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Y ahora vengamos al púlpito, la pieza que por su primor completa la magnificencia de este templo. Visto desde la entrada de la nave central, tiene la forma de una copa de pequeño pie. Se levanta la cátedra sobre un asiento de grandes volutas que soporta un fuste adornado con cabecitas de querubines artísticamente bien dispuestos: unos tantos embutidos salen del fuste hacia adelante, combando su espalda para amoldarse a la convexidad de la superficie del primer cuerpo, a cuya ornamentación contribuyen otras cabecitas de ángeles alados circunscritas   —52→   por discos de hermosa moldura colocadas en los espacios intermedios; un pequeño zócalo de guirnaldas une este cuerpo con el segundo, ornamentado de estatuas alojadas en preciosas hornacinas de frontón interrumpido y arco semicircular sobre columnas retorcidas, separadas entre sí por telamones de embutidos, que soportan un entablamento de gracioso friso con diminutos angelitos entre flores y guirnaldas, y de elegante cornisa, que forma el pasamano de la cátedra. Todo este segundo cuerpo se extiende en pretil curvilíneo con tres nichos, pero sin telamones, apeado sobre una columna estriada de curiosísimo capitel de hojas de palma, para unirse al pasamano de la escalera, formado de dos paneles de rica talla, entre molduras y pilastras. El tornavoz, que con sus juegos de volutas y espírales, sus roleos, serpeantes y mascarones forma una peana rematada por querubines, sobre la cual se destaca la estatua de San Pablo, se halla unido a la cátedra por un nicho flanqueado de columnas báquicas con ligera enredadera de uvas entre sus vueltas de espiral y telamones de embutidos orantes, en donde se aloja una imagen de la Virgen en medio relieve, y deja caer, a manera de encaje, sus guardamalletas. El púlpito de la Compañía conserva la forma exagonal en boga desde el período ojival (siglo XIV) en que apareció por primera vez en el mobiliario eclesiástico, y aunque no es el mejor de los púlpitos quiteños; es elegante y magnífico, macizo en la parte de la cátedra y fino en el tornavoz. No sabríamos decir a qué se debe la belleza de trazo de todos los púlpitos quiteños; pero es lo cierto que tienen una forma, unas líneas de contorno y unas proporciones en su organización, que se encuentran rara vez en los púlpitos europeos. Principalmente el tornavoz, inventado en el siglo XVI, lo supieron resolver los artistas quiteños de manera insuperable. Como que en nada sienta mejor el barroco churrigueresco que en los púlpitos, sobre todo cuando se los ejecuta en madera tallada. Los púlpitos de mármoles y bronces, por ricos que sean, siempre aparecen fríos y secos ante la mirada de quienes estamos acostumbrados a verlos de oro en los que la luz se quiebra entre los vericuetos de la estupenda decoración geométrica y floral, animada y arquitectónica, verdaderos tronos de oro que, por sí solos, llenan de gloria las iglesias ecuatorianas.

La decoración de las bóvedas, cúpulas, arcos, muros y pilastras del templo es verdaderamente espléndida y ejecutada en la segunda mitad del siglo XVII. El carácter de ella es francamente moruno: sus labores son variantes, originales y felices de las lacerías persas y moriscas, de las que los musulmanes dejaron estupendos ejemplos en España. En las nervaturas formadas por las dovelas de los arcos fajones que refuerzan las bóvedas, sus ajaracas están inspiradas en la escritura morisca cúfica de los mahometanos, pudiendo decirse que esos trazos decorativos recuerdan las poesías, aleyas y suras del Corán, impresas en las mezquitas musulmanas, o los elogios de los sultanes en los palacios de la Alhambra. El resto   —53→   de la decoración de la bóveda es también de lazo morisco mezclada con meandros y salpicada de la clásica quinquefolia. Aun en los lunetos, la decoración, a pesar de sus filetes perlados y sus follajes y molduras renacentistas, pueden muy bien considerarse como una variante del ataurique árabe, semejante al que decora la galería occidental del Patio de los Leones en la Alhambra. En la bóveda del crucero la decoración varía, y lo morisco de sus lacerías es todavía más acentuado y puro. Como los arcos fajones van pareados, se los ha separado con una greca de rombos alternados entre chicos y grandes de forma característica. Descansan las bóvedas sobre un entablamento, verdaderamente magnífico, cuyo friso son frondas, serpeantes y guirnaldas sostenidas y llevadas por niños. Sobre la cornisa corre una preciosa balaustrada de madera que, por otra parte, hace un efecto desastroso al conjunto arquitectónico; pues, prolongando el muro de los arcos hacia arriba, resta esbeltez a la bóveda, que aparece rebajada en vez de cañón o medio punto. Quítese con la imaginación ese organismo, o prolónguense las líneas de la bóveda hasta la cornisa del entablamento, y se verá cómo y cuánto ganan en buen efecto las líneas arquitectónicas del interior del templo. Bajo el arquitrabe   —54→   corre una greca que se repite en las arquivoltas de los arcos y a lo largo de los flancos de las pilastras, decoradas con características lacerías, típicos e ingeniosos trazados moriscos, variaciones de losanges y meandros, que contrastan agradablemente con las hojas de acanto y volutas de sus capiteles y la decoración renacentista del intradós de los arcos formeros, cuyos pilares, lo mismo que aquellos en que se apoyan los arcos de las capillas laterales, llevan preciosos mascarones, espejos y lacerías, cartelas y otras tracerías relevadas, llenas de encanto y originalidad. Las albanegas de los arcos formeros se hallan historiados con pasajes de la vida de Sansón y del bíblico José, ejecutados deliciosamente en medio relieve y policromados, y el intradós de cada uno de los arcos laterales que flanquean las dos capillas del crucero, con cabezas policromadas de santos jesuitas, repartidas y colocadas en adecuada decoración. Las claves tenían hasta hace poco unas hermosas figuras de niños, cuya desnudez parece que escandalizó a quien ordenó quitarlos. ¿Cuándo se los repondrá?

Figura 29.- Calle de San Ignacio. Ornamentación de un arco

Figura 29.- Calle de San Ignacio. Ornamentación de un arco

(Foto Moscoso)

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Figura 30.- Pilar derecho de la cúpula

Figura 30.- Pilar derecho de la cúpula

(Foto Noroña)

La cúpula central, que es magnífica en sus proporciones y ornamentación, tiene diez metros sesenta centímetros de diámetro. Arranca de un tambor que descansa sobre cuatro pechinas adornadas con roleos que circundan grandes medallones elípticos de moldura trenzada, dentro de los cuales se ha representado, en madera y medio relieve, la imagen policromada de los cuatro evangelistas. Un friso de serpeantes de uva y otro dividido en paneles limitados por una trenza pequeña y compuesto de un mascarón entre dos águilas de alas abiertas, ligan con las pechinas y los arcos con una balaustrada de madera apeada sobre una cornisa que corre encima del tambor, en el cual doce amplias ventanas dan luz a la cúpula y permiten admirar su decoración. El arranque de la cúpula se halla ornamentado con las figuras pintadas de doce enormes ángeles, y sobre este primer círculo decorativo corre otro compuesto con los retratos,   —55→   en busto, de los Cardenales de la Compañía, anteriores a la construcción de la iglesia, y tres de sus primeros Arzobispos. Son, por orden cronológico, los padres Toledo, Belarmino, Lugo, Palaviciní, Pazmany, Nithard, Cienfuegos y Casimiro, rey de Polonia, con el padre Andrés Oviedo, Patriarca de Etiopía, su coadjutor el padre Melchor Carneyro y el padre Roz, arzobispo de Tragancor. Tanto las figuras de los ángeles como los retratos de los jesuitas que nombramos, se hallan enmarcados en molduras de estuco: elípticas las de los primeros, y redondas las de los segundos. Cada retrato de jesuita descansa en una cabeza de querubín, y encima del círculo que forma su conjunto, corre otro, también de cabecitas aladas que limitan la decoración en estuco de la bóveda. Los intersticios que dejan estos detalles han sido llenados con otros motivos ornamentales. Remata esta bóveda con una hermosa linterna de doce luces, y su unión con ella ornamenta una greca circular de ondas sencillas, y los rayos que circundan el emblema jesuítico, pintados sobre la bóveda en el arranque mismo de la linterna.

Figura 31.- Detalle de uno de los pilares de la cúpula

Figura 31.- Detalle de uno de los pilares de la cúpula

(Foto Laso)

Sin embargo de todo lo descrito, la ornamentación de la cúpula no corresponde a la magnificencia de la iglesia ni está en armonía con la extraordinaria de sus demás partes. Aparece descentrada y sobre todo fría; defectos que suben de punto cuando se compara aquella bóveda con la de los cupulines de las capillas laterales que cubren los hermosísimos retablos que hemos descrito, en los cuales el estilo jesuítico ha hecho mil combinaciones de líneas y grotescos alrededor de preciosos nichos u hornacinas que ostentan primorosas muestras de la escultura policromada quiteña, y destacan las columnas retorcidas del rito báquico, siempre   —56→   corolíticas, cubiertas de hojas, sarmientos, uvas y hasta de aves, formando un conjunto único de originalidad y riqueza. Estas bóvedas se han dividido en gallones, llevan una riquísima decoración de inspiración morisca, y sus pechinas tienen grandes cartelas, también agallonadas, de la época renacentista. Volvemos a repetirlo: la decoración exuberante, preciosa y perfecta en su variedad inmensa de formas, que tienen las bóvedas de las capillas laterales, coloca a la seca, fría, pobre e inarmónica de la cúpula del crucero en situación sumamente desventajosa. Sin duda alguna, la decoración de la cúpula se dejó para el último, y al último se la trató mal por cualquier motivo, si no fuera tal vez por el cansancio que se apoderó de sus ejecutantes, si éstos no faltaron.

Ahora bien: todas esas grecas y esas frondas, todos esos follajes, fajas y espirales, todos esos filetes y roleos, todas esas lacerías almocárabes, tallos, ondas y palmetas, guirnaldas y más labores ejecutadas en estuco, que forman verdadero encaje de finísimo oro, se hallan realzados por un fondo rojo oscuro, diríamos más bien ocre rojo, y por unas pocas cintas blancas y rosadas, oportuna y delicadamente distribuidas entre las lacerías de las pilastras, a lo largo del arquitrabe del entablamento de la nave central y bajo las impostas de los pilares de las naves laterales. Cuando se entra en aquella iglesia, la impresión que se recibe es extraordinaria. Parece una ascua de oro, dice en su relación el padre Recio. Y así es, en efecto, hasta ahora: ascua de oro fundida en un crisol de arte exquisito.

Las pilastras llevan, como parte integrante de su decoración, una de las joyas más ricas de la pintura quiteña: los dieciséis Profetas pintados por Goríbar, artista que floreció en la segunda mitad del siglo XVII, acerca del cual hablaremos en el capítulo subsiguiente. Además de estos cuadros, que fueron hechos especialmente para decorar, adosados al muro, las pilastras del templo, hay algunos otros del mismo autor, tan excelentes como los primeros, otro que representa la muerte de San José, que no sin razón se atribuye a Rafael, una buena repetición de la Inmaculada de Murillo, un San Francisco Javier, que si no lo creyéramos de Goríbar lo atribuiríamos a Zurbarán, dos inmensos cuadros del Infierno y del Juicio Final, del hermano Hernando de la Cruz, pintor español de principios del siglo XVII, y otros más, muy interesantes, que se hallan en los sitios que antes ocuparon los espejos a que aluden las antiguas descripciones de la iglesia.

Entre las esculturas que posee, son notables el Calvario y las estatuas de San Ignacio y San Francisco Javier, del padre Carlos, escultor celebérrimo quiteño del siglo XVII, a quien hicimos conocer en nuestro libro La escultura en el Ecuador durante los siglos XVI, XVII y XVIII.

La iglesia poseía muchas otras obras de pintura y escultura, de las que fue despojada cuando la expulsión de los jesuitas. Las autoridades españolas que de ellas se incautaron, contentáronse con solo dejar su lista y un dibujo de la famosa   —57→   custodia de plata, oro, diamantes y esmeraldas, que enviada a Carlos III y entonces avaluada en 870000 dólares, fue destinada a la Capilla Real del Escorial. Todos los empeños que hemos hecho para averiguar su paradero han resultado infructuosos. Las muchas peripecias por que han pasado los conventos e iglesias españolas durante el siglo pasado, pudieron haber influido en la pérdida probable e ignorada de esa joya. Se perdió tanto, que aquella custodia debió ser un grano poco perceptible. Había sido trabajada en Inglaterra y llevaba esta marca: «M. S. Londres 1721».

Figura 32.- La decoración en estuco de los pilares. Sobre un fondo rojo oscuro, con una ligera banda blanca, se destaca, en oro, el precioso lazo morisco que ornamentaba las pilastras

Figura 32.- La decoración en estuco de los pilares. Sobre un fondo rojo oscuro, con una ligera banda blanca, se destaca, en oro, el precioso lazo morisco que ornamentaba las pilastras

(Foto Moscoso)