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ArribaAbajo- II -

Las editoriales catalanas en México: una historia de resistencia cultural



ArribaAbajoEl libro catalán: su razón y sentido

El análisis específico de la edición en catalán realizada en México ofrece un testimonio muy valioso de la labor cultural de los exiliados, el cual, junto al estudio más exhaustivo de otras empresas como, por ejemplo, las revistas en catalán publicadas o la participación de los catalanes desterrados en la prensa del país de asilo, ayuda a comprender el alcance y la significación del esfuerzo de mantenimiento y difusión de la propia cultura y la resistencia política que se ligaba inevitablemente a ella29.

En efecto, todos los republicanos llegados a México tenían en común la pérdida de las referencias inmediatas y el consecuente intento de sustituirlas por medio de la recreación de un espacio mental arraigado en el pasado. Los desterrados aún traían a sus espaldas una derrota militar, pero en los primeros años del exilio -y muchos de ellos incluso en las décadas siguientes-, no podían aceptar que los ideales republicanos hubieran sido vencidos. De ahí que el alejamiento de la tierra necesitara ser compensado con la intensificación del compromiso y que, en este sentido, las obras culturales iniciadas se aferrasen al   —22→   pasado, con el convencimiento de que este debía alimentar el presente y proyectarse hacia el futuro, cuando pudiera reiniciarse el proceso histórico quebrado por la derrota republicana. La cultura nacida en y del exilio se sustenta, en consecuencia, en el afán de conservar y estimular la tradición propia, en todos los campos del saber. Gallegos, vascos y catalanes, al compartir estos planteamientos, se reafirmaban en aquellas peculiaridades que les otorgaban su identidad.

Como ha señalado Pierre Vilar en su fundamental obra Catalunya dins l'Espanya moderna30, fue gracias a la lengua que los catalanes pudieron preservar su conciencia de grupo durante muchos siglos de sometimiento político. De la misma manera, la conservación del catalán se entendió, en el exilio de 1939, como el factor decisivo para negar la solución de continuidad a que estaba destinada la existencia jurídica, histórica y cultural de Cataluña, perseguida por unas disposiciones oficiales especialmente cruentas con todo aquello que supusiera expresión de las diferencias nacionales. Sin la que se definió como su «característica más visible y distintiva», la nación catalana sería fácilmente absorbida31:

El genocidio cometido contra Cataluña al querer someterla a las leyes, usos y costumbres de Castilla, en nombre de una falsa hispanidad ha topado, sin embargo, con la obra más fuerte de los catalanes de la primera mitad del siglo: la ordenación del idioma catalán, las normas, gloria eterna de Pompeu Fabra y sus colaboradores. El idioma rejuvenecido, fijado, ordenado, es una herramienta de trabajo de un valor perenne e incalculable. Si no quedara nada más de la actuación patriótica de ayer, esto solo sería suficiente para gloria de las generaciones que a ello contribuyeron y para mantener todas las ilusiones y todas las esperanzas de las generaciones que surgen32.



Los escritores del destierro fueron, quizá, los más conscientes de esta necesidad del mantenimiento de la lengua como acto de supervivencia nacional; los creadores literarios -excelentes, buenos, medianos y malos- sabían que la tradición catalana sufría una interrupción de duración imprevisible. No podían editarse, en Cataluña, libros ni revistas sino de forma clandestina; el catalán había sido eliminado de las escuelas y su uso público sufría un descenso alarmante:   —23→   «Si la situación se prolongaba, se corría el riesgo de que los catalanes dejaran de ser lectores en su lengua». Por todo ello, «los escritores catalanes en el exilio aceptaron el reto -en la medida de sus recursos- y continuaron su obra en catalán: Eran los conservadores libres únicos del catalán literario»33 -el subrayado es mío. La lengua, sin duda, era la patria perdida, la médula de su nacionalidad, la defensa posible y, en efecto, también la única posibilidad de futuro como señalaba Bartra en su prólogo al poemario Ciutat i figures de Manuel Duran: «Nuestra esperanza se salva con el idioma... Diciendo somos, pero no es posible ser sin la libertad de decir». Por ello, el nacimiento, consolidación y muerte de los mismos sellos editoriales en catalán encontraron su primera razón de ser en la resistencia lingüística y el renovado poder que la palabra impresa adquiere en el destierro: «No hay idioma sin libros; una lengua desterrada o marginada del papel impreso está condenada a la extinción»34.

Una ojeada al exhaustivo listado bibliográfico que Albert Manent incluye como apéndice en La literatura catalana a l'exili pone de manifiesto cómo la gran mayoría de los libros catalanes editados en México se hicieron con un pie de imprenta creado por la misma comunidad, muchas veces destinado a publicar exclusivamente libros en su lengua. En efecto, los desterrados catalanes, casi tan pronto como se instalaron, dieron inicio a todo tipo de actividades comunes para rehacer, imaginar de nuevo, sus proyectos personales y colectivos. Y dado que no podían intervenir directamente en la política mexicana por su condición de extranjeros y se limitaban a mantener unas instituciones republicanas virtuales, resultó casi inevitable que fueran de tipo cultural los primeros, y más adelante, habituales proyectos comunitarios35.

Al principio, el único centro cultural catalán de la ciudad de México, el Orfeó, se convirtió en el punto de encuentro donde se resolvían problemas de tipo práctico (encontrar trabajo o casa, por ejemplo) y el lugar donde la comunidad catalana se afirmaba en la celebración de los «ritos» compartidos (la fiesta de   —24→   Sant Jordi, la Diada Nacional, la celebración del 14 de abril o la Navidad, etc.). El Orfeó era asimismo el espacio propiciatorio para todos aquellos acontecimientos que fortalecían la hermandad (salidas conjuntas, viajes) y, sobre todo, mantenían la savia de la catalanidad: orfeó musical, grupos de danzas y teatro, conferencias, coloquios, cursos de todo tipo (sardana, trabajos manuales)36.

En este ambiente, la urgencia del libro en catalán se liga enseguida a la necesidad de revisión de la historia y la cultura propias y, naturalmente, al ataque de los fundamentos del discurso imperialista oficial español. Inmediatamente aparecen impresos, con muy pocos recursos, varios folletos: algunos los financian los mismos escritores con el fin de obtener una difusión inmediata de sus ideas; la mayoría, no obstante, corren por cuenta de partidos políticos o instituciones, para exponer un estado de opinión en el momento mismo de su gestación o difundir los argumentos que irán a fundamentar una ética de exilio. La edición en libro, de más larga y costosa elaboración así como de menor difusión, tuvo que esperar algunos años para consolidarse y no lo hizo, como podía pensarse, de la mano de instituciones como el Orfeó Català de Mèxic, sino que nació fundamentalmente de voluntades individuales -hecho este que se repetiría en otros muchos proyectos culturales del exilio catalán y que evidencia una clara incapacidad de realizar una obra colectiva continuada, capaz de ir más allá del estricto grupo de amigos o del ámbito político más afín-.

En líneas generales, estas nuevas casas editoras estaban determinadas por el individualismo de sus iniciadores y se caracterizaban por un carácter muy marcado de empresa familiar o sociedad cerrada. Surgían de pasiones personales, crecieron con muchos obstáculos eminentemente de corte práctico y, casi de milagro, se mantuvieron durante periodos relativamente largos. Muchas veces iban ligadas a las revistas, otras editoriales de obras en lengua española y, sobre todo, negocios afines a la edición que abarataban los costos de producción y distribución: sus talleres de impresión, de encuadernación o librerías evocan hoy la actividad editora de corte artesanal de los inicios de la industria del libro. Este rasgo se debe no tan sólo a las dificultades intrínsecas del desterrado sin demasiados recursos, sino también a la que era entonces una realidad en la producción editorial de América Latina: la falta de especialización profesional que necesita de forma imprescindible cualquier industria moderna.

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A pesar de todo, las colecciones editadas se caracterizaron por unos niveles de calidad más que suficientes, como muestra la excelente nómina de escritores editados, y sobre todo, por la destacada influencia y nivel de discusión entre la comunidad intelectual catalana que provocaron muchos de los textos -aspecto este que se advierte con facilidad en las revistas de la propia comunidad-, tanto los de nueva factura como aquellos que venían a compensar la pérdida material de las obras de la propia tradición37.

En las editoriales de mayor producción se buscó un marcado equilibrio entre los autores clásicos y los más recientes. La elección de los primeros resultaba indiscutible, no así la presencia de los autores noveles, que, en más de una ocasión, supuso la publicación de obras de inferior calidad, sólo justificada por la inexistencia de una selección literaria normalizada.

En cuanto a la temática, se advierte cómo no aparecen libros de utilidad práctica: científicos o de divulgación, mientras que abundan los de ficción (novela, cuento, teatro), de testimonio y de «intelecto» (historia, biografía y ensayo). Estos últimos textos son los que en realidad predominan por una necesidad evidente de conocer mejor la propia realidad del destierro y aclarar sus antecedentes, sobre todo la guerra civil que, en la mayoría de los libros, está presente aunque sea de manera indirecta. En estas obras, la reflexión no exenta de polémica va sustituyendo progresivamente al afán inicial de exaltar el patriotismo vivido durante los años del conflicto e incluso en los posteriores, rasgo este que caracterizó muchas de las ediciones de partido.

Con numerosos textos de ficción, se pretende asimismo completar el trabajo de revisión histórica iniciado en Cataluña y conseguir que las nuevas generaciones se reencuentren con la cultura catalana gracias a esta vindicación de la propia historia. Se ha variado, pues, la manera de despertar la conciencia patriótica: ya no se lleva a cabo a partir de consignas, sino mediante la presentación de nuevos materiales, creadores de argumentos, para que el público lector adopte un papel activo y juzgue por sí mismo. Los textos proselitistas y de propaganda,   —26→   naturalmente, se siguen publicando de forma ininterrumpida para un público cautivo, pero no suelen trascender más allá de su círculo específico.

Muchos textos se hallan a mitad de camino entre el reportaje y la ficción en sentido estricto, y en ellos se aprecia una considerable humanización de los personajes que los acerca más al memorialismo: pocas obras de los nuevos creadores prescinden de lo testimonial, dado que la mayoría, como defensa y afirmación, convierten su realidad más inmediata en un referente reiterado. El cuento, como había sucedido durante la guerra civil38, fue uno de los géneros más habituales entre los escritores del exilio: algunos seguían practicándolo, otros se acercaban a él por vez primera como escritores vocacionales que vieron en la expresión escrita una salida individual a las tensiones del destierro. La mayoría respondió con entusiasmo a los llamados realizados desde certámenes literarios como los Jocs Florals de la Llengua Catalana, cuyo propósito principal era difundir la producción escrita entre la comunidad catalana dispersa a uno y otro lado del Atlántico.

Una línea de estudio muy interesante que propone la revisión del catálogo de cuentos editados en el exilio -aparte de la dificultad de incorporar innovaciones formales- se refiere a la manifiesta vocación popular de muchas de estas obras, vocación que muestra el camino recorrido por muchos exiliados desde la nostalgia por la tierra perdida hasta la seducción por las costumbres, las leyendas y las tradiciones mexicanas. Este interés, que va aumentando conforme los desterrados aprehenden su nuevo espacio, se fundamenta en la convicción de que lo popular representa un componente destacado de la propia conciencia nacional. Como comentaba J. Roure-Torent en el prólogo a la recopilación Contes d'Eivissa:

Un pueblo que conserva todavía la gracia ingenua de las viejas costumbres como exponente máximo de su civilización, es a través de su arte popular que manifiesta su espiritualidad; cuanto más variado e intenso sea el arte espontáneo, más grandes son las posibilidades de cultura de aquel pueblo que lo produce. El arte popular es el afán subconsciente de un pueblo o de unos hombres por incorporar sus sentimientos y sensaciones al mundo universal que los rodea y con el cual, satisfechos de la placidez de su pequeño mundo, no se sienten compenetrados39.



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La aprehensión del nuevo país resulta, con todo, poco expresada en las obras escritas en catalán: la preocupación por lo propio domina en esta producción editorial, y aunque en los primeros libros de exilio aparezca reiteradamente la presencia de América, la mirada no deja de ser la de alguien agradecido, pero todavía extranjero. Naturalmente, la visión cambia en unos y otros, pero no así el número de libros en catalán sobre temas mexicanos que se mantiene en un nivel bajo. Por último, cabe citar cómo prácticamente no aparecen en México traducciones al catalán, aspecto este comprensible dada la facilidad de acceder a las que se realizaban en el mercado hispanohablante, muchas de ellas llevadas a cabo por los mismos catalanes.

Paralelamente a las editoriales en catalán, y fruto de la misma voluntad de supervivencia cultural, se encuentran muchas aventuras de edición individual; proyectos que -junto con el gran número, proporcionalmente, de colecciones catalanas- evidencian la inexistencia de una línea editorial común debido a la desunión entre los diversos grupos y a la desigual calidad de los textos, como ya señaló en su momento Albert Manent40. Con todo, algunas características las acercan a las obras aparecidas en el seno de colecciones instituidas: en ellas suele confundirse lo estrictamente cultural con lo político (¿podía ser de otro modo después de una guerra civil?); se distinguen por lo aconfesional, un manifiesto compromiso explícito y, en ocasiones, un exceso de carga ideológica que impidió la crítica desde el interior mismo del grupo exiliado.




ArribaAbajo¿Poco público y demasiada letra?

Cabe preguntarse, en primer término, si había suficiente público catalán comprometido con dicho propósito de continuidad, capaz de mantener las seis grandes colecciones en lengua catalana (y más del doble de ediciones con nombres efímeros) que se iniciaron en el exilio mexicano. La respuesta, sin duda, ha de ser negativa. La distribución y la propaganda se limitaban a un público minoritario habitualmente vinculado al Orfeó Català; la comunidad catalana, además, era demasiado exigua, y, según algunas críticas hechas por los mismos   —28→   exiliados, muy poco colaboradora. Todo ello impidió que se pudiera garantizar una vida suficiente a las colecciones iniciadas, pese a que el precio de los volúmenes resultaba asequible.

No todos los catalanes instalados en México compraban libros, y muchos de quienes lo hacían, actuaban movidos más por el sentido político dado al hecho de la adquisición que por la voluntad de subsistencia cultural subyacente:

Unos leían por hábito, otros por no perder la savia de la catalanidad, unos terceros por la misma razón que tantos lectores del mundo -señala Albert Manent en La literatura catalana a l'exili-; la militancia o, como dice Robert Escarpit, «la fidelidad a una causa o a una persona», contaban, sin duda. En un grado menor, los libros iban a parar a los antiguos residentes catalanistas, no englobados en disciplina de partido... Entre los compradores dispersos había algún comprador de habla castellana o algún intelectual del país41.



Por ello, la necesidad de un mínimo público (cuya importancia es innegable en cualquier proyecto de cultura y, aún más, en uno editorial), se constituyó en tema de polémica en las revistas del exilio, sobre todo durante los primeros años de instalación en México. Desde ahí se lamenta la imposibilidad de dar continuidad a los esfuerzos editoriales debido a la indiferencia de gran parte de la comunidad catalana, y se pide reiteradamente su colaboración para poder continuar con una labor que seguiría siendo deficitaria mientras no existiera un interés continuado en la adquisición de libros en catalán42.

Por todo ello, las tiradas fueron reducidas y se dirigían, habitualmente, a un público que buscaba tanto el libro lujoso para demostrar públicamente su catalanismo (las ediciones de clásicos habitualmente contaron con una tirada para bibliófilos, y otras muchas obras se distinguían por las ilustraciones originales que las acompañaban, realizadas en su mayoría por artistas de origen catalán), como el volumen popular, en donde solían editarse obras de los mismos desterrados.

Incluso en los momentos de mayor número de ediciones, cuando se conserva la esperanza en el regreso y la propuesta de continuidad cultural es más   —29→   combativa, el número de lectores, en términos absolutos, no superaba unas cuantas centenas -los 500 ejemplares vendidos de La novel·la del besavi eran considerados una cifra muy elevada43- y, aunque se mantuvo regular en el consumo del libro, este público era incapaz de mantener el esfuerzo económico que suponía la edición en catalán y la promoción que se realizó durante los primeros lustros44.

Con todo, existía una estrecha interrelación entre el lector y los autores, dado lo reducido del primero y su común pertenencia a un grupo muy específico, formado por la élite intelectual; de esta interrelación queda el testimonio de los textos cuya gestación podemos encontrar en las publicaciones periódicas, donde los nombres se repiten una y otra vez, alternándose en su doble función de lectores y escritores. El fenómeno, muy habitual en el exilio republicano, condicionó los contenidos y la forma de las obras a los abundantes debates, polémicas y encuestas habituales en las revistas.

También, por otro lado, esta relación entre unos y otros dio renombre a un buen número de escritores que, a su regreso a Cataluña, tenían ya numerosas publicaciones y pudieron acceder fácilmente al mundo editorial barcelonés; en buena parte porque, desde el principio, se planteaba la existencia del público peninsular que, si bien no podía ni iba a recibir el libro catalán del exilio de inmediato, aparecía siempre presente:

No debemos olvidar nunca que la literatura catalana ha de residir, geográficamente, en Cataluña. Se puede imaginar una literatura exiliada en cuanto a los literatos, pero no en cuanto a los lectores. El escritor que trabaja en París o en Buenos Aires, y que trabaja en catalán, debe pensar que su público definitivo reside en la Península y en las Islas45.



De todas formas, el difícil intercambio cultural con el interior (limitado mucho tiempo a las relaciones de amistad y a algunos núcleos muy reducidos   —30→   de intelectuales) resultó endémico hasta los años sesenta: los escritores catalanes más jóvenes no tenían referencias de la obra realizada por los expatriados, ni estos habían leído las obras más recientes editadas en Cataluña, aquellas que contribuyeron a la construcción de una literatura catalana moderna. Este hecho, inevitablemente, provocó que, conforme pasaban los años, la edición catalana en el extranjero se volviera un tanto anacrónica.

Su implicación en el entorno cultural mexicano resultó, como era lógico, también insuficiente: las editoriales catalanas no podían verse sino como esfuerzos «a la vez quijotescos y exóticos»46. Sólo algunos mexicanos como Pedro Gringoire se interesaron por la obra editorial catalana; la mayoría se mantuvo al margen. No faltó, tampoco, quien acusara a los catalanes de grupo demasiado cerrado, sobre todo debido al mantenimiento de la propia lengua. Nunca, sin embargo, se despreció la cultura catalana en México, ni mucho menos la obra realizada por unas editoriales que no fueron negocios prósperos, pero sí protagonistas de una verdadera labor de resistencia cultural que facilitó la publicación de unos originales que, sin ella, probablemente nunca habrían sido impresos.




ArribaAbajoLos editores: ¿vocación cultural o económica?

A pesar de esta falta de difusión y venta, el importante número de editoriales catalanas muestra, en líneas generales, la vocación cultural de sus editores, mucho menos preocupados por el aspecto comercial que por la necesidad de actuar como mantenedores de cultura e, incluso, de animadores de ella fuera de Cataluña, tal como lo evidencia el caso de Avel·lí Artís, quien en el exilio seguía estimulando las «vocaciones literarias, [siendo] un suscitador de obras, de textos, sin prejuicio de criticarlos después de manera exacerbada, si los encontraba insuficientes»47.

En la labor de un editor -entendido este como aquella persona física o jurídica que, por cuenta propia o debidamente autorizada, transforma en libros   —31→   los originales seleccionados, coordinando a todos los que intervienen en dicho proceso- siempre juegan factores tan diferentes como la sensibilidad, el azar, el altruismo y el lógico afán de obtener un beneficio48. En el exilio, además, tenía un papel decisivo la preservación de las propias raíces; defensa que implicaba el regreso, primero espiritual y después físico, a la tierra abandonada con un bagaje que habría de renovar la cultura de origen49. Para Joan Sales, todos estos proyectos no debían sino preparar dicho retorno y, por tanto, la labor tenía que ser necesariamente provisional. No se contaba, ni mucho menos, con los medios para emprender un trabajo más ambicioso:

La iniciativa de Costa-Amic en México [se refiere a su edición de las Petites Antologies Catalanes] no debería ser más que un esbozo de una obra editorial más vasta que convendrá emprenderse en el momento del retorno: la obra de divulgar entre los catalanes la literatura catalana de todas las épocas (incluso la de la llamada Decadencia, más desconocida todavía y tan llena de bellas sorpresas como la del Romanticismo)... Se ha recogido lo que era posible recoger -naturalmente todos hemos contribuido a ello-, y ha sido necesario hacer la selección teniendo como base un material limitadísimo... La selección queda como provisional. En el prólogo, Miquel i Vergés nos habla de una revisión que deberá llevar a término cuando volvamos al país; es allá donde se podrá realizar una verdadera antología de nuestros románticos50.



Bartomeu Costa-Amic, como el mismo Avel·lí Artís -por citar a los dos catalanes que editaron más libros en catalán en México- tomaron como deber la necesidad de ayudar a los muchos intelectuales catalanes que habían llegado a México, no sólo otorgándoles la oportunidad de colaborar en la consolidación de una empresa editorial que les permitiera publicar sus últimas obras, sino sobre todo realizando conjuntamente una labor fundamentada en   —32→   un proyecto que facilitara, hacia dentro y fuera de la misma comunidad, la presentación de Cataluña como un país con una historia y una cultura propias.

Resultaba necesario, en todo momento, recordar y ser fiel al pasado; tenía que lucharse desde el exterior, con tal de recuperar la Cataluña de las libertades. Si durante la guerra civil, y a pesar de todas las dificultades de índole práctica51, se había seguido editando en catalán, en la nueva situación de relativa normalidad debía potenciarse la edición. Los editores, además, no sólo tenían presentes sus antecedentes más próximos, tampoco olvidaban los grandes esfuerzos realizados desde principios de siglo por la Mancomunitat de Catalunya dirigida por Enric Prat de la Riba, los llevados a cabo por el Institut d'Estudis Catalans y Pompeu Fabra, así como los desarrollados por las propias casas editoras que, desde finales del XIX, habían convertido a Barcelona en un centro editorial de primer orden, con empresas de tanta difusión en España y América como Espasa, Montaner y Simón, Maucci, Sopena, Salvat, Gustavo Gili, Bruguera, Labor o Juventud52.

La tarea de estos editores se veía dificultada, obviamente, por muchos problemas de tipo práctico; entre ellos, la desunión entre los diversos grupos de exiliados, las pocas posibilidades económicas de muchos de ellos, potenciales lectores, y, naturalmente, la poca publicidad de estas ediciones, habitualmente limitada a las revistas del exilio (sólo excepcionalmente aparecieron noticias en algún diario como Excélsior, donde el catalanófilo Pedro Gringoire realizó, más de una vez, reseñas de estas obras, además de comentarios sobre los mismos escritores catalanes). Caso aparte merece la referencia a la difícil distribución de los libros catalanes, que se limitaban a llevar a cabo la Difusora del Libro fundada por Ramon Fabregat, quien también importaba libros en catalán y los vendía a domicilio53; la Distribuidora Selecta, S.   —33→   de R. L., creada a mediados de los cincuenta y en la que el mismo Fabregat se hacía cargo de la Sección del Libro Catalán; la Unión Distribuidora de Ediciones de Miquel Àngel Marín; UTEHA (Unión Tipográfica Editorial Hispano-Americana) de José González Porto y Ruiz i Ponsetí; y más adelante, Libro Mex de Fidel Miró54. Los libros se vendían también, claro está, en las librerías de los exiliados, en los centros catalanes de México y en los de otros países donde existía una comunidad catalana grande. Resultaba prácticamente imposible llegar a España por la censura o a otras librerías extranjeras, a donde aún hoy cuesta mucho acceder desde México a causa de los impuestos, las leyes de exportación, la inexistencia de una red de librerías mexicanas fuera de su país, etcétera.

Existían otras circunstancias que hacían difícil la tarea de un editor en lengua catalana, dificultades estas ligadas a la precaria situación de los recién llegados a tierras americanas. Ante todo cabe mencionar la falta de recursos económicos que pudieran ser invertidos a largo plazo -como requiere el mundo del libro, donde los beneficios, cuando se dan, son a largo término-. De ahí la necesidad de buscar las más diversas alternativas, como el mecenazgo que ayudó considerablemente a la publicación de muchos libros. Hombres como Dalmau Costa, Joan Linares Delhom, Wenceslau Dutrem Domínguez, Francesc Farreras Duran, los hermanos Messeguer, los Bertran Cusiné o Antoni Soler i Torner -quien financió, en 1950, L'esperit de Catalunya de Josep Trueta por medio de la Institució de Cultura Catalana- contribuyeron de manera decisiva a la edición de obras catalanas. Hay otros que han quedado por siempre en el anonimato e, incluso, quienes realizaron aportaciones económicas a través de instituciones como la Fundació Ramon Llull.

Esta última entidad, fundamental en la historia del libro catalán en el exilio, fue creada en el año 1939 por iniciativa del consejero de la Generalitat Antoni M. Sbert y con el apoyo de Nicolau d'Olwer y Pi-Sunyer. Su propósito consistió en continuar las labores de la Institució de les Lletres Catalanes, «academia a la vez de la lengua y del libro», y colaborar en el mantenimiento de la cultura catalana al facilitar el trabajo de los intelectuales y asegurar la continuidad en el exterior de sus órganos de expresión, tal como recuerda   —34→   Sbert55. Sus proyectos abarcaban desde la impresión de una gramática de Pompeu Fabra hasta la edición de un amplio abanico de estudios históricos, jurídicos y sociales, así como de traducciones:

Nuestro plan de publicaciones -comentaba Sbert unos años después- era reflejo de una obra que se propone convencer empleando, como hizo Llull, las lenguas adecuadas para adentrarse en el entendimiento de aquellos a quienes nos interesa atraer a nuestra idea. Por esto, y teniendo cuidado en mantener nuestra lengua como instrumento de alta cultura... nos propusimos emprender la traducción al castellano, al francés y al inglés de obras capitales de nuestros pensadores y de nuestra literatura56.



Pese a que a la Fundación no le resultó posible llevar a cabo todos los proyectos propuestos, invirtió buena parte de sus recursos en el patrocinio de muchos libros, tanto en Europa como en México. Así, cuando a raíz de la segunda guerra mundial la Fundación se trasladó a México, financió algunos de los proyectos de la Biblioteca Catalana de Costa-Amic y la Col·lecció Catalònia de Avel·lí Artís, en especial aquellos que se adecuaban a las propuestas editoriales ya planteadas por ellos mismos, como fue el caso de las ediciones de Llull o Eiximenis.

Como quiera que fuese, con o sin ayuda, «hacía falta imaginación, valor, desentenderse de intereses materiales... era necesaria, sobre todo, una voluntad de servicio paralela a la vocación literaria»57 para mantener, casi siempre individualmente, la edición en catalán.




ArribaAbajoBreve cronología del libro catalán

Las etapas de la edición catalana en México van ligadas a los cambios que experimenta la misma comunidad, la cual, como el resto de los republicanos, pasa de ser un grupo aparentemente cohesionado por unas creencias compartidas,   —35→   antecedentes comunes y propuestas de futuro, a convertirse en una emigración más convencional y atenta a las propias necesidades personales.

Se han señalado dos momentos diferentes dentro de la cronología de la edición catalana en México. La primera etapa, que se desarrolla desde 1939 hasta 1947, se caracterizó por un aumento más o menos progresivo del número de libros y folletos publicados. En este periodo, que encuentra su punto culminante en 1946 y 1947, se pasa de la euforia por el triunfo de los aliados al desengaño derivado de la imposibilidad de la derrota política del franquismo. Esta producción, lógicamente, gira en torno a los textos «básicos» para el mantenimiento de la cultura catalana: recuperación de autores clásicos que no son, en absoluto, muestra de nula creatividad, sino hábil e intuitivo modo de establecer la necesaria continuidad con una cultura amenazada; mantenimiento de los géneros más «ilustres» de la historia literaria catalana más reciente (la narrativa y la poesía), además de proliferación del ensayo, el memorialismo y el texto de corte más panfletario dedicado a reforzar la ética del exilio (homenajes a Macià y Companys, el mantenimiento del sentido de las fiestas nacionales...). Asimismo, se lleva acabo la reedición de algunos textos importantes como El pont de la mar blava de Nicolau d'Olwer que cobra un nuevo sentido «de libro de exilio», Teatre de la Natura de A. Rovira i Virgili58, o la edición de obras póstumas, homenaje a sus autores a la vez que recordatorio: L'alè de la sirena i altres contes de Roure-Torent o El pensament i la vida de Serra Hunter.

Aparte del desengaño político y la desunión entre el grupo exiliado, otras razones hacen dar marcha atrás a muchos proyectos editoriales, pasado el primer lustro de los cuarenta: por un lado, la salida de México de destacados personajes ligados a la edición en los años anteriores como Josep Carner, que regresa a Bélgica; Agustí Bartra, que viaja a los Estados Unidos; e incluso, Bartomeu Costa-Amic, quien se establece en Guatemala para hacerse cargo de la editorial del Estado. Estas salidas de México truncan proyectos tan significativos como el Club del Llibre Català, Lletres y la Biblioteca Catalana. Por otro lado, la crisis económica mexicana y el descenso general de la edición hacen   —36→   que la publicación se encarezca considerablemente y se agraven toda una serie de problemas colaterales: dificultad de conseguir papel, maquinaria, etcétera59.

El segundo periodo, que comprende desde 1948 hasta la muerte de Franco en 1975, muestra una progresiva disminución de la edición catalana60. Tan sólo se da un momento de cierta bonanza, ligado evidentemente a los altibajos de la política del exilio, entre 1953 y 1959, años en que vuelve a publicarse con cierta regularidad. La lenta apertura en la Península Ibérica fomentaba la pérdida del sentido político de estas publicaciones y, ante la evidente falta de resonancia en Cataluña, la edición se mantuvo tan sólo por la voluntad y convencimiento de quienes se han implicado en ella. Además, a partir de los cincuenta, algunos de los escritores mayores deciden regresar a Cataluña, mientras los más jóvenes se integran en su nuevo país, alternando habitualmente el uso del castellano y catalán, o incluso el de otras lenguas, puesto que muchos se trasladan hacia Estados Unidos.

A partir de 1960 ya no puede hablarse con propiedad de libros del exilio, a causa de la relativa tolerancia franquista, el descenso demográfico del colectivo exiliado, el envejecimiento de muchos de sus elementos más activos y, sobre todo, el convencimiento (intuido ya desde finales de los cuarenta con la famosa polémica en torno a la apertura que liberalizó, en parte, la edición peninsular)61 de cómo la resistencia cultural debía realizarse desde el interior62. Dentro de estos parámetros, el libro del exilio varía su público y se edita en función del consumidor de los Països Catalans teniendo en cuenta la movilidad viajera de los lectores y la posibilidad de acceder, con más o menos dificultades, a las ciudades catalanas. Estas nuevas ediciones son de tendencia antifranquista y se dirigen fundamentalmente a informar a los catalanes del interior «sobre la verdadera historia de Cataluña, ocupada por el enemigo de la libertad»63,   —[37]→     —38→   y ofrecer textos todavía imposibles de publicar en la Península. En 1962 Costa-Amic edita aún, dentro de la Biblioteca Catalana, una novela de Rafael Tasis, Tres, que había obtenido el Premio Catalònia, pero que no se había llegado a publicar a causa de la muerte del impulsor del certamen, Artís64, y la imposibilidad de burlar la censura franquista.

Libros y folletos catalanes en México

[Página 37]

A principios de los setenta se continúan editando algunos libros de historia política reciente que no pueden aparecer en Cataluña, muchas veces de escritores o historiadores del interior que firman con pseudónimo. La vitalidad de Costa-Amic es, en este sentido, digna de elogio. Incluso hoy, más de veinte años después del final político del exilio republicano, el editor continúa imprimiendo libros en lengua catalana o sobre temas catalanes, en español65.





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