Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Acto IV

Es de noche. Patio del palacio de Fiesco. Habrá algunas linternas encendidas. Sale gente trayendo armas a la escena. Una de las alas del castillo está alumbrada.

Escena I

     BORGOGNINO. (al frente de algunos soldados). -�Alto!... A ver... Cuatro hombres de centinela a la puerta del patio y dos a cada puerta del palacio. (Los centinelas se colocan en el puesto designado.) Dejar que entre quien quiera, pero salir... a nadie, y a quien haga uso de la fuerza... matarle. (Entra en el castillo con los demás. Los centinelas siguen en sus puestos. Pausa.)

 

Escena II

     Los CENTINELAS. (De la puerta del patio.) -�Quién vive?

     ZENTURIONE.-Un amigo de Lavagna. (Atraviesa el patio y se dirige a la puerta de la derecha.)

     EL CENTINELA. -�Atrás! (Zenturione, sorprendido, se dirige hacia la de la izquierda.)

     ZENTURIONE. (Deteniéndole perplejo. Al centinela de la derecha.) -�Por dónde se va a la comedia, amigo?

     EL CENTINELA. -No lo sé.

     ZENTURIONE. (Sorprendido al de la izquierda.) -�A qué hora empieza la comedia?

     EL CENTINELA. -No lo sé.

     ZENTURIONE. (Espantado y embozándose.) -�Cosa más rara!

     EL CENTINELA. (De la puerta principal.) -�Quién vive?

 

Escena III

Dichos. ZIBO.

     ZIBO. -Un amigo de Lavagna.

     ZENTURIONE. -Zibo, �dónde estamos?

     ZIBO. -�Qué?

     ZENTURIONE. -Observa en torno tuyo, Zibo.

     ZIBO. -�Dónde... �Cómo?

     ZENTURIONE. -Todas las puertas están defendidas.

     ZIBO. -Y aquí..., armas.

     ZENTURIONE. -Sin que nadie nos explique...

     ZIBO. -Es singular.

     ZENTURIONE. -�Qué hora es?

     ZIBO. -Las ocho dadas.

     ZENTURIONE. -�Demonio!... Hace un frío de todos los diablos.

     ZIBO. -Las ocho; es la hora fijada.

     ZENTURIONE. -(Meneando la cabeza.) -Hay en esto algo incomprensible.

     ZIBO. -Fiesco sin duda quiere darnos algún bromazo.

     ZENTURIONE. -Mañana es la elección de dux... Zibo; esto no está claro.

     ZIBO. -�Silencio!... �Silencio!

     ZENTURIONE. -El ala derecha resplandece muy alumbrada.

     ZIBO .-�Oyes algo?... �Oyes algo?

     ZENTURIONE. -Sí; como si sonara allá dentro sordo rumor y de vez en cuando...

     ZIBO. -Confuso chis, chas, como choque de armaduras.

     ZENTURIONE. -Es espantoso.

     ZIBO. -Un carruaje... Se detiene a la puerta.

     EL CENTINELA. (De la puerta principal.) -�Quién vive?

 

Escena IV

Dichos. Los cuatro ASSERATO.

     ASSERATO. (Entrando.) -Amigo de Fiesco.

     ZIBO. -Son los cuatro Asserato.

     ZENTURIONE. -Buenas noches, amigos.

     ASSERATO. -Vamos, a la comedia.

     ZIBO. -Buen viaje.

     ASSERATO. -�No vais también?

     ZENTURIONE. -Pasad delante; queremos tomar un poco el fresco.

     ASSERATO. -Empezará en breve; vamos.

(Intentan irse.)

     EL CENTINELA. -No se pasa.

     ASSERATO. -�Qué significa eso?

     ZENTURIONE. (Riéndose.) -Subid al castillo.

     ASSERATO. -Sin duda hay error en eso.

     ZIBO. -Un error evidente.

(Suena la música dentro, a la derecha.)

     ASSERATO. -Ya tocan la sinfonía. La comedia va a empezar.

     ZENTURIONE. -A mí me parece que ya ha empezado, y que nosotros representamos el papel de bobos.

     ZIBO. -Yo no siento aquí mucho calor; conque..., me voy.

     ASSERATO. -�Armas aquí!

     ZIBO. -�Bah!... el equipo de los cómicos.

     ZENTURIONE. -�Seguiremos aquí como los locos a orillas del Aqueronte? Vamos al café. (Se dirigen los seis hacia la puerta.)

     Los CENTINELAS. -�Atrás!

     ZENTURIONE. -�Mil rayos! Nos han cogido.

     ZIBO. -Mi espada me dice que no será por mucho tiempo.

     ASSERATO. -Volved a envainarla, creedme. El Conde es un caballero.

     ZIBO. -Estamos vendidos. Somos víctimas de la traición. La comedia era el cebo y hemos caído en el lazo.

     ASSERATO. -No lo quiera Dios. Me temo que va a tener todo eso un pesado desenlace.

 

Escena V

Dichos. Luego VERRINA y SACCO.

     EL CENTINELA. -�Quien vive ?

(Salen Verrina y Sacco.)

     VERRINA. -Amigos de la casa.

(Salen siete nobles más.)

     ZIBO. -Sus confidentes. Ahora se aclarará todo.

     SACCO. (Conversando con Verrina.) -Pues como os decía, Lescaro está de guardia en Santo Tomás. Es el mejor oficial de Doria y su ciego adicto.

     VERRINA. -Me alegro.

     ZIBO. (A Verrina.) -A buen tiempo llegáis, Verrina, para ayudarnos a salir de este enredo.

     VERRINA. -Pues... �qué ocurre?... �qué ocurre?...

     ZENTURIONE. -Hemos sido invitados a una comedia.

     VERRINA. -Para eso estamos.

     ZENTURIONE. (Impaciente.) -Sí, ya sé;... como todo mortal... �Mirad qué guardadas las puertas!... �y por qué?... vamos a ver.

     ZIBO. -�Por qué estas armas?

     ZENTURIONE. -Estamos aquí, como en la horca.

     VERRINA. -Ya vendrá el Conde en persona.

     ZENTURIONE. -No debiera hacerse esperar. Tasco el freno, impaciente.

(Los nobles se pasean por el fondo.)

     BORGOGNINO. -�Cómo va lo del puerto, Verrina?

     VERRINA. -A pedir de boca.

     BORGOGNINO. -El castillo está atestado de tropas.

     VERRINA. -Poco falta para las nueve.

     BORGOGNINO. -Mucho se hace esperar el Conde.

     VERRINA. -Todo irá mas aprisa de lo que se figura, Borgognino. Me estremezco con sólo recordar cierto intento...

     BORGOGNINO. -No os precipitéis, padre.

     VERRINA. -No cabe precipitación, donde no cabe retardo. Si no cometo este segundo homicidio, no respondo del primero.

     BORGOGNINO. -Mas �cuándo debe morir Fiesco?

     VERRINA. -Cuando Génova sea libre, Fiesco morirá.

EL CENTINELA. -�Quién vive?

 

Escena VI

Dichos. FIESCO.

     FIESCO. -Amigo. (Todos le saludan y los centinelas presentan las armas.) Bien venidos, mis queridos huéspedes. Sin duda me habéis murmurado por la tardanza; excusadme. (Por lo bajo a Verrina.) �Está dispuesto todo?

     VERRINA. (Al oído.) -A pedir de boca.

     FIESCO. (Por lo bajo a Borgognino.) -Y...

     BORGOGNINO. -Todo está en orden.

     FIESCO. (A Sacco.) -Y...

     SACCO. -Todo marcha.

     FIESCO. -�Y Calcagno?

     BORGOGNINO. -No ha venido todavía.

     FIESCO. (A los centinelas.) -Cerrad las puertas. (Se quita el sombrero y se adelanta con dignidad y soltura hacia los congregados.) Señores, me tomé la libertad de invitaros a un espectáculo en mi casa, no ciertamente para divertiros, sino con el objeto de repartir los papeles. Harto hemos sufrido, amigos míos, las injurias y desaires de Doria y las usurpaciones de Andrés. Si queremos libertar a Génova, no hay ya tiempo que perder. �Con qué objeto pensáis que sitian el puerto de nuestra patria veinte galeras? �Con qué objeto contrajeron los Dorias ciertas alianzas y han llamado al corazón de Génova extranjera tropa? No se trata ya de murmurar ni de maldecir. Fuerza es arriesgarlo todo por salvarlo todo, que a grandes males, grandes remedios. �Quién habrá entre nosotros que sufra por soberano al que no sea su igual? �Y quién de nosotros no cuenta tan antiguo abolengo como la misma ciudad? Yo os conjuro por lo más sagrado, a que me digáis qué privilegio tienen entonces aquellos dos simples ciudadanos para alzarse por encima de nosotros con insolente vuelo. (Vivos murmullos.) No existe un solo hombre aquí, que no sea llamado a defender la causa de Génova contra sus opresores, ni pueda abandonar un ápice sus derechos sin hacer traición al alma del Estado. (Agitación e interrupciones. Luego continúa.) Pues veo que os conmueven mis frases, doy por ganada la causa. �Queréis seguirme? Estoy pronto a conduciros. Esos preparativos, que poco ha os sobrecogieron de terror, deben infundiros ahora valor heroico y trocarse tales temblores y ansiedad en memorable celo para aliaros a los patriotas y a mí, y aterrar a los tiranos. El éxito coronará nuestros esfuerzos, porque mi plan está bien concebido y la empresa es justa, puesto que Génova sufre; gloriosa, puesto que es arriesgada y grande.

     ZENTURIONE. (Con arrebato..) -Basta. Génova será libre. Con semejante grito de guerra combatiríamos contra el mismo infierno.

     ZIBO. -Quien no despierte a ese grito, gima condenado a eterna brega hasta el día del juicio.

     FIESCO. -Esto es hablar como hombres. Ahora merecéis conocer el peligro que os amenaza, a vosotros y a Génova. (Les entrega la lista que consiguió el Moro.) Aquí, luces, muchachos. (Los nobles se agolpan al rededor de una antorcha y leen) Esto marcha a medida de mis deseos, amigos.

     VERRINA. -No lo digas muy alto. A algunos vi palidecer y temblar, allá a la izquierda, en el fondo.

     ZENTURIONE. (Furioso.) -�Doce senadores! �Infamia como ella! Vamos, espada en mano... (Todos echan mano a las armas, excepto dos.)

     ZIBO. -Tu nombre figura también en la lista, Borgognino.

     BORGOGNINO. -Y hoy mismo, Dios mediante, he de escribirlo en la garganta de Doria.

     ZENTURIONE. -Quedan allí dos espadas.

     ZIBO. -�Cómo?

     ZENTURIONE. -Hay dos que no han tomado espada.

     ASSERATO. -Mis hermanos no pueden ver sangre... Excusadlos.

     ZENTURIONE. -�Cómo no, siendo de tiranos? �Mueran los cobardes! Echad de la República estos hijos bastardos. (Algunos conjurados, movidos de la cólera, se arrojan sobre ellos.)

     FIESCO. (Los separa.) -�Deteneos!... �Deteneos! Génova no puede deber su libertad a esclavos, ni ha de perder el oro su puro sonido con impura liga. (Separad los dos hermanos.) Hacedme la bondad, caballeros, de retiraros a mi palacio hasta que se decidan nuestros asuntos. (A la guardia.) Prended a esos dos hombres; me respondéis de ellos. Pónganse dos centinelas a su puerta. (Se los llevan.)

     EL CENTINELA. (De la puerta principal.) -�Quién vive? (Llaman.)

     CALCAGNO. (Con voz angustiada.) -Abrid, amigo,... abrid... por Dios.

     BORGOGNINO. -Es Calcagno. �Qué significa esta súplica, por Dios?

     FIESCO. -Abridle, soldados.

 

Escena VII

Dichos. CALCAGNO espantado y sin aliento.

     CALCAGNO. -�Estáis perdidos!... Huid... Sálvese quien pueda... Todo está perdido.

     BORGOGNINO. -�Cómo... perdido! �Son por ventura de bronce y nuestras espadas de caña?

     FIESCO. -Pensadlo bien, Calcagno, porque en nuestro caso este sería imperdonable error.

     CALCAGNO. -Nos han hecho traición... Infernal verdad... Vuestro criado moro, Lavagna... �Miserable! Acabo de verle en el palacio de la Signoria, celebrando una entrevista con el Duque. (Los nobles palidecen, el mismo Fiesco se inmuta.)

     VERRINA. (Con energía, a los centinelas de la puerta del foro.) -Aquí, soldados, pasadme el corazón de una lanzada, que no quiero morir en manos del verdugo. (Los nobles se desbandan aterrorizados.)

     FIESCO. (Sereno.) -�A dónde vais?... �Qué hacéis?.. Vete al diablo, Calcagno, con tu ciego terror... �Pareces una mujer!... �Decir esto delante de esos niños! Y tú, Verrina, y tú, Borgognino, �a dónde vais?

     BORGOGNINO. (Con vehemencia.) -Yo a casa a matar a Berta y vuelvo.

     FIESCO. (Soltando una carcajada.) -�Aguardad!... �deteneos! �Este es el valor de los que quieren matar al tirano?... Has representado tu papel a maravilla, Calcagno... Pero �no adivinasteis que yo le mandé traer la noticia? Habla, Calcagno. �Verdad que te mandé poner a prueba el valor de estos antiguos romanos?

     VERRINA. -Bien está. Puesto que puedes reír, quiero creerte, o no te tendré por hombre.

     FIESCO. -�Vergüenza, amigos! �Sucumbir a esta prueba de muchacho! Tomad de nuevo las armas. Ahora fuerza os será combatir como leones si queréis reparar esa brecha. (Por lo bajo a Calcagno.) �Estabais vos mismo allí?

     CALCAGNO. -Pasé por delante de la guardia para cumplir mi comisión e informarme por medio del Dux... y cuando ya me retiraba, veo que traían al Moro.

     FIESCO. (En alta voz.) -Ya tenemos al vicio en la cama; iremos a sacarle de entre las sábanas. (Por lo bajo.) �Habló mucho rato con el Dux?

     CALCAGNO. -Mi súbito pavor y la urgencia del peligro no me han permitido permanecer allí dos minutos.

     FIESCO. (En alta voz y alegremente.) -�Mirad cómo tiembla todavía mi gente!

     CALCAGNO. -No debisteis dejar que estallara tan pronto el motín. (Por lo bajo.) Pero, por Dios vivo, Conde, �qué esperáis conseguir con ese embeleco?

     FIESCO. -Pienso ganar tiempo. Con eso habrá pasado el primer susto. (En alta voz.) �Hola!... que traigan vino. (Por lo bajo.) �Palideció el Duque? (Alto.) Vaya, camaradas; quiero que bebamos una vez siquiera antes de entrar en la danza de esta noche. (Por lo bajo.) �Palideció el Duque?

     CALCAGNO. -La primera palabra del Moro ha sido conjuración, y al oírla el viejo, se echó hacia atrás, blanco como la nieve.

     FIESCO. -�Ah!... �Ah!... �Qué pillo es! Hasta que les vio con el cuchillo a la garganta, no nos delató. Así ahora será para ellos realmente su ángel salvador. �Qué pillo es! (Sale un criado trayéndole una copa de vino; la presenta a la reunión y bebe.) Brindo por el buen éxito de nuestra empresa, camaradas. (Llaman.)

     EL CENTINELA. -�Quién vive?

     UNA VOZ. -Abrid... �en nombre del Duque! (Los nobles desesperados se desbandan.)

     FIESCO. (Dirigiéndose a ellos.) -No; no os asustéis, hijos míos, que yo estoy aquí. Aprisa; esconded esas armas. Sed hombres, os ruego. Esta visita me hace esperar que Andrés duda todavía. Salid y serenaos. Abrid las puertas, guardias. (Todos se van. Se abre la puerta.)

 

Escena VIII

FIESCO, como si viniera del castillo. Tres ALEMANES que traen al MORO agarrotado.

     FIESCO. -�Quién me llamaba en el patio?

     UN ALEMÁN. -Llevadme a presencia del Conde.

     FIESCO. -Ahí le tenéis; �quién me llama?

     EL ALEMÁN. (Saludándole militarmente.) -Os saludo en nombre del Duque. Os manda agarrotado ese moro que ha ido diciendo pestes de vos. Por esa carta sabréis lo demás.

     FIESCO. (Toma la carta con indiferencia.) -�No te decía hoy mismo que irías a parar a las galeras? (Al Alemán.) Está bien, amigo. Ofreced mis respetos al Duque.

     EL MORO. (Alzando la voz.) -Y los míos también, y decidle... al Duque... que si no hubiera mandado aquí a un asno, sabría a estas horas que hay dos mil hombres escondidos aquí. (Los alemanes se van. Salen otra vez los nobles.)

 

Escena IX

FIESCO. Los CONJURADOS. El MORO con arrogante serenidad.

     Los CONJURADOS. (Retroceden a la vista del Moro.) -�Qué es esto?

     FIESCO. (Después de haber leído el billete con reprimida cólera.) -Genoveses; ya no existe el peligro, pero tampoco la conjuración.

     VERRINA. (Sorprendido.) -�Cómo!... �Han muerto los Dorias?

     FIESCO. (Con violento ademán.) -�Vive Dios! Ni todas las tropas juntas habían de amedrentarme... pero eso, eso no lo esperaba. El débil anciano venció con ese par de líneas a dos mil quinientos hombres. (Deja caer los brazos con desaliento.) Doria ha vencido a Fiesco.

     BORGOGNINO. -Hablad, pues. Grande es nuestra estupefacción.

     FIESCO. (Lee.) -�Lavagna, mala suerte tenéis conmigo. Vuestros beneficios son pagados con ingratitud. Este moro me advierte vuestra conjuración; os lo mando atado, y esta noche dormir sin guardias.� (Deja caer el papel. Todos se miran unos a otros.)

     VERRINA. -�Y bien, Fiesco?

     FIESCO. (Con nobleza.) -�Un Doria me habrá vencido en generosidad!...�Faltará esa virtud a la raza de Fiesco?... No por vida mía: tan cierto como me llamo así. Separaos. Corro a verle y a confesárselo todo. (Hace que se va.)

     VERRINA. (Le detiene.) -�Pero estás loco?... �Somos niños por ventura, o se trata realmente de la causa de la patria? �Contra quién te dirigías tú? �Contra la persona de Andrés o contra el tirano? Detente, repito. Te prendo por traidor al Estado.

     Los CONJURADOS. -�Atadle!... �Echadle al suelo!

     FIESCO. (Coge una espada y se abre paso.) -Poco a poco. �A ver quién será el primero que eche el lazo al tigre!... Vedlo, señores; soy libre y puedo ir donde quiera. Pero me quedo; se me ocurre otra idea.

     BORGOGNINO. -La de vuestros deberes.

     FIESCO. (Colérico y con altivez.) -Mancebo, aprended primero a conocer los vuestros con respecto a mí, antes de hablarme de los míos. Tranquilizaos, señores... Todo sigue como hasta ahora. (Al moro, desatándole.) Tienes el mérito de haber dado lugar a una grande acción... Lárgate.

     CALCAGNO. (Airado.) -�Cómo!... �Cómo!... �Vivirá ese pagano, después de haber hecho traición a todos?

     FIESCO. -Viva él, con haberos asustado así. Vete, camarada. Pero advierte que pesa la ciudad entera sobre tus hombros, y que sus hijos pueden vengar en ti su falta de valor.

     EL MORO.- Esto prueba que el diablo no deja nunca a un pícaro en un apuro... Soy vuestro muy humilde y obediente servidor, señores. Ya veo que no crece en Italia el cáñamo con que han de ahorcarme, y fuerza será que vaya por él a otro lado. (Se va riendo.)

 

Escena X.

Sale un CRIADO. Dichos excepto el MORO.

     EL CRIADO. -La condesa Imperiali ha preguntado ya tres veces por su señoría.

     FIESCO. -Diablo, es verdad; debe empezar la función. Dile que al instante soy con ella. Aguarda; ruega a la señora condesa, mi esposa, que me espere en la sala de conciertos, escondida detrás de los tapices. (Vase el criado.) En esta hoja apunté el reparto de papeles, y todo irá a maravilla, si cada cual atiende al suyo respectivo. Antes irá Verrina al puerto, y cuando se haya apoderado de las naves, dará la señal del ataque con un cañonazo. Ahora yo me voy, porque me reclama un importante asunto. En cuanto suene una campanilla, acudid todos a la sala de conciertos... y mientras, entrad... saboread a placer mi vino de Chipre. (Se van todos.)

 

Escena XI.

La sala del concierto.

LEONOR, ARABELLA, ROSA; las tres muestran su ansiedad.

     LEONOR. -Fiesco ha prometido venir aquí, y no viene, y son ya las once dadas. El palacio entero resuena con el rumor de armas y hombres, y él no viene.

     ROSA. -Dice que debéis esconderos tras los tapices. �Qué intento será el suyo?

     LEONOR. -Lo quiere él, y me basta para obedecer sin temor alguno. Pero tiemblo... Bella... mi corazón late angustiado. Por Dios, hijas mías, no me dejéis.

     ARABELLA. -Nada temáis, señora. El espanto enfrena nuestra curiosidad.

     LEONOR. -Donde quiera que vuelvo los ojos, sólo veo semblantes desconocidos para mí, como siniestros y desfigurados espectros. Apenas llamo a uno, tiembla como un malhechor y huye a esconderse en la sombra, negro asilo de la conciencia culpable; si por ventura me responde, me habla con cierto misterio, como si la angustia y la vacilación le helaran la respuesta en los labios... Fiesco... Algo terrible se prepara aquí. �Oh Dios mío! (juntando las manos suplicante)... proteged a mi querido esposo.

     ROSA. -(Asustada.) -Jesús... �qué ruido en la galería!

     ARABELLA. -Es el centinela.

     EL CENTINELA. (Dentro.) -�Quién vive!

     LEONOR. -Alguien viene. Aprisa... a escondernos.

(Se esconden detrás de los tapices.)

 

Escena XII

JULIA, FIESCO, salen conversando.

     JULIA. (Muy turbada.) -Callad, Conde, por Dios, que tales galanteos no suenan en oído indiferente e inflaman mi pasión... �Dónde estoy?... Solos... sin más compañía que la noche con sus seducciones. �A dónde habéis traído, Conde, mi pobre corazón indefenso?

     FIESCO. -Donde el amor desalentado cobra ánimos, señora, y la emoción responde con más libertad a la emoción.

     JULIA. -Basta, Fiesco. Os ruego por lo más sagrado que no paséis adelante. A no ser tal la oscuridad, vierais encenderse mis mejillas y me tendríais compasión.

     FIESCO. -Todo lo contrario. Mi turbación crecería con la tuya, y mi audacia con ella. (Le besa la mano con ardor.)

     JULIA. -�Qué ardor febril anima tu rostro y tus palabras!... �Ay de mí! Siento arder en el mío, culpable e impetuosa llama... Que traigan luces, te ruego. Cediera mi pasión al arrebatado influjo de la oscuridad. Rebelde al yugo, proseguiría su impía obra... Creedme, Fiesco;... salgamos de aquí.

     FIESCO. (Con mayor instancia.) -�A qué, amor mío, esta inmotivada inquietud? �Por ventura la reina debe temer a su esclavo?

     JULIA. -�Malditos seáis vosotros y vuestras eternas contradicciones! �Como si no fuerais los vencedores, y los más peligrosos, una vez cautivasteis nuestro amor propio! Porque, si es fuerza confesarlo, fue mi amor propio el guardador de mi virtud, y mi orgullo quien desafiaba tus artificios. Sólo en esto se fundaba mi firmeza. Desesperaste de la astucia y acudes a mi debilidad... Ahora, dejadme.

     FIESCO. (Confiadamente.) -�Y qué pierdes con perder tu fuerza?

     JULIA. (Con arrebato.)... -�Qué?... �No lo habré perdido todo, el día que te haya entregado como juguete la llave del santo pudor y puedas tú afrentarme cuando te parezca?... �Quieres saber más, burlón? �Querrás aún que te confiese que todo el secreto de nuestra habilidad consiste en defender con miserables precauciones este punto débil, pronto a ceder a vuestras protestas �rubor me causa decirlo! apenas vuelve el rostro la virtud?... �Es fuerza que te diga cómo nuestros artificios femeniles se emplean en proteger esta plaza sin defensa, del modo que en el ajedrez todas las piezas en defender al rey, inmóvil? Si ganas es mate y todo va de vencida. (Pausa. Gravemente.) Acabo de mostrarte nuestra pomposa miseria. Sé generoso.

     FIESCO. -Y sin embargo, Julia, �a quién mejor que a mi infinita pasión pudieras confiar ese tesoro?

     JULIA. -Sin duda que no pudiera estar ni en mejores ni en peores manos... óyeme, Fiesco... �Cuánto tiempo durará ese infinito? Harto desgraciada he sido para exponer aun mi último bien. Fié en mis hechizos, Fiesco, para cautivarte, mas no les creo el poder de retenerte. Pero �qué es lo que he dicho, Dios mío? (Retrocede y oculta el rostro entre las manos.)

     FIESCO. -Dos blasfemias en una. Desconfiáis de mi buen gusto y cometéis un crimen de lesa majestad injuriando vuestra belleza. �Cuál de ambos crímenes es más excusable?

     JULIA. (Fatigada, próxima a sucumbir y con voz conmovida.) -Los embustes son las armas del infierno, y Fiesco no tiene necesidad de ellas para subyugar a Julia. (Cae sin aliento en el sofá. Pausa. Continúa en tono solemne:) Oye, Fiesco; permíteme que te diga la última palabra. Somos verdaderas heroínas mientras creemos segura nuestra virtud; niñas, cuando la defendemos; (Fija los ojos en los de Fiesco)... furias, cuando nos toca vengarla... Oye, Fiesco; si me inmolaras fríamente...

     FIESCO. (Arrebatado.) -Fríamente... �Por el cielo!... �Qué habrá que satisfaga la insaciable vanidad de una mujer, si duda todavía, cuando ve un hombre arrastrándose a sus plantas? �Ah!... siento que despierta mi altivez; lo siento. (Con frialdad.) Cae la venda de mis ojos. Los más grandes favores de una mujer no bastan a compensar la más pequeña bajeza de un hombre. (Saludándola fríamente.) Serenaos, señora, porque estáis segurísima.

     JULIA. (Sorprendida.) -�Conde!... �Qué mudanza!

     FIESCO. (Con absoluta indiferencia.) -No, señora; tenéis razón que os sobra. Ambos no podemos sacrificar nuestro honor más que una sola vez. (Le besa cortésmente la mano.) Permitidme, pues, que os ofrezca mis respetos. (Hace que se va.)

     JULIA. (Deteniéndole.) -�Aguarda!... pero deliras... �aguarda!... Quieres forzarme a que te diga abiertamente lo que todos los hombres, de rodillas y con lágrimas en los ojos, no hubieran podido arrancar a mi orgullo. �Oh desdicha mía!... No es bastante esa oscuridad a ocultar el ardor que harto muestra mi rostro inflamado. �Ah Lavagna! Ultrajo mortalmente a mi sexo... seré odiada para siempre... Fiesco, �te adoro! (Cae a sus pies.)

     FIESCO. (Retrocede y sin alzarla suelta una carcajada de triunfo.) -Lo siento, señora. (Llama, levanta el tapiz y presenta a Leonor.) �Mi esposa!... Una mujer divina. (Se echa en brazos de Leonor.)

     JULIA. (Se levanta gritando.) -�Oh inaudita traición!

 

Escena XIII

Salen en tropel los CONJURADOS, y por otra puerta las damas.

FIESCO, LEONOR y JULIA.

     LEONOR. -�Oh, esposo mío!... Esto es demasiado.

     FIESCO. -Otra cosa no merecía un mal corazón. Debía esta satisfacción a tus lágrimas. (A los presentes.) No, señores míos, no; no estoy habituado a perder el juicio, como un mozalbete, a la menor ocasión. Las locuras de los hombres me divierten mucho tiempo antes de arrebatarme. Esta mujer es merecedora de toda mi cólera, porque había preparado para un ángel este veneno. (Lo muestra a todos, que retroceden con espanto.)

     JULIA. (Devorando su ira.) -Bien... muy bien... divinamente, caballero. (Hace que se va.)

     FIESCO. (Deteniéndola.) -Un poco de paciencia, señora, que no he acabado todavía. Cuantos me oyen sabrán con placer por que abdiqué mi razón, hasta el punto de representar esta insensata farsa con la mujer más insensata de Génova.

     JULIA. (Enfurecida.) -Es insoportable, pero tiembla. (Amenazante.) Doria empuña el rayo en Génova, y yo soy su hermana.

     FIESCO. -Si este es vuestro último veneno, peor para vos. Por desgracia, puedo anunciaros que Fiesco de Lavagna hizo con la corona que robó vuestro serenísimo hermano, una cuerda con que ahorcar esta misma noche al usurpador de la República. (Julia palidece. Fiesco continúa sonriendo.) �Ah!... �ah!... no lo esperabais, y sin embargo (con ironía creciente) ved por qué me pareció conveniente ocupar en algo la curiosidad de vuestros allegados, y me entregué a esa pasión de arlequín, y abandoné (señalando a Leonor) ese diamante, por correr tras ese brillante falso. Os doy las gracias por vuestra complacencia, señora, y abandono mi disfraz. (Le devuelve el retrato haciendo una profunda reverencia.)

     LEONOR. (Suplicante, a Fiesco.) -�Ludovico mío!... Está llorando la pobre. Leonor se atreve a suplicarte temblorosa...

     JULIA. (Con arrogancia, a Leonor.) -Cállate, odiosa criatura.

     FIESCO.(A un criado.) -Sed galante y ofreced el brazo a la señora, que desea visitar mi prisión de Estado. Cuidaréis bajo vuestra responsabilidad de que nadie la importune... Como sopla mucho el aire afuera... la tormenta que derrumbará esta noche el trono de Doria podría echar a perder su peinado.

     JULIA. (Sollozando.) -Así te mate la peste, perverso y profundo hipócrita. (A Leonor, colérica) No te goces en su triunfo; también a ti te perderá y se perderá a sí mismo... La desesperación le aguarda. (Vase.)

     FIESCO. (A los convidados.) Habéis sido testigos de lo ocurrido; os suplico que venguéis mi honor en Génova. (A los conjurados.) Venid por mi en cuanto suene el primer cañonazo. (Todos se van.)

 

Escena XIV

LEONOR. FIESCO.

     LEONOR. (Se le acerca con ansiedad.) -�Fiesco, Fiesco! sólo os comprendo a medias, pero empiezo a temblar.

     FIESCO. (Gravemente.) -Leonor, os vi siempre a la izquierda de una genovesa, y en la asamblea de los nobles ser la segunda en el besa-manos. Esto, Leonor, me lastimaba. He decidido que debía cesar y cesará. �Oís el bélico tumulto de mi palacio? �Cuánto temíais, es verdad!... Id a descansar, Leonor, que mañana amaneceréis duquesa.

     LEONOR. (juntando las manos se echa en un sillón.) -�Oh Dios mío!... �Mis presentimientos!... Estoy perdida.

     FIESCO. (Con calma y dignidad.) -Dejadme hablar, amor mío. Dos de mis antepasados ciñeron triple corona, y la sangre de los Fiesco sólo corre a placer bajo la púrpura. �Por qué ha de renunciar vuestro esposo a este hereditario esplendor? (Animándose por grados.) �Por qué ha de fiar su grandeza a la suerte, que le dio en un día de mal humor, por cerrar el paso a un Juan Ludovico Fiesco con los restos de un viejo y enmohecido pasado? No, Condesa; soy demasiado altivo para esperar a que me den lo que yo puedo tomarme por mi mano. Esta misma noche he de arrojar a la tumba de mis abuelos los esplendores que heredé. Los condes de Lavagna han muerto y empiezan los príncipes de Lavagna.

     LEONOR. (Mueve la cabeza, fija la vista en el vacío, como alucinada.) -�Qué veo! Cae al suelo mi esposo, mortalmente herido. (Con voz sombría.) �Ahora desfila un silencioso cortejo que me trae el cadáver destrozado de mi esposo! (Levantándose con espanto.) La primera y única bala que se dispara, atraviesa el corazón de mi Fiesco.

     FIESCO. (Asiéndole la mano con ternura.) -Cálmate, hija mía. Esta bala no me tocará.

     LEONOR. (Le contempla seriamente.) -�Tanto puedes fiar en el cielo! Más que existiera una sola probabilidad, entre mil, esta milésima probabilidad podría acaecer y perdería a mi esposo. Mira, Fiesco, que te juegas la misma salvación, y aunque fuesen mil contra una �cómo serás tan atrevido que eches suertes y lances a Dios tan audaz reto? No, esposo mío. Cuando se arriesga el todo por el todo, cada golpe de dados es un acto sacrílego.

     FIESCO. (Sonriéndose.) -No temas. La fortuna y yo somos buenos camaradas.

     LEONOR. -Esto dices, y persistes en ese juego que consume el corazón. �A eso llamáis pasatiempo! Harto conoces cómo la traidora sabe atraerse a su predilecto con algunos golpes felices, hasta que se levanta enardecido y con el intento de cargar con todo... �Entonces le abandona a su desesperación! �Oh esposo mío!... no, no saldrás a la calle para ganarte el afecto de los genoveses; no irás a arrancar de su sueño a esos republicanos. Domar un caballo fogoso no es lo mismo que sacarle a paseo. Fiesco, no te fíes de los rebeldes; Fiesco, mira que los astutos que te excitan, te temen, y los necios que te divinizan, de nada han de servirte. Donde quiera que vuelvo los ojos, veo la perdición de mi Fiesco.

     FIESCO. (Paseándose a lo largo.) -La falta de valor es el peor de los males. Algún sacrificio debe hacerse para alcanzar grandeza.

     LEONOR. -La grandeza... �Fiesco!... �Ah! �Si supieras cómo me lastima la superioridad de tu genio! Mira; tengo confianza en tu suerte, y quiero creer que triunfarás... pero, entonces �ay desdichada de mí! seré la más infortunada mujer que hubo en el mundo. Desgraciada, si te estrellas; más desgraciada todavía si vences. No hay medio, amigo; si Fiesco no es dux, está perdido; si llega a serlo, he perdido a mi esposo.

     FIESCO. -No te comprendo.

     LEONOR. -�Ah, Fiesco mío! Sécase bien pronto en las agitadas regiones del trono la flor delicada del amor. El corazón del hombre (aunque este hombre sea el mismo Fiesco) es estrecho para contener las dos divinidades poderosas que se aborrecen mutuamente. El amor vierte lágrimas; la ambición tiene los ojos de bronce, que jamás humedeció el sentimiento. El amor ansía un solo bien y rechaza el resto de la creación entera; la ambición, ni con la creación entera se sacia. Convierte el mundo en calabozo horrísono con el rumor de las cadenas, mientras el amor con sus ilusiones trueca en paraíso el desierto. Vendrás a descansar en mi regazo, y un vasallo rebelde atacará el imperio en aquel instante; iré a ti con los brazos abiertos, y con la ansiedad del déspota sentirás los pasos del asesino tras un tapiz y huirás de sala en sala medroso. Sí; el recelo, ojo avizor, turbaría la paz doméstica. Cuando tu Leonor te trajere refrigerante bebida, rechazarías la copa convulso, y acusarías mi ternura de envenenamiento.

     FIESCO. -Calla, Leonor. �Horrible cuadro!

     LEONOR. -No está acabado todavía. Con gusto te dijera: sacrifica el amor a la gloria, sacrifícale tu reposo, mientras sigas siendo para mi el mismo Fiesco. Pero este es el último golpe. Rara vez los ángeles ocupan el trono, y aún más rara vez descienden de él. Quien no debe temer ya al hombre, �cómo sentirá compasión por el hombre! Quien puede hacer bueno su deseo con el poder, �cómo ha de endulzarlo con tiernas palabras! (Calla, se acerca a él tiernamente, le coge la mano y le dice con tierna amargura:) Deja para los príncipes, Fiesco, esta suerte de mal concebidos proyectos del genio ambicioso, mas limitado en su poder;... déjales a ellos el empeño de colocarse entre Dios y la humanidad... �Fatales creaciones... y aún más fatales creadores!

     FIESCO. (Se pasea agitado.) -Cesa, Leonor, es tarde; he quemado mis naves.

     LEONOR. (Contemplándole con ternura.) -Y por qué, esposo mío. Sólo los hechos son irreparables. (Con ternura y malicia.) �Cuántas veces me has jurado que mi belleza te hizo olvidar todos tus proyectos!... Entonces o jurabas en falso, hipócrita, o mi belleza se ha marchitado bien pronto. Di tú quién tiene la culpa. (Le abraza con pasión.) Torna a mis brazos... Ten firmeza y renuncia a tus designios. El amor te recompensará. �No te basta mi corazón para apagar tu sed ardiente? �Oh Fiesco! Si no lo puede el amor, menos lo podrá una corona. (Con cariñoso acento.) Ven, quiero prevenir todos tus deseos, y reunir en un beso todos los hechizos de la vida, y retener con lazo celestial a mi noble prófugo... Tus deseos son infinitos... y el amor también lo es, Fiesco. (Enternecida.) �Hacer feliz a una pobre criatura que halla un paraíso en tus brazos... �esto puede dejar un vacío en tu corazón?

     FIESCO. (Vivamente conmovido.) -�Qué hiciste, Leonor mía? (Cae sin fuerza en sus brazos.) Ya no podré presentarme a los genoveses.

     LEONOR. -Huyamos, Fiesco: afuera la vana pompa; vivamos en las regiones ideales del amor. (Le estrecha en sus brazos enajenada.) No nublará el pesar nuestras almas, serenas como el límpido azul del cielo, y cual sonoro manantial refluirá nuestra vida al seno de Dios.

(Suena un cañonazo. Fiesco se liberta de los brazos de Leonor. Salen los conjurados.)

 

Escena XV

Los CONJURADOS. LEONOR. FIESCO.

     Los CONJURADOS. -�Llegó la ocasión!

     FIESCO. (A Leonor, con firmeza.) -�Adiós para siempre!... o mañana tendrás la ciudad a tus plantas. (Hace que se va.)

     BORGOGNINO. (Exclama.) -�La Condesa se desmaya! (Leonor cae sin sentido, y todos acuden a socorrerla. Fiesco se echa a sus pies.)

     FIESCO. (Con desgarrador acento.) -�Leonor!... �Salvadla!... En nombre del cielo... �Salvadla! (Rosa y Arabella acuden.) Abre los ojos. (Se levanta con resuelto ademán.) Vamos a cerrar los de Doria.

(Los conjurados corren en tropel hacia la puerta. Cae el telón.)

Arriba