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ArribaAbajoCapítulo VI

Segunda dificultad. La Resurrección de la carne, simultanea y única. Disertación.


Párrafo I

143. En fin, Cristófilo, hemos salido con vida de entre aquella nube densa y tenebrosa, cuyo aspecto era horrible, donde tuvimos el valor o la temeridad de entrar, y donde nos hemos detenido tal vez mucho más de lo que era menester. Hemos examinado de cerca las materias diversas de que se componía. Hemos separado con gran trabajo las unas de las otras, certificados de que en esta mezcla y unión consistía únicamente su oscuridad, y su semblante terrible. No hay para que temerla ahora. Ella se irá desvaneciendo, tanto más presto, cuanto más de cerca la fuéremos mirando, y cuanto la miráremos con menos miedo.

144. Nos quedan ahora que practicar las mismas diligencias con otra nube semejante, que tiene con esta una grandísima relación: comunica con ella por varias partes, le ayuda, la sostiene, y es recíprocamente sostenida y ayudada: acrecentándose notablemente con esta unión la oscuridad y el terror. Esta es la resurrección de la carne simultanea y única. Porque si es cierto y averiguado que la resurrección de la carne, que creemos y esperarnos todos los cristianos como un artículo esencial y fundamental de nuestra santa religión, ha de suceder en todos los individuos del linaje humano, simultáneamente y una sola vez, es decir una sola vez, y en un mismo instante y momento: con esto solo quedan convencidos de error formal todos los antiguos Milenarios, sin distinción alguna: todos sin distinción se   —96→   pueden y deben condenar, y a ninguno de ellos se puede dar en conciencia el nombre de inocuo. Con esto solo debe mirarse con gran recelo, como una pieza engañosa y peligrosísima, el capítulo XX del Apocalipsis. Y con esto solo, nuestro sistema cae al punto a tierra, a lo menos por una de sus partes: y abierta esta brecha, es ya facilísimo saquearlo, y arruinarlo del todo. Pero ¿será esto cierto? ¿Será tan cierto, tan seguro, tan indubitable, que un hombre católico, timorato y pío, capaz de hacer algunas reflexiones, no pueda prudentemente dudarlo, ni aun siquiera examinarlo a la luz de las escrituras? Esto es lo que voy ya a proponer a vuestra consideración.

145. Sé que los teólogos que tocan este punto (que no son todos ni creo que muchos) están por la parte afirmativa: más también sé con la misma certidumbre, que no lo prueban: a lo menos se explican poquísimo, y esto muy de prisa, sobre el punto particular de ser simultáneamente y una sola vez. Algunos dicen, o suponen sin probarlo, que esta aserción es una consecuencia de fe. Otros más animosos añaden resueltamente, que es un artículo de fe. Si les preguntamos en qué se fundan para sacar sólidamente una consecuencia de fe o para hacer un nuevo articulo de fe, que no hallamos en nuestro símbolo; nos responden con una gran muchedumbre de lugares de la Escritura Santa, de los cuales las dos partes prueban claramente que ha de haber resurrección de la carne, y nada más, y la otra tercera parte prueba contra su propia aserción. Si os pareciere que miento, o que pondero, bien fácil cosa os será salir de la duda, registrando los teólogos que os pareciere. En cualquiera biblioteca hallareis con que satisfacer vuestra curiosidad. Los principales lugares de la Escritura que se alegan a favor, son los siguientes. Así el hombre cuando durmiere, no resucitará, hasta que el cielo sea consumido: en el último día he de resucitar de la tierra174: vivirán tus muertos, mis muertos   —97→   resucitarán: despertaos y dad alabanza los que moráis en el polvo175: de la resurrección de los muertos ¿no habéis leído las palabras que Dios os dice176? En verdad, en verdad os digo: que viene la hora, y ahora es cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán: todos los que están en los sepulcros, oirán la voz del Hijo de Dios. Y los que hicieron bien irán a resurrección de vida: más los que hicieron mal a resurrección de juicio. Resucitará tu hermano, dijo el Señor. Marta le dice: bien sé que resucitará en la resurrección en el último día177. Toda la visión de los huesos del capítulo XXXVII de Ezequiel. Los muertos que resucitaron Elías y Eliseo, los malvados de quienes se dice: por eso no se levantarán los impíos en el juicio178. Los muertos que resucitó el Señor. El mismo Señor que resucitó como primicia de los que duermen179, (de quien dijo David), ni permitirás que tu santo vea la corrupción180: y lo que afirma San Pablo: en un momento, en un abrir de ojos, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles181.

146. Este último lugar tiene alguna apariencia: a su tiempo veremos que es sólo apariencia, examinando todo el contexto.

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147. De estos lugares de la Escritura se pudieran citar sin gran trabajo cuando menos un par de centenares: lo bueno y admirable es, que habiendo citado estos y otros lugares semejantes, concluyen con gran satisfacción, que la resurrección de la carne, simultáneamente y una sola vez, o es un artículo de fe, o a lo menos, una consecuencia de fe. Cuando quisiereis imitar este modo de discurrir, podréis probar fácilmente esta proposición, o como consecuencia de fe, o también como artículo de fe.

Todos los hombres que actualmente viven, han de morir simultáneamente, y una sola vez, en un instante y momento.

148. Para probar esto, no tenéis que hacer otra diligencia sino abrir las concordancias de la biblia: buscar la palabra mors: juntar treinta o cuarenta textos, que hablen de esto: verbigracia: morirá de muerte182: está establecido a los hombres que mueran una sola vez183. Todos moriremos, y nos deslizamos como el agua184. ¿Quién hay entre los vivientes que no esté sujeto a lo dura necesidad de haber de morir185? Hecho esto, sacáis al punto vuestra consecuencia de fe, o establecéis invenciblemente vuestro artículo de fe: luego todos los hombres que actualmente viven, han de morir simultáneamente, y una sola vez, en un mismo instante y momento. No hay para que detenernos en la aplicación de esta semejanza: ni tampoco pensamos detenernos en desenredar lo que hallamos tan enredado y confundido en los lugares de la Escritura ya citados, porque esto sería un trabajo igualmente inútil que molesto.

Párrafo II

149. Para que podamos, pues, entendernos en breve, sin el tumulto interminable de las disputas escolásticas,   —99→   paréceme bien que llevemos este nuestro pleito por otra vía más suave, y lo tratemos entre los dos amigablemente, con puro deseo de conocer la verdad, y de abrazarla. Mas antes de entrar en materia, sería muy conducente que entrásemos mutuamente asegurados, no solo de la sinceridad de nuestro corazón, sino también de la pureza de nuestra fe, en lo que toca a la resurrección de la carne. Así como yo estoy perfectamente asegurado de la vuestra, así quisiera del mismo modo aseguraros de la mía; pues no dejo de temer que, mirándome como judío, deis algún lugar a la sospecha o imaginación, de que tal vez puedo ser en el fondo del corazón de la secta de los Saduceos, o pensar alguna cosa contraria o ajena de la fe, y enseñanza de la Iglesia. Por tanto, recibid, amigo, con bondad, y pasad los ojos por esta breve y sincera confesión de mi fe.

150. Primeramente: yo creo con verdad y sin hipocresía, lo que dicen en su propio y natural sentido los lugares de la Santa Escritura que citan los doctores, y otros muchos más que pudieran citar. Todos ellos se encaminan directamente, y van a parar a aquel artículo de fe, que tenemos expreso en nuestro símbolo apostólico en estas dos palabras: resurrección de la carne. Descendiendo a lo particular, creo que todos los individuos del linaje humano, hombres y mujeres, cuantos han vivido, cuantos viven, y cuantos vivirán en adelante, así como todos han de morir, menos los que han muerto ya; así todos han de resucitar, menos los que han resucitado ya. Ítem: creo, que ha de llegar algún día, que el Señor sabe, en que suceda esta general resurrección, y en que el mar y la tierra, el limbo y el infierno den sus muertos, sin ocultar alguno por mínimo que sea186. Creo, que así como Jesucristo resucitó en su propia carne, o en el cuerpo mismo que tenía antes de morir, así ni más ni menos resucitará cada uno de los hombres, por más deshecho que esté el cuerpo, y confundido con la tierra: y esto por la virtud y omnipotencia de Dios vivo, que pudo hacer de nada todo el universo con un   —100→   hágase, o con un acto de su voluntad. No sé que podáis pretender de mí otra cosa sustancial, en lo que toca a la resurrección, pues esto es todo lo que creen los fieles cristianos. Si con esto estáis satisfecho de la pureza de mi fe, pasemos adelante.

151. No hay que pasar adelante (me parece que os oigo decir) creyendo buenamente que ya quedo convencido por mi propia confesión, pues concedo con todos los fieles, que ha de llegar un día, y una hora, que solo Dios sabe, en que se verifique esta resurrección general de todos cuantos han vivido, viven y vivirán, sin que quede uno solo que no resucite. Sí, amigo, sí: me tengo en lo dicho y confieso otra vez, y otras veces, que todo esto es cierto, y de fe divina. Mas ¿qué consecuencia pretendéis sacar de mi confesión? Sin duda no habéis reparado bien en aquella palabra que dejé caer como casual, diciendo expresamente. Así como todos han de morir, menos los que han muerto ya; así todos han de resucitar, menos los que han resucitado ya. Conque es cierto, y de fe divina, que en aquel día y hora, resucitarán todos los que hasta entonces hubieren muerto, y no hubieren resucitado: más no por esto se sigue que también hayan de resucitar entonces los que hayan resucitado de antemano. Me persuado, no sin gran fundamento, que esta excepción que acabo de hacer, os causará un verdadero disgusto, y aún enfado. Yo siento el disgustaron; pero ¿cómo puedo en conciencia hacer otra cosa? Demás de ser esencial al asunto que ahora tratamos, parece cierta y evidente, como fundada sólidamente sobre buenos principios.

152. ¡Bueno fuera que entre los resucitados de aquel día y hora contásemos también a la santísima Virgen María nuestra señora, de quien ha creído y cree toda la Iglesia, que resucitó aun antes que su santo cuerpo pudiese ver la corrupción, y que la hiciésemos volver a morir para poder resucitar en aquel día! ¡Bueno fuera que entre los resucitados en aquel día y hora, contásemos también a aquellos muchos santos, de quienes nos dice el evangelio: y muchos   —101→   cuerpos de santos que habían muerto resucitaron187! Es verdad que no han faltado doctores, y no pocos, que nos aseguran con razones fundadas sobre el aire, que estos santos que resucitaron con Cristo, volvieron luego a morir, pues solo resucitaron (añaden en la cátedra) para dar testimonio de la resurrección de Cristo, y también de la resurrección de la carne; más esto ¿de dónde lo supieron? Porque ¿quién conoció el espíritu del Señor, o quién fue su consejero188?... El evangelio dice claramente, que resucitaron, no cierto en apariencia, sino en realidad; que por eso usa la expresión muchos cuerpos, y no dice que volvieron a morir: ¿por qué, pues, se asegura que volvieron a morir? ¿Será sin duda porque habiendo roto la corteza de la almendra, hallaron dentro de ella el tesoro escondido? ¡Bueno fuera que entre los resucitados de aquel día y hora, contásemos también aquellos dos profetas o testigos, de cuya muerte, resurrección y subida a los cielos, se habla clarísimamente en el capítulo once del Apocalipsis, y esto mucho antes de aquel día y hora, por confesión precisa de todos los intérpretes!

153. Verosímilmente responderéis, que todos esos resucitados, de quienes acabamos de hablar, no resucitarán en aquel día y hora; pues nos consta y tenemos por cosa certísima, que ya resucitaron, y los dos últimos resucitarán a su tiempo antes de la general resurrección: ¿y de donde sabemos esto, pregunto yo? Lo sabemos, decís, de nuestra señora la madre de Dios; porque es una tradición antiquísima y universal: lo ha creído y lo cree toda la Iglesia, sin contradicción alguna razonable: lo sabemos de muchos santos que resucitaron con Cristo, porque así lo dice clara y expresamente el Evangelio: y lo sabemos de los dos últimos profetas, porque así lo anuncia el apóstol San Juan en su Apocalipsis, que es tan canónico y tan de fe divina   —102→   como el Evangelio. Todo esto me parece un modo de hablar religioso y justo, en que va acorde la revelación con la razón. Mas yo quisiera ahora saber, ¿cómo se puede componer todo esto con aquella multitud de lugares de la Escritura Santa, que se citan para probar la resurrección simultáneamente y una sola vez, de todos los individuos del linaje humano, sin distinción alguna? ¿Cómo se compone todo esto con aquellas palabras de Job: el hombre cuando durmiere, no resucitará, hasta que el cielo sea consumido...189 o con las palabras del Evangelio: todos los que están en los sepulcros, oirán la voz del Hijo de Dios190 o con las palabras de Marta: que resucitará -en el último día191: o con las palabras de San Pablo: en un momento, en un abrir de ojo, en la final trompeta: pues la trompela sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles...192?

154. Conque sin perjuicio de la general resurrección, que debe concluirse en aquel día y hora de que hablamos, pudo Dios resucitar muchos siglos antes a la Santísima Virgen María: pudo resucitar a muchos santos, para que acompañasen resucitados a Cristo resucitado, si es que no los hacen morir otra vez: y a otros dos santos mucho tiempo antes de la general resurrección: luego sin perjuicio de aquella ley general, que debe concluirse en aquel día y hora, podrá Dios conceder muy bien esta misma gracia a muchos santos, según su libre y santa voluntad. Y ¿quién sabe si ya la ha concedido a muchos, sin pedirnos nuestro consentimiento, ni darnos parte de su resolución? Yo sé que algunos autores clásicos son de parecer, que el Apóstol San Juan puede y debe entrar en el número de los resucitados. Fúndanse para creer la resurrección de este   —103→   Apóstol, en que no se sabe de su cuerpo, ni se ha sabido jamás, como se ha sabido y se sabe de los cuerpos de los otros Apóstoles; pues aunque algunos antiguos hablaron de su sepulcro trescientos años después, más también han hablado del sepulcro de Cristo, y del de nuestra Señora; y San Pedro habló en su primer sermón del sepulcro de David, diciendo: su sepulcro está entre nosotros193: y no es lo mismo el sepulcro que el cuerpo sepultado en él. Todo esto discurren estos autores. Si con razón o sin ella, no es de este lugar; ni yo tomo partido, ni en pro ni en contra: porque aunque mi sentir es diversísimo, tampoco es de este lugar. Lo que únicamente es de este lugar, es esto: que según estos autores, podremos contar lícitamente con otro santo más entre los resucitados, antes de la general resurrección, y esto sin perjuicio alguno de aquella ley universal.

155. Esto supuesto, yo paso un poco más adelante, y pregunto: si aquel mismo Dios, de quien está escrito fiel es el Señor en todas sus palabras194, que ya ha resucitado a Nuestra Señora, y a otros muchos santos, hubiera prometido resucitar a muchos más, para cierto tiempo antes de la general resurrección, en este caso ¿no haremos muy mal en no creerlo? ¿Será bastante razón para dudarlo, la ley general de la resurrección del último día? ¿Será decente alegar contra esta promesa de Dios el texto de Job, o las palabras de Marta, o todos los otros lugares de la Escritura que habla de la resurrección general de la carne? Tengo por cierto que me diréis que no, en caso que haya tal promesa de Dios, pues estos mismos lugares de la Escritura se pudieran alegar con la misma razón, para no creer la resurrección de la madre de Cristo, y mucho menos la de otros santos que nos dice el Evangelio y el Apocalipsis. Más esta promesa de Dios ¿de donde consta? Tenéis gran razón de preguntarlo. Consta, señor mío, de la misma Escritura divina, entendida del mismo modo que   —104→   se entiende cualquiera escritura humana, que contiene obligación o promesa: esto es, en su sentido propio, obvio y literal, pues no hay otro modo de averiguar la verdad. Conque toda nuestra controversia está ya reducida a esto solo: es a saber, a que yo os muestre los instrumentos auténticos y claros que tengo de la promesa de Dios, y habiéndolos visto entre los dos, y examinándolos atentamente juzguemos con recto juicio195.

Párrafo III

156. Primer instrumento. En primer lugar, debemos traer a la memoria, y considerar de nuevo con mayor atención, todo lo que queda ya observado en la disertación precedente, artículo III, sobre el texto celebérrimo del capítulo XX del Apocalipsis: a lo cual nada tenemos que añadir, ni que quitar, por más que clamen y porfíen los doctores, de que allí no se habla de verdadera y propia resurrección de los cuerpos, sino de una resurrección espiritual de las almas a la gracia, y a la gloria, etc. Por más que digan confusamente que lo contrario es un error, un sueño, un peligro, una fábula de los Milenarios: por más que pretendan, que la explicación que dan al texto sagrado (y que ya observamos con asombro) es más clara que la luz: por más que quieran persuadirnos, que la prisión del diablo ya sucedió, y que el Rey de los reyes no es Jesucristo sino San Miguel, etc., si no nos traen otra novedad, si no producen otras razones, nos tenemos a lo dicho; ciertos y seguros de que el texto sagrado mirado por todos sus aspectos y con todas sus circunstancias que preceden, que acompañan, y que siguen hasta el fin del capítulo y aun hasta el fin de toda la profecía, es un instrumento auténtico y fiel, en que consta clarísimamente de la promesa de Dios, con que se obliga a resucitar otros muchos santos antes de la general resurrección. Por consiguiente es este un instrumento precioso que no podemos, ni debemos disimular.

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157. Si os parece ahora que el repetir y volver a hacer mención de este lugar de la Escritura, es por falta o escasez de otros instrumentos, os digo amigablemente, que no pensáis bien. Este lugar de la Escritura es un instrumento claro y auténtico, que no podemos ni queremos disimular. Fuera de él hay algunos otros igualmente auténticos y claros, que vamos ahora a producir: y todos ellos forman, a mi parecer, como una prueba evidente, o una certidumbre más que moral de la promesa divina.

Párrafo IV

158. Segundo instrumento. El apóstol San Pablo escribiendo a los Tesalonicenses, les dice: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis, acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó; así también Dios traerá con Jesús a aquellos que durmieron por él. Esto pues os decimos en palabra del Señor (sigue la promesa de Dios), que nosotros que vivimos, que hemos quedado aquí para la venida del Señor, no nos adelantaremos a los que durmieron. Porque el mismo Señor con mandato, y con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo: y los que murieron en Cristo, resucitarán los primeros. Después, nosotros, los que vivimos, los que quedamos aquí, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes a recibir a Cristo en los aires; y así estaremos para siempre con el Señor. Por tanto consolaos los unos con los otros con estas palabras196.

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159. De estas palabras del Apóstol, que él mismo nos advierte, no sin gran acuerdo, que las dice en palabra del Señor, sacamos dos verdades de suma importancia. Primera: que cuando el Señor vuelva del cielo a la tierra, como sabemos que ha de volver después de haber recibido el reino197, al salir del cielo, y mucho antes de llegar a la tierra dará sus órdenes, y mandará como Rey, y Dios omnipotente, que todo esto significan aquellas palabras con mandato, y con voz de arcángel, y con trompeta de Dios198. A esta voz del Hijo de Dios resucitarán al punto los que la oyeren, como dice el evangelista San Juan, los que la oyeren vivirán199. Más ¿quiénes serán estos? ¿Serán acaso todos los muertos, buenos y malos sin distinción? ¿Serán todos los individuos del linaje humano sin quedar uno solo? Parece cierto, y evidente que no; pues en este caso no nos enseñara San Pablo en palabra del Señor la grande novedad de dos cosas, tan absolutamente incomprensibles, como contradictorias: es a saber: resucitar todos los individuos del linaje humano, buenos y malos, lo cual no puede ser sin haber muerto todos, y después de esta resurrección, después quedar todavía algunos vivos y residuos para la venida del Señor.

160. Fuera de que se debe reparar, que el Apóstol sólo habla en este lugar de la resurrección de los muertos, que murieron en Cristo, o de aquellos, que durmieron por él: y ni una sola palabra de la otra infinita muchedumbre; sin duda porque todavía no ha llegado su tiempo. De este mismo modo habla el Señor en el Evangelio: reparadlo.

Y verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad. Y enviará sus ángeles   —107→   con trompetas, y con grande voz: y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos200.

161. Si comparáis este texto con el de San Pablo, no hallaréis otra diferencia, sino que el Apóstol llama a los que han de resucitar en la venida del Señor los que murieron en Cristo, que durmieron por él201: y el Señor los llama sus escogidos y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos202

: más en ambos lugares se habla únicamente de la resurrección de éstos solos, y ni una sola palabra de los otros. Y es bien, amigo, que observéis aquí una circunstancia bien notable, esto es que cuando el Señor dijo estas palabras no hablaba con el vulgo, ni con las turbas, ni con los escribas y fariseos, con quienes solía hablar por parábolas; hablaba inmediatamente con sus Apóstoles; y esto a solas, en el retiro, y soledad del monte Olivete. Hablaba no por incidencia, sino de propósito de su venida en gloria y majestad, y de las circunstancias principales de esta venida: hablaba, preguntado de los mismos Apóstoles, que deseaban saber más en particular lo que decía a todos públicamente más en general y por parábolas: hablaba en fin, con aquellos mismos a quienes había dicho en otra ocasión: a vosotros es dado saber el misterio del reino de Dios; más a los otros por parábolas203. Esta observación sería muy importante para aquellos mismos doctores, los cuales haciendo tan poco caso del lugar del Evangelio de que hablamos, quiero decir, de la circunstancia particular de la resurrección de solos los electos en la venida del Señor, ponderan mucho lo que en otros lugares del Evangelio se dice   —108→   en general, y por parábolas, como si aquello poco que allí se toca, siempre enderezado a dar alguna doctrina moral, fuese todo lo que hay que hacer en la venida del Señor. Por ejemplo: en la parábola de las diez vírgenes, cinco prudentes, y cinco fatuas204: en la parábola de los talentos: y sobre todo en la parábola que empieza, y cuando viniere el Hijo del Hombre205 del capítulo XXV de San Mateo, de la cual hablaremos más adelante, como que es uno de los grandes fundamentos, y tal vez el único del sistema ordinario.

162. La segunda verdad que sacamos del texto de San Pablo, a donde volvemos, es esta: que después de resucitados aquellos muertos que murieron en Cristo, que durmieron por él206, todos los vivos que en aquel día fueren también de Cristo, los cuales, según otras noticias que hallamos en los Evangelios, no pueden ser muchos, sino bien pocos, como veremos en su lugar, todos estos así vivos se juntarán con los muertos de Cristo ya resucitados, se levantarán de la tierra, y subirán en las nubes a recibir a Cristo: después nosotros los que vivimos... (o los que viven de nosotros) los que andamos aquí, seremos arrebatados, juntamente con ellos a recibir a Cristo en los aires207. Por más esfuerzos que han hecho hasta ahora los intérpretes y teólogos, para eludir o suavizar la fuerza de este texto, es claro que nada nos dicen, que sea pasable, ni aun siquiera tolerable. Dicen unos, que los santos resucitarán primero, como enseña el Apóstol; mas esto no será con prioridad de tiempo, sino solamente de dignidad208: quieren decir, que todos los hombres buenos y malos, santos e inicuos, resucitarán en un mismo tiempo y momento; pero   —109→   los santos tendrán en la resurrección el primer lugar; esto es: serán más dignos, o más honorables que los malos: y pudieran añadir, que serán los únicos dignos de honor, delante de Dios y de sus ángeles209. Mas ¿es esta la gran novedad que nos anuncia San Pablo, en palabra del Señor que los santos serán más dignos de honor que los malos? ¿Los Apóstoles más honorables que Judas el traidor? ¿Y el mismo San Pablo más que el verdugo que le cortó la cabeza? ¿Y para decirnos esta verdad, no halló el apóstol otras palabras que estas: y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros. Después nosotros210. Leed, amigo, el texto sagrado, y haced más honor al apóstol, y a vuestra propia razón.

163. Otros autores menos rígidos, conceden francamente (y esta es la sentencia más común) que el Apóstol habla sin duda de prioridad de tiempo: mas como si este tiempo fuese propio suyo, como si fuese dinero en manos de un avaro, así lo escatiman: así lo escasean, así aprietan la mano al quererlo dar, que es imposible que baste ni aun para la centésima parte del gasto necesario. Conceden, pues, para verificar de algún modo las palabras claras y expresas, resucitarán los primeros, que los santos realmente resucitarán primero; pero añaden luego con una extrema economía, que bastarán para esto algunos minutos: por ejemplo, cinco o seis, que en aquel tiempo tumultuoso será cosa insensible, que nadie podrá reparar. Esto parece todavía mayor milagro que saciar a cinco mil personas con cinco panes. Veamos no obstante, la facilidad admirable con que todo se hace.

164. Viene ya Cristo del cielo a la tierra, en la gloria de su Padre con sus ángeles211: a su primera voz resucitarán al punto los que la oyen, esto es, todos sus santos: y   —110→   los que murieron en Cristo resucitarán los primeros212. Resucitados estos, luego inmediatamente se levantan por el aire a recibir al Señor, y gozar de su vista corporal: juntos con ellos se levantan también, o son arrebatados los santos vivos que hubiere entonces en la tierra. Estos vivos que todavía no han pasado por la muerte, mueren momentáneamente allá en el aire antes de llegar a la presencia del Señor. Sus cuerpos, o se disuelven en un momento, o no se disuelven; porque no hay necesidad indispensable de tal disolución. Si llevan algunas culpas leves que purgar, o las purgan allí mismo en un instante, o van dos o tres instantes al purgatorio, quedando entre tanto sus cuerpos muertos suspensos en el aire; o lo que parece mucho más fácil, que todo se halla en diferentes autores, ni los cuerpos se disuelven, ni las almas llevan reato alguno de culpa; y así mueren en el aire en un instante, y resucitan al instante siguiente, si es que no han muerto, y resucitado antes de levantarse, que así lo sienten otros muchos autores. Vamos adelante, y no perdamos tiempo, que todavía lo hemos menester para lo mucho que queda que hacer.

165. Mientras los resucitados santos van subiendo por el aire, y entre tanto que sucede la muerte y resurrección de los vivos que le acompañan, estando ya todos muy lejos de la tierra, sucede en esta el grande y universal diluvio de fuego, que mata a todos los vivientes, desde el hombre hasta la bestia: y desde las aves del cielo hasta los peces del mar213, no obstante que en Ezequiel y en el Apocalipsis, se ven convidadas las aves en el día de la venida del Señor, a la gran cena de Dios214, para que coman y se harten de las carnes de toda suerte de gentes, que el mismo Señor ha de sacrificar a su indignación: venid, y congregaos a la cena de Dios, para comer carnes de reyes, y carnes de   —111→   tribunos, y carnes de poderosos... y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos215. Pero de esto en otra parte. Muertos todos los vivientes con el diluvio de fuego, se apaga en el momento siguiente todo aquel incendio, resucitan al otro momento los muertos en toda la redondez de la tierra: se ponen en camino luego al punto, y son llevados en un momento de tiempo por los ángeles hacia Jerusalén. En suma: cuando el Señor llega a la tierra con toda su comitiva, halla ya resucitado todo el linaje humano, y congregado todo en el grande y pequeño valle de Josafat. Esto es en sustancia todo cuanto nos dicen los expositores y teólogos sobre el texto de San Pablo, de que vamos hablando; y por más librerías que visitéis, estad cierto, amigo, que no hallareis otra cosa diversa de lo que acabáis de oír.

Párrafo V

166. Reflexión. Habiendo visto lo que sobre el texto de San Pablo nos dicen los doctores: habiendo considerado, con no sé que disgustillo interno su suma escasez, y economía en la repartición de instantes y momentos: decidme, amigo: ¿para qué podrá servir tanta economía? ¿Para qué fin tantos apuros, y tantas prisas? ¿Nos sigue acaso alguno con la espada desnuda? Si es para poder salvar de algún modo el sistema: si es para poder mantener y llevar adelante la idea de una sola resurrección, y esta simultánea, única y momentánea216, así como esta idea quedará convencida. de falsa, con mil años de diferencia entre la primera resurrección de los muertos, que murieron en Cristo, y la resurrección del resto de los hombres; así queda convencida de falsa con algunas horas o minutos de diferencia: pues una vez que se admita algún tiempo intermedio, como es necesario admitirlo, ya la resurrección del   —112→   linaje humano, ni podrá ser juntamente. ni podrá ser una sola vez, ni mucho menos en un momento, en un abrir de ojo.

167. Fuera de esto sería bueno saber ¿con qué razón, o con qué autoridad, se hace esta repartición tan escasa de instantes y momentos? ¿Con qué razón, por ejemplo, nos aseguran, que los justos vivos después de la resurrección de los santos se juntan con ellos, y suben también en las nubes a recibir a Cristo en los aires217, y que deben morir, y resucitar allá en el aire antes de llegar a la presencia del Señor? No me digáis, ni aleguéis para esto la pura autoridad extrínseca, porque esto sería caer en aquel gran defecto que llaman los lógicos responder con lo mismo que se disputa. Sabemos que así lo han pensado muchos doctores; más no sabemos por qué razón, ni sobre que buen fundamento lo han pensado así, ni de donde pudieron tomar esta noticia. San Pablo nos asegura en palabra del Señor, que los justos que se hallaren vivos cuando venga el Señor, subirán por el aire a recibirlo en compañía de los santos ya resucitados. Esta particularidad era bien excusada, si para parecer en la presencia de Cristo fuese necesario que primero muriesen y resucitasen, o allá en el aire, o acá en la tierra antes de levantarse de ella: pues con solo decir, los muertos de Cristo resucitarán, y subirán a recibirlo, estaba dicho todo; más decirnos expresamente, y esto en palabra del Señor, que no solo los santos resucitados, sitio también los santos vivos, se levantarán de la tierra, y subirán juntos con ellos218 a recibir a Cristo, sin hacer mención la más mínima de muerte, ni de resurrección de estos últimos, parece una prueba clara y manifiesta, para quien no tuviere algún empeño manifiesto, de que no hay tal muerte, ni tal resurrección instantánea: que esta idea tan ajena del texto sagrado solo la pudo haber producido la necesidad de salvar de algún modo el sistema, a lo menos por aquella parte, ya que por otra quedaba insalvable; pues habiendo   —113→   resucitado los muertos de Cristo en todas las partes del mundo, habiéndose levantado de la tierra, habiendo subido juntamente con ellos muchos vivos, habiendo estos muerto, habiendo resucitado, todavía no se ha verificado la resurrección, ni aun siquiera la muerte de todo el resto de los hombres.

168. A todo esto podemos añadir esta otra reflexión: el rapto de los vivos de que hablamos, es ciertamente una cosa futura: por consiguiente no pudiéramos saberla, sin revelación expresa de Dios, a quien solo pertenece la ciencia de lo futuro. Del mismo modo: siendo también una cosa futura, o solo posible, la circunstancia que se pretende en estos vivos, de morir y resucitar instantáneamente antes de llegar a la presencia de Cristo, tampoco podrá saberse esta circunstancia sin revelación expresa del que todo lo sabe. De aquí se sigue, que cualquiera hombre que nos añada esta circunstancia, aunque sea debajo de la autoridad de otros mil, deberá junto con ellos mostrarnos alguna revelación divina, cierta, clara y expresa, en donde conste de esta circunstancia. Y si esta tal revelación, ni la muestran, ni la pueden mostrar porque no la hay, deberán contentarse, y tener por excusados a los que no creyeren su noticia por no querer apartarse un punto de lo que dice la revelación.

169. Se ve muy bien, amigo mío, lo que hace a los doctores darse tanta prisa en el asunto de que tratamos: es a saber, la idea que se han formado (por las razones que iremos viendo en adelante) de que el Señor ha de volver del cielo a la tierra con la misma prisa: por consiguiente, que cuando llegue a la tierra ya ha de hallar muerto y resucitado a todo el linaje humano, y congregado en cierto lugar para el juicio universal. Esta idea, tomada como pretenden, de la parábola cuando viniere el Hijo del hombre, del capítulo XXV de San Mateo, sin querer hacerse cargo, que aquello es una mera parábola, cuyo fin único es una doctrina moral (como observaremos a su tiempo): esta idea, digo, contraria a toda la Escritura, que casi a   —114→   cada paso clama contra ella, ha sido, y es hasta ahora un verdadero velo, que la ha cubierto y dejado poco menos que invisible a quien está preocupado de contrarias ideas. Más de esto tenemos tiempo de hablar, y no pueden faltarnos en adelante algunas ocasiones más oportunas.

170. Nos basta, pues, por ahora sacar de todo lo dicho esta importante consecuencia. No obstante los esfuerzos que han hecho los más sabios y más ingeniosos doctores para explicar el texto de San Pablo de algún modo suave o más compatible con su sistema; no obstante, sus miedos, sus apuros, sus prisas, su solicitud; no obstante su grande y aun extrema economía en la repartición de instantes y minutos, al fin se ven precisados a concedernos algo, como acabáis de ver. Nos conceden primeramente, que los muertos que son con Cristo, y los que murieron en Cristo, o aquellos que murieron por él219 (los cuales parecen los mismos idénticos que se leen en el capítulo veinte del Apocalipsis, y las almas de los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia...y vivieron y reinaron con Cristo mil años. Los otros muertos no entraron en vida, hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección220. Comparad, señor, un texto con otro, y oíd lo que os dice vuestro corazón). Nos conceden, que estos muertos resucitarán primero que los demás. Nos conceden lo segundo, que después de resucitados estos, morirán los santos, que acaso se hallaren vivos, o en la tierra, o allá en el aire, los cuales también resucitarán en segundo lugar. Nos conceden lo tercero, que después de estos morirán, o serán muertos con un diluvio de fuego, todos   —115→   cuantos vivientes hubiere entonces sobre la tierra. Nos conceden finalmente, que después de todo esto, después de quemados todos los vivientes con todo cuanto se hallare sobre la tierra: después de apagado o disipado todo aquel mar inmenso de fuego (lo que ha menester, según parece, algunos minutos) resucitarán por último todos los muertos que restaren, que sin duda serán los más.

171. Contentémonos ahora con esto poco que nos dan, (que a su tiempo les pediremos algo más) y saquemos ya nuestra importante y legítima consecuencia: luego la resurrección de la carne, simultáneamente y una sola vez, la resurrección de todos los individuos del linaje humano, en un momento, en un abrir de ojo, lejos de ser un artículo, o una consecuencia de fe, es por el contrario, y debe mirarse como una aserción falsa, y absolutamente indefensible, y esto por confesión de los mismos que la propugnan. Por consiguiente queda quitado con esto sólo aquel embarazo que nos impedía el paso, y disipada aquella grande nube que nos cubría el cielo. Fuera de este instrumento nos quedan otros que no podemos disimular.

Párrafo VI

172. Instrumento tercero. El mismo Apóstol, y maestro de las gentes, habla de propósito y difusamente, y llegando al versículo 23 dice así: mas cada uno en su orden: las primicias Cristo; después los que son de Cristo, que creyeron en su advenimiento. Luego será el fin, cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud. Porque es necesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y la enemiga muerte sera destruida la postrera. Porque todas las cosas sujetó debajo de los pies de él221.

  —116→  

173. Sigamos el orden de estas palabras. El primer resucitado es Cristo mismo: estas son las primicias de la resurrección: las primicias Cristo. Ningún hijo de Adán tuviera que esperar resurrección, si no hubieran precedido estas primicias. Síguense después de Cristo, añade San Pablo, los que son suyos, los que creyeron en él (se entiende bien que aquí no se habla de cualquiera fe, sino de aquella que obra por la caridad, como él mismo lo dice en otra parte, pues esta sola puede hacer a un hombre digno de Cristo): después los que son de Cristo: comparad de paso estas palabras con aquellas otras: y los que murieron en Cristo, o aquellos que durmieron por él: y veréis como todo va bien, en una perfecta conformidad. Después de la resurrección de los que son de Cristo, seguirá el fin222.

174. Paremos aquí un momento mientras hacemos dos brevísimas observaciones. Primera: ¿donde esta aquí la resurrección del resto de los hombres? ¿Acaso estos no han de resucitar alguna vez? Si como se piensa han de resucitar juntamente con los que son de Cristo, por qué San Pablo no habla de ellos ni una sola palabra? Resucitados los muertos que son de Cristo, se sigue el fin223: y los otros muertos, que son los más, todavía no han resucitado, ¿Cómo podremos componer esto con el simultáneamente y una sola vez, o con el artículo y consecuencia de fe? Segunda observación: este fin de que habla el Apóstol ¿debe seguirse luego inmediatamente a la resurrección de los santos? Diréis necesariamente que sí, porque es preciso llevar adelante la economía, y no perder un momento de tiempo. Más San Pablo, que sin duda lo sabía mejor, nos da a entender claramente que le sobra el tiempo, pues entre la resurrección de los santos y el fin, pone todavía grandes   —117→   sucesos que piden tiempo, y no poco, para poderse verificar. Reparad en sus palabras, y en su modo de hablar: las primicias Cristo... después los que son de Cristo... Después será el fin224.

175. Suponen comúnmente los doctores, a lo menos en la práctica, que aquí se termina, o hace sentido el texto del Apóstol, y lo que resta de él sucederá después del fin parte ha sucedido ya, y se está verificando desde que el Señor subió a los cielos: considerad lo que resta del texto: Luego será el fin; cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud. Porque es necesario que él reine hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y la enemiga muerte será destruida la postrera225. Este texto pues, así cortado y dividido en estas dos partes, lo que quiere decir, según explican, es esto solo: el primer resucitado es Cristo226: después, cuando él venga del cielo, los que son suyos227: luego al instante siguiente sucede el fin con el diluvio universal de fuego228: al otro instante resucita el resto de los muertos, aunque San Pablo no los toma en boca: últimamente sucede la evacuación de todo principado, potestad y virtud. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, que se destruye enteramente todo el imperio de Satanás, y de sus ángeles; los cuales, añaden con mucha satisfacción, conservan siempre el nombre de aquel coro a que pertenecían antes de su pecado, y de su caída. Óptimamente. ¿Y no hubo ángeles infieles de los otros coros, sino solamente de estos tres? ¿Y no hay aquí en la tierra   —118→   otros principados, potestades y virtudes sino los ángeles malos? ¿No está ahora, y ha estado, y estará siempre en mano de muchos hombres el principado, respecto de los otros, la potestad emanada de Dios, y la virtud, esto es, la milicia o la fuerza, para hacerse obedecer? ¿Por qué, pues, se recurre a los ángeles malos o a los demonios, y a unas ideas cuando menos inciertas, dudosas y oscurísimas, como son los coros a que pertenecían?

176. Síguese en el texto del Apóstol la entrega del reino, que hará Cristo a Dios su Padre229. ¿Cuando será esta? Será, dicen, cuando después de concluido el juicio universal, se vuelva el Señor al cielo con todos los suyos. Conque según esto, la entrega del reino (aun en suposición que sea justa la idea de ir al cielo Cristo con todos sus santos, lo cual examinaremos a su tiempo) deberá ser el último suceso en todo el misterio de Dios: y no obstante San Pablo pone todavía tres grandes sucesos después de este, y en último lugar pone la destrucción de la muerte, que no es otra cosa, que la resurrección universal: y la enemiga muerte será destruida230. Y aquel gran suceso que pone el Apóstol en medio del texto, esto es: porque es necesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies231, ¿donde se coloca con alguna propiedad y decencia? Este gran suceso es necesario ponerlo aparte, o volver muy atrás para poderle dar algún lugar: pues esto no podrá suceder en aquel tiempo, después de la resurrección de los santos, que son de Cristo, aunque el Apóstol lo ponga para entonces, (y esto so pena de error, y de peligro) sino que empezó a verificarse desde que el Señor subió a los cielos, y hasta ahora se está verificando.

177. Yo observo aquí, y me parece que cualquiera observará lo mismo, una especie de desorden, de oscuridad, de confusión, y de un trastorno de ideas tan extrañas, que   —119→   me es preciso leer y releer el texto muchas veces, temiendo entrar en la misma confusión de ideas; y aun esta diligencia creo que no baste. No me diréis, amigo, lo primero ¿qué razón hay para poner el fin luego inmediatamente, después en el instante siguiente a la resurrección de los santos? ¿Acaso porque sin mediar otra palabra se dice: Luego será el fin? Lo mismo se dice de la resurrección de los santos respecto de la de Cristo, y ya sabéis cuantos siglos han pasado, y quizá pasarán entre una y otra resurrección, las primicias de Cristo: después los que son de Cristo. No me diréis lo segundo, ¿qué razón hay para no querer unir las palabras Después será el fin, con las que siguen inmediatamente, cuando en el texto sagrado se leen unidas, ni se les puede dar sentido alguno, ni aun gramatical, si no se unen? Luego será el fin; cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud232. Resucitados los que son de Cristo, dice San Pablo, sucederá el fin. Mas ¿cuándo? Cuando el Señor entregare, o hubiere entregado, cuando evacuare, o hubiere evacuado, cuando... Conque es claro, que el fin no sucederá sino cuando sucedan todas estas cosas, que se leen expresas en el texto sagrado.

178. Del mismo modo parece claro, que siendo Jesucristo cabeza del linaje humano, y habiéndose encargado de su remedio, no puede hacer a su Padre la oblación o la entrega del reino de que está constituido heredero, sino después de haberlo evacuado de toda dominación extranjera: después de haber destruido enteramente principado, y potestad, y virtud. (Por lo cual se va directamente contra la bestia, contra los reyes de la tierra, y contra sus ejércitos233.) Después de haber sujetado todo el orbe, no   —120→   solamente a la fe estéril y sin vida, sino a las obras propias de la fe, que es la piedad y la caridad: en suma, después de haber convertido en reino propio de Dios, y digno de este nombre, todos los diversos reinos de los hombres: para esto, prosigue el Apóstol, es necesario que el mismo hijo reine efectivamente hasta sujetar todos los enemigos, y ponerlos todos debajo de sus pies234: cuando todas las cosas estuvieren ya sujetas a este verdadero y legítimo rey, entonces podrá ofrecer el reino a su Padre de un modo digno de Dios235.

179. Porque no se piense ahora, como se quiere dar a entender, que todo esto se ha hecho, y se puede plenamente concluir por la predicación del Evangelio que empezaron los Apóstoles, se deben notar y reparar bien dos cosas principales. Primera: que aquí no se habla de la conversión a la fe de los principados y potestades de la tierra, antes por el contrario se habla claramente de la evacuación de todo principado y de toda potestad236: y es cierto y sabido de todos los cristianos, que la predicación del Evangelio está tan lejos de tirar, ni aun indirectamente a esta evacuación, que antes es uno de sus puntos capitales el sujetarnos mas a todo principado y potestad, y el asegurar más a los mismos principados y potestades con nuestra obediencia y fidelidad. A esto no solo nos exhorta, sino que nos obliga indispensablemente (por estas palabras): pagad al César lo que es del César: y a Dios lo que es de Dios237. Toda alma esté sometida a las potestades superiores. Porque no hay potestad sino de Dios: y las que son, de Dios   —121→   son ordenadas238. Someteos, pues, a toda humana criatura, y esto por Dios: ya sea al rey, como soberano que es: ya a los gobernadores... temed a Dios: dad honra al rey etc239.

180. La segunda cosa que se debe reparar, es, que en esta evacuación de todo principado, potestad y virtud, con todo lo demás que se ve en el texto, junto y unido, debe suceder no antes, sino después de la resurrección de los santos, que son de Cristo: por consiguiente después de la venida del mismo Cristo que esperamos en gloria y majestad. Leed el texto cien veces, y volved a leerlo otras mil, y no hallareis otra cosa, si no queréis de propósito negaros a vos mismo. Hecho pues todo esto, con el orden que lo pone San Pablo, concluye él mismo todo el misterio diciendo: y la enemiga muerte será destruida la postrera240: y ved aquí el fin de todo con la resurrección universal, en la que debe quedar vencida y destruida enteramente la muerte, de modo, que entonces, y solo entonces, se cumplirá la palabra que está escrita: ¿dónde está, o muerte, tu victoria? ¿dónde está, o muerte, tu aguijón241?

Párrafo VII

181. Todo lo que acabamos de observar en el texto de San Pablo, lo hallamos de la misma manera y con el mismo orden, aunque con alguna mayor extensión y claridad, en el capítulo XX del Apocalipsis. Hagamos brevemente el confronto de todo, o paralelo de ambos textos, que puede sernos de grande importancia para aclarar un poco mas nuestras ideas. Primeramente San Pablo habla en este   —122→   lugar no solamente de la resurrección, sino expresamente del orden con que ésta debe hacerse: más cada uno en su orden242; diciendo, que el primero de todos es Cristo243, que después de la resurrección de Cristo, se seguirá la de sus santos244, y aunque en este lugar no señala el tiempo preciso de esta resurrección de los santos, mas la señala en otra parte, como ya observamos esto es, en la epístola a los Tesalonicenses, capítulo IV, diciendo, que sucederá cuando el mismo Señor vuelva del cielo a la tierra; descenderá del cielo, y los que murieron por Cristo, resucitarán los primeros245. Pues esto mismo dice San Juan con alguna mayor extensión y con noticias más individuales, es a saber, que los degollados por el testimonio de Jesús, por la palabra de Dios, y los que no adoraron a la bestia, etc.; estos vivirán, o resucitarán en la venida del Señor, que ésta será la primera resurrección, que serán beatos y santos, los que tuvieron parte en la primera resurrección, que los demás muertos no resucitarán entonces, sino después de mucho tiempo significado por el número de mil años, que pasado este tiempo, sucederá el fin, y antes de este fin sucederá la destrucción de Gog, y caerá fuego sobre Magog, etc. Yo supongo, que tenéis presente todo el capítulo XX del Apocalipsis, y que actualmente lo consideráis con más atención. En él debéis reparar, entre otras cosas, esta bien notable que naturalmente salta a los ojos. Quiero decir: que los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia, etc246. no sólo resucitarán en la venida de Cristo, sino que reinarán con él mil años: Y vivieron y reinaron con Cristo mil años247. Lo que supone evidentemente,   —123→   que el mismo Cristo reinará todo este espacio de tiempo, y para este tiempo son visiblemente las sillas y los que se sientan en ellas con el oficio y dignidad de jueces: Y vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio248.

182. Según las claras y frecuentísimas alusiones del Apocalipsis a toda la Escritura, como iremos notando en adelante, parece que este lugar alude al capítulo III de la Sabiduría, y juntamente al Salmo CXLIX; el primero dice: Resplandecerán los justos, y como centellas en el cañaveral discurrirán. Juzgarán las naciones, y señorearán a los pueblos, y reinará el Señor de ellos249.

183. El segundo, más individual y circunstanciado, dice: se regocijarán los santos en la gloria, se alegrarán en sus moradas. Los ensalzamientos de Dios en su boca, y espada de dos filos en sus manos, para hacer venganza en las naciones, reprensiones en los pueblos. Para aprisionar los reyes de ellos con grillos, y sus nobles con esposas de hierro. Para hacer sobre ellos el juicio decretado; esta gloria es para todos sus santos250.

184. Decidme, amigo, con sinceridad y verdad, ¿habéis reparado alguna vez, o hecho algún caso de estas profecías? Decidme más, ¿habéis considerado atentamente lo que sobre ellas dicen los más sabios intérpretes, o por hablar con más propiedad lo que no dicen, que en realidad nada dicen? Esto poco o nada, que dicen sobre estas profecías, ¿podrá satisfacer vuestra razón, y dejar quieta vuestra curiosidad? ¿No veis la prisa con que corren, como si   —124→   se vieran obligados a caminar sobre las brasas? ¿No veis como tiran con toda presteza a sacar sus ideas libres e indemnes de aquel incendio, ciertos y seguros, de que todas quedaran consumidas, y reducidas a ceniza, si se detuvieran un momento más? ¿No veis, decidme ahora, por el contrario, de qué sucesos o de qué tiempos se puede hablar aquí si no se habla de los tiempos y de los sucesos admirables que ahora consideramos? Reflexionadlo con vuestro juicio y atención, que yo esperaré pacientemente vuestra respuesta.

185. En suma, San Pablo pone después de todo y en último lugar, la destrucción de la muerte, que no es otra cosa, como hemos dicho, que la resurrección universal: y la enemiga muerte será destruida la postrera251. San Juan hace lo mismo después de su reino milenario, y después del fuego que cae sobre Gog, y Magog, en que se comprende el oriente y el occidente, y los vivientes de todo el orbe, diciendo: y dio la mar los muertos que estaban en ella... y fue hecho juicio de cada uno de ellos según sus obras, y el infierno y la muerte fueron arrojados en el estanque de fuego252. Expresiones todas propísimas para explicar la destrucción entera de la muerte, con la resurrección universal. Y la muerte será destruida.

Párrafo VIII

186. Cuarto instrumento. El cuarto instrumento que presentamos en la promesa de Dios, de que vamos hablando, se halla registrado en el mismo capítulo XV hacia el fin del versículo 51, donde el Apóstol nos pide toda nuestra atención, como que va a revelarnos un misterio oculto, y de sumo interés para los que quieran aprovecharse de la noticia.

He aquí, os digo, un misterio: todos ciertamente resucitaremos,   —125→   mas no todos seremos mudados en un momento, en un abrir de ojo, en la final trompeta, pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados253.

187. Os causará grande admiración que yo cite este texto a mi favor, cuando parece tan claro contra mí. La misma admiración tengo yo de ver que los doctores citen este mismo texto a su favor, después de haber concedido, aunque con tan gran economía, que los santos realmente resucitarán primero que el resto de los hombres. La inteligencia que dan a este último lugar de San Pablo, es bien difícil componerla con aquella concesión. No obstante convienen todos, como es necesario, en su sistema, que el Apóstol habla aquí de la resurrección universal. Mas ¿será cierto esto? ¿El Apóstol habla aquí de la resurrección universal? ¿Con qué razón se puede esto asegurar, cuando todo el contexto clama y da gritos contra esta inteligencia? Os atreveréis a decir, ¿que San Pablo, el Apóstol y maestro de las gentes, o el Espíritu Santo que hablaba por su boca, se contradice a sí mismo? Pues no hay remedio, si queréis que hable aquí de la resurrección universal, deberéis conceder, que cae irremisiblemente en dos o tres contradicciones manifiestas. Vedlas aquí.

Primera contradicción.

188. Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres sin distinción, buenos y malos, fieles e infieles, etc., deben resucitar en un mismo momento, en un abrir y cerrar de ojos254, luego es falso lo que dice a los Tesalonicenses: y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros255, y si no, componedme estas dos proposiciones.

  —126→  

189. Primera: Todos los hombres sin distinción, buenos y malos, resucitarán en un mismo instante y momento256.

190. Segunda: Los muertos que son de Cristo resucitarán primero257.

Segunda contradicción.

191. Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres sin distinción deben resucitar en un momento, en un abrir de ojo258, luego antes de este momento, todos sin distinción deben estar muertos; pues sólo los muertos pueden resucitar, luego no hay, ni puede haber tales vivos, que se levanten en las nubes a recibir a Cristo en compañía de los santos ya resucitados, juntamente con ellos. Y si no, componedme estas dos proposiciones.

192. Primera: Todos los hombres sin distinción, deben resucitar en un mismo punto y momento: por una consecuencia necesaria, todos sin distinción deben estar realmente muertos, antes que suceda esta resurrección instantánea.

193. Segunda: Después de la resurrección de los santos, algunos hombres, no muertos sino vivos, que todavía no han pasado por la muerte, se juntarán con dichos santos ya resucitados, y junto con ellos subirán en las nubes a recibir a Cristo.

Tercera contradicción.

194. Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres, sin distinción de buenos y malos, de espirituales y carnales, puros e impuros, etc., deberán resucitar incorruptos en un momento, en un abrir de ojo, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles259, luego todos sin distinción poseerán desde aquel momento la incorrupción o la incorruptela, luego es falso lo que dice   —127→   el mismo Apóstol en el versículo precedente: Mas digo esto, hermanos: que la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios: ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad260. Diréis, no obstante, que también los malos, por inicuos y perversos que sean, han de resucitar incorruptos, participar de la incorruptela; pues una vez sus cuerpos resucitados, sus cuerpos no han de volver a resolverse, ni a convertirse en polvo, sino que han de perseverar enteros, unidos siempre con sus tristes y miserables almas. Bien, ¿y esto queréis llamar incorrupción o incorruptela? Cierto que no es este el sentir del Apóstol, cuando nos asegura formalmente, y aun nos amenaza de que la carne y sangre no pueden poseer el reino de Dios: ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad. Pues ¿qué quiere decir esta expresión tan singular? Lo que quiere decir manifiestamente es, que una persona, cualquiera que sea sin excepción alguna, que tuviese el corazón o las costumbres corrompidas, y perseverare en esta corrupción hasta la muerte, no tiene que esperar en la resurrección un cuerpo puro, sutil, ágil, e impasible. Resucitará sí; mas no para la vida, sino para lo que llama San Juan muerte segunda; no para el gozo propio de la incorruptela, sino por el dolor y miserias, propios de la corrupción. Así, aquel cuerpo no se consumirá jamás, y al mismo, tiempo jamás tendrá parte alguna en los efectos de la incorrupción; antes sentirá eternamente los efectos propísimos de la corrupción, que son la pesadez, fealdad, la inmundicia, la fetidez, y sobre todo, el dolor. Esto supuesto, componedme ahora estas dos proposiciones.

195. Primera: Todos los hombres sin distinción resucitarán incorruptos, pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles261.

  —128→  

196. Segunda: No todos los hombres, sino solamente una pequeña parte, respecto de la otra muchedumbre, poseerá la incorrupción o la incorruptela: ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad262.

197. Cuando todas estas cosas, que a nuestra pequeñez aparecen inacordables, se acuerden y compongan de un modo natural, claro y perceptible, entonces veremos lo que hemos de decir. Entretanto decimos resueltamente, que San Pablo no habla aquí, ni puede hablar de la resurrección universal. El contexto mismo de todo el capítulo, aunque no hubiera otro inconveniente, prueba hasta la evidencia todo lo contrario. Observadlo todo con atención especialmente desde el versículo 41: una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna, y otra la claridad de las estrellas; y aun hay diferencia de estrella a estrella en la claridad. Así también la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; es sembrado en vileza, resucitará en gloria; es sembrado en flaqueza, resucitará en vigor; es sembrado cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual... etc263.

198. Ved ahora como podéis acomodar todo esto a la resurrección de todos los hombres, sin distinción de santos e inicuos. Pues ¿de qué resurrección había aquí el Apóstol? Habla, amigo, innegablemente, por más que lo queráis confundir, de aquella misma resurrección de los santos de que habla a los Tesalonicenses. En uno y otro lugar habla con los nuevos cristianos, exhortándolos a la pureza y santidad de vida, junto con la fe, y proponiéndoles la recompensa plena en la resurrección. En uno y otro lugar habla únicamente de la resurrección de santos, cuando venga   —129→   el Señor. En uno y otro lugar habla de- otros santos no muertos, ni resucitados, sino que todavía se hallarán vivos en aquel día; y por eso añade aquí aquellas palabras: los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados264; las cuales corresponden visiblemente a aquellas otras, nosotros, los que vivimos, los que quedamos aquí, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, a recibir a Cristo en los aires265; porque estos vivos que suben por el aire a recibir al Señor es preciso que antes de aquel rapto padezcan una grande inmutación.

199. Los intérpretes y demás doctores que tocan este punto, no reconocen otro misterio en las palabras del Apóstol, sino sólo éste: los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados266, esto es, todos los muertos, sin distinción de buenos y malos, resucitarán incorruptos, y esto en un momento, en un abrir de ojos267; mas no todos se inmutarán, ni todos serán glorificados, sino solamente los buenos. Cierto, amigo, que si el Apóstol no intentó otra cosa que revelarnos este secreto, bien podría haber omitido o reservado para otra ocasión más oportuna, aquella grande salva que nos hace antes de revelarlo. He aquí, os digo un misterio268. Del mismo modo podía haber advertido y remediado con tiempo las inconsecuencias o las contradicciones, en que caía. Si estas no son absolutamente imposibles, respecto de otros doctores, yo pienso que lo son, respecto del doctor y maestro de las gentes. Todo lo cual me persuade eficazmente, y aun me obliga a creer, que San Pablo no habla aquí de la resurrección universal, sino sólo y únicamente de la resurrección   —130→   de los santos, que debe suceder en la venida del Señor, como se lee en el capítulo XX del Apocalipsis. De donde se concluye, que la resurrección a un mismo tiempo, y una vez, la resurrección en un momento, en un abrir de ojo269, de todos los individuos del linaje humano, no tiene otro verdadero fundamento que el que tuvo antiguamente el sistema celeste de Tolomeo.

Párrafo IX

200. Me quedaban todavía algunos otros instrumentos que presentar; mas veo que me alargo demasiado. No obstante los muestro, como con el dedo, señalando los lugares, donde pueden hallarse, y pidiendo una juiciosa reflexión. Primeramente en el salmo primero leo estas palabras: Por eso no se levantarán los impíos en el juicio; ni los pecadores en el concilio de los justos270. Este texto lo hallo citado a favor de la resurrección, a un mismo tiempo y una vez; mas ignoro con qué razón, esto prueba, dicen, que no hay más que un solo juicio, y por consiguiente una sola resurrección. Lo contrario parece que se infiere manifiestamente, porque si los impíos y pecadores no han de resucitar en el juicio y concilio de los justos; luego, o no han de resucitar jamás (lo que es contra la fe), o ha de haber otro juicio en que resuciten, por consiguiente otra resurrección. Segundo, en el capítulo XX del Evangelio de San Lucas, versículos 35 y 36 leo estas palabras del Señor: Mas los que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos, ni se casarán, ni serán dados en casamiento, porque no podrán ya más morir, por cuanto son iguales a los ángeles, e hijos son de Dios, cuando son hijos de la resurrección271. Si en toda la Escritura divina no hubiera otro   —131→   texto que este solo, yo confieso que no me atreviera a citarlo a mi favor; mas este texto combinado con los otros, me parece que tiene alguna fuerza más. De él, pues, infiero, que en la venida del Señor, con la cual ha de comenzar ciertamente aquel otro siglo, habrá algunos que se hallarán dignos de este siglo, y de la resurrección; y habrá otros más, que no se hallarán dignos de este siglo, ni tampoco de la resurrección, luego habrá algunos que entonces resucitarán, y otros que no resucitarán hasta otro tiempo, que es lo que dice San Juan: Los otros muertos no entraron en vida, hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección272.

201. Tercero: San Mateo dice, que cuando el Señor vuelva del cielo en gloria y majestad, enviará sus ángeles con trompetas, y con grande voz, y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos273. Estos electos, parece claro que no serán otros, sino los santos que han de resucitar. Mas si queréis ver en este mismo lugar los vivos que han de subir en las nubes a recibirá Cristo, observad lo que luego se dice en el versículo 40: entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado274. Estas dos últimas palabras ¿qué significan? ¿qué sentido pueden tener? Si no queréis usar de suma violencia, deberéis confesar que aquí se habla manifiestamente de personas vivas y viadoras, dos en campo, dos en molino, de las cuales, cuando venga el Señor, unas serán asuntas, o sublimadas y honradas, y otras no; la una será tomada, y la otra será dejada275, porque unas serán dignas de esta asunción,   —132→   y otras no lo serán, y por eso serán dejadas. La una será tomada, y la otra será dejada. Diréis que el sentido de estas palabras es, que de un mismo oficio, estado y condición, unos hombres serán salvos, y otros no: unos serán asuntos y sublimados a la gloria, y otros serán dejados por su indignidad. Bien, habéis dicho en esto una verdad; mas una verdad tan general, que no viene al caso. Yo pregunto: esta verdad general, ¿cuándo tendrá su entero cumplimiento en vuestro sistema? ¿No decís que sólo después de la resurrección universal? Pues, amigo, esto me basta para concluir, que las palabras del Señor no pueden hablar de esa verdad general que pretendéis, ni pueden admitir ese sentido. ¿Por qué? Porque hablan visiblemente de personas, no resucitadas, ni muertas, sino vivas y valoras; hablan de personas que en aquel día de su venida se hallarán descuidadas, trabajando en el campo, en el molino, etc. Esta es la verdad particular, a que se debe atender en particular. Confrontad ahora esta verdad con aquella otra: descenderá del cielo, y los que murieron en Cristo, resucitarán los primeros, después nosotros, los que vivimos, etc.276, y me parece que hallaréis una misma verdad particular en San Pablo, y el Evangelio: enviará sus ángeles... y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos277; los cuales electos, parece que no pueden ser otros, sino los mismos que murieron en Cristo, que durmieron por él278. Lo cual ejecutado, sucederá luego entre los vivos, lo que añade el Señor: el uno será tomado, y el otro será dejado; y lo que añade el Apóstol: después nosotros, los que vivimos, etc.

202. Cuarto. Leed estas palabras de Isaías: vivirán tus muertos, mis muertos resucitarán, despertaos, y dad   —133→   alabanza los que moráis en el polvo, porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los impíos, como se lee en los 70) la reducirás a ruina. Porque he aquí que el Señor saldrá de su lugar, para visitar la maldad del morador de la tierra contra él, y descubrirá la tierra su sangre, y no cubrirá de aquí adelante sus muertos279. Dicen, que este lugar habla de la resurrección universal, y lo más admirable es, que este mismo lugar sea uno de los citados para probar la resurrección de la carne, a un mismo tiempo y una vez. Mas después de leído y releído todo este lugar, después de observadas atentamente todas sus expresiones y palabras, no hallamos una sola que pueda convenir a la resurrección universal; antes hallamos que todas repugnan. Por el contrario, todas convienen perfectamente a la resurrección de aquellos solos a quienes se enderezan inmediatamente, que son los santos, los electos, los muertos de Cristo, los que durmieron por Jesús, los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, etc., de que tanto hemos hablado. Observad lo primero, que no se habla aquí de cualesquiera muertos, sino únicamente de los que han padecido muerte violenta, o sea con efusión de sangre o sin ella. Observad lo segundo, que tampoco se habla en general de todos los que han padecido muerte violenta, sino de aquellos solo que han padecido por Dios, que por eso el mismo Señor los llama mis muertos. Observad lo tercero, que la resurrección de estos, de quienes únicamente se habla, deberá suceder cuando el Señor venga de su lugar para visitar la maldad del morador de la tierra contra él280, y entonces, dice el profeta, revelará la tierra su sangre, y no   —134→   cubrirá más a sus interfectos, que son los que llama el Señor mis muertos. Observad por último, que a estos muertos, de quienes se habla en este lugar, se les dicen aquellas palabras, ciertamente inacomodables a todos los muertos: despertaos, los que moráis en el polvo; porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los impíos) la reducirás a polvo281, lo cual concuerda con el texto del Apocalipsis, y las almas de los degollados... vivieron y reinaron con Cristo mil años282, y mucho más claramente con aquel otro texto del mismo Apocalipsis, al que venciere, y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré potestad sobre las gentes. Y las regirá con vara de hierro, y serán quebrantadas como vaso de ollero, y así como también yo la recibí de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana283. En esta estrella matutina, piensen otros como quieran, yo no entiendo otra cosa que la primera resurrección con el principio del día del Señor.

203. Últimamente, en el capítulo VI del Evangelio de San Juan leo esta promesa del Señor cuatro veces repetida: y yo le resucitaré en el último día284. Promesa bien singular, que hace Jesucristo, no cierto a todos los hombres sin distinción, ni tampoco a todos los cristianos, sino expresamente a aquellos solos que se aprovecharen de su doctrina, de sus ejemplos, de sus consejos, de su muerte, y en especial del sacramento de su cuerpo y sangre. Ahora pues: si todos los hombres sin distinción han de resucitar, a un   —135→   a un mismo tiempo y una vez, en un momento, en un abrir de ojo285, ¿qué gracia particular se les promete a estos con quienes se habla? ¿No es el mismo Señor el que ha de resucitar a todos los hombres? Si sólo se les promete en particular la resurrección a la vida, tampoco esta gracia será tan particular para ellos solos, que no la hayan de participar otros muchísimos, con quienes ciertamente no se habla, como son los innumerables que mueren después del bautismo, antes de la luz de la razón; y fuera de estos, todos aquellos que a la hora de la muerte hallan espacio de penitencia, habiendo antes vivido muy lejos de Cristo y ajenísimos de su doctrina. Si todos estos también han de resucitar para la vida eterna, ¿qué gracia particular se promete a aquellos?

204. Loa instrumentos que hemos presentado en esta disertación, si se consideran seriamente y se combinan los unos con los otros, nos parecen más que suficientes para probar nuestra conclusión. Es a saber: que Dios tiene prometido en sus Escrituras resucitar a otros muchos santos, fuera de los ya resucitados antes de la general resurrección, por consiguiente la idea de la resurrección de la carne, a un mismo tiempo y una vez, en un momento, en un abrir de ojo286, es una idea tan poco justa, que parece imposible sostenerla. Esto es todo lo que por ahora pretendemos, y con esto queda quitado el segundo embarazo que nos impedía el paso, y resuelta la segunda dificultad.



  —136→  

ArribaAbajoCapítulo VII

Tercera dificultad. Un texto del símbolo de San Atanasio. Trátase del juicio de vivos. Disertación.


Párrafo I

205. Me acuerdo bien, venerado amigo Cristófilo, que en otros tiempos (cuando yo tenía el honor de comunicaros mis primeras ideas, y de consultaros sobre ellas) me propusisteis esta dificultad, como una cosa tan decisiva en el asunto, que debía hacerme mudar de pensamientos. Del mismo modo me acuerdo, que como vuestra dificultad me halló desprevenido, pues hasta entonces no me había ocurrido al pensamiento, me hallé no poco embarazado en la respuesta: ahora que he tenido tiempo de pensarlo, voy a responderos con toda brevedad. Como la dificultad es obvia, en especial respecto de los sacerdotes, que muchas veces al año dicen este símbolo, me es necesario no disimularla.

206. Fúndase, pues, en aquellas palabras, del símbolo que llaman de San Atanasio: y de allí ha devenir a juzgar a los vivos y a los muertos. A cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus mismos cuerpos, y han de dar cuenta de sus acciones287. Estas palabras, me decíais, deben entenderse, como suenan, en su sentido propio, obvio y literal; ni hay razón para sacarlas de este sentido, cuando todas las cosas que se dicen en este símbolo, son verdaderas, en este mismo sentido obvio y literal. Antes   —137→   de responder de propósito a esta dificultad, os advierto una cosa no despreciable, que puede sernos de alguna utilidad. Es a saber, que aunque todas las cosas que contiene este símbolo son verdaderas y de fe divina, como que son tomadas, parte del símbolo apostólico, parte de algunos concilios generales que así las explicaron; con todo esto algunos teólogos que tocaron este punto, no admiten, ni reconocen por legítima y justa aquella expresión, de que se usa en el mismo símbolo: Porque así como la alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo Cristo288. Este así como, o esta similitud, dicen, que no puede admitirse sin gran impropiedad289. La razón es esta: porque el alma racional, y la carne de tal suerte son, y componen al hombre, que la una sin la otra no pueden naturalmente subsistir, subsistiendo el hombre. La carne se hizo para el alma, y el alma para la carne. La carne nada puede obrar sin el alma, y el alma (en cuando es sensitiva y animal, como lo es esencialmente) en este sentido nada puede obrar sin la carne. La carne sin el alma se deshace y convierte en polvo, y el alma sin la carne queda en un estado de violencia natural, como privada de la facultad sensitiva, o del uso de esta facultad, que no le es menos propia y natural que la intelectual.

207. Por el contrario: Dios de tal manera es hombre, y el hombre de tal manera es Dios, que sin violencia alguna natural pudo muy bien subsistir Dios, eternamente sin hacerse hombre, y del mismo modo pudo subsistir el hombre sin la unión hipostática con Dios en la persona de Cristo. Luego aquella expresión o similitud, porque   —138→   así como la alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo Cristo, se debe mirar como muy impropia, y por consiguiente no se debe admitir sin restricción. Suyo dijese ahora lo mismo de aquella otra expresión a cuya venida, si dijese que no es tan natural y tan justa, ni tan conforme a las Escrituras, que no se pudiera sustituir otra mejor, ¿dijera en esto alguna cosa falsa? Lo cierto es, que ni aquella ni esta, son expresiones tomadas de aquellos concilios generales de donde se tomó la sustancia de la doctrina, sino que son puestas por elegancia, y según la discreción particular del que, o de los que ordenaron este símbolo en la forma que ahora lo tenemos, entre los cuales no entra según varios críticos San Atanasio, sino cuando mas, como defensor acérrimo de estas verdades, contra los herejes de su tiempo. Con esta respuesta bastantemente justa, quedaba concluida nuestra disputa.

208. No obstante, si queréis y porfiáis, que las palabras, a cuya venida, se entiendan como suenan, y con todo el rigor imaginable, yo os lo concedo, amigo, sin gran dificultad. Soy enemigo de disputas inútiles, que las más veces confunden la verdad, en lugar de aclararla. No por eso penséis, que no pudiera negar vuestra demanda, y negarla justamente, siendo tan visible la inconsecuencia, y aun la ridiculez de esta pretensión, que pide el sentido obvio y literal, para la expresión del símbolo, cualquiera que, sin conceder este sentido a las expresiones más claras, más vivas, más circunstanciadas, más repetidas de la divina Escritura; con todo eso vuelvo a decir, que concedo sin gran dificultad el sentido literal y obvio, para la expresión de que vamos hablando, mas con esta condición, no menos justa que fácil, y por eso del todo indispensable, esto es, que se me conceda la misma gracia del sentido literal y obvio, para cuatro palabras que preceden inmediatamente a la misma expresión. ¿Cuáles son estas? Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a   —139→   los muertos290. Estas cuatro palabras no sólo son del símbolo de San Atanasio, sino también, sin faltarles una sílaba, del símbolo de los Apóstoles, y de otros lugares de la Escritura, por tanto merecen un poco de más equidad.

Párrafo II

209. Admitida, pues, esta condición, y concedida esta gracia o esta justicia, yo pregunto ahora: ¿qué sentido queréis darle a la expresión, a cuya venida? Diréis, que lo que suenan las palabras obvia y literalmente: lo que entiende luego al punto cualquiera que las lee; que al venir el Señor del cielo, al llegar ya a la tierra, instante antes o después, sucederá la resurrección universal de todos los hijos de Adán, sin quedar uno solo, a cuya venida todos los hombres lean de resucitar. Y a aquellas otras cuatro palabras que preceden inmediatamente a estas: y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, ¿qué sentido les daréis, haciendo la misma gracia? Diréis del mismo modo, que el que suena, y nada más esto es, que el mismo Señor ha de venir en persona, cuando sea su tiempo, a juzgar a los vivos y a los muertos. Óptimamente: conque según esto, tenemos estas dos proposiciones ambas verdaderas, en su sentido obvio y literal.

210. Primera. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra, a juzgar a los vivos y a los muertos.

211. Segunda. Al venir Jesucristo del cielo a la tierra sucederá en esta la resurrección universal de todos los hijos de Adán.

212. Paréceme, señor mío, que todos los dialécticos juntos, después de haber unido toda la fuerza de sus ingenios, no son capaces de conciliar estas dos proposiciones de modo que no peleen entre sí, y que no se destruyan mutuamente. Vedlo claro.

213. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra, a juzgar a los vivos y a los muertos. Esta es la primera proposición, y esta la verdad que contiene claramente. De aquí   —140→   se sigue esta consecuencia forzosa y evidente; luego después que Jesucristo venga a la tierra, no sólo ha de venir a juzgar a los muertos, sino también a los vivos, pues a esto viene; luego después que venga a la tierra, no sólo ha de hallar muertos, sino también vivos a quienes juzgar. Si halla vivos a quienes juzgar, y en efecto los juzga después de su venida, pues viene a juzgarlos, pues estos vivos no pudieron resucitar a su venida, pues se suponen vivos, y no muertos, y sólo los muertos pueden resucitar; si no resucitaron ni pudieron resucitar a su venida; luego es evidentemente falsa la segunda proposición, pues afirma que todos los hijos de Adán, sin excepción, han de resucitar a la venida del Señor: a cuya venida todos los hombres han de resucitar291.

214. Y si queréis que esta sea la verdadera, luego es evidentemente falsa la segunda proposición; pues afirma, que el mismo Señor ha de venir a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos292; lo que no puede ser, por haber resucitado todos a su venida, y por consiguiente por haber muerto todos, sin quedar uno solo vivo antes de su venida.

215. No pudiendo, pues, conciliarse entre sí estas dos proposiciones enemigas, no pudiendo ser ambas verdaderas en su sentido obvio y literal, es necesario e inevitable que alguna ceda el puesto. Y en este caso, ¿cuál de las dos deberá ceder? ¿Os parece decente, os parece tolerable, que por defender la expresión, a cuya venida, que ni la pusieron los Apóstoles, ni tampoco la ha puesto algún concilio general, se haga ceder el puesto a un artículo de fe, claro y expreso en el símbolo apostólico, símbolo que la Iglesia cristiana recibió inmediatamente de sus primeros maestros, que desde entonces hasta hoy día ha conservado siempre puro, y que pone en las manos a sus hijos, luego que tienen uso de razón? Pues, ¿qué sentido razonable, que no sea violento, sino propio, obvio y literal, le daremos?   —141→   Amigo, aquel sentido de que es capaz y que sólo puede admitir, aquél que sólo se conforma con su propio contexto: y de allí ha de venir a juzgar a los vivos; y a los muertos. A cuya venida todos los hombres han de resucitar con sus mismos cuerpos. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra, a juzgar a los vivos y a los muertos, a cuya venida, o con ocasión de su venida (como una condición sin la cual no), resucitarán todos los hombres, unos luego al punto en un momento, en un abrir de ojo, que son todos aquellos santos, de quienes hemos hablado en la disertación precedente, y los demás a su tiempo, cuando también oyeren la voz del hijo de Dios. Si este sentido no os contentare mucho, como es fácil de creerlo, pensad otro que os sea más obvio y literal, con tal que sea compatible, o no destruya la verdad de la primera proposición, la que en todo caso, y a toda costa, se debe salvar aunque sea con la propia vida.

Párrafo III

216. No ignoro, señor, lo que a esto me podéis responder, y vuestros pensamientos en este punto particular, no son tan ocultos que no puedan adivinarse. Paréceme, pues, que os veo actualmente con algún poco de inquietud, pensativo algunos instantes, y otros muy afanado en revolver teólogos y registrar catecismos, para saber lo que dicen sobre el juicio de vivos y muertos. No hay duda que esta diligencia es buena y laudable, y deberemos esperar que halléis por este medio alguna honesta composición entre aquellas dos proposiciones enemigas. Si queréis no obstante ahorrar algún trabajo, y serviros del que yo he practicado, veis aquí en breve lo que se halla sobre el asunto en los mejores teólogos, y lo que de ellos han tomado los catecismos. La dificultad debe ser muy grande, pues para resolverla se han dividido en cuatro opiniones o modos de pensar; todas cuatro diversas entre sí, pero que convienen y se reúnen perfectamente en un sólo punto; esto es, en negar a nuestro artículo de fe (por lo que dice de vivos),   —142→   su sentido obvio, propio y literal; en hacerle la mayor violencia para que ceda el puesto a su sistema, y si me es lícito hablar así, en no admitir dicho artículo de fe, si no cede, si no se inclina, si no se deja acomodar al mismo sistema. Os parecerá esto algún hipérbole, y no obstante lo vais a ver.

217. La primera sentencia, y la más plausible por su ingenioso inventor, aunque no por esto lo han seguido muchos, dice que por vivos se entiendan todos los que actualmente vivían en el mundo cuando los Apóstoles ordenaron el símbolo de fe; y por muertos los que ya lo eran desde Abel hasta aquel tiempo. Y como este símbolo se había de decir en la Iglesia en todos los siglos, años y días que durase el mundo, siempre se ha dicho, y siempre se dirá con verdad, que Jesucristo ha de venir a juzgar a los que han vivido, viven y vivirán, y a los que antes de estos hubiesen muerto; por consiguiente a los vivos y a los muertos. Me parece que esta sentencia, mirada atentamente, lo que quiere decir en buenos términos, es esto sólo: que la palabra vivos que pusieron los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, es una palabra del todo inútil, que pudiera haberse omitido sin que hiciese falta; que bastaba haber puesto la palabra muertos, pues con ella sola estaba dicho todo, y con mucha mayor claridad y brevedad. Supongamos por un momento, que los Apóstoles hubiesen omitido la palabra vivos, y puesto solamente la palabra muertos, en este caso, según el discurso de este doctor, nos quedaba entero y perfecto nuestro artículo de fe, del mismo modo que ahora lo tenemos, sólo con este simple discurso. Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar solamente a los muertos. Estos muertos fueron en algún tiempo vivos, pues sin esto no pudieran ser, ni llamarse muertos, luego Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos293.

218. La segunda sentencia dice: que por vivos se entienden,   —143→   o como dice el cardenal Belarmino en su catecismo grande, se pueden también entender todos aquellos que actualmente se hallaren vivos, cuando venga el Señor, los cuales morirán luego consumidos con el diluvio de fuego, que debe preceder a su venida. Óptimamente: ¿y este es el juicio de vivos que nos enseñan los Apóstoles? Sí, señor, en esta sentencia este es el juicio de vivos, y no hay aquí otro misterio que esperar; y de allí ha de venir a juzgar a los vivos. Vendrá del cielo a la tierra a juzgar los vivos, nos dicen los Apóstoles; y esta sentencia nos pone y nos supone muertos a todos los hombres, y hechos polvo y ceniza antes que el Señor llegue a la tierra. Si cuando llega a la tierra los halla muertos a todos, luego no halla vivos, luego no viene a juzgar a los vivos, pues ya no hay tales vivos que puedan ser juzgados, luego la palabra vivos es una palabra no sólo inútil, sino incómoda y perjudicial; y los Apóstoles hubieran hecho un gran servicio al sistema de los doctores, omitiendo esta palabrita, que no es sino una verdadera espina, y bien aguda. La tercera sentencia, indigna a mi parecer de ser recibida de otro modo, que o con risa, o con indignación, dice que por vivos se entienden las almas, y por muertos los cuerpos, así Jesucristo ha de venir del cielo a la tierra a juzgar a los vivos y a los muertos, no quiere decir otra cosa, sino que ha de venir a juzgar a las almas y a los cuerpos. Y como cuando venga ya halla resucitados a todos los hombres, y por consecuencia, unidas todas las almas con sus cuerpos propios en una misma persona, le será necesario dividir otra vez esta persona, y por consiguiente matarla otra vez para pedir cuenta primero al alma, y después al cuerpo, como si el cuerpo fuese algo sin el alma. ¡Oh filosofía verdaderamente admirable! ¡Oh, a lo que obliga una mala causa!

219. Resta, pues, la cuarta sentencia comunísima, y casi universal en los teólogos y catecismos, es a saber; que por vivos y muertos se entienden buenos y malos, justos y pecadores. No me preguntéis, amigo, sobre qué fundamento   —144→   estriba esta sentencia tan común, porque yo no puedo saberlo; pues no lo hallo en sus mismos autores. Como este punto lo tocaron tan de prisa, como si tocaran un hierro sacado de la fragua, no era posible que se detuviesen mucho tiempo en examinarlo con toda la atención y prolijidad, que habíamos menester. Yo no hallo otra cosa, sino que se cita por este modo de pensar la autoridad de San Agustín, y este es el fundamento en que pretenden dejarla sólidamente asegurada. Aunque San Agustín lo hubiese así pensado, aunque lo hubiese realmente asegurado y enseñado, ya veis cuan poca fuerza nos debía hacer su parecer sin otro fundamento, contra la verdad clara y expresa de un artículo de fe. Mas ¿será cierto esto? ¿Será cierto y seguro que este máximo doctor de la Iglesia creyese y enseñase determinadamente, que el juicio de vivos y muertos en la venida del Mesías, no quiere decir otra cosa, que juicio de buenos y malos, de justos y pecadores?

220. Yo lo había creído así sobre la buena fe de los que lo citan; mas habiendo leído a San Agustín en el mismo San Agustín, habiendo leído los lugares de este santo a que nos remiten, y tal que otro, donde toca el mismo punto, estoy enteramente asegurado, de que San Agustín no enseñó tal cosa, ni la tuvo por cierta, ni de sus palabras se puede inferir esto. A dos lugares de San Agustín nos remiten los doctores de esta sentencia; el primero es el libro sobre la fe y el símbolo, capítulo VIII. El segundo es el enchiridion o manual, capítulo IV. En estos dos lugares es cierto que el santo doctor toca el punto brevísimamente; mas también es cierto que nada determina ni toma partido. En el primero dice: Creemos, que de allí ha de venir, en tiempo oportunísimo, y que ha de juzgar a los vivos y a los muertos; ya se signifiquen con estos nombres los justos y pecadores, o ya los que ha de encontrar en el mundo antes de la muerte, que se llaman vivos. (Dice en el segundo lugar) El juzgar a los vivos y a los muertos puede interpretarse de dos maneras, o entendiendo por vivos los que   —145→   aquí aún no han muerto, y que hallará en su venida toda una viviendo en esta nuestra carne, y por vivos a los justos, y por muertos a los pecadores294.

221. Por estos dos lugares de San Agustín, a que nos remiten los autores de esta cuarta sentencia, se ve claramente, que el santo doctor nada determina, sino que dice muy de paso y sin tomar partido, o lo uno o lo otro; o vivos, tomada esta palabra como suena, y como la toman todos, esto es, los que viven con vida corporal como la nuestra; o tomada solamente por semejanza, y aplicada a la vida de la gracia con que viven los justos en cuanto justos. Mas estos doctores nada de esto nos dicen, sino que San Agustín entendió por vivos a los justos, y por muertos a los pecadores. Conque este fundamento único con que se pretende asegurar esta sentencia, cae de suyo o desaparece del todo, por confesión del mismo San Agustín en los mismos lugares citados.

222. Aquí se debe repetir, que este santo doctor no tomó partido cierto en estos dos lugares, en donde dice295, que por vivos no deben entenderse solamente los justos, como pensó Diodoro, sino los hombres vivos que el Señor ha de hallar en su venida, los cuales deberán también morir a su tiempo como todos los otros; creemos (son sus palabras) que lo que decimos en el símbolo, que en la venida del Señor han de ser juzgados los vivos y los muertos, no sólo significa los justos y pecadores, como piensa Diodoro, sino también se entienden por vivos aquellos que se han de hallar en carne, y que aún se reputan por mortales296.   —146→   Yo creo firmemente lo que aquí se dice (sea este libro de San Agustín, o no) no tanto por lo que dice este o el otro doctor; sino porque sólo esto es conforme a lo que me dice el símbolo de mi fe. Las otras sentencias, tengan los patronos o defensores que tuvieren, las tengo por improbables y por falsas, porque no son conformes, sino muy repugnantes y contrarias al mismo artículo de fe.

Párrafo IV

223. Verdaderamente que es cosa bien extraña y para mí incomprensible, la gran facilidad y satisfacción con que los doctores más sabios y religiosos han repugnado, y aun echado en olvido este artículo de nuestro símbolo, habiéndolo sacado con fuerza abierta de aquella base fundamental en que lo pusieron los Apóstoles. ¿Qué otra cosa es negarle su sentido literal, y pasarlo ya a este, ya al otro sentido, según la voluntad o el ingenio de cada uno, sino quitarle la base firme en que sólo puede mantenerse, para que caiga en tierra? Hágase lo mismo con los otros artículos del símbolo, y no es menester otra máquina para arruinar todo el edificio del cristianismo. ¿Por qué, pues, se hace con este sólo, lo que no se hace ni se puede hacer con ninguno de los otros artículos de fe? Los mismos teólogos convienen, y con suma razón, en que los artículos contenidos en el símbolo se deben entender a la letra, así como suenan, porque sólo así y no de otra suerte son artículos de fe. ¿Quién, pues, les ha dado facultad para exceptuar este solo de esta regla general?

224. Dicen que no es necesaria para la salud la fe y confesión explícita de este artículo del símbolo, en cuanto a la palabra vivos que ninguno tiene obligación de saber de cierto lo que significa esta palabra; que basta creer en general que todos los hombres sin excepción han de ser   —147→   juzgados por Jesucristo, cuando vuelva del cielo. Preguntadles ahora si podremos hacer lo mismo con los otros artículos del símbolo, y no sé qué puedan responder, guardando consecuencia. Si no hay obligación de saber lo que significa en el símbolo la palabra vivos, que parece tan clara, tampoco habrá obligación de saber lo que significa la palabra muertos, ni lo que significa la palabra la resurrección de la carne297, ni lo que significa nació de santa María virgen298, ni lo que significa fue crucificado, muerto y sepultado299; o deberá darse la disparidad.

225. Yo bien considero sin dificultad, que el saber el verdadero significado de la palabra vivos, o tener ideas claras del juicio de vivos, de que tanto nos hablan las Escrituras, no es obligación necesaria respecto del común de los fieles. ¿Cómo lo han de saber estos si no lo oyen? ¿Y cómo oirán sin predicador?300 Me parece cosa durísima extender también esta indulgencia a todas aquellas personas que tienen la llave de la ciencia, pues tratan las Escrituras. Y ya que se les conceda la misma indulgencia que al común de la plebe, debían a lo menos dejar quieto el artículo de vivos; debían no tocarlo, ni mucho menos hacerle tanta fuerza para inclinarlo a otros sentidos, debían enseñar a los fieles que lo crean aunque no lo entiendan, debían abstenerse de darnos a entender, como lo hacen en buenos términos, que la palabra vivos nada significa, que es inútil, y pudiéramos pasar muy bien sin ella. No digo que lo enseñen así expresamente, mas ¿qué otra cosa es buscarle a esta palabra otro y otros sentidos acomodaticios, impropios, violentos y aun ridículos, sin reparar en nada, y negarle solamente su propio y natural sentido? ¿Os parece, amigo, que esta breve palabra se puso en el símbolo sin inspiración, sin enseñanza, sin mandato   —148→   expreso del Espíritu santo? ¿Os parece que el entenderla, o no entenderla es cosa de poca o ninguna consecuencia?

Párrafo V

226. Parece cierto, que los doctores lo piensan así, pues nos excusan de la obligación de saber y creer lo que significa en particular la palabra vivos. Mas yo no puedo pensarlo así, porque veo en los mismos doctores las extrañas y terribles consecuencias, que se han seguido necesariamente, de sólo no admitir en su propio sentido esta palabrita que parece nada; sí, parece nada, y tiene una grande y estrecha relación con casi toda la Escritura en orden a la segunda venida del Señor. Parece nada, y es una luz clarísima que alumbra en los pasos más oscuros y difíciles de la misma Escritura. Parece nada, y es una llave maestra que abre centenares de puertas. Esta es la verdadera razón, si bien se considera, porque se ven precisados los intérpretes, aun los más literales, a usar de toda aquella fuerza y violencia tan notoria en la exposición de la divina Escritura valiéndose de todo su ingenio, de su erudición, de su elocuencia, para inclinarla donde ella repugna el inclinarse. Este parece el verdadero origen de todos aquellos sentidos, tantos y tan diversos, de que tanto se usa o se abusa en la exposición de la Escritura. Esta parece la verdadera razón de la mayor parte de aquellas reglas, o cánones innumerables que se han establecido como ciertos y como necesarios, según dicen, para la inteligencia de la santa Escritura, y quizá dijeran mejor, para no entenderla jamás. Todo o casi todo, a mi parecer, ha dependido de aquí; de no haber hecho el aprecio y el honor tan debido a la palabra vivos, de no haber querido entender esta palabra, como la entienden todos, esto es, los que viven, de no haber querido separar los muertos de los vivos, de no haber querido creer según las escrituras, que ha de haber un juicio de vivos (o lo que es lo mismo, un reino de Cristo sobre los vivos) diferentísimo del juicio   —149→   de los muertos, o del reino del mismo Cristo sobre los muertos, tanto como difieren los muertos de los vivos.

227. No es menester gran talento, ni gran penetración, sino un poco de estudio con reflexión y sin preocupación para conocer, sin poder dudarlo, que una gran parte de la Escritura santa en lo que es profecía, habla claramente del juicio de vivos, y del reino de Cristo sobre los vivos. A este juicio, o a este reino se enderezan casi todas las profecías, y en él se terminan como en un objeto principal; pues del juicio de muertos sólo se habla con claridad en el nuevo Testamento. Mas como el juicio de vivos se halla en los doctores tan mezclado o confundido con el juicio de muertos, que parece uno solo, es una consecuencia necesaria, que se halle en los mismos doctores confundida e impenetrable una gran parte de la misma Escritura. Quien tuviere alguna práctica en la lección y estudio de los expositores, entenderá luego al punto lo que acabo de decir; quien no la tuviere, pensará que deliro o que sueño; mas de esto último, ¿qué caso deberemos hacer? Dadme, amigo mío, quien crea fiel y sencillamente, como nos lo enseña la religión cristiana, que después de la venida del Señor y Rey Jesucristo, ha de haber en esta nuestra tierra un juicio de vivos; dadme quien no confunda este juicio de vivos con el de los muertos; dadme quien al uno y al otro juicio les conceda de buena fe lo que a cada uno le es propio y peculiar, y con esto sólo, sin otra diligencia, tiene entendida la mayor parte de la Escritura sagrada. Con esto sólo entiende muchísimos lugares de los Profetas, que parecen la misma oscuridad. Con esto sólo entiende muchos o los más de los Salmos, que parecen enigmas impenetrables. Con esto sólo entiende muchos lugares difíciles de San Pedro y San Pablo, del Apocalipsis y aun de los evangelistas, los cuales lugares, según nos aseguran los mismos doctores, no se pueden entender, sino en sentido alegórico o anagógico; que es lo mismo que decir, que no se pueden, ni se podrán jamás entender, o que sólo se entenderán allá en el cielo.



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ArribaAbajoCapítulo VIII

Cuarta dificultad. Un texto del Evangelio.


Párrafo I

228. En el Evangelio de San Mateo se leen estas palabras del Señor: Y cuando viniere el Hijo del Hombre en su majestad, y todos los ángeles con él, se sentará entonces sobre el trono de su majestad. Y serán todas las gentes ayuntadas ante él, y apartará los unos de los otros, como el pastor aparta las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda. Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha, etc301.

229. Este lugar del Evangelio es uno de los grandes fundamentos, si acaso no es el único, en que estriba, y pretende hacerse fuerte el sistema ordinario. Porque lo primero, dicen, aquí se habla conocidamente del juicio universal, y aún se describe el modo y circunstancias con que se hará. Lo segundo, en este lugar se dice expresamente, que el juicio universal de que se habla, se hará entonces, esto es; cuando viniere el Hijo del Hombre en su majestad302, modo de hablar que junta, une y ata estrechamente un suceso con otro, y por consiguiente no da lugar, antes destruye enteramente todo espacio considerable de tiempo   —151→   entre la venida del Señor, y el juicio y resurrección universal.

230. De manera que según la propiedad del texto sagrado, o según la pretensión de los doctores, cuando el Señor venga a la tierra303, entonces304 se sentará en el trono de su majestad, entonces305, esto es, luego inmediatamente se congregarán en su presencia todas las gentes ya resucitadas, entonces se hará la separación entre buenos y malos, poniendo aquellos a la diestra y estos a la siniestra; entonces se dará la sentencia en favor de los unos, porque hicieron obras de caridad, y en contra de los otros, porque no las hicieron, entonces finalmente se ejecutará la sentencia, yendo unos al cielo, y otros al infierno, y todo ello se hará en este mismo día en que el Señor llegare306.

231. Para resolver esta gran dificultad, y hacer ver la debilidad suma de este gran fundamento, casi no nos era necesaria otra diligencia, que repetir aquí lo que acabamos de decir sobre el texto del símbolo de San Atanasio. Siendo la dificultad la misma en sustancia de ambos lugares, la solución de la una se puede fácilmente acomodar a la otra. La única diferencia que acaso podrá notarse entre uno y otro lugar, es esta, que la expresión a cuya venida, es ciertamente puesta por manos de hombres; mas esta otra del Evangelio, y cuando viniere, es de la boca del mismo Hijo de Dios, que es la suma verdad. Pero esta diferencia, grande a la verdad, se recompensa sobradamente con sólo advertir dos cosas bien fáciles de notar. La primera que todo este lugar del Evangelio (y todo entero del capítulo XXV de San Mateo) no puede admitir otro verdadero sentido, que el que es propio de una parábola, pues en realidad lo es tanto, como las dos que la preceden inmediatamente en el mismo capítulo. La segunda advertencia no menos necesaria, ni menos fácil se esta: que aun concediendo que el lugar del Evangelio, de que hablamos, no sea una parábola, sino una verdadera profecía, y una descripción   —152→   del juicio universal, no por eso se podrá concluir legítimamente, que todo aquello que allí se anuncia para después de la venida de Cristo, deba suceder luego inmediatamente, sin que quede lugar y tiempo suficiente para otras muchísimas cosas, no menos grandes y notables, que están anunciadas en las Escrituras, para el mismo tiempo que debe seguirse, después que venga el mismo Cristo en gloria y majestad. Estos dos puntos debemos considerar ahora brevemente, mas con atención y seriedad.

Párrafo II

232. Todo el texto del Evangelio que empieza: Y cuando viniere el Hijo del Hombre, hasta el fin del capítulo de San Mateo, decimos en primer lugar, que es una verdadera parábola, no menos que las dos que la preceden inmediatamente. Por consiguiente, así esta como aquellas, no pueden admitir otro sentido, que el que es propio de una parábola, es a saber, no la semejanza misma de que se usa, sino aquel objeto o aquel fin particular y determinado a que se endereza. Este objeto o fin particular es evidentemente el mismo en estas tres parábolas; y tal vez por esto las pone el evangelista seguidas, y unidas en un mismo capítulo sin decirnos una sola palabra que indique alguna diferencia, como que todas tres se encaminan al mismo fin, y contienen en sustancia la misma doctrina, esto es exhortar a todos los creyentes, en especial a los pastores, a las obras de caridad, a la vigilancia, al fervor, a la práctica constante de las máximas, de los preceptos y de los consejos evangélicos, proponiendo para esto en general y brevísimamente, así las recompensas, como los castigos, que cuando vuelva a la tierra ha de dar a cada uno, según sus obras.

233. Así, aunque en estas tres parábolas y en algunas otras, habla el Señor de su venida, aunque habla, y parece que habla en algunas del juicio universal, mas no es este su objeto directo e inmediato, no pretende directamente referir su venida, ni las circunstancias de ella, ni el modo con que se ha de hacer el juicio universal, etc.; estas cosas   —153→   las toca de paso, y sólo indirectamente, en cuanto conducen a la doctrina, que es su fin principal. De lo demás que según las Escrituras ha de acompañar y seguir su venida, prescinde el Señor en este lugar, así como prescinde en todas las otras parábolas, diciendo solamente lo que basta para el fin que directamente pretende, que es la doctrina. En todas las parábolas donde indirectamente habla de su venida en gloria y majestad, es fácil reparar, que no siempre habla del mismo modo; unas veces concluye el discurso de un modo, otras de otro; unas veces usa de una similitud, otras de otra; unas veces, aunque pocas, parece que sólo habla del juicio universal, como si no tuviese otra cosa que hacer después de su venida; otras, y son las más o casi todas, parece que habla de personas no muertas, sino vivas; ni resucitadas, sino viadoras, que hallará cuando venga, especialmente aquellas a quienes dejó encomendada su familia o grey. Reparad entre otras parábolas, en la de las diez vírgenes, la de los talentos, la de los siervos que deben velar para abrir la puerta prontamente la puerta a su Señor, a cualquiera hora que llegare, pues no saben a qué hora llegará. Todas estas parábolas y otras semejantes se concluyen sin dejarnos idea alguna expresa y clara del juicio universal.

234. En el Evangelio de San Lucas se lee una parábola enderezada a aquellos que pensaban que llegando el Señor a Jerusalén, a donde actualmente iba a padecer, luego al punto se manifestaría el reino de Dios: con ocasión (dice) de estar cerca de Jerusalén, y porque pensaban que luego se manifestaría el reino de Dios307. A estos, pues, les dijo el Señor: Un hombre noble fue a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse. Y habiendo llamado a diez de sus siervos, les dio diez minas, y les dijo: traficad entretanto que vengo. Mas los de su ciudad le aborrecían, y enviando en pos de él una embajada,   —154→   le dijeron: No queremos que reine éste sobre nosotros. Y cuando volvió después de haber recibido el reino, etc308. Ved ahora lo que hace este rey cuando vuelva, recibido el reino, y no hallaréis idea alguna del juicio universal. Lo primero que hace es premiar a los siervos que negociaron con el talento dando a uno el gobierno de diez ciudades, y a otro de cinco: castigar a uno de ellos que lo tuvo ocioso, aunque no lo perdió quitándoselo; y después de esto, mandar traer y matar en su presencia a aquellos enemigos suyos, que no lo habían querido por rey. Y en cuanto a aquellos mis enemigos, que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traédmelos acá, y matadlos delante de mí309. ¿Halláis en todo esto alguna idea de resurrección de muertos, o de juicio universal? ¿No halláis por el contrario otra idea infinitamente diversa? ¿Cómo ha de dar a sus siervos el gobierno de cinco o de diez ciudades en el juicio universal, cuando todas las ciudades del mundo están ya reducidas a ceniza? ¿Cómo ha de matar a sus enemigos, que no lo quisieron por rey, cuando estos enemigos, como todos los demás hijos de Adán han muerto, han resucitado, y ya se hallan en estado de inmortalidad? Diréis sin duda, que todo esto es hablar en parábolas o semejanzas, las cuales, para que lo sean, no es necesario que corran en todo, sino sólo en aquel punto particular a que se enderezan. Y yo, confesando que tenéis razón, os pido la misma advertencia para el lugar del Evangelio de que hablamos: Cuando viniere el Hijo del hombre, entonces, etc310.

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Párrafo III

235. Si queréis no obstante que este lugar del Evangelio no sea una verdadera parábola; si queréis que sea una profecía, una noticia, una descripción, así de la venida del Señor, como del juicio universal, yo estoy muy lejos de empeñarme mucho, por la parte contraria; esto sería entrar en una disputa embarazosa y de poquísima o ninguna utilidad. Si yo la llamo parábola, es porque la hallo puesta entre otras parábolas, y porque leído el texto con todo su contexto, me parece todo dicho por semejanza, no por propiedad; ni parece verosímil, que el juicio universal se haya de reducir a aquello poco que aquí dice el Señor, ni que todos los buenos por una parte y todos los malos por otra hayan de ser juzgados y sentenciados sólo por la razón que allí se apunta; ni tampoco que los unos y los otros hayan de decir en realidad aquellas palabras: ¿Señor, cuándo te vimos hambriento, o sediento etc.?311 Y que el Señor les haya de responder: en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis pequeñitos, a mí me lo hicisteis, y en cuanto no lo hicisteis, ni a mí lo hicisteis312.

236. Con todo eso, yo estoy pronto a concederos sobre este punto particular todo cuanto quisiereis. No sea esto una parábola, sino una profecía que anuncia directamente la venida del Señor, y el juicio universal. Aun con esta concesión gratuita y liberal, ¿qué cosa se puede adelantar? Jesucristo dice que cuando venga313 entonces314 se sentará en el trono de majestad, entonces se congregarán delante de él las gentes, entonces separará los buenos de los malos, poniendo aquellos a su diestra, y estos a su siniestra   —156→   entonces alabará a los unos, y los llamará a la vida eterna, y reprenderá a los otros, condenándolos al fuego eterno. Bien, todo esto es cierto, y todo se concede sin dificultad; mas; ¿qué consecuencia pensáis sacar de aquí? ¿Luego cuando venga Jesucristo en gloria y majestad, sucederán luego al punto todas estas cosas? ¿Luego en aquel día (que los Profetas, y San Pedro y San Pablo, llaman el día del Señor, y que según vuestra extraña inteligencia deberá ser un día ordinario de diez o doce horas) luego en este día no habrá que hacer otras cosas, sino sólo estas? ¿Y las que anuncian para ese mismo día casi todos los Profetas, y las que anuncian, muchos, y tal vez los mas de los Salmos, y las que anuncia el Apocalipsis en los tres últimos capítulos, estas no podrán tener lugar en aquel día, estas deberán ser excluidas por la palabra entonces? Cierto que es esta una consecuencia o un modo de discurrir bien singular.

237. Como si dijeramos: mil lugares de la Escritura anuncian clara y expresamente mil cosas grandes y admirables, que deben suceder en el día del Señor, después que venga a la tierra en gloria y majestad. Ahora, entre estos lugares hay uno que hablando de la venida del Señor, pone luego el juicio universal, sin hacer mención de otra cosa intermedia; pues dice, cuando viniere, etc., luego después que venga el Señor no hay otra cosa que hacer, sino el juicio universal, luego esas mil cosas que anuncian esos mil lugares de la Escritura por claras y expresas que parezcan, deberán echarse a otros sentidos, por impropios y violentos que sean; pues no hay tiempo para que sucedan después de la venida del Señor. Por consiguiente la palabra entonces, deberá explicar mil lugares claros de la Escritura, y no ser explicada por ellos. Consecuencia durísima y despótica, contra la que claman y dan gritos todas las leyes de la justicia.

238. Pues ¿qué sentido propio, verdadero y conforme a las Escrituras, le podremos dar a la palabra entonces, y a todo el texto del Evangelio? Para responder en breve a   —157→   esta pregunta, no me ocurre otro modo más fácil que el uso de alguna semejanza o ejemplo, que suele valer mucho más que un prolijo discurso. Leed el capítulo nueve del Génesis y hallaréis allí (versículo veinte) que cuando Noé salió del arca después del diluvio, comenzó a labrar la tierra y plantó una viña, y bebiendo el vino se embriagó315. Oíd ahora mi bella inteligencia de estas palabras. Noé salió del arca al amanecer del día 27 de Abril, y junto con él todos sus prisioneros, y habiendo en primer lugar adorado a Dios ofreciéndole su sacrificio, se puso luego a labrar la tierra por no estar ocioso; aquella misma mañana, ayudado de sus tres hijos, plantó una viña, a la tarde hizo su vendimia, y antes de anochecer ya estaba borracho. ¿Qué os parece, amigo, de mi inteligencia? ¿Halláis que reprender en ella guardando consecuencia? Consideradlo bien.

239. Yo no negaré que es bien reprensible, por infinitamente grosera. Cualquiera que lee seguidamente este lugar del Génesis, conoce al punto que el historiador sagrado va a referir directamente y de propósito lo que sucedió por ocasión de la embriaguez de Noé, esto es, las bendiciones y maldiciones (o por hablar con más propiedad) las predicciones y profecías que pronunció, ya en pro, ya en contra de su posteridad, a favor de sus dos hijos, Sen, Japhet, y en contra de Can, y mucho más de su nieto Caanán. Para referir todo esto de un modo claro y circunstanciado, como buen historiador, era necesario decir, primero, en breve, que el justo Noé en cierta ocasión se propasó inocentemente en la bebida, y realmente se embriagó; segundo, que ya en aquel tiempo había vino en el mundo; tercero, que también había viña; cuarto, que esta viña no era de las antidiluvianas, sino que el mismo Noé la había plantado por sus manos. De todo esto era necesario hacer mención como en un brevísimo compendio, para   —158→   referir lo que el mismo Noé habló en profecía, luego que despertó de su sueño. Apliquemos ahora la semejanza: Jesucristo en esta especie de parábola va directamente a dar una doctrina, va a exhortar a los hombres a las obras de misericordia con sus prójimos, este es su asunto principal. Para que esta exhortación tenga mejor efecto, les da una idea general del juicio universal, proponiéndoles con suma viveza y naturalidad, así el premio como el castigo que deben esperar los que hacen o no hacen obras de misericordia. Mas para dar esta idea general del juicio universal para contraer esta idea general a su intento particular, le era necesaria alguna preparación le era necesario decir en breve, y como de paso, que él mismo había de venir otra vez a la tierra en gloria y majestad, que cuando viniese, entonces se había de sentar en el solio de su majestad, que había de congregar todas las gentes en su presencia, etc. Mas todo esto que aquí apunta el Señor brevemente, ¿sucederá luego al punto que llegue a la tierra? ¿Todo se ejecutará en el espacio de doce o de veinte y cuatro horas? Pues ¿cómo se cumplirán las Escrituras?316 ¿Cómo se podrán verificar tantas otras cosas que hay en la Escritura, reservadas visiblemente para aquel mismo día o tiempo, que debe comenzar en la venida del Señor? ¿Éstas también no son dictadas por el mismo Espíritu de verdad?

240. En suma, todas las expresiones y palabras del texto del Evangelio de que hablamos son verdaderas, son propias, son naturales y perfectamente acomodadas a su fin. Cuando viniere... se sentará entonces317, y entonces serán todas las gentes ayuntadas318, y apartará los unos de los otros319, entonces dirá, etc320. Del mismo modo son   —159→   verdaderos, y deben verificarse en aquel mismo día todos los anuncios de los Profetas, y todas cuantas cosas hay en el Antiguo y Nuevo Testamento, claramente reservadas para este día. Para concordar ahora unas cosas con otras, para entenderlas todas con gran facilidad, y para darles a todas, y a cada una de ellas, el lugar que les pertenece, sólo falta una cosa, según parece, del todo necesaria, es a saber, que no estrechemos tanto el día del Señor, como lo hace el sistema ordinario, sino que le demos, sin temor alguno toda aquella grandeza y extensión que le es tan debida, según las Escrituras321. Con esto sólo tendremos tiempo para todo.



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ArribaAbajoCapítulo IX

Última dificultad.


241. El Apóstol San Pedro, hablando del día del Señor, dice, que vendrá este día repentinamente, cuando menos se pensare, y añade que en él habrá un diluvio de fuego tan grande y tan voraz, que los elementos mismos se disolverán, y la tierra y todas las obras que hay en su superficie, se abrasarán y consumirán. Vendrá, pues, como ladrón el día del Señor, en el cual pasarán los cielos con grande ímpetu y los elementos con el calor serán deshechos, y la tierra y todas las obras que hay en ella serán abrasadas322. Si esto es verdad, no tenemos que esperar en el día del Señor, ni el cumplimiento de lo que parece que anuncian para entonces las profecías, ni tampoco el juicio de vivos, entendida esta palabra como suena; pues no es posible que quede algún viviente, después de un incendio tan universal que ha de abrasar toda la superficie de la tierra. Por consiguiente, así el juicio de vivos, como todas las otras profecías, no pueden entenderse según la Escritura, sino en otros sentidos muy diversos del que parece obvio y literal.

242. Para resolver esta gran dificultad, que se ha mirado como decisiva en el asunto, no tenemos que hacer otra diligencia, que leer con más atención el texto mismo de San Pedro sin salir de él. Se pregunta: ¿San Pedro dice aquí que en la venida del Señor, o al venir el Señor del cielo a la tierra, sucederá este incendio universal? Ni   —161→   lo dice, ni lo anuncia, ni de sus palabras y modo de hablar se puede inferir una novedad tan grande, y tan contraria a las ideas que nos dan todas las Escrituras. Lo que únicamente dice, es que sucederá en el día del Señor, que es cosa infinitamente diversa; y esto sin determinar si será al principio, o al medio, o al fin de este mismo día. Vendrá, pues, como ladrón el día del Señor: en el cual etc323. Ahora, amigo, si todavía pensáis que el día del Señor, de que habla San Pedro, y de que hablan casi todos los Profetas, es algún día natural de doce o veinte y cuatro horas, os digo amigablemente que no pensáis bien. Esta inteligencia pudiera parecer a alguno muy semejante a aquella otra inteligencia mía, sobre el día en que Noé salió del arca, en el cual día preparó la tierra, plantó una viña, hizo la vendimia, bebió del vino, y se embriagó.

243. El día del Señor, de que tanto hablan las Escrituras, no hay duda, que comenzará con la venida del cielo a la tierra del Rey de los reyes. Con esta venida, o con el personaje que viene, después de haber recibido el reino324, con todo el principado, sobre sus hombros325, amanecerá ciertamente y tendrá principio el día de su virtud en los esplendores de los santos, como se anuncia en el salmo CIX: Contigo está el principado en el día de tu poder entre los resplandores de los santos326, mas el día del Señor, que entonces amanecerá, no hay razón alguna que nos obligue a medirlo por horas y minutos; antes por el contrario, toda la divina Escritura nos da voces contra esta idea, y nos propone otra infinitamente diversa, como iremos viendo en adelante. Toda ella nos habla de la venida del Señor, como de una época la mas célebre de todas, a que debe seguirse un tiempo sumamente diverso   —162→   de todos los que hasta entonces habrán pasado; el cual tiempo se llama frecuentemente en los Profetas, el día del Señor327, aquel día328, aquel tiempo329, el siglo venidero330. Por tanto, en ese día, en ese tiempo, en ese siglo venturo habrá sin duda algún tiempo sobrado, para que se verifique plenamente todo cuanto está escrito, y todo como está escrito331. Habrá tiempo para el juicio de vivos de que nos habla, y nos manda creer el símbolo de nuestra fe; habrá tiempo para todos los anuncios de los Profetas de Dios; y habrá tiempo para que se verifique plenamente lo que dice San Pedro, y todo dentro del mismo día sin salir de él San Agustín dice: No se saben los días que durará este juicio; pero ninguno que haya leído las escrituras, por poco que se haya versado en ellas, dejará de saber, que al tiempo llama la escritura día332.

244. Volved un poco los ojos al capítulo II del Apocalipsis, y allí hallaréis, (versículo 9) que San Juan habla también del fuego que ha de llover del cielo, enviado de Dios; mas este suceso lo pone al fin de su día, de mil años; cuando fueren acabados los mil años, en los cuales mil años (sea número determinado o indeterminado) ha habido tiempo más que suficiente para las muchas y grandes cosas que nos anuncian clarísimamente las Escrituras. Esta es toda la solución de esta dificultad, ni hay para que detenernos más en este punto. Otras dificultades iguales o mayores que puedan oponerse, esperamos resolverlas a su tiempo conforme fueren ocurriendo.

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Adición

245. Por lo que acabamos de decir no pretendemos negar que haya de haber fuego del cielo en la venida misma del Señor; pues así lo hallamos expreso en algunos lugares de la Escritura, especialmente en el salmo XCVI. Fuego irá delante de él, y abrasará alrededor a sus enemigos. Alumbran sus relámpagos la redondez de la tierra: violos la tierra, y fue conmovida. Los montes como cera se derritieron a la vista del Señor, a la vista del Señor toda la tierra333. Este texto, en especial las últimas palabras, parece que suenan a un diluvio universal de fuego, que debe preceder inmediatamente a la venida del Señor; mas es bien advertir lo primero, que estas últimas palabras a la vista del Señor toda la tierra, que son las que tienen más apariencia, no se leen así en las otras versiones, sino de toda la tierra, y así tienen otro sentido diverso, no es toda la tierra la que fluye como cera, a la vista y presencia del Señor; sino los montes son los que fluyen en presencia del Señor de toda la tierra334, dice la perífrasis caldea. De la presencia del semblante del Señor toda la tierra335, dice la antiquísima versión arábiga. Fuera de que esta es conocidamente una expresión figurada como la del salmo siguiente: Los ríos aplaudirán con palmadas, juntamente los montes se alegrarán a la vista del Señor porque vino a juzgar la tierra336; y la del salmo CXIII: O montes, saltasteis de gozo como carneros; y vosotros, collados, como corderos de ovejas337.

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246. Lo segundo y principal que se debe advertir es que así el texto citado, como todo el contexto de este salmo, nos da una idea muy ajena de fuego universal. Desde las primeras palabras empieza, convidando a la tierra y a muchas islas de ella, a que se alegren y regocijen con la noticia del reino próximo del Señor: El Señor reinó, regocíjese la tierra, alégrense las muchas islas338. Esta alegría es claro que no compete a la tierra, ni a las islas insensibles, sino sólo a los vivientes que en ellas habitan; mas aunque la tierra y las islas fuesen capaces de alegría, ¿cómo podrán alegrarse, esperando por momentos un diluvio de fuego que les debe hacer fluir como cera? En el salmo antecedente acaba de decir, hablando de la venida del Señor: Alégrense los cielos, y regocíjese la tierra; conmuévase el mar, y su plenitud; se gozarán los campos, y todas las cosas que en ellos hay. Entonces se regocijarán todos los árboles de las selvas. A la vista del Señor, porque vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará la redondez de la tierra con equidad, y los pueblos con su verdad339. ¿Cómo se compone esta exaltación de campos y árboles, sólo por la noticia de que van a ser devorados por el fuego? Todas estas reflexiones nos obligan a creer, que no puede ser universal el fuego, de que se habla en este salmo, que debe preceder a la venida del Señor340, sino que es un fuego particular, enderezado solamente a los enemigos, como sigue inmediatamente diciendo: Fuego irá delante de él, y abrasará alrededor a sus enemigos341.

247. Esta misma idea se nos da en el libro de la Sabiduría, donde hablando de la terribilidad del día del Señor   —165→   contra los impíos, dice entre otras cosas: Y aguzará su inexorable ira como a lanza, y peleará con él todo el universo contra los insensatos. Irán derechamente los tiros de los rayos, y como de un arco bien entesado de las nubes serán arrojados, y resurtirán a lugar cierto342. ¿Qué necesidad había de esta dirección de rayos a lugar cierto, y determinadas personas, si el fuego hubiese de ser como un diluvio universal? En el salmo XVII se habla de la misma manera contra los enemigos de Cristo, en el día de su venida. Inclinó los cielos, y descendió; (y apareció su gloria) y oscuridad debajo de sus pies. Y subió sobre querubines, y voló; voló sobre alas de viento. Y se ocultó en las tinieblas, como en un pabellón suyo. Este tabernáculo me parece que no es otra cosa sino sus santos que vienen con él; a su contorno agua tenebrosa en las nubes del aire. Por el resplandor de su presencia, se deshicieron las nubes en pedrisco, y carbones de fuego... Y envió sus saetas, y los desbarató; multiplicó relámpagos, y los aterró, etc343. Es claro, que todo este aparato es contra los enemigos y nada más.

248. ¿Cómo es posible que sea un diluvio universal de fuego el que viene con Cristo, o le precede, cuando al venir el Señor en gloria y majestad, se convidan todas las aves a una grande cena, que Dios les prepara con los cadáveres de todos aquellos enemigos suyos, que murieron con la espada, que sale de la boca del que estaba sentado sobre   —166→   el caballo?344 ¿Cómo es posible que las aves se regalen en efecto con estos cadáveres -y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos345- ni que haya quedado ave alguna en el mundo, después de un diluvio universal de fuego? ¿Cómo es posible que sea este un fuego universal, cuando por Ezequiel se hace el mismo convite, no sólo a las aves, sino a todas las bestias feroces para la misma cena, que Dios les prepara? Pues tu, hijo del hombre, esto dice el Señor Dios; dí a todo volátil, y a todas las aves, y a todas las bestias del campo; venid juntos, apresuráos y corred de todas partes a mi víctima que yo os ofrezco..... Comeréis las carnes de los fuertes, y beberéis la sangre de los príncipes de la tierra346... ¿Cómo es posible (por abreviar) que sea este un fuego universal, cuando por Isaías se dice, que aún después de aquel terrible día quedarán todavía en la tierra algunos hombres vivos, aunque no muchos?347 Y más abajo dice, que serán tan pocos como si algunas pocas aceitunas que quedaron, se sacudieron de la oliva; y algunos rebuscos, después de acabada la vendimia. Estos levantarán su voz, y darán alabanza; cuando fuere el Señor glorificado, alzarán la gritería desde el mar348. Pudiera aquí citar otros lugares de la Escritura ¿mas para qué cuando estos han de ir saliendo en adelante a centenares y aun a millares?





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ArribaAbajoParte segunda

Que comprende la observación de algunos fenómenos particulares sobre la Profecía de Daniel, y venida del Anticristo.


1. Hechos los preparativos que nos han parecido necesarios, quitados los principales embarazos, y con esto aclarado el aire suficientemente, parece ya tiempo de empezar a observar muchos fenómenos grandes y admirables; que, o se ocultaban del todo entre las nubes, o sólo se divisaban confesamente, se empiezan ya a descubrir con claridad, y se dejan ver con todo esplendor. Sólo faltan ojos atentos e imparciales, que poniendo aparte toda preocupación, quieran mirarlos y remirarlos con la debida formalidad que quieran detenerse algunos instantes en el examen de cada uno en particular, en la combinación de los unos con los otros, y en la contemplación de todo el conjunto, esto es lo que ahora deseamos hacer.

2. Para facilitar en gran parte este trabajo, y asegurarnos más un buen suceso, nos ha parecido conveniente, no sólo llevar muy presente nuestro sistema propuesto en el capítulo cuarto de la primera parte, sino también, y en   —168→   primer lugar el sistema ordinario de los doctores, procurando sacar de él todo el fruto que es capaz de dar, y hacerlo servir, aunque sea mal de su grado, al conocimiento de la verdad. Dos manos nos ha dado Dios, como dos ojos y dos oídos, es decir, que podemos sin gran trabajo tomar en ambas manos ambos sistemas, y hecha la observación exacta y fiel de algún fenómeno particular, ver y oír la explicación que da, o puede dar el uno de los dos sistemas, reservando, como es razón y justicia, el otro ojo y el otro oído para el otro sistema. Si después de vista, oída y examinada seriamente la explicación que da a la cosa propuesta el uno de los sistemas, no se hallare tan propia, tan clara, tan natural, como la que da el otro sistema; antes por el contrario se hallare violenta, oscura, embarazosa y tal vez manifiestamente fuera del caso, etc., entonces tocará a los jueces justos dar la sentencia definitiva. Este método, como el más simple de todos, parece también el más a propósito para el fin único que nos hemos propuesto, que es el descubrir la verdad y el fruto de la misma verdad, que a todos debe igualmente aprovechar. No perdamos más tiempo, y empecemos nuestra observaciones.