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La imagen social de la biblioteca en España. Libros infantiles y juveniles


Ana Garralón






Hablemos como un libro abierto

Preliminares


Las bibliotecas infantiles en España han experimentado grandes cambios en los últimos años. Tanto las públicas como las escolares como incluso las llamadas «bibliotecas de aula» han supuesto un nuevo acercamiento del joven lector -a veces incluso del todavía no lector- hacia el mundo del libro. En ocasiones esta «modernización» ha incluido pasar de la nada, del cuarto oscuro con pocos libros, a un centro moderno y luminoso donde se codeaban el libro con los nuevos soportes tecnológicos de la cultura. La biblioteca ha mejorado sus horarios, sus dotaciones, su forma de acercarse a sus destinatarios, bien directamente o a través de escuelas. En el caso de las secciones para niños, puede decirse que los cambios han sido espectaculares.

Es lógico que exista al menos curiosidad por conocer la recepción que este cambio ha supuesto a sus teóricamente usuarios, pero dado que las administraciones públicas no se caracterizan por su interés en conocer la opinión de sus beneficiarios, salvo algunas excepciones, se puede decir que la información existente al respecto en España es nula.

La literatura dentro de la literatura ha sido siempre un espacio atractivo para el estudioso, exótico para el escritor e indiferente para el lector1. Sin embargo, el lector de libros infantiles, enfrentado al reto de la lectura o castigado con el ejercicio obligatorio, no tendrá ninguna consideración intelectual del hecho de que su historia transcurra en un espacio «literario». Mientras que el libro parece estar más presente en la literatura, la biblioteca es un elemento que no parece atraer demasiado a los escritores. Este punto, que detallaremos a lo largo de este modesto estudio, no es más que la punta del iceberg del problema que enfrentan las bibliotecas respecto a su imagen.

Las bibliotecas y los bibliotecarios se han visto obligados a modernizarse. El concepto de biblioteca como lugar de conservación y protección de patrimonio, ha dado paso al concepto de biblioteca como lugar que intenta ganarse un espacio en el ocio de los ciudadanos. Este importante paso ha comenzado por la estructura física de algunos de estos oscuros y polvorientos edificios, algo que no ha sido demasiado difícil de cambiar, y ha continuado con las actitudes de los bibliotecarios y su comportamiento ante los usuarios. Es este último punto el que más trabajo ha costado modificar. Al bibliotecario se le pide actualmente que, no sólo haga su trabajo técnico como siempre, sino que, además, «anime» el espacio donde trabaje, «capte clientes» y, en definitiva, venda un producto para el que la sociedad no ha creado una necesidad2. En algunas escuelas de biblioteconomía la parte del programa dedicada a lo técnico continúa siendo la estrella de la carrera, amparada por aquellos, que estudiaron que el bibliotecario no debe necesariamente leer3.

La biblioteca y el bibliotecario, pues, tienen una imagen en pleno cambio y todavía hoy, parece difícil encontrar un modelo con el que estén satisfechos. En una encuesta de opinión hecha a profesionales de todo el mundo4, las conclusiones eran contundentes: la profesión tiene una carencia grande de imagen y las reflexiones que suscita son, por lo general, pobres, siendo baja la reputación que tienen. Entre las razones que sobresalen para esta imagen negativa los autores destacan el hecho de que los propios bibliotecarios consideran que su profesión tiene un bajo estatus, la excesiva dedicación a los procesos técnicos, la diversificación en cuanto a las demandas y que las carreras de biblioteconomía atraen estudiantes que se han visto rechazados en sus verdaderas pretensiones universitarias -no han conseguido plaza en la carrera deseada- o estudiantes que, atraídos por las escasas exigencias para ingresar, ven una manera de obtener un título universitario. Por supuesto que hay muchas diferencias entre países altamente desarrollados en materia de bibliotecas y aquellos en los que el sistema bibliotecario está desarrollándose y, por lo tanto, están más ocupados en el propio sistema que en su imagen. También en las bibliotecas infantiles hay grandes diferencias que no vamos a analizar en este momento. Este modesto trabajo tiene como única finalidad hacer una primera aportación en el estudio de la imagen que de bibliotecas y bibliotecarios es ofrecida en los libros para niños. La muestra, escogida de manera aleatoria, ha incluido cuarenta y cuatro textos procedentes de las siguientes regiones idiomáticas: diez traducciones del inglés, cuatro del norteamericano, tres del francés, tres del italiano, cinco del alemán, uno del japonés y la nada desdeñable cifra de dieciocho del español (España y América Latina). Son títulos publicados en España (salvo la excepción de un inédito que se publicará próximamente) a partir de 1975 hasta la actualidad. A través de la mirada que autores e ilustradores han reflejado, pretendemos observar si han participado de los cambios de los últimos tiempos. Se han analizado tanto textos como ilustraciones. No se han tenido en cuenta ni tebeos ni libros de texto, aunque sí libros de información. En la selección no se ha impuesto una valoración crítica del contenido literario. No es nuestra pretensión, pues, sentar cátedra con unos resultados que serán simples aproximaciones, meras especulaciones que otros deberán continuar y completar. A la excusa por las carencias obligadas de este trabajo cuya responsabilidad pertenece a quien escribe estas líneas, se une el agradecimiento a quienes han hecho posible esta modesta aportación. A la Asociación Educación y Bibliotecas, al Ministerio de Cultura y, por supuesto a los infatigables colaboradores de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, siempre dispuestos a sortear océanos, cambios de dirección y otras calamidades espacio-temporales, para hacer llegar su ayuda allí donde les sea solicitada.




El que tiene capa, escapa

La biblioteca como protagonista


Los temas de los cuentos para niños tienen una estrecha relación con el mundo cotidiano de sus protagonistas. Salvo determinados géneros como el fantástico o el de ciencia ficción, el escritor incluye en sus historias elementos que puedan ser reconocibles por sus potenciales lectores. La familia, la escuela, el barrio aparecen una y otra vez ambientando las intrigas que el autor pretende desarrollar. Pensando en estos elementos que pertenecen a muchos, muchos libros para niños, sería fácil suponer que la biblioteca es un espacio que el escritor o escritora integran en la narración. Sin embargo, la conclusión es decepcionante: la biblioteca aparece de manera muy escasa como protagonista de una historia. ¿Es la biblioteca un lugar suficientemente atractivo para un escritor como para utilizarlo en una historia? A la vista de los textos que lo hacen, la respuesta parece ser no. ¿Significa esto que el escritor o escritora de cuentos para niños no es usuario habitual de bibliotecas? ¿o que sus experiencias con las bibliotecas no le han servido de inspiración? Aquellos que sí han tomado la biblioteca como espacio central, han creado bibliotecas imaginarias, con toques de extravagancia, lugares singulares que el lector no reconoce, recintos donde ocurren cosas inesperadas. En pocas ocasiones los escritores se permiten descripciones detalladas de los ambientes bibliotecarios.

En Cuentos roídos5, en el segundo cuento titulado: Ratas de biblioteca, el problema principal que tiene la biblioteca es la falta de clientela. A pesar de los esfuerzos de su afanada bibliotecaria, el fracaso ha sido siempre tan rotundo, que la evidencia se ha impuesto y el ayuntamiento decide cerrarla. La biblioteca es una «alquería reformada» con una «sala de lectura» que después de su cierre se queda como «almacén de trastos inútiles y de polvo» y es invadido por las ratas, que se dan el gran festín. Cuando la antigua bibliotecaria tiene que regresar a la biblioteca para ejercer su nueva profesión -exterminación de ratas- se encuentra con la sorpresa de que los libros que las ratas han roído han pasado a su memoria y son capaces de recitarlos. La bibliotecaria, entonces, tiene la idea de modernizar la biblioteca con estos nuevos soportes de los textos y su modernización parece que es la solución ideal para el problema que siempre tuvo: captar clientela.

«Asunción organizó una biblioteca ambulante, con sus auténticas ratas de biblioteca. Continuamente hacen giras por todo el mundo, unas giras que tienen un gran éxito, porque la biblioteca ambulante de las ratas de biblioteca funciona como una biblioteca normal, con un servicio de préstamo y consultas y, ¿sabéis cómo es de fantástico que sea una rata la que te explique cuándo los ratoncitos de la Cenicienta fueron convertidos en espléndidos caballos? ¿O que una rata-diccionario te ayude a traducir a Andersen? Porque debéis saber que el fondo bibliográfico se ha ampliado enormemente y ya hay ratas de muchos países que forman parte de la biblioteca. Asunción las tiene organizadas por temas e idiomas con unos lazos de color en la cola y perfectamente numeradas en el dorso de la lazada. Y la verdad es que el funcionamiento no puede ser mejor.»

Y si unas bibliotecas cambian para adaptarse a las necesidades de las circunstancias, otras tienen la característica de estar en lugares especiales.

«Que la calle Perros y Gatos no es una calle normal y corriente creo que ya lo habréis comprendido. Figuraos que hay hasta una biblioteca para muchachos.»6



Y, naturalmente, por estar en una calle así, es también una biblioteca especial, aunque no se explique el porqué, simplemente es así:

«La biblioteca de la calle Perros y Gatos no es en absoluto una biblioteca cualquiera. Ni mucho menos. Lo demás, ya os lo podéis imaginar. La bibliotecaria tampoco es de un tipo cualquiera y los libros no son libros cualesquiera, podemos suponerlo.»



La biblioteca parece tener incluso características más propias de los seres vivos que de los objetos:

«Nadie, en su opinión, la tomaría con la biblioteca. Es una criatura tan paciente, tan abierta, tan humana... ¿a quién le puede molestar?»



Sin embargo, este lugar en apariencia inofensivo, tiene enemigos. La biblioteca es incendiada a propósito, el culpable es un tal señor Faci, y así lo define la bibliotecaria:

«-El propietario de una sala de juegos que hay justo en la esquina, donde se cruza la calle Perros y Gatos con la de la Merluza. Es un tipo que no me puede ni ver. Dice que le quito la clientela.»



Un incendio así, de consecuencias catastróficas para cualquier biblioteca, ha sido, en este caso, un buen expurgo.

«-Se han quemado sobre todo los más viejos, los que casi nadie leía. El fichero está intacto. Y también toda la sección de novelas de aventuras.»



En otros cuentos, la biblioteca puede llegar a impresionar la primera vez que se accede a ella:

«Aitana estaba ante la puerta de la biblioteca pública con la boca abierta por la admiración. Era un edificio grande, con una hermosa puerta adornada con ramos y flores, y había que subir algunos escalones de piedra para llegar a la puerta. Empujó con cierto temor y se encontró en el interior de un recibidor como el de su casa, pero muy iluminado y con cuadros adornando las paredes. Sentado detrás suyo, vestido con un traje azul oscuro y muchos adornos dorados en la chaqueta.»7



Justamente esta biblioteca, impresionante, conserva los sistemas antiguos de acceso al libro. Mientras la protagonista mira embobada los libros en las estanterías, la bibliotecaria le pregunta qué busca y le dice que se siente, porque ella le llevará el libro que busca.

Biblioteca y bibliotecaria constituyen un importante espacio en El secuestro de la bibliotecaria8, aunque más la bibliotecaria -secuestrada por unos bandidos que acabarán siendo sus ayudantes- que tendrá su espacio en este trabajo, que la biblioteca. Por lo que concierne a la biblioteca, biblioteca municipal de un pueblo para todo público, es considerada como un espacio valioso cuando los secuestradores se justifican ante la bibliotecaria en el momento de su rapto:

«El ayuntamiento de la ciudad pagará un generoso rescate. Todo el mundo sabe que la biblioteca no funcionará nada bien sin su bibliotecaria.»



A lo largo del libro, de una manera muy sui géneris, el lector irá aprendiendo cómo funciona la biblioteca. Las adquisiciones tienen una entrada y un número y son ordenadas en la estantería por orden alfabético -ya que el orden alfabético es una regla esencial para cualquier bibliotecario-, y de esta manera es clasificado el bandido jefe, Bienvenido Bienhechor cuando busca refugio en la biblioteca y la bibliotecaria lo adopta. También hace falta ser socio, como se le exige al policía que trata de «llevarse en préstamo» al bandido cuando lo ve en la estantería, y tener consigo su tarjeta de lector para sacar cualquier libro de la biblioteca.

«-En ese caso, temo que no podrá retirar nada sin su tarjeta de lector. El Bandido-Jefe es propiedad de la biblioteca.»



En la biblioteca también se aceptan reservas de libros como se lo confirma la bibliotecaria al policía, cuando éste ha regresado y el bandido se ha esfumado:

«-¡Oh! -exclamó la bibliotecaria-. Lo lamento, pero se lo ha llevado otra persona. Debió usted haberlo reservado.

El policía miró fijamente al estante y luego a la señorita Laburnum.

-¿Puede anotar mi reserva? -preguntó tras un momento de silencio.

-Por supuesto -respondió la bibliotecaria, aunque debe indicarle que la espera puede ser larga. Hay muchos lectores que aguardan su turno.»



Por último, y dada la reconversión de los bandidos en bibliotecarios, se puede abrir una biblioteca para niños, «en la que todos los días se leían cuentos y se representaban divertidas obras de teatro (...)». Esta novedad, además de atraer mayor público, impresiona incluso a la bibliotecaria, que piensa que «la biblioteca para niños era un poco más fantástica y salvaje, pero también más divertida, que el resto de bibliotecas que conocía. Pero esto no le preocupaba. No le preocupaba que todos los bibliotecarios bandidos llevaran grandes barbas negras ni que quitaran todos los letreros que ordenaban SILENCIO y PROHIBIDO HABLAR.»

También la biblioteca trata de hacerse asequible en los textos para niños. Me gustan las bibliotecas9 es un sencillo libro de aproximación a la biblioteca. Esta se presenta como una gran ciudad donde sus calles, plazas, y ríos, representan las distintas áreas del saber a las que se tiene acceso. Es una biblioteca abierta, donde los usuarios pueden acceder directamente a los libros y elegir el que más les guste y donde hay una sala de lectura en la que el usuario pide los libros que más le gustan.

En otros cuentos para niños se muestra igualmente una realidad que comparten muchas bibliotecas:

«Al final de un largo pasillo, descubrió en un recoveco una puerta con el letrero "Biblioteca".

-¡Qué chuli! Ahora podré coger otros libros para leer -pensó.

En la puerta no había nada que indicara el horario de la biblioteca, lo cual le extrañó mucho, y estaba a punto de irse cuando la curiosidad la detuvo. Decidió mirar por el cerrojo para ver cómo era por dentro. (...)

Lo primero que le llamó la atención fue el olor a cerrado de la habitación. Inmediatamente entendió por qué nadie le había comentado nada de la biblioteca. Se encontraba en un estado lamentable, con libros y cajas desparramadas por todas partes.»10



En otros casos la falta de presupuesto repercute, en la formación del fondo de la biblioteca, incurriendo en prácticas no demasiado legales:

«Nosotros también tenemos uno en la biblioteca. Grabamos las películas y otros programas de televisión y luego ponemos las cintas a disposición del público.»11

.


Esta precariedad contrasta con las dotaciones de otras bibliotecas, que incluyen aire acondicionado entre sus instalaciones:

«La bibliotecaria oyó el ruido de una furgoneta aparcando y se asomó corriendo a la ventana.

-¡El aire acondicionado! -gritó-. ¡Por fin esta biblioteca dejará de parecer una sauna durante el verano!»12



Si bien en los cuentos para niños la biblioteca no es objeto de largas y detalladas descripciones, incluso en muchos casos no se llega a describir nada de la misma, en los libros juveniles los escritores se permiten algunas referencias más intelectuales sobre la biblioteca. En Yo, Robinsón Sánchez, habiendo naufragado13 la biblioteca es uno de los espacios centrales más importantes de la historia. Es descrita como un lugar que el protagonista acoge con alivio, un espacio que le salvará de la mediocridad que parece rodear el colegio donde está. Es un sitio, sin embargo, vetado, con un candado aparentemente cerrado, cuyo acceso sólo frecuentan tres compañeros de clase, una especie de «club» de jóvenes rebeldes pero intelectuales a los que sólo les falta el grito de: carpe diem. Una biblioteca que no es usada, cuyo fondo se nutre de libros antiguos, empolvada, húmeda, grande y oscura, inaccesible al desinteresado. Cada libro lleva un sello de una calavera sobre un libro con el lema: Ars longa vita brevis, P. de Zúñiga. La biblioteca representa aquí un espacio tradicional, donde los libros se conservan y se protegen del uso aleatorio. Tan respetable es la biblioteca en este texto que es escrita con mayúscula. Es uno de los pocos textos en los que la biblioteca ha merecido una reflexión:

«En penumbra y con un halo vetusto y de abandono mis ojos pudieron ver una amplísima Biblioteca de la que no había oído hablar jamás y que al parecer, nadie utilizaba.

Me acerqué a uno de los portillos entornados y lo abrí para tener más luz. Toda la habitación estaba fuertemente combatida por la humedad, las paredes abofadas y algunas marcas oscuras rezumaban en los techos. Esto parecía haber provocado algunos estragos, ya que las butacas que se hallaban bajo los ventanales estaban completamente apulgaradas.

La habitación era espaciosa y oscura, pues los ventanales esmerilados dejaban entrar sólo una luz turbia y mortecina. Unos majestuosos estantes recubrían las paredes hasta el techo, cerrados por puertas con cristales en tiempos transparentes y ahora en su mayoría empolvados y grasientos. Algunos de estos cristales estaban rotos y la humedad había hecho presa en los libros.

Todo el mueble estaba corrido por una cornisa torneada, en la que se sucedían, a intervalos y en relieve, asombrosas figuras mitológicas. En la parte inferior alternaban cajones y puertas, algunas desvencijadas, con relieves que mostraban las alegorías más diversas. En cuanto a los libros, eran en su mayoría ediciones antiguas, encuadernadas, sobriamente, con poca variedad de colores, lo que proporcionaba un aspecto uniforme a todos los anaqueles.

Completaba el mobiliario una serie de mesas independientes, repartidas por la habitación, cada una de ellas con un quinqué sujeto al centro y de los cuales sólo uno comprobé que estaba enchufado y lograba funcionar.»



Sus usuarios han establecido una especie de «orden» y van extrayendo, del fondo general, aquellos que les parecen más interesantes, para clasificarlos aparte, para dejarlos más a mano, en una estantería previamente seleccionada.

«-Lo más interesante va estando en aquel estante.

(...)

-Sí, que lo voy poniendo yo allí. Todo lo que leo interesante lo coloco en el estante de la esquina. Bueno, lo que leo yo y algún otro.

-Así desordenarás la Biblioteca -medio le recriminé con ingenuidad.

-¿Cómo que desordeno? -dijo en un tono menos amigable y como ofendido-. ¡Al contrario! Establezco una jerarquía, diferencio lo importante de lo que no lo es, lo bueno de lo malo, lo que vale de lo que no vale, ¿entiendes? Además, por si no lo sabes, hago lo que quiero, para eso soy el Bibliotecario.»



Pero en esta historia la biblioteca es, sobre todo, un lugar de escapatoria, un espacio secreto donde los jóvenes se inician en el mundo del saber:

«La Biblioteca era sin duda el pan y la sal de nuestra Organización y de ella sacaba yo mi cotidiano alimento. Una tarde decidí averiguar de qué trataban los libros empolvados que se mantenían más lejos de nuestro alcance en el último de los estantes. Era una ristra de libros grises, sin ningún atractivo exterior. Subido sobre una silla tomé uno de ellos y, al hacerlo, dejé caer sobre mis ojos una oleada de polvo».



El que la biblioteca pertenezca a «unos zafios. Gente que no sabe apreciar lo que hay en sus páginas» ha sido debido a una especulación, a la venta que perpetraron los herederos del cultivado P. Zúñiga, poco interesados en conservar su colección de libros cuando éste ingresa en una residencia para ancianos. Los muchachos descubren al antiguo propietario y se proponen devolverle a escondidas lo que sentimentalmente le pertenece. Cada día sacan unos cuantos libros que le van llevando, pero la inesperada muerte del señor Zúñiga les desbarata los planes y el azar les salva de ser descubiertos en sus robos:

«-Se han roto las tuberías -dijo Enrique-. Probablemente llevan siglos sin cambiar. El agua ha caído sobre los muebles sin interrupción. Mirad qué desastre. La mayoría de los libros están empapados y los estantes parecen haber soportado un diluvio.»



El fin de la biblioteca será su destrucción. Muerte de su antiguo propietario, deterioro irreparable por el agua de los libros, traslado de la familia del protagonista a otra ciudad.




Visitas, pocas y cortitas

La biblioteca como elemento secundario


Del mundo anglosajón en su mayoría, provienen los textos en los que la biblioteca se ha incluido como un elemento más dentro de la trama. No es una alusión gratuita ni caprichosa; la biblioteca, o los bibliotecarios, desempeñan una función premeditada por el escritor o escritora. También los escritores españoles gustan de incluir pasajes o escenas en bibliotecas. En los últimos años, en España, los propios escritores han vivido en su propia piel otras bibliotecas, más dinámicas, activas y modernas. La biblioteca es un lugar donde los protagonistas acuden para buscar algún dato o donde encuentran algo que no esperaban. En todos los textos se presupone que el lector tiene su propia idea de la biblioteca, que está familiarizado con ella, por lo que no hay cabida a las descripciones ni a los detalles. Tanto es así, que el lector incluso supone que los protagonistas están en la biblioteca porque se ha mencionado expresamente, como en El ladrón de palabras14 en el que los protagonistas buscan a un monstruo come-palabras y su último destino es la biblioteca, donde consiguen quitarle tan extraño vicio. La biblioteca es «un lugar del colegio donde hay libros» y, por lo tanto, «la biblioteca es el sitio del colegio donde hay más palabras...». Es, no obstante, un lugar poco frecuentado por los niños, como lo reconoce uno de ellos: «Me parece que no venimos mucho por la biblioteca del colegio, los libros están llenos de polvo.» y que, a juzgar por la actitud de los protagonistas, seguirá siendo un lugar cuyos libros acumulan polvo.

En la mayoría de las ocasiones la biblioteca es un lugar de consulta donde se acude voluntariamente con la intención de documentarse. Incluso los protagonistas más pequeños lo hacen. El oso perdido que el niño pequeño encuentra en la gran ciudad le va dando pistas de cómo es el lugar donde él vive. El niño le muestra los rincones más frondosos de la ciudad pero, al no ser lo que buscan, le sugiere:

«-¡Probemos en la biblioteca! -le digo-. ¡Aquí se pueden encontrar muchas cosas!»



El niño no parece tener más de cinco años y, sin embargo, conoce la biblioteca y allí:

«miramos un montón de libros. El oso ve una ilustración que se parece a su casa. Buscamos el sitio en el mapa y salimos corriendo.»15



En El fantasma de la escuela16 la biblioteca es igualmente un lugar de consulta, del que poco se dice:

«Sam había consultado en la biblioteca un libro titulado: ¡Haga desaparecer a su espectro! En él se decía que podías librarte de cualquier fantasma usando una campana, un libro, unas velas y unas cuantas palabras escogidas.»



También la biblioteca es lugar de consulta para Max, el inquieto estudiante que, junto a Gustav y Leopold, pretenden dar con la fórmula para volar17.

«A la muerte del profesor Ganswindt muchos de sus valiosos manuscritos terminaron sirviendo para hacer cucuruchos en las fruterías y tiendas de comestibles. Por eso, mientras Gustav y Leopold intentaban recomponer los planos de la máquina voladora, Max removió la biblioteca de la universidad en busca de antecedentes históricos del vuelo humano, que les podrían ser de utilidad.»



En otras ocasiones la biblioteca es un referente al que los protagonistas acuden una y otra vez. Es un lugar cálido, un refugio donde van cuando su deseo de tranquilidad se lo pide, un lugar común en su rutina. Cuando Leigh Botts18 escribe sus cartas al señor Henshaw, escritor al que admira, le habla frecuentemente de la biblioteca, preguntándole por ejemplo: «¿Escribe usted libros para niños porque ya ha leído todos los de la biblioteca, o porque el escribir le gusta más que cortar el césped o quitar la nieve?». Leigh es un niño que ha conocido la biblioteca desde pequeño,

«Me sentí un poco más animado cuando mi madre me dijo que estaba cansada de la vida de la carretera. A lo mejor yo no tenía toda la culpa. Me acordaba también de que mi madre y yo estábamos mucho solos y de que yo odiaba vivir en aquella casa ambulante. Los únicos sitios a los que íbamos alguna vez era a la lavandería y a la biblioteca.»



Sin embargo la biblioteca no se define en ningún momento, Leigh no ha sido creado por la autora para hacer un alegato de la biblioteca y, como cualquier chico acostumbrado a algo, lo integra en su discurso naturalmente, sin artificialismos, sin darle mayor importancia de la que tiene.

Otro tanto ocurre con Gabriel, el protagonista del cuento fantástico El guardián del olvido19 que encuentra en la biblioteca la pista para resolver el misterio.

«En los días siguientes, Analisa tampoco acudió a la escuela. Gabriel empezaba a preocuparse cuando, una tarde, en la biblioteca, encontró el pequeño espejo que tantas veces había visto en las manos de la chica. Estaba al fondo de un anaquel, tapado por los libros fantásticos favoritos de Gabriel.»



El espejo ha sido dejado allí a propósito pues es un lugar al que el muchacho acude regularmente.

A veces la biblioteca es una buena alternativa al aburrimiento, como le ocurre a Harvey20, un chico discapacitado que vive en un hogar adoptivo. La biblioteca está situada arriba de una cuesta y, por esa razón, no es un sitio demasiado recomendable para un muchacho como él, aunque vaya acompañado. Sin embargo van y la biblioteca no es muy definida, aunque por la conversación que sostienen la acompañante de Harvey y el bibliotecario se puede deducir algo:

«Nada más llegar, Harvey se colocó en una mesa apartada para hojear viejos números del New York Times Magazine. Su amiga repasó todas las revistas de modas que pudo encontrar y luego se acercó al mostrador del bibliotecario.

-¿Tienes revistas de cine?

-No.

-¿Y cómics?

No.»



A pesar de tener poco fondo, la biblioteca cuenta con un servicio de fotocopias.

La biblioteca, incluso, es una imagen tan aceptada y tan cotidiana que en algún caso es objeto de críticas por su labor intelectual y social entre sus usuarios. En un divertido libro21 de la escritora inglesa Anne Fine la biblioteca es prohibida por la madre de la protagonista, que la considera como un lugar donde se recomiendan pautas que los niños siguen al pie de la letra casi sin reflexionar y que ocasionan más trastornos que utilidades.

«Encontré a mamá registrando la despensa.

-Kitty, ¿podrías ir a cogerme unas patatas?

-¿No puedes esperar hasta que vuelva?

Mamá levantó la vista.

-¿A dónde vas?

-A la biblioteca.

Mamá frunció el ceño porque ha cogido manía a las bibliotecas. Lleva semanas enteras con esa manía, lo que nos ha complicado mucho la vida tanto a mí como a Jude. Antes le gustaban un montón. Como todos, tenía esa visión color de rosa en las que las bibliotecas son depósitos frescos y silenciosos de sabiduría limpiamente ordenada: templos del saber, joyas culturales, cúspides de la civilización y cosas por el estilo. Si le decía que me iba a la biblioteca, me sonreía y sentía un cosquilleo por dentro. Era fácil saber lo que estaba pensando: por muy mal que lo hubiera hecho como madre no debía de inquietarse demasiado, ya que por lo menos aún seguíamos yendo a la biblioteca.

Y entonces las cosas empezaron a torcerse. Primero, un día apareció Jude insistiendo en que a Floss le hacían falta cuatro inyecciones distintas para que pudiera seguir respirando sin problemas durante el invierno. Dos semanas después, llegó una factura de quince libras del veterinario.

-¿Y de dónde has sacado eso de las inyecciones? -le preguntó entonces mamá bastante irritada.

-Había un cartel que lo ponía en la pared de la biblioteca -contestó Jude, toda inocencia.

Y ese fue el principio de lento pero firme desencanto de mamá. Hasta estuvo a punto de dirigirse a la biblioteca marcando el paso para quejarse.

Luego, dos o tres semanas después, llegué yo a casa destrozada porque había estado de pie durante media hora, incapaz de despegar los ojos de un vídeo terrible que echaban en sesión continua en el salón de actos sobre las tácticas de la policía sudafricana. Esta vez, mamá llamó por teléfono al director de la biblioteca. Luego Jude estuvo dos semanas con pesadillas cuando quitaron el cartel viejo antivivisección de los ratones encerrados en una jaula y pusieron en su lugar uno mucho más fuerte y desgarrador en el que se veía bien claro a un gato que era clavadito a nuestra Floss.

Así que soplaban vientos de tormenta. Pero cómo iba yo a saber que esa misma mañana Jude había cometido el grave error de decirle a nuestros muy susceptibles vecinos que deberían quitarle las pulgas a su perro mucho más a menudo (por cortesía de la Hoja Informativa Bibliotecaria n.º 4), justo cuando mamá acababa de volver de hacer las paces con ellos.»



En esta biblioteca no sólo se encuentran libros sino también otros soportes culturales:

«-¿Para qué vas a la biblioteca? -me preguntó toda recelosa y rechinando los dientes.

-Quiero coger una cosa.

-¿Un libro?

-No.

-¿Y entonces qué?

No respondí a eso por la sencilla razón de que cualquier cosa que dijera podría ser utilizada en mi contra.

-¿Un juego de ordenador? ¿Es eso?

Me habían pillado con las manos en la masa y asentí.

-¡Ya está bien! -chilló-. ¡Ya está bien! ¡Finito! Desde ahora en adelante, esa biblioteca de las narices es territorio prohibido. ¡Prohibido!

Yo levanté los ojos al cielo. Ojos Saltones soltó una carcajada. Mamá se encaró directamente con él.

-¡Para ti es muy fácil reírte! -le dijo-. ¡Seguro que tú nunca tuviste este problema cuando tus hijos eran pequeños!

Me quedé boquiabierta. No sabía que tuviese hijos mayores.»



La «biblioteca ideal» es percibida, sin embargo, por la madre, como un lugar no tan interesante, reclamando por las bibliotecas más tradicionales:

«-Has tenido suerte -dijo mamá con un suspiro-. Tus hijos se han criado en los buenos tiempos de antaño, ¡cuando las bibliotecas aún eran bibliotecas! Seguro que iban a pasar una media hora tranquila eligiendo libros de verdad. Y luego volvían a casa y tú tendrías por lo menos un par de horas de paz mientras ellos se quedaban sentaditos leyéndoselos de cabo a rabo.

Siempre entre sonrisas, Ojos Saltones asintió. Sí, decía con su expresión. Así eran las cosas en los buenos tiempos de antaño.

-Bueno, pues ahora han cambiado las cosas -dijo mamá con brusquedad-. Vuelven a casa en menos de diez minutos y bajo el brazo llevan uno de esos juegos idiotas de ordenador que no paran de hacer bip-bip, y lo único que oyes durante horas es: "¿No crees que deberíamos jugar sobre seguro y alistarnos en la división de infantería blindada, mamá?", o "¿Puedo apuntarme a clases de serbocroata en la universidad a distancia, mamá?", o "¿Qué es la cocaína, mamá?"

Y mamá se echó hacia delante y me chascó los dedos delante de las narices.

-Vale, ¡pues ya está bien! -repitió-. Se acabó la fiesta. Hablando como madre y como contribuyente, tengo el deber de proclamar que las bibliotecas constituyen ahora un problema mucho mayor que los que ayudan a resolver. Así que ya te puedes ir arriba a poner los pocos libros destrozados que tienes en orden alfabético.»



Esta visión moderna de las bibliotecas que madre e hija no comparten, ofrece novedades respecto a las tradicionales:

«-La biblioteca ya no guarda los libros por orden alfabético -le dije.

-¿Qué, cómo? -me dijo con voz ahogada-. ¿Es que se ha desplomado el cielo sobre nuestras cabezas? Dime, Gerald, ¿he oído bien lo que acaba de decir mi hija?

-Es verdad -dije antes de que él pudiera aportar su granito de arena-. Ahora la sección juvenil está clasificada por puntos. Puntos rojos para adolescentes, azules para la segunda etapa de primaria, rosas para la primera y verde para los de guardería.

-¡Estás de guasa! ¡De guasa! ¿Puntos?

-Bueno..., pegatinas redonditas, ya que estamos.

Mamá se llevó las manos a la cabeza.

-Pegatinas redonditas -gimió-. Gerald, ya ha ocurrido. Los bárbaros han tomado el poder -y levantó la cabeza-. ¿Pero a qué esperan? -exigió saber de repente-. ¿Qué los detiene?¿Por qué no cogen ya de una vez, arrancan las estanterías y tiran los libros en cuatro grandes pilas: ¡Aburridos, así así, "guya" y "chachi piruli"!

Ojos Saltones no podía contener las carcajadas y mamá se encaró con él:

-No, de verdad -insistió-. Estoy hablando en serio. ¿Para qué seguir fingiendo? ¿Qué más da que nosotros, el público británico, tuviéramos antes un sistema de bibliotecas que era la envidia del mundo entero?

Era como una actriz en un estreno importante. El pobre Ojos Saltones se tenía que enjugar las lágrimas que le caían por las mejillas de tanto reírse. Yo volví a levantar los ojos al cielo.

Y entonces mamá extendió la mano en un gesto dramático.

-Dame tu carné de la biblioteca. Venga. Suéltalo.

Negué con la cabeza y di un salto hacia atrás.

-Venga -dijo-. Suéltalo. A partir de ahora, queda confiscado.

-Ah, no; de eso nada -dije, como si estuviéramos en una pantomima.

-Ah, sí.

-Ah, no.

Siempre con la mesa entre ambas, me dirigí rápida y con cautela hacia la puerta trasera. De repente, mamá hizo como si fuera a echar a correr detrás de mí y, con un gran esfuerzo, Gerald Faulkner logró dominar sus risas lo bastante para cogerla en brazos y retenerla mientras yo atravesaba la puerta sana y salva.

-¡Adióos! -les grité, al tiempo que salía disparada por el sendero del jardín.»






Enter col y col, lechuga

La biblioteca, de vez en cuando


A veces la biblioteca, sin llegar a ocupar un espacio destacado dentro de la acción, sí tiene un lugar en una reflexión, un pensamiento, una lejana meditación que denota una actitud hacia la misma, una carencia, o un recuerdo. En todos los casos son referencias que los protagonistas hacen una vez a lo largo de la historia para situar sus pensamientos en un contexto, para comparar una situación con otra, para informar.

A veces es la protagonista que recuerda cómo su profesora les acompaña a la biblioteca:

«Suele venir siempre con nosotros a la biblioteca del cole, porque nos tiene que enseñar a toda costa sus libros preferidos. Y nos dice que leamos lo más rápido posible, para que también les toque el turno a los otros.»22



El joven Julien23 percibe también la biblioteca como un espacio impuesto, alejado de sus intereses:

«Llegó a la calle Renard y de golpe apareció ante él la gran masa tubular del Centro Pompidou, "la refinería de los intelectuales", decía su padre. Julien se acordó que de pequeño su padre lo llevaba a menudo a la biblioteca y allí se aburría en medio de este religioso silencio de los libros, del andar quedo, de los murmullos inaudibles.»



Pero no todos son recuerdos negativos, Park es un chico que indaga el paradero de su padre y, en una referencia a su madre, la califica como usuaria de bibliotecas:

«Su madre leía mucho, pero nunca la había visto coger aquel libro de la estantería de la sala. De hecho, los únicos libros que leía, además de los muchos que sacaba en la biblioteca, eran los que tenía en una pequeña estantería en su dormitorio.»24



En otros libros, la biblioteca es una referencia cultural, como en el caso del cuento número ocho de la selección de Miquel Obiols25 en el que se hace referencia a una escuela de puercos:

«Era, según pudimos comprobar, una especie de escuela donde se enseñaba a emitir correctamente Gruñidos y Chillidos a todos los cochinos, puercos, marranos y lechones. También los adiestraban en el arte de bañarse y perfumarse con jugo de brezo. Muy pocos eran los cerdos que aprendían a leer y escribir y, en general, todos eran muy incultos y toscos. En realidad no les interesaba demasiado, ni la historia de su país, ni nada de lo que estuviera relacionado con la cultura porcina. Por eso no conseguimos encontrar ni una biblioteca, ni una librería...»



En esta misma selección, en el cuento número once, la comparación que de la biblioteca se hace connota un lugar de desorden:

«La primera media hora pasó sin conflictos. La mesa del comedor, llena de libros y de mapas, parecía la de una biblioteca.»



En dos libros de información, la biblioteca es citada como el último punto donde el libro acudirá después de estar terminado. «En la biblioteca, los libros están distribuidos según los temas, para que nos resulte más fácil escoger lo que preferimos leer»26 o un lugar donde algunos no pueden soportar el ruido27.




Más vale algo que nada...

Las otras bibliotecas


No queríamos dejar de referirnos, sin embargo, a esos otros espacios con libros que representarían la concepción más elemental de biblioteca. El concepto de biblioteca para niños puede abarcar desde unos cuantos libros ordenados en una estantería en clase, hasta la pequeña selección que tienen en su habitación. Biblioteca como seudónimo de colección de libros sin determinar cantidad ni disposición concreta. En los últimos años, en España, el concepto de biblioteca escolar y biblioteca de aula han ampliado de alguna manera la visión tradicional y en ocasiones demasiado limitada de biblioteca. Es por ello que aquí haremos mención a esas colecciones de libros que, sin pretensiones de bibliotecas públicas, cumplen una función por cuanto acercan los libros y la cultura a sus usuarios. Hablamos de las bibliotecas privadas, tanto de adultos como de niños y de espacios donde el libro está presente. En esta parte del análisis haremos referencia exclusivamente a los textos y dejaremos las ilustraciones para el capítulo dedicado a las mismas.

Entre los «espacios domésticos» con libros, se encuentran las inclusiones que la poeta chilena María de la Luz Uribe hace en dos de sus libros28 dedicados a los objetos del hogar, concretamente al salón y al cuarto. En el primero habla de estante:



«Había un estante
repleto de libros
y algunos objetos
creyéndose listos.

"Soy de porcelana",
dijo una paloma,
"fina y delicada,
y nadie me toca".

"Y yo de cristal",
dijo un reyecito,
"por eso al limpiarme
me tratan con mimo".

"Yo soy de papel",
dijo un grueso libro,
"pero el que me abre
se queda conmigo"».



Cuando se refiere al cuarto, habla, sin embargo, de Repisa:



«Esta era una repisa
que siempre tenía risa.
Tenía muchos amigos
entre juguetes y libros.

Cuando no estaba jugando
cuentos estaba escuchando.
Los libros le susurraban
historias nuevas y extrañas.

Si alguien un libro sacaba
se reía a carcajadas,
porque ella ya conocía
el cuento que leerían.

Yo leo mucho y sin prisa
por ver si escucho su risa.
Pero nadie escuchó nunca
la risa de la repisa.»



Igualmente domésticas son las bibliotecas que presenta el escritor alemán Erich Kästner en sus cuentos. Son textos cuyo original data de los años treinta, pero que se han traducido en España en los años 80. Es un escritor en cuyos libros hay siempre referencias a los libros. Bien directamente con el texto, bien con las ilustraciones, como veremos más adelante. En El 35 de mayo29, la biblioteca es llamada «el armario de libros» y está situada en la habitación donde los protagonistas hacen sus juegos de mesa, en tranquila competencia con la lectura.

En los cuentos que tienen lugar en tiempos antiguos, la referencia a la biblioteca es únicamente la de particulares. Véase, por ejemplo, en El paquete parlante30 cuando los protagonistas, dos niños y un loro, llegan al Palacio de Dreja, residencia de Camemberto, duque de Comadrejilia en busca de datos sobre una planta medicinal. La biblioteca sólo será accesible para el loro:

«-¡Qué humor ni qué narices! -dijo Loro con malos modos-. Oye, Camemberto, comadreja mocosa, menguada y majadera, atiende: la ruda es una planta. Si las comadrejas la coméis, os hace valerosas y os capacita para atacar a los basiliscos. Es un hechizo que encontramos en el Gran Libro de los Hechizos. Ahora, lo que yo quiero saber es si hay alguna alusión a ello en vuestra absurda Historia de la Comadrejilia.

-¡Qué curioso! -dijo Camemberto-. ¡Qué curioso! ¿Tomar ruda para hacernos valerosas? Por supuesto, ya comprenderás que no nos hace falta nada semejante. Naturalmente que no. Somos valientes como leones, las comadrejas: pacíficas, naturalmente, pero cuando se nos irrita, ¡ja! ¡Caray, entonces sálvese el que pueda!

-Lo difícil es irritaros -señaló Loro-. Bueno, mira, Camemberto, deja ya de echarle cuento, sé bueno. Hale, vamos a consultar tu Historia. La tendrás en la biblioteca ¿no?

-Sí, claro, claro -dijo Camemberto-. Pero..., pasa una cosa.

-¿Qué? -preguntó Loro.

Camemberto se inclinó hacia él y le dijo a la oreja, pero sin bajar la voz:

-No puedo decirles que pasen, a ésos..., a esas cosas; son demasiado grandes..., me romperán los muebles..., asustarán a la pobre Clementina.

-Vale, vale, -dijo Loro-. Los niños pueden ir a la parte de atrás, tumbarse en el césped y mirar por la ventana de la biblioteca.

-Bueno, pero diles que se tumben con mucho cuidado -dijo Camemberto-; es mi campo de croquet.

Mientras Loro seguía a Camemberto y Clementina hacia el interior de la casa, los niños rodearon la casa y se tumbaron en el césped del campo de croquet. Por las ventanas abiertas se veía una gran biblioteca con las pareces forradas de madera de roble y llenas de libros desde el suelo hasta el techo. Al poco rato entraron en ella Camemberto y Loro.

-Bueno -dijo Camemberto-, la Historia está en esta parte, en los estantes diez, once y doce. Tenemos mucha historia, las comadrejas; no como algunos seres a los que no voy a nombrar, y que, hablando con propiedad, tienen tan poca que lo mismo podrían no haber existido nunca.

-Manos a la obra -dijo Loro-. ¿Tiene índice analítico?

-Sí -respondió Camemberto, cogiendo un grueso volumen de color pardo-. Aquí está.

Sacó un par de quevedos del bolsillo, se los puso mientras abría el libro, y empezó a pasar las páginas.»



La biblioteca como reducto del saber, como obsesión, como puerta a la sabiduría y el pensamiento se presenta en La hija del mago31 donde un padre concentrado en la búsqueda de la eterna juventud, dedica poco tiempo a su hija que busca entretenimiento. Como ella siempre le ve rodeado de libros le pide algunos para poder ella leer también:

«La muchacha bajó a todo corre las escaleras de la torre y vio con alegría que el suelo de su alcoba estaba cubierto de montones de libros. Iban encuadernados en pieles de vivos colores, tenían los cantos dorados y estaban llenos de fantásticas ilustraciones.»



La biblioteca es aquí un símbolo de perdición, una puerta que llevará a la separación a padre e hija: «el mago advirtió que había cometido un error, porque al darle los libros le había dado el saber.»

Taziz, es sin embargo, un chico pobre que se ha quedado huérfano y vive en el monte, alejado de la civilización. A pesar de vivir austeramente tiene todas sus necesidades cubiertas: comida, bebida y una pequeña casa. Una de sus aficiones favoritas es leer. Y su biblioteca consta de nueve libros: «nueve libros, su mayor tesoro». Decidido a renovar su exigua biblioteca, baja a la ciudad a buscar nuevos libros, encontrando allí una versión medieval de lo que podría ser un biblio-bus:

«Se detuvo frente al carretón. Jamás hubiera pensado que pudiera haber tal cantidad de libros juntos. No se atrevió a tocarlos, aunque los dedos le picaban de las ganas que tenía. Leyó los títulos. Todos parecían muy interesantes, y las portadas eran preciosas, con letras doradas y alguna que otra imagen. Poco importaba que fueran viejos. ¿Acaso un libro viejo no denota sabiduría? Cuantas más manos han tocado sus páginas, más ha cumplido su misión. Los contempló con respeto y devoción. Eran libros muy usados, muy leídos.»



También las librerías y los libreros pueden, en ocasiones, tener el rol de intermediarios entre el libro y el lector. Véase, si no, esta escena que bien podría tener lugar en una biblioteca recién inaugurada:

«-¿Qué pasa? -gritó el señor Escarabille, que estaba ocupado diciéndole a Clotario que no jugara con la cosa que da vueltas, esa donde se ponen los libros para que las gentes los escojan y los compren.

-Le estoy explicando una historia que he leído -le dije al señor Escarbille.

-¿La tiene usted? -preguntó Godofredo.

-¿Qué historia? -dijo el señor Escarbille, que se había peinado con los dedos.

-Es un cow-boy -dije- que llega a una mina abandonada. Y en la mina hay unos tíos que lo esperan, y...

-¡La he leído! -gritó Eudes-. Y los tíos empiezan a tirar: ¡bang! ¡bang! ¡bang!

-...¡Bang! Y después el sheriff dice: "¡Hola, extranjero! -dije yo-. Por aquí no nos gustan los curiosos..."

-Sí -dijo Eudes-, y entonces el cow-boy saca su pistola, y ¡bang! ¡bang! ¡bang!

-¡Ya basta! -dijo el señor Escarbille.

-A mí me gusta más mi historia del aviador -dijo Godofredo- ¡Brummm! ¡baummm!

(...)

-¡Niños!... -gritó el señor Escarbille.

Y después oímos un ruido enorme, y toda la cosa con los libros cayó al suelo.

-¡Casi no la toqué! -gritó Clotario, que se había puesto colorado.

El señor Escarbille no parecía nada contento.»32



A falta de bibliotecarios, el librero puede suplir la búsqueda de información:

«Su profesor no sabía tampoco qué clase de hoja era, pero dijo:

-Llévasela al viejo señor Brow, el librero de libros antiguos. Ha leído tantos libros que tal vez lo sepa. Además, tiene una colección de plantas raras. Así que Gus llevó la espinosa hoja azul al viejo señor Brown, que la miró a través de sus gafas y luego con una lupa. Luego dijo:

-Muchacho, tienes un tesoro. Lo que tienes es una hoja del Árbol de la Memoria.»33






Candil sin mecha, ¿qué aprovecha?

Los usuarios de las bibliotecas


¿Qué sería de una biblioteca sin sus usuarios? ¿De qué serviría su empeño en modernizarse, sus completas y variadas colecciones, su orden, sin nadie que las necesite? ¿Cuál es el perfil de los usuarios de bibliotecas que aparecen en nuestra selección? ¿Consiguen su objetivo después de visitarlas? ¿Cuál es su relación con las bibliotecas? Considerando aquellos que, dentro de nuestros textos, hacen uso de una biblioteca real, encontramos variados personajes. La mayoría son personas para las que la biblioteca ocupa un lugar importante. Conocen su funcionamiento, sus normas, lo que de ella pueden obtener. Es difícil que, después de visitarla, no encuentren aquello que buscan.

El pequeño de ¡Perdidos!34 sabe que en la biblioteca «se pueden encontrar muchas cosas» y, aunque entran en una biblioteca de corte clásico, con mesas de patas torneadas, salas barrocamente decoradas y elegantes pinturas, la escena donde los dos revisan un montón de libros presupone que el niño no ha tenido ningún problema para encontrar la selección adecuada que les puede ayudar. Y así ocurre, en un mapa del mundo encuentran el lugar exacto de donde proviene el oso y adonde se encaminan rápidamente. La biblioteca ha sido la que ha posibilitado que el oso pueda regresar.

También en El fantasma de la escuela35 la biblioteca es utilizada para buscar un remedio, pero no es el protagonista niño quien la utiliza sino el viejo Sam, vigilante de la escuela que no está dispuesto a perder su cómodo puesto de trabajo. La solución la encontrará en un libro.

En el caso de Harvey36, el niño discapacitado, su motivación para ir a la biblioteca es la búsqueda de un dato que le conducirá hasta su madre. Tanto él como la chica que le acompaña son niños que están en hogares adoptivos, con problemas familiares graves y con una apatía general hacia lo que les rodea. Mientras el chico está obsesionado por su historia: un padre que le ha atropellado y roto las dos piernas y una madre que les abandonó, la chica tiene la actitud despreocupada de aquel que ya lo ha perdido todo. No son, desde luego, asiduos a las bibliotecas, pero están familiarizados con ellas y con lo que en ellas se puede encontrar. Mientras él está concentrado revisando periódico por periódico, ella mariposea de libro en libro, buscando revistas de contenido insulso y libros «rosas» de los que lee apenas unas páginas. Él encuentra lo que está buscando.

«-Yo me quedo hasta que encuentre un artículo -contestó él, pasando la página con decisión.

-¿De qué se trata?

-Si quieres saberlo, te diré que es sobre mi madre.

-¿Qué ha hecho para que la saquen en los periódicos?

-Pues se fue a vivir a una granja en Virginia con una gente. Iban a empezar una nueva forma de vida. El artículo trata sobre eso. Yo quiero saber dónde está exactamente esa granja.»



Niños silenciosos, retraídos y tímidos, son también buenos usuarios de las bibliotecas. Ese es el caso de Park37 un niño obsesionado por la figura ausente de su padre, muerto en Vietnam. Inicia solo sus pesquisas para saber más de él. Como usuario de la biblioteca que es, comienza buscando en los libros, donde encuentra, en la biblioteca familiar, la primera pista. Su madre también frecuenta las bibliotecas:

«Su madre leía mucho, pero nunca la había visto coger aquel libro de la estantería de la sala. De hecho, los únicos libros que leía, además de los muchos que sacaba en al biblioteca, eran los que tenía en una pequeña estantería en su dormitorio.»



Siguiendo con este perfil de niño tímido, encontramos a Leigh38, joven aspirante a escritor que se cartea con su escritor favorito. Él pasa mucho tiempo entre los libros de la biblioteca escolar, bien buscando información,

«Mi madre me dijo que tenía que invitar a Barry a casa a cenar porque yo he ido muchas veces a su casa después del colegio. Habíamos estado tratando de fabricar una alarma contra robos para su habitación. Finalmente conseguimos hacerla funcionar con la ayuda de un libro de la biblioteca.»



Su vida gira en torno a la preocupación de que su madre se separara de su padre, camionero de profesión, harta de la vida de nómadas que llevaban y la tranquilidad -culpabilizadora- que le proporciona tener casa estable y amigos permanentes. En la biblioteca pasará los momentos más agradables de la vida escolar y, aunque en su fuero interno su situación familiar le seguirá intranquilizando, un premio de literatura y el reconocimiento de sus aptitudes artísticas le permitirán afrontar la vida con más valor.

Y, sin llegar a ser un niño conflictivo, sino más bien introvertido, el protagonista de El enigma del maestro Joaquín39 es un joven adolescente que, obsesionado por la búsqueda de información de un cuadro, se embarca en una investigación en la que la biblioteca será el primer punto de partida.

En Me gustan las bibliotecas40 la imagen final presenta una sala de lectura con niños. El texto ya indica que en dicha sala «los niños leen cada uno en su idioma» y la imagen corrobora presentando niños asiáticos y de color negro. Son niños que se desenvuelven sin problemas con los ficheros y buscando entre las estanterías. También puede observarse una niña en silla de ruedas que lee junto a otros.

Pero no vayamos a pensar que todos los usuarios son tan «normales» como los presentados hasta ahora. En alguna ocasión sus usuarios han sido para comerse los libros, como en Ratas de biblioteca41 cuyos clientes han pasado de ser paletos incultos y algún que otro niño, a ratas que, al comerse los libros son convertidas en materia de biblioteca al poder repetir lo que se han comido. Esta biblioteca tiene mucho éxito y capta nuevos usuarios, claro que «más que lectores, se les habría de llamar oidores».

Ratas y arañas son los animales favoritos que a los escritores les gusta situar en las bibliotecas, suponemos que inspirados por el famoso lema «ratón de biblioteca» porque todos los ratones que aparecen son intelectuales:

«Shakespeare se quedó muy pensativo. Muy pocas veces había salido de aquella habitación. Había heredado de sus padres, que también habían sido ratones de biblioteca, un carácter muy apacible y una afición muy grande por los libros. Se sentía muy bien oliendo y mordisqueando las blancas hojas y enterándose de tantísimas cosas que había que saber.»42



A veces los ratones pueden comunicar sus inquietudes a los niños:

«-¡Lo mismo opino yo! -interrumpió el ratón con un pequeño chillido-. Fue gracias a los libros que mi vida cambió. La mujer que los colocaba en los estantes a veces dejaba algunos por el suelo, y así empecé a interesarme por aquellas curiosas cosas de las cuales había oído tanto, pero que jamás había visto de cerca. Más que nada para entretenerme decidí aprender a leer.»43



Bandidos descarados pueden llegar a la biblioteca, pero esto es solamente si la bibliotecaria ha hecho un trabajo de «animación» previo. Este es el caso de los clientes de Ernestina Laburnum44. Ella es usuaria de la biblioteca -algo bastante novedoso- cuando va a buscar un libro para curar el sarampión a sus secuestradores y, posteriormente, para entretenerles durante la convalecencia. Este ejercicio ha causado tanta impresión que el jefe de la banda se hace socio de la biblioteca con la intención de llevar nuevas lecturas a sus intelectualizados bandidos. Estos, a su vez, serán convertidos en bibliotecarios, cerrando así el círculo perfecto que vendría a confirmar el sabio refrán, más vale tarde que nunca.

También, fruto de la animación, es el usuario permanente de El monstruo y la bibliotecaria45, un monstruo que ha entrado en la biblioteca por el frescor del aire acondicionado, o más bien dentro del aparato y, seducido por las artes contadoras de la bibliotecaria, se contagia hasta el punto de que:

«El monstruo se había afincado en la biblioteca. Le había tomado cariño a aquel lugar. Sentía verdadero placer trepando por las estanterías en busca de libros y más libros, que leía sin cesar.»



Y respecto a las arañas, éstas representan el abandono de algunas bibliotecas:

«Hubo un tiempo en que las arañas campeaban a sus anchas entre los libros, pero poco a poco la biblioteca se había ido convirtiendo en un lugar más limpio, que cada vez visitaban más los muchachos, y ellas habían tenido que retirarse al desván.»



Temerosas de construir sus telarañas en los libros que van a ser solicitados, consultan a la Araña Sabia los gustos de los usuarios:

«Ante todo -comenzó la Araña Sabia- no debes nunca apoyarte en los libros más bonitos. Deja a un lado Alicia en el país de las maravillas, Pinocho, El secreto del viejo bosque, El principito, El mago de Oz, Cuentos por teléfono, el Hobbit... Estos se prestan muy a menudo. De cualquier modo, si no te acuerdas de los títulos, puedes reconocer los mejores libros incluso por el olor: tienen el aroma que sale de la corteza de los albaricoqueros de la huerta de Murcia poco antes de que estalle una tormenta... Pero también hay malos libros que se prestan muy a menudo. Estos libros también los reconocerás por el olor: huelen a sudor, porque quien los ojea no los lee con la cabeza, sino con los pies.»46






Nave sin timón, pronta perdición

Las bibliotecarias y los bibliotecarios


Y si una biblioteca no es nada sin sus usuarios, ¿lo sería también sin los bibliotecarios? A juzgar por los textos analizados, se podría decir que sí, que no siempre biblioteca va relacionada con bibliotecario o bibliotecaria, pero, como a fin de cuentas, es un personaje, un elemento literario que el autor puede utilizar para darle un rol más creativo que el ambiental en sus historias, digamos que, o aparece y tiene un papel destacado o no se hace ninguna referencia a él. Tal vez la mayoritaria ausencia de referencias tenga algo que ver con esta reflexión que se hace un escritor de libros para niños en uno de sus cuentos:

«Hay personas que ven a las bibliotecarias como seres gruñones y antipáticos. Si a una de estas personas le preguntásemos: "¿Cómo te imaginas a una bibliotecaria?" Seguro que nos respondería algo así: "Me la imagino vieja, huraña, fea, amargada...". Y mejor no invitar a ninguna de estas personas a que dibuje a una bibliotecaria. Si lo hacen, seguro que la sacan, sencillamente, espantosa. ¿Qué habrán hecho las bibliotecarias? Seguro que los que así ven a las bibliotecarias, en su vida han puesto los pies en una biblioteca.»47



De este interesante comentario podemos extraer los dos ejes principales de este capítulo: el primero es ese plural femenino que denota tan claramente la supremacía de la mujer en esta profesión y el segundo, la indefinición de su imagen, pues a juzgar por sus retratos, a veces excesivamente estereotipados, se supone que los escritores que han incluido bibliotecarias en sus historias, «han puesto los pies en una biblioteca», al menos un par de veces en su vida y su encuentro no parece haberles brindado suficiente material literario.

La bibliotecaria, más que una imagen, tiene varias, desde la figura maternal-cariñosa, hasta la pintoresca. Desde una visión realista, la bibliotecaria es una mujer preocupada por sus lectores, atenta a sus lecturas, discreta, y con una gran influencia sobre los protagonistas que la consideran una persona muy respetada. Las escasas veces en que se indica la edad es para confirmar que se trata de una chica joven, como si los escritores aceptaran ese discreto pacto de no indicar la edad en las personas maduras. La bibliotecaria es la mejor intermediaria entre el lector y el libro y, en estos casos, no se especifica si la propia bibliotecaria es amante de la lectura o, simplemente, una buena profesional. En el ámbito de lo fantástico, la bibliotecaria, disfruta leyendo, haciendo «animaciones» entre sus lectores y participando en las extravagancias que le pide la historia. Es un personaje extraño, poco descrito, dejado de la mano de la ilustración que toma algunos tópicos como veremos y deja otros, llegando, en algunos casos a un gran contraste entre lo que el escritor o escritora cuentan y lo que el lector ve retratado. Aquí sí se llega a hacer una alusión a la edad aproximada de la bibliotecaria, diciendo, en la mayoría de los casos que se trata de una persona joven.

En los casos de bibliotecarias «maduras» el lector no puede hacerse una imagen concreta de esa mujer de la cual se habla; por su discreción, comprensión y apoyo al protagonista, el lector imagina que en sus años mozos, tal vez era igual de retraída que el protagonista, al que comprende y alienta, igual de entusiasta de la lectura y amante de su profesión. Lo que ha quedado de ello en su madurez es la tranquilidad de las personas en las que se puede confiar y el afecto que es capaz de brindar a los siempre despistados protagonistas, afecto que ellos mismos reconocen cuando la describen:

«Hoy la bibliotecaria del colegio me paró en la entrada para decirme que tenía algo para mí y que fuese a la biblioteca. Allí me entregó su nuevo libro y me dijo que podía ser el primero en leerlo. Debí de parecer sorprendido. Me dijo que sabía cuánto me gustaban sus libros puesto que los saco con tanta frecuencia. Ahora sé que el señor Fridley no es la única persona que se fija en mí.»48



En esta historia, por ejemplo, la bibliotecaria participa activamente en las actividades del colegio, en concreto en un concurso de escritura en el que participa el protagonista. La bibliotecaria, no sólo se limita a cumplir su horario, sino que, como otras muchas bibliotecarias, pone a disposición su tiempo libre y sus recursos «por la causa» y se interesa verdaderamente en lo que hacen los chicos, o en algunos:

«Ayer la señorita Neely, la bibliotecaria, me preguntó si había escrito algo para el Anuario de los Escritores Jóvenes, pues todos los escritos tenían que ser entregados el día siguiente. Cuando le dije que no, me dijo que todavía me quedaban veinticuatro horas y que por qué no me ponía a ello. Y lo hice, pues realmente me apetecía conocer a algún escritor famoso.»

(...)

«La señorita Neely nos llevó en su propio coche al Holiday Inn, donde otras bibliotecarias y sus ganadores estaban esperando en el vestíbulo. Luego llegó Angela Badger con su marido el señor Badger, y nos llevaron a todos al comedor, que estaba muy lleno de gente. Una de las bibliotecarias, que era una especie de bibliotecaria jefe, dijo a los ganadores que se sentasen a una mesa larga en la que había un cartel que decía "reservado"».



A veces, la falta de descripciones se suple por el "señorita" o "señora" que puede dar una idea aproximada de cómo es la persona, aunque su retrato sigue siendo más por sus hechos que por su aspecto físico:

«Los libros te dicen cosas de las personas que los leen. Naturalmente. La señora Winslow, la bibliotecaria del colegio, lo llamaba de vez en cuando y le decía: "Me parece que tengo un libro que te gustará", y casi siempre tenía razón. Nunca presumía de ello; sin embargo, sabía lo que le gustaba y lo que no le gustaba a él. Park odiaba los libros de máquinas y ordenadores. Incluso en la escuela primaria, odiaba los dinosaurios y le encantaban los dragones. (...)

No, la señora Winslow le daba dragones y castillos y todas las historias del rey Arturo que encontraba. Tampoco criticaba los gustos de cada uno. Mientras le daba a Sheila Clark un libro estúpido llamado Conoce al señor Átomo con la mano izquierda, le daba a él La espada y el círculo con la derecha. Pero el caso es que la señora Winslow sabía cómo eras por los libros que leías. Si leía los libros de su padre, ¿no llegaría a conocerlo tan bien como la señora Winslow lo conocía a él?»49



¿No es este el retrato que toda bibliotecaria desearía?

Las bibliotecarias definidas con el «señora» parecen tener una serenidad y una experiencia de la que hacen gala, sobre todo, ante los momentos difíciles. Como cuando se encuentran a un usuario excepcional al que comprenden y ayudan. Véase, si no, el extraordinario rol que juega la bibliotecaria de un pequeño pueblo a la hora de orientar las especiales demandas de Matilda, una niña de cuatro años, en el cuento que lleva el mismo nombre50:

«La tarde del día en que su padre se negó a comprarle un libro, Matilda salió sola y se dirigió a la biblioteca pública del pueblo. Al llegar, se presentó a la bibliotecaria, la señora Phelps. Le preguntó si podía sentarse un rato y leer un libro. La señora Phelps, algo sorprendida por la llegada de una niña tan pequeña sin que la acompañara ninguna persona mayor, le dio la bienvenida.

-¿Dónde están los libros infantiles, por favor? -preguntó Matilda.

-Están allí, en las baldas más bajas -dijo la señora Phelps-. ¿Quieres que te ayude a buscar uno bonito con muchos dibujos?

-No, gracias -dijo Matilda-. Creo que podré arreglármelas sola.

A partir de entonces, todas las tardes, en cuanto su madre se iba al bingo, Matilda se dirigía a la biblioteca. El trayecto le llevaba sólo diez minutos y le quedaban dos hermosas horas, sentada tranquilamente en un rincón acogedor, devorando libro tras libro. Cuando hubo leído todos los libros infantiles que había allí, comenzó a buscar alguna otra cosa».



Esta bibliotecaria, no sólo introduce a su nueva lectora en la biblioteca, sino que la observa, se ha aprendido su nombre y está dispuesta a darle un trato especial:

La señora Phelps, que la había observado fascinada durante las dos últimas semanas, se levantó de su mesa y se acercó a ella.

-¿Puedo ayudarte, Matilda? -preguntó.

-No sé qué leer ahora -dijo Matilda-. Ya he leído todos los libros para niños.

-Querrás decir que has contemplado los dibujos ¿no?

-Sí, pero también los he leído.

La señora Phelps bajó la vista hacia Matilda desde su altura y Matilda le devolvió la mirada.

-Algunos me han parecido muy malos -dijo Matilda- pero otros eran bonitos. El que más me ha gustado ha sido El jardín secreto. Es un libro lleno de misterio. El misterio de la habitación tras la puerta cerrada y el misterio del jardín tras el alto muro.

La señora Phelps estaba estupefacta.

-¿Cuántos años tienes, exactamente, Matilda? -le preguntó.

-Cuatro años y tres meses.

La señora Phelps se sintió más estupefacta que nunca, pero tuvo la amabilidad de no demostrarlo.

-¿Qué clase de libro te gustaría leer ahora? -preguntó.

-Me gustaría uno bueno de verdad, de los que leen las personas mayores. Uno famoso. No sé ningún título.

La señora Phelps ojeó las baldas, tomándose su tiempo. No sabía muy bien qué escoger. ¿Cómo iba a escoger un libro famoso para adultos para una niña de cuatro años? Su primera idea fue darle alguna novela de amor de las que suelen leer las chicas de quince años, pero, por alguna razón, pasó de largo por aquella estantería.

-Prueba con éste -dijo finalmente-. Es muy famoso y muy bueno. Si te resulta muy largo, dímelo y buscaré algo más corto y un poco menos complicado.

-Grandes esperanzas -leyó Matilda-. Por Charles Dickens. Me gustaría probar.

-Debo estar loca -se dijo a sí misma la señora Phelps, pero a Matilda le dijo:

-Claro que puedes probar.

Durante las tardes que siguieron, la señora Phelps apenas quitó ojo a la niñita sentada hora tras hora en el sillón del fondo de la sala, con el libro en el regazo.»



Como no siempre se tienen lectores tan entusiastas y agradecidos, la señora Phelps sabe ya que Matilda es su protegida, ella le está abriendo puertas que, de otra manera, nadie le abriría. La complicidad que se establece entre ellas, hace que la señora Phelps la proteja, con su silencio:

Durante los seis meses siguientes y, bajo la atenta y compasiva mirada de la señora Phelps, Matilda leyó los siguientes libros:

(...)

Era una lista impresionante y, para entonces, la señora Phelps estaba maravillada y excitada, pero probablemente hizo bien en no mostrar su entusiasmo. Cualquiera que hubiera sido testigo de los logros de aquella niña se hubiera sentido tentado de armar un escándalo y contarlo en el pueblo, pero no la señora Phelps. Se ocupaba sólo de sus asuntos y hacía tiempo que había descubierto que rara vez valía la pena preocuparse por los hijos de otras personas.»



Las relaciones que las bibliotecarias establecen con sus lectores les permiten indagar en sus intereses y preguntar cuando hay algo que no encaja con lo que conocen, claro que no siempre van a encontrar una respuesta:

«Justo al día siguiente fui a la biblioteca. Cuando dije a la bibliotecaria lo que quería, me miró sorprendida. Estaba acostumbrada a que yo le pidiera otro tipo de libros. Por ejemplo, algo de Erich Fromm, de Castañeda, de Tolkien o de Umberto Eco. Pero nunca le había pedido libros sobre leyendas de santos.

No me preocupó en absoluto lo que pensara. Cogió un libro de la estantería y me lo entregó. Su título era La leyenda áurea de Jacobus von Voragine.

-¿Para qué lo necesitas? -me preguntó curiosa.

Me encogí de hombros y no contesté.»



Si, en general, las bibliotecarias parecen pasar el «examen» de su imagen, resultando especialmente favorecidas, también hay casos en los que la bibliotecaria es descrita como una persona más bien seria y poco dada a salirse de sus normas. Aquí también estamos ante una «señora», señora que es lo suficientemente mayor como para haber abandonado el estatus de joven, pero a la que le falta experiencia como para tener la tranquilidad de mujeres que están a punto de jubilarse. Este tipo de mujeres pertenecería al grupo que, sin estar mal dentro de su profesión, sienten la decepción del usuario desagradecido, de la lucha contra la administración, de la minusvaloración. Es una mujer con una cierta rigidez que no está dispuesta a que en su biblioteca se pueda perder el control:

«La señora Amelia era una mujer que parecía muy seria y que nunca veía cuando la gente la estaba mirando. Además hablaba bajito como si estuviera en el interior de una iglesia. Y lo hacía así para no molestar a los que estaban leyendo o estudiando en las mesas de la biblioteca.»51



En esta ocasión, además de ser una persona percibida por la protagonista como distante, no parece que acierte bien con las peticiones «creativas» que le hacen. La protagonista busca una idea para escribir un cuento y por eso va a la biblioteca. La señora Amelia le dice, muy segura:

«-Siéntate en esa mesa, Aitana, que yo te llevaré un libro lleno de muchas ideas» y le lleva el libro: «Historia de las Ideas Estéticas» que no es en absoluto parecido a lo que la niña busca, pero ésta ni siquiera se atreve a devolverlo:

«Si le devuelvo los libros a la señora Amelia a lo mejor se enfada porque no los he mirado bastante tiempo.»



Este retrato de persona que custodia los libros -como se puede observar en la dependencia que tiene el usuario de la bibliotecaria, que no permite que los libros sean elegidos directamente- atemoriza incluso a la niña:

«Aitana suspiró profundamente, cerró de un golpe el segundo tomo que tenía abierto encima de la mesa y miró a la señora Amelia con miedo por si se enfadaba por el ruido que acababa de hacer. Oyó la voz de la señora Amelia que le decía:

-Aitana, ¿ya has terminado con tus libros?»



Frente a esta bibliotecaria adusta y metódica, aparecen también las bibliotecarias que, más interesadas en atraer lectores, son capaces de convertirse en «animadoras» dispuestas a hacer de su espacio de trabajo, un lugar de diversión. Aquí entraríamos ya en el segundo tipo de bibliotecarias retratadas: más bien jóvenes, no tan interesadas con los procesos de catalogación y selección y preocupadas por captar nuevos lectores. Podría ser este un tipo de bibliotecaria muy de los últimos tiempos, en los que se ha tratado de presentar una profesional abierta y cercana para el usuario:

«En la calle Perros y Gatos, en el barrio de los Peces, en la barriada de los Cuadrúpedos (siempre dicho sin ánimo de ofender) saben de qué pasta está hecha la señora Juana. Ha probado de todo para atraer a los niños a la biblioteca. Juegos, bromas, pantomimas, saltos mortales (sólo una vez, pues se rompió una pierna y no lo ha vuelto a intentar)... Pero al final se ha salido con la suya, y si los muchachos de esa zona son un poco más despiertos que otros, el mérito es también suyo.»



Pero no todas las bibliotecarias tienen éxito con sus imaginativas actividades. Asunción, la bibliotecaria de Ratas de biblioteca52, «una chica joven, emprendedora y con gafitas» lo ha probado todo: cursillos de cocina rápida para amas de casa, papiroflexia para niños, libros en la piscina, carteles para anunciar novedades... nada parece funcionar. La razón:

«Los muchachos del pueblo dejaron de acudir en cuanto supieron que Asunción tenía novio formal; los niños que cada tarde habían acudido en masa para hacer los deberes escolares dejaron de ir cuando Asunción comenzó a sugerirles que se lavaran las manos antes de dejarles las enciclopedias.»



¡Ah!, el amor... También las bibliotecarias tienen que enfrentarse a él, a fin de cuentas son personas de carne y hueso, ¿no? Aunque no siempre sean amores muy convencionales, las bibliotecarias de este último grupo tienen su experiencias. La biblioteca de la señora Luisa huele a verbena. Y huele a verbena,

«Porque la señora Luisa, la bibliotecaria, que tenía los cabellos castaños y los ojos muy verdes, usaba un perfume de flor de verbena que se mezclaba con los otros olores de la biblioteca»53.



De una mujer tan «romántica» se enamoran hasta los libros, amor que descubren sus más fieles lectoras cuando leen al mismo tiempo un libro que despierta diferentes sentimientos en una y en otra.

«Nosotras lo entendíamos todo mal -dijo Julia-. Yo creía que la señora Luisa estaba alegre porque el libro era alegre, y tú creías que estaba triste porque el libro era triste. Sin embargo era al revés.

(...)

-¿Tú crees que habrá otros libros enamorados de la señora Luisa? -preguntó Julia en voz muy baja.

(...)

-¿Sabes, Julia? Tal vez todos los libros de la biblioteca están más o menos enamorados de la señora Luisa. Sólo la ven a ella. Pero nadie se da cuenta, porque no hay nadie que lea en pareja como nosotras dos.»



¿Es este el panorama amoroso que les queda a las bibliotecarias? Por si esto fuera poco, también se da el caso contrario, cuando la señorita Clara, «una mujer muy simpática»54 está enamorada de los libros:

«Ella habría querido casarse con un libro, pero ni el párroco ni el juez consentían, aceptaban celebrar el matrimonio.»



Cuando le hablan de las virtudes de los jovencitos, ella responde:

«Sí, pero los chicos estupendos no se pueden leer».



También las bibliotecarias se enamoran de monstruos... siempre y cuando sean buenos lectores, aunque en este caso el amor comience con la amistad:

«-Sí, soy un príncipe joven y apuesto, un príncipe que recobrará su aspecto si una joven... -el monstruo titubeó, pero continuó-. Si una joven... joven... como... como tú, es capaz de... es capaz de... de... besarme.

-¿Quéééé...?

-Si me besas, me convertiré por arte de magia en el príncipe que fui, me casaré contigo, seremos felices y comeremos perdices.

El monstruo y la bibliotecaria estaban muy cerca, emocionados, mirándose sin pestañear. Por eso la bibliotecaria sólo tuvo que levantar un poco la cabeza para que sus labios alcanzasen a los del monstruo.»55



Una bibliotecaria muy notable es, entonces, aquella que, además de conocer su profesión al dedillo, le gusta la lectura y, encima, tiene un cierto grado de belleza. Esta es, por supuesto, Ernestina Laburnum56, mujer donde confluirían todas las virtudes del buen hacer bibliotecario. Ernestina es una mujer que, ni siquiera ante su inminente secuestro, se amedrenta y utiliza sus conocimientos bibliotecarios para socorrer a los bandidos que la han secuestrado, víctimas del sarampión:

«Para que se distraigan, voy a leerles algún libro.»



Su «animación» surte tanto efecto que los bandidos están tentados incluso de secuestrar el libro, a lo que ella se niega argumentando:

«Este libro lo utiliza mucha gente en la biblioteca -dijo la joven-. Pero, por supuesto, siempre pueden ir a la biblioteca y consultarlo cuando quieran.»



El Bandido-Jefe decide hacerse socio de la biblioteca porque sus bandidos se muestran desconsolados después de haber entrado en el mundo de la lectura. El Bandido-Jefe, además, tiene otras intenciones:

-«Si me hago socio, a lo mejor puedo llevarme en préstamo también a usted -dijo el Bandido-Jefe con la audacia propia de los buenos ladrones. La señorita Laburnum se puso colorada y cambió rápidamente de tema.»



Un terremoto, con el consiguiente destrozo en la biblioteca y una bibliotecaria aplastada por los libros «Aplastada por la literatura -pensó la señorita Laburnum-. La muerte ideal para una bibliotecaria.» provocan en el Bandido-Jefe un acto altruista, salvarla, para seguidamente, pedirle la mano. Ella acepta y les corresponde con una oferta de «reciclaje» profesional:

«Todos vosotros dejaréis de robar y cometer fechorías y os convertiréis en bibliotecarios. No fuisteis muy buenos como bandidos, pero creo que como bibliotecarios podréis ser excelentes.»




Tan fácil parece convertirse en bibliotecario...

El género masculino, hay que decir que no tiene prácticamente ningún retrato. A lo sumo, en una novela juvenil, el único bibliotecario retratado es uno de los protagonistas:

«Entonces apareció un muchacho alto y singular, que estaba en mi misma clase y con el que había cruzado algunas palabras en los primeros días. Se llamaba Enrique y poseía un aire tan especial que era fácil distinguirlo entre todos. Siempre llevaba un cascabelito atado al cinturón, con el que llamaba la atención a su paso. Me alegró ver su cara conocida y me sentí más tranquilo cuando se dirigió a mí con cordialidad, aunque con afectación» (...)

«Enrique era quien más me había impresionado desde que hablara con él en la biblioteca. Era un muchacho desgarbado, hijo de un ayudante de forense, pálido siempre, como si se le hubiese pegado ese color del trato que su padre tenía con los muertos. Sus ojos eran tristes y melancólicos y de todos nosotros era el que siempre sugería interpretaciones más descabelladas a cuantos asuntos proponíamos.»57



Esta ausencia de bibliotecarios nos puede llevar a la ligera conclusión de que el mundo de los niños y la lectura está dominado por las mujeres.




Cada cual en su corral

Bibliotecas, usuarios y bibliotecarios a través de la imagen


Y si una imagen vale más que mil palabras, ¿cómo no iba a ser así en este modesto trabajo? Los libros para niños se presentan ilustrados, con unas ilustraciones que no ha creado, en la mayoría de los casos el escritor, sino que han sido elaboradas después del texto. El ilustrador o ilustradora también ha presentado su propio mundo de estereotipos respecto a las bibliotecas escogiendo determinada imagen o no, retratando a su libre albedrío los personajes, en ocasiones con pocas pistas desde el texto. En algún caso, incluso saltándoselas. Dado que este trabajo es una mera aproximación al tema, no se ha pretendido en esta sección extraer conclusiones generalizantes, tan sólo dar algunas pautas y, sobre todo, ofrecer un material gráfico complementario. Para una visión ordenada, se ha respetado el esquema seguido hasta ahora y las imágenes seleccionadas se agrupan en tres bloques:

  • La representación del espacio donde se sitúan los libros (ilustraciones números 1-31).
  • La representación del usuario.
  • La representación de los bibliotecarios.



El espacio

Hasta la ilustración número 20, se reproducen las imágenes de bibliotecas públicas, escolares y de aula. En todas, el ilustrador ha dibujado su idea de biblioteca, ya que en el texto no se explicitaban sus características. La primera conclusión es que la biblioteca es un lugar agradable, de acceso fácil, de puertas abiertas donde se accede sin dificultad a los libros. Los libros ocupan un espacio fundamental, salvo en las escenas de bibliotecas de aula (números 18 y 19) donde los libros, discretamente, tienen su espacio. De la ilustración número 20 a la 31 incluida, se representa la biblioteca personal, la pequeña biblioteca que está en la habitación de los niños, o en la sala de los adultos, a la que acceden los protagonistas por diferentes motivos.




El usuario

Ilustraciones 32 a 49 incluidas. Contrasta la presencia mayoritaria de chicos en actitud estudiosa, mientras que las chicas muestran actitud de movimiento, o de espera, pero raras veces de concentración exclusiva en el libro.




La Bibliotecaria

Aun cuando el texto no lo explicite, se ha ilustrado a la bibliotecaria como una mujer con gafas o sin ellas cuando el texto lo indicó (ilustración número 50). Su actitud es de atención al usuario, de disponibilidad, la mayoría de las veces, de gesto amable y activo, tocando incluso en ocasiones los libros. Una rápida observación denota los dos tipos ya retratados: la joven y la madura, a veces con aspecto de solterona. Respecto a los bibliotecarios, el de la ilustración 62 se muestra claramente desconfiado ante la alegría del lector y el bibliotecario de la ilustración 63, afortunadamente pertenece ya a una especie extinguida. El texto que acompaña esa ilustración dice así:

«BIBLIODOCUS. Es un reptil gigantesco de apetito exagerado. Sobrevive en las bibliotecas de ciertos monasterios donde cataloga y descataloga libros esotéricos e incunables.»58






Cualquier tiempo pasado es mejorado

Conclusiones


Teniendo en cuenta que la muestra seleccionada es una pequeña parte de la producción española y, sin ánimo de que estas conclusiones puedan llevan a una generalización a la que seguramente no corresponderían, resulta sin embargo obligado tratar de agrupar las tendencias más importantes en los libros analizados.

Con excepciones en cada parte, se observan diferencias de planteamiento entre textos traducidos (generalmente del ámbito anglosajón) y la producción nacional y textos procedentes de Italia (el ámbito latino). En el primero, las bibliotecas son lugares de consulta, familiares para los protagonistas, a los que se accede libremente. En alguna ocasión es también un lugar impuesto por el adulto y percibido negativamente por el niño o niña. En el segundo, se trata de lugares peculiares que se transforman, que pasan del abandono a la actividad, que están cerrados, se queman o se inundan y no están demasiado transitados. También puede darse la biblioteca clásica, más bien ajena e inaccesible. Respecto a los usuarios, mientras en el ámbito anglosajón se observa la inclusión desde niños muy pequeños a adultos, la mayoría son muchachos o jóvenes tímidos con tendencia a la introspección que han descubierto en la biblioteca un espacio neutral; en el ámbito latino, los usuarios van desde niñas -y jovencitos- a pintorescos usuarios como ratas, arañas y monstruos. Sobre las bibliotecarias (ya nos permitimos el plural femenino), todos los libros coinciden en la presencia de mujeres. En las traducciones del inglés y norteamericano son mujeres maduras, con experiencia profesional que parecen satisfacer las demandas que les son solicitadas, mientras permanece en un discreto segundo plano. Sin embargo en el mundo latino la bibliotecaria adquiere el rango de protagonista y va de la seria y estricta a la joven con poca experiencia, aparentemente poco profesional, volcada más en la captación de lectores y en animar su biblioteca que en atender las otras demandas de la biblioteca. Tienen tendencia a la ensoñación.








Bibliografía


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