de conocer su modo de pensar y su criterio en cuestiones que me interesan y preocupan tanto como a usted.

Y no menos que la carta a que contesto, fue grata para mí la lectura provechosísima de sus Tres ensayos, obra que por su originalidad, su arranque personal y propio, la profundidad y virtud sugestiva de sus ideas y la fuerza varonil de su estilo, es de las que se encuentran sólo por rarísima excepción en la literatura española contemporánea. Usted es, dentro de ella, una personalidad aislada que a nadie se parece, ni por su manera de pensar, ni por su manera de escribir. Cierto es que, como usted me dice en su carta, nos separan, y aun alejan, ideas muy importantes y tendencias, muy características, del gusto. Yo me reconozco muy latino, muy meridional; por lo menos como manifestación predominante de mi espíritu; pues una de mis condiciones psicológicas es la flexibilidad con que me adapto a diversos modos de ver, y hay veces en que mi latinismo se eclipsa y me siento vibrar al unísono con un Carlyle o un Heine o un Amiel. Mi aspiración sería equilibrar mi espíritu hasta el punto de poder contemplar y concebir la vida con la serenidad de un griego o de un hombre del Renacimiento. Me seduce lo francés por la espiritualidad, la gracia, la fineza del gusto y la generosa amplitud y liberalismo del sentimiento. Lo que más se me resiste en cuanto usted me manifiesta es su antipatía al espíritu francés. Claro está que, al decir esto, no me propongo defender el prurito infantil y vano de imitación parisiense que domina en nuestra juventud americana y española; imitación inconsulta y pedantesca de lo peor, que sólo conduce a una abominable escuela de frivolidad y snobismo literarios. Usted, que es tan benévolo conmigo, querrá hacerme la Justicia de no confundirme con esos falsificadores de la literatura de La Plume o La Revue Blanche. Mis dioses son Renan, Taine, Guyau, los pensadores, los removedores de ideas, y para el estilo, Saint-Victor, Flaubert, el citado Renan. Con esta afición a lo francés concilio perfectamente mi amor a todo lo que puedo comprender dentro de lo septentrional, pues creo tener cierta amplitud de gusto y de criterio. Lo español me merece sincera y viva simpatía. Nadie más que yo admira a los representantes de verdadero mérito que quedan a la intelectualidad española. Nadie admira más a Castelar, ni tiene más alta consideración por Menéndez Pelayo, Leopoldo Alas, Valera, Galdós, Echegaray, Pereda y tantos otros. Tengo los ojos fijos en la juventud de esa España para ver si algo brota de su seno. Si pudiéramos trabajar de acuerdo aquí y allá, y llegar a una gran armonía espiritual de la raza española, ¿qué más agradable y fecundo para todos?

Por muchas que sean las ideas en que usted y yo no concordamos, me complazco en entender que son más y más fundamentales aquellas en que estamos de acuerdo. Así, por ejemplo, en espíritu amplio y generoso, su odio a las limitaciones y formulismos de cualquier género, su varonil anhelo de originalidad y sinceridad en cuanto se piense y diga, su profunda espiritualidad (claro que no va esta palabra en el sentido de ingenio ameno y chispeante), son otros tantos motivos de simpatía que hacen singularmente grata la lectura de las obras de usted y que me inspiran el vehemente deseo de no dejar interrumpidas nuestras relaciones literarias.


(O. C., Correspondencia con Unamuno, pp. 1379-1380)                





Texto 33

[La evolución del pensamiento en Rodó y su mayor cercanía al pensamiento de Unamuno. Es la penúltima carta que se conoce, de fecha 2 de agosto de 1907. Hace el número 17 de las enviadas por José Enrique Rodó a Miguel de Unamuno]


Querido amigo: Hacía tiempo, mucho tiempo, que deseaba conversar epistolarmente con usted y me mortificaba un poco el remordimiento de que, por culpa de mi silencio, estuviese interrumpida nuestra comunicación epistolar. Pero no lo atribuya usted a desidia. Hace años ya que escribo poquísimas cartas, por sobra de preocupaciones y atenciones, y el resultado es que he perdido el hábito de escribirlas. Me propongo reaccionar contra esto, por lo menos en lo que se refiere a mi comunicación con espíritus como el suyo, a quien ni un sólo momento he dejado de seguir en su producción literaria, pero con quien me interesa y contenta cultivar, además, la relación personal que se mantiene por | medio de la correspondencia. ¡Lástima que la forma escrita no se preste a la expansión ilimitada de la conversación, de la confidencia tête-à-tête! ¡Cuánto y de cuántas cosas conversaríamos si pudiéramos vernos, hablarnos!... Cuando uno empieza a escribir, en la hermosa adolescencia, el deseo es hacerse escuchar de todos y por medio de la pluma. Pero- llega época en que se prefiere referir lo que se siente y piensa a algún espíritu escogido y amigo, con el abandono y la sinceridad de la charla íntima, libre de vanidades literarias y de «respetos humanos».

Si habláramos, haría ver a usted lo que mi espíritu ha evolucionado, y no sé si progresado, en los últimos tiempos. Soy esencialmente el mismo en ideas y devociones; pero creo comprender mejor otras ideas y otras posiciones de espíritu; por lo cual, desde luego, me siento en muchas cosas más cerca de usted que cuando empecé a leerle. ¿No habrá pasado en usted, como en todo espíritu progresivo y educable, algo semejante, lo que contribuiría a explicar que estamos más cerca?... Ello es que nuestros puntos de partida eran diferentes, casi opuestos; y sin embargo, en mucho de lo que usted escribe hoy sobre cuestiones tan fundamentales y tan características del tono general del pensamiento, como el problema religioso, encuentro interpretado lo que íntimamente siento y pienso. Así, por ejemplo, ¡con qué penetración del alma leí su penetrante Salmo, reconociendo en él la expresión perfecta y pura de un estado de espíritu, de un género de fe, a que yo había procurado dar forma en un fragmento de la última parte de Proteo, mi obra inédita e inconclusa, que aún no sé cuándo podré revisar y terminar!


(O. C., Correspondencia con Unamuno, p. 1396)                





Texto 34

(Correspondencia con Juan Ramón Jiménez. El poeta le envía sus Rimas. El 2 de julio de 1902, Rodó le contesta agradeciéndole dicho envío. Deja ver su admiración por el poeta y subraya el fondo antropológico de la poesía juanramoniana)


Bien venido, muy bien venido su libro. Me ha ofrecido usted con él la grata oportunidad de alejarme por una hora más de preocupaciones ajenas a las letras, en días en que, por tales preocupaciones, leo mucho menos de lo que yo quisiera. Esto sólo ya merecería agradecimiento; pero es la impresión de la lectura suave y reparadora lo que debo agradecerle más.

Si le escribiera con más tiempo y más reposo de espíritu, esa impresión me daría tema para llenar muchas páginas. Pero he de contentarme casi con decirle que su libro me ha gustado mucho y que veo en usted una hermosa alma de poeta.

[Semejanzas entre Juan Ramón Jiménez y Bécquer]

No se equivocaron, por cierto, al presentármele a usted como un pariente espiritual del soñador de otras Rimas, sin mengua de la originalidad de su fisonomía personal. La vinculación de su poesía con el becquerianismo es evidente, y, tratándose de un temperamento como el de usted, muy natural y muy laudable. Esa manera alada, suave, desdeñosa del efecto plástico y dotada de recóndita virtud sugestiva, no debe dejarse perder en el verso castellano. Bécquer creó y selló con su genio toda una forma poética nueva, que tiene eficacia bastante para persistir, como tal forma, al través de las modificaciones del gusto y el sentimiento en poesía, pues ofrece inefables ventajas con sujeción a ciertos matices de la lírica que no perecerán jamás, cualesquiera que sean los cambiantes a que se presten, porque son, en cierto sentido, los más esencialmente líricos de todos.

También hay semejanza de temperamento, de alma, entre el sevillano y usted, pero usted es aún más heiniano que él, y, sobre todo, tiene usted personalidad propia y distinta, y la sincera y simpática sencillez con que nos le manifiesta imprime a su libro el interés humano, que vale más que todo en poesía y para el cual no son, por cierto, necesarias búsquedas de inauditas rarezas, porque nada más natural y verdadero que su manera de sentir, y nada más sin artificio que sus tristezas, sus aspiraciones y las imágenes de sus sueños.

Pero ni en el espíritu ni en la forma faltan en su poesía influencias más nuevas y más adaptadas al gusto dominante, lo que también estimo plausible y digno de estímulo, tratándose de quien, como usted, tiene suficiente personalidad propia y pulcritud y delicadeza de gusto y un sentido suficientemente fino del carácter del verso castellano, para poder exponerse, sin temor, a sugestiones que, convenientemente recibidas, tienen que ser fecundas en resultados benéficos para una fantasía tan inmovilizada en viejos moldes, como la de nuestro idioma.

En fin: repito sinceramente a usted que veo transparentarse en las páginas de su libro una verdadera alma de poeta, muy llena de naturalidad y delicadeza en el sentir, muy enseñoreada de los tonos suaves de la descripción y de la sencillez y elegancia de la forma; lo que, sin duda, es sobrado motivo para que me regocije de haber merecido su amistad y para que haga íntimos votos porque ella perdure y se haga más estrecha.


(O. C., pp. 1408-1409)                





Texto 35

[Tras varias cartas de Juan Ramón a Rodó, al que siempre denomina maestro, el escritor uruguayo le escribe de forma extensa sobre su poesía. Los poetas españoles admiran de Rodó su unidad filosófica ética-estética, tan clara también en el krausismo del poeta de Moguer]


Poeta y amigo: Bien venida su cariñosa carta y bien venidos sus dos últimos libros, que he leído con gran deleite.

Su poesía es de usted en fondo y forma; es en su alma misma en la más pura y transparente expresión que un alma pueda darse en palabras.

Infunde usted de tal manera su espíritu en las condiciones de la forma poética, que nuestro idioma, en sus versos, parece pasar por una verdadera transfiguración. Nunca se le hizo tan leve, tan vaporoso, tan alado. Leyendo sus versos se reconocen, con sorpresa y arrobamiento, todos los secretos de espiritualidad musical, de vaguedad aérea, que cabe arrancar al genio de una lengua tenida por tan exclusivamente pintoresca y plástica.

[El sentir poético]

Y en la manera como siente usted la poesía de las cosas, su personalidad aparece, igualmente, aislada y como nostálgica en su medio. «¿Dónde está aquí el sol de Andalucía?», me preguntaba alguien después de hojear uno de los libros que usted me ha enviado. Y en efecto: el sol que usted canta no es el que ven los demás en Andalucía: es el suyo, el que usted ve; es el sol velado, melancólico y mustio que difunde sobre los campos su pena de enfermo en una página admirable de las Elejías; el cielo que usted refleja no es el de amaranto y oro del soneto de Tassara: es el cielo gris que ha dejado para siempre, en el fondo del arroyo «que luego fue su corazón», un fondo de ceniza, en otra página muy bella del mismo libro; los jardines por donde usted pasea no son los que visten las márgenes del Betis y el Genil con las pompas triunfales de una primavera inmarcesible: son aquellos a cuyos tristes rosales prestó la paseante en su Elejía XXVI «la gracia melancólica» de sus maneras... ¿Será esto razón para decir que no es usted un poeta andaluz? Yo creo que sí lo es, y que lo es de la manera más honda. Un ilustre escritor decía, con motivo de El patio andaluz, de Salvador Rueda, que no hay una sola Andalucía, sino varias... Hay, seguramente, muchas; pero, por mi parte, yo también sé o sospecho de varias. Hay una que detesto; otra que admiro; otra, muy vagamente sabida, que quiero y me encanta. La que detesto es la de los toros y los majos y la alegría estrepitosa y la gracia de los chascarrillos. La que admiro es la de los poetas sevillanos y los pintores del color, y la naturaleza ebria de luz, y las pasiones violentas e insaciables... Pero la que quiero y me encanta es una que, por muy leves indicios, sospecho que existe: una muy sentimental, muy delicada, muy dulce, como nacida de la fatiga lánguida y melancólica de los desbordes de sangre, de luz y de voluptuosidad de aquella otra Andalucía, la admirable, la solamente admirable: no la adorable, la divina, la hermética..., y usted es el poeta de esta Andalucía, soñada más que real, y tiene de ella el alma y la voz.

Vuelva a escribirme con frecuencia; hábleme de la juventud española y de lo que ella piensa, sueña y produce.

Espero con vivo interés los nuevos libros que usted me anuncia, y quedo de usted amigo muy sincero.


(O. C., Correspondencia con Juan Ramón Jiménez, pp. 1411-1412)                







ArribaBibliografía


Obras de rodó

  • Obras Completas de José Enrique Rodó, 7 vols. Valencia Barcelona. Editorial Cervantes, 1917-1927. Hay omisiones.
  • Obras Completas de José Enrique Rodó, edición que debía contar con 4 volúmenes al cuidado de José Pedro Segundo y Juan Antonio Zubillaga. Sólo se ha publicado el primer volumen en 1945.
  • Obras Completas de José Enrique Rodó, 1 vol. Buenos Aires, Editorial Zamora, 1948. Dirigida por Alberto José Vaccaro. Hay omisiones.
  • Obras Completas, 1 vol. Madrid, Editorial Aguilar, Col. 1957. Introducción, Prólogo y Notas de Emir Rodríguez Monegal; 2.ª edición aumentada de 1967.

Esta última es la edición que hemos seguido en este libro. Consta de:

  • Introducción General.- 1. La Vida Nueva (I); 2.- La Vida Nueva (II). Rubén Darío; 3.- La Vida Nueva (III). Ariel; 4.- Liberalismo y Jacobinismo; 5.- Motivos de Proteo; 6.- El Mirador de Próspero; 7.- Escritos de la Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales; 8.- Poesías Dispersas; 9.- Proteo; 10.- Crítica y Cortesía Literarias; 11.- Escritos Políticos; 12.- Discursos Parlamentarios; 13.- Escritos Misceláneos; 14.- Escritos sobre la Guerra de 1914; 15.- El Camino de Paros; 16.- Correspondencia; 17.- Escritos íntimos. Cronología y Bibliografía de José Enrique Rodó.



Estudios

  • ABELLÁN, José Luis: Historia crítica del pensamiento español, Madrid, Espasa-Calpe, 1979-1991.
  • ——: José Enrique Rodó, Madrid, Cultura Hispánica, 1991.
  • ALTAMIRA, Rafael: «La Vida Nueva III, por José Enrique Rodó» en Revista crítica de historia y literatura españolas, portuguesas e hispanoamericanas, vol. V, n.os 6 y 7, junio y julio 1900, pp. 306-309.
  • ARTAO, Arturo: «La conciencia filosófica de Rodó», en Número, n.os 6, 7 y 8, junio 1950, pp. 66-71.
  • ——: Espiritualismo y positivismo en el Uruguay. Filosofías universitarias de la segunda mitad del siglo XIX, México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1950.
  • ——: La filosofía en el Uruguay en el siglo XX, México -Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1956.
  • ——: «Del Calibán de Renan al Calibán de Rodó», en Estudios latinoamericanos de historia de las ideas, Caracas, Monte Ávila, 1978, pp. 140-168.
  • AZAM, Gilbert: El modernismo desde dentro, Barcelona, Anthropos, 1989.
  • BENEDETTI, Mario: Genio y Figura de José Enrique Rodó, Buenos Aires, Eudeba, 1966.
  • CASTRO MORALES, Belén: José Enrique Rodó en la edad ecléctica, Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 1989
  • ——: José Enrique Rodó Modernista. Utopía y Regeneración, Publicaciones de la Universidad de La Laguna, 1990.
  • ——: Ariel. José Enrique Rodó, Madrid, Anaya & Muchnik, 1995.
  • FUENTES, Carlos: Prólogo a José Enrique Rodó. Ariel, Austin, Universsity of Texas Press, 1988.
  • GARCÍA MORALES, A.: Literatura y pensamiento hispánico de fin de siglo, Clarín y Rodó, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1992.
  • GÓMEZ-GIL, Orlando: Mensaje y vigencia de José Enrique Rodó, Miami, Ediciones Universal, 1992.
  • GÓMEZ-MARTÍNEZ, José Luis: «Sociedad y humanidad en Ariel: reflexiones ante una nueva lectura», Madrid, en Texto/Contexto en la Literatura Iberoamericana, 1980, pp. 117-127.
  • GUY, Alain: La philosophie en Amérique Latine, Paris, Presses Universitaires de France, 1997.
  • JIMÉNEZ MORENO, Luis: «La personalidad cultural colectiva en la obra de José Enrique Rodó» en Mundo hispánico-Nuevo mundo. Visión filosófica, Ed. Universidad de Salamanca, 1995, pp. 277-290.
  • LAGO CARBALLO, Antonio: Prólogo a José Enrique Rodó. Ariel, Madrid, Espasa-Calpe, 6.ª ed., 1991.
  • MARICHAL, Juan: «De Martí a Rodó: el idealismo democrático» en Cuatro fases de la historia intelectual latinoamericana, Madrid, Fundación Juan March-Ediciones Cátedra, 1978, pp. 71-90.
  • PENCO, Wilfredo: José Enrique Rodó, Montevideo, Arca, 1987.
  • PÉREZ PETIT, Víctor: Rodó. Su vida. Su obra, 2.ª ed., Montevideo, Claudio García, 1924.
  • REAL DE AZÚA, Carlos: Prólogos a J. E. Rodó, Ariel. Motivos de Proteo, Caracas, Ayacucho, 1976.
  • ROMERO BARÓ, José María: El Positivismo y su valoración en América, Barcelona, PPU, Biblioteca Universitaria de Filosofía, 1989.
  • RUFINELLI, Jorge: José Enrique Rodó: crítico literario, Alicante, Instituto de Cultura, «Juan Gil-Albert», 1995.
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