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ArribaAbajo3. Las escritoras: su condición, justificación de la escritura e imagen autorrepresentativa

De María Rosa Gálvez de Cabrera a Frasquita Ruiz


De Larrea Aherán y María Manuela López de Ulloa


Tratar de averiguar la identidad de las mujeres que de una u otra manera salieron a la palestra literaria es tarea ardua, dado, en primer lugar, que los autores -masculinos o femeninos- que decidieron dar a la luz su producción no siempre tuvieron la intención o la osadía de identificarse como tales o dar pistas sobre su filiación. En estos años, como en los de la centuria anterior muchos escritores prefirieron quedar en el anonimato o amparados por unas iniciales o un seudónimo, bien porque no acaban de ver clara la gloria que la autoría de un folleto o publicación periodística pudiera proporcionarles, bien porque el autor prefiere tener primero noticia de la buena acogida o no de sus escritos, bien porque crea que la censura gubernativa o la Inquisición pueden ir tras sus huellas, bien porque prefiera establecer con sus lectores un juego literario sustentado en la máscara del seudónimo con el que se presenta. Esta práctica aún cobrará mayor sentido y vigencia en los años de la lucha contra el francés cuando la vida de algunos ciudadanos está marcada por un designio común, y de este modo prefieren mostrarse como un nudo más de la fuerza patriótica de la colectividad, o por el contrario cuando la circunstancia vital está vinculada a un pasado político que es preferible olvidar para abrazar más cómodamente los ideales dominantes o bien cuando las propias creencias que se pretenden defender no coinciden con las del sistema de gobierno político bajo el que se vive.

A todo esto se une que en la práctica periodística es aún más frecuente la participación de lectores que prefieren quedar en el anonimato, lo mismo que sucede cuando se trata de folletos, ya exentos ya reunidos en volúmenes colectivos. De modo que incluso el rastreo de esta publicística efímera apenas depara el hallazgo de unos cuantos nombres, seudónimos o iniciales, no siempre fáciles de identificar y menos aún de dotarlos de una trayectoria literaria. En el caso de las escritoras, a los obstáculos comunes que acabo de mencionar, debe añadirse los de la escasa práctica autorial femenina y sobre todo el prejuicio con que hombres -y también muchas mujeres- reciben el discurso de una autora.


ArribaAbajo3.1. Unos cuantos nombres propios

Sea como fuere y, puesto que no son muchas las mujeres de las que, hasta la fecha, nos ha quedado huella, el proceso de selección que he realizado al titular así este epígrafe está encaminado por una parte a traer a colación a aquellas escritoras que, desde el conocimiento parcial que hoy se tiene, con mayor asiduidad escribieron en estas fechas y, por otra parte, tratar de que, entre esas pocas, estas sean representativas de los diversos modos en que las mujeres comprometieron su palabra con la política del momento.

El catálogo de mujeres que firmaron con nombre propio es muy corto. Habría que comenzar por apuntar el de algunas escritoras cuya obra se circunscribe prácticamente al ámbito del Neoclasicismo, pero que, como ocurre en el caso de María Rosa Gálvez, con su Oda en elogio de la marina española (1806), aun dentro de la estética propia de la poesía filosófica de la Ilustración, abre un camino por el que habrían de transitar las mujeres que cultivan la poesía al servicio de la propaganda política, sin que pueda asegurar, por otra parte, que su poesía tuvo algún eco en la escrita por las mujeres a partir de 1808.

En cualquier caso, la malagueña María Rosa Gálvez Ramírez de Velasco es una figura excepcional. Hija adoptiva del militar Antonio Gálvez y María Ana Ramírez de Velasco, creció en el seno de una familia notable por las relaciones de parentesco con miembros insignes del mundo de la política, la milicia y el comercio entre España y las colonias de ultramar. Su condición de hija adoptiva no la situaba en una posición ventajosa y su matrimonio en 1789 con el capitán de milicias José Cabrera y Ramírez lejos de suponer una mayor promoción social la sumergió en un mar de problemas. Parece que la afición del marido al juego le ocasionó un serio aprieto al militar siendo ya Agregado en la Legación de España en los Estados Unidos, lo que repercutiría también en la economía de la Gálvez que vio dilapidada su herencia. Estos problemas financieros la inducirían a marcharse a Madrid, para tratar de vivir de su propia literatura, al principio como traductora de obritas francesas y luego ya como dramaturga. Sus obras fueron representadas y aplaudidas, aunque con alguna crítica que ella no dejó de rebatir con resuelta argumentación. Tanto su producción teatral como la poética pudo verla publicada por la imprenta Real bajo el título de Obras poéticas en 1804. Si para ello contó con el apoyo de Godoy no deja de ser más que una anécdota repetida y no exenta de malicia en un momento en que muchos hombres también lo solicitaron y obtuvieron, especialmente cuando su valor fue defendido por críticos tan acreditados y rigurosos como Quintana. Lo que me interesa destacar es el orgullo de mujer con el que defiende su capacidad y cualificacíón como escritora, así como la esperanza que pone en que, si sus coetáneos no son capaces de apreciar la calidad de su obra, sí lo hará más justamente la posteridad407.

A continuación, cabría situar a una desconocida Catalina Maurandy y Osorio, de la que apenas se sabía que había firmado una proclama guerrera datada en Cartagena a 26 de julio de 1808 y que parecía haber encabezado su texto con el genérico de Una española. Recientemente he podido averiguar, como he mencionado páginas atrás, que la publicación de esta proclama cartaginesa se había editado previamente como carta al editor del Diario de Cartagena del 10 y 11 de Agosto y que, en esta ocasión, el texto dice estar escrito «contra el Emperador de los Franceses, y a favor de nuestro Monarca Don Fernando VII», por «obra de una Señora en nombre de todas las de su sexo», es decir que el término de «española» se ha añadido a la reimpresión del folleto. De hecho, esta proclama, tras publicarse en el periódico se imprimió como folleto primero en Madrid y luego en Cádiz, en la casa de la Misericordia, y una vez más en el año de 1808 en la reimpresión gaditana realizada por Carreño del volumen colectivo Demostración de la lealtad española: Colección de proclamas, bandos, órdenes, discursos, estados de ejército, y relaciones de batallas publicadas por las Juntas de Gobierno, o por algunos particulares en las actuales circunstancias, tomo III408.

Tampoco he logrado averiguar apenas nada de Engracia Coronel, fundadora de la Sociedad Patriótica gaditana. Lo único que se puede decir de ella es lo que la misma autora explica en su discurso, que Málaga era su ciudad de residencia, desde donde llegó a Cádiz tras la invasión de aquella ciudad el 5 de febrero de 1810. Tras sufrir penosas experiencias, halló el consuelo en esta ciudad ocupándose en tareas asistenciales al ejército:

la bondad y amor, tanto de las emigradas, como de las naturales, o vecinas de esta Plaza, me hizo comprender en breve que era asequible el establecimiento que me había inspirado la justa imitación de los heroicos hechos de un marido desgraciadamente sacrificado horrendo en el patíbulo por la salud de su pueblo. Las tragedias de un hijo único, prisionero al tiempo de la desventurada pérdida de Lérida, y de una familia toda que por leal ha experimentado los estragos mas dolorosos, y aun sufre los efectos de una ingratitud, acaso sin ejemplo.409



Si se marchó de la ciudad para tratar de reunirse con su hijo prisionero, no puedo asegurarlo, lo único cierto es que su rastro se pierde en el tiempo.

Menos aún sé de Joaquina de Campuzano, la «señorita Riojano-Vitoriana» que responde al editor del Correo de Vitoria en 1814, y de la que, al menos que yo sepa hasta ahora, sólo queda rastro de su nombre410.

Tampoco conozco datos hasta la fecha que permitan identificar a M. P. M., la escritora que se esconde bajo la máscara de la ingenua gaditana y que publicó en 1808 el poema Breve rasgo del carácter español, y triunfos sobre las águilas francesas, dictado por el patriótico afecto de una ingenua gaditana. Lo mismo ocurre con C.G. o C.G.A. -de una y otra forma indistintamente firma sus composiciones-, de quien se publican poemas en El Procurador y en la Atalaya de la Mancha de Madrid. Lógicamente sus producciones se inscriben en el ideario más reaccionario de la época. Del mismo modo, son escasas las noticias acerca la mexicana María Francisca de Nava, pues sólo la conozco como autora de un par de proclamas entre 1808 y 1810.

También ignoro prácticamente todo acerca de María Manuela López de Ulloa. Lo que más llama la atención es que no se le conozca familia, que nada se sepa de un marido o un padre al que ella pudiera dar cuenta y que le sirviera de «sostén ante el público» masculino, especialmente por lo continuado de su producción. Su disponibilidad para seguir al grupo de El Procurador a la Corte es igualmente llamativa y cabría pensar que María Manuela no fuera gaditana sino que, como otros muchos españoles, procediera de Madrid o sus alrededores -en uno de sus escritos se declara paisana de Don Quijote- y llegara a Cádiz con los huidos del ejército napoleónico. En algunos de sus artículos marca las distancias que la separa con otras mujeres gaditanas y con las liberales madrileñas afincadas en Cádiz; su conocimiento de la prensa que se publicaba en Sevilla podría ser significativo de que pasó por aquella ciudad. De ese modo, su regreso a Madrid sería natural. Allí permanecería y continuaría su labor periodística en la Atalaya de la Mancha de Madrid, El Sol y El Procurador General, donde firmaría con sus iniciales o con el gentilicio «Una española», por otra parte bastante frecuente. Precisamente esa rúbrica aparece al pie del texto Cuando todo el reino, justamente indignado de las maldades cometidas por el Emperador de los franceses contra nuestro Rey y nación, se prepara armando sus provincias a resistir y destruir al enemigo que quería esclavizarnos...411, pero nada me permite comprobar que sea esta una primicia de su pluma.

En Madrid vivió en la calle Inquisición Vieja, al menos en mayo de 1814, fecha en que dirige una carta a la Marquesa de Villafranca proponiéndole abrir una suscripción de señoras para levantar un monumento a Wellington412. Lo curioso es que la calle Inquisición Vieja no existía como tal a la altura de 1814, aunque sí había existido una calle Inquisición que hacia 1833 se llamó de María Cristina y actualmente de Isabel la Católica413. Parece probable que María Manuela, tan pertinaz en sus ideas, quisiera conservar el modo antiguo, bien porque aún se denominaba así popularmente, bien a modo de homenaje al edificio que hubo en dicha calle y que le había dado nombre, así como de autoafirmación en sus creencias y valores.

El periplo que posiblemente recorriera María Manuela sería similar al de otras mujeres -y hombres desde luego-, como la que se ocultaba bajo las iniciales M. C. M. que dice ser la autora de la idea propuesta a la Junta Central antes de verse obligada a abandonar Madrid, de constituir una serie de hermandades patrióticas de señoras, tanto en la península como en las Américas, bajo el patrocinio de la reina. Ya en Sevilla volvió a presentarlo a la Junta que lo aprobó el 31 de enero de 1809 y que estaría encabezado por María del Carmen Ponce de León y Carvajal, Marquesa de Astorga414.

Algo más se sabe de esta dama, traductora de Mably. Nacida en Jaén en 1780, hija de los duques de Montemar y estaba casada con Vicente Osorio de Moscoso y Álvarez de Toledo, marqués de Astorga. Después sería dama de la reina María Luisa entre 1816 y 1823, y secretaria de la Junta de Damas de la Sociedad Económica de Madrid entre 1818 y 1820415.

Con la Marquesa de Astorga y Condesa de Altamira416, participarían en este fallido proyecto sevillano la Marquesa de Medina (esposa de Antonio Rodríguez de Valcárcel, marqués de Medina, que tuvo parte en la defensa de Cádiz frente a Nelson y Jervis en 1797 y luego fue nombrado gobernador de Chile por el Consejo de Regencia), la Marquesa de Villa-Palma, mujer del Marqués de Villa Palma, que había sido hasta 1813 regidor del cabildo de Santiago de Chile, y Josefa López de Zillas.

Tampoco se tienen muchos datos hasta la fecha de María Loreto Figueroa y Montalvo, secretaria de la Junta de Damas de Cádiz y que había sido también Segunda Secretaria con María del Rosario Cepeda, de la de Madrid. La Cepeda desempeñaría este cargo entre 1805 y 1813, mientras Loreto lo haría desde ese mismo año417 compaginándolo con el de la sociedad gaditana, al menos hasta octubre de 1815, fecha en que -a pesar de que en ese verano se había disuelto la junta gaditana- firma un certificado manuscrito sobre la pertenencia de Frasquita Larrea a la «Junta Patriótica de Señoras de Cádiz». De la tesorera de la sociedad gaditana, María Ignacia Valiente de Zaldo Mariscal, sólo he podido averiguar que era natural de México, hija de Juan Valiente y Sáenz de Sicilia, y de María Teresa Mariscal y Guerrero Dávalos, y se había casado el 28 de Agosto de 1788 con Cecilio de Zaldo y Huerta (Valgañón, 1758). Este era comerciante y, según Adolfo de Castro, había dado 200,000 rs. de donativo para el ejército, asegurando que el clero y los religiosos habían vestido al regimiento de Zamora con las limosnas de las misas. Presentó su Real Provisión de Hidalguía en Cádiz, y sobre ello le fue otorgado testimonio el 4 de Julio de 1822, por Juan Manuel Martínez, Escribano de Número de la ciudad de Cádiz. Al parecer tuvo amplia sucesión.

De la Marquesa de Villafranca, María Tomasa Palafox y Portocarrero (Madrid 1780-Portici, Italia, 1835), hija de María Francisca de Sales Portocarrero, condesa de Montijo, conviene destacar la educación que recibió gracias al interés de su madre. Tomasa se casaría en 1798 con Francisco Álvarez de Toledo, hermano del marqués de Medina Sidonia. Este moriría en ese mismo año, de modo que el marqués de Villafranca obtendría también la titularidad de la casa sanluqueña. Desde 1799 era socia de la Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense, donde realizó una enorme labor a favor de los niños incluseros, igualmente demostró gran interés por la recepción del sistema pedagógico lancasteriano418. Doña Tomasa, que había sido inmortalizada por Goya en 1804 como pintora, fue académica de mérito en la Real Academia de San Fernando desde 1805. Su marido estuvo implicado en el motín de Aranjuez y por ello fue desterrado a 60 leguas de la corte, mientras su mujer quedaba embarazada de su segundo hijo. Después el marido participaría activamente en la guerra de la Independencia Española y llegaría a ser diputado por Murcia. El hijo habría de fallecer en 1816. María Tomasa sería presidenta de la Junta de Damas entre 1817 y 1824419, aunque es posible que ya lo fuera antes, en 1814, cuando María Manuela le dirige la mencionada carta, para que colabore con ella en la idea de levantar un monumento a Wellington. Muerto el marido en 1821, escribe en estas fechas la memoria sobre la situación de la Inclusa. Ella casaría tres años después en Napóles con el brigadier José Álvarez de Toledo. María Tomasa moriría en Italia en 1835.

Algo se va conociendo de la vida, y sobre todo de la obra, de María Joaquina de Viera y Clavijo. Nacida en el Puerto de la Cruz en 1737, aunque vivió en la Laguna desde 1756 en que su padre hubo de trasladarse para hacerse cargo de una escribanía. En esta ciudad residió -a excepción del tiempo en que volvería a la Laguna para ocuparse de su madre enferma, muerta en 1772- hasta 1784, en que al regresar su hermano José a la isla, se traslada con él a Las Palmas de Gran Canaria. La joven Viera poseía dotes artísticas tanto para la literatura como para la pintura y la escultura, aunque no las practicó de modo profesional. En el mundo de las letras cultivó preferentemente la poesía, especialmente la lírica de temática religiosa, aunque también cultive la poesía encomiástica y circunstancial, así como brevemente la satírica, de tema político, contra Godoy, y de costumbres sociales, contra las modas femeninas, también alcanzó a cultivar el tema político en un poema dedicado al ataque de Nelson a Tenerife y varios a los acontecimientos de 1808.

Poco puedo decir de las monjas que participaron en la redacción de las proclamas que he mencionado páginas atrás. Prácticamente nada de las clarisas, y, en cuanto a la religiosa descalza del convento de Madrid, tampoco deja traslucir aspectos biográficos en su proclama, en la que se evidencia no obstante cierta preparación cultural.

En cuanto a la actriz Agustina Torres (h. 1785-1842) existe una breve biografía en el Diccionario biográfico universal de mujeres célebres de Vicente Díez Canseco, y algunos apuntes han quedado de su vida en las memorias de Alcalá Galiano, el Padre Coloma. En la actualidad, María Rodríguez Gutiérrez está preparando una nueva biografía en la que junto al recorrido de su trayectoria teatral, pretende destacar el importante papel que jugó en la escena gaditana, especialmente de la mano de Martínez de la Rosa y la obra La viuda de Padilla (1812), emblema del primer romanticismo liberal. En general, sus coetáneos destacaron su carácter fuerte y apasionado, su memoria, inteligencia y voz dulce, con que entonó también en el coliseo gaditano algunas canciones patrióticas.

Bastante más conocida es la figura de Frasquita Larrea (1775-1838), aunque aún quedan algunos aspectos de su vida bastante oscuros. No obstante cabe destacar su origen vasco por la rama paterna y, sobre todo el irlandés por parte de madre. En cualquier caso, esta gaditana nacida en el seno de una familia de la burguesía comerciante adquirió una notable cultura cuya tutela se atribuye su marido, Juan Nicolás Böhl de Faber. El dominio de la lengua inglesa le permitió familiarizarse con Shakespeare, Gilpin, Byron, Lady Morgan y su admirada Mary Wollstonecraft, que tantos problemas le ocasionó en su relación conyugal. También leyó a Chateaubriand, y se carteó con Augusto W. Schlegel; reivindicó a Walter Scott y a Schiller. Entre los clásicos españoles prefería a Calderón, Herrera y al padre Mariana, de modo que todas estas lecturas en su conjunto dan cuenta de su sensibilidad, su apego a la tradición, y su declarado romanticismo, así como de la independencia de criterio, por mucha influencia y magisterio que tratara de ejercer sobre ella su marido. En todo caso, ella mantuvo estrechos lazos de amistad con José Joaquín de Mora y con el magistral Cabrera, entre otros contertulios que frecuentaban su casa, incluso cuando vivía sola en Chiclana con sus hijas pequeñas y su madre. Al mismo tiempo cabe destacar su contribución a la querella calderoniana, en la que aparecía bajo el seudónimo de Cymodocea, C...a, y muy especialmente, en este caso, me interesa subrayar su apasionamiento por la política, en la que se implicó desde 1808 con el seudónimo de «Laura». Cabe recordar también que, a pesar de su cada vez más acendrado servilismo, el regreso de Fernando VII la condenó pronto al anonimato y que aunque siguió escribiendo no dio nada a la imprenta, si bien tal vez vio recompensados sus anhelos cuando pudo leer en la revista El Artista el relato sobre la batalla de Trafalgar escrito por su hija Cecilia y que ella misma había remitido a los editores de la publicación sin el consentimiento previo de la futura «Fernán Caballero».




ArribaAbajo3.2. Al trasluz del papel: imagen simbólica de la mujer escritora y justificaciones de la dedicación literaria

Como se ve, salvo excepciones, es difícil hacerse una idea del retrato al que responden las escritoras que participan en esta guerra de pluma de los años de las Cortes de Cádiz, pero sí puedo destacar que la mayor parte de ellas cuenta con cierta formación e independencia, bien por pertenecer a la alta aristocracia, o a la burguesía de negocios gaditana, en el caso concreto de Frasquita Larrea, bien por profesar en un convento, bien por ser una actriz, profesión que, hasta la fecha, se considera marginal. No obstante, sí puedo dar idea de algunas de las motivaciones que las decidieron a escribir y de la imagen que pretenden exhibir ante el público.

La imaginería simbólica tras la que se parapetan estas escritoras procede de un lado de la mitología clásica y de otro de la Biblia, aunque en ocasiones se mezclan ambas tradiciones literarias, de modo que algunas de estas mujeres se disfrazan tanto de amazonas griegas como de las mujeres fuertes del Antiguo Testamento. Así lo hizo M. P. M., la «ingenua gaditana», que se presenta a su público como una mujer dispuesta a transmutarse en «fuerte amazona», como cualquiera del «sexo delicado» si faltara el valor a los varones «que es disparate craso». Evidentemente la coartada que puede explicar este tipo de transgresión parte de la base de asumir que, a pesar de su «espíritu encogido» y del sexo al que pertenece, en caso necesario, no se permitiría quedarse atrás y aun se apresuraría por correr al combate. En todo caso, esa aparente fortaleza de ánimo queda siempre matizada por el objeto de su inspiración, la fe, el honor, la patria el Rey, el culto divino y los objetos de veneración a la Virgen. Se trata, por tanto de una mujer capaz sólo de transgredir los límites de su propia debilidad en una coyuntura en la que sus creencias más fuertes se vean puestas en peligro y sólo en el caso de que faltara el amparo del brazo varonil.

También la autora de la proclama Una fiel habanera a sus paisanas, firmada en 1808 identifica a todas sus paisanas con las Amazonas Habaneras, al tiempo que reclama la presencia de todas las Jaeles, Judithes y Esmeres. De entre las ocho mujeres fuertes de la Biblia -María la Profetisa, Débora, Jael, Sara, Ruth, Abigail, Esther y Judith-, Jael y Judith son las más citadas, la segunda muy particularmente como representación de la mujer de vida virtuosa y retirada. Luego aparecen Débora y Ester, entre las más famosas libertadoras de Israel420.

Es cierto que esta imaginería es utilizada también por la retórica masculina, en algunos casos aplicada a la Virgen421 pero, de alguna manera, la frecuencia de las mismas en boca de mujeres debió de ser considerada como un tipo de transgresión imaginaria que debía ser sofocada, y así no faltaron voces femeninas, o de sus supuestas máscaras, que trataran de atajar este tipo de ruptura -no admitidas por algunos sectores de la élite hegemónica ni siquiera en el plano ficcional422-, como puede desprenderse de la «Respuesta a la proclama del bello sexo», firmada por «Una Española-Valenciana» en el mismo año de 1808:

Valencianas: el sexo no es para más, y nosotros nos guardaremos de querer más del sexo. No presumáis ser Déboras, Jaeles, y Judits; ni emuléis la república de las Amazonas. Estas son bellas ideas de los poetas; y aquellos rasgos extraordinarios del poder de Dios. Tomad mi consejo: hilad y cosed. Si lo hacéis así, seréis acreedoras al reconocimiento de la patria; y yo os ofrezco cantar en el día de nuestras fiestas triunfales: La rueca, el huso, y el alfilatero de las valencianas, arrollaron a los vencedores de Austerlitz, y de Jenna. [...] Dios ha puesto en manos del hombre los asuntos y gobierno del mundo, y en las de las mujeres el de las casas y familia: así que, no queramos trastornar lo que la divina Providencia dispuso.423



Aquí entran de nuevo en el mismo plano de igualdad la imagen pagana de las amazonas con la de las mujeres fuertes bíblicas, que tanta fortuna tuvieron por estos años424, y que aquí son rechazadas precisamente por representar una visión desajustada con la debilidad y falta de independencia e iniciativa que quiere atribuirse a las mujeres. Por eso la supuesta española-valenciana recomienda a sus paisanas que tomen las únicas armas que le son propias, la rueca y el huso, así como el alfiletero. La referencia a la providencia divina es una forma más de justificar ese rechazo a cualquier novedad en las costumbres, en la distribución de las tareas entre los sexos por muy coyuntural que pudiera ser este cambio. Por eso, pide a sus paisanas que lleven como Judith una vida retirada, pues tal conducta junto a su devoción lograron como premio que Dios le diera fuerzas «para una empresa tan gloriosa». Así, para asegurar la victoria les recomienda:

Imitemos a esta grande mujer, y pidamos a Dios en nuestro retiro nos conceda una victoria completa, y que tengamos la dicha de ver a nuestro Católico y amable Fernando séptimo colocado en el cristiano Trono de su fiel España.425



Con este mismo propósito de tratar de contrarrestar lo que pudiera entenderse como una quiebra del papel tradicional se comprende que M. P. M., que se había mostrado dispuesta a identificarse con un amazona, recurra después a la retórica de la modestia final cuando declara ofrecer a los españoles un «pequeño obsequio», su «tibio discurso», nada comparable al valor y al mérito español. Una vez más se muestra la tensión que aflora en los escritos de estas mujeres entre el papel secundario, pasivo a que las obliga la sociedad y la oportunidad de romper con los límites impuestos y dar salida a los propios deseos de ser admitidas en la república literaria y reconocida su actividad pública por la sociedad en general. Un deseo, un afán, que la citada española-valenciana trata de sofocar, cuando asegura:

Tampoco es mi idea dar a conocer mi pluma a la prensa; pero sí quiero que sepa el sacrílego robador de nuestro amadísimo FERNANDO y casa de BORBÓN, que en la cristiana, leal y noble España, hasta las mujeres estamos armadas contra él, y arrestadas a derramar toda la sangre primero que rendirse; y que cuando no quedaran hombres para pelear, saldría este débil ejército hasta ser víctima por la Religión, el Rey y la Patria.426



También la española de la impugnación diseña un autorretrato que en principio reúne todos los tópicos conocidos del escritor novel. Para ello recurre como todas las mujeres a la retórica de la modestia, pero al mismo tiempo esa humildad se ve envuelta en una autoafirmación de su personalidad:

Pueblo de Cádiz, a ti dirijo mis ideas, segura de encontrar el apoyo que necesito para sostener los mal formados rasgos de mi trémula pluma, que no sin miedo de ser rebatida, da al público los primeros ensayos de su vuelo.427



Se presenta, pues, como una neófita, con las dudas propias de quien se inicia en una actividad, con el temor de ser criticada, pero confiada en que entre los gaditanos va a encontrar un público que la atienda. Esa seguridad que aflora ya, y que va a seguir creciendo a lo largo del texto, se transforma pronto en consciente audacia y muestras de autoafirmación femenina, hasta el punto de llegar a sostener que, a pesar de los intentos de los hombres por cercenar el pensamiento de la mujer, ésta es capaz de desarrollar su inteligencia y sostener sus ideas en asuntos que podrían considerarse espinosos y difíciles. Por eso mantiene que las mujeres deben ejercitar la facultad de pensar y la de expresar su opinión en pie de igualdad con los hombres:

No te admire que una mujer tenga el atrevimiento, o llámese osadía, de escribir sobre puntos delicados, pues aunque los hombres quieren condenar nuestros pensamientos y discursos a la pena de estar encarcelados y sin el uso que Dios les concedió igualmente que a ellos, parece que en un tiempo en que se decreta en la libertad de la imprenta la del entendimiento hasta aquí oprimido, no debemos dejar de disfrutar una época tan favorable.428



Es decir, la impugnadora parte de la creencia en la igualdad natural y providencial de hombres y mujeres. Y además es consciente de vivir una coyuntura como la que se disfruta en el momento en que se ha decretado la libertad de imprenta, que posibilita a todos, hombres y mujeres, desarrollar su inteligencia y exponer sus pensamientos.

Este retrato de dama valiente, independiente y resuelta, se completa con las cualidades de católica y patriota, como declara al cerrar la exposición de sus ideas:

No tengo otro interés que el de mi religión y el de mi patria; ambos son igualmente vuestros, todos somos Españoles, todos debemos preciarnos de católicos sin condescendencias, y todos debemos procurar en cuanto esté de nuestra parte la reforma de nuestras costumbres para alcanzar del favor del Cielo una completa victoria.429



Su lucha como buena católica y española será pues la forma de contribuir a favorecer que la Providencia ampare a los españoles en la guerra contra el francés, pero para ello, antes, los españoles deben dar muestra de que la relajación de costumbres -la que había dominado en tiempos de Godoy y de la filosofía ilustrada, se entiende- debe ser sustituida por una conducta ajustada a la más estricta moral católica.

A esta misma línea se adscribe la española autora de Cuando todo el reino, justamente indignado de las maldades cometidas por el Emperador de los franceses contra nuestro Rey y nación, se prepara armando sus provincias a resistir y destruir al enemigo que quería esclavizarnos...430 No obstante, su discurso es aún más transgresor pues es el texto en el que más claramente se plantea que la supuesta debilidad femenina, que las aparta del campo de batalla, no se debe a la naturaleza sino a la educación y a las costumbres:

corred a los campos del honor, que mientras peleáis por tan justa causa, las mujeres a quienes la educación y las costumbres no nos permiten tomar parte en los combates, levantaremos nuestras manos y nuestros corazones ante el Ser Supremo, rogándole os conceda la victoria, y os vuelva al seno de vuestras familias cubiertos de laureles, y siendo la admiración de toda la Europa, que verá con gozo vuestros gloriosos triunfos.



No se trata, pues, de que unas cuantas mujeres heroicas como Agustina de Zaragoza o Ángela Tellería encontraran la fuerza y el valor para luchar en el mismo plano de igualdad que los hombres, sino que las que no han actuado así se han visto limitadas no por la fragilidad que suele atribuírseles sino por exclusión social derivada del pensamiento dominante masculino. En apariencia, esta española parece conformarse con su sino, limitándose a colaborar con la causa mediante la oración, pero lo cierto es que la escritura, la propaganda patriótica, era en primer lugar un arma eficaz, que compensa la incapacidad para la acción bélica, como había reconocido el obispo Strauch: «El que por su estado o profesión no puede empuñar la espada para combatir contra los enemigos de la religión y de la nación, y se halla con fuerzas para manejar la pluma en defensa de lo más sagrado que puede conocer el hombre, debe no estar ocioso»431. Y, en segundo lugar, en manos de estas mujeres, la pluma se convierte en un instrumento de transgresión, como se pone de manifiesto cuando en general, fuera de la coyuntura bélica, se les impide el acceso a la escritura pública. La guerra de pluma se torna así en lucha por la liberación y por la autoafirmación femenina.

Engracia Coronel, además de los pocos datos que ofrece sobre su atribulada emigración y residencia en la ciudad gaditana, explica cómo la idea de ser útil la compensaba del apartamiento forzoso de la lucha armada a que la empujaba la fragilidad femenina:

Por semejante medio seremos partícipes de los laureles que ellos adquieran en el campo del honor; y si tenemos la infausta suerte de ver desaparecer entre los estragos de la guerra a nuestros amados esposos, hijos, hermanos y parientes, enjugarán nuestras lágrimas el auxilio que les hemos proporcionado, remediando las calamidades que se aumentan a proporción de las privaciones.432



Por lo demás, como ya he mencionado antes, destaca su discurso cuasi liberal, en que muestra acatar la constitución, rechazar toda separación elitista, proclamar la igualdad del mérito y honor para todas aquellas que contribuyan a la empresa y considerar que todas tienen igual representación y voto, sin distinción de jerarquía o clases.

Mayores pistas, si no sobre su vida, sí sobre la imagen que pretende exhibir ante el público y sobre los motivos que la inducen a escribir, ofrece María Manuela López de Ulloa, especialmente en los artículos que remite a El Procurador General a partir del último mes de 1812. En ellos se muestra como una mujer que está atenta a lo que publican los periódicos y que cuando lee lo que publican algunos medios liberales necesita escribir y rebatirlos «a fin de tranquilizar mi espíritu y desahogar los sentimientos de mi corazón», aunque también trata de acomodarse a la imagen que se tiene de las mujeres y asegura que no ha podido contestar antes por haber tenido que atender a sus «ocupaciones domésticas», de las que, por cierto, no se tiene ninguna noticia más clara. Cuando alude a ellas lo hace de forma muy vaga y siempre para mostrarse como una mujer que sólo momentáneamente -y por una buena causa- abandona sus quehaceres rutinarios, como cuando asegura que «sentada y rodeada de mis labores suspendo éstas y tomo la pluma para volar con ella sobre mi pensamiento al monte de la Religión revelada»433.

En esta misma línea se muestra como una persona «que no ha tenido estudios, ni más principios que una educación sencilla sin aparato ni brillantez, pero sí una particular inclinación a los libros, y a instruirme con firmeza en las verdades de nuestra Religión»434. Es decir, en este que aparece como el segundo comunicado de «una señorita» quiere convencer a su público de que se trata de una mujer con una educación prácticamente autodidacta aunque amante de los libros, especialmente de los que instruyen sobre la religión católica, de modo que su sabiduría procede de su autoformación religiosa, pues, curiosamente, en ningún momento habla de familiar o confesor que la indujera a leer este tipo de libros, si bien, debe sobreentenderse que tales libros no deberían de estar tan lejos de su alcance, es decir, que se educó en un ambiente familiar o institucionalmente -esto no queda claro en ningún momento- religioso. Eso explicaría además la virulencia de los ataques que dirige contra aquellos que desean acabar con la Inquisición y que dirigen sus burlas contra los miembros de la Iglesia. También que desee ver premiados por Fernando VII a aquellos ministros de la religión que como declaraban en su Minuta de una reverente exposición que varios regulares se han propuesto dirigir al piadoso monarca el Señor Don Fernando VII (1814), tanto habían hecho por la restauración de la monarquía435.

Se presenta, además, como una mujer fuerte, que no se acobarda ante los dicterios de que es objeto y que aun se llena de alegría al verse maltratada en la misma medida que los «Obispos y otras personas de virtud y carácter» y que lejos de amilanarse se crece con ellos:

lejos de sentirlo me sirve de la mayor satisfacción, el ver estos ponzoñosos reptiles, cómo se han encrespado furiosos contra mí, apenas les he tocado ligeramente con la pluma. ¿Qué tal si les hubiera pisado la cola? ¡Cuánto veneno derramaran! gracias a Dios, nada temo, y aunque conozco, granjearía sus elogios si me hubiera dedicado a traducir alguna obra prohibida; por ejemplo, los derechos y deberes del ciudadano, quiero mucho más sus vituperios, que sus alabanzas, pues aquellos me honran y éstas me sirvieran de vilipendio.436

Conoce, pues bastante bien las producciones liberales, y no deja pasar la oportunidad de echar una pulla al mismo tiempo a estos periodistas y a la autora de la traducción de la famosa obra de Mably, la marquesa de Astorga.

Recurriendo a la clásica retórica de la modestia, al principio, se muestra sorprendida de que sus versos hayan podido llamar la atención de un periódico, de que «los mal formados rasgos de una mujer sirviesen de asunto a las bufonadas, sarcasmos y ridículas ironías del Redactor general»437. A un tiempo, esta señorita, como firma sus primeros artículos comunicados, se muestra como una persona ingenua, capaz a un tiempo de hacer versos de repente, pero con suficiente conocimiento y criterio para estimar que las afirmaciones que hacen los periódicos liberales no están fundadas ni se apoyan en razones.

Una mujer que se muestra orgullosa de serlo, que conoce y agradece la labor que hizo Feijoo en defensa de las de su sexo, aunque, como toda escritora de la época no tenga más remedio en ocasiones que recurrir a la retórica de la modestia y buscar la benevolencia del lector amparándose en la escasa preparación que se le puede suponer a una escritora de su sexo: «suplico a V. -dice al editor del Procurador general- tenga la bondad de disimular las faltas de método y claridad de estilo propio de una mujer»438. Una señorita valedora siempre de lo que ella llama «nuestra Religión», que no es sino un catolicismo entendido al modo más «rancio» y más conforme a los principios que el padre Gacetero, Alvarado y Vélez trataban de infundir en su cruzada contra la impiedad a los españoles.

Pero, además, María Manuela se autoerige en una suerte de procuradora de las damas españolas en una Representación que dirigió al Sr. Duque de Ciudad Rodrigo una española a nombre de las damas de su nación, segura de no traicionar la voluntad de la mayor parte de las mujeres españolas:

Amadas compatricias, estoy firmemente persuadida de no haberme equivocado en el concepto que hago de los sentimientos que os animan, y aun creo que no desaprobaréis mi determinación de valerme de vuestro nombre para dirigir al héroe que nos liberta de la opresión más tirana, la representación que os manifiesto para que en todo tiempo os mostréis agradecidas.439



De entre todas las españolas hace, no obstante, una pequeña salvedad con las gaditanas, pues no parecen satisfacerle sus costumbres, especialmente su afición al lujo en un tiempo de miseria, según indica en nota al citado texto:

Si el Lord Wellington fijase su vista en las damas que habitan en Cádiz y observase sus semblantes y lujo, no nos tendría por muy desgraciadas; pero sus ojos son testigos de las innumerables que en lo interior del reino lloran, en tanto que las de esta ciudad entregadas a la diversión y placeres viven como si no existiese la guerra.



Lo que parece confirmar mi sospecha de que María Manuela no era gaditana y no acababa de comprender la conducta de las mujeres de esta ciudad, ni en general de las liberales reunidas en torno a la Marquesa de Villafranca, tal vez en contacto con las que intentaron reunirse en Sevilla presididas por la Marquesa de Astorga.

También es posible que viviendo ya en Cádiz conociera la Representación de las Damas españolas a Jorge 3º, rey de Inglaterra sobre los vagos rumores acerca de la conducta del gobierno inglés y de sus ejércitos en la guerra de España440, publicado por las mujeres de la Junta de Damas de Cádiz en 1811. Pudo conocerla directamente, si para entonces habitaba en la capital gaditana o bien a través de alguna reedición o noticia posterior. El caso es que en algún momento parece que María Manuela trata de ofrecer una contrarréplica de la opinión de las gaditanas:

Nos presentamos, no para dar quejas que ultrajen, por la naturaleza de unas sospechas mal reflexionadas, sí para pedir el auxilio a que son acreedoras nuestras desgracias: no para manifestar resentimientos que disgusten, ni llagas que abran otras, sí para mostrar males verdaderos que exciten y conmuevan la compasión benéfica y generosa de V. E.



Y seguidamente, en el más puro estilo de la Ulloa, proclama su orgullo por haber asistido a los frutos de la alianza mantenida entre España e Inglaterra -aquí considerada como una salvaguarda de la pérfida Francia-, desde los inicios de la rebelión contra la tiranía napoleónica:

Nosotras, señor, nosotras que desde nuestra revolución gloriosa vimos unir los lazos más sagrados de amistad y alianza recíproca entre la Inglaterra y la España; que celebramos esta unión con el placer más vivo y extremado; que nos felicitábamos de los triunfos de nuestros aliados y sentíamos sus desgracias como nuestras; nosotras que derramábamos lágrimas de compasión y agradecimiento, cuando veíamos derramar su sangre a nuestros bienhechores, somos Sr. Excmo. las mismas que ahora las derramamos de nuevo en la presencia de V. E. para manifestar... ¿mas cómo podrán ni nuestras débiles plumas ni nuestras tímidas lenguas pintar con los colores propios las verdaderas causas del dolor que nos oprime y agita?



En su opinión, ellas son las que deben estar más agradecidas, pues el manto benefactor con que ha protegido a los españoles Lord Wellington las ha cubierto especialmente a ellas y en buena medida resarcido de todo el sufrimiento infligido por los franceses, devolviéndoles la dignidad y respetabilidad que les habían sido arrebatadas:

Amable lord Wellington, no dudéis el amor y gratitud que os profesa la nación española, tanto más firme, cuanto más sólidos son sus fundamentos. El ciudadano os debe su libertad; el hacendado la tranquila posesión de sus bienes; el labrador el fruto de su trabajo; el soldado las victorias a que lo habéis conducido; el padre de familias su reposo, y nosotras más que todos, en la conservación del honor y decoro de nuestro sexo. ¿Dudaréis, repetimos, en el pueblo español de su adhesión y reconocimiento?



De dicha representación no tengo otra noticia que la que ella misma consigna en este periódico, lo mismo que en su proclama Amadas compatriotas, donde asegura que entregó este papel, y que fue bien recibido por proceder de unas españolas:

me persuado que su corazón generoso y compasivo no habrá desatendido las súplicas hechas a nombre de las damas españolas cuyo carácter y sexo no ha desmerecido jamás el aprecio y atención de los varones más ilustres y respetables. Además, que puedo aseguraros por las circunstancias que han mediado en la entrega de dicha representación, no sólo que ha sido admitida, sino de la particular estimación que ha merecido vuestro nombre, y del grande interés que toman en nuestra justa causa nuestros magnánimos protectores.



Finalmente, y después de acusar a las insidias de los liberales de la desconfianza sembrada entre algunos españoles, solicita a las damas que la secunden en el agradecimiento y confianza a Lord Wellington y se despide asumiendo una vez más la representación de las españolas:

Sois católicas, sois españolas, y no podréis mirar sin admiración, sin agradecimiento a quien se constituye defensor de nuestra religión, de nuestra patria, de nuestro honor, y de nuestro monarca, a quien amáis como igualmente le ama, quien es y será siempre vuestra Española.



Eso sí, sólo de las católicas que unen a su defensa de la religión la de Fernando VII y el anhelo de la restauración del antiguo régimen patriarcal, pues como he subrayado antes la Española no tiene empacho en solicitar asilo político a Wellington en su país si finalmente no fuera posible expulsar a los franceses y restaurar a Fernando en su trono. En su imaginario servil, España no puede ser sino católica y monárquica, aún más, fernandina, sin esos condicionantes no hay patria, y cualquier otro lugar -excepción hecha de Francia- puede ser bueno para vivir lejos de la perversión ateísta.

En todo caso, María Manuela es una mujer «que desprecia sin temor las ridículas befas y sarcasmos de los periodistas»441 y, al fin y al cabo, una mujer medianamente instruida y decidida que supo luchar por mantener y defender sus principios, sean hoy compartidos o no.








ArribaAbajo4. Recapitulación y conclusiones provisionales

Finalmente quiero plantear algunas consideraciones que cabría revisar cuando exista la oportunidad de examinar mayor número de textos. En ese libro abierto que es la guerra, donde el pueblo se sabe protagonista del relato y toma conciencia de su heroísmo colectivo, la mujer es pocas veces objeto de ese discurso y menos aún sujeto del mismo, aunque sí formara parte del destinatario colectivo que es el conjunto de los lectores españoles. Es decir, se verbaliza una vez más su condición de minoría excluida por el discurso hegemónico. Cuando las mujeres como tales son objeto de ese discurso se habla de ellas en relación con muy pocos temas: su condición de víctimas de la guerra, su colaboración secundaria aunque necesaria para la buena marcha de la lucha contra el francés, y la glorificación de unas heroínas que por su entrega pueden, convertidas en mito, espolear el patriotismo del resto de los españoles, aunque es evidente que no se pide a todas las mujeres que se conviertan en estas «mujeres fuertes». Al contrario, el sistema patriarcal sólo ve con buenos ojos las excepciones y deja claro que la esfera natural de actuación es la doméstica. Desde este supuesto sí se reclama su presencia para agasajar a los héroes y realzar las fiestas de autoafirmación nacional.

Como sujetos del discurso, las mujeres rara vez se identifican de forma individualizada y rara vez cuestionan el discurso hegemónico que las considera inferiores respecto al varón. En muy contadas ocasiones la mujer explícita su rechazo a la idea de que la supuesta debilidad, y por tanto inferioridad de su sexo, se deba a la naturaleza y menos aún sostiene que esta postergación de la vida pública se derive, como declara la Española de la proclama Cuando todo el reyno, justamente indignado...442, de la educación y el apego a las costumbres, es decir al discurso dominante masculino.

El léxico y las metáforas con las que se verbaliza esa exclusión del espacio público, ese enclaustramiento en el ámbito doméstico se visualiza fundamentalmente en la cárcel en que siente encerrados sus pensamientos la autora de la Impugnación. La palabra debilidad, cortedad, fragilidad, timidez, son sólo coartadas impuestas por los prejuicios masculinos y que las mujeres no tienen más remedio que asumir si quieren ser escuchadas. Por eso la palabra, la expresión del pensamiento, es una forma de remontar el vuelo, de liberarse de la postergación social, de modo que se muestran absolutamente conscientes de la oportunidad que les ofrece la libertad de imprenta, tanto la decretada por las Cortes como la que se dio de hecho por la coyuntura bélica y el vacío de poder ante el abandono de los monarcas. Escribir para las mujeres no es sólo luchar por la causa patriótica, sino también por la auto-afirmación y la consideración social, es decir, por la inclusión dentro de la comunidad civil.

De todas formas en conjunto puede observarse que los discursos femeninos están en consonancia con los masculinos, especialmente, en el caso de un pensamiento articulado, algo lógico si, como apunta Javier Maestrojuán, lo que caracteriza la producción literaria de esta época, es el discurso monolítico que se teje en torno a la propaganda bélica. En el caso de los artículos de María Manuela López de Ulloa puede advertirse además la notable influencia del sermonario político -amén de la coincidencia con otras obras clásicas del pensamiento tradicionalista del momento-, tanto en los temas como en la retórica443. El suyo es un discurso reaccionario que empieza por atacar a los periodistas liberales, por su falta de preparación y solidez intelectual, por los modos groseros que ponen al descubierto, desde su punto de vista, una falta de urbanidad que los empareja con los descamisados, los sans-culottes, una ignorancia y un acendrado materialismo que contrasta con el pensamiento español tradicional, lo que ella considera parte de las esencias patrias, como especialmente con los «sabios españoles» que representan al poder establecido del Antiguo Régimen. De todo ello extiende su acusación a las Cortes que amparan o no denuncian con suficiente calor lo que ella considera excesos de estos periodistas. En ese sentido, su labor consistirá preferentemente en censurar tales desmanes, empezando por los editores del Conciso que, desde su punto de vista, al igual que otros periodistas, pretenden manipular y acaparar el sentir de la opinión pública, mostrando una falta de respeto absoluto a las ideas y opiniones ajenas, y tratando de rebatir estas sin razones ni fundamentos.

Otro asunto caro a su pluma será la defensa de la Iglesia, concretamente de los frailes como hombres de ciencia, y respeto; en tercer lugar la defensa de la institución del Santo Oficio, que ella considera necesario para contrarrestar la falta de contención de los periodistas y demás liberales, y cuyo ataque por parte de estos hombres justifica como expresión del deseo de la única liberación a la que verdaderamente aspiran, la de la religión que los coarta en la satisfacción de sus deseos pasionales y la de la monarquía como apoyo de la Iglesia. En este sentido, María Manuela incidirá también en la delación de un complot de los periodistas entre los que además del Conciso, el Redactor y la Abeja figuraría la Triple Alianza, que asumiría los planes de los filósofos y de Napoleón y su ejército para acabar con la Religión. Por último, creo que merece la pena destacar la reinterpretación que ofrece esta escritora sobre el reinado de Carlos IV, ya que si muchos serviles habían querido ver en este periodo una muestra de la decadencia española, especialmente simbolizada en el auge y caída de Godoy, María Manuela pondrá el mayor interés en subrayar que aunque el gobierno de Carlos IV fue desgraciado no tuvo el carácter de tiranía, como querían hacer creer los liberales, de modo que los padecimientos que pudieran sufrir los españoles no fueron tantos que necesitaran de la «liberación» de Napoleón, ni tan grandes que pudieran compensar el dolor infligido por los excesos del ejército invasor.

En su conjunto, los escritos de estas mujeres contribuyen a animar a los guerreros, a incitarlos a la acción, a promover la oración por su triunfo, a exaltar su gloria, a invitar a otras mujeres a que rechacen el lujo y sacrifiquen toda suntuosidad para contribuir a sufragar los gastos del ejército, a solicitar al resto de sus paisanas que contribuyan con su dinero o con su trabajo para sostener la guerra y, desde luego a excitar el odio hacia Napoleón -unas veces extensivo al ejército francés, otras limitado al emperador, como matiza la autora de la Proclama de una española a sus patricios los cartagineses-, al tiempo que fomentar la divinización de Fernando. Muchas inciden en resaltar que su figura nada tiene que ver con la de su padre y que esto quedó patente por una serie de señales divinas que advertían del destino que le estaba preparado. Desde María Francisca de Nava a M. P. M., María Manuela López de Ulloa y Frasquita Larrea, son varias las que coincidirían con fray Agustín de Castro -o se adelantarían a él- en exaltar casi hasta el paroxismo la figura de un Fernando angelical, destinado de antemano por la providencia para sacar a España de la postración a que la había conducido la depravada tiranía de Godoy y sus perversas sus alianzas con la Francia revolucionaria. Fernando es un nuevo héroe que como Pelayo viene a liberar a la nación del oprobio y del yugo del tirano extranjero. Es característico en estos casos una sensibilidad casi enfermiza que las lleva a enaltecer a Fernando en un deseo de unión cuasi mística, algo que también podría señalarse, ciertamente, en el padre Gacetero.

Lo que caracteriza, no obstante, el discurso femenino es la sublimación del deseo de participar en el combate -algunas sólo aspiran a ello si no existe un brazo viril que las defienda- y la tensión entre la aceptación de los límites domésticos en los que se encierra la actividad femenina y el deseo de transgredir esos límites mediante el ejercicio del pensamiento, mediante la acción verbal, mediante la libre expresión escrita. El resultado es que si algunas mujeres se habían resistido a tal reduccionismo doméstico en las últimas décadas del XVIII, la actividad real que la mujer había desempeñado durante la Guerra de la Independencia en el mismo campo de batalla y la necesidad de que todos contribuyan a la guerra hace aún más palpable la ambivalencia entre la propaganda oficial que persiste en mantenerla en el ámbito privado, destacando su entrega maternal y realzando su papel de salvaguarda de los valores religiosos y familiares, y su exaltación como víctima o como heroína, es decir como símbolo de la lucha del pueblo español contra el invasor extranjero, tanto en el terreno privado como en el público, debido a la necesidad de fomentar la sensibilidad patriótica. En cualquier caso, es cierto que, en primer lugar, este tipo de actuaciones que quiebran el papel tradicional que se les tenía asignado, trata de canalizarse reinterpretándolas como actuaciones singulares llevadas a cabo por unas cuantas «mujeres fuertes», que se comportan con tanto heroísmo porque su misma conducta virtuosa las ha convertido en privilegiados instrumentos de la providencia divina; pero también es evidente que algunas mujeres tratan de dar rienda suelta a su necesidad de transgresión de dicho rol y sobre todo a defender su capacidad para pensar racionalmente y participar en la vida pública, social pero también política, de la nación. Así, al papel de modelo de virtud que habían desempeñado tradicionalmente, se suma el de heroínas, igualmente virtuosas -que ellas no siempre defienden para sí-, y el de intelectuales que sólo unas cuantas y con cierta timidez se atreven a reclamar, conscientes de que en su época difícilmente la fortaleza física o mental podía ser admitida comúnmente como atributo femenino, cuando durante siglos habían sido caracterizadas por los valores contrarios, debilidad, sencillez, sensibilidad, pasividad, supuestamente inherentes a su condición natural.

También es verdad que las mujeres que alcanzan cierta aceptación, lo hacen precisamente porque se expresan de acuerdo con lo que se espera de ellas. De hecho apenas existen noticias siquiera sobre la adhesión a la causa liberal, salvo la breve mención que se hace de su participación en la procesión cívica convocada por los cafés de Apolo y Orta para celebrar el triunfo de la libertad y de la Constitución. De las más liberales como pudiera ser la marquesa de Astorga, y tal vez Engracia Coronel, apenas queda rastro de ellas. Como es sabido, con el regreso de Fernando VII, con la vuelta del poder absoluto del monarca y de la imposición de una férrea censura, a ellas les afectó sobremanera los límites impuestos a la publicidad de la opinión. Al menos de momento, parece que las mujeres se recluyeron, voluntariamente o no aún es difícil saberlo, en sus escritorios, y que sus textos a duras penas volvieron a salir a la luz pública. Para entonces ya no eran necesarias sus voces, y aun menos sus ideas, ni siquiera la imagen de esas heroínas que de alguna manera sólo volverían a ser recuperadas en momentos en que fuera necesario relanzar el patriotismo colectivo, estimular la unidad nacional por la vía de la sensibilidad maternal. Por el contrario, la figura de esas mujeres fuertes, en tiempos de paz, en tiempos del regreso al sistema patriarcal del Antiguo Régimen, suponía un riesgo por cuanto invitaba a quebrar ese sistema en el que como aseguraba la Española-Valenciana:

Dios ha puesto en manos del hombre los asuntos y gobierno del mundo, y en las de las mujeres el de las casas y las familias: así que, no queramos trastornar lo que la divina Providencia dispuso.444



Era notorio que la guerra de pluma se había transformado en guerra de liberación del entendimiento excluido y de la palabra preterida. Por eso, el resquicio abierto coyunturalmente por la guerra debía quedar casi definitivamente clausurado, más aún para aquellas que no habían entrado en el juego de la venganza sanguinaria, nota coincidente en los discursos de las serviles más radicales como Frasquita, y sobre todo, María Manuela López de Ulloa.

En un ligero recorrido por la prensa española publicada entre 1820 y 1833 se pone de manifiesto que la mujer apenas si aparece como referente del discurso médico en el periódico barcelonés Diario general de las Ciencias Médicas (1826-1832), o como objeto del debate sobre situación legal de la mujer respecto del trabajo, en el Semanario politécnico de Mallorca (1826-1832). En sus páginas se reproduce en primer lugar el Informe del S. D. Gaspar de Jovellanos dado en 2 de noviembre de 1785, en el expediente promovido en la junta general de Comercio y moneda, sobre la libertad de las Artes, en los números 1, de 25 de febrero de 1821, y 2, de 2 de marzo de 1821. Más adelante en este mismo periódico se inserta el Reglamento general de instrucción pública decretado por las Cortes en 29 de junio de 1821, y concretamente, en el n.º 21 de 30 de agosto de ese año se publica el Título X.12, en cuyo artículo 120 se trata «De la enseñanza de las mujeres»445. Otras noticias menores ofrecen datos sobre la presencia de mujeres en centros de acogida446.

La referencia a las mujeres más interesante se incluye en el Diablo predicador. Periódico libre que se publica en Valencia (1826-1832), donde se ofrece en el número 7 un discurso a modo de diálogo instructivo sobre política, en que con la excusa de la sesión preparatoria celebrada por las Cortes, una lectora les pide que se publique tal artículo. Los editores manifiestan haberse «visto precisados a cumplir con una señorita» y así deciden reproducir la «Conversación entre Don Toribio y la abuela», que aparece firmada por la Nieta. Allí la abuela Doña Remigia pide a Don Toribio que le explique el significado de las cámaras y los partidos, porque cuando a ella se le ocurría hacerle una pregunta a su difunto marido sobre algún asunto político, este la tachaba de bachillera y no accedía ni a informarla de ninguna noticia sobre la que ella le preguntara447. El Periódico constitucional titulado Cajón de sastres murcianos de 9 de marzo de 1822 se hace eco de la preocupación de la Diputación de Murcia por la educación de las mujeres448.

En otra ocasión se recogen demandas individuales presentadas ante las Cortes, como la que realiza una monja que dice haberse visto obligada a profesar siendo muy joven, a la edad de 13 años y pide se declare nulo su voto y se le devuelvan los doce mil reales que llevó de dote449. También se cuenta un caso particular a modo de ejemplo casi heroico de una señora pamplonesa Agustina Lanciego que en el lecho de muerte pidió a su marido que se vistiera con el uniforme de voluntario y que su cadáver fuera conducido a la iglesia por cuatro milicianos voluntarios de uniforme. El periódico apostilla:

lo que se verificó. Si estos sentimientos tan patrióticos y constitucionales abrigan los pechos de las mujeres pamplonesas, ¿qué no podrá esperarse de toda una provincia que se gloría de no haber sufrido jamás la esclavitud? Tiemblen pues los malvados que gritan Constitución sin amarla.450



Mayor interés tiene también la crónica de cortes en que se recoge la petición de la viuda del general Lacy -Emilia Duguermeus- en que había solicitado al gobierno la causa de su marido, y cómo habiéndosele negado se la demandaba a las Cortes. Con el apoyo del conde de Toreno, Calatrava, Romero Alpuente, Giraldo y Martínez de la Rosa, se aprobó que se le diera testimonio de la causa íntegra, independientemente de que la demandante fuera mujer del procesado.451

Estas notas son sólo una muestra de cómo durante el Trienio las mujeres volvieron a tener un pequeño resquicio por el que regresar a la vida pública, pero en la práctica todo siguió igual, podían asistir a las sesiones de Cortes, sí, pero lo hacían disfrazadas de hombres, como bien recuerda en sus memorias Alcalá Galiano y, fuera de este detalle anecdótico, poco más. La misma Emilia Duguermeus había escrito en 1821 un manifiesto -donde curiosamente hacía alusión a antiguas heroínas como la «viuda del general Juan de Padilla»- para reivindicar, como derecho histórico adquirido por el rancio patriotismo femenino, la presencia de las mujeres en las Cortes, en contra de lo dictaminado por estas. Bajo su presidencia se reunía un grupo de mujeres que desde febrero de 1823 militaron en pro de la libertad constitucional y negaron a constituir una «Sociedad de milicianas para auxiliar y socorrer dentro de Barcelona a los defensores de la patria en casos urgentes y en el de guerra». Reconocida en el mes de agosto, habría de llamarse luego «Lanceras de la Libertad», dotadas de un reglamento que les permitía organizarse, llevar uniforme y armas452.

Lo mismo les había ocurrido a las americanas. Una vez que la crisis bélica cedió y se logró una cierta estabilidad política, la «virilización» de las mujeres, sus irrupciones en el ámbito público, sus transgresiones de los estrechos confines de lo doméstico volvieron a ser rechazadas, y esos mismos valores dejaron de ser estimados, dejaron de ser recompensados material y moralmente sin que las mujeres hubieran alcanzado avance ninguno en sus derechos políticos, aunque en algunos momentos gozaran de mayor libertad en el trato social y ciertas costumbres difícilmente pudieran volver atrás. No está de más recordar en este caso las palabras que dirigió Simón Bolívar a su hermana María Antonia, en 1826:

Te aconsejo que no te mezcles en los negocios políticos, ni te adhieras ni pongas a ningún partido. Deja marchar la opinión y las cosas aunque las creas contrarias a tu modo de pensar. Una mujer debe ser neutral en los negocios públicos. Su fama y sus deberes domésticos son sus primeras obligaciones. Una hermanaría debe observar una perfecta indiferencia en un país que está en estado de crisis peligrosa, y donde se ve como punto de reunión de las opiniones453.



Es posible que Bolívar tratara de proteger de todo riesgo a su hermana predilecta, pero es muy probable que participara también de la opinión mayoritaria que pretendía tener a las mujeres al margen de los negocios públicos.

En fin, a falta de revisar otras cabeceras periodísticas, y particularmente para estos años muchas americanas, da la impresión de que la mujer no existe prácticamente en estas fechas como sujeto de ningún discurso o texto periodístico, y apenas como objeto a no ser el de la ciencia médica. Y si se tiene en cuenta que en estos años se publican bastantes periódicos la ausencia es todavía más notable. Bien es cierto que algunos como el Pararayo sevillano contra tormentas políticas y morales (21 de abril 1822-15 de junio de 1822), el Periódico constitucional titulado Cajón de sastres murcianos (1 de marzo 1822-15 de marzo de 1822), El Liberto (Murcia, 14 de septiembre de 1820-30 de marzo de 1821), el Semanario político (Murcia, 11 de mayo de 1820-29 de junio de 1820), o el Censor político y literario de Murcia (22 de enero de 1821-7 de abril de 1820), son papeles muy efímeros, pero aun así creo que los datos negativos son bastante significativos. No obstante, hay algunas excepciones, El periódico de las damas publicado en Madrid (1822-1823) en la imprenta de León Amarita, que en principio defendía la limitación de la actuación femenina al ámbito doméstico, terminó por reivindicar el trabajo femenino, aunque más como modo de alcanzar la profesionalización de las mujeres que trabajaban ya que como apuesta por la emancipación económica de las mismas. Su defensa de las ideas liberales como contrapartida al poder de la Iglesia lo abocó al cierre, pues seis meses más tarde tuvo que suspender la publicación por falta de suscripciones. En todo caso, la del Trienio fue una aventura muy breve y así, si pudo ser necesario en estas fechas que la mujer contribuyera a fomentar el espíritu constitucional, la oportunidad de su participación política apenas sí llegó a materializarse.

Publicada también por León Amarita vio la luz en 1833 La Española misteriosa y el ilustre Aventurero, ó sea Orval y Nonui: Novela histórica original de Casilda Cañas de Cervantes. Se trata de una novela en la que el pueblo español vuelve a representarse con alguno de los tópicos que ya he analizado páginas atrás, pues los españoles en su lucha contra el francés muestran que «descienden de Viriato y de Sartorio», que son «los imitadores del gran Pelayo», y esto para recordar que sólo mediante el Valor (Orval) y la Unión (Nonui) puede vencerse al enemigo común, sea este extranjero o doméstico. Sólo si el pueblo respeta sus tradiciones y su religión logrará salir victorioso, sea del francés sea del liberalismo, por eso la autora reclama un grito unánime: «¡Viva el Rey, Viva España y Viva la Religión!»454.

Insisto, en fin, el resultado, al menos hasta lo que de momento he podido averiguar, es que los avances políticos, las luchas revolucionarias en que las mujeres participan no sirven para que, en general, sean reconocidos nuevos derechos a su sexo, pues generalmente se reconduce la situación de las mujeres al punto de partida inicial, aunque pueda haber pequeñas excepciones e incluso durante un tiempo las mujeres crean que pueden seguir contando en la vida pública. Surge de nuevo, la pregunta que planteaba al comienzo de estas páginas: qué llevó a mujeres como Frasquita, de la que se sabe que continuó escribiendo en estos años, a no publicar sus textos. Casualidad o no, Frasquita terminó volcándose en la carrera literaria de su hija, Cecilia Böhl de Faber, a quien incitaría a publicar y de quien envió su primer relato a la revista El Artista en 1835. Para entonces en esta publicación el Romanticismo venía empujando, pero la presencia de las escritoras es muy relativa, quizás escritoras como Frasquita estaban desesperadas ya de ver que su momento no llegaba.

El hecho es que habrá que esperar al menos una década más para ver alumbrar con fuerza la literatura de las denominadas escritoras isabelinas. A una generación intermedia pertenecería otra escritora, Vicenta Maturana Vázquez (Cádiz 1793-1859), autora de unos Ensayos poéticos (1828) y las novelas Sofía y Enrique (1829) y Teodoro o el huérfano agradecido (1825) y el poema en prosa Himno a la luna (1838), que tal vez sería conveniente que se realizara una investigación exhaustiva, que se le dedicara una monografía que la rescatara del olvido en que permanece455, lo mismo que posiblemente merecería un esfuerzo recuperar a traductoras como a Juana Bergnes de las Casas, entre otras.

Como indiqué también en la introducción, quedará para otro momento o para otros estudiosos la tarea de investigar la obra de las mujeres que pudieron escribir y publicar entre 1815 y 1833, tal vez incluso hasta 1840. Hace falta adentrarse en bibliotecas y archivos en busca de manuscritos, folletos, libros y, sobre todo, sigue siendo urgente sumergirse en las hemerotecas, realizar vaciados exhaustivos de la prensa periódica que se publica en estos años, porque merece la dedicación y el esfuerzo de la comunidad investigadora. Así sea.




ArribaAbajo5. Bibliografía456


ArribaAbajo5.1. Fuentes primarias

    5.1.1. Bibliográficas

  • ALVARADO, Francisco (1812), Carta décima del Filósofo Rancio: El filosofismo presentado sin máscara, 6 de diciembre de 1811. Cito por la edición de Cádiz, Imprenta de la Junta de Provincia, Casa de Misericordia, 1812, reimpresión en Santiago en la de los dos amigos, 1813.
  • Colección de documentos interesantes que pueden servir de apuntes para la historia de la revolución de España, por un amante de las glorias nacionales, Cuaderno Quinto, Cuarto de proclamas, Imprenta de Madrid, 1808.
  • (1808), Demostración de la lealtad española: Colección de proclamas, bandos, órdenes, discursos, estados de ejército, y relaciones de batallas publicadas por las Juntas de Gobierno, o por algunos particulares en las actuales circunstancias, tomo I, Madrid, en la Imprenta de Repullés.
  • —— (1808), id., tomo II, Madrid, en la Imprenta de Collado.
  • —— (1808) id., tomos I-V, Cádiz, Imprenta de Manuel Ximénez Carreño.
  • —— (1809) id., tomos VI-VII, Cádiz, Imprenta de Manuel Ximénez Carreño.
  • Relación de los públicos regocijos con que las dos reuniones patrióticas de los Cafés Alto de Apolo, y de la Plaza de Orta, en esta ciudad, celebraron el triunfo de la libertad española, conseguida sobre el servilismo en los días 8 y 22 de marzo de 1813, Cádiz, Imprenta Patriótica, a cargo de Vergés.
  • CARR, John Carr, K. C.(1811) , Descriptive travels in the Southern and Eastern parts of Spain and the Balearte Isles, in the year 1809, London: Printed for Sherwood, Neely, and Jones, Paternoster-Row, Faulder and Rodwell, Bond-Street, and J. M. Richardson, Cornhill. By J. Gillet, Charles-Street, Hatton-Garden.
  • Gálvez de Cabrera, María Rosa (1803), Solicitud de impresión de sus Obras (manuscrito).
  • —— (1804), Obras poéticas, 3 vols., Imprenta Real, Madrid.
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  • El Procurador General de la Nación y del Rey (Cádiz, 1 de octubre de 1812-20 de agosto de 1813; Madrid, 16 de enero de 1814-31 de mayo de 1814; 1 de junio de 1814-31 de diciembre de 1814 [con el título ahora de El Procurador General del Rey y de la Nación], 1 de enero de 1815-27 de abril de 1815).
  • El Redactor General Cádiz (1811 -1813).
  • Gaceta de Madrid (Madrid, 2 de mayo de 1808-1810).
  • Gaceta Ministerial de Sevilla (Sevilla, 1 de junio de 1808-10 de enero de 1809)
  • Gaceta del Gobierno (Sevilla, 6 de enero de 1809-enero de 1810)
  • Gaceta de la Regencia de España e Indias (Cádiz, 13 de marzo de 1810-25 de enero de 1812)
  • Gaceta de Madrid baxo el Gobierno de la Regencia de las Españas (Madrid, 17 de agosto de 1812 - 30 de diciembre de 1813)
  • Nuevo y funesto síntoma de la epidemia llamada Diarrea de las imprentas (Cádiz, 1811).
  • Semanario Patriótico, (Madrid, 15 de septiembre a 24 de noviembre de 1808, Sevilla, 14 de diciembre de 1808 al 31 de agosto de 1809, y Cádiz 22 de noviembre de 1810 al 19 de marzo de 1812).
  • Pararayo sevillano contra tormentas políticas y morales (21 de abril 1822-15 de junio de 1822).
  • Periódico constitucional titulado Cajón de sastres murcianos (1 de marzo 1822-15 de marzo de 1822).
  • El Liberto (Murcia, 14 de septiembre de 1820-30de marzo de 1821).
  • Semanario político (Murcia, 11 de mayo de 1820-29 de junio de 1820).
  • Censor político y literario de Murcia (22 de enero de 1821-7 de abril de 1820).
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