Muriendo Francisco Esforcia, |
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Duque de Milán, su hijo |
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dejó en tutela a su
hermano, |
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que es hoy mi padre y su
tío. |
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Gobernando sus acciones |
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siempre mi padre ha vivido |
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en su palacio, y de suerte, |
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que el Duque nunca me ha
visto; |
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porque como me crió |
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de una aldea en el retiro, |
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cuando me trajo a
Milán, |
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que él me viese nunca
quiso. |
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Fue siempre muy obediente |
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a su gobierno mi primo |
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mientras sus años no
dieron |
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posesión a su
albedrío; |
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pero entrando ya en la edad |
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de los juveniles bríos, |
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fue su elección
desmintiendo |
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las obediencias de
niño. |
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Conoció mi padre en
él |
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un tan violento capricho |
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de genio voluntarioso, |
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que se arrastra de sí
mismo. |
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(Que hay hombres que usan tan
mal |
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de lo libre de su arbitrio, |
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que parece que en sus obras |
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fuerza, y no inclina, el
destino.) |
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Para excusar su prudencia |
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los daños deste
peligro. |
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tratar, por darle sosiego, |
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de su casamiento quiso; |
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que una de muchas virtudes |
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del matrimonio divino, |
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es que él sólo poner
pudo |
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en las juventudes juicio. |
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Yo, sin ser vista del Duque, |
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le he visto en los ejercicios |
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de caballero, de donde |
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mi inclinación ha
nacido. |
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Una de las gracias mías |
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es mi voz, en quien yo libro |
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de las fatigas del ocio |
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tal vez el descanso
mío; |
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que en el ocio hay diferencia, |
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si es buscado o si es preciso: |
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que si es preciso, es trabajo; |
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y si es buscado, es alivio. |
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Cantando pues en las rejas |
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de aqueste jardín
florido |
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varias veces, una de ellas |
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me escuchó acaso mi
primo. |
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Arrebatóle mi acento |
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tanto, que desde allí
vino |
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a repetir cada día |
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la ocasión, la hora y el
sitio. |
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De mi acento enamorado, |
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solicitó su
cariño |
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saber el dueño, y
logró |
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fácilmente lo que
quiso. |
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De esta noticia al deseo |
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de verme hay poco distrito; |
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mas cuanto él buscó
ocasiones, |
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las recató mi
desvío. |
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Nunca dél me dejé
ver, |
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siendo él de mí tan
bien visto. |
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Y aquí extraño en las
mujeres |
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lo que en todas es estilo: |
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tan rara naturaleza |
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la nuestra es, que permitimos |
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los ojos al que nos mira |
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sin cuidado ni cariño, |
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y al que amante los desea |
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luego se los encubrimos, |
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aunque inclinadas estemos; |
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siendo así que era
más digno |
|
de verlos quien los desea; |
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porque parece delito |
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darlos cuando no es favor, |
|
negarlos cuando es alivio. |
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Mas cuando el amor lo hace, |
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es niño y hace lo mismo |
|
que él suele; pues si una
cosa |
|
tiene en las manos el
niño, |
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y se la piden, la guarda, |
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avaro del beneficio; |
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y cuando no se la piden, |
|
convida con ella él
mismo. |
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Creció el oído a los
ojos |
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cada día el apetito; |
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que no hay quien se envidie
más |
|
que un sentido a otro sentido. |
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Tanto se inflamó su
pecho, |
|
que tal vez llegó a mi
oído |
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de su deseo amoroso |
175 |
el tercero de un suspiro; |
|
mas yo, cuanto él más
amante, |
|
más rebelde.
¡Qué dominio |
|
tan lisonjero en nosotras |
|
es ver los hombres rendidos! |
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No sé qué modo es el
nuestro |
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de amar, que el amor le hizo |
|
para lisonja y halago |
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del sugeto que es querido. |
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Y esto se prueba en los
hombres, |
185 |
pues cuando ellos están
finos, |
|
el dar gustos a su dama |
|
son sus mayores alivios. |
|
Mas al contrario, en nosotras |
|
es el halago un castigo |
190 |
cuando más enamoradas; |
|
pues recatando el
cariño, |
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se compone nuestro gusto |
|
de arrastrarlos y afligirlos, |
|
y resulta nuestra gloria |
195 |
de estar viendo su martirio. |
|
Mas mi retiro en mi amor |
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no llevaba este designio, |
|
sino un temor de saber |
|
la condición de mi
primo, |
200 |
y dudar si su deseo |
|
era fineza o capricho, |
|
y no querer exponerse |
|
mi vanidad a un peligro. |
|
Porque yo soy de
opinión |
205 |
que amor perfecto no ha
habido, |
|
sino engendrado del trato; |
|
donde el sugeto se ha visto |
|
con todas sus condiciones, |
|
y hayan hecho los sentidos |
210 |
una información
bastante, |
|
con que proponen que es digno |
|
de amor a la voluntad, |
|
y ella entonces, sin peligro |
|
de hallar cosa que la fuerza, |
215 |
se entrega por el aviso. |
|
Y el amor que de esto nace |
|
es el perfecto y el fino, |
|
y el que sólo con la
muerte |
|
puede llegar al olvido. |
220 |
Porque el que nace de ver |
|
un sugeto tan divino, |
|
que el albedrío
arrebata, |
|
nunca puede ser ni ha sido |
|
más que inclinación
violenta, |
225 |
movida del apetito. |
|
Y éste, si para
lograrse |
|
halla imposible el camino, |
|
crece con tanta violencia, |
|
que equivocan el oficio |
230 |
del amor fino y perfeto, |
|
sus ansias y sus suspiros; |
|
mas no puede ser amor, |
|
de que es evidente indicio |
|
el que las más veces
muere |
235 |
en el logro del designio. |
|
Y esto nace de dos causas: |
|
una el haber aprehendido |
|
perfección en el
sugeto, |
|
que no halló, y esto le
hizo |
240 |
parar a la voluntad; |
|
que siguiera su camino |
|
si hubieran hecho primero |
|
su información los
sentidos. |
|
Otra, que apetito sólo |
245 |
pudo ser, y este delirio, |
|
en llegándose a lograr, |
|
muere luego de sí
mismo. |
|
Con que, apetito y amor |
|
y inclinación son
distintos: |
250 |
en que amor hecho del trato |
|
dura a pesar de los siglos; |
|
la inclinación tiene
riesgo |
|
de hallar falta que no ha
visto; |
|
y el apetito logrado |
255 |
deja de ser apetito. |
|
Yo pues, temiendo estos
riesgos, |
|
empeñé más mi
retiro; |
|
y porque yo en mi temor |
|
obrase con más aviso, |
260 |
determinó mi agudeza |
|
dejarse ver de mi primo |
|
de tal modo y en tal parte, |
|
que no tuviese un indicio |
|
de que era yo la que
vía; |
265 |
por ver si el efeto mismo |
|
hacía mi rostro en sus
ojos |
|
que mi voz en sus
oídos. |
|
Vióme pues, pero de
verme |
|
resultó un desaire
mío, |
270 |
porque en mí no hizo
reparo; |
|
y aunque con los ojos fijos |
|
me vio, fue tan sin cuidado |
|
y pasó tan divertido, |
|
que pienso que no llevó |
275 |
memoria de haberme visto. |
|
Quedé corrida y mortal. |
|
Y el desaire que me hizo |
|
trocara allí mi
hermosura |
|
a todo el riesgo temido. |
280 |
No ha de examinarse un riesgo |
|
por tan costoso camino, |
|
que haber pueda en el examen |
|
más daño que en el
peligro. |
|
Las damas con su hermosura |
285 |
han de tener el estilo |
|
que los hombres con la honra, |
|
que probarla es desatino: |
|
porque al hombre y a la dama |
|
suele suceder lo mismo |
290 |
que al que teniendo una espada |
|
de estimación por su
brío, |
|
o satisfecho o dudoso |
|
de su firmeza, la quiso |
|
probar, y en la necia prueba |
295 |
la espada pedazos hizo. |
|
En la hermosura y la honra |
|
puede haber el daño
mismo, |
|
y no se ha de examinar, |
|
si una es barro y otra es
vidrio; |
300 |
que el examen puede hacer |
|
como en la espada el peligro, |
|
porque a veces el acero |
|
suele quebrarse de fino. |
|
De aquí creció en mi
silencio |
305 |
el recato y el retiro; |
|
y en él discurriendo a
veces, |
|
quiso averiguar el juicio |
|
por qué razón mi
hermosura |
|
no admiró al Duque, mi
primo, |
310 |
habiendo sido cuidado |
|
de todos cuantos la han visto. |
|
Y hallé que de natural |
|
causa el efecto es preciso; |
|
porque cualquiera a quien
entra |
315 |
el amor por el oído |
|
hace aprehensión de
querer |
|
un sugeto que no ha visto, |
|
y ver está deseando; |
|
y con aqueste incentivo |
320 |
a cualquier mujer que vea, |
|
como no imagine él
mismo |
|
que es aquella la que piensa, |
|
la tratará con
desvío. |
|
Con que, a ser yo más
hermosa, |
325 |
me hubiera allí
sucedido |
|
el descuido del desaire; |
|
y a ser más fea, si
indicio |
|
tuviera de que era yo |
|
la que le daba el motivo, |
330 |
le arrebatara. Y según |
|
le hubiese allí
parecido, |
|
o encendiera su deseo, |
|
o apagara su apetito |
|
con este discurso a solas |
335 |
consolé el desaire
mío; |
|
y en este tiempo mi padre, |
|
teniendo ya concluidos |
|
los conciertos de sus bodas, |
|
de que yo no tuve aviso, |
340 |
las puso en ejecución, |
|
firmadas ya de mi primo. |
|
Por la duquesa de Parma, |
|
Carlos, mi hermano, ha
partido, |
|
que es el dueño
venturoso |
345 |
del bien que lloro perdido; |
|
porque lo que fue no
más |
|
que inclinación y
cariño, |
|
a vista ya de la envidia |
|
de que otra te ha merecido, |
350 |
si amor no ha podido ser, |
|
se ha convertido en delirio, |
|
en ansias y desconsuelos, |
|
penas, congojas, suspiros |
|
y aunque sé que en no
arriesgarme |
355 |
del Duque al libre capricho, |
|
he andado como discreta, |
|
tanto arrastra mi
albedrío |
|
la envidia de verle ajeno, |
|
que sin poder resistirlo, |
360 |
soy toda de mis pesares, |
|
a pesar de mis avisos. |
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