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Siglo XIX

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Bartolomé José Gallardo




Los confites de Cupido277


   Si vas, niño hermoso,
con ala veloz,
y al dueño adorado
de mi corazón,
pintando el tormento
que en mi pecho siento,
haces que palpite:
te doy un confite278.

   Dile que en su ausencia
mi vida es penar,
y que sin su cielo
no faltan jamás
ni a mi pecho enojos,
ni llanto a mis ojos.
Si esto le repites:
te doy dos confites.

   Si de la madeja,
envidia de Ofir279,
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desatas travieso
el lazo gentil,
y de la que adoro
traes dos hebras de oro
(aunque se las quites):
te doy tres confites.

   Como de sus ojos,
cual brilla al albor
llanto de la aurora
en naciente flor,
cogiendo una perla,
que pueda yo verla,
me la facilites:
te doy seis confites.

   Deja arco y flechas;
yo te los tendré;
corre, ve volando
a mi dulce bien;
y si este suspiro,
que del alma espiro,
a su alma trasmites:
te doy diez confites.

   Luego otro en retorno
logra conseguir
de su hermoso labio
de ardiente rubí.
Logra lo que pido,
y te doy, Cupido,
cuanto solicites,
y... para confites.



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Manuel Bretón de los Herreros


Marcela o ¿cuál de los tres?280

MARCELA
¡Oh, qué preciosa canción!
(¿Seré yo esta Laura bella281?)
DON AMADEO
Si hay algún mérito en ella,
es todo del corazón.
MARCELA
No se llame sin ventura
quien maneja así la lira,
ni la belleza que inspira
tanto amor, tanta ternura.
DON AMADEO
¡Ah! Si...
MARCELA
Nombre imaginario
Laura sin duda será,
que los poetas allá
tienen otro calendario.
Y la razón es muy llana:
¿quién en los versos tolera
a una Blasa o Baldomera,
Jerónima o Sinforiana?
¿Y tanta es la perfección
de esa Laura? ¿Ha sido fiel
el poético pincel?
¿No ha habido exageración?
DON AMADEO

 (Con entusiasmo.) 

Es de las gracias modelo,
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la formaron los amores,
sus ojos encantadores
robaron la luz al cielo,
flores nace donde pisa...
MARCELA

 (Remedándolo.) 

Su dulce voz enajena,
y las almas encadena
con su hechicera sonrisa;
su boca es fragante rosa
de Chipre... o de Jericó.
¿Piensa usted que no sé yo
cómo se pinta a una hermosa?
DON AMADEO
(Se burla. No me declaro.)
MARCELA
(¿Tendrá Juliana razón?)
Pero, ¿quién en conclusión
es ese portento raro?
DON AMADEO
No seré yo quien le nombre.
MARCELA
¿Es delito por ventura
el adorarla?
DON AMADEO
Es locura.
MARCELA
¡Locura! ¿Eso dice un hombre?
¿Es de áspera condición?
DON AMADEO
No, que su agrado enamora.
MARCELA
¿Es casada?
DON AMADEO
No, señora.
Más honesta es mi pasión.
MARCELA
(Yo de mi duda saldré.)
¿Es amiga mía?
DON AMADEO
Sí.
MARCELA
¿Vive muy lejos de aquí?
DON AMADEO
No.
MARCELA
¿Quiere a otro?
DON AMADEO
No sé.
MARCELA
Hoy la habrá usted visto.
DON AMADEO
Ya.
MARCELA
¿Puso mala cara?
DON AMADEO
No.
MARCELA
¿Le ha dado a usted celos?
DON AMADEO
¡Oh!
MARCELA
¿Le ha hecho a usted preguntas?
DON AMADEO
¡Ah!
  -137-  
MARCELA
¡Qué lacónico es usted!
Vaya, tome su canción,
y a la primera ocasión...
DON AMADEO
¡Ah!, ya es inútil.
MARCELA
¿Por qué?
DON AMADEO
Porque su rigor me hiela.
MARCELA
Cualquiera de esto se halaga,
y si tanto amor no paga,
   lo agradecerá...
DON AMADEO
¡Marcela!
MARCELA
Tome usted sus versos.
DON AMADEO
¡Oh!
MARCELA
¡Dale con tanto gemir!
Acabe usted de decir
que soy esa Laura yo.
DON AMADEO

 (Turbado.) 

¡Ah! sí... Mi... La...
MARCELA

 (Riéndose.) 

Sí... Mi... La...
¿Me enseña usted el solfeo?
DON AMADEO
(Perdido soy, bien lo veo.)
MARCELA
(Lástima y risa me da.)
Vaya, hable usted con franqueza,
monosílabo señor.
¿Soy yo causa de su amor?
DON AMADEO
¡Oh, desventura!, ¡oh, flaqueza!
MARCELA
De nada me maravillo;
y...
DON AMADEO
¡Dura fuerza del hado!
MARCELA
Vaya, hable usted o me enfado.
DON AMADEO
¡Ay, Marcela!
MARCELA
¡Ay, tabardillo!
DON AMADEO
¿Conque al fin he de romper
mi silencio?
MARCELA
Sí; ya es hora.
DON AMADEO
Pues la que mi pecho adora...
MARCELA
Ya no lo quiero saber.



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Mariano José de Larra


El castellano viejo282

A todo esto, el niño que a mi izquierda tenía hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate, y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha había tenido la precaución de ir dejando en el mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las aves que había roído; el convidado de enfrente, que se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo: fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los ningunos conocimientos anatómicos del victimario, jamás aparecieron las coyunturas. «Este capón no tiene coyunturas», exclamaba el infeliz sudando y forcejeando más como quien cava que como quien trincha. ¡Cosa más rara! En una de las embestidas resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y el capón, violentamente despedido, pareció querer tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de un gallinero.

El susto fue general y la alarma llegó a su colmo cuando un surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a inundar mi limpísima camisa: levántase rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de cazar el ave prófuga y, al precipitarse sobre ella, una botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo, abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante caño de Valdepeñas sobre el capón y el mantel; corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se ingiere283 por debajo de él una servilleta, y una eminencia se levanta sobre el teatro de tantas ruinas. Una criada toda azorada retira el capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace una pequeña inclinación,   -139-   y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la criada no conocen término; retírase atolondrada sin acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado que traía una docena de platos limpios y una salvilla284 con las copas para los vinos generosos, y toda aquella máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo y confusión. «¡Por San Pedro!», exclama dando una voz Braulio, difundida ya sobre sus facciones una palidez mortal, al paso que brota fuego el rostro de su esposa. «Pero sigamos, señores, no ha sido nada», añade volviendo en sí.

[...]

¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí, las hay para mí ¡infeliz! Doña Juana, la de los dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su chimenea; por fin, ¡oh última de las desgracias!, crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces, piden versos y décimas y no hay más poeta que Fígaro.

-Es preciso.

-Tiene usted que decir algo -claman todos.

-Désele pie forzado285, que diga una copla a cada uno.

-Yo le daré el pie: A don Braulio en este día.

-Señores, ¡por Dios!

-No hay remedio.

-En mi vida he improvisado.

-No se haga usted el chiquito.

-Me marcharé.

-Cerrad la puerta.

-No se sale de aquí sin decir algo.

Y digo versos por fin, y vomito disparates, y los celebran, y crece la bulla y el humo y el infierno.

A Dios gracias, logro escaparme de aquel nuevo Pandemonio286. Por fin, ya respiro el aire fresco y desembarazado de la calle; ya no hay necios, ya no hay castellanos viejos a mi alrededor.





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Ramón de Mesonero Romanos


El romanticismo y los románticos287

En busca de sublimes inspiraciones y con el objeto, sin duda, de formar su carácter tétrico y sepulcral, mi sobrino recorrió día y noche los cementerios y escuelas anatómicas; trabó amistosa relación con los enterradores y fisiólogos; aprendió el lenguaje de los búhos y de las lechuzas; encaramose a las peñas escarpadas y se perdió en la espesura de los bosques; interrogó a las ruinas de los monasterios y de las ventas (que él tomaba por góticos castillos); examinó la ponzoñosa virtud de las plantas, e hizo experiencia en algunos animales del filo de su cuchilla y de los convulsos movimientos de la muerte. Trocó los libros que yo le recomendaba, los Cervantes, los Solís, los Quevedos, los Saavedra, los Moretos, Meléndez y Moratines, por los Hugos y Dumas, los Balzacs, los Sands y Souliés...

Fuertemente pertrechado con toda esta diabólica erudición se creyó ya en estado de dejar correr su pluma, y rasguñó unas cuantas docenas de fragmentos en prosa poética, y concluyó algunos cuentos en verso prosaico; y todos empezaban con puntos suspensivos y concluían en ¡maldición!; y unos y otros estaban atestados de figuras de capuz, y de siniestros bultos, y de hombres gigantes, y de sonrisa infernal, y de almenas altísimas, y de profundos fosos, y de buitres carnívoros, y de copas fatales, y de ensueños fatídicos, y de velos transparentes, y de aceradas mallas, y de briosos corceles, y de flores amarillas, y de fúnebre cruz. Generalmente, todas estas composiciones fugitivas solían llevar sus títulos tan incomprensibles y vagos como ellas mismas; v. g.288: ¡¡¡Qué será!!!, ¡¡¡No!!!, ¡¡¡Más allá...!!!, Puede ser, ¿Cuándo?, ¡Acaso!, ¡Oremus!

Esto en cuanto a la forma de sus composiciones; en cuanto al fondo de sus pensamientos, no sé qué decir, sino que unas veces me parecía mi sobrino un   -141-   gran poeta, y otras un loco de atar; en algunas ocasiones me estremecía al oírle cantar el suicidio o discurrir dudosamente sobre la inmortalidad del alma; y otras teníale por un santo, pintando la celestial sonrisa de los ángeles o haciendo tiernos apóstrofes a la Madre de Dios. Yo no sé a punto fijo qué pensaba él sobre esto, pero creo que lo más seguro es que no pensaba nada, ni él mismo entendía lo que quería decir...

Convencido de que para llegar al templo de la inmortalidad -partiendo de Madrid- es cosa indispensable el pasarse por la calle del Príncipe, quiero decir, el componer una obra para el teatro, he aquí la razón por la que reunió todas sus fuerzas intelectuales; llamó a concurso su fatídica estrella, sus recuerdos, sus lecturas; evocó las sombras de los muertos para preguntarles sobre diferentes puntos; martirizó las historias, y tragó el polvo de los archivos, interpeló a su calenturienta musa, colocándose con ella en la región aérea donde se forman las románticas tormentas; y mirando desde aquella altura esta sociedad terrena, reducida por la distancia a una pequeñez microscópica, aplicado al ojo izquierdo el catalejo romántico, que todo lo abulta, que todo lo descompone, inflamose al fin su fosfórica fantasía, y compuso un drama... Ni la suerte ni mi sobrino me han hecho poseedor de aquel tesoro, y únicamente la memoria, depositaria infiel de secretos, ha conservado en mi imaginación el título y personajes del drama. Helos aquí:

¡¡¡ELLA!!!... y ¡¡¡ÉL!!!
DRAMA ROMÁNTICO Y NATURAL

emblemático, sublime, anónimo, sinónimo, tétrico y espasmódico, ORIGINAL, EN DIFERENTES PROSAS Y VERSOS, EN SEIS ACTOS Y CATORCE CUADROS... Siglos IV y V.- La escena pasa en Europa y dura cien años.

INTERLOCUTORES

La mujer (todas las mujeres, toda la mujer).- El marido (todos los maridos).- Un hombre salvaje.- El Dux de Venecia.- El tirano de Siracusa.- El doncel.- La Archiduquesa de Austria.- Un espía.- Un favorito.- Un verdugo.- Un boticario.- La cuádruple alianza.- El sereno del barrio.- Coro de monjas carmelitas.- Coro de padres agonizantes.- Un hombre del pueblo.- Un pueblo de hombres.- Un espectro que habla.- Otro ídem que agarra.- Un mandadero de la Paz y Caridad.- Un judío.- Cuatro enterradores.- Músicos y danzantes.- Comparsas de tropa, brujas, gitanos, frailes y gente ordinaria.

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Los títulos de las jornadas -porque cada una llevaba el suyo a manera de código- eran, si mal no me acuerdo, los siguientes: 1.º Un crimen.- 2.º El veneno.- 3.º Ya es tarde.- 4.º El panteón.- 5.º ¡Ella!.- 6.º ¡Él!; y las decoraciones eran las seis obligadas en todos los dramas románticos, a saber: Salón de baile; Bosque; La Capilla; Un subterráneo; La alcoba y El cementerio.

Con tan buenos elementos confeccionó mi sobrino su admirable composición, en términos que, si yo recordara una sola escena para estamparla aquí, peligraba el sistema nervioso de mis lectores; conque así no hay sino dejarlo en tal punto y aguardar a que llegue el día en que la fama nos las transmita en toda su integridad, día que él retardaba, aguardando a que las masas (las masas somos nosotros) se hallen (o nos hallemos) en el caso de digerir esta comida que él modestamente llamaba un poco fuerte.





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Francisco Martínez de la Rosa


Epitafios burlescos289


Aquí jaz o muy ilustre
senhor Joao Mozinho Souza
Carvalho Silva de Andrada...
Sobra nombre, o falta losa.


Aquí enterraron de balde
por no hallarle una peseta...
-No sigas, era poeta.


Yace aquí un mal matrimonio,
dos cuñados, suegra y yerno...
No falta sino el demonio
para estar junto el infierno.


Don Juan de Az...pei...ti...gu...rrea...
-Para el diablo que te lea.


Aquí yace una viuda
que murió de pena aguda,
apenas hubo perdido
a su séptimo marido.


¡Cuñados en paz y juntos!...
No hay duda que están difuntos.





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