Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoEl rey de Mentón

Dice el cuento que demandaron luego capellán, fue y venido luego, y tomoles las juras, y el Caballero de Dios recibió a la Infante por su mujer y la Infante al caballero por su marido. Y bien creed que no y hubo ninguno que contradijese; mas todos los del reino que y eran lo recibieron por señor y por rey después de los días de su señor el Rey; pero que lo hubo atender dos años, ca así lo tuvo por bien el Rey, porque era pequeña de días. Por este caballero fueron cobradas muchas villas y muchos castillos que eran perdidos en tiempo del Rey su suegro, e hizo mucha justicia en la tierra y puso muchas justicias y muchas costumbres buenas, en manera que todos los de la tierra, grandes y pequeños, lo querían gran bien. El Rey su suegro antes de los dos años fue muerto, y él fincó rey y señor del reino, muy justiciero y muy defendedor de su tierra, de guisa que cada uno había su derecho y vivían en paz.

Este rey, estando un día holgando en su cama, vínosele en mente de cómo fuera casado con otra mujer y hubiera hijos en ella, y cómo perdiera los hijos y la mujer; otrosí le vino en mente las palabras que le dijera su mujer cuando él lo contara lo que le acaeciera con su abuelo. Estando en este pensamiento, comenzó a llorar porque la su mujer que no vería placer de esto en que él era, y que según la ley que no podía haber dos mujeres sino una y que así venía en pecado mortal. Y él estando en esto sobredicho, vino la Reina y violo todo lloroso y más triste, y díjole así: «Ay, señor, ¿qué es esto? ¿Por qué lloráis o qué es el cuidado que habéis? Decídmelo». «Ciertas, Reina», dijo él, queriendo encubrir su pensamiento, «lo que pensaba es esto. Yo hice muy gran yerro a Nuestro Señor Dios, de que no le hice enmienda ninguna, ni cumplí la penitencia que me dieron por razón de este yerro». «¿Y puede ser enmendado?», dijo la Reina. «Sí puede», dijo él, «con gran premia». «¿Y tenéis que esta penitencia podríais pasar y sufrir?» «Sí», dijo él, «con la merced de Dios». «Pues partámosla», dijo ella. «Tomad vos la mitad y tomaré la otra mitad, y cumplámoslo». «No lo quiera Dios», dijo el Rey, «lazren justos por pecadores, mas el que yerro hizo sufra la penitencia, ca esto es derecho». «¿Cómo?», dijo la Reina, «¿no somos amos a dos hechos una carne del día que casemos acá, según las palabras de santa iglesia? Ciertas no podéis vos haber pesar en que yo no haya yo mi parte, ni placer que no haya eso mismo. Y si en la uña del pie os dolierais, dolerme yo en el corazón; ca toda es una carne, y un cuerpo somos amos a dos. Y así no podéis vos haber ni sentir ninguna cosa en este mundo que por mi parte no haya». «Verdad es», dijo el Rey, «mas no quiero que hagáis ahora esta penitencia vos ni yo». «Pues estáis en pecado mortal», dijo la Reina, «y sabed que conmigo no podéis haber placer hasta que hagáis enmienda a Dios y salgáis de este pecado». «Pues así es», dijo el Rey, «conviene que sepáis la penitencia que yo he de hacer. El yerro», dijo el Rey, «fue tan grande que hice a Nuestro Señor Dios, que no puede ser enmendado a menos de mantenerme dos años en castidad». «¡Cómo!», dijo la Reina, «¿por esto lo dejabais de hacer, por hacerme a mí placer? Por Dios, aquello me placiera a mi pesar a par de muerte, y aquesto me semeja placer y pro y honra al cuerpo y al alma; y ahora os habría yo por pecador y enemigo de Dios, y entonces os habré sin pecado y amigo de Dios; y pues otros dos años atendistes vos a mí, debo yo atender estos dos por amor de vos». «Y muchas gracias», dijo el Rey, «que tan gran sabor habéis de tornarme al amor de Dios».

El Rey fincó muy bien ledo y muy pagado con estas palabras, y la Reina eso mismo, y mantuviéronse muy bien y muy castamente. Y el Rey lo agradeció mucho a Dios ca así se endrezó la su intención por bondad de esta reina; ca la su intención fue por atender algún tiempo por saber si era muerta o viva su mujer.

Según cuenta la historia suya de esta buena dueña, así como ya oísteis, ella andaba como viuda, y venía en una nave que guiaba Nuestro Señor Jesucristo, por la su merced. Y tanto anduvieron que hubieron a aportar a un puerto de la tierra del rey de Ester. Y la buena dueña preguntó a los de la ribera qué tierra era aquella, si era tierra de justicia donde los hombres pudiesen vivir. Y vino a la dueña un hombre bueno que se iba de la tierra con toda su compaña, y díjole: «Señora, demandáis si es esta tierra de justicia. Dígoos que no, ca no ha en él buen comienzo». «¿Y cómo no?», dijo la dueña. «Porque no ha buen gobernador», dijo el hombre bueno, «y el buen comienzo del castillo o de la villa o del reino es el buen gobernador, que lo mantiene en justicia y en verdad, y no las piedras ni las torres, maguer sean labradas de buenos muros y fuertes. Antes hay aquí un rey muy soberbio y muy crudo y muy sin piedad, y que deshereda muy de grado a los que son bien heredados, y despecha sus pueblos sin razón so color de hacer algún bien con ello. Y, ¡mal pecado!, no lo hace, y mata los hombres sin ser oídos, y hace otros muchos males que serían luengos de contar. Y si el hombre fuese de buen entendimiento, ya se debería escarmentar de hacer estos males, siquiera por cuanto pesar le mostró Dios en dos de sus hijos, que no había más». «¿Y cómo fue?», dijo la dueña. «Yo te lo diré», dijo el hombre bueno.

«Poco tiempo ha que este rey de Ester había cercado con muy gran soberbia al rey de Mentón. Era muy buen hombre, mas era viejo, que no podía bien mandar, y por esto se atrevió esto a cometer mucho mal; y había jurado de nunca partirse de aquella cerca hasta que tomase al Rey por la barba. Mas los hombres proponen de hacer y Dios ordena los hechos mejor que los hombres cuidan. Y así que en dos días le mató un caballero solo dos sus hijos delante de los sus ojos, y a un sobrino hijo de su hermano, y después al otro día fue arrancado donde estaba, en manera que vinieron en alcance en pos él muy gran tierra, matando toda la gente. Y y perdió todo el tesoro que tenía muy grande, ca a mal de su grado lo hubo a dejar. Ciertas gran derecho fue, ca de mala parte lo hubo; y por ende dicen que cuando de mala parte viene la oveja, allá va la pelleja. Y aún el mezquino por todas estas cosas no se quiere escarmentar, antes hace ahora peor que no solía. Mas Dios, que es poderoso, que le dio estos majamientos en los hijos, le dará majamiento en la persona, de guisa que le quedarán los sus males y holgará la tierra. Y por mío acuerdo tú te irás a morar a aquel reino de Mentón, donde hay un rey de virtud, que tenemos los hombres que fue enviado de Dios; ca mantiene su tierra en paz y en justicia, y es muy buen caballero de sus armas y de buen entendimiento, y defense muy bien de aquellos que le quieren mal hacer. Y este es el que mató los dos hijos del rey de Ester y a su sobrino, y desbarató al Rey y le arrancó de aquella cerca en que estaba, y por eso le dieron a la Infante, hija del rey de Mentón, su suegro; fincó el rey y señor del reino. Y por las bondades que ya dije de él, yo y esta mi compaña nos vamos a morar allá so la su merced».

La buena dueña pensó mucho en esto que le había dicho aquel hombre bueno. «Amigo, téngome por bien aconsejada de vos; y vayámosnos en la mañana en el nombre de Dios para aquel reino donde vos decís». «¡Por Dios!», dijo el hombre bueno, «si lo haces hacerlo has muy bien, ca aquellos que vos veis en la ribera todos vestidos a mitad de un paño, son del Rey, y están esperando cuando fueres descargar esta nave, y si te hallaren algunas cosas nobles, te las tomarían y las llevarían al Rey, so color de las comprar, y no te pagarían ende ninguna cosa. Y así lo hacen a los otros. Dios nos guarde de malas manos de aquí adelante».

Y otro día mañana endrezaron su vela y fueron su vía. Y así los quiso Dios guardar y endrezar, que lo que hubieron a andar en cinco días anduvieron en dos, de guisa que llegaron a un puerto del rey de Mentón, donde había una ciudad muy buena y muy rica a que decían Bellid. Y y descendieron y descargaron la nave de todas las sus cosas que y tenían, y pusiéronlas en un hospital que el rey de Mentón había hecho nuevamente. Y había y un hombre bueno que el Rey y pusiera, y recibía los huéspedes que ahí venían y les hacía mucho algo. Y así lo hizo a esta buena dueña y a todos los otros que con ella vinieron, y a la buena dueña dio sus cámaras donde él moraba, y a la otra compaña dioles otro lugar apartado. A la buena dueña semejó que no era bueno de tener consigo aquella compaña que con ella viniera, y dioles gran algo de lo que traía en la nave, que le diera el Rey su señor, que hiciese su pro de ello; y así se partieron de ella ricos y bien andantes, y se fueron para sus tierras. Y dijo el uno de ellos a los otros: «Amigos, verdadero es el proverbio antiguo que quien a buen señor sirve con servicio leal, buena soldada prende y no al. Y nos guardamos a esta buena dueña y servímosla lo mejor que podíamos, y ella dionos buen galardón más de cuanto nos merecíamos. Y Dios la deje acabar en este mundo y en el otro aquellas cosas que ella codicia.» Y respondieron los otros: «Amén, por la su merced.» Y metiéronse en la nave y fueron su vía.

La dueña, que estaba en el hospital, preguntó a aquel hombre bueno que y era por el rey de Mentón, qué hombre era y qué vida hacía, y dónde moraba siempre lo más. Y él le dijo que era muy buen hombre y de Dios, y que parecía en las cosas que Dios hacía por él; ca nunca los de aquel reino tan ricos ni tan amparados fueron como después que él fue señor del reino. Ca lo mantenía en justicia y en paz y en concordia, y que cada uno era señor de lo que había, y no dejaba de parecer con ello muy honradamente y hacer su pro de lo suyo, y a paladinas sin miedo. Y ninguno, por poderoso ni por honrado que fuese, no osaría tomar a otro hombre ninguno de lo suyo, sin su placer, valía de un dinero. Y si se lo tomase perdería la cabeza; ca el establecimiento era puesto en aquel reino que este fuero se guardaba en los mayores como en los menores, de que pesaba mucho a los poderosos, que solían hacer muchas malhetrías en la tierra. Pero que tan crudamente lo hizo aguardar el Rey por todo el reino, que todos comunalmente se hicieron a ello; y plúgoles con el buen fuero, ca fueron siempre más ricos de lo que habían; y por ende dicen que más vale ser el hombre bueno amidos que malo de grado. Y ciertamente cual uso usa el hombre, por tal se quiere ir toda vía; y si mal uso usare, las sus obras no pueden ser buenas; y si pierde el amor de Dios primeramente, el amor del señor de la tierra, y no es seguro del cuerpo ni de lo que ha, salvo ende si el señor no castiga los malos, porque los buenos a encoger y a recelar. «Y decirte he más: este rey hizo muy buena vida y muy santa; también ha un año y más que él y la Reina mantienen castidad, comoquiera que se ama uno a otro muy verdaderamente, siendo una de las más hermosas y de las más endrezadas de toda la tierra, y el Rey en la mayor edad que podría ser; de lo cual se maravillaban mucho todos los del reino. Y este rey mora lo más en una ciudad muy noble y muy viciosa, a la cual dicen Glambeque, donde han todas las cosas del mundo que son mester. Y por la gran bondad de la tierra, y justicia, y paz, y concordia que es en ella, toma y muy poco trabajo él ni sus jueces de oír pleitos, ca de leve no les viene ninguno, así como podréis ver en esta ciudad donde estáis, si quisiereis; ca pasa un mes que no vendrá ante los jueces un pleito. Y así el Rey no se trabaja de otra cosa sino de hacer leer ante sí muchos libros buenos y de muchas buenas historias y buenas hazañas, salvo ende cuando va a monte o a caza, donde lo hacen los condes y todos los de la tierra mucho servicio y placer en sus lugares; ca no les toma ninguna cosa de lo que han, ni les pasa contra sus fueros ni sus buenas costumbres; antes se las confirma y les hace gracias a aquellos que entiende que puede hacer sin daño de su señorío. Y por todas estas razones sobredichas se puebla toda la tierra mucho; ca de todos los otros señoríos vienen poblar a este reino de guisa que me semeja que aína no podremos en él caber».

La buena dueña se comenzó a reír y dijo: «Por Dios, hombre bueno, la bondad más debe caber que la maldad, y la bondad largamente recibe los hombres, mantiénese en espacio y en vicio, así como en el paraíso las buenas almas; y la maldad recibe los hombres estrechamente y mantiénelos en estrechura y en tormento, así como el infierno las almas de los malos. Y por ende debéis creer que la bondad de este reino según vos habéis aquí dicho, contra todos los de este mundo si viniesen morar, ca la su bondad alargará en su reino, ganando más de sus vecinos malos de enderredor. Y sabe Dios que me habéis guarido por cuantos bienes me habéis dicho de este rey y del reino, y desde aquí propongo de yacer toda mi vida en este reino mientras justicia fuere y guardada, que es raíz de todos los bienes y guarda y amparamiento de todos los de la tierra. Y bienaventurado fue el señor que en su tierra justicia quiere guardar; así le será guardada ante Nuestro Señor Dios. Y quiérome ir para aquella ciudad donde es el Rey, y haré y un hospital donde posen todos los hijosdalgo que y acaecieren. Y ruégoos, hombre bueno, que me guardéis todas estas cosas que tengo en aquesta cámara, hasta que yo venga o envíe por ellas». «Muy de grado», dijo el hombre bueno, «y sed bien cierta que así os las guardaré como a mis ojos». «Y ruégoos», dijo la buena dueña, «que me catéis unas dos mujeres buenas que vayan conmigo, y yo darles he bestias en que vayan conmigo, y de vestir, y lo que hubieren mester». «Ciertas», dijo el hombre bueno, «aquí en el hospital ha tales dos mujeres como vos habríais mester, y dároslas he que vayan convusco y os sirvan». La buena dueña hizo comprar bestias para sí y para aquellas ordenadamente.

Y cabalgaron y fuéronse para aquella ciudad donde estaba el Rey, y no hubieron mester quien les guardase las bestias, ca doquier que llegaban las recibían muy bien y hallaban quien pensase de ellas, y no recelaban que se las hurtasen ni que se las llevasen por fuerza, así como suele acaecer las más vegadas donde no hay justicia ni la quiera guardar. Y mal día fue de la tierra donde no hay justicia; ca por mengua de ella se destruyen y se despueblan, y así fincan los señores pobres y menguados, no sin culpa de ellos; ca si no han gente no hay quien los sirva.

Otro día en la mañana después que llegó la buena dueña a la ciudad donde era el Rey, fue oír misa a una iglesia donde estaba la Reina; y la misa habíanla comenzada. E hincó los hinojos y comenzó de rogar a Dios que la endrezase y la ayudase a su servicio. Y la Reina paró mientes y vio aquella dueña extraña que hacía su oración muy apuestamente y con gran devoción, y pensó en su corazón quién podría ser; ca la veía vestida de vestiduras extrañas, a ella y a las otras dos mujeres que con ella venían. Y después que fue dicha la misa hízola llamar y preguntole quién era y de cuáles tierras y a qué viniera. Y ella le dijo: «Señora, yo soy de tierras extrañas.» «¿Y dónde?», dijo la Reina. «De las Indias», dijo ella, «donde predicó San Bartolomé después de la muerte de Jesucristo». «¿Sois dueña hijadalgo?», dijo la Reina. «Ciertas, señora», dijo ella, «sí soy, y vengo aquí vivir so la vuestra merced, y querría hacer aquí un hospital, si a vos pluguiese, donde recibiese los hijosdalgo viandantes cuando y acaeciesen». «¡Y cómo!», dijo la Reina, «¿en vuestra tierra no le podíais hacer si habíais de qué?» «No», dijo ella, «ca habíamos un rey muy codicioso que desheredaba y tomaba lo que habían a los vasallos, porque lo había mester por grandes guerras que había con sus vecinos y con grandes hombres de la su tierra. Y por ende hube a vender cuantos heredamientos había, y llegué cuanto haber pude y víneme para acá a vivir en este vuestro señorío, por cuantos bienes oí decir del Rey y de vos, y señaladamente por la justicia que es aquí guardada y mantenida». «¡Por Dios!», dijo la Reina, «dueña, mucho me place convusco, y seáis vos bienvenida; y yo hablaré con el Rey sobre esto, y guisar cómo os dé lugar donde hagáis este hospital a servicio de Dios, y yo ayudaros he a ello. Y mándoos que hoy en adelante comáis cada día conmigo». «Señora», dijo ella, «déos Dios vida por cuanta merced me hacéis y me prometéis; pero pídoos por merced que queráis que acabe antes esta obra que he propuesto en mi corazón de hacer». «Mucho me place», dijo la Reina.

Y la buena dueña fuese luego para su posada. Y el Rey vino ver la Reina así como solía hacer todavía, y la Reina contole lo que le acaeciera con aquella buena dueña. Y el Rey preguntole que dónde era, y ella le dijo que de las tierras de India donde predicara San Bartolomé, según que la dueña le dijera. Y el Rey, por las señales que oyó de ella, dudó si era aquella su mujer, y comenzó a sonreírse. «Señor», dijo la Reina, ¿de qué os reís?» «Río de aquella dueña», dijo el Rey, «que de tan luengas tierras es venida». «Señor», dijo la Reina, «mandadle dar un solar donde haga un hospital a servicio de Dios». «Mucho me place», dijo el Rey, «y venga después y mandársele he dar donde quisiere».

La Reina envió por aquella buena dueña y díjole de cómo había hablado con el Rey. Y ellas estando en esta habla entró el Rey por la puerta. Y así como la vio luego la conoció que era su mujer. Y ella dudó en él, porque la palabra había cambiada, y no hablaba el lenguaje que solía, y demás que era más gordo que solía y que le había crecido mucho la barba. Y si le conoció o no, como buena dueña no se quiso descubrir, porque él no perdiese la honra en que estaba. Y el Rey mandole que escogiese un solar cual ella quisiese en la ciudad. «Señor», dijo ella, «¿si hallase casas hechas a comprar, tenéis por bien que las compre?». «Mucho me place», dijo el Rey, «y yo ayudaros he a ello». «Y yo haré», dijo la Reina. «Pues», dijo el Rey, «buena dueña, cumplid vuestro prometimiento».

La dueña se fue andar por la villa a catar algún lugar si hallara a comprar, y halló un monasterio desamparado que dejaron unos monjes por mudarse a otro lugar, y comprolo de ellos, e hizo y su hospital muy bueno, y puso y mucha ropa, e hizo y muchos lechos honrados para los hombres buenos cuando y acaeciesen, y compró muchos heredamientos para adobar aquel hospital. Y cuando acaecían los hijosdalgo, recibíanlos muy bien y dábanles lo que era mester. Y la buena dueña estaba lo más del día con la Reina, ca ni quería oír misa ni comer hasta que ella viniese. Y en la noche íbase para su hospital, y todo lo más estaba en oración en una capilla que y había, y rogaba a Dios que antes que muriese que le dejase ver a alguno de sus hijos, y señaladamente al que perdiera en aquella ciudad ribera de la mar; ca el otro, que llevara la leona, no había fucia ninguna de cobrarlo, teniendo que lo había comido.

Dice el cuento que estos dos hijuelos fueron criados de aquel burgués y de aquella burguesa de Mela, y porhijados así como ya oísteis, y fueron tan bien nudridos y tan bien acostumbrados que ningunos de la su edad no lo podrían ser mejor; ca ellos bohordaban muy bien y lanzaban, y ninguno no lo sabían mejor hacer que ellos, ni juego de tablas ni de ajedrez, y retenían muy bien que quiera que les dijesen, y sabíanlo mejor repetir con mejores palabras y más afeitadas que aquel que lo decía. Y eran de buen recaudo y de gran corazón; y mostráronlo cuando aquel su padre que los criaba llevaban los golfines, andando a caza en aquel monte donde llevó la leona al mayor de ellos; ca ellos amos a dos, armados en sus caballos, fueron en pos de los malhechores y alcanzáronlos y mataron e hirieron de ellos, y sacaron a su padre y a otros tres que eran con él de poder de los ladrones, y viniéronse con ellos para la ciudad. Todos se maravillaban mucho de este atrevimiento que estos mozos cometieron, teniendo que otros de mayor edad que no ellos no lo osarían cometer, y seméjales que de natura y de sangre les venía este esfuerzo y estas buenas costumbres que en ellos había. Y muchas vegadas dijeron a su padre que los criaba, que les hiciesen hacer caballeros, ca según las señales que Dios en ellos mostrara, hombres buenos habían a ser.

El padre y la madre pensaron mucho en ello, y semejábales bien de hacerlo. Y oyeron decir del rey de Mentón que era muy buen caballero y muy buen rey y muy esforzado en armas y de santa vida, y comoquiera que era lejos tuvieron por aguisado de enviar estos dos sus criados a este rey que les hiciese caballeros. Y enviáronlos muy bien aguisados de caballos y de armas, y muy bien acompañados, y diéronles muy gran algo. Y fuéronse para aquella ciudad donde el rey de Mentón era y pusieron en el camino un mes, ca no pudieron llegar y más aína, tan lejos era. Y ellos entraron por la ciudad y fueron a las alquerías, y preguntoles un hombre bueno si eran hijosdalgo, y ellos dijeron que sí. «Amigos», dijo el hombre bueno, «pues idos para aquel hospital que es entrante la villa, que hizo una dueña para los hijosdalgo viandantes; ca y os recibirán muy bien, y os darán lo que fuere mester». Y ellos se fueron para el hospital, y hallaron y muchas mujeres que lo guardaban, y preguntaron si los acogerían. Y ellas dijeron que si eran hijosdalgo, y ellos respondieron que lo eran, y así los acogieron muy de grado y mandaron guisar de yantar.

Y una manceba que estaba en el hospital paró en ellos mientes, y porque oyó decir muchas vegadas a su señora que hubiera dos hijuelos, el uno que llevara la leona y el otro que perdiera, y violos cómo se pararon a la puerta de una casa donde estaba un león, y que dijera el uno al otro: «Hermano, mal haces en pararte y, ca escarmentado debías ser de la leona que te llevó en la boca y hubieras a ser comido de ella si no por los canes de mi padre que te acorrieron, porque te hubo a dejar, y aún las señales de las dentelladas traes en las espaldas, y ciertas, quien de una vegada no se escarmienta, muchas vegadas se arrepiente»; la manceba cuando esto oyó fuese luego para su señora y dijo cómo dos donceles eran venidos al su hospital, los más apuestos que nunca viera, y los más mejor aguisados, que según cuidaba aquellos eran sus hijos que ella perdiera; ca oyó decir al uno, cuando llegó a la casa donde estaba el león, que se guardase, ca escarmentado debía ser de la leona que lo llevaba en la boca cuando era pequeño.

La dueña cuando lo oyó no se quiso detener, y vínose para el hospital. Y cuando vio los donceles, plúgole mucho con ellos, e hízoles lavar las cabezas y los pies, e hizo pensar luego bien de ellos. Y después que hubieron comido, preguntoles ónde eran y a qué vinieran. Y ellos le dijeron que eran de una ciudad que decían Mella, en el reino de Falit, y que su padre y su madre que los criaron, que los enviaron al rey de Mentón que los hiciese caballeros. «¿Cómo, hijo?», dijo la dueña, «¿decís que vuestro padre y vuestra madre que os criaron? Bien sé yo que los padres y las madres crían sus hijos y los dan a criar». «Señora», dijo el uno de ellos, «por eso os decimos que nos criaron, porque no son nuestros padres naturales; antes nos hubieron por aventura; y porque no habían hijos ningunos, porhijáronnos. Y la ventura fue buena para nos, ca a mí llevaba la leona en la boca, que me tomara cerca de una fuente, estando y nuestro padre y nuestra madre, y me metió en un monte, y aquel que nos porhijó andaba entonces por el monte buscando los venados; y los canes cuando vieron la leona, fueron en pos ella, y tanto la ahincaron que me hubo a dejar luego y tomaron la leona, e hízome a un escudero tomar antes sí en el caballo, y trajéronme a la ciudad, y aún tengo en las espaldas las señales de las dentelladuras de la leona. Y este otro mi hermano, no sé por cuál desventura se perdió y la buena dueña mujer de aquel burgués que a mí ganó, con piedad que hubo de este mi hermano, hízolo meter a su posada, y porhijáronle el burgués y su mujer así como hicieron a mí».

La buena dueña, cuando estas palabras oyó, dejose caer en tierra como mujer salida de seso y de entendimiento. Y maravilláronse los donceles muchos, y preguntaron a las mujeres qué podría ser aquello, y ellas les dijeron que no sabían, salvo ende que veían a su señora transida, y que les amaneciera mal día por la su venida. «¡Ay, señora!», dijo uno de ellos, «¿y por qué nos amaneció mal día por la nuestra venida? Que sabe Dios que no cuidamos que hiciésemos enojo ninguno a vuestra señora ni a vos, ni somos venidos a esta tierra por hacer enojo a ninguno; antes nos pesó muy de corazón por esto que acaeció a vuestra señora, y que quisiese Dios que no hubiésemos venido a esta posada, comoquiera que mucho placer y mucha honra hayamos recibido de vos y de vuestra señora».

Y ellos estando en esto, entró en acuerdo la buena dueña, y abrió los ojos, y levantose como mujer muy lasa y muy quebrantada. Y fue para su cámara y mandó que pensasen de ellos muy bien y holgasen. Y después que hubieron dormido apartose con ellos y díjoles que supiesen por cierto que era su madre, y contoles todo el hecho en cómo pasara, y de cómo había perdido su marido, y cuál manera pasara la vida hasta aquel día. Y Nuestro Señor queriéndolos guardar de yerro, y porque conociesen aquello que era derecho y razón, no quiso que dudasen en cosa de lo que su madre les decía; y antes lo creyeron de todo en todo que era así, y fuéronla besar las manos y conociéronla por madre. Y Garfín el hijo mayor le dijo así: «Señora, ¿nunca supiste de nuestro padre algunas nuevas?». «Ciertas», dijo ella, «míos hijos, no; mas fío por la merced de Nuestro Señor Dios que, pues que tuvo por bien que cobrase a vos, de lo que era ya desesperada, y señaladamente de Garfín que llevó la leona, que Él por la su santa piedad, doliéndose de nos, que tendrá por bien de nos hacer cobrar a vuestro padre y mío marido, y tomaremos algún placer con él, y que olvidemos los pesares y los trabajos que habemos habido hasta aquí». «¡Así lo quiera Dios por la su merced!», dijo Garfín. Y en la noche, mandoles hacer su cama muy grande y muy buena a amos a dos, y mandoles dar a comer muy bien. Y ella comió con ellos, ca no había comido aún en aquel día, con placer que había recibido.

Y cuando hubieron comido, fuéronse a dormir, y ella echose entre ellos, como entre sus hijos que había perdidos y cobrado nuevamente, ca no se hartaba de hablar con ellos ni se podía de ellos partir. Y tanto habló con ellos y ellos con ella, que fincaron muy cansados y durmieron hasta otro día a hora de tercia. La Reina no quería oír misa hasta que aquella dueña llegase, así como lo solía hacer, y envió por ella a un su portero. Y el portero cuando llegó a la posada de la dueña, halló las puertas abiertas y entró hasta la cama donde yacía la buena dueña con sus hijos. Y fue mucho espantado de la gran maldad que vio «en aquella dueña de que vos fiabais.» «¡Calla, mal hombre!», dijo la Reina, «y no digas tales cosas como estas, ca no podría ser que tú tal maldad vieses ninguna en aquella buena dueña». «Ciertas, señora, yo vi tanto en ella, de que recibí yo muy gran pesar por la gran fucia que vos en ella habíais, porque cuidabais que era mejor de cuanto es.» «Mal hombre», dijo la Reina, «¿qué es lo que tú viste?». «Señora», dijo el portero, «vos me mandastes que fuese para aquella dueña que viniese a oír misa convusco, y hállola que está en una gran cama en medio de dos escuderos muy grandes y mucho apuestos, durmiendo, y un cobertor de veros sobre ellos». «No podría ser esto», dijo la Reina, «por cosa que en todo el mundo fuese, y mientes como alevoso, o en tan gran maldad que en ti ha, quisiste poner en mal precio aquella buena dueña». «Señora», dijo el portero, «enviad luego allá, y si así no hallareis esto que es verdad que os dije, mandadme matar por ello, como aquel que dice falsedad y mentira a su señor».

Aquestas palabras sobrevino el Rey, y vio a la Reina muy demudada y muy triste, y preguntole por qué estaba así. «Señor», dijo ella, «si verdad es lo que este mal hombre me dijo, yo me tengo por mujer de fuerte ventura en fiar en mala cosa y tan errada como aquella buena dueña, lo que yo no creo que no pudiese ser en ninguna manera». El portero lo contó todo el hecho así como lo vio, y el Rey cuando lo oyó fue muy espantado, como aquel a que atañía la deshonra de esta dueña. Y envió allá al su alguacil, y mandole que si los hallase en aquella manera que el portero decía, que los prendiese a ellos y a ella, y que los trajese delante de él. Y el alguacil se fue a casa de la dueña, y bien así como el portero lo dijo al Rey, así lo halló; y dio una gran voz como salido de seso, y dijo: «Oh dueña desventurada, ¿cómo fuiste perder el tu buen prez y la tu buena fama que habías entre todas las dueñas de esta tierra? Y los donceles, a las voces que daban y a lo que decía el alguacil, despertaron y levantáronse muy aprisa como hombres espantados, y quisieron meter mano a las espadas, mas no les dieron vagar, ca luego fueron recaudados y la dueña eso mismo, en saya y en pellote, así como se había echado entre ellos. Y el Rey, con gran saña y como salido fuera de sentido, no sabía qué decirse, y no quiso más preguntar de su hacienda; y mandó que la fuesen quemar luego, comoquiera que se doliese mucho de ella, ca sabía que aquella era su mujer. Y antes que la dueña llevasen, preguntó el Rey a los donceles y díjoles:

«Amigos, ¿ónde sois o qué fue la razón por que vinistes a esta tierra, que en tan mala prez pusistes a esta dueña, por su desventura?» «Señor», dijo Garfín, «nos somos de Mella, una ciudad del reino de Fallid, y aquellos que nos criaron enviáronnos aquí a la tu merced que nos hicieses caballeros, ca oyeran decir que eras buen rey y de justicia. Y ayer, cuando lleguemos a la casa de aquella buena dueña, por las palabras que nos dijimos y por las que ella dijo a nos, hallamos verdaderamente que nos éramos sus hijos y ella nuestra madre; ca nos había perdidos niños muy pequeños. Y Dios por la su merced quiso que nos cobrásemos a ella y ella a nos». «¿Y cómo os perdió?», dijo el Rey. «Señor», dijo Garfín, «nuestro padre y ella, andando su camino, como hombres cansados, asentáronse a comer cerca de una fuente clara que estaba en unos prados muy hermosos. Y después que hubieron comido, nuestro padre puso la cabeza en el regazo de nuestra madre, y ella, espulgándole él, durmiose. Y yo y este mi hermano, como niños que no habíamos entendimiento, andando trebejando por el prado, salió una leona de un montecillo que estaba en un collado y cerca, y llegó y donde nos estábamos trebejando, y tomome en la boca y llevome al monte. Y aquel que nos crió salió a caza con su gente y sus hombres, y plugo a nuestro Dios que, entrando conmigo la leona en el monte, recudieron los canes de aquel burgués con ella, y al ruido de los canes que iban latiendo por el rastro de la leona, llegó el burgués con su gente y sacáronme de su poder. Y nuestro padre y esta dueña nuestra madre, estando en la posada muy triste porque me había perdido, soltose el palafrén y salió de casa, y ella fue en pos él. Y este mío hermano, como niño sin entendimiento salió en pos de su madre llorando. Y ella había tomado una calle y él tomó otra, y comoquiera que le llamasen muchos hombres buenos y muchas buenas dueñas, habiendo piedad de él porque andaba perdido, nunca quiso catar por ninguno sino por una dueña que estaba sobre las puertas de las sus casas, que tenía a mí en brazos halagándome porque estaba llorando, ca me sentía de las mordeduras de la leona. Y mandó a una sirviente descender por él. Y así como nos vimos amos a dos, comenzámosnos abrazar y a besar y a hacer alegría como los mozos que se conocen y se crían en uno. Y el burgués y aquella buena dueña porhijáronnos y criáronnos e hiciéronnos mucho bien, y enviáronnos a la tu merced que nos hicieses caballeros, y traémoste sus cartas en que te lo envía pedir por merced; por que nos pedimos por merced, señor, por la gran virtud que dicen que Dios puso en ti de pagarte de verdad y de justicia, que no mandes matar esta dueña nuestra madre; ca no hizo porque deba morir; y que nos quieras hacer caballeros y servirte de nos en lo que tuvieres por bien».

El Rey, cuando estas cosas oyó, agradeciolo mucho a Dios y tuvo que le había hecho gran merced, lo uno por haber cobrados sus hijos, y lo otro porque no se cumplió lo que él mandaba hacer con saña a aquella dueña su mujer, y envió mandar que no la matasen. Y por ende dicen que aquel es guardado el que Dios quiere guardar. Y el Rey recibiolos por sus vasallos e hízolos caballeros con muy grandes alegrías, según el uso de aquella tierra. Y desde que el Rey hubo hechos caballeros aquellos y fueron bien criados, trabajábanse de servirle bien y verdaderamente y sin regatería ninguna; ca cuando veían ellos que era mester hecho de armas, luego, antes que fuesen llamados, cabalgaban con toda su gente e íbanse para aquel lugar donde ellos entendían que más cumplía el su servicio al Rey, y y hacían muchas buenas caballerías y tan señalados golpes, que todos se maravillaban y juzgábanlos por muy buenos caballeros, diciendo que nunca dos caballeros tan mancebos hubiera que tantas buenas caballerías hiciesen ni tan esforzadamente ni tan sin miedo se parasen a los hechos muy grandes. Y cuando todos venían de la hueste, algunos habían sabor de contar al Rey las buenas caballerías de estos dos caballeros mancebos, y placía al Rey muy de corazón de oírlo, y sonriose y decía: «Ciertas creo que estos dos caballeros mancebos querrán ser hombres buenos, ca buen comienzo han.» Y por los bienes que la Reina oyó decir de ellos y por las grandes aposturas y enseñamientos que en ellos había, queríalos muy gran bien y hacíales todas honras y las ayudas que ella podía. Y ellos cuanto más los honraban y los loaban por sus buenas costumbres, tanto pugnaban de hacerlo siempre mejor; ca los hombres de buena sangre y de buen entendimiento, cuanto más dicen de ellos loando las sus buenas costumbres y los sus buenos hechos, tanto más se esfuerzan a hacerlo mejor con humildad; y los de vil lugar y mal acostumbrados, cuanto más los loan, si algún bien por ventura hacen, tanto más orgullecen con soberbia, no queriendo ni agradeciendo a Dios la virtud que les hace; así como hizo el conde Nasón contra el rey de Mentón.

Dice el cuento que este conde Nasón era un vasallo del rey de Mentón, y alzose con el su condado contra el Rey con mil caballeros de sus parientes y de sus vasallos, y corríale la tierra y hacíale mucho mal en ella. Y los mandaderos llegaban al Rey unos en pos otros a mostrarle el mal que el conde Nasón hacía en su tierra. Y mientras el Rey enviaba por sus vasallos para ir contra el Conde, estos dos caballeros mancebos Garfín y Roboán aguisaron a sí y a su gente muy bien; ca ellos habían trescientos caballeros por vasallos de muy buena caballería, que les escogiera el Rey de su mesnada cuando los puso tierra y se los dio por vasallos, y entre los cuales era el ribaldo que vino con el Rey a la hueste de Mentón cuando se partió del ermitaño, el cual avino en armas muy bien e hizo muchas caballerías buenas por que tuvo el Rey por aguisado del hacer caballero y del heredar y de casarlo muy bien, y decíanle caballero Amigo.

Y movieron y fuéronse contra el conde Nasón de guisa que ellos, entrando en su condado cuanto una jornada, el sol puesto, vieron fuegos muy grandes en un campo donde albergaba el conde Nasón con quinientos caballeros. Y los que iban delante paráronse, de guisa que se llegaron todos en uno e hiciéronse un tropel. Y Roboán, el hermano menor, dijo así: «Amigos, no semeja que según los fuegos que parecen que gran gente y haya, y creo que nos Dios haría bien contra ellos, ca ellos tienen tuerto y nos derecho; ca el Rey nuestro señor les hizo muchas mercedes y nunca les hizo cosa que a mala estanza fuese, y nos tenemos verdad por rey nuestro señor y ellos mentira, y fío por la merced de Dios que los venceremos esta noche».

El caballero Amigo, que era muy atrevido, dijo: «Señor Roboán, vos sois muy mancebo, y no habéis probado las cosas, comoquiera que Dios os hizo mucha merced en hecho de armas y donde vos acaecistes, y por ende no debéis llevar todas las cosas con fuerza de corazón; ca ciertos somos que tan esforzado sois que no dudaríais de acometer muchos más que vos, pero que debéis pensar en cuál manera, y más a vuestra guisa, y más a vuestra honra. Y si por bien lo tenéis, iré allá yo esta noche, y sabré cuántos son o por cuál parte habréis la entrada mejor. Y yo tengo muy buen caballo y muy corredor, que si mester fuere que me vendré muy toste para apercibiros.» Y Garfín y todos los otros acordaron en que el caballero Amigo dijo, y comoquiera que pesaba a Roboán porque no los iban luego acometer. El caballero Amigo se fue luego después que hubo cenado, y llegó a la hueste del Conde lo mas que él pudo, de guisa que a las vegadas andaba entrevuelto con los veladores; así que diez vegadas anduvo por la hueste en derredor esa noche, en guisa que asmó bien cuántos podrían ser, y en cuál guisa los podrían mejor entrar. Y él estando por partirse de la hueste y venirse para los suyos, oyó tocar el cuerno tres vegadas en la tienda del Conde. Y maravillose ende mucho, y atendió hasta que supiese por qué era tocado aquel cuerno, y vio los rapaces que se levantaban a ensillar y armar los caballos. Y él entretanto andaba entre las rondas como si fuese uno de ellos, y oyó decir a un rapaz que llamaba a otro denostándolo: «Lévate, hijo de mujer traviesa, y ensilla y arma el caballo de tu señor.» «Ciertas», dijo otro, «no lo haré; antes quiero dormir y holgar, ca el nuestro señor no es de los ciento y cincuenta caballeros que son dados para correr el campo de Vueza esta mañana». Y el caballero Amigo cuando esto oyó plúgole muy de corazón y dijo: «Bendito sea el nombre de Dios, que de esta hueste ciento y cincuenta caballeros habemos ganado sin golpe y sin herida.» Y de guisa que atendió hasta que estos ciento y cincuenta caballeros fueron movidos, y fue en pos ellos al paso que ellos iban. Y habían de ir a correr a una legua donde estaba Garfín y Roboán con su gente; y cuando el caballero vio que endrezaban su camino para y donde habían a ir, endrezó él para los suyos. Y cuando se fue partido de ellos cuanto un mijero, el caballo comenzó a relinchar muy fuerte, y después que se vio apartado de los otros. Y los ciento y cincuenta caballeros cuando oyeron aquel relincho de aquel caballo maravilláronse mucho, y los más decían que era gente del Rey, y los otros decían que era algún caballero que era entre ellos, a que llamaban Gamel, muy atrevido, díjoles que si ellos quisiesen, que iría saber nuevas de aquel caballo en cómo andaba, y recudiría a ellos en la mañana o a aquel lugar donde ellos iban, y ellos tuviéronlo por bien. El caballero se fue derechamente al relincho del caballo, y cuando fue cerca de él comenzó a relinchar el suyo, y tan oscura noche hacía que no se podían ver. El caballero Amigo comenzose de ir cuanto pudo, cuidando que era mayor gente, y el caballero Gamel cuidó que el caballo iba suelto, y comenzó a llamar y a silbarle según uso de aquella tierra. Y el caballero Amigo cuidando que era alguna fantasma que le quería meter miedo, atendió y no vio estruendo mas de un caballo, y puso la lanza so el sobaco y fue herir al caballero, de guisa que le derribó del caballo mal herido, y tomó su caballo y fuese para los suyos. Y asmó que podría ser alguno de los ciento y cincuenta. Y cuando llegó a los suyos preguntáronle cómo venía, y él dijo que de ciento y cincuenta caballeros que se partieron de la hueste que había ganado el uno, y que estaba herido cerca de ellos y que enviasen por él si querían saber toda la verdad de la hueste del Conde; pero que les contó en cómo pasara, y aquellos caballeros que venían a correr a una legua de ellos, y que no fincaban con el Conde de trescientos y cincuenta caballeros arriba.

Y ellos hubieron su acuerdo si irían antes a los ciento y cincuenta que a los trescientos y cincuenta, y los unos decían que mejor era de ir a aquellos que tenían apartados y no consentirles que hiciesen daño en la tierra, que no a los trescientos y cincuenta donde era el Conde, que era muy caballero y muy esforzado. Y los otros decían que mejor era ir a la albergada del Conde, y señaladamente Roboán que lo ahincaba mucho, diciendo que si la cabeza quebrantasen, que en los otros poco esfuerzo fincaría; de guisa que acordaron en lo que Roboán dijo, y cabalgaron, y fuéronse para la hueste del Conde. Y encontraron al caballero herido y preguntáronle qué gente tenía el Conde y donde estaba, y él les dijo que hasta trescientos y cincuenta caballeros, y ciento y cincuenta que había enviado a correr. «Ciertas», dijo el caballero Amigo, «ciento y cincuenta menos uno son». «Verdad», dijo el caballero Gamel. Y relinchando el caballo del caballero Amigo, dijo: «¡Ay, caballero, creo que vos sois el que me heristes!» El caballero Amigo le dijo: «¿Que queríais el mío caballo, que nunca vierais ni conocierais, y veníais silbando? Y bien os digo que cuando oí el estruendo de vuestro caballo que venía en pos mí, y vos silbando el mío caballo como si lo hubierais criado, que yo me maravillé mucho que cosa podría ser, y fui muy espantado, cuidando que era el diablo que me quería espantar; ca la noche tan oscura que no os podía divisar. Y dígoos que si os herí, que más lo hice con miedo que con gran esfuerzo.» «Ca cuando cuerdo estuviese no me debiera partir de la gente, que éramos dados todos para un hecho. Mas quien de locura enfermó, tarde sana; y no es esta la primera locura que yo acometí de que me no halle bien». «Caballero», dijo Roboán, «¿aquella gente en quien vos ibais, ha de durar mucho en la tierra del Rey corriendo?» «Dos días», dijo el caballero, «y no más, y luego se han de tornar para el Conde». «Ciertas, amigo», dijo Roboán, «muy bien nos va con la merced de Dios, ca estos caballeros no pueden ser en ayuda de su señor; y si Dios bien nos ha de hacer esta noche y mañana, será librado nuestro hecho y del Conde». Y queriéndose ir, dijo el caballero Gamel: «¡Ay, amigos!, ruégoos que si Dios victoria os diere, que no me dejéis aquí morir, ca muy mal herido soy; y por ende digo que si Dios victoria os diere, porque cierto soy que si vencidos fuereis que cada uno habrá que ver en si en huir o en defender.» «¿Cómo?», dijo Roboán, «¿cuidas que seremos vencidos en este hecho?». «Dios lo sabe», dijo el caballero, «ca después que en el campo fuereis, en Dios será el juicio». «Según mío entendimiento Dios por nos será». «¿Cómo eso?», dijo el caballero. Dijo Roboán: «Yo te lo diré. Ca sabes que el Conde tiene gran tuerto al Rey y el Rey ninguno a él, y él tiene mentira y nos verdad, que tenemos la parte del Rey.» «Ciertas», dijo el caballero, «así es como vos decís; idos en el nombre de Dios, ca la verdad os ha de ayudar».

El caballero Amigo descabalgó y fuelo desarmar porque le hacían mal las armaduras, y atole la llaga lo mejor que él pudo, y prometiole de venir por él si Dios le diese tiempo en que lo pudiese hacer. Y tomó las sus armas y armó un su escudero e hízole cabalgar en el caballo del caballero, y fueron en pos de los otros. Y cuando los alcanzaron díjoles el caballero Amigo: «Por aquí habéis a ir, y ha mester que me sigáis, y cuando diere una voz y dijere "heridlos", que aguijéis muy de recio a las tiendas, que y está el Conde. Ca ellos no tienen escuchas porque están en su tierra y no han recelo ninguno. Y tan cerca os pondré yo de ellos que cuando yo la voz diere en pequeño paso seáis con ellos.»

Y cuando fueron en un cabezo y vio el Conde que estaba con su gente, dio una voz el caballero Amigo, y dijo: «Heridlos, caballeros, que ahora es el hora.» Garfín y Roboán llevaban consigo bien trescientos escuderos hijosdalgo, y pusieron delante sí, y fuéronse cuanto más pudieron para las tiendas del Conde, y comenzaron a herir y a matar cuantos hallaban ante sí. Y cuando llegaron a las tiendas del Conde, no se pudo vestir sino un gambax, y tomó su escudo ante pechos y púsose ante las puertas de la tienda, y unos pocos de escuderos que se acertaron con él, pero no se pudieron parar contra los otros, en manera que los hubieron a herir y a matar y vencer. Y pues que el conde Nasón vio que era desamparado, y que ningún caballero de los suyos no recudía, y él tenía que eran todos muertos y heridos, y tornose y metiose por las álabes de la tienda con su escudo, y salió a la otra parte, donde estaban muchas tiendas y muchos tendejones llegantes a la suya, y hallaba los suyos muertos y heridos y maltrechos en las tiendas, de guisa que no hallaba ninguno de los suyos que le acompañasen, sino un caballero herido que iba con él aconsejándole que guareciese, ca todos los suyos eran heridos y muertos. Y ellos yendo un barranco ayuso, dijo un escudero que estaba con su señor, que estaba muy mal herido: «Señor, y va el Conde de pie con otro compañero y no más.» Garfín, que andaba en su demanda del Conde, oyolo e hirió de las espuelas al caballo y fue en pos él. Y cuando llegó a él, díjole: «Preso o muerto, cual más quisiereis.» «¿Y quién sois vos», dijo el Conde, «que queréis que sea vuestro preso?» «Soy un caballero cual vos veis», dijo Garfín. «¿Y por vos ser caballero», dijo el Conde, «tendríais por aguisado que fuese vuestro preso? Ca ciertas muchos son caballeros que no lo son por linaje, mas sus buenas costumbres por servicio que hacen a sus señores. Y si vos hijo de rey no sois, o de mayor linaje que yo, os digo que no quiero ser vuestro preso». «Por Dios», dijo Garfín, «mejor os sería ser mío preso que no tomar aquí la muerte». «Ciertas», dijo el Conde, «más vale buena muerte que vida deshonrada». «Pues encubríos de ese escudo», dijo Garfín, «ca yo librarme quiero de esta demanda si pudiere». «Bien dijistes», dijo el Conde, «"si pudiereis"; ca del decir al hacer mucho hay». Y metió mano al espada y cubriose del escudo, y Garfín se dejó venir y diole una gran lanzada a sobremano por el escudo, de guisa que le falsó el escudo y quebrantó la lanza en él, pero que no le hizo mal ninguno; ca tenía el brazo el Conde en el escudo arredrado del cuerpo. Y el Conde hirió del espada un gran golpe al caballo de Garfín en la espalda, de guisa que el caballo no se podía tener ni mover. Cuando esto vio Garfín, dejose caer del caballo y metió mano al espada, y fuese para el Conde, y diole un gran golpe, así que le tajó todo el catel del escudo. E hirió el Conde a Garfín de guisa que le hendió el escudo todo de cima hasta hondón, y cortole un poco en el brazo. «¡Oh, caballero», dijo el Conde, «cuán pequeña es la mejoría de la una parte a la otra, pero que sois vos armado y yo desarmado!». «Ciertas», dijo Garfín, «porque vos fallecistes de la verdad, mas muy grande, cuan grande de la verdad a la mentira; ca vos tenéis mentira y yo verdad». «¿Cómo así?», dijo el Conde. «Ciertas», dijo Garfín, «porque vos fallecistes de la verdad al rey de Mentón mi señor, y mentístele en el servicio que le habíais a hacer, siendo su vasallo, y no os desnaturando de él, ni os falleciendo; que le corríais la tierra, y por ende moriréis como aquel que mengua en su verdad y en su lealtad». «Mientes», dijo el Conde, «como caballero malo; ca yo me envié despedir del Rey y besarle las manos por mí». «Ciertas», dijo Garfín, «no es excusa de buen caballero, ca por despedirse y correr la tierra sin hacerle el señor por qué, y creo que haríais mejor en daros a prisión, y yo llevaros he al Rey, y le pediría merced por vos». «Prométoos, caballero», dijo el Conde, «que vos no me llevéis preso esta vegada, si mayor esfuerzo no os acrece». «¿Y cómo?», dijo Garfín, «¿por tan descorazonado me tenéis? Yo fío por la merced de Dios que aún conoceréis la mi fuerza antes que de aquí partáis». Y fuéronse uno contra otro esgrimiendo las espadas, ca sabían mucho de esgrima, y dábanse muy grandes golpes en los escudos, de guisa que todos los hicieron pedazos. El conde Nasón dejó correr el estoque y fue dar en la mejilla a Garfín muy gran herida, y díjole: «Ciertas, caballero, mejor vos fuera fincar con la ganancia que vos Dios diera en el campo, que no lo querer todo; por ende dicen: "Quien todo lo quiere todo lo pierde."» «¿Cómo?», dijo Garfín, «¿cuidáis ser libre de este pleito por esto que me habéis hecho? No querrá Dios que el diablo, que es mantenedor de la mentira, venza al que es mantenedor de la verdad». «Ciertas», dijo el Conde, «todo es mester cuanto sabéis, y bien veis vos que si no me siguierais tan ahincadamente no llevarais esta prestojada que llevastes; y por ende dicen: "Sigue el lobo mas no hasta la mata". Y bien tengo que haríais mejor y más a vuestro pro de tornaros para los vuestros y a mí dejarme andar en paz». El Conde, teniendo alzado el brazo con el espada, y Garfín estando en gran saña, diole un muy gran golpe que le cortó la manga del gambax con el puño, de guisa que le cayó la mano en tierra con el espada. Y tan de recio envió aquel golpe Garfín, que le cortó del anca una gran pieza, y los dedos del pie, en manera que no se pudo tener el Conde y cayó en tierra. «Ea, conde», dijo Garfín, «¿no os fuera mejor ir de grado en la mi prisión, y sano, que no ir sin vuestro grado a mi prisión, manco y cojo?». «Mal grado haya», dijo el Conde, «quien vos tan gran fuerza dio, ca ciertamente no erais vos hombre para vencerme ni tan mal traerme». «¿Ya desesperáis?», dijo Garfín, «Ciertas esta descreencia mala que en vos es os trajo a este lugar».

Mientras estaban en esto, Roboán y toda la otra gente andaban buscando a Garfín, ca no sabían de él si era muerto o vivo, y no sabían qué se hiciesen, y estaban muy cuitados, que ni eran buenos de tornarse con aquella ganancia que Dios les diera, y no eran buenos de fincar; y cuidaron que el Conde que era ido por ventura para venir sobre ellos con gran gente. Garfín, viendo que no podía sacar el Conde de aquel val y llevarlo a la hueste, subió en un cabezo donde parecían todos los de la hueste, y comenzó a tocar un cuerno que traía. Roboán cuando lo oyó, dijo a los otros: «Ciertas, Garfín es aquel. Yo lo conozco en el tocar del cuerno; y vayámosnos para él, que de pie está.» Un caballero anciano le dijo: «Roboán, señor, fincad aquí con aquella gente, e iremos allá unos cien caballeros y sabremos qué es.» Y Roboán túvolo por bien. Y cuando a él llegaron, conociéronlo y dejáronse caer de los caballos y preguntáronle dónde era su caballo. Y él les dijo que le falleciera de manera que no se podía de él ayudar, y que estaba el Conde herido en aquel val, y que fuesen por él y llevarlo habían al Rey. Y cabalgó en un caballo Garfín que le dieron. Los otros con él fueron para aquel val donde estaba el Conde, muy flaco por la mucha sangre que le salía, y pusiéronle en una bestia y lleváronlo para la hueste. Y cuando Roboán y los otros vieron que traían preso al Conde, agradeciéronlo mucho a Dios y fueron muy ledos y muy pagados porque vieron vivo a Garfín, comoquiera que era muy mal herido en la mejilla y tenía hinchada la cara; pero que le amelecinaron muy bien, de guisa que a pocos días fue guarido, y ataron las llagas al Conde. Y a la media noche cabalgaron e íbanse para el Rey con aquella ganancia que Dios les diera. Y a los escuderos hijosdalgo que llevaban consigo diéronles caballos y armas de aquello que y ganaron, e hiciéronlos caballeros. Y de trescientos que eran primero, hiciéronse quinientos y cincuenta; y por este bien Garfín y Roboán, que hicieron a estos escuderos hijosdalgo, todos los escuderos de la tierra se venían para ellos, y no sin razón, ca tenían que como aquellos hicieran merced por el servicio que de ellos había recibido, que así lo harían a ellos por servicio que les hiciesen.

Ciertas mucho se deben esforzar señores en dar buen galardón a aquellos que lo merecen, ca so esta esperanza todos los otros se esforzarán siempre de servir y de hacer siempre lo mejor. Y ellos yendo por el camino encontráronse con los ciento y cincuenta caballeros de los del Conde que eran idos a correr la tierra del Rey. E hicieron pregonar por toda la tierra que viniese cada uno a conocer lo suyo, y que se lo darían. Y no quisieron retener ninguna cosa ende para sí, como aquellos que eran y que no habían sabor de tomar ninguna cosa de lo ajeno, así como algunos hacen, que si los enemigos llevan algún robo de la tierra y van algunos en pos ellos y les tiran la presa, dicen que suya debe ser. Ciertas muy sin razón es, ca pues de un señorío son y de un lugar, unos deben ser de un corazón en servicio de su señor en guardar y defender unos a otros, que no reciban daño. Y si algún enemigo les llevase lo suyo, débenlos ayudar y pararse con ellos o sin ellos a cobrarlo si pudieren, ca de otra guisa puédese decir lo que dijo el hombre bueno a su compadre, a quien llevaba el lobo su carnero.

El compadre fue en pos el lobo y siguiole y tomó el carnero y comióselo. Y cuando el hombre bueno vio su compadre, díjole así: «Compadre, dijéronme que ibais en pos el lobo que llevaba mi carnero. Decid que le hicistes.» «Yo os lo diré», dijo él. «Yo fui con mis canes en pos el lobo y tomámoselo.» «Por Dios, compadre», dijo el hombre bueno, «mucho me place, y agradézcooslo mucho. ¿Y qué es del carnero?», dijo el hombre bueno. «Comímoslo», dijo el compadre. «¡Comísteslo!», dijo el hombre bueno; «ciertas, compadre, vos y el lobo uno me semeja, que tan robado fue yo de vos como del lobo».

Y estos tales que toman la presa de los enemigos de la tierra, por tan robadores se dan como los enemigos, si no la tornan a aquellos cúya es; y comoquiera que en algunos lugares ha por costumbre que la presa que toman los de la tierra a los enemigos que la tienen, porque dicen que cuando los enemigos la llevan y trasnochan con ella, que ya no era de aquel cúya fuera, y que haber es de los enemigos que ganaron, y tienen que debe fincar con la presa, ciertas de derecho no es así; mas los señores lo consintieron que fuese así, porque los hombres hubiesen más a corazón de ir en pos los enemigos por la ganancia que cuidaban y hacer. Ca tuvieron que mejor era que se prestasen de ello los de la tierra que lo cobraban, que no los enemigos. Y esto es por mengua de verdad que es en los hombres, que no quieren guardar unos a otros tan bien las personas como los algos, pues de una tierra y de un señorío son. Y por ende Garfín y Roboán, como caballeros buenos y sin codicia, queriendo dar buen ejemplo de sí, hicieron dar aquella presa a aquellos cúya era, y desí fueron derechamente para el Rey.

Y el Rey era ya salido con su hueste muy grande y estaban en unos prados muy hermosos que decían de Val de Paraíso. Y maravillábase de Garfín y de Roboán que no venían y con él, y demandaban muy ahincadamente por ellos y no hallaban quien dijese recaudo de ellos, salvo ende que le decían que había quince días que salieran con toda su gente de aquella ciudad donde estaban, y que no sabían onde fueran. Y el Rey con recelo que tomasen algún empecimiento en algún lugar, estaba muy cuidadoso y no podía holgar ni sosegar. Y ciertas, si al Rey pesaba porque no eran y con él, así lo hacía a cuantos eran y en la hueste; ca los querían gran bien porque eran muy buenos caballeros y bien acostumbrados y aprobaban bien en armas. Y ellos estando en esto, heos un caballero de Roboán donde entró por las tiendas del Rey. Y este era el caballero Amigo, que hizo el Rey caballero y le dio por vasallo a Roboán. Y fue hincar los hinojos ante el Rey y besole la mano y díjole así: «Señor, Garfín y Roboán tus vasallos leales te envían besar las manos y encomendarse en la tu gracia, y envíate pedir por merced que no muevas de aquí, ca cras en la mañana, si Dios quisiere, serán aquí contigo y te dirán muy buenas nuevas con que recibas muy gran placer.» «¡Ay, caballero Amigo!», dijo el Rey, «por aquella fe que tú me debes, que me digas si son vivos y sanos». «Ciertas», dijo el caballero Amigo, «yo te digo, señor, que vivos». «¿Pero si son sanos?», dijo el Rey. El caballero Amigo no se lo quería decir, ca le fue defendido de su señor Roboán que no lo dijese que fuera herido Garfín su hermano, ni que traían al Conde preso, mas que le dijese que sería con él otro día en la mañana. El Rey ahincaba mucho al caballero Amigo que le dijese si eran sanos, y el caballero Amigo le dijo: «Señor, no me ahinquéis, ca no te lo diré, ca defendido me fue; pero tanto quiero que sepas porque asosiegue el tu corazón, que tan escorrechamente andan y cabalgan como yo.» «¡Y tú seas bienvenido!», dijo el Rey.

Y otro día en la mañana llegaron al Rey Garfín y Roboán con toda su gente, salvo ende cincuenta caballeros que dejaron que trajesen al Conde preso, y venían lejos de ellos cuanto un mijero y no más, porque los hubiesen siempre a ojo, porque si algún rebate acaeciese, que recudiesen luego a ellos. Y cuando llegaron al Rey fueron hincar los hinojos ante él y besáronle las manos, y el Rey se levantó a ellos y recibiolos muy bien, como aquellos que amaba de corazón. Y él catando a Garfín, viole un velo que traía en la mejilla diestra sobre la llaga de la herida, y el Rey le preguntó si era herido. «Señor», dijo Garfín, «no, más fue una nacencia que nació y». «Ciertas», dijo el Rey, «no podía ser tan gran nacencia en aquel lugar. Y mala nacencia nazca en cuanto bien quiere aquel que os lo hizo». «Señor», dijo Roboán, «creo que sois adivino, ca así le aconteció; que no le podría peor nacencia nacer a aquel que se la hizo, ni en peor estado de cuanto está». «Ciertas, algún atrevimiento fue», dijo el Rey, «que comenzó Garfín». «No fue», dijo Roboán, «atrevimiento, mas fue buen esfuerzo». «¿Y cómo fue eso?», dijo el Rey. «Señor», dijo Garfín, «dejemos esto ahora estar, ca quien no lucha no cae; y conviene a los caballeros mancebos de probar alguna cosa de caballería, ca por eso lo recibieron. Y ciertas ninguno no puede ser dicho caballero si primeramente no se probare en el campo». «Verdad es», dijo el Rey, «si en él finca el campo». «Y yo así lo entiendo», dijo Garfín. Y aquí quedó el Rey de hacer más preguntas sobre esta razón.

«Señor», dijo Garfín, y Roboán con él, «con estos caballeros buenos vuestros vasallos que vos me distes, y con la vuestra ventura buena y con la merced de Nuestro Señor Dios, os traemos aquí preso el conde Nasón, pero que viene herido». «¿Y quién lo hirió?», dijo el Rey. «Su atrevimiento y su desventura», dijo Garfín, «y la mala verdad que traía». «Por Dios, Garfín y Roboán», dijo el Rey, «vos me traéis muy buena dona, y agradézcooslo mucho; ca por aquí habremos todas las fortalezas que él había, ca el hijo ninguno no ha, ni se lo dé Dios, ca esa esperanza habríamos de él que del padre». Y mandoles que se lo trajesen delante. Y ellos hiciéronlo así traer, asentado en un escaño, acostado en unos cabezales, ca no se podía tener en pies. Cuando el Rey lo vio, la mano corta y todos los dedos de un pie, y herido en el anca muy mal, díjole así: «Conde, no creo que con esa mano derecha me amenacéis de aquí adelante.» «Ciertas», dijo el Conde, «ni con la otra haré, ca de todo el cuerpo soy tullido». «Bendito sea el nombre de Dios», dijo el Rey, «que da a cada uno el galardón que merece. Conde», dijo el Rey, «de vagar estaba el que así dolaba por vos, tantos golpes os dio en ese cuerpo». «Señor», dijo el Conde, «no fue más de un golpe aqueste que veis». «¿No?», dijo el Rey, «muy templada creo que era el espada y el caballero muy recio y muy ligero, que tan fuerte golpe hacía. Decid, conde, ¿quién fue aquel que os hirió?». «Señor», dijo el Conde, «ese caballero mancebo que está ahí cerca de vos a vuestros pies, a que llaman Garfín». «Por Dios», dijo el Rey, «bien comenzó su mancebía, y bien creo que querrá ir con tales obras como estas adelante; y Dios se lo endrece por la su merced». «Amén», dijo Roboán. «Ciertas», dijo el Conde, «no comenzó bien para mí, y pésame porque tan adelante fue con su buena andanza». «Conde», dijo el Rey, «bien sé que os pesa, pero conocerle habéis esta vegada mejoría». «Ciertas», dijo el Conde, «y aun para siempre; ca en tal estado me dejó que no le pude empecer en ninguna cosa». Todos cuantos y estaban se maravillaron de aquel golpe tan esquivo, y tuvieron que recudiría Garfín a ser buen caballero y muy esmerado entre todos los otros hombres, ca aún mancebo era y entonces le apuntaban las barbas. Y otro día mañana hubo el Rey acuerdo con todos los condes y los ricos hombres que con él eran, si iría con su hueste a cobrar la tierra del Conde, o si enviaría algunos en su lugar. Y los que no habían sabor que tan aína se tomase la tierra del Conde, le aconsejaban que fincase él y que enviase y aquellos que él tuviese por bien; y los otros que habían sabor de servir al Rey, entendiendo que se libraría el hecho más aína por él, aconsejáronle que fuese y por su cuerpo. Él túvose por bien aconsejado, y movió con toda su hueste para la tierra del Conde.

Mas un sobrino del conde Nasón, hijo de su hermana, muy buen caballero de armas, que dejó el Conde en su lugar con quinientos caballeros y con trescientos que se fueron de la albergada del Conde cuando el desbarato, con los que fueron de los que traían la presa de la tierra del Rey, que eran por todos ochocientos caballeros allegados así, y juráronse de pararse a defender la tierra del Conde. Y el algara del Rey entroles por la tierra del Conde a correr y a quemar y estragar todo cuanto hallaban. El sobrino del Conde estando en una villa muy bien cercada con cuatrocientos caballeros, vio los fuegos muy grandes que daban en las alquerías, y el estragamiento grande que en la tierra hacían, y habló con los caballeros y díjoles: «Amigos, ya veis el mal que los del Rey hacen por la tierra, y creo que el primer lugar que querrán venir a combatir que este será en que nos estamos. Y tengo que será bien que salieseis allá y que dejemos estos escuderos hijosdalgo y esta gente que tenemos a pie, que guardasen la villa con los ciudadanos de aquí. Y por ventura que nos encontraremos de guisa que no entrarían tan atrevidamente como entraron por la tierra.» Los caballeros le respondieron que mandase lo que tuviese por bien, ca ellos prestos eran para ir donde él quisiese y acaloñar la deshonra del Conde; ca mejor les era morir en el campo haciendo bien, que haber a estar encerrados. El sobrino del Conde mandó que otro día en la mañana que fuesen todos armados fuera de la villa, y ellos hiciéronlo así.

Garfín y Roboán venían con el Rey por el camino departiendo muchas cosas y preguntándoles el Rey cómo les aconteciera en el desbarato del Conde. Y cuando le contaban de cómo les acaeciera, tomaba en ello gran placer. Y él iba castigándolos y aconsejándolos todavía en cómo hiciesen cuando acaeciesen en alguna lid campal, y que no quisiesen que los sus enemigos acometiesen a ellos primeramente, mas que ellos acometiesen a los otros, y el miedo que los otros les habían de poner, que ellos que lo pusiesen a los otros; ca ciertamente en mayor miedo están los acometidos que no los acometedores, que vienen derrabiadamente y con gran esfuerzo contra ellos. Roboán cuando estas cosas oyó al Rey decir, túvoselo en merced señalada, y fuele besar las manos, y díjole así: «Señor, que Garfín ni yo no os podríamos servir cuantas mercedes nos habéis hecho y nos hacéis cada día, más que a ningunos de vuestro señorío, ca no solamente nos mandáis como señor, mas castigaisnos como padre a hijos.» Respondió el Rey muy alegremente y dijo: «Roboán amigo, vos haciendo bien en como lo hacéis, y creo que hagáis mejor todavía, fío por Dios que me conoceréis que os amo verdaderamente, como padre a sus hijos. Y no me dé Dios honra en este mundo si para vos no codicio.» Allí se dejaron caer a los sus pies Garfín y Roboán, y besáronle las manos muchas vegadas, teniendo que les hacía grande y muy señalada merced en les decir tan altas palabras y de tan de corazón. Y pidiéronle por merced que quisiese que fuesen adelante con los algareros para hacer algún bien. «Garfín», dijo el Rey, «no quiero que vayáis allá, que aún no sois bien sano de la herida que tenéis». «Señor», dijo Garfín, «no tengo herida por que me deba excusar de ir hacer bien». «Garfín», dijo Roboán, «y muy bien os dice el Rey que holguéis y guarezcáis, ca de pequeña centella se levanta gran fuego si hombre no pone y consejo. Y comoquiera que esa vuestra herida no sea muy grande, si no y ponéis mayor cura de cuanta hacéis, os podríais ver en peligro; mas si tuviereis por bien, iré con vuestra gente y con la mía con aquellos algareros a ganar alguna buena señal de caballería». «¿Y qué señal?», dijo el Rey. «Señor», dijo Roboán, «tal cual la ganó mi hermano Garfín; ca no pudiera mejor señal ganar que aquella que ganó, ca la ganó a gran prez y a gran honra de sí, y por aquella señal sabrán y conocerán los hombres el buen hecho que hizo, preguntando cómo lo hubo, y bien verán y entenderán que no la ganó huyendo».

El Rey fue más pagado de cuanto le oyó decir, y díjole así: «Mío hijo bienaventurado, deos Dios la su bendición, y yo os doy la mía, e id en el nombre de Dios, ca fío por la su merced que acabaréis todo cuanto quisiereis.» Roboán cabalgó y tomó la gente de su hermano y la suya, así que eran trescientos y cincuenta caballeros, y entraron por la tierra del Conde guardando todavía los labradores de daño, y de mal en cuanto ellos podían, salvo ende lo que tomaban para comer, ca así se lo mandaba Roboán, teniendo que los labradores no habían culpa en la mala verdad del Conde. Ciertas, si Roboán se tenía con Dios en hacer siempre lo mejor, bien lo demostraba Dios que se tenía con él en todos sus hechos; así que un día en la mañana, saliendo de un montecillo, vieron venir el sobrino del Conde con cuatrocientos hombres de caballo, pero que venían muy lejos de ellos bien seis mijeros. «Amigos», dijo Roboán, «¿podremos oír misa en este campo antes que lleguen aquellos caballeros? Ca en todos los nuestros hechos debemos anteponer a Dios». «Señor», dijo un capellán, «muy bien la podéis oír, ca yo os diré misa privada». Y luego fue parado el altar en el campo muy aína y el capellán revestido, y dijo su misa muy bien, ca era hombre bueno y de buena vida.

Cuando hubieron oída la misa, vieron que los otros caballeros venían cerca, pero que ellos dudaban y estaban parados. Y dijo Roboán: «Amigos, los miedos partidos son, según me semeja, y vayámoslos acometer, que no ha cinco días que me castigaron que el miedo que los enemigos nos habían a poner en acometiéndonos, que se lo pusiésemos nos primero hiriéndolos muy derrabiadamente y sin duda.» Los caballeros, como hombres de buen esfuerzo y como aquellos que habían sabor de bien hacer, dijeron que decía muy bien, e hiciéronlo así y fueron su paso hasta que llegaron cerca de los otros. Entonces mandó Roboán que moviesen y fuéronles herir de recio. Los otros se tuvieron muy bien, a guisa de muy buenos caballeros, y volviéronse, hiriéndose muy de recio los unos a los otros. Allí veríais muchos caballeros derribados y los caballos sin señores andar por el campo. Y a los primeros golpes quebrantaron las lanzas de la una parte y de la otra, y metieron mano a las espadas, y grande era la prisa de herirse los unos a los otros; y tan espesos andaban que no se podían bien conocer, salvo ende cuando nombraban cada uno de su parte. Roboán andaba en aquel hecho a guisa de muy buen caballero y muy esforzado, llamando «¡Mentón por su señor el Rey!», y ellos llamando «¡Tures por el conde Nasón!». Pero el que se encontraba con Roboán no había mester cirujano, que luego iba a tierra o muerto o mal herido; ca hacía muy esquivos golpes del espada y mucho espantables, de guisa que a un caballero fue dar por cima del yelmo un golpe que le cortó la mitad de la cabeza, y cayó la mitad en el hombro y la otra mitad iba enhiesta, y así anduvo entre ellos muy gran pieza por el campo, de que se maravillaban mucho los que lo veían, y fincaban espantados de aquel golpe tan esquivo y extraño. Y no quería caer del caballo, y andaba enhiesto y llevaba la espada en la mano, espoloneando el caballo entre ellos.

Roboán vio al sobrino del conde Nasón y endrezó para él y díjole así: «Sobrino del malo, defiéndete, ca yo contigo soy. Y cierto seas que los pecados de tu tío el Conde te han ha empecer.» «Mientes», dijo el sobrino del Conde, «que no soy sobrino del malo; ca nunca mejor caballero fue en todo el reino de Mentón que él». Desí dejáronse venir uno contra otro y diéronse muy grandes golpes de las espadas, pero que no se podían empecer por las armaduras que traían muy buenas, y desí hicieron otra vuelta y vinieron uno a otro y diéronse muy grandes golpes, de guisa que el sobrino del Conde hirió a Roboán del estoque en la mejilla, así que le hubiera a hacer perder los dientes. Y Roboán hirió al sobrino del Conde del espada en el rallo que tenía antes los ojos de travieso, en manera que le cortó el rallo y entrole el espada por la cara y quebrantole ambos ojos. Y tan grande y tan fuerte fue la herida que no se pudo tener en el caballo, y cayó en tierra. Y desí Roboán a los suyos a esforzarlos, diciéndoles: «Heridlos, que muerto es el sobrino del Conde.» Y los de la otra parte del Conde que lo oyeron salíanse del campo e íbanse, y así que fincó el campo en Roboán y en los suyos. Y no escaparon de los del Conde más de cincuenta caballeros, ca todos los otros fueron muertos y presos; pero que de la compaña de Roboán fueron muertos y mal heridos ciento y cincuenta caballeros, ca de la otra parte y de la otra lidiaron a guisa de buenos caballeros, como aquellos que habían sabor de vencer los unos a los otros.

Y entonces mandó Roboán que los caballeros de su parte que eran heridos que les amelecinasen y les catasen las llagas y los pusiesen en los caballos, y desí tornó y donde yacía el sobrino del Conde e hízolo desarmar, y hallaron que tenía los ojos quebrados de la herida que le dio Roboán. Y pusiéronlo en una bestia y viniéronse luego para el Rey. El caballero Amigo, pero que era herido de dos golpes, fue al Rey adelante con estas nuevas, y cuando se las contó llamó el Rey a todos los hombres buenos de la hueste y díjoles: «Amigos, si Garfín trajo buen presente para ser más cumplido, Roboán nos trae lo que menguaba, y este es el sobrino del Conde, que mantenía toda la su gente y se cuidaba parar a defendernos la tierra, pero que trae ambos los ojos quebrados como os contará el caballero Amigo.» El Rey paró mientes al caballero Amigo y viole herido de dos golpes, y díjole: «Caballero Amigo, creo que hallastes quien os crismase.» «Ciertas, señor», dijo el caballero Amigo, «hallamos; ca no se vio el rey Artur en mejor prisa y en mayor peligro con el gato Paul que nos vimos con aquellos maldichos; ca si los rascábamos, tan de recio nos rascaban que apenas lo podíamos sufrir. Ca bien creed, señor, que de nuestra parte en duda fue un rato la batalla, tan fuertemente nos ahincaban, así que de la nuestra parte bien hubo muertos y heridos hasta ciento y cincuenta caballeros». «¿Y de la otra parte?», dijo el Rey. «Ciertas, señor», dijo el caballero Amigo, «de cuatrocientos caballeros que eran no fincaron más de cincuenta, que todos los otros fueron muertos y presos». «Ciertas», dijo el Rey, «muy herida fue la batalla donde fueron tantos muertos». «Bien creed, señor», dijo el caballero Amigo, «que no me acuerdo que me acertase en lugar de tan gran afrenta como aquella batalla fue». «¡Ay, caballero Amigo!», dijo Garfín, «¿Roboán mi hermano viene sano?». «Ciertas tan sano como vos», dijo él. «¿Cómo?», dijo Garfín, «¿es ya señalado como yo?». «Ciertas», dijo el caballero Amigo, «sí». «¿En qué lugar tiene la herida?», dijo Garfín. «So la boca», dijo el caballero Amigo, «y bien creed que si no por la gorguera, que tenía alta, que hubiera a perder los dientes». «¿Y quién lo hirió?», dijo Garfín. «El sobrino del Conde lo hirió del estoque». «Mucho se precian estos hombres buenos», dijo Garfín. «Por Dios», dijo el caballero Amigo, «hiriolo de un muy fuerte golpe, ca le dio una espadada sobre el rallo de travieso, que le metió el espada en la cara y quebrantole amos a dos los ojos. Y aún hizo otro golpe muy extraño a otro caballero, que le dio un golpe del espada encima de la cabeza que le echó la mitad del yelmo con la mitad de la cabeza al hombro, y la otra mitad andaba enhiesta, y ansí andando un gran rato por entre nos en el campo, que no quería caer del caballo; y todos huían de él como de cosa espantable». «Dejadlo», dijo el Rey, «ca bien encarnizado es, y creo que no dudará de aquí adelante de salir a los venados cuando le acaeciere, y ciertas yo cuido que será hombre bueno y buen caballero de armas».

Y ellos estando en esto, he vos Roboán donde asomó con toda su gente. Y el Rey cabalgó con todos esos hombres buenos que con él eran, y saliole a recibir. Y fue muy bien recibido del Rey y de todos los otros. Y cuando vio el Rey muy gran gente de la su compaña, los unos las cabezas atadas y los otros entre costales, pesole mucho, pero en solaz dijo a Roboán, sonriéndose: «Roboán, ¿dónde hallaste tan presto el clérigo que vos esta gente crismó?» «Ciertas, señor», dijo Roboán, «obispos pueden ser dichos, que cada uno hubo el suyo». «¿Y con qué los crismaron?», dijo el Rey; «¿tenían consigo la crisma y el agua bendita?». «Con las estolas», dijo Roboán, «trae en los paños y la sangre de ellos mismos; pero, señor, el hecho todo anduvo a rebendecha, que cuales nos las enviaban tales se las tornábamos.» «Pero», dijo el Rey, «el obispo que a vos crismó no os dio la pescozada en la tiembla19, y cuido que era viejo cansado y no pudo alzar la mano, y dióosla en la barba». Y esto decía el Rey porque no había punto de barba. «Ciertas, señor», dijo Roboán, «en tal lugar fue hecho que no había vergüenza ni miedo el uno al otro». «¿Y al que vos esta deshonra hizo», dijo el Rey, «hubo y alguno que se lo hiciese?» «Sí», dijo Roboán. «¿Y quién?», dijo el Rey. «La mala verdad que tenía», dijo Roboán. «Ciertas», dijo el Rey, «él fue más deshonrado de la más deshonrada cosa que en el mundo podía ser, y tal como aqueste no es ya para parecer en plaza; ca no ha buena razón por sí con que se defienda. Pero creedlo», dijo el Rey, «y veremos si se querrá defender por razón; ca el buen juez no debe juzgar a menos de ser y dos con las partes». Entonces trajeron al sobrino del Conde en una bestia caballero, la cara toda descubierta. Y cuando llegó ante el Rey venía tan desfaciado, por aquel golpe en el travieso traía por los ojos, que aspereza era grande de catarlo; pero dijo el Rey: «¡Ay sobrino del mal conde!, creo que no seríais de aquí adelante para atalaya.» «Ciertas, él ni para escucha haría.» «¿Y cómo así?», dijo el Rey. «Yo os lo diría; el golpe me llegó hasta dentro en los oídos todos, y así que he perdido el ver y el oír.» «Bien haya obispo», dijo el Rey, «que tan buena pescozada da. Y bien creo que quien así confirmó no os quería gran bien». «Ciertas», dijo él, «no era y engañado, que ni yo hacía a él; y maldita sea mano de obispo tan pesada que así atruena y tuelle a quien confirmar quiere!». Y comenzáronse todos a reír. «Ciertas», dijo el sobrino del Conde, «todos podéis reír, mas a mí no se me ríe, y en tal se vea a quien place». Y dijo el Rey: «Aún diría este soberbio si en su poder fuese.» Y enviaron por el Conde que viniese ver su sobrino, y trajéronlo y.

Y cuando el Conde vio a su sobrino desfacionado, dejose caer en tierra así como muerto, de gran pesar que hubo. Y cuando lo llevaron dijo así: «¡Ay mi sobrino!, ¿qué merecistes vos por este mal os aviniese?» «Ciertas», dijo él, «por los pecados vuestros». «No digáis», dijo el Conde, «que más me metió a esto y más me enrizó vos fuistes». «Ciertas», dijo, «yo a vos no pudiera mover, mas por donde queríais guiar yo había a vos por fuerza a seguir, y vos habíais poder sobre mí y yo no sobre vos. Y bien creed que por la gran soberbia que hubo siempre en vos no teníais ninguna cosa, y hacíais vos temer y no os queríais guiar por consejo de ninguno. Y véngaseos en mente que a la puerta de vuestro castillo de Buella ante el portal, estando con vuestros parientes y vuestros vasallos, dijistes con gran soberbia que no os fincaría el Rey en lugar del mundo que no le corrieseis y le echaríais del reino».

«Ahora», dijo el Rey, «asaz habemos oído. Bien semeja que es verdadero el ejemplo que dice que cuando pelean los ladrones descúbrense los hurtos. Y ciertas, asaz hay dicho de la una parte y de la otra para buen juez». «Conde», dijo el Rey, «mandadme dar las villas y los castillos del condado». «Señor», dijo el Conde, «a este mi sobrino hicieron todos hombrenaje, tan bien de las villas como de los castillos». «Ciertas», dijo el sobrino del Conde, «verdad; mas con tal condición que si vos y llegaseis airado o pagado, o sano o enfermo, muerto o vivo, con pocos o con muchos, que os acogiesen, y si esto a vos hiciesen, que fuesen quitos del hombrenaje que a mí hicieron. Y por ende, conde, vos sois aquel que se los podéis dar». «Ciertas», dijo el Rey al Conde, «¿si así es verdad lo que dice vuestro sobrino?». «Señor», dijo el Conde, «verdad es así como él dice; mas, señor, ¿cómo me darían a mí las villas y los castillos, pues vieron que no soy en mi poder y estoy en prisión?». «Conde», dijo el Rey, «en al estáis; ca debéis saber que a traidor no deben guardar hombrenaje aquellos que lo hicieron, y mientras duró en la lealtad tenidos fueron de guardar el hombrenaje; mas desde que cayó en la traición, por quitos son dados de Dios y de los hombres del hombrenaje; ca no se lo debían guardar en ninguna manera, como aquel que no es par de otro hombre por de pequeño estado que sea; ca lo puede desechar en cualquier juicio que quiera entrar con él para razonar o para lidiar. Y de aquellos que hacen hombrenaje a traidor a sabiendas, sabiendo que cayó en traición, o oyéndolo, él no mostrando que se salvara ende, no lo deberían recibir por señor; mas debiéranle esquivar como a traidor o mancillado de fama de traidor. Pues purgado no era de la infamia y le hicieron hombrenaje, cayeron en el pecado de traición así como aquel que la hizo».

«Y pruébase por semejante que si alguno habla o participa con el descomulgado manifiesto a sabiendas, en menosprecio de la sentencia de descomunión en que cayó el descomulgado con quien participó, que es descomulgado así como el otro. Y por ende bien así caen en traición el que lo consiente como el que lo hace y no lo veda; ca los hacedores y los aconsejadores del mal igual pena merecen, mayormente queriéndose ayuntar con el que hace la traición y querer con él llevarlo adelante. Onde dice razón: «¡Oh, cuán caramente compra el infierno de muchas buenas cosas por él haciendo mal!» Ca el que hace mal pierde la gracia de Dios y el amor de los hombres, y anda difamado y siempre está en miedo de sufrir pena en este mundo por el mal que hizo, y encima para el infierno, que compró muy caro dando todas estas cosas tan nobles por tan vil cosa y tan dañosa como el infierno. Y el que bien hace ha la gracia de Dios, y gana buena fama, y no ha miedo ninguno, ca no hace por qué. Y desí vase para paraíso que compró refez, ganando la gracia de Dios y el amor de los hombres y buena fama, y no habiendo miedo a ninguno. Y así, bienaventurado es el que huye del mal y se llega al bien, ca del bien puede hombre haber honra y pro en este mundo y en el otro. Y del mal con deshonra y daño para el cuerpo y para el alma, así como lo debe el que hace traición; ca el traidor es dado por semejante a la culebra, que nunca anda derecho, sino tuerta, y al can rabioso que no muerde de derecho, sino de travieso, y al puerco, que se deja bañar en el agua clara y limpia, y vase bañar en el más podrido cieno que halla. Y aún es dado por semejante a la mosca, que es la más vil cosa del mundo, que en lugar de hartarse de la carne fresca, vase hartar de la carne más podrida que puede hallar. Y así el traidor, cuando quiera abastecer la traición, no habla con los hombres de derecho en los hechos de su señor, diciendo mal encubiertamente y con falsedad, y delante de él con lisonjas hablando y placentería; y así le muerde de travieso, deshaciendo su buena fama y su honra. Otrosí deja la carrera del bien y toma la carrera del mal, y así anda tuerto como la culebra; ca hace tuerto a su señor, no le guardando verdad ni lealtad como debe. Otrosí deja de ganar buena fama, que es tan clara como buen espejo, y va a ganar infamia de traición, que es aborrecida de Dios y de los hombres; y así al puerco que deja el agua clara y se baña en el cieno. Y sin esto, deja buen galardón por pena, y deja honra por deshonra, así como la mosca que deja la carne fresca y va a la podrida. Onde, si los hombres quisieren parar mientes a saber qué cosa es traición, huirían de ella como de gafedad; ca bien así como la gafedad encona y gafece hasta cuarta generación, descendiendo por la liña derecha, así la traición del que la hace mancilla a los que de él descienden hasta cuarto grado; ca los llamaría hijos y nietos y biznietos de traición, y pierden honra entre los hombres, y no los reciben en los oficios, salvo si el señor los diere por quitos de aquella infamia a los que descienden del traidor, porque puedan haber los oficios de la su tierra. Y por ende deben todos huir de él así como de gafo y de cosa enconada, y los parientes, por cercanos que sean, débenlo negar y decir que no es su pariente ni de su sangre, y deben huir de él los sus vasallos, otrosí que no es su señor.»

«Y pruébase por semejante que lo deben hacer así; ca si razón es que los hombres huyan del descomulgado y ni le hablen ni participen con él en ninguna cosa, porque erró a Dios primero en quebrantar los sus santuarios o en otra manera, en meter manos airadas en algunos de los servidores de ellos, cuánto más deben huir del que erró a Dios primeramente haciendo la traición y no guardando la jura que hizo en su nombre, y el hombrenaje para servir su señor lealmente, ni le guardando la fieldad que le prometió de acrecerle en su honra, así como vasallo leal debe hacer a su señor. Ciertas, razón es de huir de cosa tan enconada como esta, que tan malamente erró a Dios y a los hombres y a sí mismo; ca seis cosas debe hacer el que jura de guardar verdad y fieldad y lealtad a su señor: la primera, que debe guardar la persona de su señor en todas cosas sanas y alegres, y sin empiezo ninguno; la segunda es que el señor sea del bien seguro en todo tiempo; la tercera, que él guarde su casa tan bien en los hijos como en la mujer, y aun según honestidad en las otras mujeres de casa; la cuarta, que no sea en consejo de menguar ninguna cosa de su señor; la quinta, que aquello que podría el señor con derecho y con razón ganar de ligero y aína, que no se lo embargue de dicho ni de hecho ni de consejo, porque no lo pueda ganar tan aína como podría ganar si no fuere embargada; la sexta, que aquello que el señor hubiese de decir o hacer y donde su honra fuese, que no se lo embargue por sí ni por otro que se le torne en deshonra. Y aún es y setena cosa, que cuando el señor le demandare el consejo, que él que se lo dé verdaderamente sin engaño ninguno, según el buen entendimiento que Dios le dio. Y el que fallece en cualquiera de estas cosas no es digno de la honra de la lealtad, ni debe ser dicho leal. Y estas cosas tan bien las debe guardar el señor al vasallo como el vasallo al señor.»

«Onde, como vos, conde, fuistes mío vasallo heredado en el mío reino, y teniendo de mi tierra grande de que me habíais a hacer deudo, y muy grande, y aun cada año por que erais tenido de servirme, y habiéndome hecho jura y hombrenaje de me guardar fieldad y lealtad, así como buen vasallo debe hacer a buen señor, y fallecístesme en todo, yo no os diciendo ni haciendo por qué, y no os despidiendo de mí, corrístesme la tierra y robástesmela y quemástesmela, y aun teniendo que esto todo no os cumplía, dijistes contra mi persona muchas palabras soberbiosas y locas, amenazándome que me correríais y me echaríais del reino, así como os afrontó ahora vuestro sobrino ante todos los de mi corte, de lo que nunca os quisistes arrepentir ni demandar perdón, maguer estáis en mi prisión...»

«Señor», dijo el Conde, «si en vos lo pudiese hallar, os demandaría el perdón». «¿Y vos por qué», dijo el Rey, «si no hicistes por qué?» «Señor», dijo el Conde, «por esto que dijo mío sobrino que yo dije». «¿Y fue verdad», dijo el Rey, «que vos lo dijistes?». «Por la mi desventura», dijo el Conde, «sí». «Buena cosa es», dijo el Rey, «el reprehender a las vegadas con palabras halagueras por que hombre pueda saber la verdad». Ca el Conde no debía recibir mal por lo que su sobrino dijera si él no lo hubiese conocido; y por ende dijo el Rey: «Conde, pues vos confesastes por la vuestra boca lo que vuestro sobrino dijo, y por todas las otras cosas que hicistes contra la fieldad y la lealtad que me prometistes guardar y no las guardastes, yo, habiendo a Dios ante los ojos y queriendo cumplir justicia, la cual tengo acomendada del mío señor Jesucristo y he de dar cuenta y razón de lo que hiciere, y habiendo mi acuerdo y mío consejo con los de mi corte ante todos cuantos hombres buenos aquí son, os doy por traidor, y a todos aquellos que os quisieren ayudar e ir contra mí por esta razón. Y porque no enconéis la otra tierra por donde fuereis con la vuestra traición, no os quiero echar de mío reino, mas mando que os saquen la lengua por el pescuezo por las palabras que dijistes contra mí, y que os corten la cabeza, que vos hicistes cabo de otros para correr la mi tierra, y que os quemen y os hagan polvos por la quema que en ella hicistes, porque ni os coman canes ni aves, ca fincarían enconadas de la vuestra traición; mas que cojan los polvos y los echen en aquel lago que es en cabo del mi reino, a que dicen lago Solfáreo, donde nunca hubo pez ni cosa viva del mundo. Y bien creo que aquel lugar fue maldito de Dios, ca según a mí hicieron entender aquella es la sepultura de un vuestro bisabuelo que cayó en otra traición así como vos hicistes. E idos de aquí y nunca os saque Dios ende».

Allí tomaron al Conde e hicieron en él justicia según que el Rey mandó, y después cogieron los polvos de él y fuéronlos echar en aquel lago, que era doce mijeros del real. Ciertas, muy gran fue la gente que fue allá ver en cómo echaban los polvos de él en aquel lago. Y cuando los echaron, los que y estaban oyeron las mayores voces del mundo que daban so el agua, mas no podían entender lo que decían. Y así comenzó a bullir el agua, que se levantó un viento muy grande a maravilla, de guisa que todos cuantos y estaban cuidaron peligrar y que los derribaría dentro, y huyeron y viniéronse para el real, y contáronlo al Rey y a todos los otros, y maravilláronse ende mucho. Y si grandes maravillas parecieron y aquel día, muchas más parecen y ahora, según cuentan aquellos que lo vieron. Y dicen que hoy en día van allá muchos a ver las maravillas, que ven muchos armados lidiar aderredor del lago, y ven ciudades y villas y castillos muy fuertes combatiendo los unos a los otros y dando fuego a los castillos y a las ciudades. Y cuando se hacen aquellas visiones y ven al lago, hallan que está el agua tan fuerte y que no lo osan catar. Y en derredor del lago, bien dos mijeros, es todo hecho ceniza; y a las vegadas se para una dueña muy hermosa en medio del lago y hácelo amansar, y llama a los que y están por engañarlos; así como aconteció a un caballero que fue a ver estas maravillas, que fue engañado de esta guisa, según que ahora oiréis.

Dice el cuento que un caballero del reino de Porfilia oyó decir estas maravillas que aparecían en aquel lago y fuelas ver. El caballero era muy sin miedo y muy atrevido, y no dudaba de probar las aventuras del mundo, y por ende había nombre el caballero Atrevido. Y mandó fincar una tienda cerca de aquel lago, y ahí estaba de día y de noche viendo aquellas maravillas; mas la su gente no podía estar con él cuando aquellas visiones aparecían, y arredrábanse ende. Así que un día pareció en el lago aquella dueña muy hermosa, y llamó al caballero, y el caballero se fue para ella y preguntole que quería, pero que estaba lejos, ca no se osaba llegar al lago. Y ella le dijo que el hombre que ella más amaba que era él, por el gran esfuerzo que en él había, y que no sabía en el mundo tan esforzado caballero.

Cuando estas palabras oyó, semejole que mostraba cobardía si no hiciese lo que quería, y díjole así: «Señora, si esa agua no fuese muy alta, llegaría a vos.» «No», dijo ella, «ca en el suelo ando, y no me da el agua hasta el tobillo». Y alzó el pie del agua y mostróselo. Y al caballero semejole que nunca tan blanco ni tan hermoso ni tan bien hecho pie de dueña viera, y cuidó que todo lo al se seguía así según que aquello parecía, y llegose a la orilla del lago, y ella fuelo tomar por la mano y dio con él dentro. Y fuelo llevar a una tierra extraña, y según a él semejaba muy hermosa y muy viciosa. Y vio muy gran gente de caballeros y de otros hombres andar por esa tierra, pero que le no hablaban ni decían ninguna cosa.

Y el caballero dijo a la dueña: «Señora, ¿qué es esto? ¿Por qué esta gente no habla?» «No les habléis», dijo, «ni a ninguna dueña, maguer os hablen, ca me perderíais por ende. ¿Y veis aquella ciudad muy grande que parece? Mía es, y podeisla haber y ser señor de ella si bien quisiereis guardar; ca yo guardaros quiero y no catar por otro sino por vos, y así seréis vos uno de una y yo una de uno. Guárdeos que no me queráis perder ni yo a vos, y en señal de buen amor verdadero hágoos señor de aquella ciudad y de cuanto he». Y ciertas decían bien si el amor tan verdadero era como ella le mostraba. «Y gran merced», dijo él, «de vuestro buen don, ca vos veréis, señora, que os serviré yo muy bien con ello». Así que todo este hecho era obra del diablo, no quiso Dios que mucho durase, así como adelante oiréis.

Mas en antes que llegasen a la ciudad salieron a ellos muchos caballeros y otra gente a recibirlos con muy grandes alegrías, y diéronles sendos palafrenes ensillados y enfrenados muy noblemente en que fuesen. Y entraron a la ciudad y fuéronse por los palacios donde moraba aquella dueña, que eran muy grandes y muy hermosos. Y así parecieron a aquel caballero tan noblemente obrados que bien le semejaba que en todo el mundo no podían ser mejores palacios ni más nobles ni mejor obrados que aquellos; ca encima de las coberturas de las casas parecían que había rubís y esmeraldas y zafires, todos hechos a una talla, tan grandes como la cabeza del hombre, en manera que de noche así alumbraba todas las casas, que no había cámara ni lugar por apartado que fuese, que tan alumbroso no estuviese como si fuese todo lleno de candelas.

Y fueron ser el caballero y la dueña en un estrado muy alto que les habían hecho de seda y de oro muy noble. Y y vinieron ante ellos muchos condes y muchos duques, según que ellos se llamaban, y otra mucha gente, y fuéronle besar la mano al caballero por mandamiento de la dueña, y recibiéronlo por señor. Y desí fueron luego puestas tablas por el palacio, y ante ellos fue puesta una mesa la más noble que hombre podría ver; ca los pies de ella eran todos de esmeraldas y zafiros. Y eran tan altos y cada uno de ellos como un codo o más, y toda la tabla era de rubís, tan clara que no semejaba sino una brasa viva. Y en otra mesa apartada había y muchas copas y muchos vasos de oro muy noblemente obrados, con muchas piedras preciosas, así que el menor de ellos no lo podrían comprar los más tres ricos reyes que había en toda esa tierra.

Tanta era la vajilla que y era, que todos cuantos caballeros comían en el palacio, que era muy grande, cumplían con ello. Y los caballeros que y comían eran diez mil; ca bien semejó al caballero que si él tantos caballeros tuviese en la su tierra, y tan aguisados como a él parecían, que no había rey por poderoso que fuese que le pudiese sufrir, y que podría ser señor de todo el mundo. Allí les trajeron manjares de muchas maneras adobados, y traíanlos unas doncellas las más hermosas del mundo y mejor vestidas, según parecía, empero que no hablasen ni dijesen ninguna cosa. El caballero se tuvo por bien rico y por muy bien andante con tantos caballeros y tan gran riqueza que vio ante sí, pero que tenía por muy extraña cosa en no hablar ninguno, que tan callados estaban que no semejaba que en todos los palacios hombre hubiese, y por ende no lo pudo sufrir, y dijo: «Señora, ¿qué es esto por que esta gente no habla?» «No os maravilléis», dijo la dueña, «ca costumbre es de esta tierra que desde el día que alguno reciben por señor, y serle mandados en todas aquellas cosas que él los mandaría. Y no os quejéis, que cuando el plazo llegare, vos veréis que ellos hablarán más de cuanto vos querríais; pero cuando les mandareis callar, que callarán, y cuando les mandareis hablar, que hablarán, y ansí en todas las cosas que quisiereis».

Y desde que hubieron comido, levantaron las mesas muy toste, y y fueron llegados muy gran gente de juglares; y los unos tañían instrumentos, y los otros saltaban, y los otros tumbaban, y los otros subían por los rayos del sol a las fenestras de los palacios que eran muy altos, y descendían por ellos bien así como si descendiesen por cuerdas, y no se hacían mal ninguno. «Señora», dijo el caballero, «¿qué es esto por que aquellos hombres suben tan ligeramente por el rayo del sol y descienden?». «Ciertas», dijo ella, «ellos saben sus encantamientos para hacer estas cosas tales. Y no seáis quejoso para querer saber todas las cosas en una hora, mas ved y callad, y así podréis las cosas mejor saber y aprender; y las cosas que fueron hechas en muy gran tiempo y con gran estudio no se pueden aprender en un día».

Cuando anocheció fuéronse todos aquellos caballeros de y y todas las doncellas que y servían, salvo ende dos, que tomaron por las manos la dueña y al caballero, y la otra a la señora, y lleváronlos a una cámara que estaba tan clara como si fuese de día, por los rubís muy grandes que estaban y engastonados encima de la cámara. Y echáronlos en una cama noble que en el mundo no podría ser mejor, y salieron luego de la cámara y cerraron las puertas. Así que esa noche fue encinta la dueña.

Y otro día en la mañana fueron por ellos las doncellas y diéronles de vestir, y luego en pos ello del agua a las manos en sendos bacines, amos a dos de finas esmeraldas, y los aguamaniles de finos rubís. Y después viniéronse para el palacio mayor y asentáronse en un estrado, y vinieron ante ellos muchos trasechadores, y plantaban los árboles en medio del palacio, y luego nacían y llevaban fruto, del cual fruto cogían las doncellas y traían en los bacines al caballero y a la dueña. Y tenía el caballero que aquella fruta era la más hermosa del mundo y más sabrosa. «¡Ay, Nuestro Señor!», dijo el caballero, «¡qué extrañas cosas ha en esta tierra más que en la nuestra!». «Ciertas», dijo la dueña, «y aún más extrañas veréis, ca todos los árboles de esta tierra y las yerbas nacen y florecen y dan fruto nuevo de cada día, y las otras reses paren a siete días». «¿Y cómo, señora?», dijo el caballero, «¿pues si vos encinta sois, a siete días habréis fruto?». «Ciertas», dijo ella, «verdad es». «¡Bendita sea tal tierra!», dijo el caballero, «que tan aína lleva y tan ahondada es en todas cosas». Así pasaron su tiempo muy viciosamente hasta los siete días, que encaeció la dueña de su hijo. Y hasta los otros siete días fue cerca tan grande como su padre. «Ahora», dijo el caballero, «veo que todas las cosas crecen aquí a deshora; mas maravíllome por qué lo hace Dios en esta tierra más que en la nuestra». Y pensó en su corazón de ir andar por la ciudad y preguntar a otros qué podría ser esto; y dijo: «Señora, si por bien lo tuvieseis, cabalguemos yo y mío hijo, e iremos a andar por la ciudad.» Dijo ella: «Mucho me place.»

Trajéronles luego sendos palafrenes en que cabalgasen, muy hermosos y bien ensillados y enfrenados, y cuando salieron a la puerta hallaron mil caballeros armados que fueron todavía ante ellos, guardándolos por la ciudad y guiándolos. Y en pasando por la calle, estaba a una puerta una dueña muy hermosa, mucho más que su señora, pero que era amada de muchos, y no se pudo tener que la hubiese a hablar, y dijo así: «Señora, ¿podría ser que yo hablase convusco aparte?» «¿Y cómo?», dijo la dueña, «¿no sois vos aquel que este otro día tomamos por señor, y habéis por mujer a nuestra señora?» «Ciertas, sí soy», dijo él. «Y no os defendió nuestra señora», dijo ella, «antes que entraseis en la ciudad, que no hablaseis a ninguna dueña, sino que la perderíais?». «Verdad es», dijo él. «¿Pues cómo os atrevistes», dijo ella, «a pasar su defendimiento? Ciertas muy mal mandado le fuistes». «Señora», dijo el caballero, «no lo tengáis a maravilla, ca forzado fui de amor». «¿De cúyo amor?», dijo ella. «Del vuestro», dijo él. «¡Ay, señora!», dijo una y su cobijera, «¡qué gran peca haréis si así lo enviáis de nos, que convusco no hable! ¿Y no veis cuán apuesto es, y cuán de buen donaire, y cómo da a entender que os quiere gran bien?». Y a estas palabras recudió otra maldita, que no se preciaba menos que la primera de estas trujamanías tales, y dijo muy aína: «¡Ay, señora!, ¿qué es del vuestro parecer y del vuestro donaire y de la vuestra buena palabra y del vuestro buen recibir? ¿Así acogéis a quien os muestra tan gran amor? ¿Y no veis que en catándoos luego se enamoró de vos? Y no es maravilla, ca de tal donaire os hizo Dios, que no ha hombre que os vea que luego no sea preso del vuestro amor. Y ciertas, tuerto haríais en ser escasa de lo que Dios os quiso dar francamente, y por Dios señora, no le queráis penar, dándole la buena respuesta que espera.»

Y mal pecado, de estas tales muchas hay en el mundo, que no estudian en al sino en esto, no catando honra ni deshonra aquellos a quien aconsejan, ni parando mientes en les hacer perder prez y buena fama; mas hácenlo por haber soltura, y poder hacer a su talante en aquellos que saben que no les pesa con estas trujamanías, y por donde hayan día y victo, y sean amparadas y defendidas andando con ellas, cumpliendo a su voluntad mala en este mundo. Ca no hay cosa que tanto codician los malos hombres con soltura, y puédenla bien haber con aquellos que se pagan de eso mismo. Y por ende dicen que «todo talante, a su semejante»; ¡y mal pecado!, algunos que lo creen de grado toman placer en lo que les dicen y les aconsejan, ca les place de burla, ca lo tienen por brío de andar de mano en mano y haber muchos amados. Y ciertamente estas tales no aman verdaderamente ningún hombre, ni los amadores no aman verdaderamente a las mujeres cuando mucho quieren amar; ca no es verdadero ni durable, sino cuando lo tienen delante. Onde sobre tales amores como estos, que son sin Dios, puso un ejemplo San Gerónimo de unas preguntas que hacía un hombre bueno a su hija, en que se puede entender si es verdadero el amor de la mujer que muchos garzones ama, o no.

Y dice así: que un hombre bueno había una hija muy hermosa y muy leída y de buena palabra y de buen recibir, y placíale mucho de decir y de oír, y por todas razones era muy visitada, y era familiar de muchas dueñas cuando iban a los santuarios en romería, por muchas placenterías que les sabía decir. Y por ende quiso el hombre bueno saber estos amores que su hija mostraba a todos, si eran verdaderos; y díjole: «Ya mía hija mucho amada y muy visitada y muy entendida en muchos bienes, decidora de buenas cosas y placenterías, ¿querríais que hiciésemos vos y yo un trebejo de preguntas y de respuestas, en que tomáremos algún placer?». Respondió la hija: «Ya, mi padre y mi señor, sabed que todo aquello que a vos place place a mí, y sabe Dios que muy gran deseo había de ser convusco en algún solaz, porque vieseis si era en mí algún buen entendimiento.» «Hija amiga», dijo el padre, «¿decirme habéis verdad a las preguntas que os hiciere?». «Ciertas, sí diré», dijo la hija, «según el entendimiento que en mí hubiere, y no os encubriré ninguna cosa, maguer que algunas de las palabras que yo dijere sean contra mí». «Ahora», dijo el padre, «entremos, yo preguntando y vos respondiendo». «Comenzad en buen hora», dijo la hija, «ca yo aparejada estoy para responderos». «Pues mi hija bienaventurada, respondedme a esta pregunta primera. La mujer que muchos ama, ¿a cuál de los amadores ama?» «Ciertas, padre señor», dijo la hija, «no los puede a todos amar en uno, mas ahora aqueste y ahora aquel otro; ca cuantas vegadas muchos ama, tantos más amadores demanda; ca la codicia no se harta que no quiera siempre nuevas cosas, y codiciando siempre, así de ligero las pierde y las olvida. Y así, cuantos más ama, tantos más quiso amar, menospreciando los otros, si no el postrimero, y habiendo todavía en talante de dejarlo y de olvidarlo luego que otro nuevo sobreviene».

«Ya, mía hija de buen conocer, pues la mujer que mucho ama, ¿cuál ama?» «Padre señor, aquel cuya imagen personalmente cata.» «¡Ay, mi hija!, ¿cuánto dura el amor de tal mujer como esta?» «Padre señor, cuanto dura la habla entre amos a dos por demanda y por respuesta, y cuanto dura el catar continuado del uno al otro, y no más. Y padre señor, amor ninguno no ha en este amor de tal mujer como esta, que a las vegadas estando con el un amador, tiene el corazón en el otro que ve pasar. Y así mostrando que ama a cada uno, no ama a ninguno; ca el su amor no dura entero en el uno ni en el otro, sino cuanto dura el catar y el hablar de corazón entre ellos, y a la hora que estas cosas fallecen, luego fallece el amor entre ellos, no acordándose de él. Y pruébase de esta guisa: que bien así como el espejo, que recibe muchas formas de semejanza de hombres cuando se paran muchos delante de él, y luego que los hombres se tiran delante no retiene ninguna forma de hombre en sí, y tal es la mujer que muchos ama. Y por ende, padre señor, no se debe ayuntar hombre en amor de aquella que fue amiga y familiar de muchos, ca nunca le guarda fe ni verdad, aunque le jure sobre santos evangelios, ca no lo puede sufrir el corazón ser uno de una. Ca estas tales no han parte en Dios, maguer hagan enfinta de ser sus siervas andando en romerías; ca más van y porque vean, que no por devoción que y han.» «Ya, mi hija verdadera», dijo el padre, «decidme, ¿cuándo apresastes estas cosas, que tan sutilmente y tan ciertamente respondéis a ellas?». «Padre señor», dijo la hija, «mientras los puede catar y ver de ellas». «Ya, mi hija», dijo el padre, «¿hay estudio y maestro para mostrar y aprender estas cosas en algún lugar?». «Ciertas sí», dijo la hija. «¿Y dónde?», dijo el padre. «En los monasterios mal guardados», dijo la hija, «ca las de estas maestrías tales han sabor de salir y de ver y de hacerse conocer; y si algunos las vienen visitar o a ver, por donde peor entendimiento se tiene la que más tarde las aparta para hablar y entrar en razón con ellas, y aunque no las pueden apartar, allá alcanzarán sus palabras de travieso en manera de juguetes; así que él bien y pensara entenderá que se quiere acometer. Y esto toman de niñez, habiendo suelta para decir y hacer lo que quisieren, y así no pueden perder la costumbre que usaron, bien como la olla, que tarde o nunca puede perder el sabor que toma nuevamente, por lavar que le hagan. Y ciertas, de estas que saben escribir y leer no han mester medianeros que les procuren visitadores y veedores; ca lo que sus voluntades codician las sus manos lo obran, comoquiera que no se despagan de aquellos que les vienen con nuevas cosas. Y ciertamente, padre señor, algunas van a los monasterios mal guardados, que las debían guardar y castigar, que las meten en mayor escándalo y mayor bullicio». «Hija amiga», dijo el padre, «¿dijístesme verdad en todas estas cosas que os demandé?». «Ciertas sí», dijo la hija, «y no os mengüé en ninguna cosa que vos a decir hubiese, comoquiera que en algunas palabras que vos yo dije me hería cruelmente en el corazón, ca me tenían y me sentía ende». «Hija amiga», dijo el padre, «agradézcooslo mucho, y de aquí adelante finque el nuestro trebejo; ca asaz hay dicho de la una parte a la otra, y Dios os deje bien hacer».

Y así fueron padre e hija muy ledos y muy pagados, más que no el caballero Atrevido con su hijo, que estaba atendiendo la respuesta de la dueña, que no podía de ella haber repuesta, teniéndose en caro. Pero a la cima salió otra su privada de travieso, más fina que las otras en el mester, y dijo: «Señora, guardaos no os comprehenda Dios por la desmesura que mostráis contra este caballero, ca ya vi otros tullidos de pies y de manos y de habla por querer ser caros de palabra y de lo al que Dios les dio.» «Comoquiera», dijo la señora, «que yo ganaré poco en estos amores, y él menos...» «Ciertas, yo no iré de aquí denodado». Y tomola por la mano y metiola a sus casas y fincó con ella una gran pieza hablando.

Y cabalgó luego el caballero y fuese para la posada. Supo luego el hecho en cómo pasó entre el caballero y la dueña, y fue la más sañuda cosa del mundo. Y asentose en un estrado y tenía el un brazo sobre el conde Nasón, que dio el rey de Mentón por traidor, y el otro brazo sobre el bisabuelo, que dado además por traidor, así como ya oísteis. Y cuando entraron el caballero y su hijo por la puerta del palacio en sus palafrenes, vieron estar en el estrado un diablo muy feo y muy espantable, que tenía los brazos sobre los condes, y semejaba que les sacaba los corazones y los comía. Y dio un grito muy grande y muy fuerte, y dijo: «Caballero loco y atrevido, ve con tu hijo y sal de mi tierra, ca yo soy la señora de la traición.» Y fue luego hecho un terremotus, que semejó que todos los palacios y la ciudad venía a tierra, y tomó un viento torbellino tan fuerte al caballero y a su hijo, que tan bien por y los subió muy de recio, y dio con ellos fuera del lago cerca de la su tienda. Y este terremotus sintieron dos jornadas en derredor del lago, de guisa que cayeron muchas torres y muchas casas en las ciudades y en los castillos.

La su gente del caballero recudían cada día a aquella tienda a ver si aparecía su señor en aquel lago. Y otro día después que el caballero llegó a la tienda, vinieron y sus escuderos muy espantados por el tremer de la tierra que fuera hecho antedía; pero después que vieron a su señor fueron muy alegres y muy pagados, y dijeron: «Señor, pedímoste por merced que salgas de aqueste lugar, ca muy peligroso es.» «Ciertas», dijo el caballero, «mucho nos es mester, ca nunca tan quebrantado salí de cosa que comenzase como de esta». «¿Pero tenemos bestias en que vayamos?», dijo el caballero, «ca dos palafrenes en que salimos del lago, luego que de ellos descabalgamos, se derribaron en el lago, el uno en semejanza de puerco, y el otro en semejanza de cabra, dando las mayores voces del mundo.» «Ciertas, señor», dijo un escudero, «tenemos todas nuestras bestias muy grandes y muy sazonadas, salvo ende que están espantadas por el gran tremer de la tierra que ayer fue hecho». «Ciertas sí», dijo un escudero, «de guisa que cuidamos todos perecer». «Señor», dijo un escudero, «¿ese que convusco viene quién es?». «Mío hijo es», dijo el caballero. «¿Y cómo, señor», dijo el escudero, «fuistes ya otra vegada en esta tierra, que tan gran hijo tenéis?». «Ciertas», dijo el caballero, «nunca en esta tierra fui sino ahora». «¿Y pues cómo podría ser vuestro hijo aqueste, ca ya mayor es que vos?» «No lo tengáis a maravilla», dijo el caballero, «ca la yerba mala aína crece. De tal manera es que en siete días echó este estado que tú ves. Y en aquella tierra donde él nació todas las reses paren a siete días del día en que conciben, y todos los árboles verdecen y florecen y llevan fruto de nuevo cada día». «¿Y en quién hubistes este hijo?», dijo el escudero. «En una dueña», dijo el caballero, «según me semejaba a la primera vista, la más hermosa que en el mundo podría ser; mas a la partida que me ende ahora partí, vila tornada en otra figura que bien me semejó que en todos los infiernos no era más negro y más feo diablo que ella era. Y bien creo que de la parte de su madre que es hijo del diablo, y quiera Dios que recuda a bien; lo que no puedo creer ca toda criatura torna a su natura».

Y contoles todo en cómo pasara, y ellos fueron ende muy maravillados de cómo ende estuviera vivo y sano. «¿Y cómo lo llamaremos a ese vuestro hijo?», dijo el escudero. «Ciertas», dijo el caballero, «no lo sé, si ahora no lo bautizáremos y le pusiéremos ahora nombre de nuevo, y tengo que será bien que lo hagamos». Y acordaron de bautizarlo, y pusiéronle nombre Alberto Diablo. Aqueste fue muy buen caballero de armas, y muy atrevido, y muy sin miedo en todas las cosas, ca no había cosa del mundo que dudase y que no acometiese. Y de este linaje hay hoy en día caballeros en aquel reino de Porfilia, muy entendidos y muy atrevidos en todos sus hechos. Y este cuento os conté de este caballero Atrevido, porque ninguno no debe creer ni meterse en poder de aquel que no conoce, por palabras hermosas que le diga ni por promesas que le prometa, mayormente en lugar peligroso, ca por aventura puede ende salir escarnido; mas esquivar las cosas dudosas, y más si algún peligro ve a ojo; así como hicieron los del reino de Mentón; ca luego que vieron el peligro de aquel lago, se partieron ende y se fueron para su señor. Y cuando el Rey supo aquellas maravillas que se hacían en aquel lugar, y lo que acaeciera a aquel caballero Atrevido, dijo así: «Amigos, ciertamente creo que aquel lugar es maldito de Nuestro Señor, y por eso todos los que caen en aquel pecado de traición deben ser echados en aquel lugar.» Y así lo puso por ley de aquí adelante que se haga.

Dice el cuento que el Rey dio luego el condado del conde Nasón a Garfín, y mandó que fuese con él Roboán su hermano y muy gran caballería de aquella que y tenía, y mandó que llevasen consigo al sobrino del conde Nasón, que le habían ya hecho hombrenaje de entregar toda la tierra. Y mandoles que le diesen al sobrino del Conde un lugar donde viviese abundadamente con diez escuderos. Y ellos hiciéronlo así, ca luego les fue entregada la tierra sin contrario ninguno, y viniéronse para el Rey todos con el conde Garfín, y muy alegres y muy pagados. Y el Rey estando en una ciudad muy buena que le decían Toribia, y la Reina con él, y viendo que no fincaba del plazo que él y la Reina habían a tener castidad más de ocho días, andaba muy triste y muy cuitado por miedo que habría a vivir en pecado con ella; mas Nuestro Señor Dios, guardador de aquellos que la su carrera quieren tener y guardarse del error en ninguna guisa, no quiso que en este pecado viviese, y antes de los ocho días finose la Reina y Dios llevole el alma a paraíso; ca su sierva era y buena vida y santa hacía. Y el Rey cuando esto vio que Dios le había hecho muy gran merced, pero que no sabía qué hacer, si llegaría así aquella buena dueña, que era en la ciudad, y la conociera por mujer, y eso mismo a sus hijos Garfín y Roboán.

Y en esto fue pensando muy gran tiempo, así que una noche estando en su cama, rogó a Nuestro Señor Dios que Él por la su santa piedad le quisiese ayuntar a su mujer y a sus hijos en aquella honra que él era, y adurmiose luego. Y escontra la mañana oyó una voz que decía así: «Levántate y envía por toda la gente de tu tierra, y muéstrales en cómo con esta mujer fuiste casado con ella que no con la Reina, y hubieras en ella aquellos dos hijos, y de que tú y la Reina mantuvistes castidad hasta que Dios ordenó de ella lo que tuvo por bien, y que quieran recibir aquella tu mujer por reina, y a Garfín y a Roboán por tus hijos. Y sé cierto que los recibirán muy de grado».

El Rey se levantó muy aína y envió por el canciller y por todos los escribanos de su corte, y mandoles que hiciesen cartas para todos los condes y duques y ricos hombres, y para todas las ciudades y villas y castillos de todo su señorío, en que mandaba que le enviasen de cada lugar seis hombres buenos de los mejores de sus lugares, con cartas y con poder de hacer y otorgar aquellas cosas que hallase por corte que debían hacer de derecho, de guisa que fuesen con él todos por la Pentecosta, que había de ser de la data de estas cartas hasta un año.

Las cartas fueron luego enviadas por la tierra muy apresuradamente, de guisa que antes del plazo fueron todos ayuntados en su palacio mayor. Y él asentose en su silla, su corona noble en la cabeza, y envió por aquella dueña su mujer, y por Garfín y Roboán sus hijos. Y cuando llegaron al palacio, dijo el Rey así: «Amigos y vasallos leales, yo hube este reino por la merced de Dios, que me quiso guiar y endrezar, y darme seso y poder y ventura buena, porque yo pudiese descercar esta ciudad donde tenían cercado al Rey que fue antes que yo, y hube su hija por mujer; pero Dios por la su merced no quiso que viviese con ella en pecado, por yo fuera antes casado con otra mujer, de que no sabía si era muerta o viva, y hasta que yo supiese mayor certanedad de ello dije a la Reina mi mujer que por un pecado grave que yo hiciera que me dieran en penitencia que mantuviese castidad por dos años. Y ella, como de santa vida, dijo que mantendría castidad conmigo, y yo que la mantuviese otrosí, ca más quería amigo de Dios y que cumpliese mi penitencia que no vivir en pecado mortal y haber Dios airado. Y antes que el plazo de los dos años se cumpliese, quísola Dios llevar para sí, y así como aquella que era su sierva y mantenía muy buena vida como todos sabéis. Y en este tiempo veía yo aquí mi mujer la primera y dos hijuelos que en ella hubiera, y conocía a la mi mujer muy bien, comoquiera que ella no me conocía. Ca los hijos perdilos muy pequeños y no me podía acordar bien de ellos, salvo ende que me acordaba cuando la buena dueña contaba de cómo los perdiera y cuál lugar. Y son estos y aquella buena dueña que y veis, y Garfín y Roboán sus hijos y míos; mas en tiempo de la Reina, que Dios perdone, no me atreví a decirlo, por miedo de no meter escándalo y duda en los de la tierra. Por que os ruego que, pues Dios así lo quiso ordenar que la Reina y yo viviésemos en pecado mortal, y me quiso aquí traer la mi mujer primera y los mis hijos, que os plega que me mantenga con ellos así como debo».

Todos los de la tierra fueron muy espantados, y se maravillaron mucho de esto que el Rey decía, y comenzaron a hablar entre sí y a murmurear. Él estaba muy espantado, y cuidaba que no hablaban ni murmureaban por al sino por cumplir su voluntad, y dijo: «Amigos, ¿por qué no respondéis? ¿Pláceos que sea esto que yo os pido o no? Pero quiero que sepáis por cierto que antes os sabría dejar el reino que vivir sin mujer; ca viviendo sin ella y no conociendo mis hijos como debía, viviría en pecado mortal, y tengo que por esta razón que haría Dios mal a mí y a vos.»

Levantose en pie el conde Nafquino, que era el más anciano y el más poderoso de toda la tierra, y dijo así: «Señor, rey de virtud, no quiera Dios que por ninguna cosa del mundo vos hayáis a dejar el reino, mayormente por mengua de lo que os habemos a decir y a hacer. Ca, señor, vos sois aquel que Dios quiso, y la vuestra buena ventura, que hubieseis el reino para nos ser amparados y defendidos y honrados así como nos sobre todos los del mundo, por vos y por el vuestro esfuerzo y por vuestro entendimiento. Y si por la nuestra desventura os hubiésemos a perder, mayormente por la nuestra culpa, perdidos y estragados seríamos nos, y no sin razón, ca seríamos en gran culpa ante Dios, y los vecinos nos estragarían. Mas tenemos por derecho y por aguisado que recibáis vuestra mujer y que os mantengáis con ella, y que conozcáis y lleguéis a vuestros hijos así como debéis. Y nos recibiremos a la vuestra mujer por señora y por reina, y a vuestro hijo el mayor por vuestro heredero después de los vuestros días.» Y comenzó el Conde a decir a todos los otros: «¿Tenéis esto por bien?» Respondieron todos a una voz y dijeron: «Tenémoslo por bien y plácenos.» Y de y adelante tomaron a su mujer y fuéronla meter en un palacio y vistiéronla de nobles paños y pusiéronle una corona de oro en la cabeza, muy noble, y fuéronla asentar en una silla a par del Rey, y los dos sus hijos a sus pies. Y fueron todos uno a uno a besar las manos y hacerle hombrenaje a la Reina y al hijo mayor del Rey. Ca convidados los había que fuesen sus huéspedes ese día. Y después de comer fueron las mayores alegrías que en el mundo podrían ser dichas, y eso mismo hicieron en todo el reino después que se tornaron a sus lugares los que y vinieron por mandaderos.

El Rey fincó muy leído y muy pagado con su mujer y con sus hijos, contando la mujer en cómo pasaría su tiempo después que la perdiera, y cómo le hiciera Dios muchas mercedes así como ya oísteis. Y los caballeros sus hijos contaban otrosí de aquel burgués, de cuantos bienes les había hecho él y su mujer, y pidiéronles por merced que quisiesen que recibiesen de ellos algún buen galardón por la crianza que en ellos hicieran. Ciertas al Rey plugo muy de corazón ca estos mozos reconocían bien hecho, y mandoles dar sus donas muy buenas y que se las enviasen, y ellos hiciéronlo así. Y vínosele en mente al Rey de lo que le dijera el ermitaño, y envió luego por el caballero Amigo, y dijo: «Caballero Amigo, ¿viénesete en mente del ermitaño donde yo te conocí primero?» «Ciertas», dijo el caballero, «sí». «Pues toma aquella mi corona más noble, que vale muy gran haber, y diez salmeros cargados de plata, y llévalo aquella ermita y ofrecelo y. Y si hallares el ermitaño vivo, dáselo y dile que haga y hacer un monasterio de monjes, y que haga comprar muchos heredamientos en que se mantengan.» El caballero Amigo hízolo así, y fue todo cumplido como el Rey mandó, de guisa que hoy en día es el monasterio muy rico y mucho abundado, y dícele el monasterio de Sancti Spiritus, que era la evocación de aquel lugar por honra de la fiesta y de aquella buena obra nueva, que les darían sendos dineros de oro y de comer aquel día.

Y llegose y muy gran compaña y gente, entre los cuales era el pescador cuyo servidor era el caballero Amigo. Y conociolo e hízolo meter a su cámara, y desnudó sus paños muy buenos que tenía, y dióselos y mandole que los vistiese luego. El pescador, no conociéndole, díjole: «Señor, pídote por merced que no quieras que tan aína los vista, ca los que me conocen cuidarán que los hurté; y aunque sepan que tú me los diste, tenerme han por loco en vestir tales paños como estos.» «¿Y cómo?», dijo el caballero Amigo, «¿locura es en traerse hombre apuesto y bien vestido? Ciertas mayor locura es en no vestirlos el que los tiene, mayormente no costando nada. Y si otra razón no me dices por que extrañas de vestirlos, no te tendré por de buen entendimiento». «Ciertas, señor, yo te lo diré», dijo el pescador, «según el poco entendimiento que yo he. Bien sabes tú, señor, que tales paños como estos no caen para hombre pobre, sino para hombre muy rico y muy hecho, y cuando estos dejare, que puede hacer otros tales o mejores». «Ciertas», dijo el caballero Amigo, «¿que podrás tú llegar a tal estado en algún tiempo que esto pudieses hacer?». «Señor», dijo el pescador, «sí creo, con la ayuda de Dios y en la su merced, que lo puedo hacer». «Ahora te digo», dijo el caballero Amigo, «que te tengo por de mejor seso que no cuando yo me partí de ti, que dijiste que no veías en mí señales por que Dios me hiciese mejor que tú, y yo respondite que te acomendaba al tu poco seso, y así me despedí de ti». «Señor», dijo el pescador, «nunca yo tal palabra dije, ca sería gran locura en decir a tan poderoso señor como tú que no podría ser mejor que yo». «¿Y no me conoces», dijo el caballero Amigo, «que guardaba la choza ribera del mar?» Y el pescador lo cató mucho y conociolo y dejose caer a sus pies. El caballero Amigo le hizo levantar y le dijo así: «Amigo, no tengas en poco el poder de Dios, ca Él es poderoso de hacer lo que otro ninguno no puede hacer; y doyte aquestos paños por la saya vieja que me diste cuando me partí de ti, porque no tenías al que me dar. Y por la respuesta que ahora diste, como hombre de buen entendimiento, mando que te den, de la merced que Dios me hizo, mil dineros de oro en que puedas hacer cada año en tu vida otros tales paños, y otros mil dineros para mantener tu casa; y si te falleciere en algún tiempo, mando que te vayas a mí al reino de Mentón, y yo te quiero cumplir de lo que te fuere mester. Y demás, tengo por bien que tú seas veedor y mayordomo de todas las cosas del monasterio so el abad: el cual abad es el ermitaño de la ermita, huésped del rey de Mentón, y lo tuvo por bien ca muchos placeres había recibido del pescador».

Y por tales como estos dice el proverbio antiguo que no nace quien no medre. Y ciertamente de muy pobres que estos eran llegaron a buen estado, y señaladamente el caballero Amigo, así como adelante oiréis. Y desí tornáronse el caballero Amigo para el rey de Mentón, y contole lo que había hecho, y plugo al Rey muy de corazón porque tan bien lo hiciera, y agradecióselo mucho, y señaladamente porque el ermitaño era ende abad, ca era muy buen hombre y muy honesto.

Y luego hizo el Rey llamar a sus hijos que viniesen ante él, y dijo a Garfín: «Hijo, a nos hizo Dios mucho bien y mucha merced, más de cuanto nos merecemos, por que somos tenidos de agradecérselo en todo tiempo tan buen servicio. Y tú sabes que ya has de ser rey después de mis días, por que ha mester que a Roboán tu hermano que le hagas muy buena parte del reino, en manera que haya su parte de la honra y de la merced que Dios a nos hizo.» Garfín fue besar las manos por esta merced que le decía, y díjole que no solamente hubiese parte, mas de todo en todo fuese señor y ordenador, y aún, si ser pudiese, que amos a dos pudiesen haber nombre de rey, que le placía muy de corazón. «Hijo», dijo el Rey, «díceslo muy bien, y cierto soy que si lo cumplieres Roboán siempre te será mandado y pugnará en acrecer tu honra». «Padre señor», dijo Roboán, «bien fío, por la merced de Dios Nuestro Señor, que Él, que hizo a vos merced y a mi hermano en querer hacer a vos rey y a él en pos vos, que no querrá a mí desamparar ni olvidar; y no quiera Dios que por parte que Él quiera dar a mí en el reino yo mengüe de la su honra en ninguna cosa; mas yo, sirviendo a Dios, pugnaré en trabajar y hacer tanto que Él por la su piedad me pondrá en tan gran honra como a mi hermano; que me queráis hacer algo de lo vuestro y que me deis trescientos caballeros con que vaya probar las cosas del mundo, porque más valga».

Ciertas con estas palabras que Roboán dijo pesó mucho al Rey, ca tenía que no se quería partir de esta demanda, y por aventura que se partiría, y díjole así: «Roboán, por amor de Dios, que vos no queráis partir de esta tierra donde hizo Dios gran merced a mí y a vos, ca andando por tierras extrañas pisa hombre muchos trabajos y muchos peligros, y aquí habéis vida holgada y todo se hará y se ordenará en el reino así como vos mandareis.» «Señor», dijo Roboán, «pues yo a vos y a mi hermano dejo asosegados en el reino, así como que habéis muy bueno y muy en paz, loado sea Dios, pídoos por merced que hayáis duelo de mí, ca viciosos y lazrados todos han a morir, y no finca al hombre en este mundo sino los buenos hechos que hace, y esto es durable por siempre. Ca, ¿qué pro me tendría de fincar yo aquí y haber vida muy viciosa y muy holgada, sin ningún bien hecho que yo hiciese? Ciertas, el día que yo muriere morirá todo el vicio y toda la holgura de este mundo, y no dejaría en pos mí ninguna cosa por que los hombres bien dijesen de mí; ca bien os digo, señor, que la mayor mengua que me semeja que en caballero puede ser es esta: en quererse tener vicioso, pónese en olvido y desampárase de las cosas en que podría haber mayor honra de aquella en que está; ca ciertamente ojo tengo para trabajar y para ganar honra».«Pues así es», dijo el Rey, «Dios por la su merced te lo endrece y te lo lleve adelante. Y fío por Él que así será. Y según por mi intención es, cierto soy y no pongo en duda que has a llegar a mayor estado que nos por el tu propósito, que tan bueno es; mas quiero que Garfín y tú seáis mañana en la mañana conmigo, ca os quiero aconsejar tan bien en hecho de caballería como en guarda de vuestro estado y de la vuestra honra cuando Dios os la diere».

Y otro día en la mañana fueron con el rey Garfín y Roboán, y oyeron misa con él. Y cuando fue dicha, mandó el Rey a todos los que y estaban que se fuesen, porque había mucho de librar en su casa de la su hacienda y pro del reino, y entrose en su cámara con Garfín y con Roboán, sus hijos, y asentose ante él, las caras tornadas contra él, y bien así como maestro que quiere mostrar a escolares. El su comienzo del Rey fue este.



Anterior Indice Siguiente