Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
—309→

Capítulo XVI

Manuel Pardo

SUMARIO

El trágico desenlace de la revuelta de los Gutiérrez, aunque en forma odiosa y execrable, contribuyó a robustecer en el pueblo el espíritu de orden y el deseo de romper con las tradiciones del militarismo.- Sobre una base añeja y en parte podrida fue imposible hacer nada radical.- A la anchura y el provecho de los intereses puestos en juego en el período anterior, sucedieron la estrechez y la rectitud.- Junto con el descontento principió la conspiración.- Nunca aparecieron tan temprano y en tanto número las rebeliones.- Originaron este estado de revuelta, que duró cuatro años, causas que no fueron únicamente políticas, habiéndolas habido también de carácter social y económico.- Arequipa, en 1873, inicia el movimiento insurreccional.- La muerte de los coroneles Domingo Gamio y Herencia Zevallos, en las montañas de Chinchao, en 1873, excitó el sentimiento de protesta de las gentes opuestas al régimen civil y conmovió hondamente a la sociedad.- Por la forma violenta y lastimosa como se realizó, fue causa de justa y legítima pesadumbre.- El hecho de mayor trascendencia en —310→ orden a la política exterior del gobierno de Pardo, fue el tratado de alianza con Bolivia, firmado el 6 de febrero de 1873.- El Perú, por esos días, de antaño no tenía nada con Chile que perturbara sus buenas relaciones, y fue la actitud guerrera de los hombres del Mapocho la que provocó su acción internacional.- La más trivial previsión aconsejaba impedir la guerra y consecuentemente la victoria de Chile.- Conjunción de fuerzas ideada y solicitada por el Perú.- Por qué no se compraron buques en 1873.- Opiniones de Maurtua.- La propuesta fue mirada por el canciller argentino con profunda desconfianza.- Tejedor nunca vio claro el motivo de la alianza.- La simplicidad del pacto ofuscó al notable estadista.- Acordar la alianza era impedir la guerra, pues Chile podía combatir con la Argentina sola o con el Perú solo, pero nunca con el Perú y la Argentina unidos.- Cartas del ministro Irigoyen.- La adhesión argentina, pactada por el presidente Sarmiento, mereció la aprobación de la Cámara de Diputados, pero no la de Senadores.- Románticos conceptos emitidos en la carta de Rawson.- Extraña actitud de Bolivia.- Nunca la acción conjunta de los diplomáticos peruanos y argentinos ante Baptista fue más activa ni más ineficaz.- Palabras proféticas de Riva Agüero.- El Perú pudo haber desahuciado el tratado de alianza con Bolivia; no lo hizo porque hubiera sido una cobardía y una indignidad haberla dejado a merced de la voracidad chilena.- Movimientos revolucionarios acontecidos en 1873 y 1874.- Campaña del Talismán.- Piérola consigue desembarcar en Pacocha.- Ocupa Moquegua y consigue que sus partidarios se levanten en otros puntos del Perú.- Autorización legislativa para aumentar el ejército y movilizar la Guardia Nacional.- La división Rivarola inicia la campaña terrestre.- Pardo sale para el Sur.- Iglesias toma Cajamarca.- Montoneras a granel.- Acción conjunta de Rivarola, de frente, y de Montero, por retaguardia, contra Piérola, que se hallaba en la Cuesta de los Ángeles.- Triunfo del Gobierno.- Piérola vuelve a reorganizarse en Candarave.- Pardo, que estaba en Tacna, vuelve nuevamente a Arequipa, donde resiste el ataque de Piérola, el que derrotado se interna en Bolivia.- Fue la revolución de 1874 la más formidable que vio el Perú a contar —311→ desde 1821.- Jamás la intolerancia y el fanatismo estuvieron más unidos, ni el espíritu insurreccional estuvo más difundido.- Fue una infelicidad que la campaña del Talismán no hubiera abortado en sus comienzos y que el gobierno de Chile la hubiera fomentado.- El gobierno civil quedó consolidado, pero en mayor pobreza.- El Perú, a comenzar desde 1873, principia a presentar en sus finanzas síntomas raros y nunca vistos anteriormente.- Mensaje presentado por Pardo, al Congreso, el 24 de Septiembre de 1872.- Nuevo convenio celebrado con Dreyfus, en Octubre de 1872.- El déficit de 1873 y 1874 ascendió a 21.000,000 de soles.- Resumen de la cuenta de 1874 por ingresos y gastos interiores.- Llegó el momento en que al país no le quedó otro recurso que vivir del papel moneda.- El agotamiento del guano y el incremento del salitre y otros fertilizantes aparecieron simultáneamente y amenazaron herir de muerte la riqueza fiscal.- La crítica situación del Perú obligó al Estado a pactar con Dreyfus el contrato de 1874.- Se acuerda por el Congreso vender a otro consignatario que no fuera Dreyfus dos millones de toneladas de guano.- Contrato hecho con la casa Raphael.- Déjase de pagar el cupón de 1875 y se inicia la bancarrota del Perú en el exterior.- Fuera del guano no había nada. El salitre era una promesa para el Fisco, y la agricultura y la minería estaban en deplorable estado de postración.- Pavorosa situación del comercio nacional.- Su paralización, la falta de crédito exterior y la insolvencia de los Bancos provocaron la crisis que se inicia en 1875.- Declárase la inconvertibilidad del billete.- El Gobierno se entiende con los Bancos y obtiene de ellos un préstamo de 18.000,000 de soles.- El salitre hasta 1860 fue una industria tranquila, privada y satisfecha con sus moderadas ganancias.- El gobierno de Pardo, en su doble deseo de crear rentas y de limitar su producción, estableció el Estanco.- Fracasado el Estanco, se buscaron los medios eficaces para realizar el propósito monopolizador que se perseguía.- Este anhelo exclusivista y atentatorio contra la libertad de industria, encontró oposición en el país.- Fue la cuestión salitre la más importante y delicada de cuantas tuvo que resolver el Estado.- Dos congresos ocupáronse de ella.- La furia monopolizadora del Gobierno —312→ originó la innecesaria ley de Marzo de 1875 que autorizó la expropiación de las salitreras.- Valorización de las propiedades y su pago en Certificados Salitreros.- Pividal fracasa en Europa en su propósito de conseguir un empréstito de siete millones de libras, con la garantía del salitre.

- I -

El trágico desenlace de la revuelta de los Gutiérrez, aunque en forma odiosa execrable, contribuyó a robustecer en el pueblo el espíritu de orden y el deseo de romper con las tradiciones del militarismo. Sobre el derrumbe de Julio subió al poder el partido civil, y con él llegó a la presidencia de la República el elegido de los pueblos, Manuel Pardo. Animado como estuvo de propósitos radicales y métodos nuevos, su obra no pudo ser edificativa sino meramente de preparación. Sobre una base añeja y en parte podrida fue imposible hacer nada radical, ni implantar la república práctica imaginada, y mucho menos la consiguiente reforma política y económica. Las instituciones no echan raíces en un día, y la forma brusca y hasta cierto punto dura como se inició el saneamiento originó la protesta y el descontento de los hombres del partido caído. A la anchura y al provecho de los intereses puestos en juego en el período anterior, sucedieron la estrechez y la rectitud.

Junto con el descontento principió la conspiración, y el nuevo régimen tuvo que luchar no sólo con la pavorosa situación económica que le dejó el gobierno anterior, sino muy principalmente con los que tomaron las armas contra él. El hambre, la miseria, la falta de trabajo tuvieron su aparición al día siguiente de terminar los derroches hechos con el dinero adelantado por Dreyfus; y lo que anteriormente había sido un período de bonanza para todos, se convirtió —313→ en pobreza general para el Gobierno y para el pueblo. Así las cosas, el nuevo régimen tuvo que someterse al rigor de las contradicciones levantadas por los intereses opuestos, y nunca aparecieron tan temprano y en tanto número las rebeliones provocadas por los vencidos.

A los ocho meses de haber subido al poder, Pardo daba cuenta de la situación al Congreso en Abril de 1873, en los siguientes términos:

En el orden político, en el orden moral, en el orden religioso, en el orden administrativo, en el orden económico, en cada esfera de actividad social, habéis encontrado una situación grave a que atender, un gran escollo que evitar o una necesidad improrrogable que satisfacer.

Un Gobierno minado por sus propias faltas y sacrificado por sus criaturas había hundido consigo mismo la constitucionalidad de la República. Un país comprimido tenazmente en el ejercicio de sus libertades, lanzándose a salvarlas en el momento en que desaparecían, y salvándolas se había erigido en juez inexorable y ejecutor de su propia causa y estaba ebrio de su triunfo que convertía en laureles sus ligaduras. Un ejército desmoralizado y aterrado por la enormidad del delito a que engañosamente se le había conducido. Una administración relajada por el abuso. Las ambiciones personales... alentadas por una distribución loca de los caudales con que se había descontado apresuradamente el porvenir, aumentando al término del período el haber del ejército y listas civiles, haciendo la situación del Gobierno más espinosa todavía. Absorbidas las rentas del guano por la deuda externa; insuficientes las deudas interiores del país para atender a sus obligaciones y descontadas también gran parte de ellas; contratadas y en ejecución obras públicas por sumas enormes sin fondos para realizarlas, comprometido con su paralización el orden público por la amenaza de 20,000 obreros sin trabajo... Por último y sobre tan temibles y complicados elementos, una cuestión religiosa expuesta a estallar en cuanto se pusiese una mano sobre ella.


La lucha del sufragio trajo en pos de sí y como premio una victoria que debía halagar y satisfacer al patriotismo, pero esa victoria no podía ser definitiva. Ese primer triunfo, muy fecundo en verdad, tuvo que ser seguido por una serie —314→ de pruebas. La fe y la confianza de los pueblos sólo se consolidan cuando ellas han sido sometidas a la lucha que exige el dominio de los intereses opuestos. Comprendiéndolo así, el partido civil, con energía y sin avasallar las libertades ciudadanas, hizo frente al espíritu de rebelión, espíritu que, como hemos dicho, nunca se había manifestado tan tempranamente agresivo.

Originaron este potente estado de rebelión, que duró cuatro años y que siempre mantuvo al Gobierno en estado de alarma, causas que no fueron únicamente políticas, pues también las hubo de carácter social y económico.

No habiendo industrias ni capitales, las gentes de buen abolengo acudían a las dependencias del Estado, y como éstas eran escasas, lo menos la mitad de los pretendientes, viviendo fuera del Presupuesto, se morían de hambre. Reducido en 1872 el ejército a 2,500 hombres, un setenta por ciento de los militares inscritos en el escalafón quedaron sin servicio y hambrientos, arrimados a lo que entonces se llamaba la indefinida. Si Pardo hubiera recibido y repartido los millones en la forma en que los anteriores gobiernos lo habían hecho, no hubiera tenido ni la cuarta parte de las revoluciones que pusieron en peligro la estabilidad de su gobierno. Por esos lejanos días del pasado siglo, era un crimen anunciar al pueblo que el Estado estaba en bancarrota y un motivo de censura no hipotecar o vender el país para seguir viviendo en bonanza. «Son los enriquecidos en el cuatrienio 1868 a 1872, decía Pardo cuando estaba en la Presidencia, los que más insultan nuestra miseria de hoy, y los que más mofa hacen de la estrechez en que vivimos».

Si hubo causas políticas y económicas, también las hubo de carácter social. La colectividad era escéptica, pesimista y se hallaba dominada por deprimente resignación. Escasa de movimiento y de vida, faltáronle siempre robustez, hábitos políticos y aficiones a la paz y al nuevo estado de cosas.

—315→

- II -

Cupo a la ciudad de Arequipa el triste privilegio de tomar las armas contra el régimen imperante. Un caudillo oscuro y sin prestigio, obedeciendo órdenes de peruanos que residían en Chile, y auxiliado por gentes levantiscas, intentó sin éxito en el Carnaval de 1873 (26 de Febrero) derrocar al prefecto. Decimos que Arequipa inició el primer movimiento armado, porque no llegó a ponerse en práctica el plan ideado, en Diciembre de 1872, por Bogardus, que conspiraba en compañía de algunos descontentos.

Siguieron a lo de Arequipa, el motín de Canta, en Marzo de 1873, y el levantamiento de una montonera, en Cieneguilla, que al fin fue vencida en Huancayo dos meses después. En Agosto de ese mismo año de 1873, ocurrieron dos nuevos movimientos, uno en las provincias de Ayacucho, que terminó con la muerte del cabecilla Bedoya, a manos de su propia gente; y otro en Lima, donde parte del batallón Pichincha N.º 1 se amotinó contra sus jefes.

Por ese año de 1873, lo que más excitó el sentimiento de protesta en las gentes opuestas al régimen civil y hondamente conmovió a la sociedad, fue la muerte de los coroneles Domingo Gamio y Herencia Zevallos, en las montañas de Chinchao. Parece evidente que fue una temeridad haberlos enviado como prisioneros a Iquitos, por la vía del río Huallaga. Realizose este plan por consejo del ingeniero Malinowski, que muy amigo era del gobierno. No habiendo contra los acusados otro cargo que el de conspiradores, se les trajo de Arequipa y se les envió en comisión militar, acompañados por el mayor Cornejo y por 25 celadores (policías), a las lejanas regiones de Loreto. En la selva sucedió lo que muchos previeron que sucedería, especialmente aquellos que conocían el carácter audaz y valiente de Gamio. Dispuesto —316→ a jugarse la existencia, con parte de la fuerza la emprendió contra la otra parte que permaneció fiel a Cornejo, y habiéndose hecho sangriento el combate, murió en él en una de las noches de Febrero de 1873.

Como era de esperar, el Ministro fue interpelado en la Cámara de Diputados. Expuso el interpelante, doctor Cisneros, la necesidad de gobernar con la ley y de intentar la fusión de los partidos. Disertó sobre las responsabilidades del Ministerio, sobre las infracciones constitucionales que había cometido, sobre las conspiraciones que veía por todas partes. Habló de la inocencia de Gamio y de Zevallos, de la injusta prisión de aquellos jefes, de la comedia hecha para confiarles una fingida comisión de límites y del desenlace trágico que todo había tenido lugar bajo «el arcabuz de los gendarmes». Rosas, Ministro de Gobierno, fue breve, contundente y lleno de energía en su respuesta. Con acento varonil hizo la narración de lo que había sucedido en Chinchao, y con bastante habilidad supo sacar airoso al infortunado Cornejo. Al terminar su peroración, devolviendo a Cisneros los cargos que le hacía, le dijo: «Los responsables de los atentados que han afligido profundamente al país son los hipócritas que aparentando amor a la ley y culto a la Carta fundamental la odian de todo corazón. Los responsables son aquellos que en las tinieblas van fraguando las conspiraciones y aglomerando uno a uno los elementos que han de conducir al país a su eterna ruina».

El suceso de Chinchao, por la forma violenta y lastimosa como se realizó, fue causa de justa y legítima pesadumbre. La vida humana que se extingue, la sangre que debiera animarla y que va a empapar la tierra que no la necesita y que hasta parece negarse a absorberla, la facilidad con que la imaginación exaltada acoge lo fantástico antes de que en el espíritu penetre el tranquilo criterio de la justicia, todo ello —317→ determinó el estado de estupor, el intenso sentimiento que la sociedad experimentó. Hay quien asegura que el asesinato de Pardo en 1878 tuvo origen en el deseo de vengar aquella sangre, que, fuera de toda duda, no fue vertida por él.

- III -

El hecho de mayor trascendencia en orden a la política exterior del gobierno de Pardo, fue el tratado de alianza con Bolivia, firmado el 6 de Febrero de 1873. Los gobernantes de Chile, sus escritores y publicistas sostienen con insólita audacia la temeraria afirmación de que ese tratado fue la causa originaria de la guerra de 1879. Aunque la procedencia de aquellos juicios debió inducir a nuestro país a desconfiar de su exactitud, los adversarios del partido civil recogieron aquellos cargos, y los amigos y adeptos de la administración que terminó en 1876 los han soportado en silencio.

Los documentos diplomáticos publicados por Bulnes y citados por el escritor boliviano Alberto Gutiérrez, en su libro La guerra de 1879, algunas cartas del Presidente Pardo, la correspondencia casi inédita de José de la Riva Agüero, ministro de Relaciones Exteriores, y el libro de Pedro Irigoyen Alianza Perú Boliviana, proyectan luz suficiente para deshacer los artificios de la tesis chilena.

En el notable libro de V. M. Maurtua, titulado La Cuestión del Pacífico, y del cual copiamos algunos acápites, están expuestos, en su capítulo «La Alianza», los motivos que tuvo Bolivia para solicitar la protección del Perú.

Para llegar a los tratados de 1866 y 1874, Bolivia había pasado un tercio de siglo en vísperas de una guerra con su colitigante.

Chile, entretanto, no descuidaba su cuestión de límites con la República del Plata. Y, a la vez que ganaba terreno sobre el —318→ litoral atacameño, se extendía, pausadamente, hacia el oriente y hacia el sur.

Era natural, por cierto, que rodeado, así, de situaciones violentas, no desatendiera, ni por un momento, la tarea de hacerse fuerte.

Y no la desatendió. Empleó, al contrario, recursos varios: acrecentó su poder militar, promovió alianzas, intervino en la política interna de sus vecinos, y, sobre todo, mantuvo fijo, inalterable, el ideal de empujar a Bolivia hacia arriba del Loa.

Cada tratado celebrado por Chile con Bolivia, o con la Argentina, era precedido de varios años de vivas y peligrosas discusiones, durante las cuales Chile impulsaba la anarquía de sus vecinos y se armaba con toda actividad.

Dos años después del tratado chileno-boliviano de 1866, que tantas disputas originó, y, pendientes aún las negociaciones de fronteras con la Argentina, el ministro chileno en Londres, se apresuró a celebrar un convenio con el de España, para que el gobierno inglés permitiera sacar de sus diques dos buques blindados para la península, en cambio de igual permiso para dos naves de guerra chilenas. Es de advertir que, por entonces, la guerra con España no había terminado de derecho, y Chile tenía con sus aliados el compromiso de no iniciar, por sí solo, ningún convenio, arreglo ni tratado. En presencia de esto, la actitud de Chile se hizo sospechosa, y el ministro peruano en Londres trasmitió a su gobierno, en términos precisos, el temor que le asistía de que la preparación bélica de Chile se dirigiera contra sus vecinos.

En 1866, los agentes chilenos recorrían los Estados Unidos para adquirir, reservadamente, el vapor blindado Idaho. Chile llegó a tener, con esta actividad, en 1871, cinco naves de guerra, y cuatro trasportes. No le bastaron, sin embargo, y el congreso mandó que el gobierno hiciera construir dos buques de gran poder, el Cochrane y el Blanco, y dos auxiliares, la Magallanes y el Tolten.

Semejantes movimientos coincidían con los instantes críticos de Chile, en sus relaciones de vecindad. Así, en 1866 y en 1872, empujaba a la Argentina fuera del grado 50 y del estrecho de Magallanes, y, en 1875, después de sus aprestos navales, mandaba su escuadra a los mares del sur, para hacer respetar sus pretensiones. Dos años antes, con motivo del desahucio del protocolo chileno-boliviano de 5 de diciembre de 1872, intentó tomar también, de facto, el grado 24. La ocupación no se efectuó, debido a la resistencia de algunos hombres públicos, que declararon «que no sería prudente ni provechosa».

Los armamentos de Chile, muy superiores a sus necesidades, a su población y a sus recursos, alarmaron a la República —319→ Argentina, y la obligaron a entrar en el mismo camino. Por eso, el ministro americano en Santiago informaba a su gobierno, «que durante años se habían ocupado ambos países de acumular, a costa de grandes desembolsos, todos los elementos que juzgaban necesarios para una guerra». El ministro americano deploraba que el dinero que hubieran debido dedicar al adelanto material del país, lo hubieran gastado en blindados y artillería.

Como era natural, la situación financiera de Chile se hizo, por esta causa, demasiado penosa.

«Las entradas fiscales habían disminuido, las ricas minas de plata de Caracoles principiaban a agotarse, y los trigos y los cobres que constituían los principales artículos chilenos de exportación, se vendían a precios bajos. Para poder conservar la estructura de su gobierno en la forma establecida, y aplazar, a la vez, los efectos de una crisis, no había otro recurso que contratar nuevos empréstitos en Londres, no ya para la ejecución de nuevas obras de utilidad nacional, sino para poder continuar haciendo con regularidad el servicio de los anteriormente contraídos, y satisfacer los gastos de la administración pública».

«Reconocida la imposibilidad de apelar, de nuevo, a este expediente, en vista de la actitud del mercado financiero de Londres, agotado el crédito interno, asomó el papel moneda inconvertible, signo precursor de la ruina y de la bancarrota».

Un vecino en esas condiciones era, por cierto, muy peligroso. Bolivia, que no tenía ni ejército, ni escuadra, ni recursos, ni estabilidad siquiera, sintió escalofríos al contemplar la férrea y pesada armadura de Chile. Y, consecuencia de su situación desvalida e inquietante, fue la ley que copiamos en seguida.

La Asamblea Nacional

Decreta:

Art. 1.º El Poder Ejecutivo celebrará un tratado de alianza defensiva, con el gobierno del Perú, contra toda agresión extraña; y se le autoriza para poner en ejecución, en caso necesario, los pactos que se estipulen; y declarar la guerra, si el peligro fuese inminente, con arreglo a los artículos 22 y 71, atribución 18 de la constitución política del estado, con cargo de dar cuenta a la próxima asamblea.

Art. 2.º En caso de que las hostilidades por mar amenazaren la ocupación de cualquier punto de la costa, en el litoral de la república, el Poder Ejecutivo podrá conceder patentes —320→ de corso, sin perjuicio de los auxilios marítimos que le preste la armada de la nación aliada.

Art. 3.º Esta ley permanecerá reservada hasta que el Ejecutivo necesite usar de ella.

Comuníquese al Poder Ejecutivo para su cumplimiento.

Sala de sesiones en La Paz, a 8 de noviembre de 1872.

(Lugar del sello)

(Firmado)- Tomás Frías, Presidente.

Macedonio D. Medina, Diputado Secretario.

Belisario Bidoel, Diputado Secretario.

Palacio del Supremo Gobierno.- La Paz, noviembre 11 de 1872.


Separado el Perú de Chile por un desierto rico en minerales y en nitrato que Bolivia no podía defender y cuya conquista debía poner en peligro la frontera del Loa y consiguientemente el departamento de Tarapacá, desde el 19 de Noviembre de 1872, o sea un año antes de la alianza, la Cancillería de Lima declaró que prestaría su apoyo «para rechazar las exigencias que considerase injustas y atentatorias a la independencia de Bolivia». Habiendo penetrado el presidente Pardo con clara visión en lo más íntimo del pensamiento secreto de Chile, y habiendo encontrado la finalidad que perseguía, o sea la causa por la cual se armaba, intentó unir sus fuerzas a las de las repúblicas de Bolivia y la Argentina, ambas en peligro de ser conquistadas por Chile, la una en su litoral y la otra en su parte patagónica.

El Perú, por esos días, de antaño no tenía nada con Chile que perturbara sus buenas relaciones, y oficialmente era un amigo de la República del Sur. La canción nacional chilena se cantaba en los teatros de Lima en la noche del 18 de Septiembre. Sin embargo, la actitud manifiestamente guerrera de los hombres del Mapocho convirtiose para el Perú en un peligro, ya que no directo, por lo menos reflejo, peligro que sólo debía repercutir sobre nosotros si la zona de Atacama y la Patagonia eran conquistadas. Situación tan clara y tan incontrovertible provocó el dinamismo peruano. —321→ No era para cuando Chile hubiera vencido a sus vecinos y llegado hasta el Loa, para cuando el Perú debía relegar el propósito de defender su territorio. La más trivial previsión aconsejaba impedir la guerra y consecuentemente la victoria que a Chile debía corresponder si su acción bélica se iniciaba con el concurso de los dos poderosos blindados, mandados construir en 1871. La seguridad que se tenía en esa victoria, si Chile seguía amenazando a sus vecinos en la forma en que lo hacía, causó alarma entre los estadistas peruanos y originó la alianza. Si Chile podía verse amenazado por el Perú y la Argentina si atacaba a Bolivia, o igualmente amenazado por el Perú y por Bolivia si invadía la Argentina, la guerra ofensiva chilena no podía verificarse. Si Chile ocupaba el litoral boliviano, tropas argentinas, pasando la cordillera, podían amenazar a Santiago, y esto conjuntamente con el bloqueo de los fuertes chilenos por la escuadra peruana. De igual manera se hubiera encontrado Chile al invadir la Argentina. Esta conjunción de fuerzas por el Perú ideada y solicitada, y que en la práctica debía crear un poder formidable en América, tenía que poner a Chile en la forzosa obligación de arreglar sus asuntos de fronteras por medio del arbitraje, arbitraje al cual hubiese tenido que apelar aún en los años que siguieron al de 1874, en los que ya estuvo en posesión de sus blindados. Y esto porque, a pesar de la superioridad de sus buques, el Perú y la Argentina hubieran tenido fuerza y poder económico para resistir el ataque chileno, el cual, dada la posibilidad de la derrota, por ningún motivo se hubiera intentado.

Indudablemente que lo mejor hubiera sido comprar buques superiores a los que Chile construía. Quien de nadie depende y se atiene a su propia fuerza es el único que vive seguro. Desgraciadamente, la alianza fue solicitada y firmada —322→ con Bolivia en Febrero de 1873, o sea veinticuatro meses después que Chile, en Febrero de 1871, mandó construir en Inglaterra sus dos poderosos blindados, y cuando el Perú ya en 1873 estaba en el principio de la bancarrota, con sus letras protestadas por Dreyfus, y en condiciones desfavorables respecto a Chile, que en 1874, cuando tuvo al Cochrane, no hubiera esperado la llegada de los nuevos buques peruanos al Callao para sacar partido de su superioridad marítima.

Hecha esta exposición de la manera como debieron pasar las cosas, veamos ahora cómo en realidad pasaron y por qué pasaron en la forma que en 1879 dieron el triunfo a Chile. Pero antes permítasenos volver a oír nuevamente a Maurtua, cuando dice:

En 1872 la situación se presentaba para Bolivia más sombría, más vidriosa que en 1831. La prensa de Chile gritaba a voz en cuello la necesidad de proceder a ocupar, de hecho, todo el desierto de Atacama, fundándose en que Bolivia no había dado cumplimiento al tratado de 1866. No faltaron, con todo, hombres como don Marcial Martínez, que tuvieron el valor moral de cuadrarse ante el clamor bélico de la multitud. «Es enteramente inexacto, decía el señor Martínez, que Bolivia no haya cumplido el tratado de 1866. El tratado ha sido cumplido por ambos contratantes, en lo sustancial, y las cuestiones que después se han ventilado, a proposición de una u otra de las partes, han sido emergentes del pacto mismo, como sucede generalmente en todo tratado». «Algunos creen, agregaba el señor Martínez, que Chile debiera adoptar medidas de facto, análogas al memorable apremio real de Hernández Pinzón. Estoy muy lejos de participar de esta opinión. No tendríamos ni visos de razón con que justificar nuestra conducta belicosa ante la América».

No obstante la noble actitud del señor Martínez, la masa de la opinión parecía incontenible. El ministro boliviano en Lima pedía, en esa emergencia, al gobierno peruano su apoyo «en nombre de los intereses del Perú, que se hallan íntimamente ligados con la independencia e integridad de Bolivia».

La política del Perú, en tales circunstancias, tenía un rumbo claro que seguir, conformándose a sus tradiciones. El Perú, en 1826, había abogado en el Congreso de Panamá por la —323→ alianza de las repúblicas americanas. En 1848 dio la alerta contra las pretensiones de España, convocó un congreso de plenipotenciarios, y presentó el mismo plan. En el terrible conflicto de Méjico, procedió, de hecho, como aliado, y prestó grandes servicios a la causa americana. En 1864 equipó su escuadra, reunió otro congreso americano, y, dos años después, hizo suya la agresión española contra Chile, y vengó en el Callao, el 2 de Mayo, el bombardeo de Valparaíso. En los conflictos de la América Central, que hicieron peligrar la independencia de una de esas repúblicas, intervino para defenderla. En la guerra emancipadora de Cuba, tomó parte, dando a la causa de la libertad la sangre de sus hijos y dinero.

Un país nuevo, animado de semejantes ideales, no podía vacilar en presencia de la situación que se ofrecía a las repúblicas australes en 1872. Por una parte Chile, armado hasta los dientes, en eterno camino de invasión, envuelto en rencillas, acusado de fomentar revoluciones. Por otra parte, la Argentina y Bolivia, viviendo con el alma en un hilo, y temiendo despertar, cualquier día, al ruido de cañones y fusiles. El Perú, además, tenía mucho que guardar. Su departamento de Tarapacá era ya un emporio de riqueza, y en Chile despertaba una pasión demasiado golosa. Nada más natural, pues, que revivir la política de unión americana, de alianza para la común defensa, que el Perú había proclamado, con entusiasmo, desde 1826. Éste fue el espíritu, éstos los móviles que presidieron la alianza. El texto del tratado, por lo demás, confirma esa apreciación. Helo aquí:

Artículo Primero

Las altas partes contratantes se unen y ligan para garantizar mutuamente su independencia, su soberanía y la integridad de sus territorios respectivos, obligándose, en los términos del presente tratado, a defenderse de toda agresión exterior, bien sea de uno u otros Estados independientes, o de fuerzas sin bandera que no obedezcan a ningún poder reconocido.

Artículo Segundo

La alianza se hará efectiva para conservar los derechos expresados en el artículo anterior y especialmente en los casos de ofensa que consistan:

1.º En actos dirigidos a privar, a alguna de las altas partes contratantes, de una porción de su territorio, con ánimo de apropiarse su dominio, o de cederlo a otra potencia.

—324→

2.º En actos dirigidos a someter, a cualquiera de las altas partes contratantes, a protectorado, venta o cesión de territorio, o a establecer sobre ella cualquiera superioridad, derecho o preeminencia que menoscabe u ofenda el ejercicio amplio de su soberanía e independencia.

3.º En actos dirigidos a anular o variar la forma de gobierno, la constitución política o las leyes que las altas partes contratantes se han dado o se dieren en ejercicio de su soberanía.

Artículo Tercero

Reconociendo ambas partes contratantes, que todo acto legítimo de alianza se basa en la justicia, se establece para cada una de ellas, respectivamente, el derecho de decidir si la ofensa recibida por la otra está comprendida entre las designadas en el artículo anterior.

Artículo Cuarto

Declarado el casus foederis, las altas partes contratantes se comprometen a cortar inmediatamente sus relaciones con el Estado ofensor; a dar pasaporte a sus ministros diplomáticos; a cancelar las patentes de los agente consulares; a prohibir la importación de sus productos naturales, y a cerrar los puertos a sus naves.

Artículo Quinto

Nombrarán también las mismas partes plenipotenciarios que ajusten, por protocolo, los arreglos precisos para determinar los subsidios, los contingentes de fuerzas terrestres y marítimas, o los auxilios de cualquiera clase que deban procurarse a la república ofendida o agredida; la manera como las fuerzas deben obrar y realizarse los auxilios, y todo lo demás que convenga para el mejor éxito de la defensa.

La reunión de los plenipotenciarios se realizará en el lugar que designe la parte ofendida.

Artículo Sexto

Las altas partes contratantes se obligan a suministrar a la que fuese ofendida o agredida, los medios de defensa de que cada una de ellas juzgue poder disponer, aunque no hayan precedido los arreglos que se prescriben en el artículo anterior, con tal de que el caso fuere, a su juicio, urgente.

—325→

Artículo Séptimo

Declarado el casus foederis, la parte ofendida no podrá celebrar convenio de paz, de tregua o de armisticio, sin la concurrencia del aliado que haya tomado parte en la guerra.

Artículo Octavo

Las altas partes contratantes se obligan también:

1.º A emplear con preferencia, siempre que sea posible, todos los medios conciliatorios para evitar un rompimiento, o para terminar la guerra, aunque el rompimiento haya tenido lugar; reputando entre ellos, como el más efectivo, el arbitraje de una tercera potencia.

2.º A no conceder ni aceptar de ninguna nación o gobierno protectorado o superioridad que menoscabe su independencia o soberanía, y a no ceder ni enajenar, en favor de ninguna nación o gobierno, parte alguna de sus territorios, excepto en los casos de mejor demarcación de límites.

3.º A no concluir tratados de límites o de otros arreglos territoriales, sin conocimiento previo de la otra parte contratante.

Artículo Noveno

Las estipulaciones del presente tratado no se extienden a actos practicados por partidos políticos, o provenientes de conmociones interiores, independientes de la intervención de gobiernos extraños, pues teniendo el presente tratado de alianza por objeto principal la garantía recíproca de los derechos soberanos de ambas naciones, no debe interpretarse ninguna de sus cláusulas en oposición con su fin primordial.

Artículo Décimo

Las altas partes contratantes solicitarán, separada o colectivamente, cuando así lo declaren oportuno, por un acuerdo posterior, la adhesión de otro u otros estados americanos al presente tratado de alianza defensiva.

Artículo Undécimo

El presente tratado se canjeará, en Lima o en La Paz, tan pronto como se obtenga su perfección constitucional, y quedará en plena vigencia a los veinte días después del canje. Su duración —326→ será por tiempo indefinido, reservándose cada una de las partes el derecho de darlo por terminado, cuando lo estime por conveniente. En tal caso, notificará su resolución a la otra parte, y el tratado quedará sin efecto a los cuatro meses después de la fecha de la notificación.

El que estudie, sin prevenciones, ese pacto, llegará a la conclusión de que en él no palpitaba ninguna pasión malsana, ningún propósito indebido. ¿Ni de dónde había de surgir este propósito? El Perú no necesitaba tierras, ni riquezas. Separado de Chile por una parte del suelo boliviano, no había posibilidad de que resultara entre ellos ninguna disputa por razón de límites.

El Perú, entonces, era rico, opulento. Chile era pobre, muy pobre. Bolivia y la Argentina no habían consolidado sus instituciones, y las continuas revueltas les impedían pensar en atacar a nadie. Apenas tenían tiempo y fuerzas para sostener sus gobiernos y organizar su vida política. Ninguna de estas tres repúblicas podía, por lo mismo, constituir amenaza para Chile, ni para otro país alguno. Chile, en cambio, estaba con el arma al brazo, y, durante un tercio de siglo, se había ocupado en invadir las tierras de sus vecinos. La alianza, en tal caso, sólo podía ser defensiva. El ministro plenipotenciario del Perú, al comunicar al gobierno argentino el tratado, en la nota de 24 de Septiembre de 1873, decía, por eso, a la Cancillería del Plata, que «el objeto del pacto era garantizar mutuamente la independencia, la soberanía y la integridad territorial de los estados signatarios». «El tratado, agregaba el ministro, no envuelve mira hostil o agresiva contra nación alguna determinada, ni intención ambiciosa contra el derecho ajeno. Al contrario, todas sus estipulaciones tienden al resguardo, puro y simple, de la autonomía e integridad territorial, contra cualquiera agresión extraña, y a prevenir siempre un rompimiento, cortando todo pretexto de guerra, pues en el inciso 1.º del artículo 8.º se consagra el arbitraje como el único medio justo y racional que debe adoptarse para la decisión de las cuestiones de límites».

«Bajo este punto de vista, continuaba el ministro peruano, que es indudablemente del más alto interés, el tratado importa la fijación de un gran principio en el derecho público americano, y puede, por tanto, ser considerado como la prenda más segura de paz y de unión, no sólo entre el Perú y Bolivia, sino también entre los demás Estados americanos que lleguen a adherirse a él; y esto es tanto más importante en la actualidad, cuanto que muchos de esos Estados tienen pendiente la designación de sus límites, pues aunque por fortuna las cuestiones que hasta ahora han surgido no han llegado a —327→ tener un resultado funesto, no dejan, sin embargo, de ofrecer dificultades, que más tarde pueden, tal vez, producir complicaciones y peligros serios, que a todo trance conviene evitar».

Se sabe bien que, a pesar de las miras nobles y prudentes del pacto de alianza, la República Argentina cometió el error de no suscribirlo.


El 20 de Mayo de 1873, Riva Agüero, Ministro de Relaciones Exteriores, decía a Manuel Irigoyen, Ministro Residente del Perú ante las Repúblicas del Plata y el Imperio del Brasil.

Sabe US. que de algún tiempo a esta parte vienen suscitándose graves cuestiones entre Chile, de una parte, y la Confederación Argentina y Bolivia, de la otra, con motivo de la demarcación de límites entre aquélla y estas Repúblicas.

Bolivia, que aislada no tendría la fuerza suficiente para resistir a la presión que sobre ella pretende ejercer Chile y que conoce cuán conveniente es estrechar los vínculos que nos unen con ella, solicitó, por conducto de su Plenipotenciario y de conformidad con la resolución legislativa que incluyo a US. en copia, el apoyo moral y material que necesitaba para discutir y sostener con calma y seguridad sus derechos. El gobierno del Perú no podía permanecer indiferente a la justa demanda de su vecina y firmó con ella el Tratado de Alianza defensiva, cuya copia incluyo a US., y el cual, aprobado ya por el Congreso Nacional, será muy pronto sometido a la Asamblea de Bolivia y canjeado por ambos Gobiernos.

Examinando detenidamente ese pacto, se ve que él está prudentemente calculado para prevenir un rompimiento, evitando todo pretexto de guerra. En él se consagra el arbitraje, como el único medio justo y racional que debe adoptarse en la decisión de las cuestiones de límites.

Como en el artículo 9.º del Tratado se conviene en solicitar la adhesión de otros Gobiernos, US. procurará obtener la de esa República; lo cual no parece hoy difícil, atendiendo las dificultades con que hasta ahora ha tropezado, sin poder llegar a una demarcación de límites con Chile.

A la República Argentina interesa, pues, tanto como a Bolivia y como a todas las secciones americanas cuyos límites aún no se han precisado, entrar en la alianza defensiva, y con más razón hoy que la cuestión de límites de Patagonia amenaza entrar en la vía de los hechos, de la que debemos todos procurar apartarla para circunscribirla a la de la discusión y del arbitraje.


—328→

Habiendo sido perfectamente clara la situación internacional de la Argentina, y más clara aún la presión humillante que Chile podía ejercer sobre ella al tratar de la cuestión de fronteras el día que el Blanco y el Cochrane llegaran a Valparaíso, la propuesta del Perú, que debió haber sido recibida con gran entusiasmo y agradecimiento, fue mirada por el canciller argentino con profunda desconfianza. Por ese año de 1873, la escuadra del Perú era incomparablemente superior a todas las de América, con excepción de la del Brasil. Haber puesto esa escuadra a disposición de la República del Plata para que apoyada en ella tratara su cuestión patagónica y haber recibido el ofrecimiento con visible recelo, fue algo que causó estupor en la cancillería de Lima. Tejedor, que era el ministro de Sarmiento en los asuntos internacionales, nunca vio claro el asunto de la alianza. En lo que era la salvación de su país sólo encontró peligros para el gobierno que representaba. Falto de entusiasmo, sin la menor audacia, poseído de un espíritu medroso y sobre todo viviendo en completa ignorancia de lo que pasaba en las repúblicas del Pacífico, al extremo de ignorar el poder de las unidades chilenas en construcción, por tres meses resistió las insinuaciones que a diario le hacía Irigoyen. Siendo un hombre de gran talento y convencido de la imposibilidad de combatir la bondad y la necesidad de la alianza, inventó inconveniencias y sin buen éxito trató de que el Perú modificara los términos del tratado y que se solicitara la adhesión de Chile y del Brasil, y por parte de Bolivia un previo y definitivo arreglo de límites de acuerdo con el uti possidetis de 1810. La simplicidad de la alianza ofuscó a este distinguido estadista. Nunca pudo comprender el espíritu ni la eficacia de lo pactado. «Bolivia y Argentina -decíale Irigoyen- están amenazadas en sus asuntos de límites por Chile, república que cuando reciba sus nuevos buques tendrá audacia y fuerza para atacarlas, primero —329→ a una y después a la otra. El Perú, a quien interesa impedir la conquista en América, solicita la cooperación de la Argentina para salvar a Bolivia si ésta fuera la primera en ser atacada, a cambio de prestarle a la Argentina con la unión de Bolivia igual cooperación armada, si la Argentina y no Bolivia fuera la invadida».

No pactar ninguna alianza y atenerse a sus propias fuerzas, era para la Argentina quedarse sola y a merced de Chile que construía en Europa dos buques poderosos. Por el contrario, pactar la alianza era impedir la guerra, pues Chile podía combatir teniendo sus blindados con posibilidad de éxito con la Argentina sola o con el Perú solo, pero nunca hubiera podido hacerlo con la Argentina y con el Perú unidos.

Los acápites de las siguientes cartas oficiales, todas ellas de Irigoyen, evidencian los temores y conceptos erróneos que motivaron las resistencias de Tejedor, resistencias que sin ningún entusiasmo le llevaron a firmar, más por cansancio que por convicción, la adhesión solicitada por el Perú.

Buenos Aires, 12 de Julio de 1873.

S. M.

Al día siguiente de mi recepción oficial, esto es el 8 del corriente, solicité una audiencia de S. E. el señor Tejedor, Ministro de Relaciones Exteriores de esta República, para tratar confidencialmente de unos de los objetos de mi misión diplomática...

El señor Ministro me contestó, sustancialmente, en los términos siguientes: que, como debía suponer, no podía en materia tan grave, y que requería serio estudio y consulta con el Presidente, darme una respuesta categórica y definitiva; pero que, hablando en términos más bien amigables que oficiales, me hacía presente, que la primera impresión que le había causado la lectura que había dado yo al Tratado, era más bien la de una alianza ofensiva, que defensiva. Le repliqué a esto, manifestándole, con el examen de los artículos del Tratado, que no había nada absolutamente en él que le diese el carácter que —330→ había creído encontrarle; que, por el contrario, y según le había manifestado al principio de esta conferencia, el fin que mi Gobierno se había propuesto al celebrarlo, era el de evitar a todo trance la guerra, pues, en él se estipulaba el arbitraje, como el único medio de resolver las cuestiones de límites; y que el hecho mismo de procurar robustecer la alianza con la adhesión de la República Argentina, probaba que lo que se quería era formar un poder bastante fuerte, que, moderando las pretensiones exageradas que pudiese tener alguna de las Repúblicas, hiciese imposible la guerra...

El señor Ministro me llamó después de esto la atención sobre el artículo 3.º del Tratado, y me dijo, que dicho artículo hacía completamente ilusorio todo el pacto, porque, según él, queda en libertad uno de los Estados signatarios para hacer o no efectiva la alianza, según el juicio que se forme de la ofensa recibida por la otra parte, y por consiguiente para dejar a ésta sola en casos dados. Le contesté que ese artículo tenía por objeto el obligarse recíprocamente las partes contratantes a no proceder, comprometiendo a su aliada, sin haberse puesto de acuerdo con ella; que esto era lo natural y lo justo en asuntos de esta naturaleza; y por último, que el artículo no daba absolutamente derecho a ninguno de los aliados como parecía que lo hubiese comprendido el señor Ministro, para abandonar al otro después de haberse hecho efectiva la alianza, como lo comprobaban todos los demás artículos del Tratado.

Tomó después de esto la conversación giros muy distintos y familiares, y tocó el Ministro diversos puntos, siendo los principales los siguientes:

1.º Si creía que alguno o algunos de los artículos del Tratado podrían ser de algún modo modificados.

2.º Si el Gobierno de Chile tenía de este pacto algún conocimiento.

3.º Si convendría solicitar la adhesión de ese Gobierno, como el medio más seguro y conveniente de notificarle la existencia de la alianza.

4.º Si sería posible que Chile solicitase, y sobre todo obtuviese, la alianza del Brasil.

Sobre el tercer punto dije, que lo que convenía, por el momento, era que nos uniésemos; y que cuando esto estuviera realizado, trataríamos de conocer si era o no conveniente solicitar la adhesión de Chile; que, por lo demás, yo no estaba instruido respecto de lo que sobre este punto pensaba mi Gobierno, y que si él (el Ministro) lo deseaba, lo consultaría por el primer vapor. Me contestó que podía hacerlo, no como de una solicitud que él hiciese, sino como de una idea que había surgido en la conferencia. Mucho estimaría, pues, a US. que a —331→ vuelta de vapor se dignase darme sus instrucciones sobre este punto.

En cuanto a la cuarta pregunta, le hice notar al Sr. Ministro, que aunque Chile llegase a solicitar la alianza del Brasil, no era de temerse que la obtuviese, porque no se comprendía qué miras ni qué intereses políticos pudieran decidir al Gobierno del Emperador a lanzarse en una cuestión con las Repúblicas del Pacífico; que, por otro lado, nuestros Gobiernos estaban en muy buenas relaciones con el de Río de Janeiro; y por último, que si Chile llegaba a trabajar por obtener esa alianza, nosotros trabajaríamos de consuno para impedir que la obtuviese. Se habló entonces, también, incidentalmente, de que la escuadra brasileña era bastante fuerte; y yo tuve la satisfacción de manifestarle, que la nuestra era también muy respetable. Y a propósito de esto, y de haberle puesto de manifiesto la necesidad de que el Gobierno argentino tratase de formar una escuadra, me dijo que habían mandado construir en Europa creo que dos cañoneras y algunos torpederos, para defender la entrada al Río.

Buenos Aires, 17 de Julio de 1873.

Me indicó, después, a la ligera, la conveniencia de arreglar previamente con Bolivia las cuestiones de límites pendientes con la Confederación, en el caso de que su Gobierno (el argentino) se resolviese a adherirse a la alianza, a fin de remover las dificultades y tropiezos que esas cuestiones pudieran ofrecer; y me apresuré a contestarle, que todas esas dificultades desaparecerían en el momento en que la Confederación se adhiriese al Tratado, porque desde entonces quedaban obligados los dos Estados a someter a un árbitro la resolución de esas cuestiones, si es que ellas por sí solas no podían llegar a un arreglo satisfactorio.

Por último me comunicó que el señor Reyes Cardona, Ministro que Bolivia tenía acreditado en los Estados del Plata y en el Brasil, había sido retirado, y se manifestó satisfecho de esto porque, según me indicó, no deseaba volver a entrar en relaciones oficiales con él por la conducta poco clara que había observado a fines del año próximo pasado. En comprobación de ello me refirió, que el Gobierno del Paraguay había llegado a saber una propuesta que reservadamente le hizo, sobre el arreglo de la cuestión del Chaco, en la que también tiene interés ese Estado; propuesta que el Ministro Cardona había recibido con satisfacción, de tal manera que se apresuró a comunicarlo a La Paz, enviando con tal fin a su mismo Secretario; y que, además, en esa misma fecha, y después de —332→ haber convenido en esperar la respuesta del Gobierno de Bolivia, se había ido al Janeiro a promover toda especie de dificultades en la delicada misión que llevó a ese Imperio al General don Bartolomé de Mitre.

Buenos Aires, 31 de Julio de 1873.

Me manifestó en seguida el señor Ministro, los mismos temores que en las anteriores conferencias, de que he dado cuenta a US., fundados en la mala, aunque encubierta voluntad que para ellos tienen en el Brasil, y por consiguiente, en el riesgo que existe de que Chile se una con aquel Imperio, cuando tenga conocimiento de esta alianza; y fundados, también, en el estado poco satisfactorio de las relaciones de la Confederación con el Paraguay. Le contesté muy detenidamente sobre todos los puntos que había tocado manifestándole, que sus temores eran ilusorios, porque eran de todo punto irrealizables los pactos que él preveía; y, por último, para el caso de cualquiera eventualidad o emergencia, le convenía a la Confederación estar unida con el Perú y con Bolivia. Creo que mis reflexiones hayan influido algo en el ánimo del señor Ministro, pues no insistió en sus primeras ideas, sino que pasó a decirme que temía que el Gobierno de Chile se hubiese apercibido ya algo de nuestra alianza con Bolivia. Le contesté a esto negativamente; y entonces me dijo que esa sospecha se la había infundido una carta que acababa de recibir de Frías, Ministro de esta República en Chile, de la que leyó un acápite, que casi literalmente dice lo siguiente: «que el Almirante Blanco Encalada había tenido una larga conferencia con el Presidente Errázuriz, en la que le manifestó que no era justa la pretensión que se tenía sobre la Patagonia, porque nunca se había conocido 'Chile Oriental'; que debían conformarse con lo que poseía en el Estrecho, esto es, con Punta Arenas; y que lejos de ser político el promover cuestiones a la República Argentina, lo que convenía a Chile era aliarse con ella contra Bolivia y el Perú». Después de esta lectura, le dije al señor Ministro, que esas ideas eran sugeridas por el folleto que acababa de publicar en Chile don Marcial Martínez; que el Gobierno de Santiago ignoraba por completo el pacto que teníamos con Bolivia y el arreglo de que nos ocupábamos; y por último, que Chile no desistiría jamás voluntariamente de sus pretensiones sobre la Patagonia, pues cifraba en la posesión de ese territorio todas sus esperanzas de engrandecimiento material y político. El señor Ministro conocía ya el referido folleto.

Después de esto, me pidió datos sobre nuestra escuadra, nuestros ejércitos y los de Bolivia, con el objeto, seguramente, —333→ de conocer las ventajas materiales que podría obtener esta república aliándose con el Perú y Bolivia. Le di los que pude, sintiendo no tener aquí de donde tomar datos exactos sobre la fuerza de nuestra escuadra; no obstante que muy poca diferencia habrá a este respecto, entre mis recuerdos y la realidad.

Buenos Aires, Agosto 6 de 1873.

S. M.

Ayer fui invitado a una conferencia con el señor Ministro de Relaciones Exteriores de esta República, y tuvo lugar de las tres a las cinco de la tarde, en su casa habitación.

Me dijo en ella, que el día anterior se reunió el Gabinete, presidido por S. E. el Presidente de la República, para ocuparse de la solicitud de adhesión que había hecho yo a nombre del Perú y Bolivia, y que después de un detenido debate, se había acordado, mirando el asunto bajo un aspecto práctico, que podrían adherirse a nuestro Tratado de alianza defensiva, arreglada que fuese la cuestión de límites que esta República tiene con la de Bolivia; que éste sería el único modo bajo el cual podría este asunto pasar en el Congreso, y que aún para la misma nación, que algún día llegará a conocerlo, era necesario presentarlo bajo este mismo punto de vista práctico. Agregó, que no era natural, por otro lado, ni mucho menos prudente, aliarse con un Estado con el que tenían serias cuestiones y desavenencias, sin hacerlas desaparecer...

Le repliqué, que la adhesión del Gobierno Argentino al Tratado de alianza debía producir como resultado inmediato, el arreglo de la expresada cuestión de límites; que, por consiguiente, ponía como condición a aquel acto, lo que estaba llamado a ser una consecuencia necesaria de él; que el verdadero lado práctico de la alianza consistía, como bien lo sabía, en la necesidad de contener las pretensiones exageradas que sobre territorios de Bolivia y de cita República tenía Chile, tratando de evitar la guerra con la formación de un poder bastante fuerte, como el que resultaría de la alianza de los tres Estados; que lo que exigía para que la República Argentina se adhiriese al Tratado era de una realización tan morosa, que equivalía a aplazar indefinidamente aquel acto, y para una época en la que llegase, tal vez, a ser completamente infructuosa; y, por último que no siendo Bolivia la única que había solicitado la adhesión, sino también el Perú, con el que no tenía esta República cuestión alguna pendiente, no creía que de esa condición dependiese también la adhesión solicitada por parte de mi gobierno...

—334→

Me dijo después, a este respecto, que si sólo se tratase de una alianza con el Perú, no vacilaría un solo momento en aceptarla, discutiendo previamente las bases, porque entre el Perú y la República Argentina había servicios recíprocos que prestarse, lo que no sucedía entre Bolivia y este Estado, y, agregó que, como seis meses antes de que supiese que el Perú iba a acreditar una Legación en esta República, había pensado mandar a Lima un Ministro, pero que circunstancias diversas habían impedido la realización de ese proyecto. Cuando terminó, traté de probarle, de distintos modos, la conveniencia de que Bolivia entrase en la alianza, y en uno de los muchos giros que la conversación tomó, y cuando trataba de persuadirlo de que sólo por medio de la unión de las tres Repúblicas se podía conseguir que Chile abandonase sus proyectos de apoderarse de los territorios de sus vecinos; me dijo, que esto era más serio respecto de Bolivia que de ellos; a lo que creí necesario replicarle, que en cuanto a Bolivia, Chile no tenía sino pretensiones, que no podía ya realizar por la alianza que había celebrado con el Perú; pero que respecto a este Estado había hechos, pues estaba en la actualidad en la posesión nada menos que de territorios que el Gobierno Argentino consideraba suyos...

Me dijo, en seguida y respondiendo a lo anterior, que en el Congreso y en la Nación en general, no se daba importancia a esos temores, y ni aun por dos de sus colegas en el Gabinete, porque no creen que Chile se atreviese a apoderarse de hecho de Patagonia; y él era uno de los muy pocos que no miraba así la cuestión; pero que para hacer que el Congreso y el país aceptasen la alianza que le había propuesto, era preciso presentarles un resultado práctico y al alcance de todos; y que éste era, como me lo había manifestado, uno de los motivos por los que deseaba que se arreglase previamente la cuestión de límites con Bolivia.

Buenos Aires, Agosto 25 de 1873.

S. M.

Nuevamente volvió el señor Ministro a hablarme de las dificultades que tenía para adherirse al Tratado por parte de Bolivia; y, por último, y a las mil réplicas que yo le hice, me interpeló en estos términos: ¿Tendría Ud. inconveniente, para celebrar a nombre del Perú un tratado de alianza defensiva con esta República? Comprendiendo, de un modo que no me dejaba ya lugar a duda, que lo que deseaba el Ministro era separar de la cuestión a Bolivia, me apresuré a contestarle que mi misión no era ésa, sino la de solicitar la adhesión a un pacto —335→ existente; y que, por otro lado, representando yo para esto, no sólo al Perú, sino también a Bolivia, no podría hacerlo, aunque mis poderes me lo permitieran, sin cometer, en mi opinión, respecto de aquel Gobierno, una especie de infidencia...

Buenos Aires, Septiembre 17 de 1873.

No obstante la fuerza y verdad de esas reflexiones, el Ministro insistió siempre en sus ideas, manifestando, además, temores sobre la poca estabilidad de los gobiernos de Bolivia, y sobre el giro que pudieran dar a las cuestiones que tienen con Chile, comprometiéndose tal vez sin necesidad en una guerra; y me propuso, en seguida, celebrar por lo pronto un tratado de alianza defensiva separado con el Perú, tomando por base el que tenemos con Bolivia, y declarando además la neutralización del Estrecho de Magallanes, que según él, sería una idea muy bien recibida, no sólo en América sino también en Europa.

Creí necesario negarme igualmente a esta proposición, como lo hice la primera vez que me la presentó, según tuve el honor de dar cuenta a US. en mi oficio reservado, N.º 30; y apoyado en las mismas razones que entonces. Agregué que la política que se relacionase con la alianza, en el caso de que se adhiriese la Confederación, se acordaría siempre entre los tres gobiernos, lo que sería una garantía para ellos; que el gobierno de Bolivia acababa de dar muestras de mucha prudencia en las últimas notas que había cambiado con el Encargado de Negocios en La Paz, señor Martínez, y que suponía conociese por haberlas publicado los periódicos de aquí; y, por último, le hice notar que los riesgos eran recíprocos, pues tanto podía comprometerse la Confederación por la política de Bolivia, como ésta por la de aquélla. En cuanto a la neutralización del Estrecho, sólo le dije, que particularmente me agradaba la idea, pero que, para pensar en ella, era mejor esperar a que la alianza estuviera firmada.

Viendo el señor Ministro que no aceptaba ninguna de las proposiciones que me había hecho, me indicó, por último, suspender aquí las negociaciones de que tratábamos y mandar dos Legaciones, una a Lima y otra a La Paz, para que continuasen este arreglo, ensanchándolo con lo de la neutralización del Estrecho; y se ocupase además, la segunda, de celebrar un tratado definitivo de límites. Al ver Chile, agregó, el movimiento de esas dos Legaciones, creerá que las tres Repúblicas, el Perú, la Confederación y Bolivia, están unidas, y el efecto moral que este paso produciría, sería el mismo que si en realidad lo estuviesen. Le repliqué que me era sensible no —336→ poder aceptar tampoco esta nueva indicación, porque además de que no produciría a mi juicio el efecto moral que él creía, se iba a perder un tiempo precioso, pues era nada menos que aquel en que, como le había manifestado al principio, podían tener lugar las graves complicaciones, que habían hecho pensar a los hombres de Estado del Perú y Bolivia, en la necesidad de celebrar una alianza defensiva.

En fin, me dijo el señor Ministro, que ya que me negaba a todo, tendría necesidad de hablar nuevamente con S. E. el Presidente de la República y el Consejo de Ministros, presentándoles una exposición de todas las razones que yo había alegado, en el curso de esta conferencia, y que muy pronto me daría la contestación que yo deseaba...

Buenos Aires, Septiembre 20 de 1873.

(Reservada)

N.º 38

S. M.

Tengo la satisfacción de participar a US., que el gobierno de esta República ha decidido adherirse a nuestro Tratado de alianza defensiva con Bolivia, según me lo ha comunicado en esta Legación el señor Ministro de Relaciones Exteriores doctor don Carlos Tejedor.

Al participarme tan plausible noticia, me dijo el señor Ministro, que estaba autorizado por S. E. el Presidente de la República para esa declaración; y que deseaba acordar conmigo la forma que debería darse a un acto tan importante, antes de ser sometido a la Aprobación del Congreso Nacional...


La adhesión argentina pactada por el presidente Sarmiento mereció la aprobación de la Cámara de Diputados de aquel país, pero no la de la de Senadores, la que aplazó el debate hasta que, por medio de un protocolo, el Ejecutivo no aclarara previamente.

1.º El sentido y alcance del uti possidetis.

2.º La clase de ofensas.

3.º La calidad de la obligación de prestar auxilio; y

4.º La obligación de participarse los tratados de límites.

Todo cuanto ocurrió en el Senado argentino fue obra de Mitre y de Rawson, pero especialmente de Rawson, quien, —337→ como miembro de ese Cuerpo legislativo, puso de su parte extraordinarios esfuerzos para impedir la alianza. Las razones que tuvo para ello las encontramos en la carta escrita en 1873 y que a continuación copiamos. Los románticos conceptos emitidos en esa carta nos inducen a pensar en lo interesante que sería averiguar el juicio que mereció al notable hombre público del Plata la insólita actitud de la corbeta chilena Magallanes en las aguas argentinas del Atlántico en 1878, y si entonces, habiéndose considerado por tercera vez inminente la guerra entre Chile y la Argentina, no sintió pavor y arrepentimiento al considerar que su patria para defenderse de dos poderosos acorazados chilenos, el Blanco Encalada y el Cochrane que habían salido de Valparaíso para el Estrecho en actitud ofensiva, no tenía otros buques de combate que tres miserables corbetas de madera, la Uruguay, la Constitución y Los Andes, todas al mando de un coronel de caballería de ejército.

Buenos Aires, 27 de Septiembre de 1873.

Señor don Plácido S. de Bustamante.

Mi estimado amigo:

Cuando Ud. reciba esta carta, ya sabrá oficialmente cuál ha sido el asunto que ha motivado las sesiones secretas de la Cámara de Diputados; por consiguiente no falto a mi deber hablándole de este negocio. Cuarenta y ocho votos contra 18 han decidido anoche la adhesión de la República Argentina al Tratado secreto de alianza defensiva celebrado por los Gobiernos del Perú y Bolivia. Por las explicaciones que Ud. oirá del señor Ministro, verá que los motivos que aconsejan esta adhesión proceden principalmente de la actitud agresiva de Chile para con nosotros, y que es Chile en realidad el objeto de la alianza, y que una guerra con Chile será su consecuencia.

No necesito decirle que yo me he opuesto con todas mis fuerzas a la sanción de anoche, y que, en medio del insomnio penoso que aquella decisión me ha causado, sólo me consuela la esperanza de que el Senado pueda salvarnos de lo que yo estimo una desgracia para nuestra patria, y no contribuye —338→ poco a fortalecer mis esperanzas, el conocimiento que tengo de la prudencia, del claro juicio y del patriotismo de Ud. Mi opinión es que por el Tratado abandonamos la sana política tradicional de la República Argentina, que consiste en respetar todas las nacionalidades y en abstenernos de toda intervención o ingerencia en sus negocios propios. Las alianzas políticas, condenadas desde tiempo de Washington, para la América, sólo son aceptables en los casos de guerra actual, cuando intereses comunes a dos o más naciones las llevan fatalmente a asociarse en un pacto de guerra y para el solo objeto de la guerra; y aún en esos casos, la experiencia ha mostrado, como con Chile y el Perú aliados contra España, y como con el Brasil y nosotros aliados contra el Paraguay, que después de la guerra quedan pendientes entre los aliados cuestiones de tanta gravedad que pueden llegar a comprometer seriamente la paz entre los amigos de la víspera.

Pero la cuestión presente ni siquiera es ésa. Chile se muestra agresivo con Bolivia, y con la República Argentina en cuanto a sus límites territoriales. Mas el Perú, que no tiene ni puede llegar a tener cuestiones de ese linaje con Chile, inicia la negociación del Tratado de alianza, sólo por un espíritu de rivalidad y por razones de prepotencia marítima en el Pacífico.

El Perú busca aliados para mantener en jaque a su rival y para humillarlo en caso de que estalle la guerra. Bolivia, por instinto de propia conservación y por esa deferencia tradicional de su política a la influencia peruana, entra sin vacilar en la liga, porque, no teniendo más salida para su comercio que su triste posesión en el Pacífico, necesita un poder marítimo que la defienda y la asegure en caso probable de guerra por la cuestión territorial.

En estas circunstancias, aquellas dos naciones se acuerdan de que nosotros mantenemos también discusiones con Chile sobre límites, y se apresuran a brindarnos su alianza, invitándonos a participar de su destino en el camino de aventuras en que se lanzan; y nosotros, en fin, aceptamos sin condiciones el pacto formado por la inspiración de intereses que no son los nuestros, y conspiramos tenebrosamente en el sigilo contra la república más adelantada de Sud América, nuestra vecina, nuestra hermana en la lucha de la Independencia, nuestra amiga de hoy, puesto que mantenemos cordiales relaciones políticas con ella y muy estrechas relaciones comerciales.

Hemos soportado por más de cincuenta años la usurpación del déspota paraguayo sobre nuestro territorio deslindado, hasta por límites naturales, y sólo por la brutal agresión de aquél entramos en una guerra cuyos dolores estamos sufriendo todavía.

—339→

Hemos tolerado y seguimos tolerando, desde 1826, la usurpación de Bolivia, no sólo en la parte discutida del Chaco, sino, lo que es mil veces más odioso, la usurpación de una provincia entera, poblada y culta; y sin embargo, no hemos hecho la guerra a Bolivia, y lejos de eso, estamos negociando con ella una alianza defensiva, cuyo principal designio se refiere a cuestiones de usurpación territorial. Entretanto, Chile, por injusto que sea en sus pretensiones, que ha fecundado para el comercio del mundo el desierto y agreste estrecho de Magallanes, que ha consagrado a ese fin sus capitales y sus esfuerzos desde 1839, Chile, que pretende, según dicen, tomar posesión de las bocas orientales del estrecho que nos pertenecen según nuestros títulos alegados, Chile será castigado con una guerra desoladora si llegase a cometer esa injusticia, y para eso preparamos esta alianza.

¿En qué consiste esa diferencia? ¿Es más precioso territorio el de Magallanes, desierto nunca ocupado por la República Argentina, y apenas conocido por ella que el rico territorio de Misiones, sobre la margen izquierda del Paraná y en inmediata contigüidad con la importante provincia de Corrientes, o vale más ante nuestras susceptibilidades nacionales que la populosa provincia de Tarija, sustraída alevosamente de nuestra jurisdicción y de nuestro dominio, por nuestra actual aliada?

Comparaciones como ésta no pueden sostenerse ante la sana razón. Porque Chile se enriquece, se civiliza, se hace cada día más industrioso y se presenta como un modelo americano de orden administrativo y de paz sólida; porque Chile ha sido más de veinte años el asilo de los proscritos de la tiranía argentina, y porque esos proscritos han merecido y recibido allí tan distinguidas consideraciones; no, no puede ser por eso que nuestro Gobierno, aún pendientes y prosiguiéndose las amigables discusiones de derecho que sostenemos, levanta la mano y la descarga sobre el rostro de esa nación amiga y hermana, uniéndose en pacto secreto y hostil con los antiguos enemigos de aquélla. En mi concepto, el resultado práctico de la alianza será desde luego despertar el encono de Chile contra nosotros, que tan gratuitamente y contradiciendo nuestros principios, proclamados y defendidos en discusiones con aquel mismo Gobierno en otras oportunidades, nos colocamos en actitud hostil, buscando inteligencias en remotas regiones.

Si Chile se inclina a la guerra, nuestra actitud va a provocar una manifestación en ese sentido, en vez de refrenar sus pretensiones por la perspectiva de una coalición. Sus actos de hostilidad no pueden ser repelidos eficazmente, y tendremos que aguardar la evolución lenta y el resultado precario de los procedimientos establecidos en el Tratado, para que nuestros —340→ aliados aprecien y declaren el casus foederis y pongan a nuestra disposición los elementos bélicos necesarios.

En este intervalo, los actos de guerra iniciados, principalmente si se considera la superioridad marítima de Chile, postrarán súbitamente y hasta lo más profundo nuestro comercio, que es nuestra vida, extinguirán así nuestro crédito exterior, aniquilarán nuestra industria, perturbarán la paz interna con el levantamiento de todos los elementos de anarquía que aquí pululan y que sólo esperan la ocasión para lanzarse; y en presencia de este cuadro, que nada tiene de exagerado, ¿vendrán nuestros aliados con sus auxilios tardíos, si es que el egoísmo u otras influencias no los inducen a eludir el cumplimiento de sus compromisos?

Pero supongamos que no somos nosotros sino Bolivia la agredida por Chile, siempre en razón de sus cuestiones de límites. Apreciaríamos como aliados el caso, y si lo encontrábamos dentro de nuestros compromisos, concurriríamos con nuestras armas al auxilio de Bolivia; haríamos la guerra a Chile a sangre fría, sin el entusiasmo del patriotismo ni del honor nacional herido, pues en esa probabilísima hipótesis se trataría de intereses ajenos; iríamos con nuestras bayonetas a herir por la espalda, tal vez, en los campos de Chacabuco, a los que ayer mezclaron con la nuestra su sangre en defensa de nuestra independencia americana.

Puede imaginarse, mi querido amigo, cuál sería la popularidad de una guerra determinada por causas ajenas, o por un principio teórico de equilibrio americano, que antes de ahora sólo fue concebido por Solano López y por los Gobiernos corrompidos del Perú, y que hoy se abre camino en los consejos de nuestros hombres de Estado, reaccionando tristemente contra los progresos modernos del derecho internacional; renegando de las lecciones recientes y de los principios que la América ha conquistado para el mundo, es decir, la no intervención, las leyes de neutralidad, el arbitraje substituido a la guerra y la libre concurrencia de todas las naciones del globo a este certamen de libertad, de industria y de comercio, que son las fuertes columnas en que descansa la paz y la verdadera independencia de los pueblos modernos.

La misión de la América es la irradiación del ejemplo. El principio republicano está confiado a nuestras manos y no debemos permitir que sea comprometido en aventuras de guerra, que traen la prepotencia del sable, el régimen del estado de sitio y la ley, marcial, que hace retroceder hasta la barbarie aun a pueblos más sólidos que el nuestro. La paz, ¡por Dios! ¡La paz a todo trance, mientras que sea compatible con nuestra independencia! Imitemos a Inglaterra: su política ha sido acusada —341→ en más de una ocasión de ser tímida mientras que sólo era prudente. Nación fuerte y rica, era ante todo nación libre y ha preferido continuar desempeñando en el mundo civilizado su misión de ejemplo y de modelo, a las glorias fugaces y precarias de la guerra.

Nosotros también tenemos una misión. Nuestras instituciones, la naturaleza y las proporciones de nuestros progresos están diciéndonos cuál es esa misión; llenémosla con la paz y discutamos veinte años antes de sacar la espada para dirimir nuestras querellas, seguros de que al fin de los veinte años seremos tan fuertes y gloriosos que tendremos por aliados naturales a todas las naciones libres de la tierra, y que Chile será el primero y más eficaz de los aliados en la ruda lucha contra la despoblación y la ignorancia.

Siento mucho no poderme extender por falta de tiempo. Va a ser la una y desearía poner en sus manos estos mal trazados renglones antes de la hora de sesión.

Resumiendo mis objeciones a la alianza, diré: Primero, que es impolítica e imprevisora porque significa una provocación, que a la vez que estimula las agresiones, nos quita la fuerza moral que nos da la justicia en el derecho, y la lealtad y circunspección en el debate. Segundo, que es ineficaz para el caso de un conflicto por la lentitud y lo precario de los auxilios estipulados. Tercero, que es antiargentina porque limita nuestra soberanía en más de un punto, y sobre todo en el más importante atributo de ella, desde que no dependería de nosotros hacer o no hacer una guerra si ésta cae dentro de las estipulaciones, cuando se trata de agresiones a alguno de nuestros aliados. Cuarto, que es una política cobarde, porque muestra a la República incapaz del aliento viril que fue su gloria, para realizar por sí misma grandes hechos, y sobre todo para defender su territorio y su independencia.

Dispénseme, mi amigo, que me tome la confianza de hablarle sobre negocio tan serio sin conocer sus opiniones y aun corriendo el riesgo de que ellas no coincidan con las mías; pero no puedo dejar de llamar la atención de Ud. a una materia a la cual veo ligados el honor, los intereses y tal vez el porvenir de nuestro país.

Cuento con su paciencia y me despido, su affmo. amigo.

G. Rawson.


Por lo que toca al Perú, su ministro dio al canciller argentino las explicaciones francas y satisfactorias que se le pidieron; pero como no eran éstas las que el Gobierno del —342→ Plata deseaba sino el conocimiento de las ideas bolivianas sobre esas cuatro cuestiones, Irigoyen, que no podía decir nada sin instrucciones, las solicitó en carta oficial y particular de Baptista, Ministro de Relaciones Exteriores de Sucre. Igual gestión hizo en Sucre Uriburu, el ministro de la Argentina, y nunca la acción conjunta de ambos diplomáticos ante Baptista fue más activa ni más ineficaz. Si Irigoyen, como representante de Bolivia, agitaba a la Cancillería de Sucre, Riva Agüero hacía lo mismo con La Torre, ministro del Perú en el Altiplano. Mientras tanto el tiempo corría y nada ni nadie sacaba de su letargo al canciller boliviano. La manera como Carlos Walker Martínez lo sugestionó en La Paz, y las esperanzas que tuvo de llegar a un arreglo directo y definitivo con Chile, le hicieron imaginar que la alianza con la Argentina carecía de objeto y que para el resguardo de su país le era suficiente lo pactado con el Perú. La carta de Irigoyen a Riva Agüero, de 24 de Septiembre de 1874, contiene las quejas que Uriburu presentó a Tejedor sobre la conducta de Baptista y los motivos que le animaron a decir: «Bolivia no quiere la alianza».

El 1.º de Junio de 1874 decía Irigoyen, en su correspondencia oficial:

Vengo del Ministerio de Relaciones Exteriores de hablar con el señor Tejedor, sobre respuesta a la adhesión pendiente al Tratado de Febrero, y tengo el sentimiento de decir a US. que de un modo definitivo me ha dicho que aplaza este acto hasta recibir comunicaciones de sus Ministros en Lima y Sucre, sobre todo de este último, por cuanto necesita saber si se arregla o no la cuestión de límites con Bolivia. Me ha agregado, que no ve clara la conducta del señor Baptista a este respecto, y que los periódicos de aquella República, que hacía pocos días había recibido, hablaban de llevar los límites hasta el Bermejo, lo que hacía imposible todo arreglo; que sin zanjar esta cuestión y no siendo franca y explícita la respuesta del señor Baptista sobre el uti possidetis, no quería exponerme a un desaire en el Congreso, tanto más fácil, cuanto que la influencia del Gobierno era materialmente más débil, por el poco —343→ tiempo que le faltaba; que respecto al Perú no tenía observación alguna que hacer, repitiéndome que si sólo se tratara de él, no habría el menor inconveniente para formalizar y perfeccionar la alianza; y, por último, que estaba pronto a consignar desde ahora en reversales, y como acto previo al acta final de adhesión, la reserva que yo le había propuesto, sobre excluir del Tratado de alianza todo lo que se refiere al Brasil. Falta apenas media hora para cerrar esta correspondencia; de manera que US. comprenderá, fácilmente, que no me es posible referirle todos los pormenores de esta conferencia. No tiene, por otro lado, objeto alguno; y así me limitaré a decirle que en esta semana dejaré consignada en reversales la referida declaración, de que no comprenderá al Brasil la alianza que negociamos; y en seguida emprenderé mi viaje al Janeiro, a fin de dar a aquel gobierno las seguridades necesarias a este respecto, e impedir de ese modo que pueda realizarse su alianza con Chile. Después de esto y antes de emprender mi marcha a esa República, regresaré a esta capital, para ver si ha recibido ya el Gobierno comunicaciones del Ministro Baptista y si puede formalizarse el acto de adhesión.


Cuatro meses después, el mismo Irigoyen, en oficio de 21 de Septiembre, decíale a Riva Agüero: «Me abstengo de calificar la conducta de Baptista. Mas parece que no se quisiera de buena fe llegar a un resultado satisfactorio en la negociación que se me ha encomendado acerca de este gobierno».

Riva Agüero, con palabras proféticas, calificó la conducta de Baptista, cuando, en su carta de 5 de Febrero de 1874, dijo al ministro La Torre: «Bolivia tendrá que pagar con su litoral la falta de capacidad de los hombres que hoy dirigen su política».

Este pertinaz empeño de Baptista así como el no haberse asociado Bolivia a la reserva impuesta por el Brasil y aceptada por el Perú y la Argentina sobre el alcance de la alianza, determinaron el fracaso de la adhesión por parte del gobierno de Buenos Aires.

Dice Pedro Irigoyen, en su libro La Alianza Perú-Boliviano-Argentina:

—344→

Siendo resuelta la actitud del gobierno peruano a favor de la mancomunidad con Bolivia y habiendo quedado en suspenso el asentimiento de la Argentina a esta política solidaria, el Ministro Tejedor hubo de pedir informes a su Plenipotenciario en La Paz, señor Uriburu, acerca de las verdaderas disposiciones del gobierno boliviano, para poder definir la actitud final que le correspondía, en presencia de la respuesta dada a las observaciones por él formuladas, con motivo del voto del Senado de su patria.

Desafortunadamente, esos informes tardaron tanto en llegar a Buenos Aires, y cuando llegaron dieron tan grave sorpresa con la invariable insistencia del Canciller boliviano, en contra de la aceptación del principio del uti possidetis, que no le fue posible al Ministro Tejedor pensar en volver a someter el Tratado a la Cámara de Senadores. Ya la legislatura argentina, por otra parte, estaba en vísperas de clausurarse; y el período constitucional del gobierno de que formaba parte expiraba ese año.

Las enormes esperanzas que tenía en ese entonces Baptista de poder arribar a un arreglo directo, definitivo, con Chile, le hicieron imaginar, sin duda, que la alianza con la Argentina carecería ya de objeto para sus cuestiones con aquella otra república, y que sólo podría aportarle una ventaja en caso de descartar ella, para siempre, cualquiera posible reclamación argentina sobre Tarija. Por eso insistió en su respuesta. Se atuvo a la eficacia de la ley de 19 de Mayo de 1873, para seguir negociando «pacífica y amigablemente» con Chile, y desestimó la trascendencia que tenía, para el efecto de facilitar estas mismas negociaciones y de asegurar la paz en América, el acto de la adhesión argentina al Tratado de alianza defensiva de Febrero del 73.


Consumado el fracaso en 1875 pudo el Perú haber desahuciado el tratado hecho con Bolivia. No lo hizo porque hubiera sido una indignidad y una cobardía haber dejado a merced de la voracidad chilena al pueblo del Altiplano, y porque esta cobardía hubiera traído por consecuencia la absorción de Bolivia por Chile, república que viendo a Bolivia sola y sin el amparo del Perú y sin el de la Argentina, no se hubiera limitado a conquistarle su litoral, sino que íntegramente por secciones y a plazos se la hubiera anexado toda.

—345→

- IV -

Como nadie, excepto el Gobierno, daba importancia al peligro internacional, y como la obligada reserva diplomática exigía el silencio de la prensa, el partido de la oposición continuó en su labor revolucionaria. El cuartel general de los desafectos al régimen civil imperante hallábase en Valparaíso. En esa ciudad, y con la tolerancia del gobierno chileno, se fomentaba la campaña antigobiernista iniciada en Lima por los diarios La Patria, La Sociedad y los semanarios El Cascabel y La Mascarada. De allí mismo salía el dinero con que se compraba el valor de los militares sin colocación, y a quienes, a fuerza de oro, con peligro de la vida se les lanzaba a la revuelta.

A los ya citados casos de insurrección de que hemos dado cuenta anteriormente, debemos añadir el motín de Abancay, en Noviembre de ese mismo año de 1873, el que felizmente para el buen nombre del Perú pudo ser sofocado y fue el último de los muchos que ocurrieron en 1873, habiendo sido el año de 1874 mucho más fecundo en propósitos y en hechos para subvertir el orden público. La primera intentona, en forma muy sangrienta, habiendo sido el héroe de la noche el después Mariscal Andrés Avelino Cáceres, se realizó en el cuartel de San Francisco en Lima, donde, sin conseguir el triunfo, se levantaron algunas compañías del batallón Zepita, en Febrero de 1874.

Siguieron a este motín algunos otros de insignificante importancia, y así corrió el tiempo hasta el 22 de Agosto, día en el cual, a las cinco de la tarde, algunos oficiales, que se hallaban fuera del servicio militar, en el Portal de Escribanos, dispararon sus revólveres contra el presidente Pardo. Este asesinato frustrado, que hondamente conmovió al Perú entero, evidenció los propósitos radicales de que se hallaban animados los hombres afiliados al partido oposicionista. —346→ La casi milagrosa salvación del Presidente fue una suerte para el país. Muerto Pardo, el caos hubiera sucedido a la estabilidad en que se vivía, y presa la República de la anarquía, en cada provincia hubiéramos tenido un presidente.

Debelados el movimiento insurreccional de Chiclayo, que estalló en 9 de Octubre, y el de Arequipa, donde después de hora y media de combate los amotinados fueron vencidos, huyendo el cabecilla Vargas Machuca, preparose el Gobierno, desde ese mes, a impedir que un vapor llamado el Talismán, que debía salir de Valparaíso, con Nicolás de Piérola y otros, consiguiera su propósito de acercarse a la costa. Habiéndose sabido que el citado vapor deseaba arribar a un puerto que no tuviera fuerza en su vecindad (como Mollendo o el Callao), y que estuviera unido por el ferrocarril con el interior, (como Pacasmayo o Ilo), a fin de internar fácilmente a la sierra el material de guerra comprado en Europa, movió el Gobierno toda su escuadra y la colocó en puntos estratégicos. Una salida de la Independencia, que contrariando órdenes de Pardo dejó Pacasmayo abandonado, permitió al Talismán anclar en ese puerto y escapar a todo andar algunas horas después.

Salió el Talismán de Cardiff, a mediados de Julio, con papeles para Vancouver y escala en Lota, donde estuvo ochenta días. La primera noticia de su llegada a Chile la dio Chacaltana, quien infructuosamente, en su carácter de Ministro Plenipotenciario, hizo cuanto fue posible para que el gobierno de Errázuriz guardara la neutralidad debida. A vista y paciencia de las autoridades chilenas salieron de Limache, el 10 de Octubre, once coches, ocupados todos ellos por los revolucionarios peruanos, los cuales en número de 48 se embarcaron en su propio buque con rumbo al Perú.

Frustrado el desembarque en Pacasmayo, el Talismán, por orden de su jefe, puso proa al Sur, arribando a Pacocha —347→ tres días después y al anochecer, en momentos en que el Huáscar no estaba en el puerto, circunstancia de la que aprovechó Piérola para desembarcar toda su fuerza y el enorme material de guerra comprado en Inglaterra. Cuando apareció el Huáscar, los revolucionarios estaban ya en el interior.

Ocupada Moquegua por Piérola, que en pocos días llegó a reunir un poco más de mil adherentes todos armados; la revolución comenzó a tomar el formidable aspecto previsto por el Gobierno. Osma, prefecto de Arequipa, sofocó una intentona que pudo tener terribles proyecciones. Iglesias, uno de los prohombres del Norte, se levantó en la hacienda Udima y avanzó sobre Cajamarca. Montoneras aparecieron en Chota, Chancay, Canta, Matucana, San Mateo y Laraos. Cucalón inició un movimiento en Ayacucho y otro Albarracín en las inmediaciones de Tacna. El Gobierno, que para hacer frente a tan formidable movimiento insurreccional sólo contaba con 2,500 hombres de tropa de línea, se vio obligado a echar mano de la Guardia Nacional, en la que nadie tenía confianza y a la que se creía únicamente adecuada para hacer despejos en los días de toros en la Plaza de Acho, para acompañar procesiones y vestir lujosos uniformes. La decepción era completa y todo el Perú se reía de que con «flojos, sibaritas y afeminados limeños» se pretendiera batir a los intrépidos cajamarquinos, a los aguerridos arequipeños y a los valientes moqueguanos. La pobreza del Fisco y el estado casi de quiebra en que se hallaban los Bancos, todos ellos amenazados de entrar en el papel moneda inconvertible, hicieron aún más difícil el momento político. Definida la situación con el apresamiento del Talismán, en Pacocha, el Gobierno consiguió del Congreso autorización

1.º Para colocar un empréstito de cinco millones.

2.º Para aumentar el ejército.

3.º Para acuartelar y movilizar la Guardia Nacional.

Con la salida hacia el Sur del batallón Pichincha, del regimiento Dos de Mayo y de dos brigadas de artillería, a —348→ órdenes del coronel Rivarola, se inició la campaña terrestre, la que tomó incremento y alentó al partido civil cuando se vio a los batallones 2, 6, 7, 8, 10 y 12 de la Guardia Nacional, comandados, respectivamente, por Francisco de Paula Boza, Manuel Candamo, José de la Riva Agüero, Pedro Dávalos, César Canevaro y Augusto Althaus, tomar armamento y municiones en los parques de Santa Catalina.

Días después, habiéndose confirmado el levantamiento de Ayacucho, la toma de Cajamarca a sangre y fuego por Miguel Iglesias y su avance hacía la provincia de Pacasmayo, la impotencia e inactividad de Rivarola en Moquegua, el aumento de las montoneras, las que de noche teniendo bases de operaciones en Chancay y Lurín amenazaban los barrios altos de Lima, y junto con todo esto el que muchos pueblos se hallaban minados y listos para levantarse una vez que Arequipa diera el ejemplo, Pardo resolvió entregar el mando al Vicepresidente, Costas, y salir a campaña.

Coincidió la salida de Pardo al Sur, como Director de la Guerra, con la movilización en quince días de treinta y dos batallones, los que fueron repartidos por todo el territorio, después de haberse guarnecido Lima con dos mil soldados y Arequipa con mil quinientos, ciudad que con los dos cañones de grueso calibre que fueron colocados en Sachaca quedó en situación de ser bombardeada en caso de un levantamiento.

Situado Piérola en posiciones inexpugnables y con el dominio de la Cuesta de los Ángeles, donde se hallaba Rivarola, necesario fue atacarlo de frente y por retaguardia. Pardo llegó hasta Pacocha, pasó después a la ciudad de Arequipa, y haciendo de ella su centro de operaciones organizó con admirable facilidad el simultáneo ataque. Dejose a Rivarola en Moquegua, y estando Montero en Puno con una fuerte división, se le ordenó que bordeando el lago se internara hasta las cumbres nevadas que separan la zona costanera —349→ de las mesetas que forman el altiplano del Collao. Montero cumplió su cometido y después de siete días de marcha alcanzó al fin las alturas de Buena Vista, cumbre desde donde sus avanzadas descubrieron al enemigo atrincherado en los altos de Ilabaya.

Estando Montero en la seguridad de que Rivarola y Pardo, de acuerdo con el plan concertado, habían iniciado el ataque de frente el día 7, él, el día 8, con su artillería, protegida por el Dos de Mayo, rompió sus fuegos contra los atrincheramientos contrarios, fuegos que protegieron el avance de la infantería constituida por el batallón Zepita y por otros cuerpos, respectivamente comandados por el coronel Andrés Avelino Cáceres, los comandantes Bedoya y Smith y el mayor Cordero. Una hora después de arreciado el combate y tres y media después de principiado, el general Segura, a quien acompañaban mil hombres, emprendió la retirada por la quebrada de Tumilaca. Montero y sus tropas pasaron la noche en Torata, y al día siguiente, no teniendo noticias del enemigo, siguieron a Yacango, y de allí al Alto de la Villa, donde se hallaba Pardo, quien, creyéndolo todo terminado, se embarcó en Pacocha con rumbo al Sur, y en compañía de Montero, de Suárez, de Buendía y de otros pasó algunos días en Tacna. Aquí se supo de fuente autorizada, que Piérola, no habiendo sido perseguido en su retirada, había dado principio a su reorganización en Candarave, al interior de Torata. La noticia alarmó tanto a Pardo, que inmediatamente regresó a la ciudad de Arequipa. Allí, con el objeto de cerrar el paso al enemigo, dispuso que Cáceres y Smith, con el Zepita y el Dos de Mayo, tomaran el camino de Omate, que Buendía con sus fuerzas interceptara la vía de Torata, que Gastó, con dos batallones, ocupara la línea de Vítor, que el comandante Ramírez y su segundo estrecharan el circuito, uno en Pocsi y el otro en Quequeña, y por último, que Suárez con su división tomara la retaguardia. Cumplió éste su —350→ cometido, pero al llegar a Puquina se encontró con que los revolucionarios habían ocupado las alturas, siéndole imposible operar sobre ellos por causa de las lluvias y de las nieblas. Supieron aprovechar de estas desventajas los facciosos, y no pudiendo regresar al Sur a unirse con la montonera de Albarracín, o pasar al Cuzco, en cuya provincia hubieran encontrado recursos para merodear algunos meses, se lanzaron sobre Arequipa. El plan fue atrevido y acusó audacia, lo que armonizó con la enérgica voluntad puesta de manifiesto en una marcha de ocho días, en la que, desnudos, fatigados y muertos de hambre, recorrieron todo el Sur. El último día de marcha, dando rodeos para no tocar en Pocsi ni en Quequeña y andando toda la noche sin cesar a pesar de la lluvia, recorrieron 16 leguas, llegando a las cinco de la mañana a las inmediaciones de Sabandía.

Como todos esperaban que Piérola hubiera sido batido por Suárez o por Cáceres, el aviso de que él y sus tropas se hallaban en Characato cayó en Arequipa como una bomba. Pardo, que por primera vez en tres días se había recostado en aquella madrugada, ordenó en el acto que las torres fueran ocupadas, que la Escuela de Clases, el Pichincha y el 12 de Guardia Nacional ocuparan la Plaza de Armas, y el 6 a las órdenes de Candamo se fortificara en el convento de San Agustín.

Mientras tanto, los anuncios de la marcha del enemigo sobre la ciudad se sucedían con asombrosa rapidez. A la media hora de haber llegado el teniente gobernador de Characato, que fue quien trajo la primera noticia a las cinco de la mañana, llegó otra anunciando que Piérola estaba en Sabandía, y veinte minutos después, que entraba a Paucarpata, ya a una legua de Arequipa. En tal emergencia, el Presidente acordó establecer el cuartel general en San Agustín. Se proveyó de agua, víveres y parque y tomó todas las disposiciones para sostenerse 48 horas, mientras llegaba el auxilio —351→ de Buendía, que fue llamado para que regresara con las fuerzas que operaban fuera de la ciudad. El momento se hizo en extremo difícil: sacar las fuerzas al campo era dejar desguarnecida la población, pero también dejar entrar impunemente a las contrarias era darles oportunidad para fortificarse dentro de ella. Así las cosas, Pardo ordenó que Rivarola con el Pichincha saliera a batir a los que entraban. Atravesaba éste la ciudad, y tomaba la calle Ancha para ocupar la pampa de Miraflores, cuando Escobar al frente de las tropas pierolistas le salió al encuentro, avanzó sobre él, y en los momentos en que los soldados del Pichincha caminaban formando calles por ambas aceras, le hizo una descarga cerrada. Aprovechando del pánico que se produjo en las tropas de Pardo, los facciosos se parapetaron en las casas, tomaron al Pichincha entre dos fuegos y le hicieron numerosos prisioneros. El valor y sangre fría de Rivarola le salvaron. Personalmente animó a su gente, sacó a los soldados que se habían escondido; y mientras aguardaba el auxilio pedido para proteger su retaguardia, siempre avanzando siguió haciendo fuego, resuelto a llegar a la pampa para desplegarse en batalla o hacer cualquier movimiento militar que no fuera el desventajoso y sin orden en que estaba comprometido.

El coronel Escobar, jefe de los asaltantes, peleaba con valor y arrojo extraordinarios, pero su gente retrocedía al empuje del Pichincha. En cuanto éste ganó una de las bocacalles, se desplegó en guerrilla y atacó denodadamente. Escobar resistió siempre con igual fiereza, pero una bala le atravesó el pecho y cayó para no levantarse más. Bogardus, que le seguía, emprendió la fuga, y ya nadie pensó sino en escapar. Poco más de tres cuartos de hora duró la acción, y por ambas partes hubo numerosos muertos y heridos. Cuando llegó Manuel Velarde con el batallón número 12, ya la suerte estaba decidida.

La noticia del triunfo causó en la ciudad la misma sorpresa que había producido el aviso del ataque. Inmediatamente —352→ las campanas fueron echadas a vuelo y el entusiasmo de la tropa fue indecible. A las dos entraron los vencedores, a cuya cabeza venían Rivarola y Velarde. El Pichincha formó en la plaza de Armas y allí Pardo le dirigió la palabra. En la tarde comenzaron a llegar las fuerzas a que en la mañana se llamó por medio de propios.

Con la fuga de Piérola que se asiló en Bolivia y la dispersión de sus compañeros, el movimiento insurreccional del Sur en su núcleo principal, quedó extinguido. Herido de muerte en Ilabaya, recibió el golpe de gracia en Arequipa, habiendo correspondido a los demás alzados igual suerte en toda la República. La victoria obtenida en Puruay cerca de Cajamarca por el batallón Callao, número 4, y el 2 de Guardia Nacional, después de ocho horas de combate, acabaron con la resistencia de Miguel Iglesias y restablecieron en todo el Norte la tranquilidad. Iguales triunfos obtuvieron las fuerzas del gobierno en Cerro de Pasco, Ayacucho, Huarochirí, Cañete, Chancay y Tacna, donde Carlos Zapata aniquiló la montonera de Albarracín.

Fue la revolución de 1874 la más formidable que tuvo el Perú a contar desde 1821. Ninguna como ella, en años anteriores, se inició con más grandes elementos materiales ni con mayores ramificaciones en toda la República. Jamás la intolerancia y el fanatismo estuvieron más unidos ni en mayor contacto con la oposición, ni el espíritu insurreccional tuvo más eco en quienes atribuyeron la miseria y la corrupción social, no al guano ni a los contratos con los consignatarios, sino a la ineptitud del partido civil. Falta de un programa, la oposición convulsionó al país, lo empobreció aún más y provocó una guerra que fue bastante sangrienta, llevando como estandarte la restauración de la libertad, la salvación del ejército y de la religión, y la regeneración social.

Fue una infelicidad que la campaña del Talismán no hubiera abortado en sus comienzos. Tuvo la culpa de ello la —353→ Independencia, que sin órdenes ni necesidad alguna abandonó el fondeadero de Pacasmayo, cabalmente el mismo día en que el buque de la oposición entró en él. También la tuvo el prefecto de Moquegua que dejó en Pacocha locomotoras y demás elementos de movilidad, elementos de los cuales se aprovechó Piérola para trasladarse al interior, y aún más culpa tuvieron las autoridades de Pacocha, que no quisieron resistir el ataque de las escasas fuerzas del Talismán.

Y ya que hemos tocado el punto de las responsabilidades, imposible es dejar a un lado a nuestra vecina del Sur. Probado que la expedición del Talismán no hubiera podido arreglarse en la costa de Chile ni lanzarse sobre nuestros puertos, si no hubiera contado con el gobierno de Errázuriz que consintió en dejar hacer y en permitir la realización de actos que de ninguna manera podían considerarse inocentes, hay fundamento para afirmar que aquella acción envolvió el propósito manifiesto de hacernos daño.

A pesar de que el triunfo correspondió al Gobierno, que de lo contrario la ruina económica hubiera llegado a su colmo, fue grande el daño que al Perú causó la revolución de 1874. No debió haber sido menos de doscientas mil libras esterlinas lo que a la oposición costó la campaña iniciada con los movimientos del Talismán. El doble debió haber gastado el Gobierno, y esto en momentos en que el guano, ya casi agotado o en competencia con los fertilizantes manufacturados en Europa, no podía dar los recursos que necesitaba el Perú para vivir y pagar los intereses de sus deudas en el exterior. El régimen civil quedó consolidado, pero financieramente en mayor pobreza.

Chile, aunque empobrecido, pero armado y unido, con indeclinable tesón seguía su plan anexionista. El Perú, siempre en lucha civil, consumía sus fuerzas, sus millones, su prestigio, la respetabilidad de sus pasados días. No solamente labraba su propia ruina, sino que con su debilidad material alentaba los planes chilenos. Quien no vea en estas causas —354→ los motivos por los cuales nuestro progreso moral y nuestro progreso material al fin de la primera centuria eran inferiores a los de Chile, del Brasil y de la Argentina, es un ciego o un malévolo.

- V -

Algo hemos dicho acerca de las causas políticas e internacionales que nos fueron adversas en ese período civil en que gobernó Pardo. Es mucho más lo que debemos manifestar al exponer las consecuencias que se derivaron de nuestros desaciertos económicos.

Agobiadas las finanzas nacionales por el peso de una deuda que resultó superior a los recursos con que contaba el Fisco para el pago de los intereses que le correspondían, comenzó el Perú desde 1873 a presentar síntomas raros y nunca vistos anteriormente, síntomas que fueron precursores de la ruina económica que se inició en 1875, y que en 1879 animó a Chile a jugarse con grandes posibilidades de éxito la aventura de una guerra.

Así como ninguna facultad humana puede desarrollarse en desacuerdo con las otras sin que el organismo sufra y se exponga a la decadencia, así también en la vida nacional, las improvisaciones, los adelantos precoces, los grandes pasos dejando atrás la moral, sólo producen resultados desastrosos, situaciones deplorables, cuando menos, (como hoy ocurre en Chile) angustias y estrecheces. Sólo el progreso lento y armónico es duradero, y cuando no se cuenta con recursos suficientes para llegar al punto de salvación, la caída es fatal.

Un gobierno que no hizo otra cosa que comprometer el porvenir, que aniquilar los recursos fiscales, que fomentar la codicia de ciertas clases sociales acostumbrando a los hombres al goce de grandes y fácilmente adquiridas fortunas, que hizo difícil la vida de los pobres y que supo con gran habilidad presentar su organización y su régimen como el —355→ tipo de un gobierno benévolo y patriarcal, de bienestar, de progreso y de trabajo, ocasionó el grandísimo desconcierto y la pavorosa disipación que reinaron en los años de 1870 a 1872. Se ha dicho de él que no cometió crímenes sino que incurrió en errores. Nada más cierto que esto, pero se pueden perdonar los errores cuando ellos constituyen la excepción en la vida pública, pero jamás cuando la dominan por completo.

La situación económica se hizo difícil desde el momento en que se verificó la renovación del poder. Pardo necesitó cerca de tres meses para darse cuenta de esa situación, y con los datos en la mano se presentó al Congreso el 24 de septiembre de 1872. Manifestó en el mensaje leído:

Primero. Era imposible tomar un solo centavo de lo que producía el guano, hallándose su rendimiento en su completa integridad, afecto a los compromisos contraídos por el Estado para el pago de la deuda externa y la de los consignatarios.

Segundo. Que el déficit del Presupuesto anual ascendía a ocho millones de soles, y que ese déficit debía subsistir por muchos años.

Tercero. Que existiendo además una deuda flotante poco más o menos por la misma cifra (ocho millones), no había recursos con que pagarla.

Cuarto. Que los contratos hechos para continuar los ferrocarriles ascendían a ochenta millones de soles, no disponiendo el Estado para cubrir tan importante renglón de egresos sino con 48 millones, que era lo que se esperaba recibir del nuevo empréstito (el de 1872) aún no colocado en su totalidad.

Quinto. Que el déficit sólo podía salvarse en parte, aumentando los derechos de aduana y creando un impuesto a la importación del salitre.

—356→

El mensaje, cuyos puntos capitales acabamos de sintetizar, está escrito con espíritu analítico, con serenidad y sin cargos al régimen pasado. De él copiamos lo que sigue:

Legisladores:

Al prestar ante vosotros el juramento de cumplir lealmente los deberes que la Constitución me impone, ofrecí manifestar la situación rentística en que se encontrase el país, tan pronto como hubiese podido reunir los datos necesarios para conocerla. Hoy los tengo y cumplo con ese compromiso, el deber legal y de honra que me impone la confianza que he merecido a mis conciudadanos, exponiendo esa situación, con la verdad que un hombre debe a su país y a sí mismo, y sometiendo a vuestra elevada deliberación, las medidas que esa situación reclama, para restablecer el equilibrio del presupuesto y afirmar y levantar con esto, de una manera eficaz y permanente, nuestro crédito interior y exterior.

Son varios los puntos que constituyen las cuestiones cardinales sobre que tengo el honor de ocupar vuestra atención y que trataré separadamente en este documento.

El producto del guano en su relación con la deuda exterior, a cuyo pago está afecto, y el gasto interior en su relación con las entradas naturales interiores del país, únicas que quedan disponibles, nos darán una idea exacta de nuestro déficit anual.

Los compromisos contraídos para la construcción de ferrocarriles, en su relación con los productos del empréstito autorizado para ese objeto, y el monto de la deuda flotante interior, ratificarán más todavía la necesidad de restablecer el equilibrio en nuestro presupuesto, para levantar el crédito a la altura en que debe encontrarse por la religiosa exactitud con que el Gobierno del Perú ha cumplido siempre sus compromisos, y en que sólo se encontrará permanentemente, cuando nuestros acreedores internos y externos vean claramente asegurada la marcha económica del país, por el equilibrio definitivo de su presupuesto interior.

Someteré por último, a vuestra elevada consideración, las medidas de que el Gobierno espera, si no extinguir inmediatamente el déficit, por lo menos preparar su extinción definitiva, asegurando así, contra las incertidumbres del porvenir, los grandes intereses materiales, políticos y sociales que en todas partes, y especialmente en el Perú, están íntimamente ligados a la marcha regular de la administración pública.

—357→
El guano de los Estados Unidos de Norte América, produce al año, a razón de 23,100 toneladas, que se vendieron en 1871, según el documento que se os acompañará, por el Ministerio de Hacienda con el Núm. 1$902,602.87
Según documento número 2, se debía en 31 de Diciembre de 1871 a los consignatarios, por adelantos de este guano"3.605,757.72

y como además tienen que hacer el servicio de los bonos peruano-chilenos, puede calcularse en más de cuatro años, inclusive el presente, el tiempo necesario para su reembolso.

Las ventas del guano en los demás mercados, que desde el año entrante quedan confiados a la administración de Dreyfus Hnos. y Cia., han mermado de 538,700 toneladas, que se consumieron en 1869, a 393,700 que son las realizadas el año último y, que según documento número 3, produjeron neto la suma de$14.856,756.91

Este producto está actualmente afecto, en cada año, a lo siguiente:

Servicio del empréstito de 1865$5.000,000.00
Servicio del empréstito de 1870 o sea 6 % de interés sobre $ 59.600,000.00, importe de los bonos de ferrocarriles de la Oroya y Puno"3.576,000.00
Servicio de bonos por el ferrocarril de Pisco a Ica"101,500.00
Servicio de 7 por ciento sobre $ 75.000,000.00 del empréstito de 1872"5.250,000.00
_______________
$13.027,500.00
Diferencia a favor del Fisco"929,256.91
_______________
$14.856,756.91

Esta diferencia está afecta al pago de capital e intereses, por los adelantos de Dreyfus, que según documento número 4 ascendían en fin de julio último a $ 16.871,368.50, y esto después de deducidos los $ 7.500,000.00 de que se ha reembolsado con el producto del empréstito de 15.000,000 de libras esterlinas.

—358→

El resumen de estas cifras y el resultado que arrojan es: que el guano del Perú está totalmente afecto al servicio de la deuda externa y demás créditos que gravan sobre él y absorbido por esas obligaciones.

Según las cuentas de egresos de la República en 1871, que se acompañan bajo el número 5, el gasto total en el año ha sido de$112.514,952.30
Deducidas de esta cifra las sumas que figuran en esa cuenta por obras de ferrocarriles, exposición nacional, comisión y valores de empréstitos, acreedores de años anteriores, depósitos, intereses y otros extraordinarios, que se pagan con el producto del guano y además los intereses y amortización de la deuda externa, según la razón que va adjunta a dicha cuenta, cuyo valor asciende a"95.385,111.00
_______________
Resultan como gastos interiores, ordinarios en el año 1871$17.129,841.30

Siendo de advertir que no figura en esta cuenta la deuda pendiente en fin de Diciembre de 1871, que debe agregarse a dicha suma por pertenecer mucha parte de ella a sueldos dejados de satisfacer en los departamentos, durante el año que la cuenta abraza.

Si examinamos ahora los presupuestos hechos por la anterior administración para presentarlos al Congreso y deducimos igualmente de ellos los servicios ordinarios de la deuda externa, obras públicas y gastos extraordinarios que deben imputarse a la cuenta del guano, llegamos a las cifras siguientes, como las requeridas para cada ramo del servicio interior:

Ramo deGobierno$1.002,000.00
Id.Policía"2.913,000.00
Id.Justicia"1.026,000.00
Id.Culto"291,000.00
Id.Instrucción Pública"1.498,000.00
Id.Beneficencia"353,000.00
Id.Guerra"7.042,000.00
Id.Marina"2.568,000.00
Id.Relaciones Exteriores"341,000.00
Id.Hacienda (inclusive el servicio de deuda interna)"4.341,000.00
_______________
—359→
No votándose pues, cantidad alguna para obras públicas, el servicio ordinario interior, según dichos presupuestos, requerirá al año la suma de$21.375,000.00
Así, pues, según las cuentas del año último, el gasto ordinario interior fue$17.129,000.00
Según el presupuesto, cuyo resumen antecede, el gasto ordinario interior debe computarse en$21.375,000.00

Examinemos ahora las rentas ordinarias del país, sin contar con el guano, ya que, como hemos visto, su producto está totalmente afecto al servicio de las deudas externas y demás créditos.

Según lo recaudado el año último, el dinero obtenido por rentas interiores, es como lo manifiestan los documentos del legajo N.º 6:

Producto deaduanas$ 6.213,000.00
Id.contribuciones"575,000.00
Id.por rentas de varios establecimientos, alumbrado público, etc."935,000.00
Id.de los ramos de censos, montepíos y saldos de cuentas atrasadas, cobrados por las cajas fiscales"380,000.00
Por arrendamientos de los ferrocarriles de Mollendo, Oroya y Pisco"500,000.00
Por guano vendido en las Islas"74,000.00
_______________
Total rentas interiores$8.677,000.00
Calculando pues que el egreso ordinario se pueda contener dentro de los límites de lo gastado en el último año, o sea$17.100,000.00
A pesar del aumento por la nueva escala de sueldos, sólo contamos para hacer frente a la renta ordinario con"8.600,000.00
_______________
Y por lo tanto necesitamos llenar un déficit anual de$8.500,000.00
—360→

No es esto todo, tenemos también una deuda pendiente que grava sobre las Cajas Fiscales de Lima y de los Departamentos, y sobre los productos de aduanas, que se aumenta, con diversos créditos mandados pagar por decretos supremos, otros en vía de liquidación, y con el resto de los presupuestos de varias obras públicas en trabajo, cuyo costo actual sería perdido si no se terminasen.

La diversidad de estos créditos por el origen de unos y por la naturaleza de otros, dificulta una numeración exacta y precisa de todos ellos. Se ha nombrado una comisión especial con el objeto de formar este pasivo, exigible más o menos, a la vista del Estado. De los datos que hasta ahora ha podido reunir el Gobierno, se deducen aproximadamente estas consecuencias:

Según el cuadro N.º 7, hay pendientes de su pago por libramientos girados y aceptados por las tesorerías y aduanas, o debido pagar por ellas, los siguientes valores especificados en los documentos que lo acompañan:

Por libramientos girados a cargo de dichas oficinas, por cuenta de los ferrocarriles de Paita a Piura, Chimbote a Huaraz, Pacasmayo a Magdalena, Ilo a Moquegua, Huacho a Sayán, Salaverry a Trujillo y Lima a Chancay, se encuentra una suma de$2.799,000.00
Por reembolso a don Enrique Meiggs del 10 por ciento de garantía que se tomó del depósito por ferrocarriles y que se cubrió en libranzas contra la Aduana del Callao"2.200,000.00
Por diversos pagos pendientes en Julio"1.727,000.00
Por deuda en las Cajas Fiscales de los departamentos, en id."632,000.00
_______________
Estas partidas en conjunto ascienden a$7.358,000.00

Sin que se pueda fijar, por falta de datos precisos, lo que se necesite para la conclusión de diversas obras públicas (fuera de ferrocarriles) en vía de realización en la República, para lo cual, a lo menos, debemos computar en el año una suma de $ 2.000,000.00.

Sin entrar en el examen del estado en que se encuentra el empréstito de 1872, porque no es de este lugar, analicemos únicamente los resultados de él en sus relaciones con los objetos a que está afecto.

—361→

La parte que se ha emitido de ese empréstito con autorización del Congreso, para las obras públicas, representa un valor nominal de £ 15.000,000.0.00.

Su producto será aproximadamente como sigue:

£ 15.000,000 al 75 por ciento, son 11.250,000$56.250,000.00
Deduciendo £ 2.000,000 al mismo tipo de 75 por ciento que ha tomado Dreyfus para pago de parte de sus adelantos o sea$7.500,000.00
_______________
Quedan netos$48.750,000.00
Por gastos y comisiones"2.325,000.00
_______________
Quedan$46.425,000.00
Valor que se aumenta por cambio"2.416,643.83
_______________
Total producto aproximado del empréstito$48.841,643.83

Con esta suma debe atenderse de preferencia a las obras públicas autorizadas por ley del Congreso, que han sido contratadas en las siguientes sumas, según lo demuestra el cuadro que lleva el N.º 8.

Ferrocarril deJuliaca al Cuzco$25.000,000.00
Id. id.Chimbote a Huaraz"24.000,000.00
Id. id.Ilo a Moquegua, contratados en bonos por 6.700,000 y comprados a Meiggs al 75 por ciento según decreto de 30 de Diciembre de 1871"5.025,000.00
1.ª Sección. Id. id.Pacasmayo a Guadalupe"2.100,000.00
2.ª Sección. Id. id.Calasñique a Magdalena, contratado en bonos por 5.000,000 y comprado al 75 por ciento por la misma resolución suprema"3.750,000.00
Id. id.Paita a Piura"1.045,000.00
Obras de irrigación en todo el Perú"10.000,000.00
_______________
$71.820,000.00

Además de estos contratos hay compromisos pendientes para pagar otras obras que, aunque no comprendidas en la ley de autorización del empréstito de 1872, están ejecutándose y son las siguientes:

—362→
Ferrocarril de Salaverry a Trujillo$3.400,000.00
Id.Huacho a Sayán"1.700,000.00
Tercera parte del importe del ferrocarril de Tacna a Bolivia"6.000,000.00
_______________
$82.020,000.00

No se incluyen 2.600,000.00 soles que el Gobierno está obligado a prestar a los empresarios del ferrocarril de Lima a Pisco, según contrato de 12 de Julio de 1869, suma que devolverán éstos durante el tiempo del privilegio que es de 25 años.

Por cuenta de las obras de ferrocarriles se han girado, según lo demuestra el cuadro N.º 7, órdenes de pago contra la Caja Fiscal de Lima y contra las aduanas del Callao, Arica e Iquique, por la suma de 2.799,000.00 soles por manera que, aun rebajadas estas cantidades, si pudieran cubrirse de otras fuentes, quedará líquida una deuda por ferrocarriles e irrigación de 80.121,000.00 soles para cuyo pago sólo se contará con la suma de 48.841,000.00 soles del producto del empréstito una vez realizado.

La situación económica del Perú, hoy está comprendida en los cinco párrafos anteriores: verla en toda su claridad es necesario, no tanto para lamentar el estado a que ha sido conducido el país, sino para encontrar los remedios que deben aplicarse para salvarlo. Toca al Gobierno tomar la iniciativa en la indicación de ellos, sin que se le oculte lo penoso y difícil de su misión.

El Perú necesita concluir de la mejor manera posible la emisión de su empréstito, porque sin él serían irrealizables las obras de los ferrocarriles en que están cifradas las esperanzas de los pueblos, e imposible el descargar a las oficinas de recaudación interior del peso inmenso que sobre ellas gravita y que les impide atender a los gastos generales del país.

Para asegurar la emisión de este empréstito, necesita a su vez, liquidar su situación interior y crear recursos para vivir independientemente del producto del guano: 1.º porque este producto está totalmente afecto a las obligaciones del crédito exterior; y 2.º porque sólo se creerá en esta garantía, cuando se vea que no necesitamos de esa renta para hacer frente a las necesidades de nuestros gastos ordinarios.

La liquidación del servicio interior ordinario abraza dos partes: 1.ª el pago de nuestros créditos pendientes o deuda flotante; 2.ª la desaparición del déficit entre nuestras entradas y gastos interiores. No puede hacerse operación alguna de crédito para llegar al primer resultado, sin haber obtenido el segundo, porque sólo tendremos recursos del crédito cuando se —363→ vea que hemos asegurado nuestra subsistencia diaria, y menos podemos esperar del crédito usado indefinidamente, la desaparición de ese déficit ya que éste es incompatible con aquél.

Así, pues, la clave de nuestra situación económica hoy, es la creación de recursos ordinarios por el valor de la diferencia entre los ingresos y egresos ordinarios, o sea 8.500,000.00 soles al año: ella nos dará crédito exterior para hacer frente a las obras contratadas; crédito interior para solventar los compromisos del día, y asegurar a la vez la marcha ordinaria de la administración. Sin ella todo cae, crédito exterior, crédito interior, ferrocarriles, prosperidad pública y administración.

¿Es posible llegar al resultado? No lo sabemos; lo que se necesita es intentarlo. El Gobierno no sería digno de la confianza de los pueblos, si continuara engañándolos sobre su verdadera situación, ni los pueblos serían dignos de la altura a que se han elevado, si en vez de acobardarse ante ella, no le hiciesen frente con serenidad y resolución.

La solución definitiva de nuestro problema económico queda, pues, reducida a estos tres puntos: 1.º creación de 8.500,000.00 soles de aumento en las rentas interiores para establecer el equilibrio en el servicio interior de la Nación, restablecer y levantar el crédito interno y externo, haciendo posible la consecución de los otros dos puntos siguientes; 2.º uso del crédito interno para la cancelación de nuestra deuda flotante; y 3.º emisión definitiva del empréstito, para la conclusión de nuestros ferrocarriles, dependiendo estos dos últimos problemas, completamente, de la resolución que demos al primero.


Habiendo sido urgente y de preferencia atender a los gastos que demandaba la vida interna de la República, y habiendo arrojado el presupuesto para 1873 un déficit de ocho millones, mientras se resolvían y se buscaban los medios adecuados para eliminarlo, se hizo necesario acudir a Dreyfus, el único que en esos momentos podía salvar la hacienda pública de la falencia en que estaba. Respondió nuestro banquero y consignatario universal a la solicitud que se le hizo, y no sin grandes obstáculos, que al fin se vencieron, mediante el contrato de Octubre en 1872, se obligó a proporcionar mediante el trascurso del año 6.000,000 de soles en dinero y 2.400,000 soles en libramientos que debían aceptarse en el año siguiente al interés de 8 % anual, sin perjuicio —364→ de continuar haciendo los servicios de los empréstitos de 1870 y de la parte ya emitida de 1872.

Liquidado en 1875 el bienio de 1873 y 1874, resultó que el déficit de ese bienio había ascendido a un poco más de 21.000,000 soles, aumento que tuvo su origen en el cálculo erróneo que se hizo al considerar los ingresos de Aduana en veinte millones cuando en realidad sólo produjeron quince, y en que sólo se recaudaron por derechos de salitre 912,551 soles en lugar de 2.670,000. La existencia de un déficit superior al calculado, exigió nuevas economías y la emisión de Bonos de Tesorería a plazo corto y a un interés de 8 %.

El resumen de la cuenta de 1874 por ingresos y gastos interiores (los exteriores los pagaba Dreyfus), fue el siguiente:

Ingresos
Fondo existente en 31 de Diciembre de 1873$602,825.67
Aduanas"6.681,939.64
Contribuciones"381,104.05
Salitre"697,542.62
Arrendamientos de ferrocarriles"213,683.97
Productos de los establecimientos públicos"624,021.71
Arrendamiento de bienes nacionales"26,784.12
Descuentos de montepíos"128,033.82
Diversos ramos de ingreso"75,474.80
Producto de guano (ventas para Cuba y Puerto Rico)"421,046.72
_______________
$9.852,457.12
Diversas cuentas
Productos de ferrocarriles en explotación"313,532.92
Derecho municipal"373,696.57
Bonos del Tesoro para cubrir el déficit del Presupuesto"4.182,637.13
Depósitos, por saldo"1.449,362.95
Otras cuentas ajenas al Presupuesto, por saldo"474,318.46
Adelantos sobre guano"3.148,011.48
Id. por cuenta de ferrocarriles"6,000.00
_______________
Total de ingresos$19.800,016.63
—365→
Egresos
Ramo de Gobierno$1.574,304.48
" de Correos"432,524.79
" de Policía"2.731,481.45
" de Obras Públicas"697,262.67
Ministerio de Relaciones Exteriores y servicios diplomático y consular"248,047.40
Ramo de Justicia"454,440.81
" del Culto"159,058.88
" de Instrucción"337,100.84
" de Beneficencia"101,579.72
" de Hacienda"4.483,954.60
" de Guerra"5.038,401 80
" de Marina"1.416,693.67
_______________
$17.674,851.11
Diversas cuentas
Gastos en la explotación de ferrocarriles$308,392.74
Empréstitos de años anteriores"137,550.00
Subsidios municipales"545,339.43
Subsidios fiscales"372,854.81
Alumbrado y serenazgo"81,998.40
Ferrocarriles de Arequipa (construcción de un almacén para depósito)"20,000.00
Fondos existentes en las cajas y oficinas fiscales"659,030.14
_______________
$19.800,016.63

Quedó para el bienio siguiente de 1875 y 1876 una deuda pendiente de 2.500,000 soles; y como ya no era posible contar entre los ingresos imprevistos con los 4.900,000 soles prestados por Dreyfus en mensualidades en 1873, ni tampoco con los tres millones que se recibieron por concepto del contrato de Abril de 1874, fueron mayores los esfuerzos y sacrificios para saldar el nuevo déficit, que fue aún mayor para dicho bienio.

Contar por esos días de 1875 con los recursos del guano era contar con una ilusión. Acostumbrados durante treinta —366→ años a esperarlo todo de los consignatarios, fue algo semejante al pánico lo que la nacionalidad experimentó al saber que la crisis anunciada en 1872 había llegado, y que al país no le quedaba otro recurso que vivir del papel moneda. Como lo explicaremos más adelante, fueron los Bancos nacionales dando al Estado un préstamo de 18.000,000 de soles los que con detrimento de la fortuna privada salvaron la situación fiscal.

El resumen de la cuenta de 1875 por ingresos y gastos interiores fue el siguiente:

Ingresos
Fondo existente en 31 de Diciembre de 1874$659,030.14
Aduanas"7.066,208.74
Contribuciones"263,962.23
Arrendamiento de ferrocarriles"45,754.05
Establecimientos públicos"171,590.12
Arrendamiento de bienes nacionales"20,651.66
Descuentos de montepíos"119,137.23
Diversos ramos de ingresos"267,203.75
Salitre"1.218,753.73
Producto de guano vendido en Lima"138,468.62
_______________
$9.070,761.17
Diversas cuentas ajenas al Presupuesto
Productos de ferrocarril en explotación$274,049.79
Producto de bonos de deuda interna"375,407.29
Bonos de Tesorería"2.985,456.51
Empréstito con los Bancos"8.010,242.20
Deudores al Presupuesto de 1873-1874"355,467.58
Adelantos sobre productos de guano"4.058,438.57
Adelantos por ferrocarriles del 72"253,298.85
_______________
Total de ingresos$26.283,121.96
—367→
Egresos
Ramo de Gobierno$1.548,154.52
" de Correos"99,998.47
" de Policía"2.341,736.77
" de Obras Públicas"707,270.61
Ministerio de Relaciones Exteriores"201,464.93
Ramo de Justicia"336,100.08
" de Culto"104,978.22
" de Instrucción"198,344.13
" de Beneficencia"68,430.00
Ministerio de Hacienda
Deuda interna$1.181,342.90
Bonos de Tesorería"2.699,091.28
Subsidios fiscales y municipales"542,854.03
Gastos del ramo"4.556,644.77
Ramo de Guerra"4.792,795.81
" de Marina"1.084,964.81
Diversas cuentas ajenas al Presupuesto
Gastos en la explotación de los ferrocarriles$325,531.68
Empresa del carguío del guano por cuenta de sus enseres para abrir nuevos depósitos"400,000.00
Acreedores al Presupuesto de 1873-1874"2.068,734.96
Saldos a favor de egresos en las cuentas:
De depósito"426,563.78
De depósitos de años anteriores"29,315.54
Saldo entre ingreso y egreso de otras cuentas ajenas al Presupuesto"410,252.64
_______________
Total de egresos$24.124,569.93
Fondo existente en 31 de Diciembre de 1875"2.158,552.03
_______________
$26.283,121.96

- VI -

El agotamiento del guano y la forma como fue sustituido en su empleo por otro fertilizante, aparecieron simultáneamente, —368→ y en conjunto amenazaron herir de muerte la riqueza fiscal del Perú. Fue el año de 1869 el último en que fue posible colocar en los mercados extranjeros algo más de medio millón de toneladas. La disminución en las ventas se inició en 1870, y aunque lenta, cada vez tomó mayor vuelo. Se redujo en 1870 a 415,500 toneladas y en 1875 a 373,688. He aquí el cuadro incluyendo los años intermedios:

1870415,501
1871363,200
1872404,097
1873342,425
1874336,476
1875373,688

Aumentó la crisis económica de esos años la controversia promovida por Dreyfus a causa del continuo aumento de su deuda. Esta, que en 1872 ascendía a 19.990,422 soles, llegó el 31 de Diciembre de 1873 a 24.262,115 soles, habiendo quedado en 1875 en 21.702,235.

Un cotejo de lo que eran las ventas de guano y las inversiones que se daban a sus productos en los años correspondiente a 1869 y 1875 nos da una idea clara de la causa principalísima por la cual, en ese año de 1875, fue imposible detener la bancarrota iniciada en tiempos anteriores. He aquí la comparación:

Año 1869
Ventas de guano en Europa y colonias 574.790 Toneladas
_______________
Producto a siete libras£4.023,539
Servicio anual de la deuda externa"1.000,000
_______________
Sobrante£3.023,539
—369→
Año 1875
Ventas de guano en todos los mercados373,688 Toneladas
_______________
Su producto calculado aún a las mismas siete libras, a pesar de que fue inferior por las estipulaciones del contrato Dreyfus£2.615,816
Servicio de la deuda externa"2.576,000
_______________
Sobrante£39,816

Se inició el agotamiento en las islas de Chincha. Continuó en los depósitos de Guañape y Macabí, habiéndose tenido que echar mano del que existía en las islas de Lobos, a pesar de la humedad del guano y de la baja ley de ázoe que contenía. Respecto a competidores, ninguno como el salitre tuvo las condiciones amenazadoras con que principió a imponerse en el mercado de fertilizantes. El Gobierno, que no le tenía buena voluntad y que lo consideraba como un irruidor, no obstante tenerlo en su propio suelo y de ser una de las futuras riquezas, autorizó a Dreyfus, en su deseo de aumentar las ventas de guano, a manipular dicho guano con el ácido sulfúrico, a entregarlo limpio y seco en el mercado y a rebajar el precio, poniéndolo en doce libras diez chelines.

La crítica situación financiera en que se encontró el Perú en 1874, obligó al Estado a pactar con Dreyfus el contrato que fue firmado el 15 de Abril de ese año. Anteriormente se había vivido y se había salvado el déficit con lo que daba el producto de los Bonos de Tesorería, con los seis millones que fueron entregados por Dreyfus en 1872 y con los adelantos que éste hizo en 1873, y que ascendieron a —370→ 2.400,000 soles. En ese contrato de 1874 se establecieron las bases para liquidar lo pactado en 1869, se acordó el pago de los intereses de la deuda exterior correspondientes a 1.º de Julio de 1873 y 1.º de Enero y 1.º de Julio de 1874. Se pactó algo más importante, y fue la concesión que el Gobierno obtuvo de Dreyfus para recuperar el 1.º de Enero de 1876 la facultad de expender y vender guano por su cuenta, o por cuenta de otro consignatario que no fuera el citado Dreyfus. Para apreciar la magnitud de esta concesión es menester recordar que el contrato de 1869 no estipuló el tiempo en que debían venderse los dos millones de toneladas, habiéndose cometido la ligereza de pactar la posesión indefinida del monopolio mientras las citadas toneladas de guano no se vendieran en su totalidad. Por último, se obtuvo en ese convenio de 1874 un adelanto de siete millones de soles.

Agotados estos siete millones como también todo lo recibido en 1872 y 1873, se solicitó del Congreso la facultad de vender nuevamente a otro consignatario que no fuera Dreyfus la suma de dos millones de toneladas de guano. Nueve meses demoró el Poder Legislativo la autorización pedida por el Ejecutivo, y sólo el 24 de Mayo de 1875 concedió el permiso solicitado. La demora ocasionó graves perjuicios y fue causa de que en forma violenta y sin mucho tiempo para buscar la competencia entre banqueros y consignatarios se firmara en Europa por los comisionados Francisco Rosas y Emilio Althaus un convenio que mereció la desaprobación del Gobierno. Lo que el Perú quería, y al fin lo consiguió de la casa Raphael, era que de los productos del guano se le dieran 700,000 soles mensuales para los gastos interiores, debiendo el resto aplicarse al pago de los intereses de la deuda externa, o lo que es lo mismo, que los productos del guano se dividieran, aunque la totalidad de —371→ tales productos no alcanzara, como efectivamente no alcanzó, para cubrir íntegramente el pago de los cupones de la Deuda.

Firmaron el nuevo convenio, en Londres, el 7 de Junio de 1876, en representación de la Peruvian Huano Company, la casa Raphael, Carlos Candamo y Arturo Heeren, y por parte del Perú el general Prado, candidato electo para suceder a Pardo en la presidencia de la República. Se concedió a la nueva compañía la venta de 1.900,000 toneladas, con cargo de entregar al Gobierno mensualmente 700,000 soles y de situar en el Banco de Inglaterra todo el producto de la venta del guano después de hacerse el reembolso de adelantos e intereses. Este sobrante depositado en el Banco de Inglaterra se aplicó al servicio de la deuda externa. Como dicho sobrante, por la competencia que la Peruvian Guano encontró en Dreyfus, que oficialmente protestó contra el nuevo contrato, nunca fue de consideración, los tenedores de la deuda externa sufrieron menoscabo.

A Dreyfus se le dejó la facultad de recibir el saldo de los dos millones de toneladas que el Perú le vendió en 1869. Habiendo quedado Dreyfus con una existencia poco más o menos de 600,000 toneladas, y habiendo habido por esta causa dos vendedores de guano en los mismos mercados, la situación de la Peruvian Huano se hizo en extremo difícil. Ésta y otras muchas circunstancias, entre ellas la competencia del salitre y la de otros fertilizantes, hicieron cada día más difícil la situación de Dreyfus, la de la Peruvian Huano y consiguientemente la de los tenedores de Bonos de la deuda externa. Comenzó para éstos desde 1875 la depreciación rápida de sus valores, y la ruina de muchos de ellos por haberse paralizado el servicio de los intereses. Hecha esta ligera exposición de la forma como la bancarrota del Perú se presentó en el exterior, veamos la manera como la misma bancarrota hizo acto de presencia en el interior.

—372→

- VII -

No habiendo habido en el Perú en los años que terminaron en 1876 más riqueza que la del guano, y habiendo sido esta riqueza precaria, todo en el orden social y económico comenzó a desmoronarse en cuanto principiaron a faltar los recursos que el maravilloso fertilizante producía. Fuera del guano no había nada. El salitre era una promesa y nada más que una promesa, con el aditamento de que en esos años no solamente no sustituía la renta que comenzaba a faltar, sino que siendo un competidor del guano, era mucho el daño que comenzaba a hacerle. Existían la minería y la agricultura, pero la falta de capitales, de caminos, de conocimientos científicos y de garantías pusieron a la primera en deplorable estado de postración. El usurario tipo de interés que cobraban los pocos que prestaban dinero para su desarrollo y la falta de espíritu de grupo hiciéronle mucho daño. No se hacían distingos entre la utilidad de la asociación y los perjuicios del aislamiento. Exceptuando Cerro de Pasco, y en mísera explotación Hualgayoc, Huancavelica, Morococha, Huantajaya y algún otro centro minero que olvidamos, todos los demás asientos de la República estaban abandonados. El autor de este libro, en una monografía escrita en 1900 sobre La Industria Minera del Perú durante el siglo XIX, hace la siguiente exposición sobre el estado de los asientos mineros de la República en los años que terminaron en 1879:

Sigue en importancia al Cerro, como región argentífera, Hualgayoc, que durante la colonia igualaba a Puno en producción de plata. A principios del siglo, Hualgayoc dio ingentes cantidades de plata. Se cuenta que una sola mina, la «Guadalupe», proporcionó a sus propietarios, los señores Esquilache, cerca de treinta millones de soles. Posteriormente este mineral entra en un período miserable de producción. En 1856 —373→ apenas daba 40,000 marcos. En 1870, el señor Santolalla restauró los trabajos del famoso socavón real, o de Esquilache, con el objeto de cortar muy ricas minas, que estaban aguadas y sin ventilación por la profundidad. Hasta la guerra del 79, no había alcanzado nada de importancia. Este asiento fue visitado en 1802, por el barón de Humboldt, y sucesivamente, en los años de 1859 y 1868, por el sabio Raimondi.

La estadística de Puno señala una producción para este asiento, de 30, 38 y 42,000 marcos, en los años respectivos de 1831, 32 y 33. Pero con alguna posterioridad a estas fechas, las minas de Puno quedaron totalmente paralizadas. No pasó lo mismo en Ancachs, que a partir de 1870 recibió el impulso de tres poderosas compañías extranjeras, que fueron Patara Silver Lead Mining and Smelting Co., en Macate; Brysson y Cia., en Caraz; y La Compañía Minera de Ticapampa, en Recuay.

En Yauli se encuentra un poco de actividad, debido a las empresas del señor Iriarte en Pucará, de don Demetrio Olavegoya en Alpamina, y de los señores Pflucker en Morococha. Estos últimos, en 1846 llegaron a invertir hasta doscientos mil pesos en una explotación y fundición de plata y cobre, para la cual se trajeron hornos y operarios de Alemania, pero la distancia de siete leguas a que se encontraba el carbón, y la más larga todavía, para lomo de mula, como era la del puerto del Callao, al que se mandaban los ejes, dieron mal éxito a la empresa. Entonces se pensó en amalgamar los minerales por plata, y el sistema sajón por barriles quedó establecido en 1856 por primera vez en el Perú, en la oficina de Tucto. Estos mismos empresarios pusieron trabajo en Huancavelica, y después de varias vicisitudes, encontraron la famosa mina de plata, Quispicisa, que les ha dado algunos millones de soles. Al pie de esta mina establecieron la magnífica oficina de amalgamación, Santa Inés, para beneficio de las brozas, pues los metales ricos se enviaban a Europa.

También se continuó el trabajo de minas en Huantajalla, que es un riquísimo mineral situado entre Iquique y la pampa del Tamarugal. En 1861, se exportaba en estas minas, en plata piña, por valor de 112,320 pesos.

Otra explotación importante iniciada en esta época y que no ha paralizado hasta el día, fue la de Parac, en Huarochirí, labor que principió en 1852 don José Aveleira.

Según la Geografía del Perú, de don Mateo Paz Soldán, las exportaciones de la República en oro, plata sellada en barra o chafalonía, durante los años de 1854 a 1858, se pueden estimar en seis millones de pesos en cada año.

La explotación del oro estuvo limitada, en esta época, únicamente a la provincia de Carabaya, que se mantuvo en gran —374→ desolación desde la insurrección de Pumacahua, en 1808, hasta el año de 1848, en que unos operarios cascarilleros, de don José Poblete, descubrieron mucho oro en Cuinsahuasi y posteriormente el mismo Poblete en Challuma. Esto ocasionó un entusiasmo enorme, y en 1849, muchísimos individuos hicieron el viaje a pie desde el Crucero hasta Santa Gaban, pero sin lograr mayor resultado por la falta de caminos, de capital, de hábitos de trabajo, de moralidad y por los ataques de los indios salvajes. No obstante, se sacó algo de oro, pero cuando los aventureros regresaron no fueron reemplazados, como era de esperarse, por las verdaderas empresas. Volvió a quedar en desolación esa tierra rica en oro, no quedando más trabajo que el lavado a mano de las arenas, en los meses de otoño, por los indios de la comarca.

Cuanto al cobre, ya se ha dicho que los señores Pflucker trataron de explotar por fundición los minerales cobrizos argentíferos de la región de Cajoncillo, en Yauli, pero que el mal éxito les obligó a dejar la negociación. Posteriormente, en 1870, se hicieron trabajos en las minas de Ica, las que alcanzaron en 1878 un pie de importancia, pues se llegó a explotar hasta 3,000 toneladas de mineral por año; pero los impuestos del Gobierno, las pocas facilidades que daba el ferrocarril, la inconstancia de los filones, la guerra con Chile, la baja del precio en Europa y la falta de oficinas de fundición, echaron abajo este primer ensayo de explotar cobre en la costa del Perú.

Sobre otros artículos, como carbón y petróleo, hay muy poco que decir. Habiéndose principiado con gran entusiasmo, y con mucho dinero, la construcción de las líneas férreas, se tuvo fe en que llegaran a su término; y con tal motivo se ampararon muchas minas de carbón en los departamentos de Ancachs y Cajamarca, las que fueron abandonadas por haber quedado semidestruidas las líneas de Chimbote y Pacasmayo, con los aluviones famosos de 1878.

El petróleo principió a llamar la atención como artículo industrial en 1855, pero sólo en 1870 don Faustino Zegers principió la explotación de un pozo, abandonando el trabajo, después de haber invertido un gran capital. Más suerte tuvo don Faustino Piaggio, que inició el mismo negocio en muy pobre escala y que hoy lo tiene en un pie de gran producción.

El padrón de minas del año de 1879 registra las siguientes propiedades mineras, excluyendo Tarapacá:

Primersemestre.Pertenenciaspagadas1.503
Segundo"""1.623

—375→

En mejor condición hallábase la agricultura, no obstante que por muchos años sufrió el rudo golpe recibido en 1854 por causa de la manumisión de los esclavos. Privada súbitamente del gran número de labradores con que contaba, y no habiendo sido posible en ese entonces contratar operarios en la sierra como se hace ahora, se pensó y se consiguió en parte y en forma inicua reemplazar a los manumisos con asiáticos, asiáticos que fueron comprados y vendidos en las misma inhumanas condiciones en que antes se había hecho el comercio de los negros. En su libro La Inmigración en el Perú, Juan de Arona (Paz Soldán) dice lo que sigue acerca de la importación de chinos:

Llegamos ahora a las más larga, a la más duradera, a la más completa, a la sola inmigración verdadera del Perú; difícilmente dejarán de comprender nuestros lectores que aludimos a la importación de chinos o coolíes.

Las primeras partidas de coolíes comenzaron a llegar al Callao en el año y años que siguieron a la promulgación de la Ley de Noviembre de 1849, con la cual se patrocinaron antes que nadie, los peruanos Rodulfo y D. Domingo Elías, como ya hemos visto.

Era curioso ver desfilar por las calles de Lima esas hileras de hombres extraños, de piel amarilla, de ropa suelta, y en quienes lo más saltante era la luenga trenza prendida de la nuca, las facciones, la lengua que hablaban, y el calzado de género realzado como el coturno antiguo, por una doble y triple suela de espeso fieltro. Los mataperros los seguían gritándoles: ¡chino Macao!, apodo tomado de uno de los puertos de procedencia, y que ha prevalecido hasta hoy.

Los negros de los galpones por su parte, para consolarse de su presente al principio, y de su pasado después (la libertad de los negros sobrevino en Enero de 1855), los calificaron de esclavos; y esta falsa denominación, porque en realidad no eran sino contratados, se generalizó de tal modo, que apenas en el uso legal ha figurado la última palabra.

Las contratas eran por ocho años, y los hacendados tenían calculado que, deducidos los 500 soles de la compra, los cuatro soles al mes, la ración diaria de carne y arroz, y la ropa y enfermería, cada chino venía a salir a seis reales diarios, que era cabalmente el jornal ordinario del peón libre. Y no obstante, —376→ se les veía abalanzarse a bordo a la llegada de un nuevo cargamento humano al Callao, o encargarlo directamente a la China. Se compraban por partidas de veinticinco a trescientos o más.

Los hacendados buscaban la seguridad inalterable del peón por ocho años, y el único medio de acción que aquí puede tener un hombre sobre la canalla, que es el de la fuerza. He aquí por qué los únicos seres bien servidos entre nosotros son la autoridad prefectural y la eclesiástica, que disponen de la fuerza bruta del cuartel o del infierno. Sólo al frente del señor Prefecto o del señor cura observa un belitre la actitud y la conducta que debe esperarse de un subordinado.

El calificativo de esclavos inventado por los negros no carecía de verdad; los chinos eran tratados en las haciendas y chacras, salvo excepciones, con rigor más o menos intenso. Los grillos, la platina, el cepo, el látigo, no andaban bobos, como se dice, fuera del maltrato general que recibían de sus inmediatos capataces, hombres de color los más, y esclavos en su tiempo o manumisos más tarde. Ya se comprenderá la saña vengativa y el placer feroz con que esos manumisos o esclavos blandirían sobre otro cuerpo el mismo látigo que otras veces había macerado las carnes de ellos. No hay tradición de que un chino haya encontrado piedad en un hombre de color, contribuyendo también en mucho las preocupaciones religiosas, que firmemente hacían creer a los otros coloreados que los chinos no eran gente. Los negros en la esclavitud no tuvieron más tiranos que los blancos; los chinos, a los blancos y a los negros.

En medio de este régimen depresivo y embrutecedor el espíritu de la víctima reaccionaba lentamente.

De los datos estadísticos consignados en Two years in Perú de Mr. Hutchinson (Londres, 1873) y en tesis de don César Borja, «La inmigración china» sustentada en 5 de Mayo de 1877 para optar el grado de bachiller en Medicina, aparece que la mortalidad de chinos en los barcos que los conducían de Macao u otros puntos del Celeste Imperio al Callao, travesía de cien a ciento veinte días, era en término medio el siete u ocho por ciento, elevándose alguna vez excepcionalmente a la pavorosa cifra de 26, 27 y aun 31 por ciento. Hutchinson compara con las bajas en los cargamentos de chinos que vienen a la Guayana inglesa, las cuales no pasan del dos por ciento.

A los guarismos de arriba hay que agregar el treinta por ciento por defunciones en los hospitales del Callao, durante el año 72, dato que nos suministra el mismo escritor inglés, habiéndolo tomado de las directoras de esos establecimientos, así como el relativo a las bajas en la travesía, de las tablas de la Capitanía del puerto del Callao.

—377→

El resumen de los tres cuadros estadísticos reproducidos por Hutchinson es el siguiente:

De 1860 a 1870 entraron al Callao procedentes de Macao, chinos 38,648, habiendo zarpado del puerto de procedencia 43,301, y muerto en el viaje 4,653, o sea en una proporción del 7 por ciento.

De Enero 1.º a Septiembre 30 de 1871 entraron, chinos 9,021, zarparon 9,693, murieron 672; mortalidad: 7 por ciento.

De Enero 1.º a Octubre 3 de 1872 llegaron, chinos 10,977, partieron de la China 11,933, muertos a bordo 956; mortalidad en término medio: 8 por ciento.

Abramos un paréntesis.

El último cargamento de chinos contratados en número de 369 entró al Callao el 2 de Julio de 1874 en la fragata peruana «Lola» de 904 toneladas, procedente de Macao en 95 días y consignada a Juan de Ugarte.

En todo ese quinquenio del 70 al 74, zarparon de la China para el Callao 46,190 asiáticos, y solamente llegaron 43,143, habiendo muerto en el viaje 3,047.


Faltos los agricultores de capitales para comprar chinos algunos años vivieron en gran pobreza. Posteriormente, el pago que el Gobierno hizo de las deudas provenientes de la manumisión, el alza del precio del algodón, por causa de la guerra civil norteamericana, y después el alza del azúcar por la guerra de Cuba, favorecieron a dichos agricultores, los que en su mayor parte dedicaron lo recibido a la compra de chinos y a la instalación de costosas maquinarias para la fabricación de azúcar.

No era únicamente la falta de caminos, capitales, garantías y operarios lo que ocasionaba a la agricultura y a la minería la precaria situación en que se encontraban, sino también la forma como el Fisco fomentaba la burocracia, reteniendo a su servicio a la mayor parte de los hombres útiles, a buena parte de los cuales hacía copartícipes por medio de comisiones y de contratos del despilfarro gubernamental. Y menos mal, si todo se hubiera limitado a estos gastos y estas dilapidaciones, y el Estado, que estaba obligado a pagar a los servidores de la Nación en activo servicio, —378→ no hubiera tenido también necesidad de atender a las listas pasivas. Sobre ellas dice Piérola, en su Memoria de 1870:

Las listas pasivas pesan sobre nuestro Tesoro con una enorme cifra, que crecen constantemente con asombrosa fecundidad. He aquí un mal gravísimo, que es necesario cortar de raíz y que afortunadamente puede serlo con provecho de todos.

Los derechos acordados por la ley a los funcionarios civiles y militares bajo la denominación de jubilación, indefinida y cesantía, no menos que los acordados a sus deudos con el nombre de montepío, siendo terriblemente onerosos para el Estado, no protegen ni satisfacen debidamente a los que los gozan: y una y otra cosa sucede porque, fundándose esos derechos en un supuesto o real descuento hecho en el haber de cada uno por el Tesoro, ese descuento permanece en sus manos improductivo, y, llegado el caso de su devolución, se convierte en un cuantioso gravamen para el Erario y en una pobre renta, y nada más que una renta, para el pensionista. Partiendo de este principio, fácilmente se comprende, pues, que, si se sustituyese ese ficticio o real descuento por una prima acordada sobre la renta a los servidores de la Nación y colocada de una manera reproductiva con un gravamen infinitamente menor, se aseguraría al empleado y sus deudos, no una renta, sino un capital, que los pusiese a cubierto de la inopia, convirtiéndolos en agentes de producción, en miembros independientes y útiles a la sociedad, en vez de simples y desgraciados consumidores de las rentas públicas. Las incalculables consecuencias de una transformación de esta especie, que la rapidez de este escrito no permite sino apuntar, serían inmensas en el orden administrativo, social y económico del país. Esa transformación será materia de un proyecto de ley convenientemente detallado y presentado; y permitirá el establecimiento de una vasta institución de crédito de positivos resultados, trayendo al Tesoro una verdadera economía y libertándolo para en adelante de todo nuevo gravamen por esta causa.


Siendo grande el desorden fiscal, los presupuestos de egresos nunca correspondieron en manera alguna a las necesidades reales de la Administración. Ellos, que casi siempre adolecieron de omisiones y vacíos, tuvieron un crecimiento desproporcionado con el aumento de población, con la industria y riqueza existentes y sobre todo con las condiciones políticas y sociales de la República. De bienio en bienio —379→ aumentaban por lo menos en un quince por ciento, habiéndose dado el más grande estirón en 1872, cuando se elevaron en un 25 % los sueldos y las pensiones. Tuvieron buena parte en esta desconsoladora realidad las convulsiones políticas, pero sobre ellas los errores económicos y la convicción profunda de que el guano había sido dado al Perú para el enriquecimiento y ociosidad de sus pobladores. Penetrados los hombres del Gobierno de estas tan extravagantes ideas, crearon para el reparto de los caudales públicos innumerables necesidades ficticias, todas ellas inventadas para dar de comer a los favoritos.

- VIII -

La falta de industrias, y consiguientemente la falta de productos (algodón, azúcar, minerales, etc., etc.), que sirvieran de retorno a la importación, dio por resultado el hecho de que el comercio viviera también del guano. Mientras hubo letras que girar contra los consignatarios, todo anduvo bien, y mejor todavía en los años que corrieron de fines de 1869 a principios de 1872, en los que la lluvia de oro produjo un estado de bonanza como nunca la había tenido el Perú. Esta bonanza creó una situación ficticia, anormal y peligrosa, en la que todos, creyéndose ricos por arte de encantamiento, pusiéronse a gastar lo que tenían y por medio del crédito lo que no tenían. El estupendo ensanche que tomaron las operaciones bancarias y con ellas la liberalidad en los préstamos, corresponde a esos años. También les corresponde el bienestar que favoreció al comercio. Por esos tiempos, la importación fue crecida, y así siguió hasta que, de un lado la disminución en las ventas, y de otro la falta de letras, provocaron situaciones difíciles. Se había gastado en tres años lo que debió haberse gastado en diez. De momento se subsanó la dificultad exportando en lugar de letras o de —380→ productos monedas de oro y plata. Como el numerario era abundante, hízose poco sensible la exportación de ese numerario; pero más tarde, en 1874, cuando se comenzó a sacar de los Bancos el depósito metálico que se tenía para el respaldo de los billetes, la situación tomó un rumbo nuevo y de pavorosas proyecciones. El sol billete que se recibía y se pagaba a 41 peniques comenzó a bajar pronto y llegó a la mitad de su valor antiguo, o sea a 22 peniques.

Si el comercio desmonetizaba el país, llevándose a Europa el circulante metálico, el Gobierno, cuya situación no era mejor, vaciaba las cajas de los bancos por la necesidad de vivir.

Como es natural, la fortuna privada miraba estupefacta este doble juego, en el que conjuntamente se daban la mano el comercio, los bancos y el Gobierno, y sin nada humano que oponer a esa bancarrota, que ya flotaba, limitose a esperar mejores tiempos, los que nunca llegaron.

La paralización del comercio, la falta de crédito y la insolvencia de los Bancos provocaron la crisis que se inicia en 1875. Fue lo acontecido en ese año un hecho inevitable, y su causa hay que buscarla en la forma anómala como se produjeron los fenómenos económicos que precedieron a la bancarrota. Ella fue la reacción lógica de un movimiento artificial y desatinado, y la consecuencia inevitable de un impulso administrativo dado sin previsión, sin cálculo y sin el menor propósito de evitar el despilfarro.

Dieron los Bancos la primera campanada de alarma el 1.º de Agosto de 1875. El Gobierno, que en buena parte era culpable de la situación, como que había vivido de los adelantos que le hacían y que nunca pudo pagar, por lealtad y por conveniencia pública les eximió de la convertibilidad por un plazo, que, limitado al principio a cuatro meses, en lo posterior no tuvo término. Más tarde, en Diciembre, agotados —381→ por el Gobierno los recursos del guano, falto de crédito por la insolvencia en que se hallaban los Bonos de Tesorería y sin tener dónde ocurrir, se entendió con ellos (los Bancos), y con mucha habilidad les sacó 18.000,000 de soles.

El ministro Elguera, que estudió el suceso con conocimiento perfecto de la operación, dice en su Memoria de Hacienda de 1876:

Desde que cesaron los giros de los contratistas del guano sobre los productos de éste, el comercio debió exportar el numerario cada día en mayores proporciones para reemplazar la falta de letras que constituían, desde treinta años atrás, el principal medio de pago de nuestros negocios con el exterior. Mes a mes se podían palpar los efectos de la extracción continua de moneda en las cajas de los bancos, de donde el comercio la efectuaba bajo diversas formas.

Por fin, el 1.º de Agosto de 1875, los directores del Banco Nacional del Perú se presentaron al Gobierno, exponiendo el gravísimo estado en que se encontraba aquel establecimiento, por la absoluta falta de metálico en sus arcas y la consiguiente imposibilidad en que se veía de continuar sus operaciones. Pero el Gobierno sabía que tan grande malestar no era exclusivo del Banco Nacional del Perú, y que, si bien en situación menos extrema, los demás bancos marchaban al mismo término, viendo decrecer sus existencias metálicas día por día.

El Gobierno promovió en el acto una reunión de los Gerentes de todos los Bancos, para que discutieran entre sí las medidas que podían adoptarse, y el Consejo de Ministros, asociado a personas del alto comercio extrañas al Directorio de dichos establecimientos, se ocupó, desde las primeras horas de aquel día, en pesar las consecuencias que para los intereses sociales podían resultar de abandonarlos a su propia suerte, dejando fracasar a los que no pudiesen continuar sus operaciones, o bien de sostenerlos a todos, evitando los desastrosos resultados de una quiebra general.

La junta de los Gerentes de todos los Bancos de Lima, tanto nacionales como extranjeros, dio por resultado la convicción de que la falencia de uno de ellos, al día siguiente, traería por consecuencia la de todos los demás, atendida la mancomunidad de intereses y el inseparable enlace de sus negocios.

Este dictamen, suscrito por los Gerentes de los Bancos «Nacional del Perú», «Lima», «Perú», «Providencia» y «Londres Méjico y Sud-América», fue presentado al Gobierno —382→ a la una de la mañana del día 2 de Agosto del año próximo pasado.

La discusión del Consejo de Ministros, asociado como he dicho a personas competentes y honorables, condujo por su parte a conclusiones claras.

Si el mal fuera sólo de un banco y los demás pudieran hacer frente a su caída, pérdida social sería y un gran contraste mercantil, en que el Gobierno debía limitarse a atenuar en lo posible los efectos de todo desastre a su alcance.

Pero desgraciadamente tal no era el caso, y aun cuando el malestar del «Banco Nacional del Perú» pudiera reconocer causas especiales, ninguno había capaz de resistir las consecuencias de la quiebra, ni aun aquellos que no se han acogido oficialmente al decreto de 2 de Agosto citado, por cuanto han hecho lo mismo que si se hubieran acogido; ni podía ser de otra manera, desde que la causa del mal se extendía a todo el comercio; y, si principalmente en los Bancos se dejaba sentir, consistía en que son ellos los principales órganos de la circulación, y desempeñando en común las mismas funciones, tan delicadas en la vida económica de un país, como los de la circulación en el cuerpo humano, atacados a una por la misma enfermedad, su íntima solidaridad de intereses y de situación habría ocasionado precisamente que la falencia del uno hubiese acarreado instantáneamente la clausura de todos, y con la general paralización, un sacudimiento económico y social, cuyas desastrosas consecuencias nada difícil era prever.

El Gobierno creyó entonces cumplir con un alto deber, y hoy mismo cree firmemente, no tanto haber salvado a los Bancos, sino a la amenazada sociedad peruana, autorizando en aquella ocasión la suspensión de pagos en metálico.

El mes de Agosto se pasó en discutir la manera de establecer la situación creada por causas económicas generales, que no estaba en la facultad de nadie suprimir, y ni siquiera por entonces remediar.

Los productos del guano habían dejado de servir de retorno para el exterior; faltándonos aquel medio de pago en los mercados extranjeros, era inevitable la exportación del metálico; siendo ésta forzosa, su conservación en las cajas de los bancos se hacía imposible; y siendo ésta imposible, la vuelta inmediata al pago en metálico no lo era menos, salvo la única eventualidad que lo permitiera y que consistía en la celebración de un contrato de guano que proporcionase giros permanentes, tan considerables como los que hasta entonces se habían verificado -caso a la verdad muy remoto.

Reducir, pues, los Bancos simplemente al aumento de su caja, y al retiro de su papel circulante, equivalía a ir estrangulando —383→ al comercio y a la industria paulatinamente, para llegar provisionalmente a una época en que, restablecido el pago en metálico de los billetes, volviéramos a la falencia de esos establecimientos; es decir, a la repetición de la misma situación, reagravando más y más los sufrimientos de la sociedad.

El remedio eficaz sólo podía venir del aumento de la producción del país, acompañado de la disminución en los consumos extranjeros, hasta llegar al equilibrio del comercio exterior; y ese resultado no podía alcanzarse sin el desarrollo de todas las industrias nacionales; a tal desarrollo no se podía llegar, entorpeciendo sus operaciones; y nada debía producir tanto este efecto como un medio circulante insuficiente.

Por otra parte, la situación fiscal era dificilísima.

El producto de las aduanas había disminuido en razón directa de los consumos; las leyes sobre guano y salitre se habían dado por el Congreso apenas a fines de mayo, y no podían esperarse, por consiguiente, sus frutos, sino mucho más tarde; del crédito directo del Estado era imposible hacer uso en momentos de pánico general; hasta la subsistencia diaria de la fuerza pública era un problema difícil de resolver. A tan graves complicaciones y peligros se necesitaba, pues, aplicar remedios nada comunes.

Contemplando la situación intrincada, con la reflexiva prudencia que el caso requería, veíase muy claro que si la vuelta inmediata al pago en metálico era imposible, íbamos a sacrificar, insistiendo en que se realizase próximamente, a un deseo irrealizable, los más grandes intereses de la sociedad. Mas si el inmediato pago en metálico no cabía, y debíamos arrostrar todos los inconvenientes de su falta, podíamos sí, y debíamos sacar de la situación, aun así irremediable como era, elementos que atenuaran sus consecuencias, y hasta algunos que salvaran de la ruina misma todos los intereses comprometidos. Tales fueron el punto de partida y el de mira que condujeron al contrato celebrado con los Bancos el 10 de Septiembre de 1875.

Tenía que dárseles la acción necesaria para restablecer el movimiento de circulación, a lo cual sólo podía llegarse por el aumento de su emisión, pues ningún valor era en aquel momento realizable.

Pero como el aumento de emisión no podía elevarse sino a una cifra limitada que correspondiese a las necesidades de la plaza, para atender con este medio limitado a las necesidades fiscales y del comercio, procurose esto, hasta donde era dable, haciendo la emisión en forma de préstamo al Gobierno, pasándola por la tesorería; saliendo de allí a realizar valores o cancelar créditos, y volviendo a los Bancos para continuar su movimiento de rotación.


—384→

El aludido contrato celebrado con los Bancos, el 1.º de Septiembre de 1875, fue estipulado en los siguientes términos:

Vista la propuesta que precede, presentada por los Bancos: «La Providencia», «Lima», «Nacional del Perú» y «Perú», en virtud del decreto de 4 del presente, y en la cual, adhiriéndose a él, ofrecen extender hasta 18.000,000 el préstamo pedido por el Gobierno, aumentando a 14.000,000 de soles la emisión de 12.500,000 soles fijada en dicho decreto, y solicitando algunas ampliaciones que están en perfecto acuerdo con las miras del Gobierno; y considerado por el Gobierno que una vez aumentado a 18.000,000 de soles el préstamo ofrecido, puede llegar a ser la suma de emisión pedida por los Bancos insuficiente para que éstos, a su vez, presten al comercio las facilidades necesarias para las operaciones regulares de éste; en uso de las autorizaciones que contienen las leyes de 11 y 28 de mayo último, sobre guano y salitre: acéptase, con el voto unánime del Consejo de Ministros, dicha propuesta en las condiciones siguientes:

Primera.- El Supremo Gobierno proporcionará a los Bancos indicados, «Perú», «Lima», «Nacional del Perú» y «La Providencia», constituidos en la capital de la República, los siguientes valores:

1.º En 200,000 toneladas de guano para Mauricio, Reunión y Colonias francesas e inglesas, calculadas en un producto líquido de 30 soles por tonelada, 6.000,000$6.000,000
2.º En letras sobre Europa de los primeros fondos que se obtengan de los contratos de guano mandados negociar, 3.500,000 soles"3.500,000
3.º En bonos de la Deuda Interna, comprendiendo los 3.000,000 de soles que deben rescatar los Bancos, 8.000,000 en garantía de"4.000,000
4.º De los productos que se obtengan de la negociación de salitre, 4.500,000"4.500,000
_______________
$18.000,000

Segunda.- Los referidos Bancos darán al Supremo Gobierno los siguientes valores:

1.º En Bonos de Tesorería tomados por los Bancos en garantía de su emisión autorizada, 3.000,000$3.000,000
—385→
2.º Para el pago de los Bonos de Tesorería que vencen en 1.º de noviembre de 1875, 1.100,000 soles"1.100,000
3.º En una mesada al firmar el presente contrato, 2.000,000"2.000,000
4.º En cuatro mesadas consecutivas de 600,000 soles desde el 1.º de octubre próximo, 2.400,000 soles"2.400,000
5.º En 16 mesadas de 250,000 soles desde enero de 1876"4.000,000
6.º Para el servicio de la Deuda Interna consolidada, comenzando dicho servicio el 30 del presente, 2.100,000 soles"2.100,000
7.º En deudas actuales del Gobierno a favor de los Bancos y giros sobre las aduanas, 2.000,000 de soles"2.000,000
8.º Para el rescate de los bonos empeñados con autorización del Gobierno, 1.400,000 soles"1.400,000
_______________
En todo, 18.000,000 de soles$18.000,000

Tercera.- El Gobierno abonará a los citados Bancos el interés de 6 por ciento anual sobre los 18.000,000 de soles del préstamo a que se refiere el artículo segundo. Estos intereses serán pagados mensualmente de los derechos actuales, o de los que en adelante se establezcan sobre la exportación del salitre. El resto de esos derechos será libre de la disposición del Gobierno. Cuando se haga la expropiación de las salitreras los intereses serán pagados en la forma que se indique en el artículo 6.º.

Cuarta.- Habiendo sido en 31 de julio último la emisión total de los Bancos establecidos en la República, de 9.100,000 soles, los Bancos que firman esta propuesta serán los únicos cuya emisión se autoriza y podrán aumentarla en las sumas que las transacciones requieran, hasta formar un total de 15.000,000 de soles. Los billetes de esta emisión serán los únicos que se reciban en todas las oficinas fiscales, municipales y de beneficencia de la República, con excepción de los Departamentos de Piura, Trujillo y Tacna, en los cuales continuarán circulando los billetes de los referidos Bancos, sólo hasta el 31 de diciembre del presente año, en virtud de la emisión autorizada con arreglo al decreto de 18 de diciembre de 1873.

Quinta.- En el caso de que no se realicen en su totalidad las negociaciones sobre guano actualmente promovidas en Europa, los 3.500,000 soles que de ella debían entregarse a los Bancos, —386→ serán cubiertos de los fondos que se obtengan del guano en Bélgica.

Sexta.- Los Bancos que firman la propuesta que precede serán comisionados por el Supremo Gobierno para todas las operaciones relativas a la administración y venta del salitre, cuando se expropien las salitreras. Tendrán esta administración y venta por 10 años o por el mayor tiempo que fuese indispensable para que sean pagados en su totalidad de las sumas que presten por este contrato; con la comisión de 5 por ciento y demás condiciones que se establecerán en contratos separados. En dicha comisión de 5 por ciento está comprendida la que debe pagarse a la casa que se encarga en Europa de la venta del salitre y que deba hacer al Gobierno los anticipos de las sumas necesarias para la adquisición de los establecimientos salitreros; pero las comisiones del empréstito que se levante en Europa serán por cuenta del Supremo Gobierno. De los netos productos de la venta del salitre cuando se haga la expropiación, se deducirán las cantidades necesarias para el servicio de los que se den a los salitreros, o del empréstito que se levante en Europa. Del resto se separarán hasta 60 centavos por cada quintal de salitre para el pago de intereses a los Bancos por el préstamo a que se refiere este convenio, para los gastos interiores del gobierno. El resto, si lo hubiere, será empleado en el pago del principal de este empréstito. Asimismo, cualquiera suma de dinero que los Bancos pudieran conseguir a más de las cantidades necesarias para la expropiación, será de la satisfacción del Gobierno, y los contratos que se celebren en ella serán con intervención y aprobación del mismo.

Séptima.- Las condiciones de la consignación del guano que se venda en Mauricio y colonias francesas e inglesas, se arreglarán por contratos separados sobre la base de consignación con gastos fijos.

Octava.- La participación y emisión de los Bancos que acepten estas bases se harán en proporción al capital desembolsado por cada uno.

Novena.- Los Bancos departamentales de emisión autorizada que se adhiriesen al contrato que se celebre con los de la capital, serán considerados como accionistas por su capital desembolsado; pero esa emisión será recogida por los Bancos de la capital, y reembolsados éstos por el Banco departamental, como sigue: 30 por ciento en metálico dividido en mensualidades iguales desde el 30 del presente hasta el 30 de noviembre próximo, en Bonos de Tesorería de la emisión de Bancos hasta la cancelación de los que el Banco posea, y el resto en billetes de los Bancos de Lima por mensualidades iguales desde el 30 de diciembre del corriente año hasta el 30 de marzo de 1876. —387→ El metálico de estos Bancos deberá figurar en los balances de los Bancos de Lima el 30 de noviembre en exceso de la existencia metálica que le corresponde.

Décima.- Los Bancos que suscriban estas bases se obligan, primero: a tener en metálico el 1.º de diciembre del corriente año, el 30 por ciento de su emisión en circulación en 31 de julio próximo pasado; segundo: a convertir en metálico por cuenta del Gobierno y según sus órdenes la mitad de las sumas que éste les entregue en letras sobre Europa, o de los fondos que obtengan del guano que exporten para Mauricio y colonias francesas e inglesas hasta la concurrencia de un 40 por ciento de la circulación total de cada Banco, en cuya época se restablecerá por los Bancos el pago en metálico de sus obligaciones.

Undécima.- Una vez reunidos los 3.000,000 de soles en metálico, se procederá por los Bancos a organizar sobre esa base un Banco Central, que tenga por objeto centralizar la emisión y caja de los Bancos, unificando aquélla, concentrando los valores que la garanticen debidamente y reuniendo el fondo metálico de todos. El Banco funcionará bajo la administración de los mismos Bancos y los estatutos de este establecimiento serán aprobados por el Gobierno.

Duodécima.- Los bancos que no pudiesen reunir el 1.º de diciembre del presente año el metálico a que los obliga el inciso primero del artículo décimo, perderán los privilegios y derechos que por esta resolución se les conceden. En este caso o en el de liquidación o suspensión de operaciones, la emisión que estuviese en circulación podrá ser reasumida por los demás Bancos en la parte que éstos deseen, con los valores, privilegios y derechos que le son anexos y el resto, si lo hubiese, será cubierto por un liquidador nombrado por el Gobierno en representación de los tenedores de billetes.

Decimotercia.- Los 8.000,000 de soles en vales de consolidación que se entregarán a los Bancos podrán ser vendidos por éstos a un tipo que no baje del 75 por ciento. El producto de estas rentas se aplicará al reembolso de las cantidades prestadas al Supremo Gobierno.

Decimocuarta.- Si para la administración de las salitreras y servicio del empréstito que con garantía de ellas se levante, quisiesen los Bancos formar entre ellos una compañía, podrán hacerla bajo su responsabilidad, con arreglo a los estatutos que someterán a la aprobación del Gobierno.

Comuníquese, regístrese y pase a la Dirección de Administración para que mande extender la respectiva escritura, siendo por cuenta del Gobierno los timbres que a ésta correspondan. -Rúbrica de S. E.- Elguera.


—388→

«Esta operación así combinada, añade el ministro Elguera en su citada Memoria, salvó a fines de 1875 de un gran desastre».

Más adelante dice:

Ha permitido al comercio una liquidación, imposible sin ella; ha favorecido y estimulado poderosamente las industrias de producciones exportables y ha dado tiempo al Gobierno para desarrollar en las dos negociaciones de guano y de salitre, los elementos necesarios para restablecer la vida fiscal y económica de la República.

Evolución tan considerable y rápida, no podía hacerse sin inconvenientes y dolores; y como siempre han de parecer mayores los que se sienten que los que se evitan, por grandes que estos últimos sean, se ha olvidado fácilmente el peligro de que escaparon todas las clases sociales amenazadas por el cataclismo que asomó en agosto de 1875, y hoy sólo se miran las lastimaduras producidas por las medidas adoptadas para salvar de aquel desastre.

El principal y más grave de esos resultados consiste en la depreciación de los billetes, inevitable consecuencia de la supresión del pago en metálico, efecto a su vez de la extracción de la moneda acuñada para el pago de las obligaciones del comercio en el exterior.

Dadas estas premisas, y la necesidad forzosa de sus consecuencias, no pueden evitarse los resultados sucesivos.

Comparadas, sin embargo, las consecuencias de la suspensión del pago en metálico en el Perú con las idénticas medidas que han tenido lugar desde hace algunos años en los Estados Unidos, y últimamente en Francia, se ve que los malos efectos en el Perú han sido muy inferiores a los que sufrió la primera de estas naciones, y la comparación con la segunda manifiesta, con toda claridad, que mientras no tengamos equilibrado nuestro comercio de exportación con el de importación y saldada la deuda de nuestros giros en el extranjero no podremos aspirar a una situación normal.


Algo dijo también sobre el mismo asunto J. M. Rodríguez, el continuador de la obra de Dancuart. Sus conceptos revelan conocimiento de la materia y no pueden faltar en nuestro libro:

Los Bancos, con excepción de los hipotecarios, fueron de emisión y de descuento, operaciones establecidas sin más formalidad —389→ que la formación de la Sociedad Anónima cuyo objeto era esta clase de especulaciones financieras.

Vinieron estos Bancos atraídos por las fuertes sumas movilizadas por los contratos de guano, cuyo monto anual no bajó, en esa época, de 180 millones de soles, producto de 300,000 toneladas de guano que anualmente se vendían por término medio a los mercados del mundo agrícola. Vinieron a ser no los centros del capital para alentar y regular las fuerzas económicas de la nación, sino los intermediarios entre el Gobierno y los grupos de especuladores del guano, muchos de los cuales estaban en los directorios de esas instituciones.

En verdad que al amparo de la libertad bancaria, bajo su propia responsabilidad, emitieron a la circulación grandes cantidades de billetes de banco que permitían remunerar bien el trabajo y desarrollar los ramos del comercio y de la industria; pero este beneficio era muy artificial, porque las emisiones no se detuvieron en el límite que los principios financieros aconsejan, y la responsabilidad tenía que resultar al fin ilusoria y traer tras de aquellos beneficios de momento la bancarrota bancaria, la ruina del crédito interno, la paralización de la vida industrial y del trabajo y la pérdida del tiempo que pudo la nación aprovechar para levantar el edificio de su prosperidad, si esas bases hubieran sido más estables.

La acción de los bancos tenía indefectiblemente que ser nociva a la economía del país y a las finanzas del Estado; y sus beneficios, reducidos únicamente a los dirigentes del movimiento de sus operaciones.

El Gobierno se dio cuenta de la parte de responsabilidad que le correspondía en medio de ese libertinaje bancario y expidió el decreto de 18 de diciembre de 1873, fijando las reglas y condiciones bajo las cuales se recibirían en las oficinas públicas los billetes de banco y otorgando a los que se establezcan y funcionen conforme a ellas las garantías del crédito del Estado.

El libre funcionamiento de los bancos de emisión exigía, indudablemente, no un decreto sino una ley de Bancos que sirviera de norma a sus Estatutos y unificara sus procedimientos; pero otorgar a esos Bancos las garantías del Estado fue un error que preparó el camino para neutralizar la responsabilidad de sus operaciones bancarias en el Tesoro Público y, por consiguiente, a tomar sobre sí la liquidación de su pasivo.

Todo el año de 1874 y el primer semestre de 1875 la vida económica de la nación transcurrió entre la crisis financiera del Estado, la crisis monetaria, la crisis bancaria y la consiguiente crisis comercial e industrial. Contra toda esta avalancha de malestar el Gobierno esperaba oponer los recursos del guano, que —390→ a su vez sufría una crisis y los recursos posibles del salitre; mientras tanto, para hacer la catástrofe bancaria menos ruidosa tuvo el coraje de expedir la resolución suprema de 1.º de Agosto de 1875, que marca época en la historia financiera del Estado y en la bancaria, por la cual, con el voto unánime del Consejo de Ministros, se acordó la suspensión de pagos en metálico de los billetes de banco, por el término absolutamente indispensable para la reconstitución del metálico en sus cajas, sin que pueda exceder este término de cuatro meses, contados desde el 1.º de Agosto; y que, en consecuencia, se reciban en las oficinas fiscales, municipales y de beneficencia los billetes emitidos por los bancos.

El Perú entró entonces en el régimen del papel moneda, del cual fue precursor el decreto de 18 de Diciembre de 1873; y las responsabilidades de los bancos de circulación fueron paulatinamente trasladadas al Estado con el pretexto de contrarrestar la crisis.

Los gobiernos son siempre impotentes para salvar las crisis económicas, lo único que en este orden les toca es no provocarlas por el derroche o el desorden administrativo y, precisamente, de esto es lo que la historia financiera señala y acusa a los gobiernos republicanos. De este mal no pudo sustraerse el Perú independiente y durante la 1.ª época, a pesar de las fuentes de riqueza que tuvo en el guano y en el salitre, el derroche y el desorden fueron acumulando déficit y obligaciones que, al fin, no pudiendo saldarse ni ser satisfechas en medio de la orgía, causaron la crisis de todo orden.


- IX -

Hasta 1868 el salitre representó para el Perú una industria privada, tranquila, exenta de exigencias y satisfecha con sus moderadas ganancias. Nacida y desenvuelta por su propio esfuerzo, comenzó a sentir la acción oficial el 30 de Noviembre de ese citado año, fecha en la cual se creó un impuesto de cuatro centavos por cada quintal de salitre que se exportara por el puerto de Iquique. En ese mismo año se reservó para el Estado la riqueza contenida en las extensas pampas del Tamarugal, lo que ocasionó, estando prohibido el denuncio de estacas, la falsificación de títulos de propiedad, títulos que recibieron el nombre de folletos y que fraudulentamente —391→ pusieron en manos de particulares grandes extensiones de terreno salitrero. Dice Piérola, en su Memoria de Hacienda de 1870:

El Perú es un inmenso e inexplorado depósito de riquezas naturales de todo género, cuyo descubrimiento y explotación van apareciendo a medida que vivimos, y que se presentan como otras tantas fuentes de rentas públicas.

Ahora bien, a excepción de las minas, sometidas a ordenanzas especiales, que por su respetable antigüedad se encuentran en más de un caso insuficientes, inaplicables o defectuosas, respecto a las demás riquezas naturales, no tenemos establecidos principios a que someter el procedimiento administrativo, llegada la ocasión de ejercitarlo. Es éste un punto que merece la atención del legislador y sobre el cual yo me permito llamarla ahora.

En cuanto al interés fiscal, esas riquezas pertenecen a dos categorías muy distintas. En la primera se hallan productos como el guano y el bórax, las maderas y productos vegetales de las montañas, cuya exportación y venta no demandan preparación ni operación industrial previa; a la segunda, las que la exigen, como el salitre, el yodo y demás de esta especie.

Poco conforme parece a la constitución de la sociedad y al objeto del Estado, el que éste viva de rentas naturales; y las enojosas consecuencias que nos ha producido, política y económicamente, la existencia de un Erario rico por sí mismo con entera independencia de los ciudadanos, son de tal manera evidentes y conocidas, que sería ocioso detenerse en ellas. Si debemos, pues, bendecir a la Providencia que ha puesto en manos del Gobierno tesoros no imaginados en un territorio inmensamente rico, pero lleno también de inmensas dificultades topográficas, escasísimamente ocupado y conocido, con una población naciente a la vida industrial y política, no debemos por nuestra parte conspirar a mantener esa excepcional condición económica, reservando para el Estado explotaciones que podrían ser confiadas a la industria privada, que las desenvolvería más provechosa y acertadamente, dejando a aquél sólo la natural coparticipación, que tiene derecho a tomar en ellas.

Reservar, pues, para el Estado el exclusivo beneficio del yodo, del salitre, del petróleo y carbón de piedra, no sería acertado, ni provechoso. Abramos éstas y las otras sustancias de su género a la industria privada; dejémosle toda la libertad posible y compatible con su propio interés, y reservemos al Estado únicamente el provecho que ésta puede darle, sin pesar demasiado sobre ella.

—392→

El Gobierno, por esta razón, no ha considerado aquellos ramos de ingreso fiscal sino bajo el aspecto aduanero, esperando que su procedimiento sea confirmado por la Representación Nacional, al dictar sus necesarias resoluciones en este orden.

Tarapacá tiene para el Tesoro positivos provechos actuales y grandes promesas para lo futuro; en ella, más que en ninguna otra parte, el interés de la industria y del Erario están estrechamente ligados entre sí. Viniendo ahora al objeto especial de este capítulo, el salitre, debo exponer el estado en que se halla este ramo del ingreso fiscal.

La propiedad del suelo, y, con él, la de las valiosas sustancias que contiene, pertenecen evidentemente al Estado. Mas, por un error de todas veras deplorable, las inagotables formaciones de caliche, que es la materia destinada al beneficio, han sido tratadas como las minas, concediéndose «amparos» de ellas a cada persona o familia que los ha solicitado, en extensiones inmensas y muy superiores ciertamente a lo que podía ser por ellas trabajado. Cortando este dañoso procedimiento, el Gobierno ha prohibido el que continúen haciéndose semejantes adjudicaciones, que a nadie perjudican más, que a la industria misma que debe desenvolverse en esos parajes.

Disto mucho de pensar que el Estado deba reservarse allí la explotación del caliche, sustancia que, para ser exportada, necesita de un beneficio industrial, que sólo la industria privada puede y debe darle. Conviene, por el contrario, abrir aquellos depósitos a todo el que quiera explotarlos, estimulando y fomentando la multiplicación de los que emprendan esta provechosa labor. Mas, para conseguirlo, sería menester autorizar la libre explotación, circunscribiéndola al espacio en que ésta puede tener lugar, sólo a título de realizarla y por el tiempo en que se efectúe.

Tampoco parecía justo, ni legítimo, que el Estado, dueño de la riqueza cuyo beneficio deja tan positivos aprovechamientos al que lo emprende, quedase enteramente privado de ellos. Obedeciendo a esta evidente consideración, fijó el Gobierno al salitre un derecho mínimo de exportación de 4 centavos por quintal, derecho que ha traído a nuestro Erario la no despreciable cifra de 100,000 soles anuales, que actualmente recaudamos en Iquique.

Como era de suponer, un gravamen de esta especie, no obstante las naturales quejas con que la industria lo recibió, no ha pesado en manera alguna sobre ella. Bien pronto fue evidente, por el contrario, que aquel derecho podía sin daño, ni violencia, elevarse hasta 10 centavos por lo menos; con tanta mayor razón, cuanto que, en la actualidad, la mayor demanda del artículo, —393→ la consiguiente alza de precio y su menor costo de trasporte, lo colocan en condiciones que jamás había alcanzado, y que se mantendrán en adelante.


Averiguadas las causas por las cuales el consumo del guano comenzó a disminuir desde 1869, se observó que una de ellas, y tal vez la que más podía influir en el mercado de fertilizantes en lo posterior, era el empleo que para sustituirlo en la agricultura empezaba a hacerse del uso del salitre. Encariñada la opinión y con ella los gobernantes del Perú con la riqueza del guano, a la cual a pesar de todos los males que había hecho se le tenía adoración, mirose la industria del salitre, desde 1871, con la mala voluntad que se tiene a un competidor pernicioso.

Nuestro país es el único productor del amoníaco -dijo el ministro Elguera-, que constituye el más poderoso abono para las cansadas tierras de la agricultura europea. Posee por lo tanto un monopolio natural; pero el Perú produce el amoníaco bajo dos formas: la de guano y la de salitre. Ha sometido la venta del primero a la ley del monopolio, constituyéndose en su único vendedor, mientras que ha abandonado la del segundo a las leyes de la libertad, dejando libre e ilimitada la producción. De aquí resulta que todos los esfuerzos del monopolio para alzar el precio de la venta de amoníaco en forma de guano, tienen por consecuencia que favorecen la venta de su competidor en forma de salitre, aumentando la producción de este último; y como tal aumento debe traer por resultado la baja de su precio, esta baja en el amoníaco bajo la forma de salitre hace relativamente más cara la venta del mismo abono en forma de guano: y desde que el precio de éste no varía a causa del monopolio que lo sostiene fijo, es claro que el efecto de la competencia ha de manifestarse por una disminución en la venta del guano. Así, pues, la observancia de principios distintos en el expendio de los dos artículos de igual aplicación, conduce, si el guano se mantiene por el monopolio a un precio fijo, a que el salitre, su competidor, lo vaya desterrando paulatinamente de los mercados. De aquí se desprende que el único medio para que el guano pudiese sostener la competencia del salitre sometido al régimen de la libertad consistiría en bajar su precio a medida que el del otro baja; de manera que la última expresión de esa competencia de dos abonos rivales sería la exclusión —394→ del uno por el otro, en virtud del ínfimo precio a que se diera. A esto había quedado reducido, por la falsa aplicación de los principios económicos, el monopolio más valioso que la naturaleza ha podido dar a una nación.


El gobierno de Pardo, en su doble propósito de crear rentas para salvar la bancarrota fiscal y en su deseo de limitar el consumo del salitre a una producción que nunca fuera mayor de cuatro y medio millones de quintales, intervino desde los primeros días de 1873 en los asuntos hasta entonces privados de la industria del nitrato. Con calma estudió la cuestión, y convencido de la imposibilidad de contemporizar con uno y con otro abono, favoreció al guano con detrimento del salitre. Éste fue el origen del Estanco, sobre cuya ley y sobre cuyos efectos dijo el mismo ministro Elguera lo que sigue, en su Memoria de 1874:

He dicho ya que la industria salitrera era una de las fuentes de renta en que el Gobierno y el Congreso se habían fijado al ocuparse de la necesidad de crear los ingresos precisos para saldar el déficit del presupuesto.

La liberalidad con que el Gobierno del Perú había cedido a los industriales los ricos terrenos salitreros de Tarapacá, y los diversos puntos de analogía del salitre con el guano, inclusa la competencia que se hacen como abonos para la agricultura, eran motivos suficientes para pedir a dicha industria su cooperación al sostenimiento de las cargas públicas.

El Gobierno, después de un estudio prolijo de la cuestión, propuso a la pasada legislatura que se tomase del salitre la renta que se necesitaba, en la forma de un impuesto de exportación, de escala móvil; de tal suerte que su tasa fuese proporcionada al precio del salitre, y, por lo tanto, a las utilidades del productor.

La exportación de este artículo debía quedar libre de derechos, siempre que su precio fuese inferior a un mínimum fijado como costo de producción.

Ese proyecto de ley fue objeto de una viva oposición por parte de los productores del salitre, quienes formulaban contra él todo género de argumentos, e influían en el ánimo de los miembros del Congreso para que lo rechazasen, insinuando como medida más ventajosa, tanto para la industria de Tarapacá como para el Gobierno, la de autorizar a éste para comprar —395→ el salitre a un precio fijo, constituyéndose así en solo expendedor del artículo. Esto era proponer el estanco.

Por él se fijaba en cuatro millones y medio al año la cantidad de quintales que el Gobierno compraría, debiendo distribuirse esta suma entre los productores con arreglo a lo producido por las oficinas salitreras en el año 72.

Una compañía formada por los Bancos de Lima debía comprar el salitre a 2 soles 40 centavos y venderlo en Iquique mismo, al precio que se determinase periódicamente, exportando a Europa, por cuenta del Gobierno, la parte que quedara sin venderse.

Si los productores deseaban exportar directamente el artículo, podían hacerlo, pagando la diferencia entre el precio de compra y el de venta, disminuido en diez centavos.

Se fijó para el 1.º de Agosto la fecha en que los productores mismos debían presentar sus cuadros de producción; para el 1.º de Septiembre la fecha en que debía comenzar a regir la nueva ley; en dos soles sesenta y cinco centavos el precio del artículo en los tres primeros meses, y tres soles en el segundo trimestre, reservándose el Gobierno el derecho de anunciar con 60 días de anticipación el precio que debía regir en los meses posteriores: la cuota que deberían pagar los productores que quisieran exportar directamente, fue quince centavos en el primer trimestre, cincuenta en el segundo y en lo sucesivo un aumento proporcional al precio que se fijase. El doble fin que la ley del Estanco se proponía era, como he dicho, crear una renta para el Estado y hacer efectivo en el orden comercial el monopolio que la naturaleza ha dado al Perú en el nitrato de soda.

Desgraciadamente, la opinión pública ha juzgado las cosas de distinto modo, y la mayoría del país se ha pronunciado abiertamente contra el estanco, apoyando así a los grandes productores del salitre, cuya buena disposición era necesaria para llevarla a la práctica, pues ella es irrealizable por medio de la violencia.

Los pequeños productores de dicho artículo han ansiado todos por el establecimiento del Estanco, pues teniendo limitada su producción a reducidas proporciones, sólo aspiraban a disfrutar de un buen precio. Los grandes productores se han opuesto sin excepción, porque han levantado en Tarapacá vastos establecimientos con la esperanza de una gran producción. Igual hostilidad han opuesto los habilitadores, quienes encuentran su beneficio en la repetición de las operaciones.

Semejantes resistencias han dado por resultado que los jurados nombrados para determinar la producción en cada oficina, no hayan hecho la determinación, y que, por consiguiente, —396→ no se haya podido pagar el precio de dos soles cuarenta centavos que se había señalado, quedando únicamente del decreto de Julio la cuota de quince centavos que él establecía para los que quisieran exportar libremente el salitre.

No me detendré en demostrar que es infundada la aseveración de que la ruina de muchos productores de salitre proviene del Estanco. Si no fuera suficiente para manifestar lo contrario el hecho de que éste ha ocasionado el alza en el precio del salitre, sin limitar su producción, bastaría recordar que el Estanco no se ha establecido.

Si él hubiera debido causar el abatimiento de la industria, es claro que desde el momento en que se hubiera abandonado la idea de llevarlo a cabo, debería haber comenzado la prosperidad de aquélla. Desgraciadamente ha sucedido todo lo contrario; porque, como he dicho, mientras se habló del Estanco, los productores vendían a buenos precios; desde que cesó el temor de que se estableciera, los precios se abatieron hasta llegar a su menor expresión, y muchos salitreros se han visto obligados a cerrar sus oficinas, por no convenirles producir el artículo a tan ínfimo precio.

El resumen de la situación de este grave asunto que debe ocupar preferentemente la atención del Congreso, es pues el siguiente: el productor de Tarapacá se arruina, porque no puede producir al precio actual; el Gobierno del Perú baja el precio de su guano para poderlo expender, y los compradores europeos son los que reportan la ventaja sobre el guano y sobre el salitre.

Si queréis, señores, reducir a números estos resultados, bastará que fijéis vuestra atención en que una libra esterlina de menos en el precio del guano le cuesta al fisco 400,000 al año, y en que una disminución de cuatro libras esterlinas en el precio de la tonelada de salitre, hace perder a la nación £ 800,000 anualmente.

Tal es el balance de los resultados que la situación actual arroja en contra del país y a favor de la agricultura europea.

Vosotros resolveréis lo que vuestra ilustración os sugiera en esta cuestión.


Las leyes relativas al Estanco y el decreto consiguiente a su cumplimiento son éstos:

El Congreso de la República Peruana

Ha dado la ley siguiente:

Art. 1.º- Se estanca el salitre en la República.

Art. 2.º- El Estado pagará al contado y en dinero efectivo dos soles cuarenta centavos por cada quintal de salitre, —397→ o nitrato de soda, cuya ley no baje del 95 por ciento, puesto al costado de la lancha en Iquique, o en cualquiera de los puertos o caletas habilitadas de la provincia de Tarapacá. Si consiguiese vender a razón de más de tres soles diez centavos el quintal, aumentará con la mitad del exceso el precio de dos soles cuarenta centavos.

Art. 3.º- El Ejecutivo, tomando por base la cantidad de salitre producido en 1872 y la producción o facultades de las oficinas en ejercicio, y de aquellas cuyo establecimiento ya ha ocasionado desembolsos, hará los arreglos convenientes para la plantificación del estanco y venta del salitre.

Art. 4.º- Se prohíbe en toda la República.

1.º La adjudicación de terrenos salitreros.

2.º La exportación de la tierra de que se extrae el salitre (caliche).

3.º La exportación del salitre que no haya sido comprado al Estado, y caerá en comiso el que intente exportar contra esta prohibición.

Art. 5.º- El Ejecutivo no podrá hacer ninguna operación que comprometa por más de dos años los intereses salitreros, y dará cuenta al próximo Congreso ordinario del resultado del estanco. Todo contrato, cualquiera que sea su naturaleza y forma, que, en este orden, obligue al Estado por más tiempo, es nulo y no producirá efecto alguno legal.

Artículo transitorio.- Esta ley comenzará a surtir sus efectos dos meses después de su promulgación, quedando sujeta a ella todo el salitre que desde esa fecha se embarque en los puertos de la República.

Comuníquese el Poder Ejecutivo para que disponga lo necesario a su cumplimiento.

Dado en la sala de sesiones del Congreso en Lima a 17 de enero de 1873.- MANUEL F. BENAVIDES, Presidente del Senado.- TOMÁS GADEA, 2.º Vicepresidente de la Cámara de Diputados.- Félix Manzanares, Senador Secretario.- Bartolomé Ruiz, Diputado Secretario.

Por tanto: mando se imprima, publique y circule y se le dé el debido cumplimiento.

Dado en la casa de Gobierno, en Lima, a los 18 días del mes de enero de 1873.

M. PARDO.

José María de la Jara.

—398→

El Congreso de la República Peruana

Considerando:

Que el estanco del salitre requiere algún tiempo para su establecimiento y para su término en el caso de que fuese conveniente suspenderlo.

Ha dado la ley siguiente:

Art. 1.º Se autoriza al Poder Ejecutivo para que señale, con cuarenta y cinco días de anticipación, a lo menos, la fecha en que comenzará a surtir sus efectos la ley de 18 de Enero del presente año, relativa al establecimiento del estanco del salitre; dicha fecha no podrá ser posterior a la de 1.º de Septiembre próximo.

Art. 2.º Si fuese necesario abolir el estanco del salitre, la ley de 18 de Enero citada en el artículo precedente continuará sin embargo surtiendo sus efectos hasta después de nueve meses contados desde la fecha en que el Congreso la derogue.

Comuníquese al Poder Ejecutivo para que disponga lo necesario a su cumplimiento.

Dada en la Sala de Sesiones del Congreso.- Lima, a 22 de Abril de 1873.- MANUEL F. BENAVIDES, Presidente del Senado.- J. SIMEÓN TEJEDA, Presidente de la Cámara de Diputados.- Félix Manzanares, Secretario del Senado.- José María Gonzales, Diputado Secretario.

Dado en la Casa de Gobierno, en Lima, a los veintitrés días del mes de Abril de mil ochocientos setenta y tres.- MANUEL PARDO.- José María de la Jara.

En cumplimiento de las leyes de 21 de Enero y de 23 de Abril de este año.

Decreto:

Art. 1.º El día 1.º de Septiembre próximo empezará a surtir sus efectos el estanco del salitre.

2.º Desde el mencionado día la Administración del Estanco pagará por cada quintal neto de salitre ensacado puesto al costado de la lancha en Iquique, Pisagua, Mejillones, Junín, Patillos o Molle dos soles cuarenta centavos, si su ley, comprobada por ensaye, fuese de 95 %.

Art. 3.º Si la ley fuere menor de 95 % el precio de dos soles cuarenta centavos se reducirá en las proporciones siguientes:

—399→

En 1 % si la ley baja a 94 %.

En 4 % si la ley baja a 93 %.

En 8 %o si la ley baja a 92 %.

En 13 % si la ley baja a 91 %.

En 19 % si la ley baja a 90 %.

Por las fracciones intermedias se hará el abono proporcional. No se recibirá el salitre cuya ley baje de 90 %, ni el que tenga 6 o más por ciento de humedad.

Art. 4.º Si la ley alcanzase al 96 %, la Administración del Estanco abonará 2 soles 47 1/2 centavos por quintal. Si la ley fuere mayor de 96 % y el salitre no contuviere más de 1 % de sal, el Estanco abonará dos soles cincuenta y cinco centavos por quintal.

Art. 5.º Se fija en 4.500,000 quintales la cantidad de salitre que el Estanco comprará durante el año que trascurra desde el 1.º de Septiembre de 1873 a 31 de Agosto de 1874.

Art. 6.º Para fijar la proporción que corresponda a cada productor en la cantidad total de salitre que el Estanco compre anualmente, el Prefecto de Tarapacá nombrará una comisión compuesta de 5 productores, la cual formará y presentará en el término de 20 días después de su nombramiento una razón de las facultades productoras de cada oficina, y fijará el tanto por ciento que en consecuencia toque a cada uno de los productores en la cantidad que el Estanco compre anualmente. La comisión tomará de los mismos productores todos los datos que éstos quieran comunicarle y especificará en su dictamen cuáles se hayan negado a suministrarlos. Publicado inmediatamente el dictamen de esta comisión, los productores que se creyeren agraviados interpondrán sus reclamos ante otra comisión, compuesta de 5 productores, la cual formará y presenta la aduana de Iquique y de una persona que entrambos elijan. Esta segunda comisión fallará en todas las reclamaciones de un modo decisivo.

Art. 7.º Si las personas nombradas por el Prefecto de Tarapacá para formar la primera comisión no aceptasen el cargo o dejasen de cumplirlo oportunamente, el Prefecto fijará de oficio y definitivamente las proporciones respectivas de todos los productores.

Art. 8.º Mientras algunos productores, por no haber acabado de plantificar sus máquinas, no puedan llenar su cuota con salitre elaborado en sus respectivas oficinas, los demás tendrán derecho de entregar el déficit, de modo que el Estanco compre siempre 375,000 quintales en cada mes.

Art. 9.º Durante los seis primeros meses, no recibirá el Estanco más de 375,000 quintales en cada mes; después del primer —400→ semestre se le podrán entregar más o menos de 375,000 quintales en cada mes, pero de modo que las entregas totales no excedan de 4.500,000 quintales al año.

Art. 10.º El precio de venta del salitre que venda el Estanco en el primer trimestre, es decir, durante los meses de Septiembre, Octubre y Noviembre próximos, será de dos soles 65 centavos por cada quintal neto de 95 % de ley; y en proporción el de otras leyes, esto es, con un recargo de 25 centavos de sol sobre el precio en que se compra. En el segundo trimestre el recargo será de 35 centavos sobre dicho precio. El precio que haya de regir para las ventas del Estanco después del segundo trimestre se anunciará al público con sesenta días al menos, de anticipación, y en todo caso será superior al señalado para el segundo trimestre.

Art. 11.º Los productores podrán exportar o hacer exportar la cantidad de salitre que les corresponda, sin entregarlo al Estanco; pero en este caso le pagarán la diferencia entre dos soles cuarenta centavos y los precios fijados para las ventas del Estanco, con deducción de diez centavos por quintal, es decir quince centavos de diferencia en el primer trimestre, y veinticinco en el segundo. Esta exportación se hará bajo la inspección de la Administración del Estanco. Los productores que quieran hacer uso de este derecho, lo pondrán en conocimiento del Estanco el 15 de Agosto para lo que entreguen en Septiembre, el 15 de Septiembre para las entregas de Octubre y así sucesivamente.

Los productores que no diesen oportunamente este aviso, quedarán obligados a entregar al Estanco el salitre de sus cuotas correspondientes al mes a que debió referirse el aviso.

Art 12.º Los buques que estén cargando salitre el 31 de Agosto próximo, podrán completar su carga en los días siguientes, pagándose por quien corresponda, sobre cada quintal que se embarque desde el 1.º de Septiembre, los quince centavos de sol de que habla el artículo 11 y sin que esté sujeto a los efectos del Estanco el salitre puesto a bordo antes de dicha fecha.

El Ministro de Estado en el Despacho de Hacienda y Comercio queda encargado del cumplimiento de este decreto.

Dado en la Casa de Gobierno, en Lima, a doce de Julio de mil ochocientos setenta y tres.

MANUEL PARDO.

José María de la Jara.


Habiéndose negado los salitreros a cumplir las disposiciones de la ley del Estanco en la parte relativa a las ventas —401→ al Gobierno, exportaron libremente sus productos, acogiéndose a la facultad que se les dio de pagar 15 centavos de impuesto por cada quintal que por su cuenta enviaran al extranjero. Fracasado el Estanco e iniciada la ruina de los productores pobres por causa de la ingerencia fiscal, fuele necesario al Gobierno buscar medios adecuados y eficaces para el propósito monopolizador que perseguía. Como es natural, la Administración quiso ver en la conducta de los salitreros la causa de las dificultades que encontró en Tarapacá, y éstos, a su vez, con más razón que el Gobierno, devolvieron el cargo en artículos que fueron publicados en la prensa de oposición. El estanco resultó irrealizable porque la baja del artículo en Europa era fatal para el Estado y favorable para el productor, sucediendo todo lo contrario en los momentos de alza. Además, se necesitaban cuatro millones de soles para atender al negocio, y el Gobierno para invertirlo en operaciones de salitre no tenía ni cuatro centavos.

La misma competencia que hoy el sintético hace al salitre, en 1874 hacía al guano el nitrato de soda. Concurriendo uno y otro por similitud de cualidades al mismo objeto, que era y sigue siendo el abono de los terrenos, se vio por esos años que el consumo del Mundo no era suficiente para que los dos tuvieran mercado.

«Si no vendemos guano en cantidad suficiente -decía el portavoz del Gobierno, o sea La Opinión Nacional-, la irregularidad de los pagos de la deuda externa tiene que sobrevenir... Es preciso, pues, sostener la abundancia de los consumos del guano, lo que no se puede conseguir mientras no se cierren las válvulas de la industria salitrera».

Este propósito exclusivista y atentatorio contra la libertad de la industria, encontró oposición en el país. Fueron proféticos los pronósticos de El Comercio, que van a continuación, —402→ los que, hechos en 1875, se han realizado hoy al pie de la letra:

No podemos -decía El Comercio, diario también gobiernista-, llevar adelante la protección del guano hasta el abaratamiento y la ruina de la industria salitrera, abaratamiento y ruina que serían la consecuencia de un impuesto oneroso.

Del análisis imparcial de todas las observaciones resulta que el salitre peruano no es el único competidor de la riqueza guanera y que los abonos europeos entran en una proporción no despreciable... El guano y el salitre pertenecen a un mismo país, y por más que se les mire en antagonismo, tienen que asumir al fin y al cabo una actitud de acomodamiento y que colocarse en el consumo de la existencia económica... El peligro no está en el presente sino en el porvenir... y ese peligro no es sólo para el guano sino también para el salitre que han menester ponerse en actitud de defensa contra otras producciones idénticas que se harán muy abundantes. ¿Se pone remedio al daño emergente creando competencia entre el guano y el salitre?... Más tarde o más temprano el guano y el salitre tienen que vivir en paz y en alianza perfecta, y lo que es más, tienen que luchar reunidos contra los abonos extranjeros que les han de hacer la guerra».


Fue la cuestión salitre la más importante y delicada de cuantas tuvo que resolver el Estado. En su triple aspecto económico, financiero y político absorbió la mayor parte de la actividad administrativa del primer gobierno civil. Corolarios emergentes de ella, diéronle un carácter complejo y muy lleno de dificultades. Y no pudo ser de otro modo, desde que se intentó al querer buscarle solución, conciliar el interés particular con el interés del Fisco, lucha de la que surgieron resistencias más o menos autorizadas y legítimas en su fondo y en sus manifestaciones.

Si mirado el problema en su aspecto económico, afectó la vitalidad nacional en sus importantes ramos de producción y comercio, analizado en el terreno financiero, se vio que el salitre estaba íntimamente vinculado a la riqueza fiscal, al porvenir del Erario, a la estabilidad del crédito público, y aun a lo que no llegó a verse: a la paz y a la integridad —403→ de la República. Como cuestión política tuvo doble aspecto, y si la dirección que se le dio, en lo interno levantó parcialidades adversas al régimen reinante, en lo externo provocó protestas chilenas que llegaron hasta la amenaza, y que, según lo dice Luis Esteves en su Historia económica del Perú, obligaron a Pardo a situar en Iquique los monitores Manco Cápac y Atahualpa.

Dos congresos ocupáronse del salitre con calor y detenimiento. Las pasiones y los intereses locales tuvieron allí también sitio, y dieron a la discusión un carácter político y una lucha promovida por el odio, que esa discusión no debió haber tenido. Largos y empeñosos fueron los debates. Necesitó el problema salitrero un estudio especial, paciente, tranquilo, y un conocimiento muy particularizado de numerosos pormenores, ninguno de los cuales fue conocido por los legisladores. Esto en su conjunto y la furia monopolizadora del Gobierno originaron la ley de 20 de Marzo de 1875, ley que fue económicamente innecesaria, como lo probó la administración chilena años después, en los tiempos que siguieron a la conquista de Tarapacá. Ella está concebida en estos términos:

El Congreso de la República Peruana

Ha dado la ley siguiente:

Art. 1.º Se derogan las leyes de 18 de enero y 23 de abril de 1873, que establecieron el estanco del salitre, y los supremos decretos expedidos para su ejecución.

Art. 2.º Queda prohibida la adjudicación de terrenos salitrales.

Art. 3.º Se autoriza al Poder Ejecutivo, para adquirir los terrenos y establecimientos salitrales de la provincia de Tarapacá, adoptando con ese objeto las medidas legales que juzgue necesarias. Se le autoriza igualmente para celebrar los contratos convenientes para la elaboración y venta de salitre.

Art. 4.º El Poder Ejecutivo contratará, con garantía de los establecimientos que compre y de los demás terrenos salitrales —404→ pertenecientes al Estado, en la provincia de Tarapacá, un empréstito que no exceda de siete millones de libras esterlinas, que se aplicarán en esta forma: hasta cuatro millones de libras esterlinas, para hacer efectivas las disposiciones de esta ley, y hasta tres millones de libras esterlinas, para concluir los trabajos de los ferrocarriles contratados con el Gobierno y atender a las necesidades generales del Estado.

Art. 5.º Mientras el Poder Ejecutivo pueda dar cumplimiento a lo dispuesto en los artículos anteriores, se establece un impuesto sobre cada quintal de salitre que se exporte por los puertos de la República, que no bajará de quince centavos de sol, ni excederá de sesenta, a juicio de aquél.

Art. 6.º El Poder Ejecutivo dará cuenta al próximo Congreso ordinario, de todas las operaciones que practique en cumplimiento de esta ley.

Comuníquese al Poder Ejecutivo para que disponga lo necesario a su cumplimiento.- Dada en la sala de sesiones del Congreso, en Lima, a 28 de mayo de 1875.- FRANCISCO DE P. MUÑOZ, Presidente del Senado.- FRANCISCO FLORES CHINARRO, Vicepresidente de la Cámara de Diputados.- Benigno A. de la Torre, Secretario del Senado.- Emilio A. del Solar, Secretario de la Cámara de Diputados.

Al Excmo. señor Presidente de la República.

Por tanto: mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento.- Dado en la casa de Gobierno, en Lima, a los veintiocho días del mes de mayo de mil ochocientos setenta y Cinco.- MANUEL PARDO.- Juan Ignacio Elguera.


Haciendo un paréntesis y en el deseo de buscar la opinión ajena que corrobore la nuestra, reproducimos los conceptos que fueron emitidos en Abril de 1875 por el ministro argentino en Lima, Domínguez, en un informe privado dado a su gobierno. Hablando del guano y del salitre, y de lo que era la psicología nacional en lo referente al estrecho espíritu monopolizador que existía, dijo:

Entonces el Gobierno propone: o estancar también el salitre o gravarlo con un impuesto que dé al Estado rentas suficientes para compensar lo que la competencia hace perder al guano, o que no pudiendo ser exportado por la industria salitrera, deje solo en el mercado al guano.

—405→

De este modo, por un encadenamiento lógico, el monopolio oficial tiene que buscar su defensa en el monopolio.

Ésta es la herencia de la política económica de España en el Perú; ésta es la causa primera de las dificultades en que se ve envuelto, y de la relativa lentitud de sus progresos comparados con los de otras repúblicas americanas, con quienes podía competir con ventaja por la abundancia de sus fuentes de riqueza.

La política del monopolio, dominante durante la época colonial, ha quedado radicada en sus costumbres y ha sido continuada por las leyes del Perú. La industria está protegida contra los productos similares extranjeros por las tarifas aduaneras; el guano está monopolizado por el gobierno; el alumbrado a gas es un privilegio, el camal o matadero es otro privilegio; el muelle dársena será otro; casi todos los ferrocarriles son del Estado; la mayor parte de las fincas de Lima son de manos muertas, o han pasado a una institución vecinal que las administra para fines de beneficencia y caridad.

Por este sistema el Estado se ha sustituido en gran parte de las industrias productivas a los particulares; y por esto con mucha razón decía un diputado hablando sobre la administración del guano: «El Perú es una gran casa de comercio».

El Estado negociante, es natural que emplee todo su poder para no tener rivales, y que aspire a suprimirlos si aparecen. Se presenta un nuevo venero de riquezas, en el salitre; el Estado se levanta y dice: no quiero que haya salitre, porque perjudica al guano.

Es el mismo sistema que arruinó al Paraguay bajo el gobierno de López. Tenía aquél país dos ricos productos exportables: la yerba mate y la madera; el gobierno los monopolizó. El Estado era rico, sus agentes comerciales hacían fortunas fabulosas; pero la nación estaba hundida en la abyección y la pobreza. Felizmente aquí no se lleva tan lejos el principio de los estancos.

Lo peor es que la cuestión en el Perú aparece todavía insoluble. Si el Estado acepta la libre competencia del salitre, no sólo no tendrá el sobrante del guano que espera, sino que tal vez no alcance el que pueda venderse para cubrir las obligaciones a que está especialmente afecto. Si no la acepta, la crisis comercial adquiere proporciones mayores por la ruina de los que han empleado fuertes capitales en la fabricación del salitre.

Los depósitos de guano examinados últimamente contienen una cantidad que se calcula en 10 millones de toneladas. El salitre, por supuesto, es inagotable.


—406→

El Gobierno, en uso de las atribuciones que le fueron concedidas, exigió a los dueños de las oficinas salitreras datos minuciosos sobre la elaboración y producción, y conjuntamente con esta orden envió a los ingenieros Felipe Arancibia y Francisco Paz Soldán, en su propósito de valorar las propiedades que estaban en venta.

Los pormenores de la valuación fueron los siguientes:

33oficinasdemáquinaen actual producción,valor$11.880,000
11"""paralizadas entonces,""2.065,000
7"""noarmadas,""1.320,000
2"""""""180,000
1"""""""40,000
55""paradas cuyos dueños aceptan el precio de tasación"1.104,000
33""paradas cuyos dueños no han aceptado el precio de tasación"688,422
____________
Total$17.277,422

Hasta el 7 de Junio de 1876 el Gobierno sólo pudo adquirir treinta y siete oficinas, por un valor de $ 12.049,000, suma que fue concelada con certificados salitreros emitidos para ser pagados a dos años de plazo en libras sobre Londres a 44 peniques y a ocho por ciento de interés.

Habiéndose dejado a los salitreros en libertad de vender sus propiedades al Estado, o de continuar con el uso de ellas sometiéndose al pago del impuesto, el monopolio del salitre no tuvo el carácter absoluto que se intentó darle. No solamente quedó en pie la competencia que le hicieron los productores y exportadores independientes, sino también la posible rivalidad del similar chileno y del boliviano. Por lo que respecta al salitre de Tarapacá, y en la imposibilidad de legislar sobre el de Antofagasta, se hizo todo lo posible por someterlo en su totalidad a la ley de expropiación. Para conseguirlo, tres veces fueron alteradas las tasas del impuesto, lo que se realizó así:

—407→
1.º de Septiembre de 1873 a 29 de Mayo de 1875$0.15quintal
29 de Mayo de 1875 a 14 de Diciembre de 1875"0.30"
14 de Diciembre de 1875 a 8 de Junio de 1876"0.60"
8 de Junio de 1876"1.25"

Para la administración, elaboración, consignación y venta del salitre, como también para la recaudación de los derechos de exportación, aplicación de productos y pago de los intereses de los Certificados salitreros, celebró el Gobierno un contrato con la delegación de los Bancos asociados (Nacional, Providencia, Perú y Lima). Este contrato fue transferido después al Banco de la Providencia, el que constituyó la Compañía Salitrera del Perú. Tanto el contrato como la transferencia tuvieron su origen en el fracaso que sufrió el Gobierno en Europa, donde su comisionado, Carlos Pividal, no pudo colocar con la garantía del salitre el empréstito de 7.000,000 de libras esterlinas. Declaráronle los banqueros Rothschild, Baring Brothers y Morgan, que siendo pésimo el crédito del Perú y hallándose su deuda externa al 15 por ciento de su valor, era imposible encontrar un sindicato que lanzara el nuevo empréstito.