A
todo esto, el niño que a mi izquierda tenía
hacía saltar las aceitunas a un plato de magras con tomate,
y una vino a parar a uno de mis ojos, que no volvió a ver
claro en todo el día; y el señor gordo de mi derecha
había tenido la precaución de ir dejando en el
mantel, al lado de mi pan, los huesos de las suyas, y los de las
aves que había roído; el convidado de enfrente, que
se preciaba de trinchador, se había encargado de hacer la
autopsia de un capón, o sea gallo, que esto nunca se supo:
fuese por la edad avanzada de la víctima, fuese por los
ningunos conocimientos anatómicos del victimario,
jamás aparecieron las coyunturas. «Este capón
no tiene coyunturas», exclamaba el infeliz sudando y
forcejeando más como quien cava que como quien trincha.
¡Cosa más rara! En una de las embestidas
resbaló el tenedor sobre el animal como si tuviera escama, y
el capón, violentamente despedido, pareció querer
tomar su vuelo como en sus tiempos más felices, y se
posó en el mantel tranquilamente como pudiera en un palo de
un gallinero.
El
susto fue general y la alarma llegó a su colmo cuando un
surtidor de caldo, impulsado por el animal furioso, saltó a
inundar mi limpísima camisa: levántase
rápidamente a este punto el trinchador con ánimo de
cazar el ave prófuga y, al precipitarse sobre ella, una
botella que tiene a la derecha, con la que tropieza su brazo,
abandonando su posición perpendicular, derrama un abundante
caño de Valdepeñas sobre el capón y el mantel;
corre el vino, auméntase la algazara, llueve la sal sobre el
vino para salvar el mantel; para salvar la mesa se
ingiere283
por debajo de él una servilleta, y una eminencia se levanta
sobre el teatro de tantas ruinas. Una criada toda azorada retira el
capón en el plato de su salsa; al pasar sobre mí hace
una pequeña inclinación, -139-
y una lluvia maléfica de grasa desciende, como el
rocío sobre los prados, a dejar eternas huellas en mi
pantalón color de perla; la angustia y el aturdimiento de la
criada no conocen término; retírase atolondrada sin
acertar con las excusas; al volverse tropieza con el criado que
traía una docena de platos limpios y una
salvilla284
con las copas para los vinos generosos, y toda aquella
máquina viene al suelo con el más horroroso estruendo
y confusión. «¡Por San Pedro!», exclama
dando una voz Braulio, difundida ya sobre sus facciones una palidez
mortal, al paso que brota fuego el rostro de su esposa. «Pero
sigamos, señores, no ha sido nada», añade
volviendo en sí.
[...]
¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! Sí,
las hay para mí ¡infeliz! Doña Juana, la de los
dientes negros y amarillos, me alarga de su plato y con su propio
tenedor una fineza, que es indispensable aceptar y tragar; el
niño se divierte en despedir a los ojos de los concurrentes
los huesos disparados de las cerezas; don Leandro me hace probar el
manzanilla exquisito, que he rehusado, en su misma copa, que
conserva las indelebles señales de sus labios grasientos; mi
gordo fuma ya sin cesar y me hace cañón de su
chimenea; por fin, ¡oh última de las desgracias!,
crece el alboroto y la conversación; roncas ya las voces,
piden versos y décimas y no hay más poeta que
Fígaro.
-Es
preciso.
-Tiene usted que decir algo -claman todos.
-Désele pie forzado285,
que diga una copla a cada uno.
-Yo
le daré el pie: A don Braulio en este
día.
-Señores, ¡por Dios!
-No
hay remedio.
-En
mi vida he improvisado.
-No
se haga usted el chiquito.
-Me
marcharé.
-Cerrad la puerta.
-No
se sale de aquí sin decir algo.
Y
digo versos por fin, y vomito disparates, y los celebran, y crece
la bulla y el humo y el infierno.
A
Dios gracias, logro escaparme de aquel nuevo
Pandemonio286.
Por fin, ya respiro el aire fresco y desembarazado de la calle; ya
no hay necios, ya no hay castellanos viejos a mi alrededor.
En
busca de sublimes inspiraciones y con el objeto, sin duda, de
formar su carácter tétrico y sepulcral, mi sobrino
recorrió día y noche los cementerios y escuelas
anatómicas; trabó amistosa relación con los
enterradores y fisiólogos; aprendió el lenguaje de
los búhos y de las lechuzas; encaramose a las peñas
escarpadas y se perdió en la espesura de los bosques;
interrogó a las ruinas de los monasterios y de las ventas
(que él tomaba por góticos castillos); examinó
la ponzoñosa virtud de las plantas, e hizo experiencia en
algunos animales del filo de su cuchilla y de los convulsos
movimientos de la muerte. Trocó los libros que yo le
recomendaba, los Cervantes, los Solís, los Quevedos, los
Saavedra, los Moretos, Meléndez y Moratines, por los Hugos y
Dumas, los Balzacs, los Sands y Souliés...
Fuertemente pertrechado con toda esta diabólica
erudición se creyó ya en estado de dejar correr su
pluma, y rasguñó unas cuantas docenas de
fragmentos en prosa poética, y concluyó
algunos cuentos en verso prosaico; y todos empezaban con
puntos suspensivos y concluían en
¡maldición!; y unos y otros estaban atestados
de figuras de capuz, y de siniestros bultos, y de
hombres gigantes, y de sonrisa infernal, y de
almenas altísimas, y de profundos fosos, y
de buitres carnívoros, y de copas fatales,
y de ensueños fatídicos, y de velos
transparentes, y de aceradas mallas, y de briosos
corceles, y de flores amarillas, y de
fúnebre cruz. Generalmente, todas estas
composiciones fugitivas solían llevar sus
títulos tan incomprensibles y vagos como ellas mismas;
v. g.288:
¡¡¡Qué será!!!,
¡¡¡No!!!, ¡¡¡Más
allá...!!!, Puede ser, ¿Cuándo?,
¡Acaso!, ¡Oremus!
Esto en cuanto a la forma de sus composiciones; en cuanto al fondo
de sus pensamientos, no sé qué decir, sino que unas
veces me parecía mi sobrino un -141-
gran poeta, y otras un loco de atar; en algunas ocasiones me
estremecía al oírle cantar el suicidio o discurrir
dudosamente sobre la inmortalidad del alma; y otras teníale
por un santo, pintando la celestial sonrisa de los
ángeles o haciendo tiernos apóstrofes a la Madre
de Dios. Yo no sé a punto fijo qué pensaba él
sobre esto, pero creo que lo más seguro es que no pensaba
nada, ni él mismo entendía lo que quería
decir...
Convencido de que para llegar al templo de la inmortalidad
-partiendo de Madrid- es cosa indispensable el pasarse por la calle
del Príncipe, quiero decir, el componer una obra para el
teatro, he aquí la razón por la que reunió
todas sus fuerzas intelectuales; llamó a concurso su
fatídica estrella, sus recuerdos, sus lecturas; evocó
las sombras de los muertos para preguntarles sobre diferentes
puntos; martirizó las historias, y tragó el polvo de
los archivos, interpeló a su calenturienta musa,
colocándose con ella en la región aérea donde
se forman las románticas tormentas; y mirando desde aquella
altura esta sociedad terrena, reducida por la distancia a una
pequeñez microscópica, aplicado al ojo izquierdo el
catalejo romántico, que todo lo abulta, que todo lo
descompone, inflamose al fin su fosfórica fantasía, y
compuso un drama... Ni la suerte ni mi sobrino me han hecho
poseedor de aquel tesoro, y únicamente la memoria,
depositaria infiel de secretos, ha conservado en mi
imaginación el título y personajes del drama. Helos
aquí:
¡¡¡ELLA!!!... y
¡¡¡ÉL!!!
DRAMA ROMÁNTICO Y NATURAL
emblemático, sublime, anónimo, sinónimo,
tétrico y espasmódico, ORIGINAL, EN DIFERENTES PROSAS
Y VERSOS, EN SEIS ACTOS Y CATORCE CUADROS... Siglos IV y V.- La
escena pasa en Europa y dura cien años.
INTERLOCUTORES
La mujer (todas las mujeres, toda la mujer).- El
marido (todos los maridos).- Un hombre salvaje.-
El Dux de Venecia.- El tirano de Siracusa.-
El doncel.- La Archiduquesa de Austria.- Un
espía.- Un favorito.- Un verdugo.-
Un boticario.- La cuádruple alianza.-
El sereno del barrio.- Coro de monjas
carmelitas.- Coro de padres agonizantes.- Un
hombre del pueblo.- Un pueblo de hombres.- Un
espectro que habla.- Otro ídem que agarra.-
Un mandadero de la Paz y Caridad.- Un
judío.- Cuatro enterradores.-
Músicos y danzantes.- Comparsas de tropa,
brujas, gitanos, frailes y gente ordinaria.
-142-
Los
títulos de las jornadas -porque cada una llevaba el suyo a
manera de código- eran, si mal no me acuerdo, los
siguientes: 1.º Un crimen.- 2.º El
veneno.- 3.º Ya es tarde.- 4.º El
panteón.- 5.º ¡Ella!.- 6.º
¡Él!; y las decoraciones eran las seis
obligadas en todos los dramas románticos, a saber:
Salón de baile; Bosque; La Capilla; Un
subterráneo; La alcoba y El cementerio.
Con
tan buenos elementos confeccionó mi sobrino su
admirable composición, en términos que, si yo
recordara una sola escena para estamparla aquí, peligraba el
sistema nervioso de mis lectores; conque así no hay sino
dejarlo en tal punto y aguardar a que llegue el día en que
la fama nos las transmita en toda su integridad, día que
él retardaba, aguardando a que las masas (las masas
somos nosotros) se hallen (o nos hallemos) en el caso de digerir
esta comida que él modestamente llamaba un poco
fuerte.