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41

Ob. cit., p. 54.

 

42

Parte del desvío de Rodó se debió a un incidente personal, de enojosas consecuencias -cuyo resumen puede verse en este mismo Número-. Pero quizá lo fundamental esté en la circunstancia de que para Rodó, Darío siguió siendo el cantor versallesco y sensual de Prosas profanas: un poeta puro. (Véase, en este sentido, Roberto Ibáñez: «José Enrique Rodó y la poesía pura», en Marcha, año IX, n.º 377, Montevideo, 2-V-1947, p. 14.)

 

43

Véase la Polémica en torno de Herrera y Reissig, en este mismo Número.

 

44

Actúan aquí dos de los tipos señalados por Petersen: el directivo y el dirigido. Su acuerdo contribuye a acentuar la impresión de unidad que, vista desde fuera, presenta la generación.

 

45

Véase J. E. Etcheverry, art. cit.

 

46

La vida nueva, p. 42.

 

47

Si se consulta el sumario de las revistas de la generación se verá aparecer ambas firmas entre las de los jóvenes. Esto se debió no sólo a su longevidad -sobrevivieron a Herrera y Reissig, a Sánchez, a Delmira, a Rodó-; sus relaciones con los jóvenes fueron cordiales y, en algunos casos, de verdadera amistad. Un ejemplo: Zorrilla compartió con Manuel Ugarte y Carlos Vaz Ferreira el honor de ser testigo de la novia, en la boda de Delmira con Enrique Job Reyes.

 

48

Véanse Revista Nacional, año I, n.º 1, Montevideo, 5 de marzo de 1895, p. 1; La Revista, año I, n.º 1, Montevideo, 20 de agosto de 1899, pp. 1-6; Vida Moderna, año I, n.º 1, Montevideo, noviembre de 1900, pp. 5-6.

 

49

En carta a Rufino Blanco Fombona de noviembre de 1897 establecía Rodó una distinción importante entre su americanismo y el de su corresponsal: «Yo profesaré siempre el lema americanista que una vez escribí y que tan grato ha sido a Vd.; pero nos diferenciamos en que su americanismo me parece un poco belicoso, un poco intolerante; y yo procuro conciliar con el amor de nuestra América, el de las viejas naciones a las que miro con un sentimiento filial». El borrador se conserva en el Archivo Rodó.

 

50

Hacia 1907 expresaba Herrera y Reissig el programa americanista de su revista La Nueva Atlántida, a través e la pluma de su fiel César Mirando: «Dada la existencia, por otra parte, en el sentir y en el pensar de los pueblos de América, como entidad superior -según dijo no ha mucho el prosista de Ariel- de una gran patria Americana como resumen y por cima de todas las patrias pequeñas, urge necesariamente la publicación de una revista que vivifique ya que parece agotarse por dispersa, en un haz maravilloso, la producción americana, de triunfadoras florescencias de juventud, estrechando a la par, para hacerlas más fuertes y más íntimas, las relaciones culturales de América, como único media de alcanzar, lo más pronto posible y para siempre, en este continente del Futuro, por sobre desconfianzas y fronteras, como un anhelo secular del alma colectiva, la suprema armonía de todos los ingenios». (Veáse pub. cit., año I, n.º 1, pp. 74-75).