Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Libro de la vida y costumbres de don Alonso Enríquez de Guzmán

Alonso Enríquez de Guzmán




ArribaAbajoDedicatoria

Muy Illustre señor:

Quando nuestro Dios su grandeza en la creaçión y dar ser a todas las cosas manifestó, de tal suerte las hordenó y compuso que para la conservaçión dellas mismas unas a otras asy eslavonó que las superiores tubiesen cargo del regimiento, governaçión e conservaçión de las ynferiores, como los naturales filósofos y tanbién los sagrados theólogos pruevan; sin lo qual conservar no se pudieran para que ansí a los pasados como presentes y por venir en memoria se representasen. Ansí que desta manera, muy illustre señor, hallo yo que si las obras y razones en scripturas puestas con travajo y afán de los que las scrivieron y scrivimos y screvirán no tubiesen amparo debaxo del qual, en todo lo que turase el mundo, se conservasen, muy presto peresçerian; y peresçiendo, los entendimientos humanos no ternían luz ni carrera que los alunbrasen ni afilasen de la voto y obscuridad que de su propia naturaleza les proçede.

Avida esta consideraçión y entrando en la recámara de mi juizio, muy illustre señor, no hallé en España a quien con tanta razón la presente obra dirigir pudiese como a Vuestra Señoría, para que por él en luz e sustentaçión, que conservaçión llamo, sostubiese, y esto por muchos respetos.

El primero, por lo que confío de vuestra voluntad e ynclinaçión a toda virtud y enxenplo. Lo segundo, porque don Garçía Enrríquez de Guzmán, mi padre, fué criado y deudo del vuestro, de que vos soys deudor, y por deudo y deuda que a mi voluntad de serviros tenéys, devéys, illustrísimo señor, mirar mis cosas y con vuestro sagaz juizio emendar, encomendándolas, como las encomiendo a Vuestra Señoría y a vuestros susçesores y desçendientes dellos, speçialmente al illustre señor don Juan Claros, vuestro hijo primogénito que oy bive.

Lo terçero, porque viniendo como venís del cristianísimo y fidelísimo y esforçado cavallero, don Alonso Pérez el Bueno, que estando çercado de moros, enemigos de nuestra santa fee cathólica, en el castillo de Tarifa, le prendieron su hijo y, para que se diese y entregase el dicho castillo, lo pusieron en un tapete en el suelo para lo degollar, creyendo oviera dolor dél. Y no aprovechó la sangre y el amor de hijo, que es el más natural del mundo, por lo que tocava al serviçio de Dios y a la lealtad de su rey, y con animantísimo ánimo puso mano al puñal y lo arrojó, para que con él a su propio hijo degollasen. Y con valerosas y esforçadas palabras él y su muger dixeron: «Tomá, que acá queda la fragua y el herrero para hazer otro».

Lo quarto, porque siendo Vuestra Señoría primogénito heredero y segund ley e hordenança verdadero señor de la yllustrísima casa de Medina-Çidonia, la qual tiene y posee setenta mill ducados de oro de renta con muchos castillos y vasallos, con un hermano mayor ynábil e yncapaz de lo meresçer y governar, estando en vuestra mano ser señor dél y dello syn travajo ni contradiçión alguna, lo tomastes y la tomastes dando la obidiençia a nuestro sumo Pontífice y Rey, nuestros señores en lo spiritual y temporal, como muy cathólico siervo de Dios y fidelísimo vasallo del Rey.

Y ansí se hizieron todas vuestras cosas como quisistes. Fuystes contra los apetitos y ponpas del mundo, que esperando muchos años que se os diese por voluntad de los susodichos señores vuestros superiores, dexando de gozar del dicho estado y de vuestra muger natural, cristianísima y de grand sangre real y hermosa y moça, forçastes a la carne, trayéndola delante de los ojos. No solamente no fuistes cruel contra el dicho vuestro hermano, pudiéndolo onesta y encubiertamente ser, haziéndole mal y daño, mas antes pusistes muy grand cobro para que otro no lo hiziese, y no solamente no lo consentistes y, como digo, lo defendistes, pero con plegarlas a Dios Todopoderoso y físicos y mediçinas lo sostubistes.

Por las quales sobredichas razones y respetos no sólo Vuestra Señoría es digno que esta pequeña obra se le dirija, del meollo de mi entendimiento salida, pero en su rectísima conçiençia y virtud, amor y obligaçión confiando, mi ánima encomendaría, que es el mayor bien que poseer puedo. La qual obra, illustrísimo señor, con vuestras yllustrísimas y verdaderas palabras os suplico autorizéys, y çertifiquéys esto que digo y en efeto pasó, porque verdaderamente es verdad y de mí se deve creer. Porque lo hize no por ponpa ni vanagloria, syno porque muchos hijos de buenos hagan y obren lo que a su estirpe y genealogía son obligados, pues quando a luz saliere, será quando yo por voluntad de Dios, Nuestro Sumo Señor Todopoderoso, apartándoseme el ánima de las carnes, quiera poner en la que todos deseamos, que es la eterna gloria sin fin. La qual aya Vuestra Señoría muy illustre, como desea, y ayan los que más deseare.

Fecho en el golfo del Mar Oçéano, sin pensar para más a ver a Vuestra Señoría, porque voy con pensamiento de no le ver más. Año de Nuestro muy Salvador Jesu Cristo de mill e quinientos e treynta e quatro años. Del deudo y deudor y buen servidor de Vuestra Señoría. Don Alonso Enrríquez de Guzmán.

Dirigióse este libro después de hecho lo más dél, porque no me quise determinar hasta que examinase de quién sería mejor favoresçido.




ArribaAbajoAl lector

Dios sobre todo


Título del presente libro, el qual fué hecho por un cavallero ymitando al Çesar Magno; el qual cavallero salió de su patria por las del mundo partidas por vellas y adquirir gloria y fama para dexar de sí perpetua memoria. Es repartido en libros. En él concurren cosas saludables para el ányma y para la honrra y salud del cuerpo. Veréys en él cosas de muy grand saver y aviso. En el qual veréys cartas de nuestro Çesar que oy reina en España para el autor y otras suyas a su Católica y Sacra Magestad y a otras personas, ansí de burlas como de veras; y otras de Su Magestad al serenísimo rey y reyna de Portugal, sus hermanos, enbiándoles a visitar y a çertificar de la prisión del rey de Françia con el autor, que era su criado en el estado de los gentileshombres de su real casa. Es obra muy provechosa y nesçesaria para todo estado e género de personas y grand generalidad de cosas apetitosas y onrrosas. Y demás de lo que a él propio acaesçió toca en otras cosas que vio e oyó.

Por ende, o tú, amantísimo letor, si eres curioso por saver e ynvestigar la monarquia del orbe terreno, hágote saver que leyendo esta mi scriptura abrás sabido lo que con verdad dél se puede dezir, porque ví lo que screví y screví lo que ví.

El año de mill e quinientos e diez e ocho e medio, syendo yo de hedad de diez e ocho años, çerca de diez e nueve, halléme syn padre y pobre de hazienda y rico de linaje y con una madre muy habladora, aunque honrrada muger e buena cristiana y de grand fama. La qual, no pudiéndome sustentar, viéndome cresçido aunque no de hedad para casar, por la nesçesidad me cassó. E congoxado de la pobreza y deseoso de la riqueza acordé de yr a buscar mis aventuras. Y salí de la çiudad de Sevilla, do fué mi naturaleza, en este tienpo que arriba digo, con un cavallo e una mula e una azémila y una cama y sesenta ducados.

Acordé de screvillo aquí e propuse de screvir todo lo que me acaesçiese y jurélo para no dexarlo de hazer y no hazer cosa que no deviese. A lo qual podéis dar crédito. É por nonbre don Alonso Enrríquez de Guzmán e llamóse mi padre don Garçía Enrríquez de Guzmán. Fué hijo de don Juan, conde de Gijón, el qual fué hijo o nieto del rey don Enrrique de Portugal. Mi madre se llamó doña Catalina de Guevara.






ArribaAbajoDe cómo salí en el nonbre de Dios

Fué a Córdova y a Granada y a Baça, y allí topé con un capitán que avía nonbre Montalvo. Yva a Ytalia e yo a laCorte del rey de Castilla, que estava en Barçelona e avíamos de yr juntos hasta Murçia. E allí nos avíamos de apartar, como nos apartamos, a nuestros viajes. E a quatro o çinco leguas de la dicha çiudad de Baça, do nos juntamos, fuymos a dormir aquella noche a una venta, do a la cabeçera de la cama se me olvidaron los dichos sesenta ducados, de manera que el dicho capitán los pudo tomar mientras yo salía a no me acuerdo qué, porque él me avía entrado a despertar. Y con la priesa que él me dió y poco aviso que yo tenía, partimos sin yo echar menos la bolsa, que no me yva nada en ello.

Y andadas dos leguas, acordéme della y no dónde la avía dexado; aunque mirado la falta que me hazía, acordé de bolverla a buscar con muy grand diligençia y mayor duelo. Y echa la diligençia y no pasado el duelo, después de averla buelto a buscar hasta la dicha venta, pedí consuelo al capitán. El qual me dixo: «Consolaos, cavallero, con que el primer descuydo que hazéys no es en más de sesenta ducados y con que os queda un cavallo que podéis vender. E yo, por la buena compañía y por otra tal, os daré de comer de aquí a que lo vendáys, y no por falta dello lo dexéys de vender a vuestro plazer».

Yo le respondí, después de agradeçerle su buen comedimiento y liberal cortesía: «Ya yo no puedo venderlo a mi plazer, pues en él pensava paresçer ante el Rey, con quien voy a bivir». Entonces me dixo: «Para eso yo os quiero dar un buen remedio que aquí adelante está un grand señor que se llama el marqués de los Vélez, don Pedro Fajardo, en un lugar suyo por do pasaremos mañana, si pluguiere a Dios, que se llama Vélez el Blanco. Si vos soys, el que me avéys dicho, él terná notiçia de vuestros padres o en su casa quien los conozca. Contalde vuestro duelo, que bien creo él lo remediará».

Otro día llegamos al dicho lugar y llegué al dicho marqués y díle quenta de mi acaesçimiento por la mejor manera que pude y aun que pudiera ser, y aun con el mayor duelo que aquí podría pintar, pidiéndole por merçed me ayudase. Y dixo que sy. Y pasaron dos días syn lo hazer, no por falta de acordárselo ni de avello menester yo. Como no ví que me ayudava sino a gastar lo que no tenía, díle una petiçión por escrito, el tenor de la qual es este que se sygue:

«Illustre y buen señor: Estotro día hablé a Vuestra Señoría para que me ayudásedes para mi viaje, diziéndoos mis acaesçimientos, por amor de Dios y de quien soy. De lo qual, si tenéys dubda, os hará ynformaçion Ortiz, vuestro trinchante, que fué paje de mi padre. Contentarme-é con diez ducados, los quales harán a Vuestra Señoría poca falta y a mí grand bien y consuelo. Por cuya illustre persona de Vuestra Señoría...»

Y respondióme que holgara de hallarse en tienpo de lo poder hazer, pero que al presente no avía lugar. Y el dicho trinchante que fué el que me sacó la respuesta dióme dos ducados de su pobre bolsa e yo fuyme al mesón, do hallé al dicho capitán. Y pescudóme cómo me avya ydo. Y como se lo dixe, o de duelo que de mí tubo o de su acostumbrada virtud, metió la mano en la manga y sacó la bolsa con los sesenta ducados y diómela. E dixo: «Yo os tomé esta bolsa para que supiésedes la falta que os hazían los dineros que dentro van, porque de los scarmentados se hazen los arteros y de los arteros, burladores de los mal vestidos. Por eso vestíos deste aviso y avisáos deste descuydo, porque ya avéys visto cómo os podéys remediar dél». Partímonos con grand plazer, el qual no me escusó dalle las graçias. Y fuémonos a Murçia, do nos avíamos de partir. Y partímonos dentro de ocho días que dentro estubimos holgándonos.




ArribaAbajoDe lo que me acaesçió entrando en Barçelona

Llevava cartas de don Juan Alonso para el arçobispo de Çaragoça, su suegro, e de don Hernando Enrríquez de Ribera para el Almirante de Castilla, su primo hermano, de los quales fué muy bien resçivido y tratado. Los quales me llevaron a besar las manos al Rey, que entonçes le vino nueva, le avían eleto emperador. Y otro día le fué a hablar en mis negoçios, y fueron conmigo el duque de Véjar y el Almirante, que era a suplicarle me hiziera merçed del ábito de Santiago y un asiento en su casa.

Y remitióme el Emperador a don Garçía de Padilla, de su Consejo, el qual era tuerto, y no de nuve, y liçençiado. Y díxele: «Su Magestad, el Emperador, me á remitido a Vuestra Merçed, de lo que vengo bien contento y é dado graçias a Dios, porque, aunque no me haga ya otra merçed, no abrá sydo mi venida en balde, pues me á remitido a quien me á de desengañar, pues cavallero y letrado es cossa que pocas vezes acaesçe hallarse. Vuestra Merçed sepa que yo soy venido al Emperador como a mi rey natural, para que me resçiva por suyo, como a otros hijosdalgo que en su casa tiene, y me haga merçed del hábito de Santiago, porque, segund soy ynformado, se hizo par cavalleros generosos e que conquistasen o oviesen conquistado con ynfieles.

«E yo vengo dello muy aparejado y bastesçido, porque de linaje, como del Almirante de Castilla e duque de Véjar y unos hijos del señor del Aljava de la çiudad de Sevilla, do soy natural, Vuestra Merçed se puede ynformar, soy hijodalgo y vengo de illustres. Y quanto a lo de meresçer el ábito por serviçios, yo me obligo y daré las fianças que fueren menester a lo meresçer. Suplico a Vuestra Merçed, ansí por serviçio de Dios como por quien Vuestra Merçed e yo soy, me desengañe y diga sy traigo juego de ver, porque me ahorre el trabajo y pocos dineros que tengo y lo ocupe y gaste en otra cossa que más me cunpla».

Eacute;l me respondió: «Mucho más é holgado yo que Su Magestad os aya, señor, remitido a mí, por tener lugar de serviros y hazer por Vuestra Merçed, porque por cierto por semejantes cossas ando en esta Corte, comiendo adesoras y pasando otros ynfinitos travajos. Esto es quanto a que Vuestra Merçed sepáys lo que por vos tengo de hazer. Quanto al consejo que me pedís, por çierto lo que demandáys es muy justo, porque lo que me dezís se hizieron los asientos de la cassa real y los ábitos de Santiago. Y no sé yo dónde Vuestra Merçed pueda yr mejor a gastar su travajo ni su hazienda, que aquí será muy poco, plaziendo a Dios y pudiendo yo».

Y díle muchas graçias y holguéme mucho. Y fuy al secretario, Francisco de los Covos, y díle una carta de don Rodrigo Ponçe de León, conde de Baylén, hijo del conde don Manuel, en que le dezía quién era. Pescudóme qué venía a negoçiar, y díxele lo mismo que a don Garçía. A mí no me llamó tantas merçedes, aunque las suele él llamar a todos, mas hízome la mayor, si la supiera conosçer. Y díxome: «Señor, yo no estoy aquí para engañar ni para desengañar para semejantes que vos. Segund el señor don Rodrigo me escrive, quiero tomar travajo por quitároslo a vos, aunque tengo bien que hazer. Todo el tiempo que aquí estubiéredes será perdido, porque quanto a lo de vuestro asiento, el Emperador no os resçivirá al presente e ya que os resçiva, avréis gastado más dineros y honrra, andando de puerta en puerta soliçitándolo, de lo que con el asiento podéys ganar, quanto más que venís a muy mal tienpo para ello, porque ansí con estas nuevas de ymperio como con estas Cortes de Aragón, Su Mágestad no entiende en nada. E la misma dificultad e mayor pongo para lo del ábito.

«Mi paresçer es que antes que más gastéys, os bolváis a vuestra tierra, hasta que veáys los tiempos más aparejados que agora. Y entonçes no penséys que con solo vuestro linaje avéis de alcançar lo que pedís, porque otros, que están tan bastesçidos como vos y que an servido mejor que vos, á muchos días que andan en esa requesta y no lo pueden alcançar. Con los quales se á de hazer primero que con vos, por averlo servido».

Yo me fuy muy descontento del consejo y más dél, aunque se lo agradesçí. Y buélvome al mi don Garçía. Y servíle y seguíle seys meses, oyéndole muy más dulçes y engañosas palabras que las que primero me dixo. Los quatro tube que gastar y los dos comí de mis carnes y de las de mis bestias, vendiéndolas y despidiendo criados, hasta que quedé en calças y jubón, que me fué menester tomar una pica e yrme a la guerra que al presente se hizo para yr a tomar los Gelves, que fué quando la tomamos. Y pasé por mitad de Barçelona delante del Rey y de su Corte y de algunos de mi tierra en hordenança con los otros soldados, con la pica en el honbro. Y dos cavalleros de mi tierra, regidores della, -el uno se llama Françisco del Alcáçar y el otro Juan Melgarejo-, desque me vieron, hinchiéronseles los ojos de agua y llegaron para me sacar. E yo no quise y envarquéme.




ArribaAbajoDe lo que acaesçió en la jornada de los dichos Gelves

Desenvarcamos en una ysla despoblada que se llama la Formentera, do hallamos la gente que de Varçelona fuymos a Diego de Vera, un cavallero ançiano, esperimentado en la guerra, con çinco mill infantes y quatroçientos honbres de armas y trezientos a la ligera. Y dende en pocos días fuymos a la ysla de Seçilia, do vino don Hugo de Moncada, prior de Meçina de la horden de San Juan, que vino a ser capitán general deste exérçito. Y aposentóse él con la gente de cavallo en un lugar que se llama Trapana, y los ynfantes en otro, çinco leguas de allí, que se llama Masara, y al dicho Diego de Vera con ella por su lugartheniente. Y estubimos desta manera çinco meses, en el qual tiempo me acaesçió esto. Y después os diré lo que acaesçió al exército.

Yo, como era tierno de hedad y flaco de complisión y rezio de voluntad y como salía de las casas de mi madre y me apartava de sus braços y entrava en casa agena de mi naçión y de mi condiçión y en los braços de los vezinos, no hallava, syno darme con las puertas en los ojos y otras cosas semejantes. Adolesçí de una tan grande enfermedad que me llegó al passo de la muerte. Lo qual me duró dos meses y me hizo gastar mi pobre hazienda y desmanparar mis criados, que se vinieron a Castilla. Y como estos dos meses estube enfermo, no ovo lugar de conosçerme nadie y en el tiempo de Barçelona allí tan enojado de mi malandança que sienpre me apartava de gentes, de manera que nadie tuvo lugar de conosçerme e yo de conosçer a nadie. Acordé de yr a Masara, do los infantes alojavan. Asenté en una capitanía del capitán Villaturiel. Y al tiempo que hizo la muestra para pagar la gente, como yo no avía hecho muestra de mi nonbre y naturaleza, por sólo mi persona, poca hedad y flaqueza, no me quisieron dar paga.

Acordé de pedir por amor de Dios de puerta en puerta, aunque no me atreví a hazerlo de día. E yvame tan mal de noche, porque temprano se çerravan las puertas, que no me podía mantener ni aderesçar la persona, para que me diesen paga, porque la flaqueza era la que más me hizo desechar. Con todo, pasé un mes desta manera: acordé en una yglesia que se labrava a coger astillas y llevávalas a una taverna a vender, y desta manera pasé otro mes e aun quarenta días, hasta que me encontró un día, que ya de mí aviso tenía, un cavallero de Sevilla, llamado Gonçalo Marino, capitán y alcaide de Melilla por el duque de Medina-Çidonia. El qual yva allí por acompañado del capitán general, de la manera del dicho Diego de Vera. Y él, Gonçalo Marino, tenía cargo de la gente de cavallo y Diego de Vera, como tengo dicho, de la ynfantería.

Y díxome: «Yo ando a buscaros quanto á que sé de vos, muy quexoso de vuestra desconfiança, siendo yo de vuestra tierra, amigo de vuestro padre, no aver escusado vuestro trabajo en mi holgura, que no la abrá mayor para mí que queráis vos, señor, onrraros y aprovecharos de mi hazienda y de mi persona». Y llevóme a su posada y dióme de vestir y llevóme al capitán general y díxole muchos bienes de mí. Y dentro de doze días me dieron una capitanía de ynfantería. Y dentro de quinze, murió el dicho Gonçalo Marino -que plega a Dios perdone- y dentro de veynte partió el dicho exército a tomar la ysla de los Gelves.




ArribaAbajoDe cómo se tomaron los Gelves

Partimos muy grande armada de naos y la gente que ya avéis oydo, porque si unos se avían muerto, otros avían venido. Y a causa de poco viento y mucha calma que nos hizo, tardamos más de lo que pensamos en llegar allá. Y hallamos los moros aperçividos y aviso de treynta mill moros de pie y treynta aláraves de cavallo, porque en la dicha ysla no ay cavallos y no tubieron lugar de proveerse de más cavallos. Y saltamos en tierra y hezimos nuestro reparo y dormimos en él, que era hecho junto a la mar, aquella noche y otra. Y otro día caminamos en horden de pelear y con grand deseo y confiança de los ganar, que fué lo que nos dañó. Y andadas dos leguas syn topar con nadie, pensamos que sienpre fuera ansí. Començamos a desconçertarnos e unos cogían higos y otros dátiles, -porque es toda espeso palmar-, y otros entravan en las caserías a las robar, aunque no avía qué, sino algunas tinajas de miel y de pasas, que no avían podido llevar. Y en esto estando, los moros que asomavan, la cantidad que tengo dicha. Y por presto que nos recogimos, no tan bien como si no nos oviéramos desbaratado, vinieron por todas partes de nuestros esquadrones, veynte mill a la una parte y çinco mill a la otra y los treynta de cavallo por la otra.

Venía adelante en un asno un moroabito, que ellos dizen como acá nosotros hermitaño, el qual los avía asuelto a ellos de culpa y a ellos de pena. Y creyendo en su falsa opinión ellos vinieron tan determinados de morir que lo que les hizo no matarnos creo que fué traer más pensamiento de morir que de matarnos, porque se nos metían por las picas, los braços abiertos, después de avernos tirado las piedras y medias lançuelas que en las manos trayan, que eran sus armas. Murió el dicho moroabito y mill e quatroçientos moros, y de nuestra parte quinientos. De nuestros seteçientos de cavallo murieron los que no huyeron, que fueron hasta çinco o seys. Escapó herido con otros dos o tres el capitán general y Diego de Vera.

Desta manera nos recogimos con mucho miedo, porque las ventajas que les tenemos en las armas y en lo demás nos tenían ellos en estar hechos a la tierra y en saber sacar el pie del arena y guardarse de las palmas que son muy altas y muy espesas. Y desde nuestro reparo hezimos nuestro partido como pudimos, que dieron çierto tributo, -creo que mill doblas-, al Emperador y, amigos de amigos y enemigos de enemigos. Y ansí nos avenimos a una ysla despoblada que se llama la Fabiana, dos o tres leguas de Trapana de Ceçilia, do los desbaratamos.




ArribaAbajoLo que allí me acaesçió

Fuyme con tres criados y çient ducados a Palermo, una çiudad en Ceçilia, y refrescándome y descansando y curando de una herida malsana que tenía, estube dos meses, do se gastó la maior parte del dinero. Conçerté mi casa de manera que no quedé sino con un criado, y fuyme a Meçina, una çiudad en la dicha ysla. Y esperando pasaje para Nápoles, acabé lo que me quedava de los çient ducados y fué menester hazerme rufián. Porque un día, pasando por donde están las mugeres, evitando mayores pecados, me conçerté con una y la llevé a Calabria, que es otro reyno, aunque todo es de un rey. Y en un lugar que se llama Ríxoles asenté mi tienda. Y dentro de nueve o diez días vino a buscarme su primer amado de mi dueña, y más por fuerça que por cortesía me tomó la presa, aunque en la verdad le ayudó mucho, ansí por lo que tocava a mi alma como a mi honrra, aver miedo de morir en tal demanda o de no alavarme de tan feo vencimiento. Fuéme a Nápoles con ocho ducados que por conçierto me ovo de dar, aunque, çierto, fueron más sacados con maña que mi nesçesidad me dió que con esfuerço de mi braço derecho.




ArribaAbajoDe lo que me acaesçió en Nápoles

Yo llegué desnudo de ropa y de dinero, y vestido con presunçión, porque ya estava conosçido de muchos que allí eran venidos del dicho exérçito. Y demás de conosçer mi naturaleza, conosçían aver sido capitán, que es una cosa muy onrrada en Ytalia, y los que lo an sido, sienpre les tura la nombradía y respeto. Y fuyme derecho a un mesón de la calle que se llama la rua Catalana, do me vió un criado de un cavallero muy onrrado, gentilonbre del Visorrey, don Ramón de Cardona, que al presente era. El qual era de mi tierra y se llamava don Álvaro Pérez de Guzmán. Éste, como tenía más onrra que hazienda, porque con ella y con su persona lo avía ganado y sustentado, acordó dar mandado de quién yo era al marqués de Luchito, muy afiçionado a estrangeros, en espeçial a los del apellido de su muger, que se llama doña María Enrríquez.

Y estando yo jugando al trunfo, entraron con boz de ser preso. E yo creýlo, porque de vista no los conosçía, e quíseme echar por una ventana abaxo, creyendo que era por aver sydo rufián. Y plugo a Dios y a su bondad de ellos, como venían determinados a hazer bien, que les turó poco el mal. E díxome el marqués: «Señor, el alguazil que os viene a prender soy yo, que soy el marqués de Luchito, por mandado del señor don Álvar Pérez de Guzmán que está aquí presente. Y en pago de vuestro malefiçio, que á sido venir a un messón, tiniendo aquí parientes y servidores, avéys de yr a la cárçel, que será mi cassa, aunque la vida que os daremos en ella será como a prisionero. Desque sepáis la que nuestra voluntad os desea dar, ternéys descansso.

Tomóme a las ancas de una mula y llebóme a su cassa y fuý tan bien resçivido de mi señora la marquesa, su muger, quanto conbidado de su marido. Y entre otros muchos refrigerios me dieron, en que durmiese, una cama de tela de oro y de terçiopelo. Y otro día en la mañana, aunque tarde, por dexarme dormir y por dormir en buena cama, me despertó un camarero suyo que traýa un mercader con muchas pieças de brocados y sedas de todas maneras y una pieça de paño frisado, del qual tomé un sayo y una capa y no nada de lo demás, aunque no fuý poco ynportunado. Estube allí sesenta días muy festejado, y al cabo déstos, contra la voluntad dellos, me partí de allí para Roma. Y dióme çient ducados e una haca blanca muy hermosa y otra para un paje, e una maleta de ropa blanca y treze varas de brocado pelo, muy escondido entre las camisas.




ArribaAbajoLo que me acaesçió en Roma

En llegando a Roma començé a ver la çiudad por de fuera, y después por de dentro, y estoy por no dezir más. Y fuýme al Pozo Blanco, que mucho lo avía oýdo mentar. Y por lo que me avía vestido en Nápoles avía dado a un paje mío corte de vestir de brocado. Hize un sayo y otro de terçiopelo y dos capas de paño, la una aforrada en rasso. Y en esto estando, enbié a llamar uno de mi tierra y mi pariente, que á nonbre Juan de Ocampo. El qual con mucho plazer ovo gana de me ver y servir y dió aviso a uno de mi tierra, muy honrrada persona y muy rico y estimado en Roma, que se dize miçer Garçía de Gibraleón. El qual me llevó a su cassa y ospedó muy bien, dándome de comer a su costa, a mis criados y bestias y a mi persona, quando y como yo quería, con muy grand acatamiento. Estube allí treynta días.

Partíme para Alemania, do tenía nueva que el Emperador venía a coronarse. Y fuý ençima de una haca y un servidor ençima de otra, e çinquenta ducados en dineros. Y fuý a parar a Boloña, do me adolesçió el criado. Y por aguardarle a sanarlo, que sus serviçios me lo meresçían, estube hasta que murió. Y gasté de manera que no pude tomar otro y vendí su haca y partíme sin guía ni compañía ni saber latín ni otra lengua sino la de mi tierra, que es la que menos por allí se sabe. Y fuýme a Mantua; y avía pasado por Florencia, do hallé, haziendo çinquenta sombreros de seda para el marqués de Tarifa. Y de allí fuý a Espluque y de allí a Espera y de allí Agusta y de allí a Colonia, donde el buen Rey estava en este tiempo.

Desde la dicha çiudad de Bolonia hasta esta Colonia pasé muchos travajos de hanbre y sed y cansançio. E ansí con la soledad, perdiéndome por los caminos, adonde avía çinquenta leguas andava çiento e çinquenta por no saver preguntar. Acontesçióme a sesenta leguas de Boloña, preguntando por Coloña, hazerme bolver a Boloña; como por faltarme los dineros con que conprallo, como por no saver pedir el comer y el bever, como por falta dello, la cavalgadura no poder andar y andarlo en mis pies.

En llegando a la dicha çiudad de Coloña, fuýme derecho al Emperador,con una ropa de paño pardo aforrada en zorras y una espada y un puñal, y díxele: «Señor, yo soy uno que en Barçelona, por parte de ser de noble generaçión y a suplicaçión del arçobispo de Çaragoça y del almirante de Castilla, en Barçelona pedí a Vuestra Magestad el ábito de Santiago. Y por no lo meresçer, Vuestra Magestad no me lo dió. Agora que lo merezco, como por esta carta del capitán general que ynbiastes a tomar los Gelves veréys, supplico a Vuestra Magestad aya respeto a mis serviçios y naturaleza y muchos trabajos y largo camino que por esto é pasado. En lo qual Vuestra Real Magestad hará lo que es obligado y a mí pagará mis serviçios y porná obligaçión de más servir».

Tomó la carta y remitióme al obispo de Badajoz, que después fué de Palençia y Burgos, que avía nonbre el bachiller Mota. El qual me dió tan buen despacho qual no sea dado a los moros porque alguno verná a ser cristiano, porque no solamente no me quisieron dar el ábito, pero no me quisieron dar diez ducados con que me fuese. Y no solamente los pedí, mas travajé más de diez días en hurtar a ese dicho obispo o al Emperador con que me fuese. Y todavía lo hiziera segund lo avía menester, si no me echaran de sus casas por fuerça, el Emperador con no me querer oýr, el obispo con dezirme que me fuese con Dios.

Estube allý treynta días. De lo que estos días viví fué que estava todo el día sin comer; unas vezes me yva a las tavernas y hurtava que comer; otras vezes pedía por amor de Dios en el arraval; otras vezes pasava de la otra parte del río, que estava un lugarejo donde moran los judíos, y me hazía judío y me davan de comer, hasta que me topó don Lope Vazques de Acuña, hijo de Rodrigo de Guzmán, Señor del Algava, una legua de Sevilla, el qual fué prinçipio y causa de todo mi bien y de toda mi onrra. El qual evitó ser yo desonrrado y de perder yo mi alma, porque si sobrada virtud y grand bondad no me socorriera e ynportunara, yo yva perdido y desconfiado de la misericordia de Dios y de las gentes. Y si no fuera sobrada su diligençia, no bastara yo a querer hazer lo que él me dezía ni a lo que después hizo por mí.

Llevóme a su posada, do hallé otros dos hermanos suyos, de nonbre don Pedro de Gudmán el uno y el otro don Rodrigo de Gudmán, en los quales hallé la misma voluntad que don Lope y tan grand alegría como sy yo fuera su hermano que viniera de tierra de moros, siendo ellos tan honrrados en Sevilla, do todos éramos, que con quitarme el bonete ellos en ella dos dedos de la caveça, quitándoselo yo hasta el suelo, no me davan pequeño favor. Diéronme de vestir, traýanme en las sillas de sus mulas y ellos a las ancas y echávanme en sus propias camas. Cobré tal reputaçión que quedé como otro tal como ellos. Y el comendador mayor de Alcántara, hijo del duque d'Alva, que allí estava, -que el duque es tío destos cavalleros, primo hermano de su madre, y el comendador mayor primo y muy grande amigo dellos-, por les hazer plazer y moviéndose de misericordia de lo que de mí le contavan, recojóme en su voluntad, de manera que ansí por su virtud como porque él vía que ellos ansí lo avían por bien, tratávame como a ellos, de la manera que adelante veréys.

Estos caritativos y exçelentes cavalleros, el día que me metieron en su cassa y en su compañía, me trataron desta manera. Sus criados me acatavan, me tenýan, me servían como a ellos; quando avían de cortar unas calças y dende arriba para ellos, avían de ser para mí. Teníanme por hermano, que no solamente ganava yo en serio por su naturaleza, que es la mejor de España, sino por su condiçión, que eran tan bien criados que lo que el uno penssava quería el otro, y lo que el otro quería, pensava el otro. Nunca ví discordia en ellos ni una mala palabra en çinco meses que su compañía tube a costa de su hazienda. Vino a que estos cavalleros tenían muy buenos cavallos y quando les pedían uno para justar al uno dellos, respondía: «Yo os lo daré, si no lo á dado a otro don Pedro o don Rodrigo a don Alonso». Y lo mismo respondía cada uno de los otros, metiéndome sienpre en ello. Nunca hallé en el uno más amor que en el otro ni en el otro menos que en el otro. No sabré dezir a quál soy en más obligaçión ni quál fué el mejor. Eran tan cristianos, demás de ser cavalleros, que por familiar de ellos, pienso gozar la gloria, a quien Nuestro Señor plega dar ellos. Y porque en otros capítulos mentaré a estos cavalleros...

El comendador mayor de Alcántara me asentó con el Emperador por contino de su casa, y el duque su padre me dió a conosçer con él. Y ya conosçido su criado, començéle a servir en la manera que sabréys. Fué Su Magestad a Valençianas y el rey de Françla vino con grande exérçito sobre él. Y a Su Magestad y los de su Consejo paresçióle hazer otras cosas que más cunplían a su serviçio, y quedó en guarda de la villa de Valençianas, -es lugar muy grande, sino que en Flandes no nonbran por çiudades sino todas por villas, el conde Nasao con quatro o çinco mill alemanes de a pie y çierta gente de cavallo. Quedó el comendador de Alcántara y estos honrrados cavalleros con él, y otros muchos españoles y muy honrrados.




ArribaAbajoDe lo que acaesçió en Valençianas

Una madrugada tocaron alarma y salimos al campo. Y era que venía el rey de Françia con el más grueso exérçito que después que reynava avía juntado. Y creyendo tomarle el río que estava dos leguas de Valençianas para estorvarle el passo, dímonos mucha priesa. Y por mucha que nos dimos, más se avían dado ellos, pues los más avían pasado. Y nosotros creyendo que eran menos y ellos creyendo que éramos más, acometímosles con el artillería, que eran çinco o seys pieças, y ellos esperáronnos con tanta que no tiene quenta, conforme al dicho exérçito. Y desque nuestro capitán general fué avisado de los corredores, retruxímonos en çierta manera, como más largamente os contará la corónica que sobre ello se haze, porque esto no es sino para hazeros saver mi vida.

De allí fueron el Emperador e los señores y cavalleros a un lugar que se llama Udinarda. De Valençianas se avía retirado el Emperador y el dicho conde Nassao, capitán general, con el exérçito que allí tenía. Fué sobre Tornay, una grand villa en Flandes del rey de Françia. Y teníala çercada mosior de Frenes. Y llegó el dicho conde Nasao con el dicho su exérçito e yo, como ovo de los otros sobrados. E conbatímosla e ganámosla. El rey de Françia avía pasado con el dicho su exérçito a Ytalia.

El conde Nasao dixo al Emperador como yo le avía servido. E hízome merçed del ábito de Santiago. E antes que me lo echasen, sobre çiertas causas que fueron en favor de un amigo mío y en perjuizio de un próximo, desafié a un cavallero. Por lo qual me prendieron en su casa de don Álvaro de Luna, capitán de los continos, el qual me dió de comer e buena vida dos meses que turó la prisión, y mucho regalo su honrrada muger, doña Catalina Valori. Y no quento la causa del desafío, ni en lo que pasó, porque, como digo, es en perjuizio de terçero. Y de allí me sacaron para el castillo de Esclusa. Estube en él hasta que el Emperador se partió a Castilla, que me truxeron en una nao preso hasta el puerto de Santander, do Su Magestad se desenbarcó y me enbió a su alcalde Ronquillo a la dicha nao en que venía preso con la declaraçión de la sentençia, la qual fué tan cruel como veréys, porque el Emperador estava enojado, diziendo que le avía quebrado la palabra.

Y fué desta manera, que yo avía dicho al Emperador y a las damas de la reyna Germana çiertas cosas en perjuizio de un cavallero y en favor de otro, amigo mío. Y desque lo supo otro amigo del otro, dixo en aquellos lugares do yo lo avía dicho que quien lo tal avía dicho mentía, y que él se lo haría conosçer. El Emperador me llamó y me dixo, echándolo en burlas: «Vos diz que dixistes esto y Fulano dize que no es ansí. Reýos dellos y allá se lo ayan». Yo le respondí que ansí lo pensava de hazer. Y salí de allí y desafiéle por dos cosas: lo uno porque yo dezía verdad -y aunque fuera mentira, pues lo avía dicho con la boca, lo avía de hazer verdad con el braço;- y lo otro porque no era obligado yo a mantener palabra al Rey, pues él no la mantiene a nadie. No lo digo por éste más que por todos los reyes, que aun sus justiçias traen por gentileza, con palabra de no ofendelle, sacar los onbres de las yglesias y ahorcallos; y dizen luego: «El Rey no á de cunplir la palabra, e yo, como justiçia, te la dí». Quanto más que el Emperador no me lo dixo de arte que me diesen contentamiento las palabras, aunque en la verdad ningunas me podía dezir que me excusaran de hazer lo que hize.

La sentençia fué quatro años de destierro de todos sus reynos y que señaladamente fuese a servir este tiempo a una frontera de moros que tiene por nonbre Melilla. Revocóme una çédula que me avía dado el ábito de Santiago, que me avían de echar en entrando en Castilla, e otra de dozientos ducados de ayuda de costa que me avía hecho merçed, que hablava con sus contadores, y despidióme de sus libros e cassa. Yo vine a Sevilla, porque avía çinco años que no avía entrado en ella, y avía salido della rezién casado.




ArribaAbajoCómo salí de Sevilla a cunplir el destierro

Vestí dos pajes e un moço de espuelas con sayos negros e unas letras de terciopelo verde en las espaldas y en los pechos que dezían: «A la ventura», y una cama y dos reposteros con un mundo señalado en ellos, y una espada atravesada por él, en lugar de las armas que de mis padres eredé, que son castillos y leones y calderas y bocas de sierpes. Y del mundo salían quatro rótulos que dizen: «A la ventura», y por orla alderredor del repostero un letrero que dize: «Ven, ventura, que hallarás en mí bien en quien cabrás». Y çient ducados en dineros y mi persona bien aderesçada, ansí de ropa como de armas. Y fuýme a Málaga, como llegó una çédula del Emperador, a suplicaçión del prior de San Juan, la qual es esta que se sygue:

EL REY

«Don Alonso Enrríquez de Guzmán: Por çierto desafío que hezistes con don Françisco de Mendoça, el liçençiado Ronquillo, alcalde de nuestra casa y Corte, por el nuestro mandado os desterró de los nuestros reynos por quatro años, para que los fuésedcs a tener y servir a la frontera de Melilla. Y agora el prior de San Juan, don Diego de Toledo, me á suplicado os dé liçençia que vais con él a la çiudad de Rodas, que está çercada de ynfieles, o como la nuestra merçed fuese. E yo, por servir a Dios e conplazelle, tóvelo por bien. Por tanto, os doy liçençia que vays a residir en la dicha çiudad de Rodas los dichos quatro años. Desta mi villa de Valladolid».

El prior me escrivió una carta rogándome esto tubiese por bien e que me esperava en Cartagena. E yo partí luego para allá e hallélo partido en una carta suya en que me rogava que f uese tras él. Y no hallé en qué, y fuy a Alicante, que es otro puerto más adelante. Y hallé que estava para partirse una nao de veneçianos para Çeçilia, do el prior me dexó dicho que lo hallaría.




ArribaAbajoLo que en Alicante me acontesçió y en dicha nao y pasaje

Yo estube allí veynte e dos días aguardando se acabase de cargar la nao e hiziese tienpo para partirnos. Y estos días paséme por Alicante muy como honbre lastimado y desesperado, y tanto que ponía lástima a los que me veýan, consyderando y publicando por descansar con quántos travajos y peligros avía ganado y en quánto tiempo e quánd ligeramente avía perdido lo que yo en tanto tenía, mi ábito y mi asyento y la graçia y conversaçión del Emperador, y quánto era menester para alcançar el perdón, y después, a cobrar lo perdido, adonde, sy no me acaesçiera aquello, fuera muy raez de aver superabundançia; y cómo todo se avía de cobrar con mi puro travajo, porque en la Corte no me quedava quien de mí se doliese. Paresçíame que avían de ser espantables cosas las que yo hiziese para remediarme y para que el Emperador las supiese, porque los que tienen parientes y amigos a su lado, qualquier poco es mucho que hazen en su serviçio, los que no, muy mucho es poco, en espeçial que no vo yo a ganar más, sino a ganar lo que avía perdido y mucho travajado por ganallo.

Con esto metíme en la nao para hazernos a la vela otro día en amanesçiendo. Y como sienpre presumí de honbre de bien, llevava bien aderesçada una cámara en ella y vitualla que me sobrava para mí e para mis criados y para otros quatro honbres que se me avían llegado, que pasavan a ser soldados a Ytalia.

Y a la sazón andavan a buscar por todo el reyno, en espeçial los puertos de mar, por mandado del Emperador, un capitán Machín, el qual avía sydo causa prinçipal de todos los daños, de las alteraçiones y motines y bueltas del reyno de Valençia, en que ovo muchas vírgenes corronpidas y monjas forçadas y biudas desonrradas y altares robados y otras muchas fealdades, que por contar mi casso dexo. Y estando yo en mi nao a las onze de la noche, entró el governador del dicho lugar de Alicante con mucha gente armada. El qual es un cavallero muy onrrado y de muy grand linaje y tan bueno por su persona que por sola su condiçión y maneras bastaría a sus subçesores, sin más mérito de sus anteçesores, como adelante veréys, segund conmigo veréys.

Entró en mi nao, como dicho os tengo, y preguntó por mí syn avernos hablado palabra en nuestra vida. Subió a mi cámara y díxome: «Señor, pluguiera a Dios que este cargo, que á çient años que está en mi casa, no lo oviera estado, ni yo ni mis pasados oviéramos gozado de los provechos y onores dél, para venir agora a desacataros, siendo quien soys, ynformado de vuestra persona, sacándoos de vuestra casa, pues por tal tenéys agora esta nao los onbres que a ella se acogen. Y pluguiera a Dios esta çédula que, señor, veréys que el Emperador me enbía, no viniera tan replicada que una vez ni dos que me lo mandara, no bastara, que el Rey áse de servir de mí contra malhechores y sus desservidores, y no enojando a tan buen cavallero como vos».

A lo que le besé las manos con todo el acatamiento y mejores palabras que pude e Dios me dió a entender. Y mandóme mostrar la çédula del Emperador, la qual me mostró y espantó y me hizo creer, si otro governador fuera, me llevara a mí preso por estar en su nao y me ahorcara, hallando al dicho Machín en ella. Y en este estante sus alguaziles y onbres que para ello traýa cataron la dicha nao y subieron con dezílle que no le hallavan. Díxome que holgava mucho que, no dexando de hazer lo que devía en serviçio del Emperador, me dexava a mí contento, y que holgava de no hallarle, porque las gentes no le tuviesen por descomedido en sacalle de mi nao, porque muchos le vieran sacar y pocos la razón que tenía para ello y çédula del Emperador.

Fuése, y otro día de mañana, en començando a ser de día, hezímonos a la vela con viento al quartel, que dizen los marineros,el qual es tan bueno para yr como para venir, porque da en el lado a la nao y no está en más de saber poner las velas. Y estando obra de diez leguas del puerto metidos en la mar, estando yo echado medio mareado so sota, -que es la tablazón que es ençirna de la nao,- hablando con aquellos quatro compañeros que yvan a ser soldados, que arriba digo, y otros marineros, subió el sobredicho malhechor, capitán Machín, muy remojado en vino, porque se avía escondido y salvado hasta entonçes en una pipa que estava la mitad llena y la mitad vazía, dando graçias a Dios, que le valiera más dallas a mí, como se avía escapado; y todos al derredor dél con grand regozijo. Y ynforméme e supe que era el que venía a prender don Pero Maça, el governador.

Y consyderando lo que lo encargava el Emperador y lo que mostrava que le yva en ello, por la çédula que ex governador me avía mostrado, y que si yo no hazía cosas estrañas y espantables, no avía de ser oýdo ni visto ni querido, acordé de prendello, aunque bien ví que se me avía de recresçer travajo. Pero también ví que no podía ser mayor que morir, ques lo que más çierto thenemos de hazer; aunque todavía la carne pudo conmigo que enprendiese en prendello por maña. Y llamé al maestre de la nao y díxele estas palabras so grand juramento:

«El Emperador me enbía, a suplicaçión de mis parientes y confiança mía, a hazer çinco mill honbres a Çeçilia para socorrer a Rodas, que, como sabe, que está el Gran Turco sobre ella con todo el poder. Y las provisiones para hazerla y çédulas de canbio para pagalla se me quedan olvidadas en el mesón. Por lo que quanto puedo os ruego miréys lo que Dios será servido y el Emperador y la buena obra que a mí me haréis, porque no solamente perderé esta jornada de hazer lo que devo, mas como en el primer cargo que é tenido, que es éste, carezca de cuydado -que es lo prinçipal que un capitán general á de tener,- sería ynabilitado y deshonrrado para sienpre. Y tanto me pesa por mis parientes, ansí los que esto me alcançaron como los que de mí vinieren. Por lo qual demás de la honrra que haréys y daréys y serviçio a Dios y al Rey, os quiero dar trezientos ducados, que bolvamos».

A lo que respondió a mí: «Me pesa de vuestra desventura, porque no lo puedo remediar, porque los mercaderes que llevan mercadería en mi nao no me lo consentirán. E ya que me lo consyntiesen, sy vendiesen por menos de lo que quisyesen las mercaderías, me las harían pagar. E después desto, sy entrase en el dicho puerto, muy aýna con este tiempo podría estar un mes syn salir dél, do mi gente e yo comeríamos más que montan vuestras çédulas. Pero ya que no os puedo ayudar, quiéroos aconsejar. De aquí a Mallorca ay diez leguas. Yo os echaré en tierra. Allí podéys tomar un vergantín y en muy poco tiempo bolver a Alicante, y en el mismo a Çeçilia».

Yo, como ví su justa respuesta y brava yntençión, mostréle mucho contentamiento y díle tantas graçias por el consejo como le pudiera dar por la obra. Y aguardé a que se baxasen a comer todos y quedamos arriba el piloto, que es el que governa la nao, y dos criados míos y los dichos quatro honbres pasajeros, -los quales se llamaban Ochoa el uno, y Oviedo el otro, y el otro Ortiz, y el otro Bartolomé. Y llamélos, salvo al piloto, y díxeles todas estas palabras que arriba digo que dixe al maestre. Para lo qual por fuerça de armas les pedía favor y ayuda, e que diesen graçias a Dios y viesen el peligro que ellos yvan a buscar. Para mostrar sus personas, para estimarlas y aver cargo lo hallavan tan presto, pues entre honbres de bien y valientes honbres se avía de tener en más el travajo de la dilaçión de buscar el peligro que el efetto de pasallo. Para lo qual dende entonçes los hazía capitanes de cada quinientos. Y holgaron tanto los moços de espuelas, aunque el Bartolomé creo que era alvañir, que me quisieron besar las manos.

E yo no se lo consentí, mas díxeles: «Vos, capitán Ortiz, ýos a la proa y tomá el papahigo en las manos y bolverlo-éys a barlovento. Y vos, capitán Oviedo, allegaos al piloto, y si fuere con vos, traé aviso que no sea contra vos; y si no, mataldo. Y vos, capitán Ochoa, andá por este lado de la nao que no suba nadie por la xarçia». El Bartolomé estava con grand miedo que no le avía de nonbrar capitán, y desque dixe: «Capitán Bartolomé, tomá la otra parte de la nao,» no asentava los pies en el suelo de plazer.

E yo con mis dos criados -que éramos por todo syete- fuéme derecho al mastel mayor y echo mano a la espada y corté la trisa que tiene a rayz del mastel, que es una maroma delgada que sostiene toda la vela mayor. Y cortéla, y cayó la vela tan rezio y tan presto que no me pude salir de baxo della. Y dió conmigo en el suelo y dí con la cabeça en las tablas y descalabréme un poco.

Y levantáronse de la messa todos, que estavan comiendo en lo baxo, y salió el maestre por un agujero que se haze cabe el mastel. Y en viéndole la cabeça, díle una estocada por un poco abaxo del ojo, e cayó él muerto. E yo no quedé muy bivo, porque estava algo atormentado de la caýda e caýame mucha sangre de ençima de los ojos. El piloto fué de nuestra opinión, aunque no de nuestro pensamiento, porque creyó, e también lo creyeron los de abaxo, que me quería alçar con la nao para ser corsario. Y tomaron por remedio enderesçar la nao hazialiende, que era lo que yo quería. Y peleamos tanto que me mataron tres capitanes de los míos, en que murió el capitán Bartolomé como un león. Murieron dellos diez e nueve, porque en una pieça de artillería, que ellos pusieron hazia arriba para derribar la tablazón y matarnos, mató y perniquebró honze.

A los golpes del artillería que ellos tiravan de abaxo, ansí para ser socorridos como para ofendernos, armaron de Alicante dos vergantines y muchos bateles y vinieron a nosotros, unos creyendo que se quemaba la nao, otros que se hundía y pedíamos socorro con el artillería, porque ansí se suele hazer, otros que reñían los unos con los otros en la nao. Dávanse muy grand priesa por llegar a nosotros y el don Pero Maça con ellos. Los de abaxo holgavan ser socorridos, porque creýan que luego me avían de çercar, e yo, porque si un poco más tardaran, me dessangrara, porque traýa una lançada por detrás del muslo muy mala, porque ya avían quebrado muchas tablas por donde nos ofendían.

Y llegó socorro y todos les dimos la mano para que entrasen. Y llegó don Pero Maça a mí con una espada sacada en la mano y una vara de justiçia en la otra, y díxome: «¡Dad el espada al Rey!» Yo dísela de buena gana, y aún, segund yo estava cansado, a quienquiera que estubiera tan çerca de mí como él, se la diera, porque luego me sentí desmayado, hasta que me dieron un poco de vino y me tomaron la sangre. Y subiéronse todos arriba, en que subió el capitán Machín, tan sano como un ginjo verde y vestido como un marinero, creyendo que no le conosçieran. E yo, como quien tantos peligros avía pasado por él, no lo desconosçí y disimuladamente púseme cabo él. E dixo don Pero Maça: «¿Qué á sido esto, señor?» E yo le respondí que si traýa notario, e díxome que çinco. «Pues dáme por testimonio como entrego al señor don Pero Maça, governador de Alicante y de Origüela, al capitán Machín». Y echéle la mano.

Y entonçes el dicho don Pero Maça asióle y prendió a todos los de la nao. Y llevóme a su cassa con grande honrra y refrigerios, los quales allá no me faltaron. Y otro día de mañana desquartizó çinco, que eran de los que avían encubierto al dicho capitán, y despachó un correo al Emperador, haziéndole saver la buena nueva y tanto en mi favor que me falta juizio para lo poder contar y escrivano que os lo scriva y papel y tinta, sy os oviese de poner los benefiçios que con su hazienda e voluntad me hizo y gozo que sintió en que oviese yo conçertado a hazer aquello. E no tube yo en nada açertar con ello, sino açertar con tan honrrado cavallero.




ArribaAbajoLo que el Emperador respondió al correo que el governador le enbió y lo que dello subçedió

Dióle muchas graçias por la diligençia y cuydado que tubo en que se prendiese el capitán Machín, y que lo que le escrevía de don Alonso Enrríquez, confiava sienpre e sperava de su condiçión y naturaleza. Y que luego enbiase al dicho capitán Machín a la çiudad de Valençia, do avía començado su ruyn opinión, y lo entregase al visorrey della. Y que lo llevase el dicho don Alonso a se lo entregar, dándole gente y lo nesçesario, porque quien tan bien lo avía sabido prender, lo sabría guardar e defender. Y que él avía escrito al dicho visorrey lo que avía de hazer, ansí de don Alonso como del dicho capitán. Entonçes el governador me dió unas andas en que fuese, porque aún no estava bien sano, e diez de cavallo y doze vallesteros que yvan a pie, y en lo demás, lo nesçesario que el Rey mandava.

Y salióme a resçivir toda Valençia, y entregué mi capitán. Y pusiéronle en muy rezias cárçeles y fuertes prisiones y dentro de tres días le sentençiaron a atenazar. Y desque le notificaron le sentençia, pidió y requirió a la justiçia que por quanto él era vizcaíno, para confesar se le diesen clérigo de su lenguaje, para que se lo supiese entender. Paresçióles cosa razonable, y como Valençia es pueblo donde concurren todo género de gente, halláronlo, y aun pariente suyo, aunque no lo supieron hasta que lo salvó. Y entrólo a confesar; y salió con grandes requerimientos y protestaciones, poniendo a Dios y al Rey delante, diziendo que, ansí para su conçiençia como para serviçio de el Rey, era menester no hazer justiçia aquel día, porque descubría grandes cosas de que el Rey podía ser servido y otras gentes, y su ánima aprovechada, creyéndolo porque él avía tenido mano en grandes cosas. Y aun también después creyeron que cobdiçia de algund thesoro que él tenía ascondido le hizo al clérigo, más que el deudo, hazer lo que hizo. Lo qual fué que aquella noche se ençerró con él, y diziendo que metía provisyón de çena para los dos, metió un grand cántaro de vinagre y limas sordas y otras herramientas, con que hizo un agujero que salió a una calle angosta y suzia que salía detrás de la cárçel y le sacó y nunca más paresçió el uno ni el otro.




ArribaAbajoLo que después me acontesçió açerca desto

El visorrey me mandó llamar y me dixo de parte del Emperador que Su Magestad me mandava, que pues que tan bien le savía servir contra sus desservidores, que fuese a Molverde, que es cuatro leguas de Valençia, y tomase quinientos soldados que allí estavan alojados, que avían quedado de las alteraçiones del reyno de Valençia, y que fuese con ellos a pasçificar el reyno de Mallorca, que estaba alterado contra su serviçio por la Comunidad; y que allí hallaría en el campo a don Miguel de Urrea, visorrey del dicho reyno, con diez mill honbres de guerra, así los cavalleros de allí que con él se avían salido como otra gente que avía hecho para se defender; y en la mar junto dellos, a don Juan de Velasco, capitán general de las galeras, con ellas y otras naos y vergantines.

Y yo fuý a tomar la dicha gente; y en viéndome y que no les llevava más de una paga, -porque les devían çinco,- se amotinaron y conçertaron de yrse hazia Fuenterravía, que a la sazón estava por Françia y el Emperador tenía exérçito sobre ella. E yo hize mandado al visorrey de Valençia y él me enbió a mandar que fuese al duque de Soborba, que estava en Soborba, por donde açerca della ellos avían de pasar, e una carta para el dicho duque de que de parte del Rey le mandava que hiziese lo que de mi parte le fuese requerido. E a mí, que el duque les hablase e tubiese manera con ellos y enbarcase por grado, y, sy no, por fuerça, porque de la yda a Mallorca avía grand nesçesydad, e a Fuenterrabía ninguna, e grand ynconveniente de los robos e fuerças que en el camino podían hazer, el qual era más de çient leguas.

E yo tomé la posta e hallé al duque en una casa de plazer suya, media legua de Soborba, oyendo missa en un sitial con su muger. Y llegué y díle la carta del visorrey y él no la quisso leer hasta acabada la missa. E yo dávale mucha priessa, porque los soldados venían ya çerca. Y él tratávame como a correo hasta que leyó la carta y después recompensóme mi honrra, porque lo que me hizo era más de lo que meresçía. Y díxome que qué era lo que mandava que hiziese. E yo le dixe que me páresçía que Su Señoría devía de salir a aquéllos y con su presençia y buenas palabras, diziéndoles el serviçio que harían a Su Magestad en socorrer al visorrey de Mallorca y reduzírsela a su serviçio y el poco que le hazían en yr a Fuenterrabía, aunque no fuese más de dexar de hazer lo que les mandavan y hazer lo que no les mandavan.

Y respondióme el duque: «Eso, señor, no me mandéys vos, porque el Rey no querrá que yo muera como nesçio ni sea deshonrrado. Porque yo conozco soldados; y muchos juntos tienen muchos antojos, que son hijos de muchas madres. Y a tirar uno una pedrada, todos tirarán pedradas, y a dezir uno una mala palabra, todos dirán lo mismo. Si vos queréys y de parte del Rey y de su visorrey me lo requerís, yo sacaré dos mill honbres y diez pieças de artillería, y quando por grado no quisieren, por fuerça os los meteré en las naos, muertos o bivos». Yo le dixe: «No me paresçe, señor, que abrá tiempo para eso, porque me dizen que llegavan ya al Azabuchal, que es çerca de Soborba, media legua poco más o menos». Díxome: «No me curéys de eso, que más sé yo de mi hazienda que no vos. Antes de media hora estaré con ellos, como os tengo dicho». Díxele que sý, que ansý se lo requería.

Y él llamó a su secretario; dixo que se lo diese por testimonio. Cavalgó en una mula y tomóme a las ancas, y tomó un sombrero en la mano. Dando con él, fuimos corriendo hasta Soborba; y los labradores dexavan los arados y los cabadores las açadas y venían todos tras nosotros. En llegando al lugar, metió más de çient honbres. E yo le escusé que no sacase más de quatro pieças de artillería, que él diez, como avía dicho, quisiera y pudiera sacar. Y salymos con ellas y con dos mill honbres a cavallo y a pie. E dos tiros de vallesta del lugar venían dos enbaxadores, soldados de parte dellos, e hincaron las rodillas en el suelo; e dixo el uno: «Muy poderoso señor, nosotros venimos de partes de quinientos infantes, compañeros nuestros, a Vuestra grand Señoría para le suplicar nos déys de comer para el día de oy e lugar por do pasemos por esta vuestra tierra, porque nosotros vamos a serviçio del Emperador a Fuenterrabía, que tiene exerçito sobre ella». El duque dixo: «Esta tierra es del Rey, y en su nonbre está aquí el capitán de vosotros, que es el señor don Alonso Enrríquez. Su Merçed os responda lo que será más serviçio a Su Magestad. Lo que yo le pido por merçed es que se aya piadosamente con vosotros».

E yo mandélos prender e llevar a la cárçel del lugar. E yendo adelante un tiro de vallesta de nosotros, vimos los soldados en son de batalla, en hordenança, las picas caladas y las mechas de las escopetas ençendidas, mostrando mucha gana de pelear. Enbiaron otros dos enbaxadores y el duque estava para enviallos a hablar. Los quales dixeron lo mismo, o casi, que los otros. Y el duque rogóme, delante dellos, que yo le diese liçençia que con ellos les enbiase a hablar lo que quería, si ellos no vinieran. Yo dixe que fuese como Su Señoría mandase. Y díxoles: «Fidelísimos españoles, mucho pesar é avido que començéys a usar lo que nunca pensaron vuestros pasados y no perseveréys en lo que vuestros padres mantubieron y os desterraron, que fué en mucha lealtad y fidelidad. Y sy me dixéredes que el Rey o sus capitanes os dan ocasión para ello, sy eso no fuese, no avía meresçer. Yo vos ruego que bolváys a vuestros compañeros y les digáis que, ansý por esta obligaçión como por mi amor, ellos se buelvan a enbarcar». Y ellos dixeron que ansí lo dirían y que besavan sus muy illustres manos.

Y ansí como bolvieron, llegó a mí un correo del visorrey de Valençia con una carta en que dezía: «Sabed que é sabido que un honbre que tiene estas señas, que se llama el capitán Alonso, los lleva amotinados y engañados, creyendo ser capitán dellos. Por lo que devéys luego ahorcallo en viéndolo y pudiéndolo. Y si luego no pudiéredes, será quando los tubiéredes pasçíficos. E no hagades ende al, que desto será servido Su Magestad».

Con la buelta del mensaje vinieron seys, los prinçipales dellos, en que vino este que no deviera. E dixeron al duque muchas cosas, entre las quales dixeron que mientras no se pasavan a servir a otro señor, no eçedían de lo que debían; e que les debían çinco pagas e no les davan syno una; e que los hazían envarcar para yslas do avía pestilençia e hambre, do nunca pensavan salir, porque las yslas eran sepoltura de soldados, e que no querían morir tan ruynmente. El duque bolvió a mí e díxome: «Señor don Alonso, respondé y mandá, que yo con vos vengo y vuestro alguazil soy yo». Le dixe: «Ya que Vuestra Señoría sea mi alguazil, no quiero que seáys el menor, sino el mayor. Mandadme dar el otro». Él, no dexando de sospechar lo que yo quería, dándome a entender que hazía bien, con mucha priesa començó a llamarlo. E yo díxele: «Alguazil, tomá éste». Ya yo lo tenía del cabezón asido, e díxele: «¿Vos no os llamáys el capitán Alonso?» Dixo: «Sý, que así me llaman, e ¡ha que lo soy más que vos! y quiçá é servido al Rey mejor». Dixe yo: «Podrá ser que sí que ansí será. Pero todo lo avéys deshecho con esta vellaquería que en este tienpo avéys cometido. Por lo qual mando a vos, alguazil, de parte del Rey e del señor duque, lo ahorquéis de aquel árbol, a vista de los otros».

Eacute;l fué ahorcado. Bolvíase, yendo a ello, la cabeça y dezía: «Serenísimo y muy exçelente prínçipe, dadme campo con éste que, porque no es para matarse conmigo, me manda ahorcar». Yo le dixe: «Hermano Alonso, mataos en tanto con ese roble, porque yo me quiero matar con estotros vuestros compañeros, que son mejores que vos, si hizieren lo que no devieren; y si no, bivir en su compañía e hazelles honrra». El duque nos conçertó, y enbiamos al visorrey un correo para que les diesen dos pagas. El visorrey las enbió y otro día en la noche fuése el duque con su gente, e yo con ellos, a dormir al puerto. Y otro día de mañana nos hezimos a la vela.




ArribaAbajoLo que de allí me acontesçió

Miércoles, en començando a ser de día, partí del puerto con los dichos soldados y otras provisiones para los que allá estavan, con nueve naos. Y en menos se pudiera llevar lo que llevávamos, sino por darles a entender a los enemigos que éramos más, para que de miedo se nos dieran, y a los amigos, para que se consolaran y esforçaran. Y llegamos casi en anochesçiendo sobre la dicha çiudad de Mallorca, hazia donde el exérçito del Emperador estava, que estava media legua della. Y salía a nosotros una galera para reconosçernos, y desque nos conosçieron, salvónos con el artillería. Y nosotros allegamos y fuemos muy bien resçividos. Y el visorrey y capitán general de Mallorca, que arriba os é dicho, publicó luego que venían çinco mill horibres y don Alonso Enrríquez con ellos, pariente del Emperador.

Y otro día, por conçierto, vino el capitán de la çiudad, que se llamava el capitán Colón y era bonetero, -y casóse aý con una señora, muger que avía sido de un cavallero muy prinçipal, por fuerça,- el qual traýa consigo çinquenta honbres de guarda, rogándome que lo oyese. Y el visorrey enbióme a llamar. Y díxome muy grandes disculpas de grandes e ynormes eçesos que avían hecho, ansí en corromper donzellas, hijas de cavalleros que huyendo dellos salieron, como tajando muchachos en la carniçería como carneros, y otros poniéndoles por hitos en el terrero para jugar a la vallesta, y cosas semejantes. Las disculpas que me dava era que, sy no fuera por él, hizieran más de lo que hizieron, y que les premitía él aquello porque le mataran a él, sy no lo consyntiera. Y consyntiéndolo, escusava más cosas, porque en ninguna manera tenían razón. Porque quando ellos echaron a los cavalleros de allí, porque querían defender que ellos echasen el visorrey, avían sydo ynformados que él y ellos avían ydo por los lugares, aldeas de la çiudad, e a los parientes de los que quedavan dentro y a los niños e donzellas corronpían e matavan, por que la Comunidad acordó acá de pagarse dellos y vengarse en la misma moneda.

Preguntado por qué avían echado el visorrey, representando la persona de su Rey, respondióme que el visorrey les hazía mucha synjusticia, de lo qual ellos con cartas y mensajeros avían reclamádose al Emperador. El qual lo remitía al Consejo de Aragón, ado el dicho visorrey tenía cuñados e parientes, los quales ynformavan al Emperador en su favor e contra ellos. Por lo qual acordaron, por poner en cuydado al Rey de que los oyese, de echar fuera al visorrey, y que no querían ellos más, si él no diera ocasión a que pasara. E que si yo, con la gente que traýa, quería tomar la çiudad, que se me entregaría, con tanto que les hiziese pleito omenaje de acabar con el Rey que los perdonase y que enbiase otro visorrey.

Yo les respondí que ellos me pedían cosas que, a venir pagado y pechado dellos, no me pidieran más; que el Emperador me enbiava a hazer lo que el señor visorrey me mandara en lo quél pensava, mas que yo le hablaría. Respondió Colón, que como digo era capitán, el qual era muy cuerdo y muy sabio señor: «Vuestra Merçed á hablado como quien soys, y ansí le suplicamos». Traté entre ellos y el visorrey y conçertélos de tal manera que diputasen ellos dos e yo uno que fuese con ellos para que el Rey los oyese, porque ellos creýan que en oyéndolos, el Rey les haría merçedes; y que mientras ellos fuesen y viniesen, estubiese yo en la çiudad con treynta soldados. E quiero yo hazer este pleyto omenaje: que sy aquellos honbres el Rey no los avía oýdo, que me saliese del lugar; y si el Rey los oviese oýdo, que él lo hazía y los cónsoles de su compañía y se me entregara a quien el Rey mandase, aunque fuese al dicho don Miguel de Gurrea. Entré en la çiudad con este conçierto, y fueron los dos diputados y un capitán que el visorrey enbió de su parte y de la mía.

Y de aý a veynte e syete días vinieron e dixeron que el Emperador los avía oýdo tres días en ocho días, cada día dos oras, y que venían satisfechos de la quenta que de sí avían dado al Emperador y que agora mandase lo que fuese servido. Dentro de nueve días vínome una çedula suya, que el visorrey me enbió a la çiudad con otra suya del mismo visorrey, las quales me dieron por entre las puertas, porque estavan çerradas, y la çiudad se guardava hasta que el Emperador mandase lo que más fuese servido, no con poca esperança de ser perdonados ni poco satisfechos de aver sydo oýdos. El tenor de las quales çédulas son estas que se syguen. En la del Emperador dize ansí:

El Rey

Don Alonso Enrríquez de Guzmán, nuestro capitán: Vos avéys cunplido la palabra que distes a los desa çiudad de Mallorca, e yo los é oýdo, porque me lo suplicastes. Yo vos mando que hagáis lo que don Miguel de Urrea, visorrey dese reyno, os mandare, que en ello seré yo servido. E no fagades ende al. De Valladolid.

La del visorrey dezía:

Magnífico e noble don Alonso Enrríquez de Guzmán, capitán de Su Magestad en este nuestro exérçito, que en su real serviçio tenemos, salud e graçia. Sepades como yo, don Miguel de Urrea, visorrey deste reyno de Mallorca por Su Sacra Cathólica y Real Magestad y del su Consejo, governador de Aragón, mando a vos que prendáys la persona de Colón, bonetero, que se llama el capitán Colón, y a los treze cónsules del su consejo e compañía, y mandéis abrir las puertas desa çiudad y oýr a justiçia a los abitantes; y preveella de lo nesçesario de lo que en nuestro exérçito tenemos y ansimismo a nuestro exérçito de la dicha çiudad, de oy a mañana hasta las quatro después de mediodía. E si no pudiéredes o no os quisieren cunplir las palabras, os salgáis para nos aprovechar de vuestro consejo y magnífica persona. E no hagáys otra cosa. Deste nuestro exérçito.

Diéronme estas provisiones a las diez del día, y fuéme a la plaça, do hallé el capitán Colón con la dicha su guarda y çinco de los dichos cónsules. Y díxeles, que lo oyeron todos: «Ya sabéys como os é cunplido la palabra que os dí. Agora os hago saber que el Emperador me manda por esta su çédula» -la qual les mostré- «que yo entregue esta çiudad al señor don Miguel de Hurrea, por la qual veo que confía más en vuestras palabras que me tenéys dadas que no en mi esfuerço ni en los honbres que tengo aquí, porque yo soy uno y ellos son treynta y vosotros treynta mill. Pídoos lo que me avéys prometido e licençia para salir. Y aconséjoos que os me entreguéys, porque me pornéis en obligaçión de hazer por vosotros, y a Su Magestad daréys crédito de humildad, y vosotros no tan culpados y honbres de vuestras palabras, como en su çedula confía».

Colón respondió: «Señor, Vuestra Merçed á hablado como buen cavallero, ansí en serviçio de nuestro señor, el Rey, como en honrra y provecho nuestro. Y desde aquí digo que soy el primero que obedezco el mandado de Su Magestad». Y ansimismo los otros todos dixeron lo mismo, e yo fuýme a comer, y cada uno a su cassa. Acabado de comer, mandé llamar a consistorio y propuse cosas semejantes que éstas, y mandé pregonar que ninguno truxese armas. Y con buenas palabras puse en yerros al dicho señor capitán y señores cónsules y hordené una proçesión muy solene, con todas las mugeres en cabello y descalças e niños de la una parte de la proçesión, y de la otra parte los ombres, descalços e destocados, con grand grita pidiendo misericordia. Fuymos a la puerta de la çiudad, donde estava puesto un altar con Jesu Cristo cruçificado muy devotamente, y acá llevávamos a Nuestra Señora. E hallamos al visorrey y a su mano izquierda a don Juan de Velasco, capitán general de las galeras, en sendas sillas asentados. Y allí llegó toda la proçesión, pidiendo misericordia.

E yo llegué de la parte de la çiudad con las llaves y entreguéselas. E díxele: «Aquí, las puertas abiertas y las voluntades dellos bueltas para servir al Rey y a Vuestra Señoría, traemos la ynterçesora del çielo para que os ruegue por ellos. Acuérdese Vuestra Señoría lo que ella pasó por su Hijo precioso y lo que Él pasó por nosotros». A lo qual él no me respondió syno tomóme por el braço y púsome de la otra parte. Y començó el clérigo a dezir Gloria yn exçelsis Deo y dixo la missa -que era esto otro día de mañana.

Y entró el visorrey en la çiudad, do fué obedesçido e tenido. Desquartizó al dicho capitán Colón y a los treze cónsules y a un alguazil. E con los demás hizo justiçia; y los que pudo apañar antes que tomase la çiudad fueron quatroçientos y veynte, todos éstos ahorcados y desquartizados. E hízose al exérçito y quedó él allí como de antes. El visorrey escrivió mucho bien de mí al Emperador. Su Magestad enbióme a mandar que fuese a Ybiça, como adelante veréys, porque le avían traýdo nueva que avía en ella mucha pestilençia, y venía Barbarroxa sobre ella, que es rey de Argel, que está quarenta leguas de allí.




ArribaAbajoCómo de allí salí y a Ybiça llegué

Llegóme una çédula del Rey, el tenor de la qual es este que se sygue:

El Rey

Don Alonso Enrríquez de Guzmán, contino de nuestra casa y nuestro capitán en el nuestro reyno de Mallorca: El visorrey me á escrito la buena manera y esfuerço que en lo que aý á sido menester avéys tenido. Lo qual os agradezco mucho. Y os hago saver que de la nuestra çiudad e ysla de Ybiça é sido ynformado que, a causa de mucha pestilençia que en ella á avido e ay, se á despoblado de alguna gente y que tiene nueva e miedo que Barbarroxa, que se nonbra rey de Argel, viene sobre ellos para les cativar e matar y tomar la dicha ysla, suplicándome que les socorriese y defendiese.

Por ende yo vos mando y encargo mucho la buena guarda y defensión de la dicha ysla de Ybiça, y que luego toméys quinientos onbres de vuestra compañía e sy no tenéys tantos, los toméys desotros y os enbarquéis en las galeras, segund de nos a don Juan de Velasco, nuestro capitán general dellas es mandado, y vos vays a la dicha çiudad y os aposentéys en el arrabal della con vuestra gente desta manera: los vezinos que quisieren acoger a los soldados que vos les echáredes por huéspedes, que mandéys a los dichos soldados que les traten bien y que ellos sean obligados a les dar cama, agua e sal y basija;. Y los que no quisieren, que les dexen en su casa este recaudo, y que ellos se puedan pasar ado quisieren. Y que vos tengáis la justiçia y governaçión dellos y que el governador no se entremeta en ello ni vos en lo que a él. En lo de la paga, va cometido al dicho don Juan de Velasco, para que os conçierte con los de la tierra, porque ellos me an escrito que lo quieren pagar. Y por quanto, como digo, ay pestilençia y otros peligros en que vos en nuestro serviçio os soléys meter, os encargamos que llevéys proveído que sy vos muriésedes, vuestro alférez sea capitán, y si él muriese, otro, y luego otro, de manera que no aya rebuelta sobre quién después lo será. Y plazerá a Nuestro Señor que a vos os dará salud. E no fagades ende al. Desta nuestra villa de Valladolid. Yo el Rey. Por mandado de Su Magestad, Ugo de Urrías.

Luego mostré la çédula a los soldados, y ellos, aunque temerosos de la pestilençia y de entrar en ysla, comoquier que salían della y no avía falta de la dicha pestilençia en la misma ysla de Mallorca, adonde estávamos, no se les hizo tanto de mal. Y envarcámonos en las dichas galeras y entramos en la ysla de Ybiça por el puerto más lexos de la çiudad, que se llama el puerto de Pormaña, do está una yglesya con una torre f uerte que se llama de Sant Antón, porque don Juan de Velasco, capitán general de las dichas galeras, traýa muy grand miedo de la pestilençia ansí por ser de carne y hueso y tener entendimiento, como porque traýa muy grand gana de verse con el Emperador, con quien tenía mucha conversaçión, para gozarse con ella, y de muchas hazañas y de muy esforçadas cosas que en la batalla y enquentros, así por la mar como por la tierra, quen esto de Mallorca que el Rey le avía encomendado, avía hecho.

Y allí vinieron el governador y jurados de la çiudad a nos resçivir y conçertarse. Y don Juan habló con ellos sotavientos desde muy lexos, por el dicho miedo. Y conçertónos desta manera: que a mi persona diesen quatro ducados cada día para mi plato, y çiento cada mes; y a los soldados tres cada mes a cada uno, y quinze al alférez y diez al sarjento. Lo qual ellos tubieron por bien, creyendo no averme menester más de un mes, porque estavan en grand peligro, como adelante veréys. E yo fuéme con toda mi gente a enbolver con ellos, no riéndose poco don Juan de como me avía de morir, ni dándome pequeñas bozes, diziéndomelo. Y dentro de dos días me ynbió a llamar que truxese quarenta escopeteros, porque paresçían más fustas de moros en la mar, y quería salir a ellas. De lo qual me espanté mucho, querernos meter en sus galeras, por el dicho miedo de la pestilençia. Y fuý con miedo que nos burlava, y no fuera, con creer esto, sy no fuera un capitán suyo, el qual me vino a llamar, que me dió crédito, y me dixo que el dicho don Juan estava malo, pero no me dixo de qué. Y quando llegué, supe que era de la dicha pestilençia, con una landre del sobaco, que son las más peligrosas. Y la primera palabra que me dixo fué: «Hermano Alonso, tomado estoy de la yerva». Yo le dixe: «Veys, aý como en sola la mano de Dios está la vida, que yo vengo agora de curar dolientes dese mal y enterrar muertos y estoy sano, y vos, riyéndoos de mí, estáys malo. Plazerá a Dios, no será nada. Y si fuere, el mayor mal que os puede venir será lo más çierto que avéys de pasar, que a lo más tarde que suele ser, se os ará muy tenprano, que es morir. Ved lo que mandáys que hagamos». Díxome: «Que os subáys aý ençima y harán lo que mandáredes, y salid a esas fustas».

Así lo hezimos y peleamos con quatro y tomamos una. Y estorvónos la noche que tomásemos las otras, estándosenos defendiendo aquella que tomamos, porque nos cupo a la galera capitana. Salió don Juan gomitando, con una espada y una rodela y en camisa, a ayudarnos. Y cayó en la cruxía tan grand caýda que yo pasé por çima dél y le puse el pie ençima como a muerto. E bolvímonos e yo fuýme con mi gente a la çiudad. Y aquella noche murió el dicho don Juan de la dicha pestilençia. Y fuéronse las galeras con él a Denia y de Denia a Cartajena, adonde le dexaron sepultado. E yo quedé allí, aunque pasé muchos peligros y travajos, como adelante veréys.

Estube onze meses en la ysla e después salí della bivo, aunque no muy sano. Dentro de quince días que en la dicha çiudad estava, vinieron al mismo puerto de Pormaña, que son dos leguas y media de la çiudad, nueve fustas gruesas de moros, los más turcos, y desenbarcaron quinientos escopeteros con jubones colorados, y çinco pieças de artillería. Y començaron a conbatir la dicha yglesya de Sant Antón, que junto, os digo que estava, al dicho puerto, donde se avían recogido y hecho fuertes dos frayles hermitaños y treynta mugeres y muchachos pajeses -que ellos dizen- que biven en el campo en sus casillas, y obra de quinze onbres de pelea. E yo, desque lo supe, salí de la çiudad con determinaçión de morir de mejor gana peleando en serviçio de Dios contra aquellos ynfieles y en loor de la fama, pues ésta y la gloria es la que ha de permanesçer, que no en la dicha çiudad del mal de pestilençia.

E saqué çiento e çinquenta soldados, que los que faltan de quinientos se me avían muerto en los dichos quinze días y dexava dolientes. Los çinquenta que llevava eran escopeteros y los çiento piqueros. Y no con pocos estorvos de requerimientos de los de la çiudad y otros que no digo, fué hasta ponerme media llegua dellos, ado supe que ya estavan para entrar dentro en la yglesya. Y como ellos supieron que yo estava allí, ellos se aderesçaron para venir a mí e yo para yr a ellos.

Y díxeles a los soldados: «Ya sabéys como oy á quinze días entramos quinientos compañeros en esta ysla, e sym pelear se nos an muerto trezientos e çinquenta, sin gozar de lo que agora nosotros podemos en serviçio de Dios y del Rey, en loor de nuestras famas, defendiendo aquellos que están allí ençerrados, ofendiendo a los que quieren ofender a nuestra santa fee cathólica. Acordaos quántos son muertos después que somos nascidos y quánd presto emos de morir, aunque estubiésemos en la más sana tierra del mundo y mejor y con menos ynconvenientes de la vida, quanto más aquí, que quantos aý; que para remedio de nuestra alegría, lo mejor será lavarnos en las sangres, destos ynfieles enemigos nuestros».

Dixo mi alférez: «Señor, ya sabemos que Vuestra Señoría sabe dezir e hazer, y vos sabéys que nosotros sabemos escuchar y obrar. Por lo que se deve escusar lo que más se puede dilatar, porque ¡por Dios! que después que estoy aquí me dió un dolor en la yngre y pensé que estava asydo. Y antes que esto fuese, querría que hiziésemos lo que avíamos de hazer, pues no aventuramos a perder nada y a ganar mucho». Todos a una boz dixeron: «¡A ellos, a ellos!», con muy grand voluntad, començando a caminar hazia ellos.

Me apartó un soldado y me dixo: «Señor, el Gran Capitán de gloriosa memoria, la prinçipal cosa que él tenía era escuchar los soldados. Por tanto Vuestra Señoría no deve dexar de hazerlo, pues en todo lo demás él no os hazía ventaja. Por lo qual, aunque pobre, soy deseoso del serviçio de mi Rey y fama de Vuestra Señoría, por que devo ser oýdo, y si fuera bueno lo que digo; si no, sea resçivida mi voluntad».

Desque le dixe que dixese, dixo: «Señor, yo á veynte y tres años que uso este ofiçio de la guerra, y é visto y oýdo muchas cosas della y conbatí con Migalote de Prado y é hecho otras muchas buenas cosas». Díxele que acortase razones. Díxome: «Estos son quinientos enemigos; nosotros somos çiento. Yo no digo esto porque no pienso pelear tanto como todos çiento, como por la obra en el efeto Vuestra Señoría verá, sino porque no querría que se herrase y Vuestra Señoría no ganase nada, porque no soys obligado, quanto al servicio de Rey, a pelear con éstos, syno a guardar la çiudad. Y si nos matan, perderéys a nosotros y cobrarán ellos la çiudad, que la dexáys desmamparada. Venimos muy desarmados y muertos de sed e de hanbre, porque emos oy caminado dos leguas».

E yo le respondí, dándole graçias por su voluntad, y dixe: «A lo que dezís que os escuche como el Gran Capitán, asý lo é yo hecho, como avéys visto. A lo que dezís que somos çiento y ellos quinientos, ellos son moros e ¿no somos cristianos?, que bastava. Pero ya vos dezís que pelearéys por çiento, y los soldados son otros çiento, que son dozientos, e yo pelearé por trezientos. Veys aquí como no nos llevarán ninguno de ventaja. A lo que dezís que venimos desarmados, veys aquí un coselete. Trae éste mi paje, porque yo trayo un jubón de malla, vestido que me basta. A lo que dezís que venimos muertos de hanbre y sed, yo os daré un pedaço de pan, sy vos no lo traéys, e todos creo que lo traen, que yo mandé. E aý adelante está un pozo, donde emos de bever y los moros suelen traer pasas e higos que les tomaremos». Díxome: «Señor, bien me paresçe eso, pero segund razón y ley de guerra, vos no pelearéys de aquí a dos horas, porque en refrescarse los soldados en ese pozo y en dar la buelta por allí y por acá y por acullá, porque en aquel llano á de ser la batalla, y en este tiempo podré yo yr e venir a la çiudad por unos çapatos, porque ya veys que no tengo yo ningunos».

Desque le conosçí tan claramente el miedo, quise darle de puñaladas, syno por no escandalizar la negoçiaçión. Y díxele: «¿Cómo queréys vos yr dos leguas syn çapatos y no media a pelear?» Díxome: «Señor, porque quiero morir como honbre y no como bestia». Y díxele: «Pues, ¡sus! No me habléys más a mí ni a otro en esto, syno meteos en esquadrón, so pena que os mandaré ahorcar».

Fuemos, refrescámonos, e hize mi esquadrón. E ya que ývamos a pelear, no sé cómo, bolví la cabeça y veo el mi dicho soldado dos tiros de vallesta camino de la çiudad, quebrándose como conejo. Echo aparte al alguazil, como que quería otra cosa, que andava en un cavallo, y encaminé el esquadrón por donde avía de yr. E voyme al soldado e hízele tomar e llevar a una higuera que se paresçia por do avíamos de pasar, y mandéle ahorcar della, y una çédula a los pechos que dixese: «Este mandó don Alonso ahorcar, porque no tenía çapatos. Quien tal haze, que tal pague». Y después, quando yo dava buelta al esquadrón para conçertarlo el que no tenía çapato en un pie o lo metía debaxo de tierra o lo ponía detrás del otro, para que yo no lo viese.




ArribaAbajoCómo fué la batalla

Ya los enemigos venían a nosotros. Y venía delante dellos, obra de diez pasos, un capitán, vestido una marlota de grana hasta el suelo y una escopeta dorada y una mecha ençendida, soplándola. E yo otro tanto, poco más o menos, delante de los míos, con unas calças blancas e un jubón blanco de terçiopelo y un coselete dorado, no más del peto y el espaldar, que me valiera más llevar lo otro armado y aquello desarmado, porque de la çintura abaxo y en los braços me dieron diez e syete heridas. E yo llevava una pica por arma ofensiva y una espada en la çinta. Y mi alférez, porque era valiente honbre, cabo mí, y para aquel efetto avía encomendado la vandera a otro buen honbre que la llevase en su lugar, que es casi en medio del esquadrón.

Y a los primeros enquentros, ya que el dicho capitán quería meter fuego a su escopeta, díle un golpe en los pechos con la pica y él rebatiómela con su escopeta, y no devía de llevar mucha fuerça. E no le herí ni creo que le toqué antes del golpe. Sé que él dió con la escopeta a la pica y me la sacó de las manos y me la echó por alto. Y mi alférez, que se llamava Morata el Tuerto, dióle con su pica por el costado derecho y passóle hasta el coraçón, segund despues vimos, que se lo partió por medio. Hízole dar un salto muy grande y cayó muerto buen rato de nosotros. E yo puse mano a mi espada y dimos en ellos y ellos en nosotros. Matáronme diez e syete honbres e hiriéronme a mí y a muchos. Matámosles... a ellos sesenta y prendímosles quarenta y herímosles muchos. Y los más que les herimos fueron ellos y nosotros el agua hasta los sobacos en la mar, queriéndose enbarcar. Fuéronse a una ysla despoblada dos leguas de allí, que se llama la Formentera, ado estubieron çinco días. E como onbres sin capitán, acordaron de se repartir en sus fustas, que -como dicho tengo- eran nueve, y fuése cada una por su parte. Luego scriví al Emperador una carta, el tenor de la qual y su respuesta son estas que se syguen:

«S. C. C. Mt.

Porque mi ofiçio no es escrevir sino para hazer saver lo que pasa, para que Vuestra Magestad sepa lo que se me á de mandar, hasta agora no lo é hecho, y porque no é tenido tanta nesçesydad de socorro. El qual agora é menester, y en espeçial de alguna muniçión de pólvora, picas y saetas, y hasta çient honbres de guerra, como el governador e jurados desta çiudad a Vuestra Magestad más largamente suplicarán y ynformarán.

«Por quanto ayer vinieron a esta ysla nueve fustas gruesas de turcos y algunos moros, los quales saltaron en tierra hasta quinientos y conbatieron la yglesya de Sant Antón, que es junto al puerto de Pormaña. E yo salí de la çiudad a la defender, porque se avía recogido mucha gente dentro, de los que biven en el campo. Presentéles la batalla y ellos holgaron dello. Matéles sesenta y prendí quarenta, en que murió el capitán dellos. Fueron muchos heridos. Nosotros quedamos heridos, y matáronme diez e syete honbres. Y ansí acabo, rogando a Nuestro Señor por la sacra y cathólica y real persona de Vuestra Magestad. Hecha en. Ybiça, primero de jullio 191 de mill e quinientos e veynte y tres años. De vuestro umill vasallo y buen criado, don Alonso Enrríquez».

«El Rey.

«Don Alonso Enrríquez de Guzmán, contino de nuestra cassa y nuestro capitán de la nuestra çiudad de Ybiça e ysla: Resçiví vuestra carta en que me hazéys saver la batalla que ovistes con los moros, enemigos de nuestra santa fe catholica, de la qual y de vuestra salud é holgado mucho, y de lo que los jurados desa çiudad me escriven de quánd bien y esforçadamente os avéys con ellos. Lo qual os agradezco mucho, demás de obligaros a ello vuestra persona y naturaleza. Y me tengo por muy servido de vos y de los soldados que aý tenéys y os ruego a vos y a ellos lo hagáys como hasta aquí. Y para en vuestras cosas, yo me acordaré dellas como de quien tan bien soy servido. Holgaré saver la mejoría de vuestras heridas. Es fecha en Valladolid, a doze de jullio, años de mill e quinientos e veynte e tres años».

Dentro de diez e nueve días vinieron diez galeras y çinco vergantines de françeses que salían de Marsela a fin de tomarme la çiudad, porque tenían nueva que estava muy más desnuda de gente y vituallas de lo que estava, aunque no estava abundante. Enbiáronme a dezir que andavan a buscar moros y que querían hazer puerto allí. Yo les mandé responder que dos leguas de allí estava una ysla que á nonbre Fromentera, do los moros suelen hazer sus puertos, e que sy ellos querían moros, que allí los hallarían, porque allí no avía syno cristianos y servidores del Emperador. Y llegávanseme al puerto en palabras, e yo, como no estava acabado de sanar de las heridas, tratava con ellos desde la cama. Y desque esto ví, levantéme, y no dexaron de llegarse más, y mandéles tirar con el artillería. Y ellos no dexaron de hazerlo con la suya. Echéles una galera al fondo y fuéronse. Con tanto escreví una carta al Emperador, el tenor de la qual, della y su respuesta, es esta que se sygue:

«S. C. y Real Magestad.

Con un criado mío, que á ocho días que es partido, screví a Vuestra Magestad. Y porque sospecho que me lo an tomado moros y mejor hazer lo que devo, hago la presente con este que los jurados desta ysla enbían a Vuestra Real Magestad, a quien hago saver como Barbarroxa, rey de Argel, enemigo de nuestra santa fe cathólica, á cometido su yntençión. E vinieron nueve fustas gruesas, y echaron en tierra quinientos turcos y moros escopeteros con çinco pieças de artillería a la una parte desta ysla, dos leguas y media de la çiudad, y començaron a dar conbate a una yglesya fuerte que se llama Sant Antón. E yo llegué con mi gente a defender los que dentro se avían acogido y a ofenderles a ellos, si pudiese, con los soldados que aquí tengo, que son hasta çiento e çinquenta, porque los que faltan de quinientos son muertos de pestilençia. Y llevé con ellos algunos de la tierra, aunque éstos más me estorvavan, porque saven más entrar en la horden de segar su pan que no en la de pelear. E hízeles enbarcar. Matamos sesenta moros y prendímosles quarenta, y heridos más de treynta, según supimos de un cristiano que rescatamos. Y ellos hirieron algunos de nosotros. Yo estoy mejor de la parte que me cupo. Matáronme diez e syete honbres. Después acá an venido así ellos como otros, y no osan tomar tierra porque veen que no es saludable para ellos.

«Sacra Magestad: Abrá quatro días que llegaron a esta ysla diez galeras e dos fustas y tres vergantines, que eran por todas quinze velas, de françeses. Enderesçavan al puerto que bate en la çiudad, y enbiéles a dezir que no entrasen en él, pues eran desservidores de Su Magestad. Y no curaron dello; antes remaron más fuerte. Yo hize poner a mi gente en horden e tiréles con el artillería, y ellos ovieron por bien retirarse. Y fuéronse con una galera menos, que con el artillería les hize hundir.

«Otro día que bolvieron o surgieron largo del puerto y enbiaron por vituallas con vandera de seguro. Yo no quise conversaçión con ellos, porque creo que enbiaron más por ver el puerto que por vitualla, porque en lugar de despenseros enbiaron pilotos. Yo hablé con estos jurados, que el governador estava ausente, malo, que no dexasen entrar a nadie ni les diesen vituallas, porque la tierra es fuerte, si la ay en el mundo. Ellos me dixeron que me requerían de parte de Vuestra Alteza que no les defendiese aquello, porque no tenían pólvora ni el menester para defenderse por fuerça de armas, y que querían por bien contentarlos, que con aquello pensavan de defenderse. Yo, como tengo mandado de Vuestra Sacra Magestad que tome sus paresçeres, desconfiado ellos tubieron por bien de yrse, y fuéronse.

«Sabrá Vuestra Magestad que un criado mío que tengo preso en las galeras me á enbiado a avisar como en Marsella haze armada y que ésta se á de juntar con ella, y que sospecha que es para esa ysla. Y créolo, porque es otra Rodas de fuerte y de nesçesaria para qualquier rey, moro o cristiano, que os quisiere ofender. Tanbién sepa Vuestra Magestad que ay muy ruyn recado, que no hablan ni aderesçan cómo se defenderán, sino qué partido sacarán los de la tierra, desde el maior hasta el menor, salvo el governador, que está in articulo mortis.

«En esta ysla tiene çierta parte el arçobispo de Tarragona y tiene su justiçia. E quando salimos en campaña y riñe un onbre con otro, luego reviene la justiçia de Vuestra Alteza y la del arçobispo sobre quál lo llevará, porque aquí no osan ahorcar, sino darles pena de dineros, porque lo del arçobispo está arrendado. Y rebuélvese toda la gente, de manera que quando los é acabado de poner en paz y conçertar, ya no estoy para dar guerra a los enemigos de Vuestra Sacra Magestad, a quien está poner el remedio desto.

«Sacra Magestad, en esta gente de guerra que aquí tengo están los veynte onbres desterrados por esos yerros pasados y alteraçiones, y tanbién porque an sydo en unos vandos de Benavides y Caravajal. Son honbres de poco y an servido mucho a Vuestra Magestad, a quien suplico perdone. Cuya vida y muy real estado Dios guarde y aumente. Fecha en Ybiça a veynte e syete del mes de junio de mill e quinientos e veynte e tres años. De Vuestra Magestad buen criado y humill vasallo. Don Alonso Enrríquez».

«El Rey.

Don Alonso Enrríquez, contino de nuestra cassa y nuestro capitán en la çiudad e ysla de Ybiça: Vuestra carta resçiví, hecha a veynte e nueve del mes de junio, en que me days larga quenta de lo que en esa tierra passa, ansí en obras como en palabras; de lo qual me doy de vos por muy servido. Y os ruego y encargo ansí lo continuéys como hasta aquí lo avéys hecho, y en vuestra bondad confío. Y porque el governador me ynbía a pedir liçençia para se yr a curar a Barçelona, yo os encargo os encarguéys de su cargo con nonbre de capitán general, aunque después buelva el dicho governador. Y ansí se escusará lo que me escrivís.

«Yo ya era ynformado del ynconveniente que podía aver entre las dos governaçiones. Y porque en los demás que me escrivís se proveerá la provisyón que conviene, con la qual os screviré más largo, çeso, encargándoos siempre me hagáys saver de la salud de vuestra persona y lo que más acaesçiere en esa tierra. Hecha en Burgos, a diez de setienbre. Yo el Rey. Por mandado de Su Magestad. Ugo de Urrías».

Dentro de pocos días murió el governador y por virtud de esa cédula y otras que con ella vinieron a la tierra, con nonbre de capitán general, governador de toda la tierra temporal y espiritual, escreví una carta al Emperador que dezía así:

«Sacra Çesárea y Real Magestad: El governador desta ysla á cunplido con Dios y con Vuestra Magestad como buen cristiano y buen cavallero. Y en lo que hasta aquí emos visto y Vuestra Magestad puede ser ynformado, es que en todas las cosas de vuestro real serviçio á sido fidelísimo y buen cavallero y buen vasallo. Y ansí creo que juntamente con la misericordia divina dará la misma quenta ante quien todos la emos de dar y ante quien todos emos de ser yguales. Por eso vea Vuestra Magestad lo que le cunple.

«Resçiviría muy grand merçed, sy enbiase otro en su lugar, porque mi hedad ni mi condiçión no me ayuda a dar la quenta deste cargo que querría. Nuestro Señor guarde la çesárea y sacra y real persona de Vuestra Magestad, y con mano alçada aumentéys vuestros reynos, como hizo aquel Çésar Augusto de quien Vuestra Magestad tomó nonbre. Desta ysla de Ybiça, umill vasallo y servidor de Vuestra Magestad, Don Alonso Enrríquez».

«El Rey.

Don Alonso Enrríquez de Guzmán, capitán general de la nuestra çiudad e ysla de Ybiça. Una carta vuestra resçiví, en que me hazéys saver la muerte del governador desa ysla. A mí me pesa de perder tan buen servidor, y é holgado que estéys vos aý para que supláis y subçedáys en los buenos serviçios que él me hazía. Y a lo que dezís de vuestra hedad y condición, yo me contento con ello, confiando en vuestra naturaleza y en lo que me avéys servido y ansí os lo ruego y encargo lo continuéys. E no fagades ende al. Fecha en Burgos. Yo el Rey. Por mandado de Su Magestad. Hugo de Urrías».

Estube allí otros çinco meses, demás de quatro que avía estado por solamente capitán, con mucha mejor vida que con estotra vana autoridad, porque no cresçí de en más de faldas luengas, porque en provechos ni cortesías no ví ni una ventaja. De antes andava enamorado, en calças y jubón, de noche e de día; matava a quien quería y dava la vida a los que quería, sin dar quenta a nadie. Después que tube este mayor cargo, podíalo hazer, pero con miedo de mi descargo. Ya que pasaron estos çinco meses y con los quatro que tengo dicho, nueve, la tierra no tenía nesçesidad de gente de guerra; acordé de screvir a su Magestad esta carta que dize así:

«S. C. C. Real Magestat.

Con Françisco de Villalobos tengo scripto a Vuestra Real Magestad, que en su real Corte tengo por mi soliçitador y para que dé aviso a Vuestra Alteza de algunas cosas que cunplen a su serviçio, a lo qual fuera yo, si no fuera por el peligro que está en esta ysla. Suplico a Vuestra Magestad oiga al dicho Françisco de Villalobos y despache lo que de mi parte le suplicará, porque yo lo merezco a Vuestra Magestad con algunas obras y mucho deseo que tengo de morir en su serviçio. Porque éste es el mejor remedio que yo hallo para la salvaçión de mi ánima: que sea mi fin en serviçio de mi Rey y señor, que es la prinçipal cosa que qualquier cavallero á de tener y de la que Dios será más servido. Que ansý pienso, sy Dios me da hijos, será éste el primer artículo de fe que yo les mostraré. Y éstas no son palabras, pues la hecha es de dos crison más las manos que la lengua.

«Lo que suplico a Vuestra Real Magestad es que tengo aquí çient soldados que me an quedado de los que metí en esta ysla -y fueron escogidos entre quinientos que veníamos de lo de Mallorca- que me enbíe a mandar lo que, después de no avellos menester esta ysla, haré dellos. Porque hará Vuestra Alteza dos cosas: la una, ser Vuestra Alteza bien servido dellos, porque son valientes honbres y honbres que no tienen otro ofiçio sino el de la guerra; y lo otro, será hazerles merçed a ellos y a mí, porque en verdad, señor muy poderoso, ellos se an aventurado muy bien, con mucho peligro de pestilençia y moros, por servir a Vuestra Real Magestad. Cuya vida e muy real estado Dios guarde y aumente por largo tiempo, como yo, su buen criado y leal vasallo, deseo. De Vuestra Real Magestad buen criado y umill vasallo. Don Alonso Enrríquez».

«El Rey.

Don Alonso Enrríquez de Guzmán, nuestro capitán general de nuestra çiudad e ysla de Ybiça. Ví vuestra carta e oý a vuestro criado, el qual os llevará despacho de todo muy presto. Vuestra voluntad os agradezco, pues la conozco tan enbuelta en obras en lo que toca a nuestro serviçio. De Burgos. Yo el Rey. Por mandado de Su Magestad. Hugo de Urrías».

Dende en dos meses vino el dicho Françisco de Villolobos con el despacho syguiente, segund e como por esta carta que el Emperador me escrivió veréys.

«El Rey.

Don Alonso Enrríquez de Guzmán, capitán general de la nuestra çiudad e ysla de Ybiça. Françisco de Villolobos, vuestro criado, que en esta mi Corte avéys tenido soliçitando vuestros negoçios, va a vos por nuestro mandado, segund e como por las nuestras cartas, cédulas y provisiones veréys. Y por quanto de vuestra persona me quiero servir en esta mi Corte, vernéys luego a ella, de do se os encargarán mayores cargos, segund vuestra persona y serviçios meresçen. Y por quanto los soldados que ay tenéys no son menester, pagándoles un sueldo y poniéndolos do los sacastes, para llevar a Mallorca, sin que les cueste nada de pasaje ni vitualla, para lo qual por otras nuestras provisiones va proveýdo. Y en lo que toca a la governaçión desta çiudad e ysla, entregaréys la vara e varas a mosen Salón y a quien él señalare, porque asý cunple a nuestro serviçio. E no fagades ende al. De Burgos. Yo el Rey. Por mandado de Su Magestad. Hugo de Urrías».

Luego obedesçí e cunplí la dicha çédula; lo primero por hazer lo que me mandó el Emperador, y lo segundo porque esperava, considerado mis serviçios y lo que me avía prometido, muy mayores cargos y grandes merçedes, sin esperar otra çédula ni sobreçédula, que suelen esperar los que suelen dexar los cargos, y lo que esperavan en mí, así el Rey e los del su Consejo como los de la misma tierra. E hize mi armada e despedimiento lo más conçertadamente que yo pude. Ovo en la çiudad muy grandes llantos: unos, los que les pesava de mi yda, y otros, porque se les acordava que avía ahorcado a sus maridos e a sus hijos, porque allí, de antes, se solía hazer pocas vezes. Y no desenbarqué los soldados en Monverde, quatro leguas de Valençia, que es donde los avía envarcado para Mallorca, como el Emperador me mandó, syno en Alicante, porque ellos ansý lo tubieron por mejor. El camino era casi ygual para el gasto de las vituallas. Allí desenvarcamos y cada uno se fué por su parte. Verdad es que fué después de averme muerto el alguazil, lo qual hizieron una noche, otro día que llegamos, porque le tenían por diligente en el ofiçio. Y a mí pesóme, por lo que toca al dicho alguazil; y holguéme porque no me mataron a mí. Y asý se acabó lo de Ybiça.

Avíaseme olvidado de contaros el desafío que con Barbarroxa pasé, el qual es un tirano que fué honbre de poco. Y después por su persona salió de Turquía, do es su naturaleza, con un vergantinejo y syete o ocho compañeros y poco a poco, queriéndole Dios dar la gloria en este mundo, lo poco que á de bivir en él, que nosotros esperamos en el otro para syenpre syn fin, y vino a ser rey de Argel y sojuzgar çinquenta mill honbres que govierna e manda. Y hallándome oçioso de pasatiempos, quíseme ocupar en esto: enbiéle este cartel, el qual y su respuesta es este que se sygue:

«Yo passé por esta ysla, do hallé nueva que, sabiendo la mortandad della, avéys querido venir a ella y os avéys dexado dezir que avéys de perder quanto tenéys y avéys de vengaros de las galeras, porque te tomaron una fusta. Yo digo ansý; por lo qual te ynbío esta mi carta de desafío, firmada de mi nonbre, para te mantener y cunplir, como solemos hazer los cavalleros cristianos, que yo soy el que te la tomé, porque venía en las dichas galeras de Mallorca. Y don Juan de Velasco, capitán dellas, fué ferido aquí del mal de la pestilençia, del qual es muerto. Y quando te tomé la fusta, el dicho don Juan me avía encomendado las galeras. Y pues tienes deseo, segund hablas, de vengarte, aquí tienes en quien puedes vengarte y provarlo, porque yo soy el que te la tomé; yo soy el que tengo los turcos por cativos; yo soy el que te haré conosçer quién tú eres, que cossa más mala no hallo a que te comparar, sy no es a ti mismo.

«Da horden como en tu tierra -que bien sé que acá no osarás venir- nos combatamos yo y tú. Y si quieres conpaña, çinco de tus turcos, que yo llevaré çinco de mis cristianos, y allí verás la ventaja que te tenemos. Para lo qual, digo que espero tu respuesta y te hago saver que otros moros, como tú, te tienen publicado por acá por valiente honbre. Por lo qual te cunple mantenello. Yo soy don Alonso Enrríquez, de Sevilla, capitán del Emperador y Rey, mi señor, de los quales tiene muchos coroneles en la presente ysla de Yviça. Al presente tengo a cargo a Yviça para defenderla de ti. Será menester, sy açeptas el presente desafío, me ynbíes seguridad para la dicha ysla. Fecha último de mayo de mill e quinientos e veynte e tres años. Los que é señalado que yrán conmigo son éstos: Tomás de Morata, mi alférez; Juan Rodríguez, mi sargento; el capitán Pérez; Juan de Sosyma; Diego Dessano. Dóte de término todo este mes de junio, para que te puedas aderesçar y responderme. Y ansí acabo y la firmo y la sello con el sello de mis armas y mi verdadero nonbre. Don Alonso Enrríquez».

Respuesta.

«Barbarroxa, por graçia de Dios y por su grand bondad y por mis meresçimientos y peligros de aventuras, rey de Argel, capitán mayor de mis amigos, digo a ti, Juan Alonso, capitán de Ybiça, que resçiví tus letras y las mandé ver y responderte desta manera: que quando tú fueres rey como yo, entonçes serás meresçedor de me desafiar e yo obligado a salir contigo. A lo que más dizes que yo tengo pensamiento de yr a esa ysla o ynbiar, mucho sabes tú, pues sabes allá lo que yo pienso acá. Mandéla screvir en el mes de junio. Barbarroxa».

Eacute;sta vino en morisco y mandéla trasladar ansí.




ArribaAbajoCómo salí de aliende, do os tengo dicho que desenvarqué con los soldados

Hize luego un correo al Emperador, haziéndole saver mi llegada con una carta bien hordenada, a la qual me respondió. Y llegó a Sevilla la respuesta porque un criado mío que la avía llevado, llevó hordenado que me la truxese allí, do, como creo que tengo dicho, es mi naturaleza y tengo mi cassa. Ado llegué y fuý muy bien resçivido con alegres voluntades y no con muchas posibilidades, porque no está bien conpasada la hazienda de mis parientes, que los unos son muy poderosos y los otros muy flacos. Y los primeros no me quieren conosçer, ni yo a los segundos. Y aunque yo traýa dos rnill e seteçientos ducados, ansí por la quenta que thenía de la resydençia, no enbargante que no avía hecho cosa que no deviese, pero como los buenos no an de temer lo que an hecho, sino lo que les pueden levantar, porque no an de usar cossa mala, acordava de yr preparado para pasar los travajos de las cárçeles y pagar lo que deviese y no deviese. Por lo que, no dexando de andar y proveer mi cassa, como era menester, no descubrí mis dineros ni hize deshorden. Y luego vino la respuesta del Emperador en esta dicha causa, en una carta que dize desta manera:

«El Rey.

Don Alonso Enrríquez de Guzmán: Vuestra venida a vuestra cassa, donde me hazéys saver que avéys de reposar algunos días, hasta que yo os mande otra cosa, sea enbuenora, e huelgo dello, e ansý lo haréys. De que ayáys descansado, que vengáis a esta mi Corte. De Burgos».

Luego le hize otro mensajero, porque supe que avía dado en el capítulo que hizo una gran suma de ábitos de Santiago, de los quales no me avía cabido ninguno, aviéndomelo prometido y syendo de mí bien servido, con una carta que es esta que se sygue:

«Muy poderoso señor: Yo é sabido que me dexó Vuestra Magestad fuera en los que provéys de ábitos de Santiago. E yo pensé que yo, aviendo defendido a Vuestra Magestad sus çiudades y lugares de moros y françeses, y otros reduzidos de traydores, como está notorio y por vuestras reales cartas agradesçido, que en mi poder tengo y provaré, si menester fuere, syn otros muy grandes serviçios que aquí no pongo por no ser prolixo, que Vuestra Magestad quitara a otros lo que les avía prometido para dármelo a mí, y no lo que avía a mí para dar a otros, como hasta agora se á hecho. Cúnplase la voluntad de Vuestra Magestad, a quien quanto puedo suplico que mire el agravio y desonrra que se me haze.

«Porque sy Vuestra Magestad no me da el ábitto que me tiene prometido, e yo publicado, mostrando su çédula, yo no podría bolver ado viese alegre a quien me quisiese mal y triste a quien me quisiese bien. No me paresçe que es bien que ayude Vuestra Magestad a quien mal me quiere, pues tan bien os é servido contra los que os an querido desservir. Vuestra Magestad lo mire bien, pues la honrra es que no se puede restituyr. No permita Vuestra Magestad que por vuestra real mano sean vengados de mí mis enemigos, pues aquel Çésar Augusto, de quien tomaste nonbre, no se ocupava en semejantes cosas, no pudiendo ellos con las suyas, y tanbién os e servido yo con las mías contra los vuestros.

»Mire Vuestra Magestad los muchos travajos Y grandes peligros que é pasado, en los quales no solamente é aventurado a perder el cuerpo pero aun el ánima, porque no era otro mi fin syno servir a Vuestra Magestad. De solo Vuestra Magestad esperava el galardón y aunque yo tubiera alguna tacha por donde no se me podía dar el ábito, deviera Vuestra Magestad dármelo por encubrírmela y no dexármelo de dar, porque es dar a entender que la ay. Porque como es notorio a todos el derecho que tengo a él, ansí por aver mucho tiempo que salí de mi tierra no con otro fin e hasta agora é perseverado en él, como por aver mostrado una çédula de Vuestra Magestad con firma, lo qual mostrava para defensa de mi derecho y a causa de no avérmelo dado, teniéndolo meresçido, y como digo, prometido, que son dos causas éstas para que piensen mal los que me quieren bien, no dándoseme, quanto más los que me quieren mal. Y temo no aya sydo para más condenarme.

«Suplico a Vuestra Magestad que, moderado lo uno y lo otro, me dé este ábito, o recompensa que me satisfaga de la honrra que pierdo a las gentes, que yo satisfecho estoy. Lo que Vuestra Magestad no deve estar de su descuydo, segund el secretario Covos me scrive que ovo, quando los dichos ábitos se dieron, que no se puede dar hasta otro capítulo, -que será quando Dios quisiere- estando yo, quando se hizo este pasado, con tanto cuydado y peligro en serviçio de Vuestra Magestad. Aunque en dármelo, resçiviré más merçed que Vuestra Magestad serviçio en dexármelo de dar, pues no ay cosa que con derecho lo estorve ni causa de razón ninguna, pues ¡bendito sea Dios! puso en mí todo lo que la horden requiere. E yo, para lo demás, me é ayudado obedesçiendo vuestros mandamientos y é usado lo que para ello fué fundada la dicha orden, conquistando contra ynfieles».

A esto me respondió el secretario Covos en una su carta que Su Magestad avía resçivido la mía y que no me respondía a ella porque cada día me esperava. Y que ansý lo debía hazer: partirme luego para allá. Y ansý lo hize dentro de çierto tiempo, como adelante veréys, que estube en la dicha çiudad de Sevilla, mi patria y naturaleza, do os contaré lo que aquí en este tiempo me acaesçió.




ArribaAbajoLo que me acaesçió en Sevilla con mis contrarios

Ya os tengo dicho de çierto negoçio que acaesçió en Flandes, sobre un desafío que hize a don Françisco de Mendoça, por que fué desterrado de los reynos de Castilla por el grand enojo que dello ovo el Emperador, segund vos tengo contado, lo qual tocava a cavalleros de la dicha mi patria, con los quales yo quedé tan saneado que no quedase solapado, de manera que pudo tornar a refrescarse.

Como fué desta manera, conviene a saver como don Pero Enrríquez de Ribera, primogénito de la gran casa y estado y marquesado de Tarifa, el qual, antes que eredase, se nonbró ansý y después que heredó se mudó el nonbre: a don Per Afán de Ribera. Las causas más çiertas en su historia lo veréys, porque es tan honrrado y tan valeroso que no se dexará de escrevir dél, como de grand prínçipe, aunque a mi paresçer lo hizo porque avía otras casas en España tamañas o mayores que la suya y señores en ellos de los Enrríquez por apellido, y de Ribera ninguna syno la suya. Demás de lo qual tenía en sus títulos grande obligaçión. Y bolviendo a mi casso, este señor, antes que heredase -como en este libro en otras cosas os digo- fué muy grande mi señor e amigo. Y aunque el deudo era poco, porque él es de los Enrríquez de Castilla y yo de los de Portugal, que son todos una çepa aunque no debdo conosçido, la deuda era muy grande de lo que él me quería e yo le desseava servir.

«E hordenamos entramos una justa, desafiando como mantenedores a todos los que quisyesen ser aventureros para justar con los dos. Y este cartel pusimos en las Gradas desta çiudad con toda solenidad. De lo qual un cavallero muy onrrado y bien dispuesto, de linaje y de riqueza bastesçido como el que más en la dicha çiudad, después de los señores de título, que era regidor en ella y comendador de la orden de Santiago, muy enparentado, ovo enbidia dello, por vieja enemistad que nos teníamos. Con deseo de renovalla buscó e hallóla desta manera: que yéndonos a ensayar el dicho don Pedro Enrríquez e yo a la tela de la çiudad, que estante está para ello a la Puerta del Sol, cabe la muralla, entre otras grandes grandezas que ay en la dicha çiudad, saliéronnos a ver muchos cavalleros. E allí se rebolvió en palabras este dicho cavallero, -que se llama el comendador Garçi Tello,- con don Juan de Guzmán, mi hermano, desloando lo susodicho en lo que se aventajó el dicho arrendador, porque, segund paresçe, venía aperçibido de palabras y de criados, aunque no llegaron a las manos por estar presente [don Françisco] de Sotomaior, conde de Venalcáçar- y después fué marqués de Ayamonte y después duque de Véjar por parte de la muger, mas como entonçes no era más que marqués, en esta manera lo yntitularemos en este libro.

En este caso yéndonos a desarmar el dicho don Pero e yo después de avernos ensayado y a çenar a cassa deste prínçipe don Pedro, como otras vezes solíamos muchos cavalleros, porque syenpre y antes que eredase fué grand señor y lo que le faltava de hazienda le sobrava de valor, do entró el dicho don Juan, mi hermano, diziendo lo que avía pasado con el dicho comendador Tello. Y acabado de çenar, díxome don Pero Enrríquez: «¿Qué pensáis hazer sobre esto?» Yo le respondí: «Mal lo á hecho el marqués de Ayamonte en no hazerlos amigos. Lo que me paresçe es que vaya uno de parte de don Juan, mi hermano, al comendador Tello y le diga que él á tomado burlando lo que con él á pasado; que quiere saver dél cómo lo á tomado». Respondióme que le paresçía muy bien y que fuese luego y el mensajero, un cavallerizo suyo que se llamava Pero Bravo, onbre ançiano y onrrado.

Lo qual se efetuó luego, y tomó el mensajero y mensaje al comendador Tello, passándose por una calle que de las Armas se dize, por donde suelen pasear todos los cavalleros de la çiudad quando no tienen que hazer, con el dicho marqués de Ayamonte. E dado el mensaje, el comendador Tello respondió, que lo oyó el marqués y otros: «Dezilde a don Juan que yo no quiero burlas ni veras con él ni con su hermano, don Alonso». E desque supe esto e que ya me obligava a ofenderle con el poco caso que hazía de mi hermano y mucho de mí, pues no avía para qué hazer ninguno, con la mayor disimulaçión que yo pude me aparté de don Pedro Enrríquez, diziéndole: «Beso las manos a Vuestra Merçed, que me voy a dormir». Y él me dixo: «Andá con Dios; ya sabéis que no os puedo faltar». E ansy se quedó.

E don Juan e yo fuymos a mi cassa,y luego mandé llamar muy secretamente a tres hijos del señor del Aljava, don Pedro e don Lope e don Rodrigo de Guzmán, de los quales os doy larga quenta en este mi libro y por esto çeso en este capítulo, y a don Garçía, mi hermano, e a Juan d'Añasco e Pero d'Añasco, mis cuñados, hermanos de mi muger. E con don Juan e conmigo éramos ocho, los quales e yo armados. El comendador Tello, bien espiado que estava çenando con el dicho marqués de Ayamonte, fuýmoslo a matar, para que pagase lo nuevo y lo viejo y se confundiese su vanidad, que en la verdadera en superlativo grado e ynconportable, aunque meresçía mucho -segund é dicho- no tanto quanto él pensava y quería que pensásemos.

Y ansý como salimos los dichos a las onze de la noche en horden de pelear, secretos y disimulados, topamos cabe la dicha mi casa a don Pero Enrríquez; y con él traýa otros tres cavalleros. El uno se llamaba don Pero de Ribera y el otro Arnao Elgara y el otro Hernando de Ayala. E yo, que yva delante, topé con ellos y le dixe: «Señor, grande agravio e daño me haze Vuestra Merçed, porque más os quiero y mejor es que me defendáys mañana de la justiçia con vuestro valer y poder que no que me ofendáis al comendador Tello esta noche, porque para eso estamos los que vamos». Él me respondió:«No gastéys tiempo en balde, que ya que el pueblo sabe que os tengo por pariente y por amigo, an de saver que tengo de poner por vos e por vuestra honrra lo posible». Y no pude con él que se bolviese, y ansí fuymos todos doze en su busca. Y topamos con él, que venía de çenar con el dicho marqués de Ayamonte, en una plaça que se dize de Sant Juan. E venían con él un cavallero que se llama Diego López de las Roelas, y otro de Sandoval, su primo hermano, y quatro onbres con quatro lanças. Y fuymos para él -el dicho don Lope e don Juan, mi hermano, e yo- que los demás quedavan encubiertos en unos portales. Y como él dixo después, pensó que le ynbidávamos de falso y teníamos los más puntos y la mano. Y antes que nosotros echásemos manos a las espadas, echó mano él. Y dende en poco tiempo que vino nuestro socorro, huyóle la compañía y quedó él con nosotros.

Y el dicho Diego López, el qual como veýa que le avían de aprovechar más las palabras que el espada con tanta gente, no la usava syno la lengua diziendo: «¡No más, señores! Mirá que vengo yo aquí y que no avéys de matar tantos a un cavallero» Lo qual dezía muy bien y como onrrado cavallero. Y si fuéramos menos, creo que lo dixera con las obras, aunque éramos sus parientes e amigos, todos los quales aprovecharon poco con tantos. Y aproyechóle mucho lo que dixo, porque por ello lo dexamos de matar, aunque tanto le aprovechó una cota syn mangas que traýa vestida, no faltándonos poder y voluntad para ello, syno que creymos que quedava para no poder vivir. El qual comendador Tello, retrayéndose, cayó antes e después de caýdo, le dimos muchas cuchilladas y estocadas. Y nos fuymos al monasterio de Sant Agustín, extramuros desta çiudad, do estubimos un mes retraídos, e otro mes presos en las Ataraçanas, y todo este tiempo curándose el comendador Tello de sus heridas.

Y después vino el duque d'Arcos de su tierra y el liçençiado Girón de Granada, do era oidor de chançillería real, y nos hizieron amigos, aunque no mucho, porque después sienpre avemos avido pendençias y diferençias él e yo. E no é hecho en todo esto diferençia de don Pero Enrríquez a nosotros, aviéndola muy grande, pues que él lo quisso que en el hecho la oviese, porque bien pudiera dexar de yr a ello y con su favor hazello; e ya que lo hizo, no estar retraýdo ni preso como estubo, por humanarse como Cristo y redimirnos como hizo, manparándonos y favoresçiéndonos y defendiéndonos, regalándonos y manteniéndonos con grand mesa larga para nosotros y los que nos venían a visitar, pagando armas y costas y penas, que fué por todo más de mill ducados.

Y ansí fuymos desterrados por lo que tocava a la justiçia. El dicho marqués de Ayamonte, don Françisco Acuña, -que ansy se llama por razón de la erençia del ducado de Véjar, y de Sotomayor, segund é dicho, por la del condado de Venalcáçar que eredó de su padre- otro día en la mañana que amanesçió herido el comendador Tello, tomó a la duquesa su muger, que se llama doña Theresa de Çúñiga y de Guzmán, a las ancas de una mula y fueron a ver el herido, que en casa de su madre estava, porque no era casado. Y entrando, dixo el marqués de Ayamonte al herido: «Más querría ser vos, conde, que el Rey que os manda matar y que los cavalleros que os salieron a acuchillar, siendo doze e vos uno». Y otras palabras y visitaçiones muy a menudo, syn hazer a nosotros ninguna. De que tomamos gran desabrimiento de Su Señoría, espeçialmente yo, que fuý el autor y caudillo deste negoçio. Y a cabo de doze o catorze días, que ya los físicos tenían esperança de su vida, el dicho marqués dixo al comendador Tello: «Pídoos, señor, por merçed que sy avéys de ser amigo de los que os an herido, sea por mi ynterseçión», por serlo yo de quien lo é dexado de ser por vos, espeçialmente del señor don Pedro Enrríquez, con quien tengo tanto deudo y razón». Y el comendador Tello le respondió que no estava en esa determinaçión. Dixo el marqués: «Pues, ya que os dexo fuera de peligro, yo tengo que hazer en Ayamonte. Quando se ofresciere amistad o enemistad con los dichos, hazémelo saver, que çerca es, porque en lo uno o en lo otro me quiero hallar». Y ansý se partió dél y desta çiudad y quedó el comendador dessabrido, segund después paresçió, porque hizo las amistades con nosotros por ynterseçión del duque d'Arcos, que su hermana era muger de don Pedro Enrríquez. Y ansí se da fin a esto.



IndiceSiguiente