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El teatro español


El señor Cavestany acaba de presentar en la Alta Cámara una proposición para que el Estado se incaute del Teatro Español, apoyándola con un brillante discurso. Con esté motivo se formó la Comisión correspondiente, la cual nombró para presidirla a don José Echegaray.

La Proposición del señor Cavestany está concebida, poco más o menos, en los siguientes términos:

Artículo 1.º Se crea, bajo la dirección del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes un organismo que se llamará «Teatro Español».

Art. 2.º Con el fin de que este organismo comience a funcionar, desde luego el Gobierno concertará con el Ayuntamiento de Madrid lo necesario para que en el concurso próximo a celebrarse se adjudique a dicho organismo, por un período de cinco años, el disfrute del edificio perteneciente al Municipio que ha venido llamándose hasta ahora Teatro Español.

Durante ese período se habilitarán los medios bastantes a producir la cantidad anual que se estime necesaria para construir un edificio nuevo digno del objeto a que se le destina, que será también Escuela de Declamación y que deberá estar terminado al expirar el plazo del concierto arriba indicado con el Ayuntamiento.

Art. 3.º En el Teatro Español alternarán periódicamente las representaciones de las obras clásicas con las modernas.

Art. 4.º El Teatro Español dará también, periódicamente, representaciones a precios reducidos, y aun gratuitas.

Art. 5.º El Teatro Español celebrará igualmente grandes solemnidades literarias, representando obras de los teatros griego y latino, así como de otros autores extranjeros consagrados por la inmortalidad.

Art. 6.º La compañía del Teatro Español se compondrá de actores y actrices que se dividirán en dos categorías: de término y de entrada.

Los primeros serán inamovibles y tendrán participación en los beneficios y derechos a la jubilación, cuando se retiren, después de cierto número de años de servicio. Los de entrada podrán pasar a ser de término, como premio de su mérito. Los alumnos que hayan obtenido primeros premios en la Escuela de Declamación, ingresarán como actores de entrada en el Teatro Español, y dicha Escuela celebrará periódicamente representaciones en el mismo teatro que sirvan de enseñanza y estímulo a sus alumnos.

Art 7.º La temporada del Teatro Español durará ocho meses: desde 1.º de octubre a 31 de mayo. Durante las vacaciones los actores serán dueños de trabajar donde les convenga.

Art. 8.º Los ingresos del Teatro Español se destinarán a su sostenimiento y formar un fondo del que saldrán las jubilaciones y cuantos gastos se estimen necesarios para su mayor esplendor, así como los encaminados a cumplir las obligaciones nacidas de esta ley.

Art. 9.º El Gobierno consignará en los presupuestos anuales las cantidades necesarias para la subvención con que se haya de auxiliar el organismo a que se refiere el artículo 1.º

Art. 10.º Al frente del Teatro Español estará un director gerente, nombrado por el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, que habrá de ser persona de reconocida competencia. Este cargo será inamovible, a no ser por causa justificada, y disfrutará, en concepto de gratificación, la cantidad de 15.000 pesetas, con cargo al presupuesto del Teatro.

Art. 11.º Al lado del director y para asistirlo debidamente, tanto en las cuestiones artísticas como en las administrativas y de gestión en la entidad de que se trata, se constituirá, nombrado igualmente por el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, un comité compuesto de seis individuos: tres autores dramáticos, uno de los actores de término de la compañía, un crítico de teatros y otra persona extraña a éste y aun a la clase de escritores, pero de notoria autoridad en cuestiones de teatro. Este comité se reunirá por lo menos tres veces al mes.

Art. 12.º La marcha del trabajo, el reparto de papeles y la resolución, en fin, de todos los asuntos, será de la competencia del director gerente, que se asesorará, cuando lo juzgue necesario, del comité (del que formará parte para los asuntos artísticos el director de escena, y para los administrativos el administrador) y aun de una Junta general compuesta de todos los actores y actrices de término.

Art. 13.º El ministro de Instrucción Pública resolverá en alzada sobre cualquier asunto relacionado con la marcha del Teatro Español.

*  *  *

Naturalmente, esta proposición de ley sufrirá tales o cuales modificaciones, pero la esencia será la que he transcrito.

Se ve a las claras que el señor Cavestany se ha inspirado en la organización de la Comedia Francesa, lo cual, por cierto, nada tiene de malo, sino antes bien de loable, ya que en su género es aquélla la institución más admirable que se conoce.

Debo advertir asimismo que no es el señor Cavestany en este caso más que un portador de aspiraciones cada vez más intensas y unánimes.

La idea del Teatro Nacional, del Teatro Español, viene germinando desde hace tiempo en el seno de una élite entusiasta.

«Las circunstancias lamentables y mezquinas en que por causas muy complejas se halla la dramaturgia nacional -dice un joven escritor-; el estado de interinidad en que está el primer teatro de España; la dispersión por América y provincias de valiosos elementos dramáticos; el estado de opinión que en la Prensa y en las tertulias van adquiriendo estos asuntos de bastidores, y antes que todo y sobre todo, el ansia patriótica de un renacimiento teatral, han dado origen a una exaltación, a una preocupación de ciertos hombres eminentes, los cuales, en varias conferencias, han echado las bases del teatro nacional español.

»Periodistas y críticos, autores y actores, hasta los mismos empresarios teatrales, han tenido en principio para el proyecto toda clase de elogios. La opinión asimismo lo acogerá con viva simpatía, y la decisión del señor Maura, que apoyará efusivamente esta obra patriótica, no tendrá en contra suya ni «el duplo de un voto».

Por lo que respecta a autores y actores, su aspiración, según palabras del joven mismo escritor, ha sido siempre ésta: que exista un teatro nacional.

«De los autores no habrá que decir si les convendrá o no que sus obras, en vez de estar sujetas al rudo temporal de un abono fanático o de una empresa exclusivista, tengan desde hoy el santo asilo de un teatro ecléctico. Porque el Teatro Nacional, por sólo el fuero de su nombre, no es posible que tenga prejuicios ni de tendencias ni de escuelas, y, en su tutela paternal y amplia, acogerá del mismo modo al romántico que al naturalista y al clasicista lo mismo que al moderno.

»En cuanto a los actores, el solo hecho de librarles de una sujeción personal, como la del empresario, para entregarles a un contrato impersonal, como el que con el Estado concierten, ya es por lo pronto una ventaja. En el Teatro Nacional el actor no correrá el riesgo de que la temporada «se tuerza», pues el Estado se la garantiza. En el Teatro Nacional, el actor a su sueldo garantizado ha de unir el prestigio y el decoro de una posición oficial y definitiva. En el Teatro Nacional, el actor obtendrá los beneficios de una jubilación por el Estado. ¿Qué más puede pedir un actor? Todos los vaticinios de algaradas, de piques, de rencillas de bastidores, de vanidades y de altiveces que anuncian los zaragozanos de saloncillo, serán «fogata de virutas, el día en que se publique el Reglamento, suponiendo, como es de suponerse, que el reglamento del Teatro Nacional se redacte juiciosa y sabiamente».

He aquí precisamente el busilis. Un reglamento juiciosa y sabiamente redactado es un verdadero cuervo nácar.

El tiempo es el único corrector posible de errores que sólo la práctica evidencia, ¡qué duda cabe! El reglamento que rige y concierta los esfuerzos de los asociados de la Comedia Francesa, es el más sabio en su género en el mundo, lo que no impide una interminable sucesión de choques entre monsieur Claretie y sus irritables artistas... Demasiado irritables, a pesar de no estar incluídos en el genus irritable vatum de los latinos...

De todas suertes, lo esencial es que haya un reglamento... malo o bueno para el futuro Teatro Español. Hemos convenido en que sin reglamento no se puede hacer nada en este mundo... ¡ni arte siquiera, ni poesía... nada! y yo decía -¡ay! con harta justicia- en líneas escritas recientemente, que el hombre no es ni un animal de costumbres, ni un animal religioso..., sino un animal reglamentador!

«Si el Teatro Nacional se lleva a efecto y funciona admirablemente -se pregunta el periodista aludido-, ¿no tocará a rebato en las demás taquillas de los demás teatros grandes? Ceferino Palencia y Tirso Escudero creen que no. Escudero y Palencia creen que hasta para los mismos empresarios el Teatro Nacional será provechoso. ¿Paradoja? Ni mucho menos.

»¿Es que la Comedia Francesa no perjudica ni al Odeón, ni al Vaudeville, ni a la Renaissance, ni al Réjane, ni al Sarah Bernhardt, ni al Gymnase, ni a Varietés, ni a Nouveautés? Al contrario. Lo que hace la Comedia Francesa es dar a conocer cada año autores y actrices que, consagrados ya por el espaldarazo artístico, van al año siguiente a traer público a los demás teatros de París. Con el Teatro Nacional de España ocurrirá lo mismo. Primero, porque el Teatro Nacional, como ha de tener día fijo para tragedia, para drama, para comedia y para sainete, y días clásicos y días populares, no podrá mantenerse en sus carteles una obra, por grande que sea su éxito, sino contado número de noches. Y los autores y actores, como lo primero que necesitan es nombre, irán al Teatro Nacional por el «gentil espaldarazo», y, cuando ya lo tengan, irán con otras obras y otros contratos a que los demás teatros les den dinero».

Es decir, que el Teatro Nacional será, como dice un conocido empresario, español, «una escuela de autores y de actores, que han de utilizar luego los demás teatros».

Y si el Teatro Nacional Español ha de constituir, sobre todo, esta escuela, convengamos en que en México la creación de un organismo semejante es de toda conveniencia también.

En efecto, la gran objeción que se ha opuesto siempre a nuestras ilusiones de un Teatro mexicano, es la falta de actores y de autores.

Es así que, justamente para que haya autores y actores, es indispensable que haya teatro: ergo...

El año de 1902 tuve yo la honra de rendir ante usted, señor ministro, un extenso informe acerca de la constitución del Teatro francés y de la posibilidad de crear un organismo análogo en México. Usted que desde hace muchos años alimentaba el vivo deseo de una institución tal, acogió solícito mi informe y aun me encargó de la formación de un grupo de jóvenes que pudiese ser más tarde el núcleo de la Comedia mexicana.

Yo formé fácilmente este grupo. No tuve para ello más dificultad que la de congregar los diversos elementos que conocía, y que hoy, dispersos de nuevo, trabajan aquí y allí, ya profesionalmente, o ya como simples aficionados.

Todos recitaban bien y estaban alentados por un entusiasmo simpático. Pero les faltó el estímulo principal. Un teatro donde trabajar y elementos para montar las primeras piezas.

Ninguno pensaba en sueldo: eran todos (ellas y ellos) demasiado jóvenes, y, por lo mismo, generosos, desprendidos y con fe en el arte. Pero había algunos gastos urgentes y no les tocaba a ellos sufragarlos.

Gracias a las vivas simientes de simpatía que se habían establecido entre todos por la identidad de ideales, y a promesas más o menos lejanas de un teatro que, según las miras de usted, debía ser el Teatro Iturbide, aquel grupo se mantuvo compacto y unido alrededor mío durante varios meses, hasta que un día, convencido de que sus esfuerzos eran prematuros y de que mientras usted no regentara del todo el ramo de Instrucción pública, que aún no se elevaba a la categoría de Ministerio, todo era vano, se fue desmoronando lentamente...

Yo asistí a este desmoronamiento, que era el de uno de mis más luminosos sueños...., como he asistido a tantos otros derrumbes espirituales: con una callada, pero dolorosísima resignación.

Mas las circunstancias se han modificado en los últimos años por completo. La Subsecretaría de Instrucción Pública se convirtió en Ministerio.

Una simiente de vitalidad y de energía ha reanimado, gracias a usted, los entusiasmos. Hasta la momia del Conservatorio. merced a la solicitud de la Secretaría de Instrucción Pública y a los esfuerzos del malogrado Ricardo Castro y de Gustavo Campa, parece revivir, galvanizarse. El número de actores jóvenes ha ido en aumento. Se construye teatro, la obra del Palacio legislativo avanza, abriendo campo a la posibilidad de utilizar el teatro Iturbide. Y, por último, nuestros hermanos los españoles se lanzan bruscamente a realizar un ensueño que ha sido tan nuestro... ¿No ha llegado, por ventura, señor ministro, el momento de intentar algo en México en este sentido y estimulados por el ejemplo de España?

Yo sé que en usted vive y medra el antiguo sueño y por lo que respecta al grupo de ayer, al núcleo hoy disperso, de seguro a la primer palabra que usted pronunciase se reconstituiría y apretaría en torno suyo.

¿Quién sabe si Borrás no aceptaría gustoso, secundado por actores mexicanos -entre ellos Manuela Torres- la misión de disciplinar y perfeccionar ese grupo?

Los autores de teatro vendrían después.

Allí está Federico Gamboa, que de seguro escribiría algo bello para la primera velada de la Comedia Mexicana.

Entre los jóvenes del último barco, la producción surgiría tan nutrida, que el único embarazo posible sería el embarazo de la elección.

De todas suertes, los intentos que se hagan en España para la creación del Teatro Nacional y los resultados que den, habrán de aleccionarnos mucho a los mexicanos. Observemos, pues, la marcha del proyecto y que una cálida emulación responda en México al esfuerzo de nuestros hermanos de la Península.