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ArribaAbajoDe cómo vine a dar parte de lo de las Yndias a la Corte

Luego tras ella, vine a Madrid, do estaba el Prínçipe y el cardenal arzobispo de Toledo, don Juan Tabera, por governador de la persona real del Prínçipe y del reyno, y el cardenal arzobispo de Sevilla por governador de las Yndias, porquel Emperador a la sazón estava en Flandes. El qual Cardenal arzobispo de Sevilla avía por nombre fray Garçía de Loaysa, frayle dominico que á sido confesor de Su Magestad; con el qual yo é tenido pasiones y diferençias e malquerençias, segund e como en este libro os é dado cuenta. El qual, desque me á tenido devaxo de su mano y su jurisdiçión, se á querido muy bien pagar; y en verdad no me á hecho ventaja en lo que yo hiziera o haría contra Su Señoría reverendísima, si le tomase devaxo de la mía, porque no ternía menos razón que él ni menos causas que Su Paternidad. Porques más loco y más hereje y más mentiroso que yo, porque todo esto me a articulado y no provado. De lo que le á pesado, porque atento a lo que yo é dicho dél, quisiera salvarse dello con hazerme a mí malo y mentiroso en otras cosas.

Y porque de mi prisyón os tengo ya dado cuencta, y del fin della daré en la buelta desta hoja, no digo más de que, si no fuéredes tan nesçio que no lo sintiéredes, quiero hazer sentir que por vuestra culpa no me la hechéys a mí. El que la presente viere, espeçialmente esta carcta para Su Magestad, digo que hablo en ella más atentadamente y comedida, asý en Hernando Piçarro como en lo demás, que en la quenta que antes os doy, ansí por el acatamiento de la magestad, porque como hombre apasionado y enemistado no se me dexase de dar oýdos tan convinientes al serviçio de Dios y propios a Su Magestad.

Ya que os tengo dado cuenta de todo, no quiero dexar de poner, cono é hecho, lo que soy obligado, porque veáys que por mí no á quedado nada. Y pues hera tan obligado al señor adelantado don Diego de Almagro, ansí por aver sido muy grand servidor de Su Magestad y grande mi amigo como por aver sido el dicho Hernando Piçarro su contrario muy gran desservidor del Emperador y Rey nuestro señor y muy grande mi enemigo, púsele esta acusaçión que va adelante por tener lugar para hazeros saber lo que dello susçedió en el papel que se acresçentará en este libro y también por cobrar la hazienda que me á robado y hecho perder, como por la dicha acusaçión veréis. Y va este libro mezclado y enbuelto, las burlas con las veras, porque descanséys con lo uno lo que travajáredes con lo otro, leyéndolo todo como yo hago quando lo escrivo.

Ya os tengo contado como quando me prendieron en la villa de Madrid en su casa de un alguazil, como la exçelente doña María de Mendoça muger del comendador mayor de León, el qual después del Emperador don Carlos, rey de Castilla, etc., governó en haz y en paz de todos sus reynos por su buena y agradable condiçión, paçiençia e diligençia, lealtad y fedelidad, aunque no fué la menos parte la exçelente su muger, por las razones de Su Illustrísima Señoría que os tengo dicho y otros dirán, me embió un grand presente y consuelo a casa del dicho alguazil y me sacó el mismo día desta prisión y me llevó a su casa, como hizo Dios a Adam y a Eva y a los santos padres de los ynfiernos y los llevó a paraýso, así por su virtuosa condiçión como por el deudo que yo con Su Señoría tenía y grand familiaridad e amistad veynte años avía con ella y con su marido.

Do me hizo muchos regalos y favores y ayudó a que se viese más presto mi justiçia y verdad y las mentiras que mis contrarios contra mí abían dicho y acusado, porque no me diese crédito el Rey de lo que contra ellos podía dezir, aunque Dios tubo este cuydado, que así como ellos heran malos y desacatados en ley divina y humana, asý permitió los unos a los otros se matasen, conforme aquel dicho del Salmista: «Yo me veré vengado de mis enemigos por mano de mis enemigos». Así que yo me libré y me dieron por libre e quito, porque yo no tenía culpa. Y ellos se mataron los unos a los otros desta manera.

Ya avéys oýdo y os tengo dicho de la manera que mató Hernando Piçarro, que fué el primer movedor y escandalizador, matador y rovador, por su embidia e cobdiçia y malquerençia, al illustre adelantado don Diego de Almagro, governador por el Emperador en aquellas partes del Perú. El qual dexó un su hijo de tierna edad y de una yndia, de hasta catorze años, el qual desde allá escribió a Su Magestad muchas quexas y lástimas de la indigna e ynuminiosa muerte de su padre. Y por no ser tan presto respondido, por la longitud como por el poco crédito que le dió el Emperador, antes tubo nueva que yva un juez, como fué, que se llamava el liçençiado Vaca de Castro, a juntarse con el governador Piçarro, hermano del dicho Hernando Piçarro, con cuyo poder y consentimiento avía muerto al dicho su padre, porque el dicho Hernando Piçarro estava en Castilla, sobornando y ynteresando sobre este caso. Lo qual tanpoco porque, desque Su Magestad lo supo, alançó a dos o tres de su Consejo de las Yndias fuera dél, que en esto se hallaron culpados e afiçionados, y reformó el dicho Consejo justa y sanctamente.

E así, sabido por el dicho hijo del adelantado don Diego de Almagro, sobre avelle muerto Hernando Piçarro a su padre, yva juez contra él y contra los criados y allegados suyos y de su padre, que los que no abían muerto quando su padre quedavan mancos y rovados y afrontados, acordó de matar al governador Piçarro, cosa que paresçía ymposyble, asý por ser muchacho y mestizo como porquel desventurado tenía pocos amigos y desvarattados. Por do claramente se bee que Dios le permitió. Y ansí entraron hasta nueve o diez y estando comiendo el dicho governador con çinquenta en su governaçión pasçíficamente, le dieron muchas cuchilladas hasta que lo mataron, sin defendelle nadie. Antes luego todos alçaron por governador al muchacho don Diego de Almagro, representándoseles la razón que tenía más que fuerça ni justiçia.

Allí fué mostrado un milagro y justiçia de Dios, que luego que fué muerto el governador Piçarro, lo sacaron dos yndias e pusieron en la picota muerto, como Hernando Piçarro con su poder e voluntad avía hecho al adelantado don Diego de Almagro so color de matalle por justiçia. Y preguntado a las dichas yndias por qué lo sacaron allí, dixeron que como abían visto sacar al otro governador a la picota, pensavan que hera sepoltura de governadores, biendo que aquellas señales estavan en los mejores lugares de las plaças. Y tubieron razón de entendello ansý, ansí por ser su meresçido como hasta entonçes, por ser tierras nuevas, no se avía hecho esta sentençia a otros señores.

E ansí levanctado por governador don Diego Almagro, como al paresçer contra el serviçio de Su Magestad, llegó el dicho juez, Vaca de Castro. E viniéronse a él todos los amigos de los Piçarros que abían exçedido contra Dios e contra él, en lo primero contra el adelantado su padre. Y embióles muchos requerimientos que viniesen a serviçio de Su Magestad. Y don Diego le respondió que hasta que supiese cómo Su Magestad avía tomado aquel negoçio, no lo abía de obedesçer a quien él avía ynformado de su negoçio y razón, y no contento el juez desto, le dió vatalla, donde vinieron de la parte del juez más de çient hombres principales culpados en la muerte del adelantado don Diego de Almagro, porque no premitió Dios que les valiese ni se salvasen por este serviçio que hazían a este juez en nombre del Rey ni tampoco premitió que la tiranía pasase adelante. Vençió el dicho juez Vaca de Castro a don Diego, al qual tomó bivo e hizo proçeso contra él y cortóle la cabeça. El qual murió como muy buen cristiano y como buen cavallero, pidiendo a Dios misericordia de sus pecados, muy lindo mançevo de diez e ocho o diez e nueve años. El qual fué enterrado en la misma sepoltura de su padre, que fué en Nuestra Señora de la Merçed, un monesterio que está en la çiudad del Cuzco.

Y demás de los que murieron de su parte en la vatalla, fueron hechos quartos e ahorcados hasta quarenta de los más prinçipales y culpados. Y porque se avía escapado un capitán Per Anzures, quel dicho juez Vaca de Castro embiava a Su Magestad del Emperador a hazer saber todo esto, para que le hiziese merçedes y le perdonase aver sido el prençipal, después de Hernando Piçarro, de los rovadores y matadores y movedores de todo esto y de la muerte del illustre adelantado don Diego de Almagro, no lo consintió Dios. Sino en el camino de la mar encontró con françeses y le dieron un arcabuçazo en medio del corazón, de que murió. Y Hernando Piçarro está preso y a buen recaudo en este reyno de Castilla en la Mota de Medina del Campo. El qual ni nadie que aya herrado contra Dios y contra el Rey puede escapar, que tarde que temprano.

Y así acavo esto, tornando al prinçipio deste capítulo, que estando yo preso en la dicha casa del comendador mayor de León y de la exçelente su muger, se ofresçió a casar su hija con el duque de Sesa, conde de Cabra, etc., do a la velaçión se hizieron muchas y notables y suntuosas fiestas de comidas y çenas y colaçiones muchos días, como de justas y torneos y juegos de cañas y toros y sortija, con farças y seraos dentro de su casa, do venía el Prínçipe nuestro señor, y así hiziera su padre el Emperador sy estubiera en Castilla, y muchas damas. Y yo para esto tuve la villa por cárzel y después me dieron por libre al fin. La verdad aunque adelgaça nunca quiebra; bueno es aquel refrán y dize: «No la hagas y no la temas», aunque esta vellaca de fortuna da algunos travajos sin culpa; lo qual tiene remedio, que es tomallo com paçiençia y en penitençia de otros pecados.




ArribaAbajoDe cómo fuymos a llevar la duquesa de Sesa a su tierra

Después de casada la hija del comendador mayor de León, llevóla a su casa su marido, el duque de Sesa. Y fué con ella su madre la exçelente doña María de Mendoça, de quien yo tengo tratado en este libro asazmente, aunque no tanto como ella meresçe y yo por la obligaçión que ya avéys oýdo que yo la tenía. Yo fuý con Sus Señorías. Y así como la dexamos en su villa de Vaena del su condado de Cabra, que juntamente tenía con el ducado de Sesa, bolvió la exçelente a su casa y Corte. Y en la çiudad de Jaén fuéle hecho grand resçibimiento y ospedamiento de grandes vanquetes por el obispo de Jaén, que es su primo por parte de los Mendoças.

Y estando comiendo con Sus Señorías, no me acuerdo qué dixo un loco natural que paresçía mocoso, cuyo nombre hera Tamayo, por que le dí con una perdiz en escaveche en la cara. Y él, ayrado, vino para mí y dióme tan grand herida en los pechos con un luengo cuchillo que me mectió un jeme de una herida tan mortal al paresçer que ninguno pensó que vibiera. La exçelente tomó tan grand sobresalto que hizo tan grand llanto como hera razón para pagar mi voluntad de servirla y la obra en que perdía la vida. Y yo fuýme para Su Señoría, favoresçido y consolado de ver lo que hazía por mí, y díxele: «Señora, aunque todo esso devéys a mi voluntad y este desastre aya sido en vuestro serviçio y compañía, no pase adelante, porque sería yo tener más cuydado desso que de mi alma, de lo que Dios y Vuestra Señoría no serán tan contentos, quanto más que yo no me siento tan mortal como las señales del cuchillo y de lo que avéys visto muestra». Y diziendo esto, ya me abían sacado el cuchillo del cuerpo y puesto en la mesa. Y luego el obispo de Jaén y el obispo de Guádix, que allí estavan, tomáronme y metiéronme en una quadra, do yo estava aposentado, y quedó el obispo de Guádix comigo, confesándome. Y salió el de Jaén a hablar a los físicos que ya estavan allí, tres çarujanos y un médico.

E por la relaçión que le fué hecha y muestra del cuchillo dixeron que yo no podía escapar y que tenían por çierto que en començándome a curar, moriría; que antes me hiziesen confesar y resçebir el santo sacramento y hazer testamento. Y el obispo de Jaén entró donde yo estava confesándome y díxome: «Señor don Alonso, agora es tiempo que mostréys ser cavallero y cristiano, porque os hago saber que dizen los médicos que moriréys en curandôs. Por eso no dexéys nada para después de lo que toca a vuestra conçiençia y combiene a vuestra ánima». Yo le rendí las graçias, rendido de la muerte, aunque considerado la brevedad de la vida syn acaesçer desastre, no me congoxé mucho. Y dexóme con mi obispo de Guádix; y acavé mi confesión.

Y luego truxeron el santísimo sacramento y adoréle, porque no le pude resçebir por çiertos gómitos que me vinieron. Y luego susçesyvamente entró el escrivano y hize mi testamento, dexando por mis albaçeas a la exçelente y al obispo de Jaén..., que hera de mi tierra y se llamava don Rodrigo de Saavedra, hijo del conde del Castellar, que presentes estavan. Y como vieron que yo no señalava más hazienda de diez mill ducados, -e yo hera reçién venido de las Yndias e rico Perú y el fiscal de Su Magestad me pedía mucha más cantidad en un pleyto que contra mí trata-, dixéronme, espeçialmente los obispos, que mirase que si dexava dinero enterrado o encubierto, me yría al ynfierno; que pues tan çierta tenía la muerte y tan dubdosa la sentençia, e muy contrario el pleyto que traýa comigo el fiscal, que descubriese el caudal.

Y sobre esto diéronme grandes tártagos e hiziéronme grandes amonestaçiones y protestaçiones, tanto que fueron por la exçelente, do estava retraýda con grand duelo, e me la truxeron para que me preguntase. La qual me dixo en entrando: «Don Alonso, ¿acordaysos que me avéys preguntado muchas vezes qué avía de hazer quando vos os muriésedes, y yo os respondía que mesarme y llorar mucho? Y vos dezíades: '¡Quien lo viese!' Pues veis, aquí lo veys». Y sentóse cabe mí en la cama donde yo estava también sentado y vestido. Y prosiguiendo el escrivano por sus preguntas, me dixo que dónde me mandava enterrar. E yo le respondí que en ninguna parte. Y desto no me pudieron sacar, aunque me lo preguntaron muchas vezes.

Y acabado el testamento, me desnudaron para curarme y bieron la herida, y sangre no ninguna, que fue señal mortal. E así lo dijeron los físicos a los que allí estavan, que heran gran compaña que la exçelente traýa. Acordaron de abrirme y entonçes salió sangre asaz. Y fué bien curado y guarido, las graçias a Dios, a quien plega que sea para su serviçio y para salvaçión de mi ánima. Al quarto día, que ya salía de peligro, llegó un correo del comendador mayor de León, porque le avía hecho otro la exçelente su muger sobre este casso, en que venía una carta para mí. Y dezía en ella: «Señor, si fuéredes muerto, Dios os perdone; y consolarme, é con que no pudiéramos nadie con vos, segund emos sentido vuestro desastre el Prínçipe nuestro señor y el señor cardenal de Toledo y todos los desta Corte. Y en verdad nadie me á hecho ventaja. Y si fuéredes bivo, sea mucho enorabuena, y mirá que suelen ser peores las recaýdas que no las caídas. Nuestro Señor, etc».

De allí me fuí a Sevilla, do hallé que abían resçevido con esta nueva muchos grand pena, que ninguno avía mostrado alegría. Y holgáronse mucho comigo todos, y con ellos, entre padres e hijos y amigos, pasé un poco de buen tiempo. Dentro del qual vino de la Corte do residía el cardenal y arzobispo desta çiudad de Sevilla donde yo estava e soy natural, con el qual yo tenía grandes diferençias e malquerençias, segund e como en este mi libro os tengo contado. Y paresçióme que por muchas cosas no devía mostrar mi enojo con él, así por ser perlado como porque no podía mostrar tanto como quiçá pensava que tenía de deudos y amigos. Los quales venían a saber de mí lo que quería que hiziesen. E yo les dezía que le fuesen a ver, que así avía de hazer yo. Lo qual no pensava hazer, porque paresçió serme poquedad, abiéndome dicho y hecho tanto mal, y porque sabía yo que me tenía en mala posesyón, que ni él ni yo ganávamos en ello.

Y de ay a muchos días que estubo en la çiudad, preguntóle Alvaro de Loaysa, su sobrino y heredero: «¿Cómo don Alonso Enrríquez no viene a ver a Vuestra Señoría, viniendo toda Sevilla y sus deudos?» Dixo el cardenal: «Porque todos, a los que doy la vida e la hazienda como yo é dado a don Alonso, me dan esse pago. Que aunque todos me avéis oýdo dezir mal dél en lo público, en lo secreto é hecho esto con él con el Emperador. Y dezíselo, así como os tengo dicho, quando lo viéredes». Y así me lo dixo otro día cómo avía pasado. E yo le respondí que yo respondería a Su Señoría Reverendísima por mi persona, aunque no lo pensava hazer ni lo hizo; syno embiéle a hablar con el liçençiado Herrera, alcalde de la justiçia de la çiudad de Sevilla, un hombre muy sabio, honrrado y valioso y muy grande amigo mío; y que le dixese lo que me avía dicho su sobrino, y que porque Su Señoría pensava que me avía dado la vida e la hazienda e que yo meresçía perdella, no yva ni yría a vello, hasta que supiese la verdad; y que quando supiese que yo no meresçía tanto ni nada e que lo que avía dicho y hecho contra mí avía sydo con mala ynformaçión en el contrario de la verdad, que yo yría a vesalle las manos y a serville.

Y el mensajero no solamente se lo dixo pero antes se lo çertificó y desengañó, como hombre que avía veynte años que me conosçía y estava en aquel cargo y biem podía saber mi vida. E bien ynformado, arrempentido de lo pasado, el cardenal le dixo quél quería mi amistad. E así el alcalde se la ofresçió. E fué otro día a comer con él e otros muchos. E desque me hubo bien conosçido, deçía en mi presençia e en mi ausençia: «Don Alonso Enrríquez es çiertamente pasto de prínçipes. E esta ventaja me á hecho el Prínçipe nuestro señor con su tierna hedad y la señora doña María de Mendoça con su sagazidad, que le an conosçido antes que yo». E desque se partió a la Corte, le escreví e me respondió muchas cartas honrradas e amorosas. E después que yo vine a la Corte, donde él estava, me mostró mucho amor y favor, y yo conosçí en él muy grand bondad y aver estado engañado en lo pasado.




ArribaAbajoÉsta es una carcta que escreví desde el Perú al illustrísimo duque de Medina-Sidonia, a quien va dirigido este libro, sobre lo que veréis en ella

«Acá me a dicho un vejezuelo portugués que fué criado del señor duque de Arcos, -que aya Santa gloria-, que se nombra el comendador Ferráez, que paresçe rabel para dançar o rabí para sacreficar, que Vuestra Señoría le avía dicho que yo no hera su pariente. Áme consolado que no seré en cargo a Vuestra Señoría de la honrra ni de la vida ni dinero, pues por deudo de su deudo no me an dexado de matar ny por este favor adquerido hazienda, de que estaré libre de restituçión. Más en cargo es a Vuestra Señoría Çevedeo Velázquez, pues escrive acá Vuestra Señoría que es vuestro primo y señor. Y pues yo me contentava con ser primo y servidor, no se me dava demasiado, segund podía provar con un previllejo de vuestros antepasados a los míos, en que conosçen más el deudo que Vuestra Señoría y por él mandan que las casas de Sant Lúcar de mi padre sean previllejadas más que las iglesias.

«Mas pues Vuestra Señoría no lo quiere, tanpoco creo lo quiso Dios, y los pasados herraron y Vuestra Señoría tiene razón de dezillo e yo de consentillo. Mas pues yo no soy obligado de escrevir a Vuestra Señoría y a esa causa por deudo, á de ser por deuda. Quiero dezir que, si no es por linaje, que á de ser por obras, porque a Dios no servimos, como dixo David redde cod devis, si no esperásemos el premio de su çelestial gloria. Por tanto aparéjeseme, porque yo determine de aquí adelante en este caso preçiar más asno que me lleve que cavallo que me derrueque, y preçiarme más de criado desa casa que de pariente, por conformarme con Vuestra Señoría y tener más auçion al ynterese y provecho della. Ésta es para esto y del deudo de don Garçía mi hermano y para hazer saber a Vuestra Señoría, como a señor y no como a pariente, pues no soy digno ni consentido. Lo qual me pesa por el señor don Garçía mi hermano, porque se preçiava y holgava más dello que yo, porque es más cuerdo. Como otras, ésta, -mediante la voluntad de Dios Todopoderoso-, seré con Vuestra Señoría para le servir, como é dicho y por las razones dichas, obligado aunque no enparentado, porque quedo muy de camino.

«Por tanto suplico a Vuestra Señoría mande vesar las manos por mí a la muy illustre señora, mi señora la duquesa; y como devoto me encomiendo en las oraçiones de Su Señoría en los peligros de mi viaje, porque la tengo por sancta y cathólica. No me podrá negar Vuestra Señoría la suya que no soy su pariente por los Enrríquez, que son de los que yo más me presçio. Y quando esto se me negare como essotro, aténgome a la parte de Adán e Eva, nuestros señores padres.

«Tanbién veso las manos de Sus Merçedes, si Vuestra Señoría manda, de los señores don Juan Claros e conde de Villa de Olivares. Al qual embíe Vuestra Señoría esta carta por me hazer merçed y a desengañalle, porque á jurado muchas vezes que somos parientes; y no lo jure más, porque no peque más en ello, segund Vuestra Señoría dize, syno contra la voluntad y el ánima. Aunque çertifico a Su Merçed que no dexaré de selle muy grand servidor, sy fuere, como macho, sy no, como hembra, porque tengo gran deuda a la buena voluntad que de Su Merçed é siempre conosçido y favores que con esto me ha hecho. Al señor don Juan Claros no será menester avisarle, porque ya Vuestra Señoría lo abrá hecho, porque el que tubo cuydado de hazello al estranjero vejezuelo parlero, no le abrá quedado por olvido de dezillo a su hijo primogénito, heredero, para que alegue esto, tan nesçesario es para la autoridad desa casa.

«Ni a estotro le á quedado en el tintero, porque a todos los moctes que yo le digo, me notifica la dicha declaraçión, en presençia por vía de respuesta, en ausençia de chismería. Bien supo Vuestra Señoría a quién lo encomendó, aunque mejor fuera encomendarlo a mí, porque soi más publicano y tengo más gana de servir a Vuestra Señoría, y de contentalle que de honrrar el parentesco, aunque no dexava de tenelle en mucho, como es razón. Verdad es que bee que no me pesa ni me corro el pecadorzillo portuguesejo. Y ansí çeso, rogando a Nuestro Señor guarde y acresçiente la vida y muy illustre estado de Vuestra Señoría en este mundo, y en el de la gloria para siempre nos dé descanso, do confío en Dios que seremos yguales. Fecha en la gran çiudad del Cuzco, último de março de MDXXXIX.

«Y juro a Dios e al ávitto de Santiago, so cuya religión Vuestra Señoría e yo estamos, que no pensé escrevir esto postrero quando començé lo primero, porque Vuestra Señoría lo sabe, como lo creo y no ynoran los blancos y los negros. Porque por parte de don Elvira de Gudmán mi tía, hermana de mi madre, su esclava la negra en la plaça de San Lúcar de Varrameda, que hera tendera, se llamava Catalina de Gudmán. Mas pues Vuestra Señoría lo niega, yo lo renunçio. Y si no lo sabe, pues no lo á querido saber hasta agora, no se me diera nada que lo supiera hasta el día del juyzio.

«Don Juan Enrríquez mi ahuelo vino de Portugal a casar con una prima hermana del señor duque don Enrrique vuestro ahuelo, que se llamava doña María de Gudmán, que fué mi ahuela, de manera quel señor duque don Juan, padre de Vuestra Señoría, y don Garçía Enrríquez de Guzmán, mi padre, fueron primos segundos, y Vuestra Señoría y don Garçía mi hermano son primos terçeros, por donde no tiene culpa el pecador terçerón de averse honrrado y gozado dello. De lo qual no tengo culpa y esto es ansí y sabíanlo bien, que me lo dixeron muchas vezes, el señor duque de Véjar, -que aya gloria-, y el mariscal Gonçalo de Sayavedra y el capitán de Melilla, Gonçalo Marino, y mi suegro y los Añascos sus hermanos tan antiguos desa casa, como Vuestra Señoría save.

«Y por esso me tomaron por deudo, syn pan para comer, creyendo que por esta parte me lo abía de dar Vuestra Señoría y esa casa. Pero más çierto á seído el deudo con Tavalica, rey de esta tierra, que me lo á dado. Y por tanto los dichos me dieron su hija y hazienda, a mi padre y a mi madre. No los querrá Vuestra Señoría por testigos ni yo deseo tanto probar esto, espeçialmente syendo contra la voluntad de Vuestra Señoría, como Vuestra Señoría piensa, no porque no es cosa de que yo me devo de honrrar ni preçiar. Pero pues 'Uno no quiere, dos no varaxan', y 'Donde una puerta se çierra, otra se abre,' y pues me çerró Vuestra Señoría la de la honrra, mándeme abrir la del provecho, porque será menester asalariarme y aprovecharme porque os visite y que os sirva. Que quien más tiene, más quiere en este negro mundo, y desta manera Vuestra Señoría terná en mí criado e servidor.

«Y en parte tiene Vuestra Señoría razón de aver dicho que no soy su deudo y yo de no agrabiarme, pues este mundo es un poco de ayre y todas las vanidades dél. Y a la verdad estamos muy çerca de salir del quarto grado. Y tanbién tubo Vuestra Señoría razón de dezir a don Luys mi hermano, que riñó con él mucho á, que podían casar sin dispensaçión. Y el deudo que dicho tengo que ay entre Vuestra Señoría e mí otrosí es poco, que es casi nada, como Vuestra Señoría dize. Y sería menester grande amor y voluntad, segund es poco y tan escuro. Y fué tan claro ser mi padre criado del vuestro. Fecho ut supra».

Y desque ví a Su Señoría, lo hizo comigo mejor que yo lo meresçía y me dió a entender que tenía más deudo con él de lo que yo creýa y dezía y aquí escrivía, usando su retitud y bondad. Y ansí quedé por su servidor usque ad morten.




ArribaAbajoEsta es una carta que me respondió un cavallero antiguo a otra que le escreví para que me ynformase de mi linaje

«Resçeví una carta de Vuestra Merçed en que me es mandado le haga saber su geneleogía, lo qual hago como testigo de vista en lo que é vibido y lo demás leýdo en la corónica d'España del rey don Juan, a la qual me remito. Vuestra Merçed fué hijo del señor don Garçía Enrríquez de Guzmán. El Enrríquez tomó de parte de su padre que fué don Juan Enrríquez y el Gudmán tomó por su madre, muger deste don Juan, que se llamava doña Elvira de Guzmán. Fué prima del duque de Medina-Çidonia, hijos de hermanos. Y este don Juan fué hijo de don Diego Enrríquez, y don Diego Enrríquez hijo de don Alonso Enrríquez, conde de Jijón, hermano del rey don Juan, que quedó niño rey de Castilla. Y ésta es la verdad de lo que sé en este caso. Y quedo a serviçio de Vuestra Merçed como su servidor. Ruy Díaz de Gudmán».




ArribaAbajoObra en metro sobre la muerte que fué dada al illustre don Diego de Almagro, la qual dicha obra se dirige a su magestad, con çierto romançe lamentando la dicha muerte. Y no la hizo el autor del libro porque es parte y no sabe trobar




Comiença la obra:


   Cathólica, Sacra, Real Magestad,
Çésar augusto, muy alto monarca,
fuerte reparo de Roma y su harca,
en todo lo umano de más potestad,
rey que procura saber la verdad,
crisol do se funde la reta justiçia,
pastor que, no ostante qualquier amiçiçia,
conserva el ganado por una igualdad.
    Aver sido ungido no fué syn misterio
y darle el estoque, señor, que se entiende
que a la cathólica iglesia defiende
y libra de todo qualquier vituperio.
Las Yndias, questavan so grand catiberio,
de nuevo reduze, convierte y liverta,
poniendo justiçia que no les perviercta
mas les ampare por todo el ymperio.
    Y puesto que todos lo tal colegimos
de vuestra potente persona ymperial,
así como a rey y señor natural
a bozes muy altas justiçia pedimos;
a vuestras Cortes, señor, ocurrimos
para espresar el caso de yuso,
pues Dios en su audiençia, grand Çésar, os puso
y en su lugar por vos nos regimos.
    Sabed un proçeso que fué fulminado,
que diz que se hizo muy contra derecho,
que contra don Diego de Almagro fue hecho,
en todas las cosas no bien sustançiado.
Hernando Piçarro, por nos acusado,
al qual acusamos por esta presente,
hizo de hecho, señor, lo siguiente,
no siendo juez por vos delegado.
   En estos sus reynos muy público á sido
que don Françisco Piçarro e don Diego
tubieron las Yndias en mucho sosiego,
y la amistad que entre ellos á avido,
y que entre los dos quedó dibidido
lo del Perú con su comarcano.
Hizo Piçarro theniente a su hermano
Hernando Piçarro, que está detenido.
   Partida que fué la governaçión,
Hecho Hernando Piçarro theniente,
entró en lo de Almagro con tanto açidente
que puso los yndios en alteraçión.
Almagro, llegando con su provisión
a la çiudad do estava este reo,
defiende la entrada, mostrando deseo
que Almagro perdiese la yndibisión.
   Almagro en serviçio de vuestra corona,
biendo a Piçarro que así resystía,
entró con la gente, señor, que tenía,
poniendo a peligro su estado e persona.
El qual, su adverso biendo, aprisiona
y por así se aver hecho fuerte,
hallando en la causa ser dino de muerte,
se la relieva, remite y perdona,
   Con pleitomenaje que hizo el Hernando
que, luego que puesto en su livertad,
vernía ante Vuestra Real Magestad
preso a esta Corte, así lo jurando.
Suelto que fue, grand gente juntando
puso en el Cuzco çerco a don Diego,
mandando le velen a sangre y a fuego,
a la vatalla le desafiando.
    Don Diego de Almagro por la protesión
de vuestro ynterese salió a la vatalla,
do tanto el contrario tan fuerte se halla
que el adelantado fué puesto en prisión.
Aquesto fué causa de grand perdiçión
d'estados y vidas de tantos cristianos,
y que los yndios les llamen tiranos
a muchos d'España por esta ocasión.
   Puesto en la cárçel escura y fragosa,
haze Piçarro proçeso es arruto,
en todo mostrando poder absoluto,
como persona que fué muy odiosa,
no consintiendo don Diego que cosa
ante él alegase de justo descargo.
Da la sentençia, concluso su cargo,
no reta ni justa, mas muy rigurosa.
    Diziendo que manda quel adelantado,
la apelaçión del todo remota,
le saquen y pongan en una picocta,
do le condegna que sea degollado;
y antes de ser a la plaça sacado,
temiendo quel pueblo por él se alborote,
dentro en la cárçel le den un garrote
hasta del todo dexarle ahogado.
    Con lágrimas nega las tristes mexillas
el triste don Diego que oyó la sentençia.
Pidiendo humillmente que hubiese clemençia
ante Piçarro hincó las rodillas.
Mas él sus plegarias no quiso admitillas;
antes en todo le más desconsuela.
Y el adelantado le dize que apela
para el Consejo que está en vuestras sillas.
   La apelaçión le fue denegada
y lo mandado cumplirse en efetto.
En esto Piçarro no tubo respebto
a vuestra persona real, sublimada.
La apelaçión que fué presentada,
si en esto Piçarro hodioso no fuera,
no su sentençia cumplirla hiziera
syn desta grand Corte le ser confirmada.
   Pensando aplacalle, rogóle que viera
su cana cabeça, con muchas heridas
por vuestra persona real resçebidas,
por ver si piedad alguna tubiera,
diziendo: «Señor Piçarro, no quiera,
pues tanto he servido a Su Magestad
hasta en el tiempo que estoy de mi edad,
que yo tan sin culpa de tal muerte muera.
   «Mirá que en mi muerte, señor, no matáys
a mí solamente, mas muchos que an sido
en mi compañía, que al Rey han servido,
que agora huydos y presos dexáys.
Suplico clemençia de todos tengáys.
Y si queréys mi governación,
de aquí, señor, hago tal remisyón
a vos y a los vuestros que en ella rijáys».
   Visto don Diego que no se admitía
lo que al contrario le fué suplicado,
salvo morir qual fué condegnado,
para testar notario pedía.
Piçarro se sale, y a bozes dezía
la gente que tiene, con nuevo furor:
«¡No se dilate! ¡muera el traydor!
¡Salga, el morisco de tal compañía!»
   Proçede el illustre por su testamento,
en todo mostrando cathólicas bías.
Y manda primero poner mandas pías
y lo conviniente a su enterramiento;
y a algunos que fueron de su ayuntamiento,
muertos y puestos en nesçesidad,
reparte sus bienes, husando piedad,
con que sus hijos tubiesen sustento.
    El testamento por él hordenado,
dixo: «Asentad, notario, que quiero
a Su Magestad hazer mi heredero
de todo, pues todo en su nombre he ganado;
que puesto que Dios un hijo me á dado,
don Diego de Almagro de mí natural,
herede mis bienes Su Alteza Real
y quede mi hijo a su sombra arrimado.
    Por testamentarios a çiertos nombró:
a don Alonso Enrríquez primero,
que es de Gudmán muy buen cavallero,
para cumplir lo quél hordenó
al qual en secreto más quenta le dió
que a otro ninguno de todo su hecho.
Oculto questava, sellado en su pecho,
así como amigo leal declaró.
   Fué don Alonso de tal calidad
en las discordias de aquestos adversos
que a entranbos les dava consejos diversos
segund convenía a vuestra lealtad.
Almagro creyó por su avylidad;
y si Piçarro así lo hiziera,
digo, grand César, que no proçediera
contra don Diego con tanta crueldad.
   Demás que alvaçea fué Enrríquez nombrado,
puso ansimismo con él juntamente
a otro de sangre muy clara, exçelente
ques de la línea de los de Alvarado,
el qual se halló quando hubo otorgado
Hernando Piçarro el pleitomenaje
y está en vuestras Cortes pidiendo el gaje
en vuestra presençia, sy fuere mandado.
    A Françisco de Prado asimismo nombró
por albaçea, segund aquí nocto,
el qual es letrado muy rico e muy docto,
y Almagro contino por él se rigió;
al qual con los otros, señor, encargó
que en vuestra grand Corte le representasen
y a vuestro Consejo, señor, ynformasen
de quánd syn justiçia tan mal padesçió.
   Ved, pues, oíd, poderoso señor,
la grand sinjustiçia que a Almagro fué hecha,
porque se judgue por vía derecha
no ser don Diego alborotador,
que los pregones, segund su tenor,
que por Piçarro dar fueron mandados,
don Diego y los suyos por tal fueron dados,
de vuestro poder tomando color.
   El testamento signado e firmado,
llega de presto el verdugo cruel.
Y hecha un garrote y un grueso cordel
a la garganta del adelantado,
dale una buelta; el cordel fué quebrado.
Y como de nuevo con otro apretó,
naturalmente don Diego murió.
Mas bive su fama y le tiene encunbrado.
   Antes que Muerte le sobreviniese,
con su confesor su vida dispone,
a Dios suplicando que a todos perdone,
y que ninguno su muerte pidiese,
y como padre, señor, le absolviese,
pidiendo perdón a Dios de lo herrado.
Muere el illustre, segund he espresado,
por vuestro real y propio ynterese.
    Sácanle luego con grand diligençia
a la grand plaça do estava la gente,
con los pregones que públicamente
dizen a todos la ynjusta sentençia.
Dixo el pregón por tal consequençia:
«Manda el grand Çésar que muera este hombre
y el noble Hernando Piçarro en su nombre,
por ser causador de tanta pendençia.
   «Y porque por fuerça tomó esta çiudad,
quemando las calles con pura maliçia,
do entonçes morava la reta justiçia
que governava por Su Magestad,
como a traydor sin fedelidad
mándale luego ser descabezado».
Y en la picota, señor, le an cortado
su cana cabeça con grand cueldad.
    Todos los suyos le desanpararon;
solo en la plaça sin ellos estava.
Pero la gente de Yndias llorava
y a muy altas vozes sobre él lamentaron.
Con tristes clamores su pena mostraron,
sus grandes gemidos, señor, reteñían
toda la tierra doquier que se oýan,
diziendo que todos syn padre quedaron.
   Como si el sol entonçes faltara,
que es a quien ellos veneran y adoran,
sobre don Diego lamentan y lloran;
cada qual dellos su pena declara.
«El çielo,» -dezían,- «nos ya desampara,
pues tal padre nuestro tan presto faltó.
Maldiga la tierra quien tal le paró,
hasta que compre su muerte muy cara».
    Dezían, mostrando su tribulaçión,
otras palabras que agora no espreso
porque bolvamos a nuestro proçeso,
pidiendo justiçia por tal sinrazón.
Así que, grand Çésar, tened atençión
a la querella que nos presentamos.
La qual siendo vista, señor, suplicamos
castigue al que es digno de tal permisión.
    Aver pronunçiado tan contra derecho
Almagro aver sydo traydor a su Rey,
quien dió tal sentençia meresçe por ley
que pase lo mismo por tal satisfecho;
que en caso que fuera traidor o sospecho
el adelantado, -que niego aver sido-,
deviera Piçarro de ser bien comedido,
dandôs notiçia, señor, deste hecho.
   Tomar la çiudad con fuerça de gente
digo y alego no ser trayçión,
pues vos probeístes su governaçión
por carta real copiosa y patente.
Así, esclaresçido monarca prudente,
Piçarro fué falto de su lealtad,
pues governava por su autoridad
syn ser para ello juez competente.
    Si alegava que estava en lugar de su hermano,
luego que Almagro mostró provisión
deviera sin más poner defensyón
dar la çiudad de muy llano en llano;
mas pues que quiso hazerse tirano
y vuestros pueblos poner en devate,
digo que fué muy justo el combate
que hizo don Diego, señor, por su mano.
    Deve juzgar con grand retitud,
pues por enxemplo de vos la tomamos,
porque las Yndias por quien nos quexamos
se pongan de nuevo en toda quietud.
No pongáis hombre que soliçitud
ponga en solo su propio ynterese,
que como esto, gran Çésar, no hubiese,
a Dios y aun a vos ternán por señor.
   Y en lo demás pedimos castigo
contra quien bea se deve hazer,
y al otro mundo le mande librar y absolver
de todo lo ynpuesto del otro enemigo.
Grand Çésar, por pura justiçia os obligo;
lo mismo al Consejo de Yndias eleto.
Mandéis que sepamos, señor, en efeto,
quál de los dos fué más vuestro amigo.
    Todo lo qual aquí suplicamos;
así se pronunçia por vuestros preçebtos.
Y al presidente e oidores tan retos
sus justas conçiençias, señor, encargamos,
para que todos enxemplo tengamos
y nadie se atreva a hazer otro tal.
Vuestro poder y Consejo real,
justiçia pidiendo, señor, ymploramos.
    Y si a Piçarro se diere traslado
desto que digo, espreso y alego,
¿por qué no quiso tomar en don Diego
y en su clemençia espejo y dechado?
Quando lo tubo por sí aprisionado,
soltóle, creyendo que hubiera temor
a Dios defendelle y al Emperador,
mas muy a la contra, señor, lo á mostrado.
   El adelantado matarlo pudiera,
por ser tan notorio hazer alboroto;
mas tubo, señor, por muy mejor voto
pasase tal hecho por vuestra tijera.
Piçarro no hizo de aquesta manera
con desacato de vuestro poder,
siguiéndose en todo por su paresçer,
quiso tan claro mostrarse quién hera.
Debiendo Pigarro aver de cumplir
el pleitomenaje por él otorgado,
venir a esta Corte y a vuestro mandado,
donde el juez le mandó remitir,
no solamente no quiso venir
mas quebrantarlo con otros tiranos,
y la vengança tornó por sus manos;
sólo por esto se deve pugnir.

 
 
Fin de la obra de arte maior.
 
 


   Esta justiçia se deve hazer
contra quien hizo tan gran desacato,
porque demás de a todos ser grato,
en vuestras corónicas se á de poner.
Si esto, señor, dexáys suspender,
desimulando delito tan grave,
daréis ocasión quél dello se alave
y a cosas mayores se ose atrever.




ArribaAbajoSíguese el romançe hecho por otro arte sobre el mismo caso, el qual se á de cantar al tono del «Buen conde Fernand Gonçález»



   Porque a todos los presentes
y los que dellos vernán
este caso sea notorio,
lean lo que aquí berán
y noten por ello visto
para llorar este afán,
la más cruel sinjustiçia
que nadie puede pensar,
contra el más illustre hermano
de quantos son ni serán;
el más servidor de Çésar
que se vido en guerrear,
que por valor meresçía
ser otro Gran Capitán,
así en el pro de las rentas
y patrimonio real
como en reduzir los yndios
so nuestro yugo do están.
    Sepan todos quién es este
que estos loores se dan:
el gran don Diego de Almagro,
fuerte, noble y muy leal.
El qual en el mar del Sur
hizo hechos de notar,
tales que por qualquier dellos
se deve coronizar,
y si alguno coronasen
en pago de bien obrar,
sólo a éste se devía
qualquier corona le dar.
Por sí mismo meresçió
nombre de illustre alcançar,
con el adelantamiento
de aquellas costas del mar
que son tierras del Perú,
con poder de governar.
Con él, Alexandre calla
su fama de liberal.


El autor, donde proçede la muerte del cavallero

   Por ser varón qual dezimos
de tanta fidelidad,
con don Françisco Piçarro
tubo ýntima amistad,
que asimismo hera notable
de grand género y solar.
Los dos comían a una mesa
syn de un plato se apartar,
haziendo hechos notables
en una conformidad.
Estando en esta amiçiçia
y en tanta tranquilidad,
puso a Hernando Piçarro
don Françisco en su lugar,
para que, como teniente,
por él pudiese mandar
en çiertas partes de aquellas
que le dió Su Magestad.
Y él alçose con el Cuzco,
ques una ynsigne çiudad,
la qual convenía a Almagro
por la patente real.
    Yendo a la posesión della
com poder de la tornar,
dixo Hernando Piçarro
que no la quería dar.
En caso que fué exortado
por la carta ymperial,
dixo que la obedesçía,
mas que resyste el entrar.
El claro varón illustre
puso fuerça en la tomar,
no porque a él tocava,
eçebto por escusar
que no la tiraniçase
quien no tenía potestad.
Y puso a Piçarro preso,
no para le castigar,
pero para remitirlo
a la persona real
y a su muy alto Consejo
de Yndias en su lugar.
    Contra el qual hizo proçeso,
para mejor ynformar
del qual halló ser culpado,
digno de muerte le dar.
Lo qual y, pues que pudiera,
no lo quiso executar;
tomóle el pleitomenaje
de venirse a presentar.
Y suelto con este boto,
húbolo de quebrantar,
haziendo juntas de gente
para Almagro despojar
de lo que con causa justa
tenía con facultad.
Con la qual asentó sitio
en torno de la çiudad,
pidiendo al adelantado
que saliese a pelear.
El qual por el ynterese
de solo Su Magestad
salió y también por efetto
de la tierra asegurar.
    Donde los dos se encontraron
y gentes de cada qual
pelearon bravamente
quanto les pudo bastar.
Hera lástima muy grande,
digna de se publicar,
ver la sangre d'españoles
por el campo derramar,
presos, muertos y heridos
syn se poder escapar,
de parte de los de Almagro
por su adverso capitán.
El qual fué causa y los suyos
de las Yndias alterar
diziendo: «Ved los d'España
que para se despojar,
siendo todos de una tierra
y de una parçialidad,
travan entre ellos discordias
hasta venirse a matar.
Nosotros contra quien bienen
¿qué podemos esperar?»
    Proçediendo nuestra ystoria,
Almagro se hubo de dar
a la prisyón de Piçarro,
no por fuerça en la verdad,
mas creyendo él le soltara
como él le hizo soltar;
al menos le remitiera
preso ante Su Magestad.
Mas salióle esto al revés,
porque le puso en lugar
do no dava sol ni luna
ni le podían visitar.
Hallóse desamparado
de los que comían su pan;
no tiene quien le consuele
en este grave pesar.
    Así que, lloremos todos
este dolor general,
llorando a los que murieron
en la vatalla campal
con Almagro y en defensa
de la corona real.
Murió allí Pedro de Lerma,
su escogido capitán,
y el buen don Rodrigo Orgoños,
su theniente general,
el qual hera tan varón,
tan fuerte en el guerrear,
que, a bivir los Doze Pares,
ante ellos fuera sim par.
Otros muchos cavalleros
que aquí dexo de contar,
porque en fin soy enemigo
de toda prolixidad.
    Dexando aparte los muertos,
un bivo quiero nombrar
que preçede de la casa,
de línea y sangre real,
en estos reynos tenido
por hombre muy prinçipal,
veynte e quatro de Sevilla,
probinçial de la Hermandad,
Hernand Ponçe de León,
de Castilla natural.
El qual en estas discordias
tubo grand sagazidad,
entre ellos soliçitando
la paz y conformidad,
como don Alonso Enrríquez,
uno de los de Guzmán.
A los quales salió en vano
su mucho soliçitar,
porque Hernando Piçarro,
queriendo disymular,
aseguró a los terçeros
para su hecho acavar.
   Estando preso don Diego,
sin nadie le consolar,
començó Hernando Piçarro
su proçeso a fulminar,
muy sin horden de derecho
y sin sustançia legal,
dándole términos breves,
mostrando su enemistad.
Conclusa que fué la causa,
mandó su gente ayuntar y
otro día en el audiençia
mandó al illustre sacar,
sin hazer los cumplimientos
que requiere a buen judgar
el juez no competente
por su propia autoridad.
La qué dixo ser sentençia
pronuncia en su tribunal.


Sentençia

   «Mando quel adelantado
saquen a descabeçar
a la plaça en la picota
do suelen acostumbrar
justiçiar los delinquentes;
y que antes de le sacar,
aquí le den un garrote
por escándalo escusar,
hasta tanto que don Diego
muera muerte natural.
Lo qual mando se execute,
no embargante su apelar,
y ansí lo pronunçio y mando
por sentençia executar,
y en las costas del proçeso
asimismo condegnar,
las quales en mí reservo
para averlas de tasar».
Y más le ympuso otras penas
que dexo aquí de espresar.
    La sentençia pronunçiada,
oyda asý platicar,
el illustre adelantado
creyó la muerte escusar
y llegóse ante su adverso,
donde se ubo de humillar.
Y puesto ante él de hinojos
començóle a suplicar
quel mando tan riguroso
dexase de efettuar;
que no sólo a él matava
con esta muerte le dar,
mas a otras muchas gentes
pornía en nesçesidad.
Y mostróle la cabeça
cana con mucha humilldad,
guarnesçida de heridas
que de propia voluntad
resçebió, serbiendo a Dios
y a la corona real.
A lo qual el riguroso,
mostrando reguridad,
le dize al adelantado
sin se mover a piedad:
«No aquí Vuestra Señoría
muestre tanta poquedad.
A lo qual dize el paçiente:
«Poquedad no es en verdad
tener temor a la muerte,
pues en quanto humanidad
Cristo la temió orando,
aunque de su voluntad
a la tomar se ofresçía
para nos dar livertad.
Así que, señor Piçarro,
todo lo considerad.
No pase más adelante
esta vuestra crueldad.
Hazed lo que con vos hize
estando en mi potestad».
Piçarro a todo responde:
«Quisiera, mas no á lugar».
    Visto que no aprovechava
su ymportuno suplicar,
a vozes dize que apela
para ante Su Magestad
o para do de derecho
convenga y deva apelar;
y que esta su apelaçión
la mande luego otorgar.
Responde que la deniega
y que no á de aprovechar.
Respondió el varón illustre:
«Pues así es, quiero testar.
Mando mi alma ante todo
a quien la devo mandar,
que es aquel Rey de los Reyes,
Redentor universal.
Y mando el cuerpo a la tierra
después dell alma dexar,
que quien de tierra es formado
en tierra se á de tornar».
Hizo otras mandas pías
que no quiero aquí nombrar;
y todo lo remanente
lo herede Su Magestad,
al qual haze y estableçe
su heredero universal.
E no embargante que tiene
solo un hijo natural,
lo que á ganado por Çésar
lo quiere a Çésar dexar
y quél ampare su hijo,
qual con otros suele usar.
Y haze sus alvaçeas
para esto executar:
al buen don Alonso Enrríquez
del linaje de Gudmán,
privado; buen cavallero,
de la persona ymperial,
con otros que aquí no espresso
por no usar prolixidad.
    Acavado el testamento
y sus hierros confesar,
davan gritos los de fuera:
«¡Salga, si lo an de sacar!»
Y luego Alonso de Toro,
alguazil de executar,
haze llegar el verdugo
que este ofiçio suele usar.
Con el cordel y garrote
comiença luego apretar.
Quiebra a la buelta primera
que no le puede ahogar.
Luego Almagro a grandes vozes,
no sin falta de llorar:
«Suplico a Dios que perdone
a quien me manda matar,
y a sus gentes y consortes
syn quenta les demandar».
Aprieta la vez segunda
el cordel por le acavar,
y murió naturalmente
el que Dios quiera heredar
de la gloria perdurable
donde esperamos gozar.
   Ansí, después de ahogado,
comiençan a pregonar.
Dizen: «Esta es la justiçia
que mandan executar
el cathólico monarca
y Piçarro en su lugar,
porque á tomado por fuerça
con gentes esta çiudad,
y por traydor, y otras cosas
dinas de caluniar.
En pago de su delitto
le mandan descabeçar».
Llegados a la grand plaga
do le abrían de justiçiar,
le cortan en la picota
su cabeça con crueldad.
Los yndios hazen endechas;
comiençan a lamentar.
Dizen: «Muerto es nuestro padre.
¿Quién nos á de reparar?
Sepa estas cosas el Rey;
váyanselas a ynformar».
Otras palabras dezían,
mostrando muy gran pesar,
tales que a los que entendían
provocavan a llorar.
   Dexemos estar a ellos
y al cavallero sin par.
Sepamos sy sus amigos
bienen a se querellar.
Agora esperan en Cortes
que venga Su Magestad,
donde está preso Piçarro,
para averle de acusar.
Creo, segund la justiçia
nuestro Rey suele judgar,
que no quedará este hecho
sin pugnir ni castigar.