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ArribaAbajoV. Ercilla en Chile

II


Parte Ercilla otra vez a la Imperial en seguimiento del Gobernador para acompañarle en su expedición al Estrecho de Magallanes.- Ideas que acerca de la situación de éste se tenían.- Alcanza Ercilla a Hurtado de Mendoza en Villarica.- Inicia su marcha al sur la columna expedicionaria desde el último límite de Chile entonces conocido.- Penalidades de la jornada.- Fijación de la ruta seguida y de la duración del viaje.- Descubrimiento del archipiélago de Chiloé.- Atraviesa Ercilla en una piragua el canal de Chacao y regresa luego al continente.- Disquisición histórica acerca de esta primera exploración del Archipiélago.- El viaje de regreso.- Asiste el poeta a la fundación de la ciudad de Osorno.- Arribo a la Imperial.


Deseoso el poeta de juntarse al campo expedicionario y después de haber realizado aquellas excursiones de que él nos habla y que hemos apuntado, apenas si permaneció en Cañete tres días150. Siguió, pues, a la Imperial, mas, al llegar allí se encontró con que el Gobernador había partido ya151. ¿Cuánto tiempo había permanecido en esa ciudad? dato que nos interesa averiguar para establecer la cronología de ese célebre viaje. Ni en su carta al Consejo de Indias, ni en su relación de lo que hizo para recuperar la provincia de Chile, ni en su interrogatorio de la información de sus servicios se halla expresada por don García la fecha de su llegada ni de su partida de aquel pueblo. Los testigos que declararon en su información no la especifican tampoco. Y desde este punto comienzan a presentarse al investigador datos que resultan difíciles de armonizar para determinar la cronología del viaje. Veámoslo. Mariño de Lobera dice que Hurtado de Mendoza permaneció allí algunos días152, Suárez de Figueroa que «se detuvo poco»153, y Góngora Marmolejo, con más precisión, «sólo cuatro días»154. Mientras tanto, el Cabildo de la Imperial, que después de la del mismo don García, debe considerarse la fuente más autorizada, en carta dirigida al Rey con fecha 14 de agosto de 1559, asienta categóricamente que esos días fueron quince155. Y en verdad que cuando se sabe de quien procede el dato   —68→   y el motivo que allí le llevara al Gobernador, cuyo desempeño, sin duda, debió demandarle algún tiempo, cual era hacerla reformación, visita y repartimiento, nos sentimos inclinados a aceptar como cierto este último dato. Según eso, su partida de la Imperial en dirección a Villarrica debió haberse verificado, cuando más temprano, hacia el 8 o 9 febrero.

Durante su permanencia en la Imperial, sobre todo, se ofreció a la consideración del Gobernador un problema de alta política, que convenía pensar en resolver prontamente. Se veía con mucha gente, cuyos servicios era necesario gratificar; la parte sometida hasta entonces del territorio conquistado estaba repartida en encomiendas y no era posible pensar en otras concesiones. Urgía, pues, buscar nuevos terrenos poblados para distribuirlos a sus capitanes156. Había avanzado por ese tiempo hasta una parte bastante al Sur; se tenían noticias de la existencia de tribus indígenas que se extendían aún más allá de Valdivia; y no olvidaba tampoco que el monarca había encargado a Alderete que reconociese lo del Estrecho de Magallanes, pues, muerto aquel Gobernador, el real encargo rezaba con él, que le había sucedido. Así lo dice expresamente don Andrés Hurtado de Mendoza en carta que escribía al monarca casi por los mismos días en que su hijo andaba en la expedición de que tratamos: «a los once deste mes de marzo llegó Rengifo con la relación que don García me envía de lo sucedido con aquellos indios de Arauco, que son los más belicosos de cuanto en lo descubierto se han visto, y ansí se acabasen de asentar, irá adelante hasta lo del Estrecho, como por V. M. está mandado»...157

Conviene que nos detengamos en el concepto que en esa época se tenía formado acerca de las regiones del Estrecho, porque nos darán la clave de expresiones y asertos emitidos en aquel entonces, que hoy nos parecen inexplicables. Estudiándolo, veremos el alcance que en el hecho tenían apreciaciones como la de Alderete, cuando decía al Consejo de Indias que había estado en los parajes del Estrecho, y cómo el historiador de Ercilla hablaba de su viaje al mismo sitio. Por cierto que había quienes se diesen cuenta de la verdadera situación de éste, pero para la generalidad de los conquistadores no pasaba otro tanto. Era, cabalmente, lo que había estado ocurriendo en Chile desde su descubrimiento por Almagro. Gómez de Alvarado, el caudillo que mandaba la partida destacada para reconocer el país, salió del valle de Aconcagua abrigando el firme propósito de llegar hasta el Estrecho. Para que no se imagine que exageramos, he aquí lo que sobre el particular refiere Fernández de Oviedo:

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«En este tiempo llegó el capitán Gómez de Alvarado e dixo quél había pasado adelante de aquella provincia de Chile e Picones ciento e cincuenta leguas... e que queriendo proseguir el viaje hasta el Estrecho, hacía tantas aguas e tempestad e frío, etc.»158.



¡Había arribado hasta el Ñuble y se imaginaba que caminando otras cien leguas alcanzaría el Estrecho! ¿Cuál era la causa de semejante erradísimo concepto? El mismo Oviedo nos lo va a decir. «Y por la carta de navegar quel Adelantado hizo ver en Chile a tres pilotos, no se hallaba haber doscientas e cincuenta leguas hasta el Estrecho, las ciento e cincuenta de las cuales habían andado Gómez de Alvarado e su compañía». Entra luego el cronista de Indias en las consideraciones que esta apreciación le sugiere, para concluir con que aquellas tres pilotos «no lo habían visto [al Estrecho] ni ellos ni sus cartas no sabían lo cierto»159. Y si esto pasaba con gente de la profesión, ¿qué de extrañar es que dos soldados se engañasen aún más?

Pedro de Valdivia en su carta al Emperador, fecha 26 de octubre de 1552, después de anunciarle la fundación de Villarrica, le decía que «así iré conquistando y poblando hasta ponerme en la boca del Estrecho»160.

Jerónimo de Alderete, en septiembre de 1544, alcanzó con Juan Bautista Pastene hasta la bahía que denominaron, de San Pedro, en los 41º 15º, y hallándose en la corte, no tenía empacho en afirmar, pocos años después, que había recorrido toda la costa hasta el Estrecho161.

Es cierto que en Chile, en los días a que hemos llegado en nuestra relación, no era posible ya abrigar ideas tan erradas respecto a la situación geográfica de aquel paso de mar. El mismo Valdivia, a quien se debía la exploración de Pastene, con igual propósito despachaba en octubre de 1553 a Francisco de Ulloa, que se hallaba de regreso, según se sabe, en febrero del año siguiente, trayendo noticia detallada de aquel viaje; en la hueste de Hurtado de Mendoza se contaba el clérigo Alonso García, que seguramente había formado parte de la tripulación de la nave de la armada del Obispo de Plasencia salida de Sevilla en agosto de 1539, que, recorriendo la costa de Chile, tocando en Lebu y en el punto en que se levanta hoy Valparaíso, había ido a parar hasta Quilca en el Perú, y que el mismo don García había despachado allí, junto con Ladrillero y Cortés Ojea, si bien ninguno de ellos había regresado todavía de su expedición162. Pero siendo tal el estado de los descubrimientos geográficos hasta entonces realizados en la costa de Chile, no eran conocidos de todos y continuaba en su ser la errada creencia de la verdadera situación geográfica del Estrecho.

Volvamos ahora a Hurtado de Mendoza, a quien dejamos en la Imperial. Conforme a su programa primitivo y a la nueva determinación que se le imponía, despacho órdenes a las diversas ciudades para que se le fuesen a reunir algunos soldados   —70→   en Valdivia163; continuó de ahí su viaje al Sur, pasó por Villarrica164; y encaminando sus pasos desde allí hacia el Sur-poniente, un poco al Norte del volcán de aquel nombre, fue a salir al valle de Mariquina, en los términos de Valdivia. Debía alojarse en ese punto, según parece, y a efecto de prepararle hospedaje, dos vecinos de aquella ciudad se hallaban empeñados en levantar un rancho, cuando fueron muertos a traición -uno de ellos, al menos,- por los indios que estaban ocupados en aquella faena. Según el cronista que refiere estos hechos, don García habría llegado a ese sitio dos días más tarde165. Desde ese alojamiento siguió a Valdivia, «donde fue recebido con el mayor aplauso que antes ni después se ha hecho a gobernador deste reino»166. Sin detenerse mucho en aquel pueblo167, «tomó el camino por más arriba que lo llevó Valdivia cuando fue aquella jornada»168, hasta llegar a orillas del río Bueno, y, probablemente, a las del lago de Puyehue, que era, como decía el poeta:


Término de Valdivia y fin postrero.169



Refiere más adelante el camino que había llevado don García hasta avistar El lago, y añade:


Donde también llegue, que sus pisadas
sin descansar un punto voy siguiendo.



Según esto, Ercilla ha debido salir directamente de Cañete, pasar nuevamente por la Imperial, siguiendo el camino de la costa y atravesando la región de Toltén Bajo,   —72→   alcanzar a Hurtado de Mendoza170 en Villarrica, y pasando por Valdivia, detenerse en el campamento de las orillas del Lago171.

La hueste de don García se había aumentado considerablemente desde su partida de Cañete, ya sea en virtud de sus órdenes, ya por haber acudido a Valdivia, lugar de la convocatoria y de donde debía partirla expedición, soldados voluntarios, ansiosos, unos, de ver aquella tierra desconocida que iba a ofrecerse ante sus ojos, y otros, de lograr parte, si fuera posible, en el reparto que era natural esperar se hiciese con preferencia en los que se alistasen en ella. Por tal motivo, el campo español llegó a constar allí de doscientos soldados172.

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El número de los que allí acudían, el rumor de armas que se sentía en toda la comarca, despertó luego las sospechas de los indígenas, que acordaron unánimemente, en la junta que tuvieron, a fin de dificultar en cuanto fuera posible aquella invasión en sus tierras, retirar del camino todo lo que tenían. Ellos mismos, amedrentados, huyeron a los montes173.

Llegados, pues, a orillas de la parte boreal del lago, «y puesto el pie en la raya señalada» como último término de lo descubierto hasta entonces, se emprendió la marcha, el día 14 de febrero. Luego veremos el motivo que tenemos para apuntar esta fecha.

Iban todos a la retahíla, aunque en orden y a buen andar, siguiendo una angosta senda apenas hollada, abriendo pasos, que remataban en riscos despeñados, y sin más norte que el curso del sol. Los indios que habían elegido como guías, fieles al acuerdo que tenían adoptado de evitar que los españoles penetrasen en sus tierras, los habían intencionalmente extraviado, llevándolos por parajes de donde parecía imposible seguir adelante ni volver atrás. Cuatro días174 caminaban ya en esa forma, cuando al descender de un pequeño cerro escarpado se vieron salir de entre unas breñas diez indios semi-desnudos, que subiendo el recuesto se encaminaban a encontrar a los españoles, y que se detuvieron para esperarlos al pie de un gran peñasco que formaba   —74→   una cascada, depositando en el suelo sus arcos y flechas para manifestar que iban en son de paz.

Puestos al habla con los españoles por medió del intérprete que llevaban, el más anciano de los indígenas les ofreció un presente de frutas silvestres y carne seca, envuelto todo en una especie de red tejida con yerbas marinas, e inició luego una arenga encaminada a disuadir a los españoles de que continuasen su viaje. La tierra en que se hallaban era yerma en partes, cubierta de espesos bosques en otras, completamente despoblada; asegurándoles el indio que la de más adelante era todavía más espesa y fragosa.

Pero viendo que los españoles no daban muestras de cejar en su propósito, puesto a pensar, al cabo de un rato, concluyó por decirles que hallarían un paso más abierto, si dejando el monte a la izquierda, seguían la banda del Poniente a la derecha; que el trecho que habían de caminar era largo y despoblado, pero que él les proporcionaría un guía seguro y práctico en la lengua de las tribus que iban a encontrar. Se retornó al viejo su presente con cintas de colores y cascabeles y una manta roja de algodón. Listos de nuevo para la marcha, siguieron varios indios acompañándolos durante dos jornadas175, al cabo de las cuales dieron la vuelta por senda diversa de la que habían traído, pero dejándoles el guía. Este les aseguraba que en seis días más habrían llegado al término del viaje. Alegres los expedicionarios con tales nuevas, no se cuidaban de las escasas provisiones que les quedaban; seguían atravesando, tan pronto hondonadas como cumbres, montes, riscos y malezas; pero cuando se habían enterado ya otras tres jornadas, a la cuarta; «al tramontar del día», esto es, cuando el sol se ocultaba en el ocaso, escapose aquel falso guía. Ocurría esto, por consiguiente, cuando se cumplían, aparentemente, según la relación del poeta, diez días de viaje.

Viéndose así abandonados, en tierra desierta, hostigados del hambre y la fatiga, aquellos hombres no trepidaron un punto. Abrían unos, con hachas y machetes, la espesura; rompían otros, con picos y azadones, los peñascos; pasaban a trechos por sitios pantanosos; donde las yerbas y las raíces de los árboles entretejidas formaban verdaderos lazos en que los caballos se enredaban hasta el extremo de dejar los cascos176. Añadíanse a todos estos trabajos que, les ofrecía el suelo, continuas lluvias y tempestades; el granizo les azotaba furiosamente, los zarzales les desgarraban los vestidos, que llevaban ya hechos pedazos; el atascarse de los caballos, las voces de socorro de los que se hundían en los pantanos; las negras nubes que tornaban en noche   —75→   el claro día; cubiertos de sangre, de sudor y lodo, descalzos y desnudos; apretados cada vez más por el hambre, y, lo que era peor que todo, la ninguna espectativa de remedio que se les ofrecía, hacían verdaderamente desesperada aquella situación:


Desmayaba la fuerza y el aliento
cortando un dejativo sudor frío
de los cansados miembros todo el brío.



Por fortuna, los españoles no cejaron: comenzó, a poco a hacerse menos denso el bosque; disminuía la altura de los cerros; el cielo se tornaba más claro, y, por fin, cuando se habían enterado siete días de haber andado perdidos sin tener un sólo momento en que poder descansar sus fatigados cuerpos, una mañana, desde lo alto de un cerro de áspera ladera, descubrieron un espacioso llano y vieron que a los pies del monte llegaban las aguas de un extendido lago y gran ribera.

Siguiendo por el lado oriental del lago de Llanquihue y cerca de la cordillera, tal vez por las faldas del volcán de Calbuco, probablemente desde las alturas que dominan la isla de Maillén177, a los once días de viaje vieron desplegarse ante sus miradas   —76→   atónitas las aguas del espacioso seno de Reloncaví, pobladas de islas que parecían deleitosas, y surcadas por numerosas piraguas. Por un impulso instintivo, todos ellos a una se arrodillaron para dar gracias a Dios de haberlos escapado de peligros que parecían irremediables. Con los ánimos ya más levantados, presto bajaron a lo llano y derramados por allí en cuadrillas, iban saciando el hambre con la frutilla, de que estaban sembrados aquellos campos, sin perdonar hojas ni ramas.

Se hallaban ocupados en esta faena cuando vino a zabordar a la playa una piragua con quince hombres, de ellos doce remeros.

Agrupáronse a su alrededor los españoles, y oída su plática de paz, les pidieron las provisiones que tuviesen. Con gran prisa, el que parecía jefe de la banda, hizo sacar cuanto venía en la piragua, y lo repartió todo, sin querer recibir nada por ello.

Un tanto reparados de la fatiga, comenzó la gente de don García a marchar formados, por la playa, y después de andar una legua, se detuvieron en el sitio que les pareció a propósito para su primer alojamiento. No acababan aún de asentar el campo; cuando de todos los contornos comenzaron a llegar piraguas, que les proveyeron abundantemente de maíz y pescado, sin pedir ni aceptar nada en retorno.

Al día siguiente, arribaron al campamento dos caciques, llevándoles de regalo una «lanuda oveja y dos vicuñas», manifestándose admirados y suspensos de ver aquellos hombres tan diferentes, vestidos, blancos, rubios y barbados; miraban con sorpresa los caballos obedientes a la rienda y se espantaban al oír el ruido de los tiros de los arcabuces.

Comenzose de nuevo a marchar; continuaban rumbo al Sur,


La torcida ribera costeando,
siguiendo la derrota del Estrecho,



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y a medida que avanzaban, el golfo se ensanchaba e iba descubriendo, de distancia en distancia,


Islas en grande número pobladas.



Ese día, Ercilla, acompañado de alguna gente moza, se metió en una piragua y pasó a la principal isla cercana178. Visitó dos más y fue rodeando sucesivamente otras179, siempre escoltado por las barquillas de los indios. La vecindad de la noche y el fresco viento que soplaba le hicieron regresar a la ribera del continente.

El día inmediato, el tercero del viaje, cuando hacía tres horas que caminaban, descubrieron que el gran golfo desembocaba en el mar, «por un hondo y veloz desagüadero» que les atajaba el paso. Siguiendo la costa, habían encontrado el canal de Chacao. Comprendieron luego que no era posible atravesarlo a nado llevando los caballos de cabestro, ni que la ligera construcción de las piraguas ni su capacidad permitía embarcarlos en ellas. Profundamente contristados se hallaban ante aquel inesperado estorbo, que venía a cortar en absoluto sus proyectos de continuar el viaje; comprendían que la vuelta por el camino que habían traído significaba la muerte de todos ellos; que las señales que daba el tiempo de aproximarse ya el invierno en aquellas regiones eran manifiestas, y que permanecer allí era imposible; se hallaban, por esto, llenos de congoja, cuando un muchacho indígena se ofreció a guiarlos por camino mucho mejor que el que habían traído; se aceptó el ofrecimiento y con grande alegría de muchos, quedó acordado el regreso. Hallábanse entonces muy cerca de Carelmapu180.

De allí fue de donde Ercilla con diez compañeros, «gente gallarda, brava y arriscada», subió en una piragua, y reforzando la tripulación de remeros, atravesó el canal de Chacao y logró tomar tierra en la isla de Chiloé, llegando a ella destrozados y a pura fuerza de brazos;181 sin guías, sin noticia y andando a la ventura, conociendo que el pasar de allí sería locura, todavía Ercilla, deseoso de poner el pie más adelante que ninguno de sus compañeros, fingiendo que reconocía el terreno, avanzó aún   —78→   una media milla para grabar en la corteza de un árbol con la punta de un cuchillo la inscripción que marcaba su estancia allí a las dos de la tarde del 28 de febrero de 1558:


Aquí llegó, donde otro no ha llegado,
don Alonso de Ercilla, que el primero
en un pequeño barco deslastrado,
con solos diez pasó el desaguadero;
el año de cincuenta y ocho entrado
sobre mil y quinientos, por hebrero,
a las dos de la tarde, el postrer día,
volviendo a la dejada compañía.182



Y embarcándose atravesaba otra vez el canal para ir a reunirse con el grueso de los expedicionarios en el continente.

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Hasta este punto no más alcanza la relación de Ercilla. Desde allí, según dice, fue guiándolos el indio práctico por un camino cubierto de bosques, hasta sacarlos de aquellos parajes, para contarnos en seguida cómo regresaron al fin a la Imperial, no sin que se pasaran «muchos trabajos», sin otro detalle alguno.

Procuraremos, en cuanto nos sea posible, suplir su silencio. Contada ya la actuación de Ercilla, según lo que él apunta en La Araucana, se hace indispensable estudiar lo relativo a esa primera exploración del archipiélago, ocurriendo a otras fuentes.

El poeta, como se ha visto, habla de dos jornadas en que tomó parte durante ese tiempo: la del paso del canal de Chacao, que acabamos de referir, y aquella otra anterior en que, acompañado de alguna gente moza, visitó tres islas y rodeó otras. En ambas, resulta de sus dictados que fue por impulso propio y sin sujeción a órdenes de sus jefes. Mientras tanto, los cronistas, al paso que callan tales accidentes, nos hablan en términos muy diversos de lo que ocurrió luego que la columna expedicionaria avistó las aguas de Reloncaví.

Según Góngora Marmolejo, cuando don García, después de salir del terreno enmarañado y pantanoso que habían ido cruzando por el lado oriental del lago de Llanquihue, «llegó a un brazo de mar grande, viendo que no lo podía pasar, envió al licenciado Altamirano [que] con algunas piraguas fuese por la costa de la otra banda,   —80→   prolongando la tierra cuatro días de ida, y que donde les tomase el camino se volviesen y le trajesen relación de lo que había. Vueltos, le dieron razón de un archipiélago grande de islas montuosas, aunque bien poblado de naturales...» Es fácil notar que el cronista en esta relación omite, en realidad, contar lo que ocurrió desde el avistar, el golfo, y que la toma desde el punto en que se llegó al «brazo de mar grande» que no se podía pasar, esto es, si no entendemos mal, desde que, al decir de Ercilla, descubrieron que el golfo desaguaba en el mar, cuando se hallaban, por consiguiente, en las vecindades de Caremalpu. Desde allí habría partido Gutiérrez Altamirano con algunas piraguas con encargo de reconocer la «costa de la otra banda», digamos, en buenos términos, la de la isla grande de Ancud, y con orden de avanzar por ella durante cuatro días. Queda por saber, conforme a esto, cuál fue la costa de la isla que recorrió. Por la información que dio al regreso, diciendo que era un archipiélago el que se extendía al Sur, se comprende que ha debido de ser -si lo vio por sus ojos- la costa oriental, única desde la cual podía llegar a esa conclusión; sin que se nos oculte, que avanzando por la occidental, lograra tener aquella noticia de los indios. Puede que alguna luz nos dé a este respecto el diario del viaje de Cortés Ojea, cuyo testimonio tendremos pronto ocasión de invocar.

La relación que de los mismos sucesos trae Mariño de Lobera es menos precisa y difiere de la precedente en cuanto al punto de donde fue destacado Gutiérrez Altamirano y su gente. Dice, en efecto, que Hurtado llegó a la playa del archipiélago el segundo domingo de cuaresma -fecha que está equivocada; según decíamos;- describe luego en términos sumarios el archipiélago; menciona a renglón seguido la isla de Chiloé, y continúa así, sin hacer mención de ninguna otra parte del camino recorrido: «Y aunque vieron los españoles poca disposición para pasar adelante, con todo eso, se ofreció al capitán para este asunto el licenciado Julián Gutiérrez de Altamirano, como caballero animoso y que deseaba mucho emplearse en el servicio de Su Majestad en algún negocio de importancia conforme al beneplácito y dirección de don García; con cuya licencia y compañía de gente que le dio para ello, se embarcó con algunos soldados arcabuceros en las piraguas que para ellos fueron suficientes, en las cuales anduvieron tres días con sus noches, entre grandes peligros de bajíos y borrascas, padeciendo todo esto por sólo tomar noticias de lo que había en estas islas. Y no habiendo sacado otra cosa más de la relación y noticias de ellas, trató don García de volverse luego por otro mejor camino». De acuerdo con esto, no es posible precisar, ni el punto de donde partió la comisión exploradora, ni el momento de su separación del campo español, aunque de la noticia con que volvió de las islas, parece darse a entender que su navegación tuvo lugar dentro del golfo.

Suárez de Figueroa, que va siguiendo de cerca el relato precedente, expresa que «descubiertas las islas no se hallaba manera de pasar a ellas, mas atropelló dificultades el ánimo del capitán Julián Gutiérrez, que ofreció ir, ver y referir lo que allá hubiese. Éste buscó con toda diligencia tres piraguas grandes con los remos que convinieron, en que metió algunos soldados arcabuceros. Anduvieron tres días y tres noches, siempre desabrido con la inquietud y furia del mar y viento, que casi le tuvieron perdido. Ya vuelto, dio buena relación de lo visto y hallado».

Parece desprenderse de aquí que la partida de Gutiérrez Altamirano se verificó luego de avistado el archipiélago, restringiendo el significado de la voz «descubierto» que emplea ese escritor hasta aquel término y no más. Adelanta el dato de que el viaje se hizo en tres piraguas.

Los tres escritores precedentes concuerdan, pues, enteramente en que la expedición fue mandada por Gutiérrez Altamirano y en que su viaje duró cuando menos   —81→   tres días con sus noches, y que su resultado fue la noticia que trajo duque aquel era un archipiélago poblado. Quedan en duda el punto desde donde se embarcó y el momento en que lo hizo.

Las declaraciones de los testigos de la información de servicios de Hurtado de Mendoza, de las cuales tanto podíamos haber esperado, son del todo vagas sobre estos particulares. La única que trae algún dato utilizable a nuestro propósito es la de Diego Dávalos, quien dice, que yendo don García «por las provincias de Ancud hasta llegar a un lago muy grande [léase golfo] y una cordillera de nieve que no se pudo pasar y de allí envió unas chalupas por el piélago en delante a reconocer las islas que parecían, y se hallaron en ellas gran cantidad de gente bien vestidos y gran cantidad de ovejas, y tomaron noticias de adelante, así de haber buhíos como muchos indios»183. De esta declaración se desprende que la expedición exploradora fue destacada luego de haberse llegado a la costa, de acuerdo con lo que refiere Ercilla respecto a la en que él iba cuando visitó las tres islas de que nos habla y reconoció otras.

La discrepancia de una y otra está en la duración de ambas. Dávalos no precisa este punto, en el que insisten los cronistas con detalles que no es posible olvidar, esto es, que alcanzó a tres días con sus noches. ¡Si tuviéramos el testimonio de Gutiérrez Altamirano! Pero no rindió nunca información de sus servicios y las declaraciones suyas que poseemos versan sobre los de otros conquistadores que no figuraron en la exploración de que se trata, y en alguna que pudiera interesarnos, es tan compendiosa, que de nada nos sirve184.

Si Hurtado de Mendoza, por desgracia, fue tan poco preciso en lo que hizo preguntar a los testigos de su información respecto a su viaje185 alguna luz nos ofrece, en cambio, su carta ya citada de 20 de abril de 1560, en la que refiere que «fué a dar en un lago grande, con mucha cantidad de islas que hay en él, a dos y tres leguas unas de otras, pobladas de la misma gente y ganado; y no pudiendo pasar adelante, por entrar el lago la tierra adentro hasta la cordillera grande que viene de las nieves, y desaguar en la mar, con anchor de diez o doce leguas, envió en ciertas canoas que allí se tomaron, un capitán con cincuenta soldados a pasar de la otra parte, y por ser tan pequeñas que no caben de cuatro hombres arribe en una, y ser entrada de invierno, se volvieron, tomando relación de las islas postreras que anduvieron que en la tierra firme de adentro había mucha cantidad de indios y buena tierra de oro, comidas y ganados»186.

Poco explícito se nos antoja el acápite en cuanto al punto y momento en que fuera despachado ese capitán. Por una parte, parece desprenderse que fue luego después de avistado el golfo: por otra, que se verificó cuando llegó a descubrirse que éste iba a desaguar en el mar. Nos da, en cambio, el dato de que los expedicionarios fueron cincuenta, mandados por un capitán; se produce, desde luego, una discrepancia   —82→   en cuanto al número de piraguas que debieron emplear, ya que anteriormente se dijo que habían sido tres y don García deja suponer que no serían menos de doce, pues no cabían, a su decir, más de cuatro hombres en cada una; guarda silencio en cuanto al número de días empleados y respecto de la orden del plazo de tres o cuatro días señalado como máximum para el viaje; y, en fin, y esto es para nosotros lo más grave, no resulta en claro cual era esa otra parte a que ordenó se pasara. Del contexto y de la forma de la redacción parece desprenderse que quiso referirse a la más austral del golfo, atravesándolo, si fuera posible, de Norte a Sur, ya que añade que desde las islas que anduvieron trajeron relación de lo que había en la tierra firme, esto es, en el continente y no en la isla grande de Chiloé, que en gran parte cierra ese golfo por el lado occidental.

En todo caso queda a firme que hubo una expedición mandada por un capitán, y que éste fue Gutiérrez Altamirano se acredita, ya, no sólo por los asertos de esos cronistas y por las declaraciones de Dávalos, -por más que éste no le nombra,- y lo que acabamos de saber de boca de don García, sino por otra fuente. Nos referimos a la relación autorizada que el escribano Miguel de Goizueta dio del viaje de Francisco Cortes Ojea al Estrecho de Magallanes. Dice, pues, en ella que cuando allá por los últimos días del mes de septiembre, en su viaje de regreso, en un paraje vecino a la boca del golfo, bajando a tierra tomaron algunos indios que estaban descuidados en sus casas cercanas a la costa, quienes supieron de ellos que, «había seis meses, unos cristianos llegaron dos jornadas de allí... de los cuales cristianos nombraron algunos y, entre ellos, al teniente Altamirano»187.

La fecha coincide al justo con aquella de la exploración y el nombre del capitán que la mandaba está bien claro. No puede, después de esto, caber duda alguna sobre uno y otro particular.

Si pudiéramos precisar el sitio en que Cortés Ojea tuvo tales noticias, sería fácil, por lo mismo, señalar con bastante exactitud el término de la exploración de Gutiérrez Altamirano.

La vaguedad de la relación, la falta de concordancia de las antiguas designaciones geográficas con las de las cartas modernas, el que no poseamos las primeras de los pilotos españoles, son todos obstáculos casi insuperables para determinar ese punto. Pero, ciertamente, nos hallarnos en desacuerdo con el comentador de la relación del viaje de Cortés Ojea en cuanto al itinerario seguido por éste en la parte que nos interesa, pues cree que en su viaje de regreso costeó la ribera occidental de la isla de Chiloé, al paso que nosotros estamos en la persuasión -persuasión a que nos induce todo lo que ya sabíamos sobre los movimientos de la expedición de don García- de que la ruta que siguió fue por el interior del golfo. Según lo que dice respecto a la de aquel navegante, su encuentro con los indios debió de verificarse en la costa del océano; según nosotros, al sur de la entrada oriental del canal de Chacao, y precisando más, de acuerdo con otra fuente, Gutiérrez Altamirano no habría alcanzado sino a las vecindades de Calbuco188.

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En resolución creemos que puede llegarse a las siguientes conclusiones: que hubo una expedición comandada por Gutiérrez Altamirano, compuesta de cincuenta arcabuceros, que recorrió en dirección al Sur las costas e islas de la parte occidental del seno de Reloncaví; que llegó en ese viaje hasta las inmediaciones de Calbuco; que no es posible determinar con precisión el día fijo, ni de dónde partiera; que probablemente fue despachada luego de avistado el seno de Reloncaví; que en el supuesto de haberse gastado seis días en el reconocimiento que hizo -y decimos seis, ya que se asegura que volvió al cabo de otros tres, contando con que caminó también las noches,- no menos pudo demorar al regreso; que, caso de haber sido así, Ercilla no formó parte de ella, puesto que nos dice que en las que figuró, una duro un día, y en la otra se limitó a atravesar el canal; que estando compuesta de soldados arcabuceros, al decir de Mariño de Lobera, Ercilla, que era de lanza y de a caballo, no hubiera tenido puesto alguno en ella; que este lapso de seis días no se compadece con el tiempo que, según el poeta, gastó la hueste de don García desde que bajó a las aguas de Reloncaví, hasta que él dio la vuelta de la isla de Chiloé; y, finalmente, que cabe la posibilidad, por todo esto, de que tal expedición se verificara después que tuvo lugar ese hecho189.

Más, ahora cabe preguntar ¿cómo es que Ercilla pudo, cuando todo esto sabemos, hablar de su viaje al Estrecho de Magallanes? La respuesta es para nosotros bien sencilla. El, como seguramente la totalidad de sus compañeros ignoraban, o erraron, como dice en la estrofa que vamos a transcribir, la altura cierta en que se hallaba   —84→   aquel paso de uno al otro mar, creyéndola enormemente más cercana del punto a que habían alcanzado, tal cual era la opinión corriente entonces; no tuvieron en esas circunstancias piloto alguno que los informara, cosa que también repite; y por fin, en vista del fracaso, y sin contar con todo eso, en lo cual creía verísimamente, llega hasta suponer que una causa importante y no sabida, como ser algún cataclismo terrestre, hubiese producido el fenómeno de que la boca del tan anhelado paso se hallase ya cerrada por alguna isleta removida de su asiento por la fuerza de los elementos.

He aquí esa estrofa, inserta casi en el comienzo del poema, como recuerdo anticipado de un hecho importantísimo de su vida de peregrinaciones, que no sabía al escribirla si tendría más tarde oportunidad de recordar:


Por falta de piloto, o encubierta
causa, quizá importante y no sabida,
esta secreta senda descubierta
quedó para nosotros escondida:
ora sea yerro de la altura cierta,
ora que alguna isleta removida
del tempestuoso mar y viento airado,
encallando en la boca, la ha cerrado.190



El nosotros empleado por él queda siempre en pie, sin desdoro de su verdad, porque la expedición exploradora, aun no figurando en ella, estaba en su totalidad compuesta por compañeros suyos. El título que diera a su viaje resulta, sin duda, equivocado, pero, mirado a la luz de lo que se sabía en la época en que lo emprendió y en lo que él mismo creía a toda buena fe, era y es exacto.

Dejamos a Ercilla en el continente de regreso de su excursión a la isla grande de Chiloé, el 28 de febrero, en circunstancias que el campo aguardaba sólo su llegada y la de sus compañeros para emprender el viaje de regreso. Es probable, por consiguiente, que se rompiera la marcha el 1.º de marzo191. Después de atravesar en la primera parte de la jornada una selva espesa, como lo recuerda el poeta, llegaron a terreno mas descubierto192, y siguiendo, según parece, las vecindades de la costa, se encontraron a orillas del mar el 6 de marzo, domingo llamado de la Cananea, en la desembocadura del río Puraílla, hoy Maullín193. Allí, en una loma alta, asentó don García   —85→   su campo, en espera de que se buscasen algunas piraguas para poder atravesarlo; obtenidas éstas, se pudo, al fin, vadear, «sin más zozobra que la de un soldado que se llevó la corriente, ahogándose sin poder ser socorrido»194. Desde ese punto la columna expedicionaria, dejando a su izquierda la cordillera de la costa, siguió por el valle central en dirección al Norte, con el propósito de llegar al lugar que se llamaba entonces de Chauracaví, donde don García, a su paso para el Sur, creyó encontrar sitio adecuado para trazar la ciudad que tenía proyectada, como lo hizo a mediados de aquel mes195, dándole el nombre de Osorno en homenaje a su abuelo, el conde de ese título. Delineada la nueva población, señaladas sus autoridades y hecho el reparto de los solares y encomiendas, tareas que le ocuparon pocos días, Hurtado de Mendoza siguió viaje a Valdivia, y allí permanecía aún el 4 de abril. Muy poco después arribaba a la Imperial, a donde, pasando por alto todos estos sucesos, nos lleva de nuevo Ercilla en La Araucana.

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