61
Según la
sugerente definición de Michel de Certeau: «el oxímoron pertenece a la
categoría de los "metasememas" que remiten a un más
allá del lenguaje, tal como lo hace el demostrativo. Es un
deíctico: muestra lo que no dice. La combinación de
los dos términos sustituye la existencia de un tercero y lo
presenta como ausente. Crea un agujero en el lenguaje. Abre en
él un sitio a lo indecible. Es un lenguaje que apunta a un
no-lenguaje»
(M. de Certeau, La fable mystique, París, 1982
pp. 198-199; trad. española, México,
1993, p. 174). Cfr. T. Polo, San Juan de la Cruz: La
fuerza de un decir y la circulación de la palabra,
Madrid. 1993, p. 98ss.
62
Como es sabido, el texto de Jn 7, 37-38 es un caso de exégesis polifónica, deliberadamente ambiguo para permitir ambas interpretaciones: la fuente es el corazón de Cristo, sin duda, pero también el corazón del creyente. Éste bebe el agua del manantial de Cristo, y luego ese agua se convierte en su seno en un manantial permanente.
63
J. Guillén, Lenguaje insuficiente. San Juan de la Cruz o lo inefable místico, en Lenguaje y poesía, Madrid, 1969, p. 80.
64
Cfr. L. Massignon, Hoceïn Mansur Hallâj; Diwan, París. 1955, «Con el ojo del corazón vi a mi Señor / y le dije; ¿Quién eres Tú? Y Él me respondió: / ¡Tú!».
65
Cfr. Meister Eckhart, Deutsche Predigten und Traktate, ed. y trad. J. Quint, Zurcí, 1979.
66
Esta
dilatación del deseo es lo que San Gregorio de Nisa
denominaba con el término epéctasis, en
correspondencia con el texto paulino de Flp 3, 13: «olvido lo que dejé
atrás y me lanzo a lo que está por delante»
(epecteinomenos), como tensión permanente originada
por el deseo de Dios: «El participar de
los bienes eternos acrecienta el deseo a medida que participa
más de ellos... El que sube no se detiene jamás, va
de ascenso en ascenso, sin que tengan fin los grandes
descubrimientos. El deseo del que sube jamás se satisface
con lo andado, sigue un deseo más intenso, luego otro,
más profundo aún, y otro y otros, que impulsan al
alma a elevarse sin cesar por la ruta del infinito, anhelando
siempre bienes superiores»
(Homilías sobre el
Cantar de los cantares 8, 1). «Los
deseos de Moisés quedan satisfechos justamente en la medida
misma en que Moisés no queda saciado»
, porque
«todo deseo del bien que lleva a esta
ascensión sigue siempre creciendo a medida que se acerca
más al bien. En esto consiste precisamente ver a Dios, en
que crezca cada vez más el deseo de verle»
(Vida de Moisés, XX, nn.
235-239).
67
F. M. Dostoyevski, Los hermanos Karamazov, Parte IV, libro XI, cap. IV, en Obras Completas, ed. castellana de Augusto Vidal, estudio preliminar de J. L. Aranguren, vol. VIII, Edit. Vergara, Barcelona, 1969, p. 847.
68
Cfr. S. Ros, El poema «Que bien
sé yo la fonte»; la plegaria eucarística de un
místico, en Revista de Espiritualidad 54
(1995) 75-113. El hecho de que en el poema no aparezcan otros
elementos sacramentales, el relato de la institución, la
transubstanciación de las especies, no impide considerarlo
como tal, puesto que la Eucaristía no se ordena ni culmina
en la transubstanciación de las especies, sino en la
transpersonalización de los hombres: lo que está en
juego y para lo que Cristo instituyó su memorial, no son las
substancias, sino las personas; de manera que si aquéllas se
cambian, es para cambiar a quienes las reciben; la
Eucaristía no puede acabar sino en la configuración
con Cristo. Y eso es precisamente lo que canta el místico en
este poema. Mucho más de lo suponía H. Hatzfeld,
Una explicación estilística del «Cantar del
alma que se huelga de conoscer a Dios por fe» de San Juan de
la Cruz, en Estudios literarios sobre mística
española, Madrid, 1968, p. 348, y que repite M. de Santiago, San
Juan de la Cruz. Obra poética, Barcelona, 1989,
diciendo que este poema es «una
consolación para sí mismo en la cárcel de
Toledo, o para un alma vacilante y asaltada de
escrúpulos»
, que «no se
trata de una experiencia mística del santo»
, sino
para «consolarse a sí mismo o
consolar a aquellos que no son místicos»
(pp. 41 y 45).
69
J. Guillén, o. c., p. 109.
70
M. de Unamuno,
Epistolario inédito, I (1894-1914), ed. Laureano Robles, Madrid, 1991, carta
94, a Enrique Herrero Ducloux, enero 1906, p. 207. Así lo expresaba
también el poeta Francisco Brines en una reciente
entrevista: «Lo que tiene el arte -y la
poesía por supuesto- es que te saca de tus propios
límites, y lo entiendes aunque no sea de tu envoltura
humana. Y por la emoción estética te identificas con
aquello. Al identificarte te emocionas. De ahí pueden
ocurrir cosas impensables que un discurso o ensayo no
lograrían. Si eres ateo, aunque oigas un sermón no
crees en Dios. Pero el mismo agnóstico lee a San Juan de la
Cruz y se emociona. Y no por eso cree en la mística, pero
cree en aquél que desde la mística, desde su verdad,
ha escrito ese poema tan maravilloso»
(en Blanco y
Negro Cultural 630 (21-2-2004), p. 5).