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ArribaAbajoSegunda parte

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ArribaAbajoApéndice I

Primeras notas sobre Vanguardismo y Arte Nuevo


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ArribaAbajoEl Futurismo de Marinetti

[Sin firma]


El futurismo, la nueva escuela inventada y proclamada por F. T. Marinetti en un reciente manifiesto ha despertado muchos comentarios adversos o irónicos. A continuación extractamos algunos párrafos referentes a la flamante doctrina, debidos al escritor francés Maigret.

«Vivimos en un tiempo de cataclismos espantosos. Después de las sacudidas seísmica [sic] de las semanas pasadas, he aquí que bruscamente nos llega de Italia una doctrina filosófica 'demoledora e incendiaria' por la boca de Marinetti, el futurismo -ya que es menester llamarla por su nombre- y que estalla en el cielo dormido de la literatura como una centella. El futurismo es la religión nueva de los que quieren cantar '... las resacas multicoloras [sic] y polifónicas de las revoluciones en las capitales modernas; la vibración nocturna de los arsenales y de los astilleros bajo sus violentas lunas eléctricas; las estaciones glotonas tragadoras de serpientes que humean; las fábricas suspendidas del cielo por las sogas de sus humaredas; los paquebots aventureros que olfatean el horizonte; las locomotoras de robusto pecho que piafan sobre los rieles, como enormes caballos de acero embridados por largos tubos, y el vuelo de los aeroplanos, cuya hélice tiene crugidos [sic] de bandera y rumores de aplausos de muchedumbre entusiasta'.

«Es la religión de los que tienen ya bastantes 'museos-cementerios' y que 'buenos incendiarios de carbonizados dedos' pronto le pondrán fuego a las bibliotecas, para librar a la humanidad de 'esos calvarios de ensueños crucificados, esos registros de impulsos fracasados'; de todos los que quieren glorificar 'el militarismo, el patriotismo, el gesto destructor de los anarquistas, las hermosas ideas que matan; el desprecio hacia la mujer...' Detengámonos. Marinetti con sus apariencias de rebelde no puede menos que hacernos sonreír. Su doctrina es profundamente   —186→   burguesa, obsoleta, reaccionaria, y antes que inferirle la injuria de creer en su convicción de semejantes pataratas preferimos suponer que ha escogido la época de carnaval para darnos una buena broma. Existe entre nosotros, en efecto, una escuela literaria, cuyo manifiesto, no por haber tenido menor publicidad es menos interesante. He aquí algunos extractos de ese manifiesto escogidos al azar:

«El objeto del Energumenismo (nombre de la nueva escuela) es la realización del desorden trepidante por los medios siguientes: lº destrucción radical del Cosmos tal como existe actualmente; 2º reconstitución de un mundo nuevo sin ningún plan preconcebido (¿por qué los planetas son redondos en vez de adoptar la forma que cada uno de ellos prefiera); 3º confusión completa de todas las leyes físicas y químicas en una sola fuerza que será la anarquía dirigida por el moto-antropos u hombre-automóvil.

Medios prácticos de alcanzar este nuevo estado, tomados de la Guía moral del Energumenismo o Manual del Panhisterismo integral y de la super-exaltación aplicada:

«Supresión del lenguaje, utilización exclusiva de la exclamación y de la onomatopeya trascendente y gesticulatoria. -Abolición de la cortesía, de las artes y de la gracia; condena a muerte de Isadora Duncan. -Reglamentación de la vida explosiva (forma superior de la existencia): rapidez mínima para los automóviles: 200 kilómetros por hora: para las películas cinematográficas, 500; para la pronunciación de los conferenciantes: 2.000 palabras por minuto; para el corazón humano: 150 pulsaciones por segundo. -Exterminio de los lisiados y de las tortugas; cría metódica de las cebras. -Compenetración de las especies...».

Aquí el autor afirma en crudos términos que casando a Flying Fox con la bella Otero se obtendría el centauro, el cual, casado a su vez con un pulpo produciría un animal de una especie nueva, quien no tendría más que hacer sino tomar por esposa a un cien pies hembra para procrear la raza definitiva del porvenir: el ser de cien brazos y de cien pies soñado hace muchísimos años por los mitólogos hindúes. Sigamos ahora con los cánones de la secta:

Límites de la edad viril, fijados de los veinte a los treinta años. -Matanza de los viejos y de los enfermos. -Cultivo de la epilepsia y de la ataxia locomotriz en los niños. -Destrucción radical del sexo   —187→   femenino. -Envío de un ultimátum a Sirio cuya actitud burlona ha sido indicada por Renán. -Publicación de obras energumenistas, la primera de las cuales será el Swing a las estrellas, por Sam Mac Vea. -Creación de un comité ejecutivo para la destrucción de las obras de arte y el asesinato de cierto número de fósiles cuya lista sigue».

Maigret no publica la lista porque le parece demasiado larga. Pero advierte que el nombre del futurista señor Marinetti figura en ella, y en primer término.

[El Cojo Ilustrado, XVIII, 418, 15 de mayo de 1909, pp. 283-284].



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ArribaAbajoEl Futurismo y la guerra

Jesús Semprum


Los lectores que tengan buena memoria, recordarán sin duda el movimiento futurista, iniciado en Italia por un grupo de artistas y escritores, a cuyo frente se encontraba F. T. Marinetti, joven italiano aficionado al cultivo de las bellas letras y poseedor de una sólida fortuna. Aquellos innovadores querían pegarles fuego a los museos y destruir a Venecia, por ser demasiado vetusta. Cuanto oliera a antigüedad les parecía digno de abominación. Del Manifiesto en que se declararon sectarios activos -manifiesto que produjo muchos regocijados comentarios-, recordamos éstos o análogos propósitos:

«Queremos cantar el amor al peligro, el hábito permanente de la energía y de la temeridad.

«Queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, el paso gimnástico, los saltos peligrosos, las bofetadas y los puñetazos...

«No hay belleza más que en la lucha ni obra maestra sin carácter agresivo.

«Queremos glorificar la guerra, única higiene del mundo, el militarismo, el patriotismo, el ademán devastador de los anarquistas, las hermosas ideas que matan y el desprecio hacia las mujeres». (Transparente alusión a las sufragistas inglesas).

Estos y otros cánones proclamados a voz en cuello y con estrepitoso aparato de escándalo, corriendo a toda velocidad de automóvil por las carreteras, y arrojando proclamas chillonas a la muchedumbre, desde el viejo campanile de Venecia, que los futuristas quisieran derribar por tierra,   —190→   armaron una bulla que logró darle al futurismo cierto auge entre los snobs y gente novelera y desocupada.

Por lo demás, los adeptos, sobre colaborar con frenesí en la Revista Poesía, fundada por Marinetti, publicaron una porción de libros que nadie se tomó la pena de leer; y el propio pontífice de la secta, el cual escribe ordinariamente en francés, compuso dos novelas futuristas: una llamada Mafarka el futurista, sembrada de impertinentes regodeos sexuales, y otra por puros sustantivos y verbos que parecía, por las muestras que se publicaron, una adivinanza difícilísima. No contento con esto, fue y cogió y escribió una comedia o pieza literaria por el estilo, de nombre Le Roi Bombance, que tuvo vida efímera, a pesar de los cuartos que el acaudalado innovador hubo de gastarse para obtener que se la estrenaron en un teatro parisiense.

Ahora que se ven realizados los deseos de aquellos poetas y pueden con toda holgura y a todo su talante, no ya cantar y glorificar la guerra y demás violencias humanas, sino tomar parte en ellas y distinguirse por dignas y atroces acciones futuristas, da la casualidad adversa de que el reino de Italia no parece sentirse inflamado por el mismo furor belicoso que ardía en las venas de aquellos hijos suyos, y ha resuelto categóricamente guardar la más pura y limpia neutralidad.

¿Pero no podrían los adoradores de los torbellinos, de la sangre y de la carnicería, alistarse en uno cualquiera de los ejércitos beligerantes? Miles de italianos, según anuncian las noticias de los periódicos, se han alistado en Francia, y han formado una falange entusiasta, dispuesta a pelear por el triunfo de la República. ¿Estarán entre ellos Marinetti y sus compañeros futuristas? ¿o habrán preferido ir a guerrear a las órdenes del Emperador Guillermo?...

Ay! Podría jurar sin temor de engaño que los corifeos del «amor al peligro» y de la matanza como sistema universal, se encuentran cómoda y tranquilamente instalados en sus casas, dentro de la dulce y pacífica Italia, siguiendo -en los boletines de los diarios- los movimientos de las tropas contendoras y aspirando, a la distancia y en el ensueño, el dulce olor de la humana carnicería...

No culpemos gran cosa a los futuristas. Ellos podrían ampararse con el memorable prólogo del cura vicioso: «No hagáis lo que yo hago, sino lo que os digo que hagáis».

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En cambio, ¡cuántos pacifistas y humanitaristas andarán cometiendo desafueros por los campos de batalla! La mayor parte de las convicciones y creencias que pregona el hombre, son simples actitudes momentáneas, ropajes que se viste y desviste con la mayor facilidad...

[El Cojo Ilustrado, XXIII, 547, Caracas, lº de octubre de 1914, pp. 531-532].



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ArribaAbajoLas nuevas corrientes del arte

Mariano Picón Salas


Una frase de Carlyle condensa admirablemente la verdadera misión del arte: «ser pintura espiritual de la naturaleza, ser pintura espiritual del mundo»286. Pintura de la naturaleza y pintura del mundo porque a despecho del gran sinfónico francés Gustavo Flaubert no es el arte un elemento aislado en la evolución de un pueblo. Si como dijo Balzac «el hombre en sus creaciones pretende representar la vida en todo aquello que apropia a sus necesidades»287, en nada mejor que en el arte debe latir la sensación del momento. Donde el choque de las armas se extingue, donde no se oye gotear el oro que pone en feria espíritus e inteligencias, suenan los versos del poeta como sedante para calmar congojas, la serenata del músico o como bajo un magnetismo óptico vemos que cobran vida las líneas de un cuadro.

Hubo un tiempo, cuando yo empezaba a bosquejar cuartillas, en que por snobismo tal vez entró mí espíritu por la senda veedora de la última literatura francesa hecha de paraísos artificiales y de una hilación de sensaciones raras. Y aunque siempre me he sentido un muchacho montañés rudo más bien que artificioso, hecha trizas mi psicología estaba por ser un espíritu fabricado a la manera de un Farrère o un Mirbeau. Soñaba con el opio, con las amarguras del haschich y el retrato del desventurado Quincey encendía mi cuarto de estudio con dos ojos que escanciaban brasas. Pero no sé qué mano generosa diome a leer un libro de pura cepa española, llano y fuerte como una carretera polvorosa de la vieja Castilla. Hijosdalgos de barbazas como frondosa ramazón de robles, señores que en el escudo señorial llevaban águilas, molinos, o castillos sobre campos de azur, verde o naranja, corrían por sus páginas. Y   —194→   aquella sangre de hombre que aún salen adarga al brazo, en la cabeza el yelmo, al pecho la coraza cuando oyen el apellido, entró por mis venas y mis músculos bañados de sol hubieron podido acompasar un verso de Arquíloco. Y tu potro ¡oh Don Juan Manuel de Montenegro! pintado por don Ramón María del Valle-Inclán, y tus proporciones de torre ¡oh don Rodrigo Villa! del orfebre Ricardo León y tu faz de avellana, y tu perfil a lo Cervantes ¡oh señor de la torre de Provedano! retratado por Pereda, aguijonearon mi envidia y quise tener faz de avellana y perfil cervantesco, proporciones de torre y para regalo de mi cuerpo un potro correlón. Así, por obra del arte que es «pintura de la naturaleza y pintura del mundo», cobró mi espíritu fuerza y donde la clorosis empezaba a morder cuajaron los glóbulos de sangre como amapolas deslumbrantes. El otro arte que no es pintura de la naturaleza ni del mundo, que si hay Torales y Meviles ¡oh Farrère! y tienes siempre un amo víctima de raro mal cerebral ¡oh doncella de Octavio Mirbeau! es en señalado rincón de vuestras ciudades populosas y aún ¡Farrère y Mirbeau! abunda más el altanero y vigoroso aldeano en vuestra tierra de Francia que ahora en esta guerra, que es enorme inventario de almas y teorías, ha dejado los barbechos en manos de su mujer para que no sintáis hambre vosotros ¡oh señores de altos refinamientos! y han ido a salvaros y a salvar el arte de vuestras catedrales góticas donde se ungieron reyes288.

Cuando Juan Cristóbal, el músico germano héroe de la portentosa novela de Romain Rolland, que creía que sólo en su Alemania era donde para interpretar una sinfonía de Beethoven o una página de Goethe los hombres tenían que agruparse en rebaño de carneros, llega a Francia y se encuentra con un arte que con «la oscura embriaguez de la Venus vulgar, los capitosos ardores de la Venus negra, los refinamientos de Venus sabia y la criminal audacia de la Venus sanguinaria»289 había hecho Madonas de retablo, en arranque de artística exaltación dice a aquella raza de artificiosos: «¡El arte por el arte, una fe magnífica! Pero si la fe solo es propia de los fuertes. ¡El arte! Estrechar la vida como un águila su presa y llevársela por los aires y elevarse con ella al espacio sereno!   —195→   Para eso se necesitan garras, amplias alas y un corazón potente, siendo así que Uds. no son sino gorriones que cuando encuentran un pedazo de carne podrida lo despedazan en el mismo sitio y se lo disputan piando. ¡El arte por el arte! ¡Desdichados! El arte no es un pasto vil entregado a todos los viles transeúntes. Es ciertamente un goce y el más embriagador de todos. Pero es un goce que sólo es la recompensa de una lucha encarnizada, un laurel que corona la victoria de la fuerza. El arte es la vida domada. El arte es el emperador de la vida. Cuando se quiere ser César hay que tener alma: pero Uds. no son sino reyes de teatro: están desempeñando un papel y ni siquiera creen en él. Y como esos autores que se vanaglorian de sus deformidades fabrican Uds. literatura con las suyas y las del público. Cultivan amorosamente las enfermedades de su pueblo, su miedo a todo esfuerzo, su afición al placer, a las ideologías sensuales, al humanitarismo quimérico, a todo lo que adormece voluptuosamente la voluntad y puede quitarle todo pretexto para obrar. Le conducen Uds. directamente a los fumaderos de opio. Y lo saben de sobra pero no lo dicen: allí está la muerte! Pues bien, yo digo: donde está la muerte no puede estar el arte. El arte es lo que da vida. Pero los más honrados de vuestros escritores son tan cobardes que hasta cuando se les cae la venda de los ojos, fingen no ver, tienen el tupé de decir: «Confieso que eso es peligroso; hay en ello veneno; pero está escrito con tanto talento! -Como si en el tribunal dijese el juez hablando de un bellaco:- Es un bandido, es cierto, pero tiene tanto talento!»290. Y el mismo Rolland, ya no en boca de su héroe sino [por] la suya propia ha dicho: «Vivir, vivir demasiado. El que no siente en sí esta embriaguez de fuerza, este júbilo de vivir aun en medio de la desgracia no es un artista»291. Quizás la importancia que en la evolución de un pueblo toman sus obras de arte débese más que a la forma de ellas a una razón filosófica. De aquí que Taine haya extremado el medio y el momento como primordiales bases que deben concurrir a toda fabricación artística que aspire a ser definitiva. Si un poeta de estos menguados tiempos en una epopeya os dijera que había viajado por el cielo, por el purgatorio y por el infierno ¿verdad que os reiríais? Os reiríais como me río yo de La Lámpara Maravillosa de don Ramón María del Valle-Inclán en que el artífice de las Sonatas y Flor de Santidad nos habla del anillo de Giges y de la clavícula del Rey Salomón. Que ya para herir a nuestros enemigos   —196→   no necesitamos cubrirlos con llamas infernales, como en su cuadro maestro el pintor de León X, sino tenemos el ponzoñoso gusano de la ironía que más hiere porque se recata entre flores. Vino el de Alighieri cuando apenas como rocío en verano había pasado por la fiereza del siglo XIII la sombra blanca del Mecer Francisco de Asís. Y aunque el divino amoroso, en su amor fraterno por todas las cosas, había dulcificado el arte de entonces -adusto y salvaje-, aún representaciones terroríficas llenaban los pórticos de los templos italianos292; era Abraham con enormes barbas, el hacha levantada, un hacha de picos geométricos, inverosímil en la edad de piedra, era Esaú tal un oso de caverna, enrojecida y dilatada la pupila como vicioso de beleño, y el arcángel San Miguel en lucha con el malo, un malo muy rojo sobre fondo negro; por lo demás señor que gastaba el perfil muy largo y la barba vertical y partida de un corsario sueco del siglo VIII. ¿Y qué mucho que la mayoría fanática de aquel tiempo hiciera de sus santos monstruos y no pusiera sol por entre los espesos y oscuros paredones de sus templos? ¿Qué mucho que más creyeran en el Dios del Sinaí, que habla en el tableteo de la tempestad y cuando la zarza incendiada se mece como un pabellón rojo, y no en el dulce Dios nacido sobre pajas temblorosas de nieve, oyendo la mula que rumia y el buey que jadea, el Dios que llora por Lázaro y llora por la mujer samaritana y libra de las piedras a la adúltera y deja que caiga sobre su pie perfumado y suave como un nardo, de María Magdalena? ¿Qué mucho que el pueblo buscara para orar aquellas imágenes en cuyos ojos latía la fiebre, de huesudos brazos, de bocas encorvadas si de esa oleada de terror no quedaba salvo ni el espíritu de los artistas ni los sabios? ¿No nos cuenta Benvenuto Cellini en las páginas de su diario que una noche sintió rozar su cuerpo por una salamandra de fuego?... Dante, como el perfecto artista que quiere Spencer, reunió elementos heterogéneos y dispersos en un solo elemento homogéneo, mezcló el medio y el momento. Vino él al mando cuando por los campos de Italia corría un hálito de muerte. El clero tenía tierras y después del yantar abundoso en cómodo sillón sesteaba; el clero de Italia viendo como en la lucha de un Gregorio VII y un Enrique IV, de un Alejandro III con Federico Barbarroja, los papas eran ricos en enseñanzas y en corazón y los reyes   —197→   en oro y ofrecían mitras y capelos rojos, despreciaba al Papa y se iba con el rey. Y qué eran los partidos políticos de la Italia del siglo XIII? Emanaciones de Alemania. Que el solar de los güelfos era suavo y venía de Welf, compañero de Atila, y el de los gibelinos bávaro, del castillo de Weibling. El poema del Dante quizás sea un solo símbolo. El Ugolino que aparece en uno de los nueve círculos del Infierno, encerrado en torre de hambre y sed, despedazando la carne de sus hijos y su carne, era la patria asolada por luchas intestinas. Y quiero yo ver en la Beatriz vestida de azul, que en las gradas del paraíso es esencia, es éter, es el alma de un ritmo, es la huella imperceptible de una línea blanca trazada sobre el terciopelo, la imagen de la Italia que él soñó: Italia de trovadores bajo el cielo de Umbría, Italia de catedrales a media-luz, donde el resplandor de la ojiva se mira en lo ancho de las baldosas como una flor hecha de espumas, dócil a la vista y rebelde a la mano.

Por la obra de todo grande ingenio debe pasar su sociedad y su tiempo, ora como llaga que precisa curar, ora como flor cuya esencia pide cristal que la guarde. La media-luz que fluye de los cuadros de Leonardo es como si dijéramos la transición del arte opaco y oscuro de la primera Edad Media al arte claro y coloreado del Renacimiento italiano. La amoralidad de Maquiavelo está en razón de su época: vio él la Italia desunida a pesar de los esfuerzos de Julio II por hacer una sola nacionalidad de aquellas seis provincias aisladas, vio él la Venecia que en un tiempo peleó contra los turcos y contra la liga de Cambrai entregada al oro de los mercaderes, a Milán en manos de un Sforza, a Nápoles dominio de Fernando el Católico. El esplendor de la antigua Italia debía resucitarse: que quisiera para ello la vuelta de los Borgias -era hombre y los Borgias le dieron pan y oro. Que proclamara a Sancho sobre Quijano, el interés sobre el ideal, el fin sobre el medio, tenía hediondas las manos de palpar lacerías, había escrito en la portada de su Príncipe «que los hombres que viven en el valle, ven con más precisión que los que viven en la cumbre». En Francia un Regnier pinta con trazos de Juvenal una corte de abates empolvados y favoritas cloróticas; Corneille, que se entró por nuestra espesa fronda castellana, llevó a la comedia en su patria ya no la imitación clásica sino la lucha de pasiones ahogadas por grandes energías: La Bruyère fue todo un ingenuo. Era lo que damos en llamar un vividor, hombre amante de la ciudad, de las poltronas muelles donde el cuerpo se hunde como en ondas de terciopelo, del yantar salpimentado, de las naranjas de Niza y del áureo vino de Burdeos. Pintó   —198→   los deleites de la corte y los fustigó pintándolos. Y no como fraile que da consejo y no ejemplo, nunca anduvo con el consabido recurso de que la vida del campo era más apetecible que la vida de las ciudades. La ciudad es el torneo de la lucha y el campo es el sedante para adormecer la fiebre. Al campo se va a beber vigores en loca carrera por el cerro, exprimiendo las mieles de una fruta y bebiendo la leche no en porcelana sino en el rudo cuenco de una totuma. Vamos a confundirnos con el gañán, a bailar joropo en desenfrenado zapateo con la trigueña rosada a cuya creación asistió mucha canela, mucho perfume de ceibal florido y mucha sangre de peonías. No se va por pura literatura, como cierto poeta amigo mío que lo hace todos los años por agosto, llevando consigo un mazo de papeles y un mazo de libros. Y los tales días en el campo los pasa recluido en cuartucho de casa húmedo y frío, escribiendo y leyendo horas enteras. Hacia la tardecita roba diez minutos a su trabajo, camina por una fila de bucares muy próximos a la casa y toma argumento para una oda en rotundas octavas reales: «A los bucares del camino», con su introducción a Calíope, abogada inefable de poetas cursis y de los bachilleres de parroquia. Y es tan literatura ésta campomanía suya, que en los bucares del camino pone a cantar alondras y ruiseñores, como si la melancolía de éstos -pájaros de alcázar- pudiera competir con la quejumbre panteísta de nuestro diostedé, como si la alegría de las otras fuera igual a la alegría agreste del turpial de nuestros bosques.

¿Que la psicología es ciencia nueva? ¿Que sólo hacia el siglo pasado en la crudez de un Zolá y en el «manto diáfano de la fantasía que sobre la verdad desnuda» pone Eça de Queiroz es donde se retrata el hombre tal como es? A quien te lo dijere, literatuelo obsesionado, dile que miente. Dile que se interne por esa literatura clásica que para él no es verdadera, porque sus héroes no fuman cáñamo índico ni toman éter. ¿Qué retrató Cervantes? No hablemos del Quijote, que el pobre se ha comentado tanto que ya no es el libro de agradable filosofía y sana risa, sino a fuerza de sus comentadores algo de metafísica supra germana concebida entre los vapores que cabecean y entorpecen de un bock de cerveza negra: Cervantes copia su España ennobleciéndola. ¿Os habéis fijado, por ejemplo, en los protagonistas de Rinconete y Cortadillo? Pues esos ladrones que robaban las arcas de un caballero del Hábito de Santiago y después creyendo lavar el hurto quemaban un santo de su devoción con lámparas y velas, era un caso de fanatismo morboso muy común por entonces. Psicología de todos los tiempos es la de los aventureros inmortalizada   —199→   en la novela picaresca castellana. Del Pícaro Guzmán de Alfarache por ejemplo, que cuenta las aventuras de un bohemio español del siglo XVII, mozo de cordel y criado en su tierra, pordiosero en las calles de Florencia, estudiante en las aulas complutenses; del Lazarillo de Tormes, que es como si dijéramos un Maquiavelo que para saciar su hambre no piensa en los medios, salen hondos gritos de protesta contra la rancia y egoísta sociedad española de aquella época; de clérigos que metidos en cortesanas andanzas no tenían tiempo para consolar al pordiosero, de señores que hasta para emplear un pobre mozo le averiguaban la limpieza de sangre. Pero Espinel, Alemán, Hurtado de Mendoza y Vélez de Guevara son grandes maestros de energía. No ahogan sus bohemios el hambre con el alcohol, ni acuden al suicidio. Alma de los que lucharon en la Navas y arrojaron el moro, amellada eso sí por el latigazo de la fortuna, es la de esos protagonistas de novela. Hacen ellos donaire de la desventura y chiste del contratiempo y cuando por muerte de un obispo se sienten hartos, ríen como muchachos de escuela y parten su pan y dividen su vino con el compañero de empresas.

Si se me preguntara cuál de los nombres del siglo XIX fue más artista del pensamiento, yo diría que Tolstoy.

¿Y dónde dejas a Flaubert y dónde el armonioso panegirista del gato, Teófilo Gautier? En estos ilustres galos halló la lengua del oeil una cantera musical desconocida. Sobre la tonalidad gris del cielo bretón puso Flaubert crepúsculos de orientes que sangraban. Y como las de Pierre Loti, las heroínas del autor de Salambó, debieron haber alentado en Stambul y debieran haber fumado opio sobre cojín de raso, el pie nadando en la alcatifa, oyendo música de eunucos para adormecer voluptuosamente el cuerpo. Verdad que en la pluma de Tolstoy el cosaco no dejó de ser cuervo, verdad que el alma plana y ruda de la estepa emerge de sus páginas, pero en Tolstoy hay medio y hay momento. Como un cristiano de los primeros siglos, de esos que él canta en su novela Venid a mí, orando su plegaria cultivó su huerto. Apóstol era hasta en las enormes barbas fluviales, hasta en la faz cual de avellana madura que dan los mordiscos del sol sobre el arado. Y como apóstol habló del Czar para quien eran todo el trigo de Georgia, los mantos de la marta que medra en los Urales, las uvas de Crimea y las alfombras del Cáucaso. Dijo al obrero ruso que ya no fuera inerme pieza de la máquina cuyos resortes tenía el Czar, y al pensador que tuviera tanto fuego en la cabeza que ni los hielos de Siberia apagaran la púrpura de su pensamiento. ¡Y qué distinto   —200→   aparece este hombre que puede colocarse como un grande eslabón que junta la humanidad en una misma comunión de ideas y obra ante esos artistas egoístas de la literatura francesa del siglo XIX: el Hugo de la Leyenda de los siglos, que fue veleidoso como una mujer, que hoy pinta como carbones las ojeras y mañana como rosas marchitas, los pesimistas bañados en la filosofía brutal del índico Gotama y los simbolistas de Mallarmé, hoy ya casi olvidados, que atribuyeron todo el valor al sonido y no al espíritu de la frase. ¿Hay medio y hay momento en ese arte decadente? Como de transición lo considera en erudito Doña Emilia Pardo Bazán293. Y es verdad. Que el arte deberá ser espejo de todo un pueblo y nunca todo un pueblo tomó absintio, se inyectó alcaloides y aspiró éter.

Poeta de raza como Dante, como Milton, como Goethe, como el mismo Hugo, como el mismo Leopardi, como Giosué Carducci no pudo ser nunca un Charles Baudelaire. Tras de la poesía de Gabriel d'Annunzio que no canta el sol mañanero límpido y casto que mueve las alas del corazón y se entra por los cuerpos como suave cosquilleo de alegría, sino el sol meridiano que adormece el alma y caldea las venas y fructifica el ímpetu, corre una fuerza salvaje. No son los nervios de ese poeta como cordaje cuya nota está oculta y dormida como la princesa de la leyenda y hay que buscarla con mano sedeña como la del príncipe desencantador, no se asemejan a frou-frou de sedas que sólo perciben los que vivieran siempre entre sedas y nunca entre cáñamos, sino siempre están en movimiento y vibran con toda la salvaje armonía de dos elementos coaligados. Pero a pesar de su exaltada hiperestesia agreste, la poesía de d'Annunzio es más poesía de raza que la de Baudelaire. El hastío del poeta italiano es el cansancio de los pies en loca carrera por buscar la ninfa soñada y ese hastío se cura reposando bajo el palio de un árbol y calmando la fiebre con el blanco hilo de una fontana; el hastío de Baudelaire entra como un lento sopor por el cuerpo, dilata el ojo hasta hacerlo inamovible y con isocronía contorsiona todos los miembros como bajo una presión cataléptica.

La lucha sobre una pasión o en pro de una virtud determinada, integra el alma de todo grande artista. Así los personajes creados por Shakespeare, parecen haber nacido bajo las garras crueles del destino.   —201→   Que no puede Otelo apagar el trágico incendio de sus celos, ni Cordelia dejar de sacrificarse por el Rey Lear, ni Hamlet con su belleza, su inteligencia y el oro de su corazón, sobreponerse a la flacura de su voluntad. La serenidad de espíritu por medio de un amor contemplativo a la naturaleza y a Dios, que casi se exalta hasta el quietismo, es la obra de Lamartine. Byron es un desesperado, no a la manera de Alfredo de Vigny, por inquirir las causas supremas, sino por una tensión nerviosa de apurar todos los filtros; y en Giacomo Leopardi el amor espiritual se hace una necesidad física. Amaba el cantor de La Retama «a la mujer que no se encuentra y el pensamiento de este amor divino reviste en un principio la forma de un amor sensual y se confunde y amalgama con él»294. Así cada uno de estos poetas lleva en sí la fuerza de una idea que es lo que da la unidad a su obra y es el espíritu que se agita tras los brocados de la forma. Baudelaire no. Teófilo Gautier ha dicho que el autor de Las Flores del Mal rechaza «toda pasión y toda verdad»295. La concepción de la vida en él -escribe Tolstoy- «consiste en erigir en teoría el más grosero egoísmo y en reemplazar la moral por un ideal harto nebuloso de la belleza, de una belleza puramente artificial. Aseguraba preferir un rostro de mujer embadurnado, al mismo rostro con su color natural; y los árboles de metal y la imitación del agua en la escena, agradábanle más que los árboles verdaderos y el agua corriente»296. Hasta el amor que es la fuerza matriz de su poesía no toma en él un carácter determinado: es a la vez místico, libertino y analizador. Místico, y una ideal visión de Madona atraviesa sin cesar las horas claras o sombrías de su espíritu. Es libertino, y visiones depravadas turban a este hombre que acaba de adorar el dedo levantado de una virgen. Se le llama «malsano» y es justa la palabra si con ella significamos que sus pasiones no hallan circunstancias adaptables a sus exigencias. Hay desacuerdo entre el hombre y el medio. Se dio cuenta de que llegaba demasiado tarde en una civilización decadente y en vez de deplorar este arribo tardío como La Bruyère y como Musset, con ello se regocijó y se honró. Era un hombre decadente y se hizo teórico de la decadencia297. Ante la voz de otros   —202→   grandes poetas que no erijan en teoría sus vicios, que en el regazo maternal de la naturaleza sorprendan ritmos desconocidos, que copien tan bien que reproduzcan hasta el golpe que da la azada a la tierra y el hacha al árbol, se perderá el ritmo de este cantor de la sensación artificiosa y del sopor de la voluntad, entre las brumas del goce, como en el recipiente de una máquina neumática mueren las más acordadas vibraciones.

¡Oh León Tolstoy! Tras del espejo de tu alma donde se veían los hombres como líneas muy blancas y entrelazadas, no pudiste adivinar cómo esas líneas alguna vez debían romperse en la dura necesidad de la guerra. Pero la guerra es necesaria. Es necesaria, porque con la bayoneta al hombro y bajo el humo de los cañones, olvida el afeminado mozuelo de la ciudad los afeites con que ponía rosas en su cara y violetas en sus ojeras. Es la poda que aparta el gajo viciado del gajo henchido de savia. Que por mano torpe del hortelano se vaya alguna vez la rama joven que es promesa de cosecha abundosa -somos hombres, y en paz como en lucha, el manto de nuestro afecto o nuestro odio, puso sol o puso noche en toda empresa. Esta guerra que hoy muerde al mundo será una prolongación de bases sobre el edificio bamboleante de esos pueblos. El que antes vivió entre sedas verá que el rudo lienzo también arropa. La llama del incendio entrará por el palacio de imágenes del poeta y por el mar de colores del pintor y por la catarata de armonías del músico. ¡Y cantarás, poeta, el triunfo del valor, y pintarás, pintor, la escena heroica, y tras la lluvia de tus acordes se sentirán, ¡oh músico! piafar corceles de batalla! Ya para ser artistas no necesitaréis embriagaros de absintio en la taberna destartalada, que el humo y el fuego también embriagan, y para sentir cálidas las venas, no más os inyectaréis alcaloides, que más caldea las venas ver la sangre nueva que por vosotros se precipita y pone hierro en el músculo. Y para que vuestros hijos sean señores que no dejen enmohecer el acero, tenéis ejemplos que pintarles: ¡Así fue tu abuelo! ¡Así triunfó tu hermano! ¡Así ese modesto soldado se empinó como cumbre!

Ya en los lagares del arte se exprimen otras viñas. El mosto que en su poesía nos presenta Gabriel d'Annunzio, verdad que es amargo y fermentado, pero es mosto nuevo. En el cielo latino Verhaeren trazó curvas de águila. Nuevos hombres echan en el carcomido tronco francés agua que reverdecerá la rama seca: son los paroxistas. Cantan la fábrica que humea, el aeroplano que viola el aire y el submarino que va a buscar en el fondo de la onda el nido de las sirenas. ¡Ese será el arte nuevo!   —203→   Y ante los mil gérmenes de vida, que al duro surco traerán los cuatro vientos, se ablandará el duro surco y será cuna de un árbol erguido y fuerte, en cuyo tronco aprenderemos ejemplos de firmeza y en horas de bochorno nos dará frescor meneando el abanico de sus ramas!298



  —205→  

ArribaAbajoLa Nueva Poesía de José Juan Tablada

Tattler


El caso de renovación lírica y de estética individual de José Juan Tablada es tan inusitado, tan interesante para todos y tan fecundo para los poetas jóvenes, que aprovechándonos de la generosidad del poeta, al poner a nuestra disposición sus libros inéditos, presentamos hoy a los lectores de Actualidades, en Caracas y la América Latina, algo de lo que estas obras encierran de misteriosa fascinación y de emocionante novedad.

Voz de la Juventud, periódico de Bogotá, uno de los primeros en proclamar la maestría nueva de Tablada, dice que éste encontró la primera idea de su nueva forma de expresión en la Antología Griega...

-Es cierto, nos confirmó el poeta, como lo es también que el gran Jules Renard me dio, hace dos lustros, un claro vislumbre de la posibilidad de una expresión simultánea lírica y gráfica, con aquel pequeño poema de sus Historias Naturales: 'Les fourmis, elles sont: 333 333 333333...', donde los guarismos repetidos sugieren tan cabalmente la fila de insectos en marcha.

La famosa «Lettre Océan» de Guillaume Apollinaire, me fue mostrada hace cuatro años, en Nueva York, por el pintor y escritor futurista Marius de Zayas, cuando yo tenía escritos los madrigales ideográficos El puñal y Talon rouge, que, entre paréntesis, no son sino el primer paso en mi nuevo camino y absolutamente distintos de mis poemas anteriores. Por lo demás admiro a Apollinaire con entusiasmo y venero su ilustre memoria.

Tablada nos muestra la famosa «Carta Océano», dirigida o dedicada a Alberto Kastrowitzky, que vive en México y es hermano de Apollinaire. La carta es una bella nebulosa en un cielo nocturno de abismo y de misterio...   —206→   Bien diversos son los nuevos poemas de Tablada, estrellas singulares y adamantinas, que rutilan como en nuestros diáfanos cielos tropicales... Con razón piensa Ramón Vinyes, sabio crítico y director de Voces, la revista de arte más avanzada de Colombia, que los poemas sintéticos e ideográficos de Tablada convierten en claras evidencias los oscuros problemas estéticos iniciados por los poetas franceses Apollinaire, Birot y Reverdy...

Cuando suplicamos al autor de Li-Po que en obsequio de los lectores no iniciados, puntualice los propósitos de arte que entrañan los poemas que hoy publicamos, el poeta sonríe...

-No me haga usted parodiar, exclama alarmado, a esos versificadores, que para recitar un mal soneto, anticipan un relato sentimental. Si existe alguna oscuridad en esos poemas, está prevista, es un intencionado factor estético esa oscuridad que se disipará, como una niebla, ante el lector de buena voluntad. No hay que decir, hay que sugerir: así el lector resulta exaltado al rango de colaborador del poeta, como lo quería Oscar Wilde y antes que él, Baltazar Gracián, cuando dijo: «no es el dorador quien hace al dios, sino el adorador...»; como lo proclama Reverdy al afirmar: «Comprendre...?, on commence par aimer. Tant que vous n'aimerez pas, vous ne comprendrez pas»: como lo siente el fuerte crítico mexicano Alfonso Reyes, al hacer una profesión de amor, antes de analizar a Góngora... Además, ser un tanto oscuro es una saludable precaución para no contaminarse de popularidad, creando una zona de protección entre el arte puro y el fácil ideal burgués. Vea usted lo que dice el egregio Valle-Inclán en su libro más reciente: «Así el poeta mientras más oscuro más divino! La oscuridad no estará en él, pero fluirá del abismo de sus emociones que le separa del mundo. Y el poeta ha de esperar siempre en un día lejano donde su verso enigmático sea como el diamante de luz para otras almas de cuyos sentimientos y emociones sólo ha sido precursor».

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NOTA: Sigue un breve comentario de los poemas que se publican ilustrando el artículo, y que en conjunto ocupan cuatro páginas de la revista. N.O.T.

[Artículo firmado por «Tattler», publicado en Actualidades, III, 29, Caracas, 20 de julio de 1919].



  —207→  

ArribaAbajoUn cantor de Bolívar

[Sin firma]


química del espíritu. alberto hidalgo. Buenos Aires. Imprenta Mercantil. Avenida Acoyte 271.

Después que el gran Darío abrió definitivamente para la poesía castellana el vasto panorama de una renovación total, los espíritus que habían conocido la gloria del espacio libre no han cesado un instante de ensayar sus alas hacia todos los horizontes. Maravilloso ímpetu éste que ha revelado en la América hispana y en la Península ibérica así la fuerza del cóndor como la gracia delicada de la paloma.

En la ebriedad de su deslumbramiento, sintieron muchos líricos la necesidad de moldes absolutamente nuevos, más aún, de una inaudita forma de expresión.

Pero tal deseo no ha quedado en el caso de lo abstracto. Son falange los que han ensayado, con mayor o menor fortuna, bajo la diatriba o alentados por el aplauso (esto más raramente), su propio modo. Tomando de aquí y de allá, asimilando lo armónico con sus espíritus y mezclando la sugerencia gráfica, cuando lo juzgaron esencial, al tradicional paralelismo de los renglones, han tratado de dar vida a cien formas nuevas que acaso vio tienen entre sí otro paralelismo que la completa manumisión de toda técnica «catalogada». Es tal vez en esto en lo que se distinguen los innovadores continentales de los cubistas, dadaístas, simultaneístas, creacionistas, e incongruentes que se suceden vertiginosamente en Europa: mientras los maestros de estas tendencias intentan crear escuelas, imponiendo definidas técnicas, los ensayistas americanos son harto más anárquicos, harto más inconsecuentes con sus propios modos.

  —208→  

Aun no estando en lo más mínimo de acuerdo con ciertas desmesuras y funambulismos, que juzgamos reñidos con la índole de la poesía, esencialmente ideo-fónica en nuestro sentir, no debemos volvernos de espalda desdeñosamente ante aquellos esfuerzos, que podríamos calificar de futuristas. Encierran muchos de ellos, en efecto, virtudes nuevas, excelentes intuiciones, y por sobre todo -si hacemos abstracción de una que otra contorsión artificiosa de algún devoto del exhibicionismo-, un calor de buena fe que bastaría para absolverlas. Frustrados o realizados, ante aquellos anhelos podríamos glosar a Hugo en su amplio concepto: el mérito no se halla en haber encontrado sino en haber buscado.

Alberto Hidalgo, el suramericano autor de este libro figura de pleno derecho entre los representantes más adelantados de esta anarquía lírica. Desde la portada, sin una mayúscula, la «química del espíritu» nos va gritando lo que es. Trae un prólogo de Gómez de la Serna del que copiamos el siguiente párrafo: «Es este libro de Alberto Hidalgo un libro tan nuevo, tan anunciador, tan ansioso de nueva interpretación de las cosas y del alma, que yo quería dar en él (en el prólogo) la sensación de lo que viene después, de lo que vendrá, de lo otro». Y luego, hojeando el volumen, podemos darnos cuenta del temperamento desenfrenado y sin equilibrio del autor, que tan pronto lo lleva a cortar bruscamente la idea o la emoción que parecía apuntar su contorno en las rimas, como a escribir las palabras de derecha a izquierda, de arriba abajo, en línea sinuosa o espiral o en círculo, o completarlas con dibujos o signos o filas enteras de sílabas onomatopéyicas cuando cree que con ello traduce él la suavidad de sus sentimientos o el golpetazo de la sensación.

En el post-libris que Alberto Hidalgo, a pesar de su arrogancia creyó necesario para la comprensión de su obra, nos explicará él mismo su objeto: «yo no tengo la culpa de ir contra la corriente, ni voy deliberadamente contra ella. lo único a que aspiro es a expresar lo que no se ha expresado, atrapando una EXPRESION que contenga la inquietud del espíritu humano en la hora presente. mientras la música ha alcanzado su expresión definitiva, la poesía la está buscando infructuosamente desde hace siglos. ¿por qué no ha habido un beethoven de la poesía? ¿por qué los más grandes poetas, son, cuanto poetas, unos pigmeos al lado de beethoven, cuanto músico? no por falta de genio en los poetas, sino por ausencia, por pobreza de expresión».

  —209→  

«intento aquí un arte mío, un arte personal, incatalogable, por la briosa independencia que le distingue, en las escuelas poéticas antiguas o modernas, aunque haya tomado elementos del «cubismo» de apollinaire, del «creacionismo» de reverdy, de otros «ismos», voy en busca de un simplismo» -¡he ahí un titulo para mi manera!- artístico, libre de toda atadura, ayuno de retóricas, huérfano de sonoridad, horro de giros sólitos y, sobre todo de lugar común».

Quienes lean el libro de este poeta argentino [sic] podrán juzgar, de lo prometido y de lo realizado.

* * *

A continuación reproducimos el homenaje que hace al Libertador el autor del libro en su poema intitulado «retrato de bolívar». Absolutamente iconoclasta el poeta en lo demás de su obra, se siente subyugado por la figura magna y resplandeciente del más alto redentor de pueblos y le canta con todo el nervio de su temperamento y con toda la férvida vehemencia de su alma. La visión del Héroe Epónimo que se aparece al poeta, como al través de una vidriera de casi un siglo le hace exclamar:


Era quizá
distinto cual yo le veo,
pero era así!

Y luego va detallando exaltadamente la figura de Bolívar, harto desmesurada para ser abarcada en una mirada sola: los ojos, que miraron el infinito cara a cara; la fina oreja, que escuchó hasta las palabras que no llegaron a ser nunca dichas; el paso, que haría sentir a los muertos la sensación que sentimos los vivos «cuando alguien golpea el suelo con tacones de plomo en el piso de arriba»; la frente que encendió el fuego libertario en toda América; la estatura, para la que toda medida hubiera sido corta cuando soñaba el Máximo en libertar a América; su corazón, que perpetuó su latido en el rugir del Pacífico; su espada; y la hazaña desmedida del paso de los Andes para ir a libertar la Nueva Granada.

Siente el artista lo agobiador de su designio, y aunque ha puesto toda su inquietud entrecortada, toda su cálida tenacidad en el diseño, comprende su imperfección, la imposibilidad del panegírico que entable   —210→   al Vidente. Pero no ha faltado la mejor voluntad, y por ello, bien venida esta voz al concierto de gloria en que los poetas, literatos e historiadores de el [sic] mundo entero celebran la obra inmortal y única del más grande de los idealistas de la acción que han contemplado los siglos.

retrato de bolívar



cual sujeto con clavos
sobre el potro alazán,
-da lo mismo que negro
o colorado o verde, señor historiador-
le contemplo a través de una vidriera
de casi un siglo.

era quizá
distinto cual yo le veo,
pero era así.

parecían sus ojos
dos inmensos tornillos
que se incrustaban en el aire.
cierta vez
agujereó con su mirada el cielo
y miró lo infinito, cara a cara.
¡oh, qué frío!
¡oh, qué frío de horror debió sentir
el pobre dios
al ver que atravesaba las paredes
de su regio palacio
el tornillo de luz de esa mirada!
la fina oreja
sabía escuchar,
en medio mismo de la algarabía,
las silenciosas voces del silencio.
¡hasta las palabras
—211→
que no llegaron a ser dichas nunca
las oyó aquel oído!

el paso era tan reciamente firme
que allá, bajo la tierra,
los muertos sentirían, de seguro,
sensación semejante
a la que los vivos sentimos
cuando alguien golpea el suelo
con talones de plomo
en el piso de arriba...

¿con qué hecha estaría la frente
de este varón, que un día
saltaron chispas de ella?
de tal manera incendió
de libertario republicanismo
los suramericanos bosques vírgenes.

¿la estatura?
no se ha podido precisar.
VARIABA
SEGUN LAS EMOCIONES DE SU ESPIRITU.
unas veces dos metros,
otras quinientos, otras...
(¡toda medida hubiese sido corta
para medir el tamaño de este hombre
cuando pensaba en libertar américa!)

el océano pacífico
era manso y discreto.
así lo hallaron los conquistadores,
¡que lo diga balboa!
pero una vez el héroe en sus aguas
fue a quitarse los fuegos del verano.
como se iba adentrando entre las olas,
redoblaba el latir su corazón,
—212→
hasta que de repente
todo el océano se llenó de ruido.
desde entonces
el mar, por imitar aquella música,
voluptuosa y salvaje,
ruge contra la arena de la playa.

en la vaina de algún antepasado
-exiguo molde para un gran proyecto-
fundió un rayo de sol:
así su espada
que, por el sol, sabía defenderle
de la sombra escondida entre las sombras.

¡y la marcha
desde las llanuras del norte
hasta los altiplanos del sur!
¿cómo pudo
conducir sus ejércitos en un
tiempo en que la civilización
todavía no lo era?
bajo la omnipotencia de sus pies,
los andes,
ENCHUFANDOSE EN SI MISMOS,
se encogían a extremo
de ponerse a nivel con la planicie:
por sobre ellos llevaba sus soldados
del uno al otro lado de la américa.

(he ahí el retrato
de uno de los dos hombres
más grande de la creación.
he puesto
las líneas generales
—213→
le faltan
un poco de retoque
alguna sombra,
un plano
de luz,
un pincelazo
donde esté débil el color.
AUTORIZO A UN PINTOR DEL AÑO 2021 A QUE LO ACABE
¡ah!, el otro hombre se llama jesucristo)
[Publicado sin firma en la 1ª página de El Universal,
XVI, 5449, Caracas (18 de junio de 1924)]299.





  —215→  

ArribaAbajoApéndice II

Primeras manifestaciones de una polémica


  —217→  

ArribaAbajoGranizada

José Antonio Ramos Sucre


El bien es el mal menor.

La vida es un despilfarro.

La vida es una afrenta; el organismo es una red de emuntorios.

Vivir es morirse.

Dios se ensaña con los pobres.

La incertidumbre es la ley del universo.

La verdad es el hecho.

La filosofía nos pone en el caso de que la insultemos.

La ignorancia nos lleva derecho al escepticismo, que es la actitud más tolerante de nuestra mente.

La ciencia consta de los hechos y de su explicación. Esta última es variable y sujeta a error, pero no debemos preocuparnos, porque el error es el principal agente de la civilización.

Las reputaciones impedirían el progreso si no existieran los murmuradores.

El calificativo de sobresaliente aplicado a los escolares: etiqueta de borregos, presea de insignificantes, ruido de anónimos.

La literatura siempre merece elogio. Es cuando menos un derivativo; el sujeto que la ejerce podría molestarnos con otra actitud más deplorable.

El derecho y el arte son una enmienda del hombre a la realidad.

  —218→  

Puede concebirse una moral naturalista, fundada en el instinto de conservación. No se trata aquí de un instinto de conservación feral, sino de un instinto de conservación humano, convertido al culto de la dignidad propia y al respeto de la ajena.

Los modales sirven para disimular la mala educación. La urbanidad consiste en el buen humor.

La timidez es de buen tono.

La aristocracia de nacimiento es una autosugestión. Por eso, nadie cree en el linaje de otro.

Los apellidos ilustres son patente de corso.

La democracia es la aristocracia de la capacidad.

La sociedad aprovecha con los grandes hombres menos de lo que pierde con la calamidad de sus descendientes.

El dinero no sirve sino para comprar.

Los burgueses se caracterizan por el miedo de aparecer como burgueses.

Los intrigantes acostumbran una laboriosidad ostentosa.

El trabajo es un ejercicio devoto que sirve a los desvalidos para ganar el reino de los cielos.

La gramática sirve para justificar las sinrazones del lenguaje.

Las palabras se dividen en expresivas e inexpresivas. No hay palabras castizas.

Un idioma es el universo traducido a ese idioma.

Es buen escritor el que usa expresiones insustituibles.

Los escritores se dividen en aburridos y amenos. Los primeros reciben también el nombre de clásicos.

Las personas de temperamento clásico elevan el caso a ejemplo y el ejemplo a regla.

Lo único decente que se puede hacer con la historia es falsificarla.

  —219→  

Hay que desechar la historia, usar con ella el gesto de la criada, que, al amanecer de cualquier día, despide con la escoba el cadáver de un murciélago, sabandija negra, sucia y mal agorera.

Dos médicos no pueden mirarse a la cara sin reírse.

La sociología es un capítulo de la psicología, porque los seres humanos se determinan en virtud de razones.

Es posible calificar los pueblos conforme las interjecciones de que se valen. Los romanos eran unos sandios; se animaban con interjecciones inexpresivas: io, eheu, papae.

Los norteamericanos son alertos inventores. Descubrieron que el vestido tiene por objeto vestir al hombre, en vez de oprimirlo o disfrazarlo. La adopción del cuello flojo es otra victoria de la república sobre el antiguo régimen, una amena lección de Benjamín Franklin al acompasado cortesano de Versalles. Aquel filántropo no descansaba en servicio de sus semejantes después de inventar el pararrayos.

El concubinato merece bien de la República. Ha acelerado la fusión de las razas venezolanas.

En Venezuela no hay ni puede haber conflicto de razas, porque la gente de color aspira a ser blanca.

La familia es una escuela de egoísmo antropófago.

El matrimonio es un estado zoológico.

El matrimonio es el camino por el cual dos personas llegan más fácilmente a odiarse y a despreciarse.

El matrimonio: azotes y galeras.

Enamorarse es una falta de amor propio.

Un hombre se casa cuando no tiene otra cosa de qué ocuparse.

Marido y mujer: cómplices!

La humanidad es una reata de monos.

Los hombres se dividen en mentales y sementales.

Las mujeres se dividen en bellas y feas.

  —220→  

Las mujeres son botín de guerra.

Gedeón se toma el trabajo de enamorar a la mujer con quien se casa.

Gedeón quiere a su esposa.

Los clérigos abominan la mujer, agente de la naturaleza herética.

Las señoras son los alguaciles de la burguesía dogmática y panzuda.

[Elite, I, 4, Caracas, 10 de octubre de 1925].



  —221→  

ArribaAbajoLiteraturas de vanguardia

Fernando Paz Castillo


Guillermo de Torre estudia en este libro el movimiento literario moderno, tanto en España como en otras naciones europeas; movimiento que ya, puede decirse, ha franqueado el terreno del ensayo y del snobismo y, como se desprende del libro de Torre ha alcanzado plenitud en los expresionistas germanos y en los cubistas franceses.

La crítica de Guillermo de Torre es optimista, como él dice: «esencialmente constructiva»; o lo que es lo mismo, una crítica que simpatiza con la obra elegida y en cierto modo la completa y aclara, haciéndola accesible a los lectores.

Esta crítica es, sin duda, un nuevo florecimiento del espíritu, un nuevo modo de ver las cosas, sin parar mientes en detalles triviales que, generalmente, se borran y desaparecen en el mérito del conjunto.

El arte moderno es, ante todo, creacionista; ya nadie piensa en copiar fielmente la naturaleza, ya puede decirse que ha pasado de modo el socorrido «documento humano» que estuvo tan en boga en el pasado siglo. Los artistas sólo buscan una ideación estética completamente personal y las más de las veces arbitrarias; por ello cada autor es el creador de su arte, de su manera de ver la naturaleza y de su propia expresión.

Guillermo de Torre estudia estas manifestaciones del arte nuevo en su libro, el cual si peca de exageraciones de sectario, de las que no pudo librarse el autor -artista completamente moderno y militante- abunda en documentación precisa y bien seleccionada de las diferentes literaturas de vanguardia.

Ahora, hay que advertir que lo que se llama poesía nueva no es el capricho de un grupo de escritores, ni la manifestación restringida   —222→   de tal o cual país, sino un movimiento universal, vigorosa expresión de un estado de alma cosmopolita, en el cual no ha tenido poca parte la Guerra. Parece que después de ella los hombres se han hecho más humanos; han descendido de la aristocrática torre de marfil, en donde el arte envejecía entre perfumes y sedas y desmayos de mujeres, y, han vuelto a la naturaleza; pero, con un criterio completamente diferente al de los naturalistas. El dolor que atravesó la humanidad despertó en las almas sentimiento de fraternidad: diríase que pasado el momento de la vehemencia y del odio sólo quedó en las almas un sentimiento de dulzura, casi de remordimiento que ha ido modelando el espíritu moderno. No obstante los movimientos renovadores habidos antes de 1914, puede afirmarse que las literaturas de vanguardia nacen del estupor de la guerra; pero, no para cantar los combates, ni para exaltar el heroísmo de los militares, sino para compadecerse del dolor de los hombres. Nada más ajeno al espíritu moderno que la épica. Más nos enternecen las cosas familiares de la vida del héroe que sus gestos militares; más belleza encontramos en la rosa que le da a la amada al despedirse, en el beso que le imprime en la frente al hijo, aun en la manera de llevar su pipa o de sentarse a descansar en una mecedora, que en los gestos marciales con que dirige la batalla.

Y estas tendencias han aparecido, casi simultáneamente, en todas las naciones civilizadas y en todas se advierte la notoria influencia del americano Whitman: ultraístas españoles, cubistas franceses, futuristas italianos, expresionistas germanos, imaginistas anglosajones y tantos otros, a pesar de la diversidad de climas y la diferencia de costumbres, concuerdan en muchos puntos. Todos buscan la economía del tiempo, la simplicidad y la simultaneidad; tres cosas, puede afirmarse, que forman la base del arte contemporáneo. Todos, se muestran partidarios del verso libre, ya que éste no necesita de versos complementarios que tardan el desarrollo del poema, ni de frases adventicias, fulgurantes metáforas, para mantener la trabazón arquitectónica del conjunto.

El poema queda así libre de galas retóricas que, las más de las veces, fragmentan la unidad del conjunto en una serie de imágenes deslumbrantes, unidas por un sentimiento que, a duras penas, puede seguirse, a través de lo que equivocadamente se llamó elocuencia.

Guillermo de Torre no sólo estudia bien estas diferentes tendencias sino que, fiel a su teoría ultraísta de la crítica constructiva, destaca la   —223→   parte buena de las cosas, o lo que es lo mismo, como dice Ortega y Gasset: convierte la crítica «en un fervoroso esfuerzo para potenciar la obra elegida».

«¡Es ya hora en que todos deben aparecer enterados de las bases cardinales sobre las que se asienta el nuevo edificio intelectual! ¡Y el que no haya alcanzado la posesión de estos previos elementos, previsto de buena fe simpatizante, puede contarse al margen de toda posibilidad comprensiva!».

Dicho está con lo expresado que no hay que discutir con los espíritus envejecidos que comienzan por cerrar los ojos ante la verdad. Ellos no podrán entender nunca el arte moderno; fieles a sus tradiciones y hábitos poéticos vuélvense de frente hacia el pasado y se consuelan soplando, en la ya fría ceniza, los restos de carbones encendidos que mantienen aún vivo el resplandor de la hoguera.

El artista moderno no tiene que buscar el aplauso de los que no piensan como él. Hoy sólo puede triunfar el esfuerzo personal, ya que no hay una sino muchas tendencias; ni un solo poeta, maestro fabricador de gustos, sino muchos poetas. No obstante esta anarquía literaria, se advierten ciertas relaciones más o menos marcadas, entre unos y otros escritores, los cuales permiten unirlos en grupos y, lo que es más todavía en todos se nota como tendencia preponderante el cosmopolitismo, modificación plausible del exotismo finisecular que culminó en los novelistas y poetas franceses de la pasada generación y en América alcanzó su más alta expresión en Darío y en los admirables escritores del período rubeniano.

[Comentario al libro de Guillermo de Torre, Elite, I, 12, Caracas, 5 de diciembre de 1925].



  —225→  

ArribaAbajoAlgunas críticas

Jacinto Fombona Pachano


No es el hacer oficio de crítico algo que revele poco menos que incapacidad para hacer otra cosa mejor o más grata [que] la de poner voluntad o empeño en lo que, por lo general y con muy reducido criterio, se entiende como obra paciente y secundaria de señalar tendencias, discutir errores y encasillar preceptos. Si hay cosa alguna difícil de saber es esta de escribir la crítica. Si el artista es creador, también lo es el que pudo comprenderlo a su tiempo y lo enseñó a comprender luego a los demás. Es este último quien ha puesto la obra en contacto con los espíritus distraídos e indiferentes, es a quien, en su papel de intérprete innato y cabal de ella, por virtud del más escaso de los sentidos, el buen gusto, le es dado decir con Altemberg, en su admirable interpretación de «El aniversario», de George, el que escribe, el que lee y el que oye, «los tres somos el poeta».

En cierta ocasión, el ilustre padre Feijóo se impacientaba porque críticos insustanciales y estrechos rebatían inconscientemente algunos de sus recios artículos, y a aquellos criticastros, glosando un decir muy francés, les encajaba el despectivo nombre de autorcitos y les colocaba en el incontable alud de los incapaces. No quería Feijóo con esto reducir campo a la crítica en el terreno del buen sentido, puesto que él mismo se destaca, muy alto y muy personal, entre los más famosos críticos peninsulares de su siglo.

Sabía Feijóo, como lo supieron Taine, Paul Saint Victor, Sainte Beuve, y tantas otras descollantes figuras de la interpretación creadora -pláceme llamar así la crítica de aliento-, que a ésta corresponde un valor bastante significativo y singular entre los géneros literarios; que igual belleza, igual esfuerzo, igual capacidad pone el que hace el poema,   —226→   escribe la novela o cuenta la historia, que el otro, el verdadero crítico, que estudia, analiza e interpreta un temperamento o una forma.

Pero hay la crítica de los vocablos, la crítica palabrera y ruin que no pasa de ser un inocente juego de casuística atrasada y torpe. Y hay también los que suelen confundir esta crítica con la otra y que, al meterse en confusión tan lamentable, se declaran sin escrúpulos pontífices de la verdad (¿cuál es ella?) y oráculos póstumos al tiempo de dar o quitar gloria. Es a éstos a los que Feijóo ata al pesebre de los autorcitos. Son por lo general gentes minuciosas y formales. Han hurgado en todas las bibliotecas, han recogido innumerables datos, han copiado incesantemente lo que todos han dicho antes. Acaso han jugado bien con las palabras, pero tienen gastado el nervio óptico de ver lejos y, un buen día, nos vienen al encuentro con un librote absurdo y extemporáneo que pone a saltar de susto a cuanto caballejo con anteojeras arrastra por ahí su pesado carro de insensatez. Esos señores me dan lástima. Y digo que me dan lástima, por el mucho tiempo despilfarrado en largas vigilias estudiosas que han tenido por único fin acortarles la vista y sombrearles el entendimiento.

Cabe perfectamente en la casilla clasificada de estos miopes inevitables, el que en nuestros días quiera negar, por ejemplo, el valor clásico, ya indiscutible, que representa en la literatura de España y América el nombre de Rubén Darío. A Darío se le discutió en su tiempo, cuando debía discutírsele. Uno de los que más saña pusieron en la obra y en la vida del gran poeta de Nicaragua, fue, quizás, Bobadilla, a quien el propio Darío calificó de infame. Ah, pero Bobadilla era infame siquiera, y sus infamias las cometía con oportunidad y acaso hasta con talento. Eran, además, hijas muy legítimas y muy lógicas de una reacción de la época en contra de algo efectivo y nuevo que venía, eran iras apasionadas por una causa en derrota, por lo que él (Bobadilla) consideraba como una tradición de siglos. Eso se entiende. Mas hoy es otra cosa.

Quien pretenda en la actualidad discutir lo que ya está discutido, quien con tan poca clareza de inteligencia busque clasificar en grupo aparte y, como un valor dudoso al que para todos los hombres de mi tiempo pertenece a la gran familia de los clásicos, quien hable hoy de modernismo cuando espíritus más amplios e inquietos logran atrevidamente expresiones y formas avanzadas hacia el futuro, no merece la   —227→   menor atención de nadie que tenga bien conformados los sentidos para entender. Ello no es a la postre sino una puerilidad sin importancia, inocente incomprensión de quien seguramente se ha ganado ya el cielo de los bienaventurados.

Un vigoroso escritor suramericano ha dicho de los versos a la manera de Darío que pertenecen al pasatismo. Y con tal expresión ha querido significar este número de vanguardia en la decantada revolución del arte nuevo, todo el vastísimo campo con que hoy puede contar un poeta o un escritor para desarrollar su modo y su personalidad, fuera de la escuela o, mejor, la manera peculiarísima de Darío. Dice pasatismo como pudiera decir clasicismo. Algo que por destacado, grande y puro, pertenece él solo, individualmente, a la estupenda legión de los iguales, sin sectarismos de bandos ni clasificaciones de escuelas.

Ya lo rectificó Moréas, el griego simbolista, no existen las escuelas sino la belleza. Y la belleza es eternamente clásica. Por eso Darío es tan clásico como Homero, tan clásico como Calderón, tan clásico com Verlaine. Y clásicos serán también un día estos poetas de ahora que buscan alejarse cada vez más del llamado pasatismo, siempre que la obra sincera y audaz cristalice, no importa en qué forma ni en qué molde, en belleza imperecedera y desnuda.

Al modernismo se le llama hoy pasatismo. Es, pues, no pertenecer a su época, no vivir en su tiempo, quien de pronto aparezca asombrándose de la revolución rubendariana. Además, es dudoso creer que haya efectivas revoluciones en arte. Lo que realmente existe, y esto no se escapa a los ojos de ningún espíritu comprensivo, es el temperamento artístico, el artista en sí mismo, que ve, piensa y siente las cosas solamente consigo como no las ve, ni las piensa, ni las siente otro, lo cual viene a constituir la obra original, perdurable y clásica.

No obstante, el numeroso rebaño de los cientificistas y pedagogos del arte, persistirá hasta el fin de los siglos en fabricar teorías, imponer moldes, discutir lo indiscutible, asustar a los ingenuos y fastidiar a los que hicieron y hacen lo que ha borrado en ellos para siempre la larga sombra de las vigilias y la polilla y el polvo de bibliotecas y archivos.

[Elite, I, 12, Caracas, 5 de diciembre de 1925].



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ArribaAbajoEl Futurismo

Arturo Uslar Pietri


Nuestros tiempos, que pecan por tomar demasiado a la ligera las ideas, sin cuidarse de su fondo íntimo sino sólo de la vestidura de vaga apariencia que las recubre, como si intentase una descabellada revancha contra aquellos espesos tratados que en otras épocas provocaba cualquier nimiedad; nuestros tiempos, como decimos, han teñido de una bufonesca aureola la heroica tendencia futurista.

Se ha hecho chiste para la carcajada mayor de la masa; se han dicho frases edificantes y consoladoras para el panzudo burgués temeroso de tales tentativas y «Don Perfecto Nadie» está satisfecho, porque con los oídos obstruidos de algodón no oye el grito de las fanfarrias que se avecinan.

Se ha hablado de locura, de manía de notoriedad y se ha pintado a Marinetti como un excéntrico ridículo, hondo de sofismas, que aturde las gentes con su pomposa vaciedad.

Es por eso que nosotros con lo escaso de nuestra autoridad y lo más menguado aún de nuestros conocimientos, nos hemos resuelto a hablar de esta leal intención del futurismo que tanto de justicia necesita.

Ahora que los pacifistas constituyen pretenciosas asociaciones de tutela internacional, que se escriben gruesos libracos sobre el desarme y la paz universal, el futurismo valientemente afirma que la guerra es la única higiene del mundo.

No sólo es esto así en un sentido humano, dado que la batalla es la mejor escuela de energía, sino que también lo es certísimo por el lado biológico, porque, como con lujo de evidencia lo ha señalado Darwin, la lucha es el más poderoso medio de selección porque ella conserva los   —230→   mejores y los más aptos y hace desaparecer los inútiles y los rezagados: parásitos de la humanidad.

Sancho abominaría de estas audacias, el Caballero de la Triste Figura embrazaría la draga y, lanza en ristre iríase tras los vuelos de esta bandera magnífica.

Y hay que ver que en esto no hay solamente una inclinación admirativa por el combate, forma estética, quizá, la más alta a la que la epopeya apenas mal traduce, sino también una pura simiente ética tan vieja como el hombre y tan nueva como el sol en cada madrugada; ética que es perfectísima porque evoluciona con el hombre y da su mordisco de cincel para la gloria del bloque marmóreo y que además es redentora porque va tinta de sangre como los hierros del martirio.

Pero no vaya a confundírsela por esto con la idea anarquista, en ella la guerra es un modo de llegar, en el futurismo es la llegada misma.

El credo futurista no quiere más cosas decadentes; él clama contra la belleza-mujer, contra esa fuerza antropomorfa que ha encadenado la vida del hombre en un fatal derrotero por largos siglos hediondos a flores de cementerio. Él no quiere saber del amor, cantinela de inferiores, la mujer es un órgano complementario, cesada su función fisiológica no tiene otro interés; hay que librar el arte del «gran claro de luna romántico que baña la fachada del burdel».

Sobre la mujer se ha agrupado un cúmulo de mirajes que la desfiguran, los ineptos han revestido su misión de mil falsos aspectos que van desde la continencia ascética, ferrada y fabulosa, pasando por las borrascas bestiales hasta las mediastintas enfermas del modernismo que cantan una vaga antífona de delectación hermafrodita.

Cuando desaparezca el fantasma romántico todo quedará tan sencillo y tan claro como las cosas de la naturaleza.

Pero he aquí que entonces habrá llegado el hombre futuro.

La máquina, la máquina que es bella con sus crestas de fuego, que gime, que ruge, que corta los aires con su vuelo, que pone a vibrar el ambiente con la invisible voltereta de su brazo giratorio en la hélice, la inconcebible máquina de mañana, bella y perfecta sobre toda virtud, ha de llenar el vacío de la mujer en el arte y en el mundo.

  —231→  

Ya Marinetti ha dicho que un bólido de carrera lanzado a toda la furia de su motor es más bello que la Victoria de Samotracia.

Cuando hayan desaparecido las viejas pautas y reglamentaciones, cuando se hayan cerrado los museos y las academias, cuando cada uno dé solamente lo que tiene en sí de puro, entonces habrá llegado el reino del hombre mecanizado.

La tierra será infinita en perfecciones sucesivas hasta el advenimiento de Gazurmah, el héroe vigilante, que como no nacido de mujer no ha de estar sujeto a las limitaciones de la carne.

Destruidos los nexos humanos por el amor libre desaparecerá el paterno y el filial, es entonces cuando se anunciará la grande aurora.

Gazurmah el héroe vigilante, que ha de irse a los aires arrastrado de sus alas eternas integrará el símbolo; por sobre los humanos, por sobre los ecos, muy más allá de donde se extenúa la mirada humana en el sentido de lo vertical ha de subir el ansia de renovación siempre más alta para señorear el cielo infinito, como la espuma de borrasca que ha escupido la cara del César en la borda de su trirreme áureo.

[Índice, I, 1, Maracaibo, 19 de febrero de 1927].



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ArribaAbajoLa literatura de pasado mañana

Pastor Ollarves


Cabe preguntarse qué será de la literatura dentro de dos, tres siglos... o cuatro, o echen ustedes los siglos que quieran. Porque como ustedes habrán oído decir, la renovación se impone y nadie se conformará, ni nuestros nietos creo que sean tan tontos para conformarse con el sonsonete de los viejos ritmos cansados y de las normas «decrépitas».

Esto de la literatura de pasado mañana, aunque no preocupa a los críticos, que no tienen tiempo de ocuparse de las obras nuevas que les caen en las manos, es algo interesante para aquéllos cuya imaginación no se detiene ante la limitación del tiempo que corre. Por mi parte, ni corto ni perezoso, me he puesto a hacer la mar de reflexiones sobre el asunto.

Ah! ¿y el futurismo? Parece que esta modalidad literaria no ha logrado imponerse pero, ¿ha sido del todo inútil el futurismo? Es posible suponer que si no ha logrado todos sus propósitos de renovación, al menos ha contribuido a que la poesía se desligue del concepto neo-clásico y vuele libre hacia regiones inexploradas. Los poetas cantan ahora de una manera nueva. Ensayan la nueva poesía de las óperas del porvenir. Tratan de interpretar la naturaleza por sitios donde nadie se había aventurado. Han dejado ellos resueltamente atrás, con una audacia admirable, a los viejos maestros, y es gracias a estas audacias juveniles que ahora vemos asomar el verde ojillo primaveral de este pichón de nueva poesía.

El futurismo no nos ha logrado sorprender del todo, y es que en este siglo el asombro es «tardo en humear». Estamos acostumbrados a las más imponderables paradojas, y para conmovernos sería preciso no que un pobre mortal se nos presentase con una orquestación verbal nunca   —234→   oída, sino que se abriera de repente el cielo azul y nos mostrase de una vez la razón de ser de sus maravillas...

Calderón logró asombrar a sus contemporáneos, cuando valiéndose de una metáfora dijo un día que el pez era un bajel de escamas. Pero entonces estaban los españoles no muy lejos de Alexander, y de entonces acá las letras han bailado el charleston de todas las reformas.

No se puede negar, aunque esto parezca otra paradoja, que la literatura es de esencia puramente conservadora. Ella está en riña abierta con el progreso. El maquinismo le hace daño, porque ella requiere tiempo, vagar, pereza. La literatura florece donde le dan más campo de acción, donde la miman... Por eso, tal vez, los españoles son tan buenos literatos y los franceses. Por eso los yankis la van dejando en manos de las mujeres...

Pero, el progreso, la civilización y... el dinero que corre hacia sus tremendos fines empujarán, quieras o no, a la literatura a ir de prisa y hacia nuevos horizontes...

Y en resumen, esto no está del todo mal. Por mi parte, si yo fuera poeta, le haría una oda a cuanto chorro de petróleo salta en el Zulia...

[Fantoches, V, 198, Caracas (11 de mayo de 1927), p. 2].



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ArribaAbajoEl vanguardismo

Manuel Pereira Machado


Caracas, 22 de noviembre. Apartado como me encuentro, desde ha varios meses, de todo lo que a literatura se refiere, en parte por dolorosa convicción de su inutilidad en nuestro medio y, de otra por la necesidad de emplear mi tiempo en labores más «yanquis», no había podido darme cuenta de los extremos a que ha llegado la revolución que los Alberto Hidalgo, los Silva Valdez y los Llorens Torres han concitado en nuestra juventud intelectual. Todos los escritores noveles quieren seguir sus huellas, y el vanguardismo nos ha caído encima como una locura epidémica... Por todas partes oigo a los jóvenes literatos: «¡Yo soy vanguardista!». Y no conociendo la acepción literaria de la palabreja, me decidí, confesando paladinamente mi ignorancia, a preguntar a un amigo el sentido esotérico del vocablo.

-«Oh! El vanguardismo es la suprema expresión de la literatura del día! El dernier cri de la poesía en Suramérica...! El vanguardismo es este verso formidable de su Pontífice en el Perú: «la REVOLUCIÓN es una palabra que se dice con los puños».

Como mis rudos oídos de versificador a la antigua, no supieron distinguir el verso en el verso que me recitó mi exaltado amigo, como un estampido de cañón, urdió luego una entusiasta disertación acerca de la poesía ultra-moderna, empezando por explicarme la novedad de que ahora el verso no es la estrofa, sino una línea de palabras que, aunque no tienen ritmo ni rima (también me dijo que el ritmo no es la rima), llevan en sí la música interior, la cual pueden oír sólo aquéllos que tienen el sentido auditivo finalmente cultivado..., «Y la prueba de que el vanguardismo es el triunfante la tendrás si lees las revistas de la Argentina, La Habana, el Perú, Montevideo, etc...».

  —236→  

Yo quedé literalmente hebetado (¿esta bonita palabra no será vanguardista?) ante aquella tromba de entusiasmo; pero después que me despedí del amigo y reflexioné largamente sobre nuestra charla, he sacado en conclusión que la nueva modalidad poética del día no es ni tan nueva ni tan formidable como sus adeptos nos la pintan.

Bien examinado el asunto, yo aseguraría que el Apocalipsis de Juan de Patmos es un poema místico escrito en el más puro estilo vanguardista, con todas las características que le distinguen, ¡y cuenta ya la friolera de dieciocho centurias, poco más o menos! Góngora fue un maestro del vanguardismo en el siglo XVI, aunque sin romper con las leyes del metro; Mallarmé, Gautier, Rimbaud, etc., fueron vanguardistas de su época, aunque se sometieron a las normas del ritmo y de la rima; y en cuanto a los iniciadores del movimiento primitivo que originó esta babel actual: del Casal, Darío, Lugones, Herrera y Reissig, si renovaron el espíritu de la poesía y revolucionaron la forma, dándole mayor amplitud a la estrechez de los moldes clásicos, supieron conservarse, sin embargo, dentro de ciertos cánones inviolables; y el último superviviente de ese movimiento, el enorme Lugones, no ha desdeñado ceñirse de nuevo a los preceptos de la Métrica y es el primero en reconocer hoy que el verso sin ritmo es una locura del momento, como el jazz-band en la música, y está llamado a desaparecer.

No se crea que pertenezco al grupo de los estancados, por lo antedicho: soy tan amante de la renovación y del progreso -progreso y renovación en todos los órdenes como el que más; pero sí le pido a los renovadores, a los que crean valores nuevos, renovación ascendente y valores nuevos de verdadera superioridad; y aunque soy idólatra de la libertad también en todos los planos no soy partidario de la anarquía, que sólo engendra el desorden, el caos. Y no es otra cosa que el caos lo que ha surgido de esas novísimas tendencias del arte: cada cual pretende erigirse en jefe de una escuela nueva, de una suprema modalidad artística, que en realidad no encierra arte supremo sino un cúmulo de extravagancias a cual más incomprensibles, que ellos denominan estilo original. Solamente en París hay más de veinte escuelas poéticas: expresionismo, sintetismo, subjetivismo, rapidismo, ultraísmo, etc., y a la cabeza de cada una de ellas un pontífice que imagina ser el centro del Universo con sus poemas descoyuntados, inconexos, absurdos, donde hierve una abstrusa ideología de delirio.

  —237→  

Reconozco, también, el auténtico talento que poseen algunos de esos poetas, que sólo por un afán vanidoso de originalidad y exhibicionismo pueden incurrir en ciertas extravagancias, y no niego la belleza de algunas producciones ultramodernas; pero, en su mayoría, por un afán morboso de pseudo-originalidad no sólo convierten las ideas en galimatías, sino que destrozan la gramática, suprimiendo las mayúsculas y los signos de puntuación y haciendo uso de signos de su esotérico lenguaje; y de ahí esos versos descoyuntados, que no se distinguen de la prosa sino por la partición arbitraria de los renglones, donde encajan expresiones retorcidas, metáforas desconcertantes, pensamientos contorsionados y desfigurados hasta volverlos impenetrables, a lo menos para los que no tenemos la dicha de poseer el sexto sentido... Mas, a pesar de todas esas aparentes dificultades que presenta ese estilo novísimo, cualquiera incapaz de distinguir la diferencia entre un eneasílabo y un alejandrino y de escribir un cuarteto de perfecta factura clásica, puede fácilmente lanzar su poema vanguardista y destacarse entre los geniales de nuevo cuño, porque la característica primordial del genio al día es volverse oscuro y disparatero hasta su máxima expresión.

Y para demostraros la facilidad de los novísimos versos, insertaré éstos que escribí para el caso en dos minutos:




«MEDIODÍA»


Helios es un acumulador zenital
que arroja sobre el PLANETA Nº 3
del sistema...
sus olas irradiantes a 40º Farenheit
y la acequia es una larga herida de
gleba cicatrizada
por el Termo-Cauterio solar
los tentáculos del frijolar se contorsio-
nan
con 40º de fiebre que calcinan su san-
gre verde
y se retuercen sobre las cañas del maíz
en la angustia de su dipsomanía febril...
Y el maizal con sus panojas requemadas
—138→
forma
un
incendio óptico que
acuchilla el éther inmóvil
con sus puñales agudos de oro.

Perdonen los lectores si no he imitado a cabalidad el modus facendi vanguardista, pero esto se debe a que aún no está mi cerebro completamente desequilibrado como es necesario para llegar a la perfección.

Cuando uno de estos poetas de verdadero talento, atacados del mal de la innovación, escriben, por ejemplo: «los ratones-detrás de la mampara-escriben a máquina», «caballo del diablo-clave de vidrio-con alas de talco»; «los árboles que no dan flores-dan nidos»; -«sale de un rincón-entre un paréntesis-y una interrogación»; «caballo las semillas de mamey de tus ojos», y la lista de versos similares sería inacabable, yo admiro la agudeza del uno, la síntesis sutil del otro, el símil gracioso de aquél; mas estoy muy lejos de considerar estas sutilezas como supremas normas literarias y las juzgo sólo como simples jeux d'exprit et sottises de l'intelligence... Y es que, aparte de los elementos de métrica y de rima que constituyen el lenguaje poético, existe el elemento emotivo, que es su alma; y al pretender despojarla de éste, por no incurrir en lo que han dado en llamar las sensiblerías románticas del novecientos, lo dejamos convertido en un esqueleto desarticulado que baila un charlestón al compás de otro producto musical del vanguardismo: el jazz band...

La mejor definición que he visto de la poesía es: «el arte de pensar en imágenes y de expresarse en ritmos». Pero el mismo arte de pensar en imágenes está sometido a ciertas disciplinas de retórica, que no se pueden infringir sin recaer en la extravagancia. Cuando descomponemos el orden lógico de los pensamientos para expresarlos por una aglomeración de metáforas y alegorías, dispuestas sin orden, oscurecemos la idea sin que por ello la hagamos original. Y es que la originalidad radica: no en decir las cosas en frases enigmáticas y enrevesadas, sino en imprimir a las cosas que expresamos en lenguaje claro, el sello personalísimo de nuestro propio sentir y decir; convencidos que nuestra limitación sensorial y verbal, a menos de pertenecer a un escaso número de privilegiados, no nos permitirá sentir y decir sino lo mismo que miles de seres han sentido y dicho a su vez con la sola diferencia de algo que podríamos llamar modalidades íntimas, las cuales son formas peculiares del   —239→   sentimiento y la expresión en cada uno -clave de la única originalidad a que podemos aspirar- y pertenecen a la psicología del escritor. Todo lo demás que se intenta en el sentido de originalizarse, es locura o vanidad, vértigo de este siglo, «de las troikas de 1000 h. p. sintéticos dirigidos por las riendas del radio», y de la cual se ríen los que conservan todavía una pequeña dosis de la cordura antigua.

[Fantoches, V, 228, Caracas (7 de diciembre de 1927), pp. 5-6].



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ArribaAbajoLa Vanguardia, fenómeno cultural

Arturo Uslar Pietri


Caracas, noviembre, 1927. Los seres y las cosas varían según el aspecto por donde se les enfoque, así la labor del crítico ha de ser, esencialmente, la de buscar el aspecto característico y auténtico.

Vistas con un criterio de dibujante de mapas, América y Europa son dos porciones planetarias extrañas y hasta opuestas, y lo que en una surge no puede en la otra florecer sin (q)ue se trate de un hurto flagrante.

Pero la realidad es otra, la verdadera perspectiva: distinta.

El universo, como cosa viva, lleva su evolución sometida a formas exactas y determinables, como ya lo ha dicho e intentado Oswald Spengler en su filosofía moza.

El universo se halla dividido en culturas, autóctonas porciones de intelección distinta, independientes de su sujeto, como que viven su ciclo aun cuando los hombres y los pueblos que las sustentan desaparezcan. No se matan culturas.

Como seres vivientes las culturas están sometidas a una fenomenología dada, trazan parábolas de existencia con génesis y crisis, sufren el moldeamiento de las evoluciones y las define la fuga cronológica.

Una de estas culturas es la Occidental, en el sentido que Occidente tiene para los hombres de Asia, cultura que viene del hervidero latino, para ensancharse en los pueblos romances y atrapar de este otro lado del mar la América íntegra. Así la cultura occidental es de Europa y América, en una masa sola, en un sentido más amplio que el de fronteras y continentes.

  —242→  

Apunto estos conceptos para explicar un fenómeno de nuestra cultura. En el momento histórico que atravesamos -y este momento es de muchos años- ha surgido una nueva inteligencia del arte, una nueva configuración estética, hecha de puntos de vista y de medios desconocidos de otras épocas, complexo [sic] que se denomina en sus variadas manifestaciones con el nombre genérico de vanguardia.

Ha comenzado en balbuceos y en núcleos limitados, y aun cuando ha avanzado mucho en la gracia de la comprensión y de la amplitud no creemos por esto que haya llegado a su logro pleno.

Así, como antes de que haya llegado a dominarlo por completo, se advierte sólo en ciertas células la transformación del organismo, como que todas las cosas tienen que partir de un comienzo, así esta evolución cultural ha comenzado por casos aislados.

Es primero Góngora, y luego ya más cerca, tomándolos en bloque amorfo, Goya, Walt Whitman, Mallarmé, Wilde, Lautréamont, Rimbaud, Marinetti, Cocteau, Picasso, Tristán Tzara, Huidobro, y luego el movimiento compacto y ya definido como una actitud de la civilización.

Pero ha habido sin embargo hombres superficiales que han tomado la vanguardia como una excentricidad de artistas ociosos, como un aspecto de la antigua manía bohemia de epatar los burgueses, localizándola como propia del grupo que por mayores facilidades del medio y ubicación ha podido vocearla más, colocados sobre esta falsa base han intentado gritar que las nuevas generaciones de América son plagiarias del arte moderno europeo.

Uno de éstos es César Vallejo, sudamericano, quien enrostra a las gentes jóvenes del continente tamaña vaciedad. Bien se ve que no se ha tomado el trabajo de saber que pertenecemos a una cultura, en todo el ancho sentido que encierra el puñado de letras, y que un fenómeno de ella ha de arropar a todos los hombres que la constituyen con las necesidades de las fuerzas fisiológicas, sin que puedan decirse plagiarios los unos de los otros, pero sí con el derecho de llamar desertores o rezagados a los que no tienen el valor de colocarse en su momento histórico.

La vanguardia no es ni individual, ni nacional, es un fenómeno de nuestra cultura que cae sobre todos y que estamos en el deber de ponerle los hombros para que se apoye.

  —243→  

No solamente América no es plagiaria de las vanguardias del otro lado, sino que también ha hecho su aporte considerable y noble y alto y pesado.

Nuestra gesta de acá ha tenido precursores en Darío y Herrera y Reissig, sobre todo este último, asombrosa ubre de prodigios; cultores destacados desde las iniciaciones tales como Tablada, uno de los más acreditados importadores del Hai-kai en lenguas de la latinidad, y cuyos entretenimientos ideográficos no palidecen ante los Caligrammes de Apollinaire.

Aun dentro de la estrechez preceptiva de las retóricas antiguas, con su mortal standardización de la física de la estética lograron destacarse reciamente perfiles autóctonos de nuestra porción geográfica sin que pudiese enrostrárseles vislumbres de plagio, no sé con qué fundamentos podría esgrimirse ahora tamaña calumnia dentro de la fabulosa libertad del arte recién nacido.

Si son los rótulos los que atraen la epidérmica atención de Vallejo, el continente los ha dado con una autonomía que habla bastante alto de la labor de nuestras juventudes.

Allí está el Vedrinismo antillano, movimiento que ahora se abre con la expresión inicial del vuelo; y la parvada autogenésica del Estridentismo mexicano, y las realizaciones del Nativismo uruguayo, amplio pedestal de Silva Valdés.

Aún no se ha podido probar que el Creacionismo no sea hijo de Huidobro y nieto de Chile, a pesar de las vociferaciones de Reverdy y demás pretendientes franceses.

Además lo que la vanguardia quiere es que las cosas se digan como se sienten o como se crea que deban decirse sin necesidad de someterlas a moldes muertos, en los que la iniciativa individual se aplasta de medidas rígidas, y los que, por otra parte, en su momento fueron también novedosos, revolucionarios y de extrema izquierda.

Ya la estética había llegado al manual, con un puñado de reglas era posible hacer el arte, sólo ha faltado la máquina de producir; es bastante conocida la muletilla de los criticoides para salvar las infusiones de los retóricos dosimétricos: «son versos perfectos, inatacables».

  —244→  

Es sólo ahora, dentro de las nuevas tendencias, cuando podemos llegar a la obra de arte puro, a aquella que contra todas las reglas de accesibilidad y de realización y sin secreto profesional produce definitivamente claro el sentimiento estético.

Nuestras gentes están cantando lo que el momento requiere de viril y fecundo, apartando todo follaje y todo miriñaque, porque es más noble la raíz desnuda y la carne sin velos que todos los medios tonos decadentes.

Nuestra América canta su momento y para ello sólo quiere a los de buena voluntad, somos fieles a las reclamaciones de nuestra cultura.

¿Que la obra de estas generaciones es transitoria? Eso no interesa. Trabajamos con una convicción nunista, en el sentido que ha dado a la frase Birot, conscientes de que tenemos la obligación de vivir y sentir el minuto que se va y de que carecemos del derecho de hurtarle sitio a las generaciones futuras con obras frías y fósiles permanecen.

[El Universal, XIX, 6674, Caracas (10 de diciembre de 1927), p. 5].





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ArribaAbajoApéndice III

La Semana del Estudiante: 1928


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ArribaAbajoEl canto de la madre y de la universidad

Jacinto Fombona Pachano




Compañeros, entre vosotros
yo era el de los que tenían
-ya lo dije una vez- más de cigarra
que de hormiga.

Cigarra fui porque viví cantando
y porque canto todavía:
pero no la cigarra
de la fábula antigua:
puse mi gota de sudor en cada
minuto de mi vida.
Bien lo sabéis vosotros, y está claro
que en esta hora definitiva
de izar las velas y estrechar la mano
de la despedida,
y en que, como dijo el apóstol,
está ganado el pan, mi verso diga.
Es humilde mi verso, pero rudo
como una mano encallecida
-mano de mi hermano el obrero,
que es la única mano limpia-.
Y es en su pequeñez mi verso cabal gota de agua
en donde mis estrellas se multiplican,
y en donde cabe toda
la historia de mi vida:
vida y verso deben ser uno
como son uno el sol y el prisma.
—248→

Y aquí me tenéis, compañeros,
con mi verso y mi vida.
Nunca trepó más alto la cigarra
que a la cima de este árbol de la sabiduría,
árbol de Santa Rosa, tribuna
de la cátedra teologal y patricia,
árbol de Santa Rosa, patrona
de América Latina...
Yo sé que no disuena aquí la voz de la cigarra,
(y tú también, Santa Rosa, solías
quemar el incienso de tus oraciones
en tu brasa de cigarra mística).

Árbol de la ciencia y la hazaña,
gemelo de la ceiba, tradicional y magnífica,
que entre la Universidad y el Capitolio
se renueva de esperanza todavía,
árbol a cuya sombra dialogaron,
antes de la Victoria, los estudiantes de José Félix Ribas,
árbol casero de la patria grande,
árbol que resplandece cada día
con las verdes voces inaugurales
de los que llegan puros bajo su cima,
y muerden su corteza que es dulce y que es amarga,
árbol de la patria integral,
como el seno de una madre viuda
en donde sorbe el hijo la orfandad y la vida...

Tribuna de los vejámenes
de cuando los doctores salían
de la Universidad a hacer la patria,
la patria encrespada y bravía,
patria de establo, sin hidrocarburos,
y caballos sin gasolina,
y de los Congresos de Angostura,
y de la Mata de la Miel y Mucuritas,
la de mano portentosa
que como estrellas esparció provincias
—249→
en el azul del génesis
de la América bíblica...

Yo sé que no disuena aquí la voz de la cigarra.
Tiene un puesto en tu árbol, Santa Rosa de Lima,
con su guitara tropical y rústica,
para cantar esta historia sencilla,
para cantar, cantar el júbilo
de este día,
que también es tristeza,
tristeza de la casa sola,
tristeza de la madre muerta...
Pero alegría, sí, alegría
de cumplir con ella,
con ella que me puso adentro
esta llama de patria que me rebela,
ella que en sus rodillas cuando niño
me cantó el himno de la Gesta,
himno del bravo pueblo
con que arrullan las madres de Venezuela...!

Que cuando hablaba de mi padre me decía:
«Era un ciudadano, era
como yo quiero
que tú seas...»
Y yo miraba como ahora miro
el sereno algodón de su cabeza,
grave de luz tranquila bajo la tarde dulce,
en el silencio de la casa vieja...
Y miraba en su voz florecer las palabras,
el árbol de su voz, la gracia fresca
del árbol de su voz con sol y lluvia,
velo de lluvia que velaba apenas
el árbol de su voz, si estaba herido,
en el darse de la ternura perfecta;
y aureola del árbol de su voz florecido
una vez que la gloria me abrió sitio en su mesa...
—250→

Mas negros leñadores
me lo talaron y cayó por tierra.
Y yo era cigarra que cantaba en su cima,
que siempre estuvo para mí en primavera,
no tuve dónde refugiar mi canto
de cigarra huérfana.
Y fui de árbol en árbol, sin apegarme a ninguno,
ninguno como el suyo en gracia y fuerza...
Pero ya tengo ahora,
porque me lo hizo ella,
un escudo para la vida,
y puedo alzar el canto que le debiera,
desde tu propia cima, árbol de Santa Rosa,
símbolo de la hazaña y de la ciencia,
de cuya sombra ha de esperarse
con la gran fe cristalizada en gema,
que han de salir para el futuro,
como en las bravas épocas,
los doctores bizarros,
los forjadores de la patria recia!

Y ahora voy a ti, madre,
para dejar sobre tu huesa
el lienzo que sólo a ti debo:
es todo lo que pude recoger en tu ausencia,
y este canto que es también tuyo,
porque lo libré de impureza,
lleno de tu recuerdo claro,
y como tú querías, de la férrea
virtud del varón probo
que fue tu compañero y tu poeta,
y me dio el blasón de su nombre
para ser ciudadano de Venezuela!

[El Heraldo, 1725, Caracas (28 de diciembre de 1928), p. 1. Publicado el mismo día en Mundial].



  —251→  

ArribaAbajoLa boina del estudiante

Antonio Arráiz




Carezco de voz para Lindbergh.
En cambio, canto
la boina del estudiante.

El trueno de cosa potente
no tiene eco en mis sentimientos.
La sonrisa del hombre
que tiende su mano enguantada300

con cierto desdén
de audiencia en salón de magnate
se hace vacía para mí.

Aunque el héroe sea un niño
y en su heroicidad semidiós,
tras el cutis de rosa y los dientes ingenuos,
me hiela la intención.

Mi canto es para la loca fuerza atolondrada,
la pupila serena,
la turbia mezcolanza de candor y de ciencia,
el «sacalapatalajá»
y la boina del estudiante.
—252→

Al lado del caballo crinado,
que arranca a correr del pretérito
y lo resume en sus pezuñas,
ya tenemos el emblema
para la Venezuela del porvenir:
una boina.

Cosmopolita, cándida, individual, rebelde,
primera expresión concreta
de un sentimiento que se afirma:
la personalidad nacional.

Boina deportista, boina ventolera,
boina vasca que se injerta en nosotros
(vasca, como aquel otro que también se injertó),
loca boina estudiantil:
ya busca su puesto en el mundo, al lado
del capelo de Oxford y el manto de Heidelberg.

Cuando los vi mezclarse entre la turbamulta
yo me quedé perplejo, con vaga sensación:
las boinas oscuras entre los hombres grises
eran una lluvia de semillas.

Compañero:
Ya existe la señal de confianza y de amistad.
Cuando sea el muchacho sonriente que usa boina,
desparrama la puerta de tu cordialidad
al mensajero de la buena esperanza.

[Tomado de Pedro N. Pereira: En la prisión. Caracas: Editorial Avila Gráfica, 1952, pp. 216-217. Lleva la fecha 7 de febrero de 1928].



  —253→  

ArribaAbajoHimno de los estudiantes

Andrés Eloy Blanco




Estudiantes, nuestra llama
con dos símbolos inflama
el sol de la libertad:
Patria y luz bajo los cielos,
Patria de nuestros abuelos,
luz de la Universidad.

Estudiantes, alegría,
de locura y el deber,
y el cantar de cada día
y el amor de una mujer.

Gloria, amor; amor profundo,
amor del nuevo ideal,
amor para todo el mundo
y amor del bien y del mal.

Estudiantes, nuestra llama, etc.

Primavera provinciana
que nos viste despertar!
Provincia venezolana,
selva y llano, sierra y mar!

Novia del pueblo distante,
la que espera sin cesar,
la vuelta del estudiante
que salió para estudiar.
—254→

Estudiantes, nuestra llama, etc.

Gloria al gesto claro y noble
que encierra patria y amor,
que da la altivez del roble
y sobre el roble, la flor!

Gloria al sol, ave que vuela
por el cielo, cuyo añil
vio nacer a Venezuela
un día del mes de abril!

Estudiantes, nuestra llama
con dos símbolos inflama
el sol de la libertad:
Patria y luz bajo los cielos,
Patria de nuestros abuelos,
luz de la Universidad.

[Tomado de Pedro N. Pereira: En la prisión. Caracas: Editorial Avila Gráfica, 1952, pp. 217-218. Lleva fecha de febrero de 1928].



  —255→  

ArribaAbajoHomenaje y demanda del indio

Pío Tamayo


A Su Majestad Beatriz I,
Reina de los Estudiantes



Sangre en sangres dispersa
almagre oscuro y fuerte,
estirpe Jirajara,
cacique Totonó;
-baile de piaches, rezo de quenas-
soy un indio Tocuyo
yo.

Meseta brava y bella
que abre su arcada a los llanos
y sus patios a la luna;
patíbulo de Carvajal,
espinas de cardonales,
polvo y sol.
Altiplano tocuyano
que nutre su carne en jugos
blancos de cañamelar
y los hace sangre roja
en la flor del cafetal;
bueno y santo por la madre
y porque me enlaza hermano
del de la selva en Oriente
y del de la sierra al Sur.

Yo llegué de ese altiplano
a avivarme en mis hermanos
los de la Universidad
-savia en afanes quemada,
delirio del roble erguido-
—256→
y a rendirte mi homenaje
de indio triste,
Majestad.

Fracasa entre mi canto y mi altivez indígena
la intención en hinojos.
Humo leve de inciensos
como el que ardió en las aras de Tenochtitlán,
quemo en mi corazón,
y humillo el desgreñado orgullo de los vientos
con aguas de remansos,
cenizas de volcanes
y cánticos de amor.
-Así en la tierra antigua donde voló el faisán
usaba la liturgia de la proclamación-.

Los miles de estudiantes
-cada estudiante, Reina,
es un mundo en promesas y un trajín de tormentas-
han abierto hoy sus pechos sobre más infinitos,
al ver que oraculiza en tus manos llaneras
el tripartito escudo de su Federación.
Mañana, anhelo, pueblo,
Mirandinos colores de la emancipación!

Beatriz del estudiante,
centro de rebeldías,
corona de futuros;
bajo el palio de auroras de vuestro trono eres
la juvenil canción de amanecer,
el ensueño durmiente al amparo del alma
jubilosa y dinámica de la Federación
hecho viva esperanza
en tu luz de mujer.

Y digan con mis voces palabras de tus súbditos
que es tu reinado, Reina, el único acatable
en esta nutridora selva de Guaicaipuro,
de Mara y Yaracuy,
y del equino trueno
—257→
de los cien mil corceles
sobre el que galoparon
libertadas naciones.

Fugitivo perfil de la garza morena,
¡oh, perfume caliente de las mazorcas tempranas!,
durazno de oro en rama,
cosa dulce y romántica cuando se dice «amada»,
ternura inacabable de la venezolana,
orgullo de nosotros,
Reina en cuya belleza
riman nobles y claras mis palabras agrestes,
divinizo tu boca
tan ingenua y traviesa
diciendo la dulzura que oí yo ayer.
«Cuando yo sea abuelita
luciré mis trofeos y le diré a mis nietos
que fui Reina una vez».
¡Nuncio cándido y bello que sube a vuestros labios
la ternura sagrada que hará de vuestro ocaso
epílogo adorable de cuento de Perrault!

Os verán esos nietos luciendo edades regias
y sonreirán con Vos.
El mejor cortesano
-tendrá una voz mimada del Delfín-
solemne exclamará:
Abuelita: Santa Isabel de Portugal,
que convirtiera en rosas el pan de su bondad,
una noche de Reyes se entretuvo en decirme
que tú eras heredera de su linaje real.
Abuelita: desde aquel día te he visto
de reina el corazón.
Oyéndole, el más pícaro de ellos
vencerá en pugilato:
Desde aquel día?
Si ella nació con él!
Santa Isabel tenía muchísima razón.
—258→

Y ahora, Majestad,
con el sollozo esclavo de un jacaney rendido
el súbdito presenta su demanda ante Vos.
Descarnado de insomnios
se consume mi rostro
y los tiempos incrustan sus cauces en mis sienes,
retornan a romper las abras de los montes
baladros caquetíos,
se desatan los ecos de vencidos lamentos
y corren sobre el área salvaje de los llanos
o se extinguen muriendo en los seños intactos
de un Pacaraima hermético:
¡Me han quitado mi novia!
¡La novia que me quiso, mi novia enamorada!
Palabras que se dicen con la pena infinita
de quien ya no podrá volverlas a cambiar...

Qué bien decirte Tú,
como a mi novia, Reina.
En ti la miro a ella
y al mirarte me acuerdo...
Era de sol su carne y de un frágil metal.
El eco de sus voces era de acero azul.
Estaba hecha de alturas. A ti se parecía.

Yo fui su novio niño,
-ya lo hemos sido tantos-.
Cantar, correr, soñar,
en el soleado campo, en la vega porosa,
junto al lirio morado,
al laurel
y al signo rojo de las rosas.

Se adornaron mis labios con su nombre armonioso;
con su nombre que es música de banderas y estrellas.
Se miraron mis ojos en el ópalo grande
de sus ojos,
iguales al fanal de los tuyos.
Y el abrazo materno que de la tierra avanza
la confiaba amorosa sobre mi corazón!
—259→
¡Cómo me acuerdo, Reina!
Temblando bajo sombras la amaba con angustias,
en mis venas corrieron los miedos por su vida.
Y un día me la raptaron.
Un día se la llevaron.

Desde los horizontes,
allá donde hace señas de adioses el crepúsculo,
vi encenderse los últimos luceros de sus besos.

Aprestarse a la andanza, porque la hemos perdido,
¡y salir a buscarla!
¡Mirar cómo levantan asfixias hasta el cielo
las crestas de los cerros!
Agotarse llamándola en los senderos mudos.
Oscurecerse en noches solitario y rendido,
¡y sentirla que sufre y que se está muriendo!
¡Ah! Ya no puedo más, Reina Beatriz. ¡No puedo!
Vuelve a llorar el indio con su llanto agorero...

Pero no, Majestad,
que he llegado hasta hoy,
[y el nombre de esa novia se me parece a vos!
Se llama: ¡LIBERTAD!
Decidle a vuestros súbditos
-tan jóvenes que aún no pueden conocerla-
que salgan a buscarla, que la miren en vos,]301
¡vos, sonriente promesa de escondidos anhelos!
Vuestra justicia ordene,
y yo, enhiesto otra vez
-alegre el junco en silbo de indígena romero-,
armado de esperanzas como la antigua raza,
proseguiré en marcha.
Pues con Vos, Reina nuestra,
juvenil, en su trono, se instala el porvenir!

[Mundial, Caracas (7 de febrero de 1928)].



  —261→  

ArribaAbajoDiscurso en el Panteón Nacional

Jóvito Villalba


¡Majestad! ¡Compañeros!:

Desde la atalaya altísima de una tribuna, donde se forjó la redención todavía no cumplida de un pueblo, José Martí dijo cierta vez, como trompetazo de orgullo vidente, que al Libertador le faltaba mucho por hacer en América. Hoy, compañeros, en este día de la ofrenda, venimos ante el Libertador, porque ha llegado para él, precisamente, inminentemente, la hora de volver a ser.

Ante la conciencia libre de América, surge íntegro, encendido de fuerza, el grito de una protesta unánime, el mismo ideal de fraternidad latinoamericano que cien años antes cupo holgado en la mirada visionaria del Libertador; y en todos los espíritus de esta América española nuestra, ese ideal es lo bastante generoso para definir, frente a la absurda pretensión imperialista de otra raza, el destino altísimo de nuestra raza sudamericana.

Al propio tiempo, en tierras de Venezuela, reduciéndole al límite de la patria, la afirmación de que ha vuelto a sonar el momento del héroe se revela también, como nueva campanada para esta tumba gloriosa, en la inquietud de nosotros, que es la inquietud del gesto que ha de venir.

Por eso lo buscamos aquí, donde se halla incontaminado del ambiente, como soterráneo hontanar de idealismo para las generaciones de la patria, a fin de incorporarle en la recia cruzada de que es lírica y juvenil anunciación esta fiesta; y a fin de que volviéndose luminoso su recuerdo, en la oscuridad de esta hora les alimente la pupila a todos los que en la patria venezolana la conserven intacto, diáfana, transparente, después de haber estado de cara al sol durante veinte años.

  —262→  

Incorporándola a nosotros, su obra, que es todo él, se difundirá en nuestras almas como un soplo siempre nuevo de juventud eterna, «divino tesoro» que a través de cien años se nos guarda incólume, sin que la extinga en el eslabón de las generaciones patrias el brusco vacío de quienes renunciaron dolorosamente en la claudicación. Virtualidad propia de él es precisamente esa de poder renacer, sin resentirse de anacronismo, aquí, entre nosotros, en la Universidad, como un súbdito más de Beatriz I. Porque en el fondo de su obra se encuentra, como título de nacionalidad para nuestro venezolanísimo reinado universitario, el mismo comprensivo amor hacia la patria que todos los días diafaniza de ideal el alma lírica del estudiante. Porque él no fue sólo el Libertador, el hombre que condujo invicto un ejército ante el asombro inédito de un Continente. Todo eso; y sobre todo eso algo más: un hijo de América, que forjó ese ideal que fue hasta ayer demasiado alto para contarse, como un número más, junto a doctrinas oportunistas, en el programa teatral de Conferencias Panamericanas.

Como tal, como verdadero hijo de América, supo comprender y sentir en su honda belleza de sacrificio y de promesa, la angustia de esta raza americana nuestra, que había de buscar en la expiación de un siglo, el sentido total de su destino para el porvenir.

¡Libertador!: Ha llegado de nuevo la hora de tu acción, que coincide para nosotros con este momento de defínirnos ante el destino y ante nosotros mismos mismos. Sentado estás, como te vio Martí, en la roca de crear, con la Federación de Estudiantes, con esta fiesta de primavera universitaria, con el reinado de esta reina integral, ¡oh, samaritana de la siembra!, de cuya belleza trasciende hasta ti, como una parábola de lirismo, el viejo dolor de tu pueblo. Con todo eso, Libertador, volvemos propicio el surco para que hagáis en él otra vez tu arraigo de futuro. Y propiciado el surco, pedimos a tu serenidad con esta ofrenda, la palabra que ha de gestar el milagro bíblico de una nueva creación.

Habla, oh, Padre, ante la Universidad, porque sólo en la Universidad, donde se refugió la patria hace años, puede oírse otra vez tu voz rebelde de San Jacinto. En este sitio, cuando Beatriz I de Venezuela te haya ofrendado la nueva ternura de estas flores, dinos el secreto de tu orgullo, que es el mismo secreto de trescientos años, revelado ayer por el Avila, por el viejo monte caraqueño, a María de la   —263→   Concepción de América, en un día tuyo y nuestro, de julio de mil setecientos ochenta y tres.


Padre nuestro, Simón Bolívar,
padre nuestro, Libertador,
cómo han puesto los esbirros
tu Santiago de León.

[Pronunciado el 6 de febrero de 1928. Reconstruimos el texto a partir del que se reproduce en Documentos que hicieron historia (Caracas: Ediciones Conmemorativas del Sesquicentenario de la Independencia, 1962, tomo II, pp. 141-143), que está muy mutilado, y del que se publica en El Nacional (Caracas, 24 de febrero de 1978), tomado de la revista colombiana Universidad del 18 de agosto de 1928].



  —265→  

ArribaAbajoDiscurso en el Teatro Rívoli

Rómulo Betancourt


Beatriz I de la Universidad, reina y señora nuestra, coronela gallarda de este bravo batallón de muchachos que guardan y acrisolan en su agresivo aislamiento las mejores reservas dinámicas de la patria, a ti va por caminos inéditos mi palabra que no sabe de genuflexiones.

Debe vocearse recio para que se escuche lejos el sentido trascendente de estas fiestas, en las que quinientos venezolanos nuevos -¡limpios de claudicaciones, insospechables de oportunismo!- [halagan] a una mujer en actitud de vasallaje, ya sumisas las manos rebeldes, las manos que se han endurecido ciudadanamente en el roce cotidiano con los rudos cinceles con que en los pueblos olvidados de Dios se tatúan de gestos el espíritu de los escultores de su propia angustia.

Beatriz...: muchacha agreste, nacida en un pueblo de estos llanos nuestros, donde los nietos de los montoneros derrapados y libérrimos gritan su admonición de rebeldía que nadie oye: muchacha agreste, que tienes en tu sangre impetuosa, y en el color cálido de la piel asoleada y en el nocturno bárbaro trenzado al cabello, todo el ímpetu desbordado de la mujer de una raza que está gestando en su silencio grávido de anticipos el milagro de una nueva alborada en la senectud del mundo: en ti, su símbolo integral, estamos rindiendo un homenaje que debíamos los venezolanos decorosos a la mujer de Venezuela. Mujer leal, ingenuamente abnegada, que se dio toda a la clara misión de ungir con sus piedades nuestras miserias y nuestros dolores republicanos; mujer que en el suave apostolado de la novia nos reconforta con el vino amable de sus ternuras, y en el regazo de la madre, o en el recuerdo de su sonrisa inolvidable, es cordial refugio para el espíritu maltratado de incomprensiones. Cuántas veces un venezolano de estos tiempos, después del minuto de prueba colectiva, ya alejado de la multitud que recibiera sobre su frente el duro latigazo de la barbarie insolente, fue a   —266→   refugiar en la intimidad piadosa del hogar su rabia amordazada; y fueron entonces manos de mujer las que recogieron en su palma ahuecada el dolor de una lágrima, donde cristalizaron como dentro de un prisma de amarguras todos los dolores de un pueblo que, después de haber estado a la cabeza de América en su más alta ocasión gloriosa, ha venido cumpliendo a pasos de sacrificios los ciclos de una larga expiación!

Mujer de nuestra tierra: continúa siendo para nosotros -los esforzados paladines de la inconformidad- escudo y atalaya de ensueños, símbolo para el vuelo aquilino de la hazaña y campanada de apremio en la virtualidad alerta de la idea. En cambio, te hacemos, en este diáfano momento de la sinceridad, una promesa lírica. Escúchala atento, Beatriz I de la Universidad y de Venezuela, y difúndela a lo largo y a lo ancho de tus vastos dominios, ya amanecido el sol que ha de alumbrar la hora definitiva de su destino:

Si algún día imperativos de patria nos obligan a exponer a la intemperie de soles y lluvias la lanza historiada que nos legó N. S. Alonso Quijano, será orgullo nuestro conservar intacta en ella la silueta de la «dulce su enemiga» del Manchego, grabado por él -lo afirmo, aun cuando olvidó decirlo el parco biógrafo de sus hechos y hazañas- con un tosco guijarro, en una de sus largas noches meditativas en las soledades de Sierra Morena, después de la segunda salida...

[Pronunciado en el Teatro Rívoli de Caracas, el 8 de febrero de 1928, como clausura del recital poético. Tomamos el texto de la reproducción de El Nacional el 24 de febrero de 1978].