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GALATEA


    ¿A quién volveré los ojos
en el mal que se apareja,
-fol. 273v-
si, cuanto mi bien se aleja,
se acercan más mis enojos?
    A duro mal me condemna  5
el dolor que me destierra,
que si me acaba en mi tierra,
¿qué bien me hará en el ajena?
    ¡Oh justa amarga obediencia,
que por cumplirte he de dar  10
el sí que ha de confirmar
de mi muerte la sentencia!
    Puesta estoy en tanta mengua,
que por gran bien estimara
que la vida me faltara,  15
o, por lo menos, la lengua.
    Breves horas y cansadas
fueron las de mi contento;
eternas las del tormento,
mas confusas y pesadas.  20
    Gocé de mi libertad
en mi temprana sazón;
pero ya la subjeción
-fol. 274r-
anda tras mi voluntad.
    Ved si es el combate fiero  25
que dan a mi fantasía,
si al cabo de su porfía
he de querer y no quiero.
    ¡Oh fastidioso gobierno,
que a los respectos humanos  30
tengo de cruzar las manos
y abajar el cuello tierno!
    ¿Que tengo de despedirme
de ver el Tajo dorado?
¿Que ha de quedar mi ganado,  35
y yo, triste, he de partirme?
    ¿Que estos árboles sombríos
y estos anchos verdes prados
no serán ya más mirados
de los tristes ojos míos?  40
    Severo padre, ¿qué haces?
Mira que es cosa sabida
que a mí me quitas la vida
-fol. 274v-
con lo que a ti satisfaces.
    Si mis sospiros no valen  45
a descubrirte mi mengua,
lo que no puede mi lengua
mis ojos te lo señalen.
    Ya triste se me figura
el punto de mi partida,  50
la dulce gloria perdida
y la amarga sepultura.
    El rostro que no se alegra
del no conoscido esposo,
el camino trabajoso,  55
la antigua enfadosa suegra,
    y otros mil inconvinientes,
todos para mí contrarios;
los gustos extraordinarios
del esposo y sus parientes.  60
    Mas todos estos temores
que me figura mi suerte
se acabarán con la muerte,
que es el fin de los dolores.

  -fol. 275r-  

No cantó más Galatea, porque las lágrimas que derramaba le impidieron la voz, y aun el contento a todos los que escuchado la habían, porque luego supieron claramente lo que en confuso imaginaban del casamiento de Galatea con el lusitano pastor, y cuán contra su voluntad se hacía; pero a quien más sus lágrimas y sospiros lastimaron fue a Elicio, que diera él por remediarlas su vida, si en ella consistiera el remedio dellas; pero, aprovechándose de su discreción y disimulando el rostro el dolor que el alma sentía, él y Damón se llegaron adonde las pastoras estaban, a las cuales cortésmente saludaron, y con no menos cortesía fueron dellas rescibidos. Preguntó luego Galatea a Damón por su padre, y respondióle que en la ermita de Silerio quedaba, en compañía de Timbrio y Nísida y de todos los otros pastores que a Timbrio acompañaron; y asimesmo le dio cuenta del conoscimiento de Silerio y Timbrio y de los amores de Darinto y Blanca, la hermana de Nísida, con todas las particularidades   -fol. 275v-   que Timbrio había contado de lo que en el discurso de sus amores le había sucedido, a lo cual Galatea dijo:

-Dichoso Timbrio y dichosa Nísida, pues en tanta felicidad han parado los desasosiegos hasta aquí padecidos, con la cual pondréis en olvido los pasados desastres; antes servirán ellos de acrescentar vuestra gloria, pues se suele decir que la memoria de las pasadas calamidades augmenta el contento en las alegrías presentes. Mas, ¡ay del alma desdichada que se vee puesta en términos de acordarse del bien perdido, y con temor del mal que está por venir, sin que vea ni halle remedio ni medio alguno para estorbar la desventura que le está amenazando, pues tanto más fatigan los dolores cuanto más se temen!

-Verdad dices, hermosa Galatea -dijo Damón-, que no hay duda sino que el repentino y no esperado dolor que viene no fatiga tanto, aunque sobresalta, como el que con largo discurso de tiempo amenaza y quita todos los caminos de remediarse. Pero, con todo eso, digo, Galatea,   -fol. 276r-   que no da el cielo tan apurados los males que quite de todo en todo el remedio dellos, principalmente cuando nos los deja ver primero, porque parece que entonces quiere dar lugar al discurso de nuestra razón para que se ejercite y ocupe en templar o desviar las venideras desdichas, y muchas veces se contenta de fatigarnos con sólo tener ocupados nuestros ánimos con algún espacioso temor, sin que se venga a la ejecución del mal que se teme; y, cuando a ella se viniese, como no acabe la vida, ninguno, por ningún mal que padezca, debe desesperar del remedio.

-No dudo yo deso -replicó Galatea-, si fuesen tan ligeros los males que se temen o se padecen, que dejasen libre y desembarazado el discurso de nuestro entendimiento; pero bien sabes, Damón, que, cuando el mal es tal que se le puede dar este nombre, lo primero que hace es añublar nuestro sentido y aniquilar las fuerzas de nuestro albedrío, descaeciendo nuestra virtud   -fol. 276v-   de manera que apenas puede levantarse aunque más la solicite la esperanza.

-No sé yo, Galatea -respondió Damón-, cómo en tus verdes años puede caber tanta experiencia de los males, si no es que quieres que entendamos que tu mucha discreción se estiende a hablar por sciencia de las cosas; que, por otra manera, ninguna noticia dellas tienes.

-Pluguiera al cielo, discreto Damón -replicó Galatea-, que no pudiera contradecirte lo que dices, pues en ello granjeara dos cosas: quedar en la buena opinión que de mí tienes, y no sentir la pena que me hace hablar con tanta experiencia en ella.

Hasta este punto estuvo callando Elicio; pero, no pudiendo sufrir más ver a Galatea dar muestras del amargo dolor que padecía, le dijo:

-Si imaginas, por ventura, sin par Galatea, que la desdicha que te amenaza puede por alguna ser remediada, por lo que debes a la voluntad que para servirte de mí tienes conoscida, te ruego me la declares; y si esto no quisieres, por cumplir con lo que a la paternal obediencia   -fol. 277r-   debes, dame, a lo menos, licencia para que yo me oponga contra quien quisiere llevarnos destas riberas el tesoro de tu hermosura, que en ellas se ha criado. Y no entiendas, pastora, que presumo yo tanto de mí mesmo, que solo me atreva a cumplir con las obras lo que agora por palabras te ofrezco; que, puesto que el amor que te tengo para mayor empresa me da aliento, desconfío de mi ventura; y así, la habré de poner en las manos de la razón y en las de todos los pastores que por estas riberas de Tajo apascientan sus ganados, los cuales no querrán consentir que se les arrebate y quite delante de sus ojos el sol que los alumbra, y la discreción que los admira, y la belleza que los incita y anima a mil honrosas competencias. Ansí que, hermosa Galatea, en fe de la razón que he dicho y de la que tengo de adorarte, te hago este ofrescimiento, el cual te ha de obligar a que tu voluntad me descubras, para que yo no caiga en error de ir contra ella en cosa alguna; pero, considerando que la bondad y honestidad   -fol. 277v-   incomparable tuya te ha de mover a que correspondas antes al querer de tu padre que al tuyo, no quiero, pastora, que me le declares, sino tomar a mi cargo hacer lo que me pareciere, con presupuesto de mirar por tu honra con el cuidado que tú mesma has mirado siempre por ella.

Iba Galatea a responder a Elicio y a agradecerle su buen deseo, mas estorbólo la repentina llegada de los ocho rebozados pastores que Damón y Elicio habían visto pasar poco antes hacia el aldea. Llegaron todos donde las pastoras estaban, y, sin hablar palabra, los seis dellos, con increíble celeridad, arremetieron a abrazarse con Damón y con Elicio, teniéndolos tan fuertemente apretados que en ninguna manera pudieron desasirse. En este entretanto, los otros dos, que era el uno el que a caballo venía, se fueron adonde Rosaura estaba dando gritos por la fuerza que a Damón y a Elicio se les hacía; pero, sin aprovecharle defensa alguna, uno de los pastores la tomó en brazos y púsola sobre la yegua y en los del que en ella venía, el   -fol. 278r-   cual, quitándose el rebozo, se volvió a los pastores y pastoras, diciendo:

-No os maravilléis, buenos amigos, de la sinrazón que al parecer aquí se os ha hecho, porque la fuerza de amor y la ingratitud de esta dama han sido causa della; ruégoos me perdonéis, pues no está más en mi mano; y si por estas partes llegare, como creo que presto llegará, el conoscido Grisaldo, diréisle cómo Artandro se lleva a Rosaura, porque no pudo sufrir ser burlado della; y que si el amor y esta injuria le movieren a querer vengarse, que ya sabe que Aragón es mi patria y el lugar donde vivo.

Estaba Rosaura desmayada sobre el arzón de la silla, y los demás pastores no querían dejar a Elicio ni a Damón, hasta que Artandro mandó que los dejasen, los cuales, viéndose libres, con valeroso ánimo sacaron sus cuchillos y arremetieron contra los siete pastores, los cuales todos juntos les pusieron las azagayas que traían a los pechos, diciéndoles que se tuviesen, pues veían cuán poco podían ganar en la empresa   -fol. 278v-   que tomaban.

-Harto menos podrá ganar Artandro -les respondió Elicio- en haber cometido tal traición.

-No la llames traición -respondió uno de los otros-, porque esta señora ha dado la palabra de ser esposa de Artandro, y agora, por cumplir con la condición mudable de mujer, la ha negado y entregádose a Grisaldo, que es agravio tan manifiesto, y tal, que no pudo ser disimulado de nuestro amo Artandro. Por eso, sosegaos, pastores, y tenednos en mejor opinión que hasta aquí, pues el servir a nuestro amo en tan justa ocasión nos disculpa.

Y, sin decir más, volvieron las espaldas, recelándose todavía de los malos semblantes con que Elicio y Damón quedaron, los cuales estaban con tanto enojo por no poder deshacer aquella fuerza, y por hallarse inhabilitados de vengarse de lo que a ellos se les hacía, que ni sabían qué decirse ni qué hacerse. Pero los estremos que Galatea y Florisa hacían, por ver llevar de aquella manera a Rosaura, eran tales, que movieron a Elicio a poner su vida en   -fol. 279r-   manifiesto peligro de perderla, porque, sacando su honda, y haciendo Damón lo mesmo, a todo correr fue siguiendo a Artandro, y desde lejos, con mucho ánimo y destreza, comenzaron a tirarles tantas piedras que les hicieron detener y tornarse a poner en defensa. Pero, con todo esto, no dejara de sucederles mal a los dos atrevidos pastores, si Artandro no mandara a los suyos que se adelantaran y los dejaran, como lo hicieron, hasta entrarse por un espeso montezuelo que a un lado del camino estaba, y con la defensa de los árboles hacían poco efecto las hondas y piedras de los enojados pastores. Y, con todo esto, los siguieran, si no vieran que Galatea y Florisa y las otras dos pastoras a más andar hacia donde ellos estaban se venían, y por esto se detuvieron, haciendo fuerza al enojo que los incitaba y a la deseada venganza que pretendían; y, adelantándose a rescebir a Galatea, ella les dijo:

-Templad vuestra ira, gallardos pastores, pues a la ventaja de nuestros enemigos no puede igualar vuestra   -fol. 279v-   diligencia, aunque ha sido tal, cual nos la ha mostrado el valor de vuestros ánimos.

-El ver el tuyo descontento, Galatea -dijo Elicio-, creí yo que diera tales fuerzas al mío, que no se alabaran aquellos descomedidos pastores de la que nos han hecho; pero en mi ventura cabe no tenerla en cuanto deseo.

-El amoroso que Artandro tiene -dijo Galatea- fue el que le movió a tal descomedimiento; y así, conmigo en parte queda desculpado.

Y luego, punto por punto, les contó la historia de Rosaura, y cómo estaba esperando a Grisaldo para rescebirle por esposo, lo cual podría haber llegado a noticia de Artandro, y que la celosa rabia le hubiese movido a hacer lo que habían visto.

-Si así pasa como dices, discreta Galatea -dijo Damón-, del descuido de Grisaldo, y atrevimiento de Artandro, y mudable condición de Rosaura, temo que han de nascer algunas pesadumbres y diferencias.

-Eso fuera -respondió Galatea- cuando Artandro residiera en Castilla, pero si él se encierra en Aragón, que es su patria, quedarse   -fol. 280r-   ha Grisaldo con sólo el deseo de vengarse.

-¿No hay quien le pueda avisar deste agravio? -dijo Elicio.

-Sí -respondió Florisa-; que yo seguro que, antes que la noche llegue, él tenga dél noticia.

-Si eso así fuese -respondió Damón-, podría ser cobrar su prenda antes que a Aragón llegasen; porque un pecho enamorado no suele ser perezoso.

-No creo yo que lo será el de Grisaldo -dijo Florisa-; y, porque no le falte tiempo y ocasión para mostrarlo, suplícote, Galatea, que al aldea nos volvamos, porque yo quiero enviar a avisar a Grisaldo de su desdicha.

-Hágase como lo mandas, amiga -respondió Galatea-, que yo te daré un pastor que lleve la nueva.

Y con esto se querían despedir de Damón y de Elicio, si ellos no porfiaran a querer ir con ellas; y ya que se encaminaban al aldea, a su mano derecha sintieron la zampoña de Erastro, que luego de todos fue conoscida, el cual venía en siguimiento de su amigo Elicio. Paráronse a escucharlo, y oyeron que, con muestras de tierno dolor, esto venía cantando:

  -fol. 280v-  


ERASTRO


    Por ásperos caminos voy siguiendo
el fin dudoso de mi fantasía,
siempre en cerrada noche escura y fría
las fuerzas de la vida consumiendo.

    Y, aunque morir me veo, no pretendo  5
salir un paso de la estrecha vía;
que en fe de la alta fe sin igual mía,
mayores miedos contrastar entiendo.

    Mi fe es la luz que me señala el puerto
seguro a mi tormenta, y sola es ella  10
quien promete buen fin a mi viaje,

    por más que el medio se me muestre incierto,
por más que el claro rayo de mi estrella
me encubra amor, y el cielo más me ultraje.

Con un profundo sospiro acabó el enamorado canto el lastimado pastor, y, creyendo que ninguno le oía, soltó la voz a semejantes razones:

-¡Amor, cuya poderosa fuerza, sin hacer ninguna a mi alma, fue parte para que yo la tuviese de tener tan bien ocupados mis pensamientos! Ya que tanto bien me   -fol. 281r-   heciste, no quieras mostrarte agora, haciéndome el mal en que me amenazas, que es más mudable tu condición que la de la variable Fortuna. Mira, señor, cuán obediente he estado a tus leyes, cuán prompto a seguir tus mandamientos, y cuán subjeta he tenido mi voluntad a la tuya. Págame esta obediencia con hacer lo que a ti tanto importa que hagas: no permitas que estas riberas nuestras que den desamparadas de aquella hermosura que la ponía y la daba a sus frescas y menudas yerbas, a sus humildes plantas y levantados árboles; no consientas, señor, que al claro Tajo se le quite la prenda que le enriquece y por quien él tiene más fama que no por las arenas de oro que en su seno cría; no quites a los pastores destos prados la luz de sus ojos, la gloria de sus pensamientos y el honroso estímulo que a mil honrosas y virtuosas empresas les incitaba. Considera bien que, si desta a la ajena tierra consientes que Galatea sea llevada, que te despojas del dominio que en estas riberas tienes, pues por Galatea   -fol. 281v-   sola le usas, y si ella falta, ten por averiguado que no serás en todos estos prados conoscido, que todos cuantos en ellos habitan te negarán la obediencia y no te acudirán con el usado tributo. Advierte que lo que te suplico es tan conforme y llegado a razón, que irías de todo en todo fuera della si no me lo concedieses. Porque, ¿qué ley ordena, o qué razón consiente que la hermosura que nosotros criamos, la discreción que en estas selvas y aldeas nuestras tuvo principio, el donaire por particular don del cielo a nuestra patria concedido, agora que esperábamos coger el honesto fruto de tantos bienes y riquezas, se haya de llevar a estraños reinos, a ser poseído y tratado de ajenas y no conoscidas manos? No, no quiera el cielo piadoso hacernos tan notable daño. ¡Oh verdes prados, que con su vista os alegrábades! ¡Oh flores olorosas, que de sus pies tocadas, de mayor fragancia érades llenas! ¡Oh plantas, oh árboles desta deleitosa selva!, haced todos, en la mejor forma que pudiéredes, aunque a vuestra naturaleza no se conceda,   -fol. 282r-   algún género de sentimiento que mueva al cielo a concederme lo que le suplico!

Decía esto derramando tantas lágrimas el enamorado pastor, que no pudo Galatea disimular las suyas, ni menos ninguno de los que con ella iban, haciendo todos un tan notable sentimiento, como si lloraran en las obsequias de su muerte. Llegó a este punto a ellos Erastro, a quien rescibieron con agradable comedimiento, el cual, como vio a Galatea con señales de haberle acompañado en las lágrimas, sin apartar los ojos della, la estuvo atento mirando por un rato, al cabo del cual dijo:

-Agora acabo de conoscer, Galatea, que ninguno de los humanos se escapa de los golpes de la variable Fortuna, pues tú, de quien yo entendía que, por particular privilegio, habías de estar esenta dellos, veo que con mayor ímpetu te acometen y fatigan, de donde averiguo que ha querido el cielo con un solo golpe lastimar a todos los que te conoscen y a todos los que del valor tuyo tienen alguna noticia; pero, con todo eso, tengo esperanza   -fol. 282v-   que no se ha de estender tanto su rigor que lleve adelante la comenzada desgracia, viniendo tan en perjuicio de tu contento.

-Antes, por esa mesma razón -respondió Galatea- estoy yo menos segura de mi desdicha, pues jamás la tuve en lo que desease; mas, porque no está bien a la honestidad de que me precio que tan a la clara descubra cuán por los cabellos me lleva tras sí la obediencia que a mis padres debo, ruégote, Erastro, que no me des ocasión de renovar mi sentimiento, ni de ti ni de otro alguno se trate cosa que antes de tiempo despierte en mí la memoria del disgusto que temo. Y con esto asimesmo os ruego, pastores, me dejéis adelantar a la aldea, porque, siendo avisado Grisaldo, le quede tiempo para satisfacerse del agravio que Artandro le ha hecho.

Ignorante estaba Erastro del suceso de Artandro, pero la pastora Florisa, en breves razones, se lo contó todo; de que se maravilló Erastro, estimando que no debía de ser poco el valor de Artandro, pues a tan dificultosa empresa se había puesto.   -fol. 283r-   Querían ya los pastores hacer lo que Galatea les mandaba, si en aquella sazón no descubrieran toda la compañía de caballeros, pastores y damas que la noche antes en la ermita de Silerio se quedaron, los cuales, en señal de grandísimo contento, a la aldea se venían, trayendo consigo a Silerio con diferente traje y gusto que hasta allí había tenido, porque ya había dejado el de ermitaño, mudándole en el de alegre desposado, como ya lo era de la hermosa Blanca, con igual contento y satisfación de entrambos y de sus buenos amigos Timbrio y Nísida, que se lo persuadieron, dando con aquel casamiento fin a todas sus miserias, y quietud y reposo a los pensamientos que por Nísida le fatigaban. Y así, con el regocijo que tal suceso les causaba, venían todos dando muestras dél con agradable música y discretas y amorosas canciones, de las cuales cesaron cuando vieron a Galatea y a los demás que con ella estaban, rescibiéndose unos a otros con mucho placer y comedimiento, dándole   -fol. 283v-   Galatea a Silerio el parabién de su suceso, y a la hermosa Blanca el de su desposorio; y lo mesmo hicieron los pastores Damón, Elicio y Erastro, que en estremo a Silerio estaban aficionados. Luego que cesaron entre ellos los parabienes y cortesías, acordaron de proseguir su camino al aldea; y para entretenerle, rogó Tirsi a Timbrio que acabase el soneto que había comenzado a decir cuando de Silerio fue conoscido; y, no escusándose Timbrio de hacerlo, al son de la flauta del celoso Orfinio, con estremada y suave voz, le cantó y acabó; que era éste:




TIMBRIO


    Tan bien fundada tengo la esperanza,
que, aunque más sople riguroso viento,
no podrá desdecir de su cimiento:
tal fe, tal fuerza y tal valor alcanza.

    Tan lejos voy de consentir mudanza  5
en mi firme amoroso pensamiento,
cuan cerca de acabar en mi tormento
-fol. 284r-
antes la vida que la confianza.

    Que si al contraste del amor vacila
el pecho enamorado, no meresce  10
del mesmo amor la dulce paz tranquila.

    Por esto el mío, que su fe engrandece,
rabie Caribdis o amenace Cila,
al mar se arroja y al amor se ofresce.

Pareció bien el soneto de Timbrio a los pastores, y no menos la gracia con que cantado le había, y fue de manera que le rogaron que otra alguna cosa dijese; mas escusóse con decir a su amigo Silerio respondiese por él en aquella causa, como lo había hecho siempre en otras más peligrosas. No pudo Silerio dejar de hacer lo que su amigo le mandaba; y así, con el gusto de verse en tan felice estado, al son de la mesma flauta de Orfinio, cantó lo que se sigue:




SILERIO


    Gracias al cielo doy, pues he escapado
de los peligros deste mar incierto,
-fol. 284v-
y al recogido favorable puerto,
tan sin saber por dónde, he ya llegado.

    Recójanse las velas del cuidado,  5
repárese el navío pobre abierto,
cumpla los votos quien con rostro muerto
hizo promesas en el mar airado.

    Beso la tierra, reverencio al cielo,
mi suerte abrazo mejorada y buena,  10
llamo dichoso a mi fatal destino,

    y a la nueva sin par blanda cadena,
con nuevo intento y amoroso celo,
el lastimado cuello alegre inclino.

Acabó Silerio y rogó a Nísida fuese servida de alegrar aquellos campos con su canto, la cual, mirando a su querido Timbrio, con los ojos le pidió licencia para cumplir lo que Silerio le pedía; y, dándosela él ansimesmo con la vista, ella, sin más esperar, con mucho donaire y gracia, cesando el son de la flauta de Orfinio, al de la zampoña de Orompo, cantó este soneto:

  -fol. 285r-  


NÍSIDA


    Voy contra la opinión de aquel que jura
que jamás del amor llegó el contento
a do llega el rigor de su tormento,
por más que al bien ayude la ventura.

    Yo sé qué es bien, yo sé qué es desventura,  5
y sé de sus efectos claro, y siento
que cuanto más destruye el pensamiento
el mal de amor, el bien más lo asegura.

    No el verme en brazos de la amarga muerte,
por la mal referida triste nueva,  10
ni a los cosarios bárbaros rendida,

    fue dura pena, fue dolor tan fuerte,
que agora no conozca y haga prueba
que es más el gusto de mi alegre vida.

Admiradas quedaron Galatea y Florisa de la estremada voz de la hermosa Nísida, la cual, por parecerle que por entonces en cantar Timbrio y los de su parte habían tomado la mano, no quiso que su hermana quedase sin hacerlo; y así, sin importunarle mucho, con no menos gracia que Nísida, haciendo   -fol. 285v-   señal a Orfinio que su flauta tocase, al son della, cantó desta manera:




BLANCA


    Cual si estuviera en la arenosa Libia,
o en la apartada Citia siempre helada,
tal vez del frío temor me vi asaltada,
y tal del fuego que jamás se entibia.

    Mas la esperanza, que el dolor alivia,  5
en uno y otro estremo, disfrazada
tuvo la vida en su poder guardada,
cuándo con fuerzas, cuándo flaca y tibia.

    Pasó la furia del invierno helado,
y, aunque el fuego de amor quedó en su punto,  10
llegó la deseada primavera,

    donde, en un solo venturoso punto,
gozo del dulce fruto deseado,
con largas pruebas de una fe sincera.

No menos contentó a los pastores la voz y lo que cantó Blanca, que todas las demás que habían oído. Y, ya que ellos querían dar muestras de que no toda la habilidad se encerraba en los cortesanos caballeros, y para esto, casi de un mesmo   -fol. 286r-   pensamiento movidos, Orompo, Crisio, Orfinio y Marsilo comenzaban a templar sus instrumentos, les forzó a volver las cabezas un ruido que a sus espaldas sintieron, el cual causaba un pastor que con furia iba atravesando por las matas del verde bosque, el cual fue de todos conoscido, que era el enamorado Lauso, de que se maravilló Tirsi, porque la noche antes se había despedido dél, diciendo que iba a un negocio que importaba el acabarle acabar su pesar y comenzar su gusto, y que, sin decirle más, con otro pastor su amigo se había partido, y que no sabía qué podía haberle sucedido agora, que con tanta priesa caminaba. Lo que Tirsi dijo movió a Damón a querer llamar a Lauso, y así, le dio voces que viniese; mas, viendo que no las oía y que ya a más andar iba traspuniendo un recuesto, con toda ligereza se adelantó, y desde encima de otro collado le tornó a llamar con mayores voces, las cuales oídas por Lauso, y conosciendo quién le llamaba, no pudo dejar de volver, y, en llegando a Damón,   -fol. 286v-   le abrazó con señales de estraño contento, y tanto, que admiraron a Damón las muestras que de estar alegre daba; y así, le dijo:

-¿Qué es esto, amigo Lauso? ¿Has, por ventura, alcanzado el fin de tus deseos, o hante desde ayer acá correspondido a ellos de manera que halles con facilidad lo que pretendes?

-Mucho mayor es el bien que traigo, Damón, verdadero amigo -respondió Lauso-, pues la causa que a otros suele ser desesperación y muerte, a mí me ha servido de esperanza y vida; y ésta ha sido de un desdén y desengaño, acompañado de un melindroso donaire que en mi pastora he visto, que me ha restituido a mi ser primero. Ya, ya, pastor, no siente mi trabajado cuello el pesado yugo amoroso, ya se han deshecho en mi sentido las encumbradas máquinas de pensamientos que desvanecido me traían, ya tornaré a la perdida conversación de mis amigos, ya me parescerán lo que son las verdes yerbas y olorosas flores destos apacibles campos, ya tendrán treguas mis sospiros, vado mis lágrimas   -fol. 287r-   y quietud mis desasosiegos; porque consideres, Damón, si es causa ésta bastante para mostrarme alegre y regocijado.

-Sí es, Lauso -respondió Damón-, pero temo que alegría tan repentinamente nascida no ha de ser duradera, y tengo ya experiencia que todas las libertades que de desdenes son engendradas se deshacen como el humo, y torna luego la enamorada intención con mayor priesa a seguir sus intentos. Así que, amigo Lauso, plega al cielo que sea más firme tu contento de lo que yo imagino, y goces largos tiempos la libertad que pregonas; que no sólo me holgaría por lo que debo a nuestra amistad, sino por ver un no acostumbrado milagro en los deseos amorosos.

-Comoquiera que sea, Damón -respondió Lauso-, yo me siento agora libre y señor de mi voluntad; y, porque se satisfaga la tuya de ser verdad lo que digo, mira qué quieres que haga en prueba dello. ¿Quieres que me ausente? ¿Quieres que no visite más las cabañas donde imaginas que puede estar la causa de mis pasadas   -fol. 287v-   penas y presentes alegrías? Cualquiera cosa haré por satisfacerte.

-La importancia está en que tú, Lauso, estés satisfecho -respondió Damón-; y veré yo que lo estás cuando de aquí a seis días te vea en ese mesmo propósito. Y por agora no quiero otra cosa de ti sino que dejes el camino que llevabas y te vengas conmigo adonde todos aquellos pastores y damas nos esperan, y que la alegría que traes la solemnices con entretenernos con tu canto mientras que al aldea llegamos.

Fue contento Lauso de hacer lo que Damón le mandaba, y así, volvió con él a tiempo que Tirsi estaba haciendo señas a Damón que se volviese; y, en llegando que él y Lauso llegaron, sin gastar palabras de comedimiento, Lauso dijo:

-No vengo, señores, para menos que para fiestas y contentos; por eso, si le rescibiréis de escucharme, suene Marsilo su zampoña, y aparejaos a oír lo que jamás pensé que mi lengua tuviera ocasión de decirlo, ni aun mi pensamiento para imaginarlo.

Todos los pastores respondieron a una   -fol. 288r-   que les sería de gran gusto el oírle. Y luego Marsilo, con el deseo que tenía de escucharle, tocó su zampoña, al son de la cual Lauso comenzó a cantar desta manera: