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Al respecto puede consultarse el interesante trabajo de MIKLÓS SZABOLCSI «La 'vanguardia' literaria y artística como fenómeno internacional», de 1967, reproducido en Casa de las Américas, XII, 74, La Habana (septiembre-octubre de 1972), pp. 4-17. En nuestro continente, además del caso bastante conocido de Vicente Huidobro, que participa activamente en los movimientos de vanguardia en Francia y España, tenemos muchos ejemplos que aún esperan un estudio, como el caso de Alfredo Gangotena, de Ecuador; César Moro, de Perú; la página Notas de Arte que edita Juan Emar en Chile en el diario La Nación (a partir de 1924), etc. Por ser casi desconocido y extremadamente curioso cabe mencionar aquí el caso del húngaro Zsigmond Remenyik; éste participa en 1920 en la vanguardia húngara exiliada en Viena; posteriormente publica textos vanguardistas en castellano mientras vive en Chile y Perú, y firma en Valparaíso uno de los primeros manifiestos vanguardistas chilenos: «Rosa Náutica». (Gracias a la generosa amistad del destacado hispanista húngaro Matyas Horanyi he podido consultar el texto mimeografiado de la tesis sobre Remenyik de GEORGES FERDINANDY: L'oeuvre hispanoaméricaine de Zsigmond Remenyik, Strasbourg, 1969, 265 + XX pp. Sobre el manifiesto mencionado véase SAÚL YURKIEVICH: «Rosa Náutica, un manifiesto del movimiento de vanguardia chileno», en Bulletin de la Faculté de Lettres de Strasbourg, 46 (1968), pp. 649-655).

 

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Un estudio especial merecería el modo como han sido considerados los casos del Ultraísmo y del Creacionismo al examinarse el conjunto de la vanguardia hispanoamericana. A veces se les agrega a la lista de ismos de la época como una escuela más de las vanguardias (por ejemplo, en el trabajo de MERLIN H. FORSTER «Latin American Vanguardismo: Chronology and Terminology», en M. H. F., ed.: Tradition and Renewal. Essays on Twentisth Century Latin American Literature and Culture. Chicago: University of Illinois Press, 1975), pero también se suele privilegiar a una u otra escuela poética como definición global del vanguardismo hispanoamericano en su conjunto. Para Guillermo de Torre, en la versión actualizada de su libro de 1925, la vanguardia hispanoamericana no constituye sino una prolongación del Ultraísmo español, por lo que todas las referencias que a ella hace las incorpora al capítulo donde estudia dicho movimiento (Cf. G. DE TORRE: Historia de las literaturas de vanguardia. Madrid: Ediciones Guadarrama, 1966; pp. 582 y ss.). Algo parecido hace ANTONIO DE UNDURRAGA, pero con el Creacionismo, bajo cuya influencia y proyección coloca a prácticamente todas las manifestaciones vanguardistas de la época (Cf. su «Teoría del Creacionismo», en la antología de Vicente Huidobro: Prosa y Poesía. Madrid: Aguilar, 1967, esp. pp. 85 y ss.).

 

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En tal sentido se pronuncia también ARNOLD HAUSER, cuando sostiene que «el 'siglo XX' comienza después de la primera guerra mundial, es decir, en los años veinte» (Cf. Historia social de la literatura y el arte, 3ª ed., Madrid: Guadarrama, 1964, tomo III, p. 465).

 

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No estará de más insistir en que estos dos hechos fundamentales que caracterizan la contemporaneidad como nueva etapa histórica no surgen ex nihilo, de un modo demiúrgico, sino que son consecuencias del mismo desarrollo desequilibrado que venía acumulando contradicciones desde el siglo pasado (y aún antes). La presión de algunas de esas contradicciones provoca la guerra, y la guerra posibilita la eclosión de otras.

 

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En nuestra América quien vislumbra con mayor claridad estas posibilidades es Mariátegui, a cuyos artículos sobre el tema habría que dedicar mayor atención que la que han tenido hasta hoy.

 

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El mejor conjunto de materiales que he podido consultar sobre este aspecto se encuentra en el volumen de la Academia de Ciencias de Eslovaquia que recoge los trabajos de la Conferencia sobre la Vanguardia Literaria que se celebró en Smolenice en octubre de 1965. El volumen, con casi medio centenar de ponencias (en eslovaco), ofrece un rico material para revalorar la significación histórica de la vanguardia literaria europea (oriental y occidental) de entreguerras, sobre todo en lo que respecta a su vinculación con las luchas democráticas y revolucionarias (Cf. Problémy literárnej avantgardy [Problemas de la vanguardia literaria], Bratislava: Slovenska Akademia Vied, 1969, 422 pp.).

 

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Es curioso que muchos de los vanguardistas literarios se inicien asumiendo posiciones críticas y rebeldes frente a la sociedad y terminen integrados al sistema e incluso defendiendo valores conservadores y hasta reaccionarios. A título de ejemplo algo descuidado se puede recordar que Jorge Luis Borges publica en 1920 en la revista Grecia de Sevilla (Nº 48, lº de septiembre de 1920) su poema «Rusia», en que habla de las trincheras, las muchedumbres y esos ejércitos «que envolverán sus torsos / en todas las praderas del continente»; y un año más tarde, en la revista Ultra de Madrid (20 de febrero de 1921), publica un poema titulado «Gesta maximalista» (los «maximalistas», conviene no olvidarlo, eran los «bolcheviques»), cuyo solo título ahorra explicaciones. Para este aspecto de la producción poética de Borges puede verse GUILLERMO DE TORRE: «Para la prehistoria ultraísta de Borges», en Al pie de las letras, Buenos Aires, Ed. Losada, 1967, pp. 171-185; CARLOS MENESES: Poesía juvenil de J. L. Borges. Barcelona: José Olañeta, Editor, 1978.

 

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Esto tampoco puede comprenderse como un hecho repentino sino como un proceso gradual que entra en una etapa decisiva en función de la coyuntura de la guerra. Ya antes (y esto es tema con abundante bibliografía) se había iniciado la penetración económica norteamericana en el continente, pero se veía frenada en gran medida por la influencia de las potencias europeas; desde antes también se había manifestado la tendencia a darle fisonomía de principios (la doctrina Monroe) y hasta una forma institucional (todavía tímidamente esbozada en la Conferencia Panamericana de 1890). Pero el llamado «panamericanismo» (contrapartida imperial del hispano o latinoamericanismo bolivariano) no asume su dimensión omnímoda y dominante sino a partir de la superación de la crisis económica de 1907-1908 y del cambio en la correlación internacional que acarrea la guerra, momento que puede precisarse con la celebración del Primer Congreso Financiero Panamericano de 1915 en Washington. Por otra parte, las potencias europeas, que ver amagada su hegemonía a partir de esta misma guerra, tampoco dejan de intervenir y de participar en las economías y la vida política latinoamericanas. Incluso propician varios intentos para recuperar por lo menos parte de su control, pese a lo cual gradualmente terminan por convertirse, en términos generales, en factores subsidiarios y de influencia reducida con respecto a los Estados Unidos.

 

9

AGUSTÍN CUEVA: El desarrollo del capitalismo en América Latina. México: Siglo XXI Editores, 1977, p. 68.

 

10

Hay que tener presente que Inglaterra prácticamente controlaba todo el transporte mundial. Cf. A. B. ROFMAN: Dependencia, estructuras de poder y formación regional en América Latina. México: Siglo XXI Editores, 1974, p. 93.