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Aparte I

 

[Con telón cerrado.]

 

CLARÍN.-   [De 60 años.]  Desde la última vez que nos vimos han pasado diez largos años. ¡Qué extraña es la vida humana! A veces un instante cambia su rumbo, pero en ocasiones pasan años y sigue igual. En estos diez años nada pasó. Segismundo iba haciéndose viejo, pero Polonia era rica. El reino de Moscovia siguió al acecho, pero nunca declaró la guerra. Si Polonia no cambió, yo sí. Fue entonces cuando me casé con Nicolasa. Ella nunca ha sabido lo que voy contarles; primero la observé por meses hasta que me convencí de que era una buena muchacha. Yo estaba receloso porque la historia de mi padre podría interesarle a más de una y aparentarme cariño. Pero no Nicolasa, ella fue siempre desinteresada. Todo lo hizo por nuestros hijos y por mí. ¡Perdón, estoy hablando demasiado de mí! Ustedes vinieron para conocer la historia del Segismundo y sus herederos, no para oír la mía. Yo nadie soy, ni tengo qué heredar. Creo que fui más feliz aunque mi padre. Él no fue un héroe; lo mataron porque se escondió cobardemente durante la batalla; me lo dijo el soldado, y me juró no decírselo a nadie más. No creo que haya sido realmente un cobarde, fue sólo un escudero que ambicionó ser bufón, para llegar a ser importante. Al menos él decía que la máxima aspiración e un bufón es llegar a ser primer ministro, y que la máxima aspiración del primer ministro es llegar a ser bufón. ¡Ven nadie se rió! Cuando mi padre lo decía la corte se estremecía de risa. Yo me sé muchos chistes, fue la única herencia de mi padre; pero no lo puedo decir porque nadie se ríe. ¡Bueno, ni Nicolasa! Yo creo que ella estuvo más capacitada para ser ministro o bufón. ¡Cuando la conocí era una muchacha pueblerina y en pocos años aprendió tanto! Se hablaba con el obispo y con todos los demás. En la cocina se decía que era la mujer más informada de palacio. ¡Siempre estuve tan orgulloso de ella! Nunca me faltó como esposa, y eso que en la corte se comenzaron a ventilar ciertas relaciones y se permitieron ciertas cosas, que antes, ¡cuándo! A veces pienso que todo cambió pero que no lo notamos, porque también nosotros habíamos cambiado. Nicolasa me decía que estaba loco, pero yo sospechaba que cada día requeríamos menos corazón. Y no lo diría ahora si no fuera porque entonces se estaba fraguando el cataclismo al que hemos llegado.

VOZ DE MICRÓFONO.-   Tercera llamada. Tercera. Comenzamos.  [O señal acostumbrada.] 

CLARÍN.-  ¡Ya va a empezar! Esta escena tiene la frase que más me gusta de la obra. Cuando oigan hablar de un arado, piensen en mí. ¡Me hubiera gustado que el dramaturgo me hubiese dado ese parlamento!  [Sale con el telón.] 



Escena I

 

[La Torre; música del período romántico.]

 

SOLDADO.-   [De 60 años.]  ¿Cómo amanecisteis?

AMÉRICO.-   [Que está encadenado.]  Ni mejor que ayer, ni peor que mañana.

SOLDADO.-  El día es soleado y la caza está esperando en la pradera.

AMÉRICO.-  ¿Vas de cacería?

SOLDADO.-  Podría si mi señor me lo ordenase.

AMÉRICO.-  ¿Y si tu señor quisiera acompañarte?

SOLDADO.-  No me pidáis lo que sabéis que no puedo concederos.

AMÉRICO.-  ¿Tuviste a mi padre aherrojado toda su juventud?

SOLDADO.-  Me prometisteis no hablar de esos tiempos. Dedicaros, como vuestro padre, a estudiar los libros del maese Clotaldo.

AMÉRICO.-  La ciencia pura y la pura ciencia.

SOLDADO.-  Son libros buenos.

AMÉRICO.-  ¡Fíjate qué buenos son! Han estado en la mente de muchos por años y años, y tú sigues siendo el mismo soldado pobre. ¿De qué te sirve conocer la verdad, si no tienen carne en el caldero?

NICOLASA.-   [Entra. Su cuerpo ha comenzado a adquirir la redondez de una matrona.]  Si su alteza tiene hambre, no tiene más que pedir.

AMÉRICO.-  Es temprano aún, mujer.

NICOLASA.-  En esta torre no sabemos de relojes, vos medís el tiempo.

AMÉRICO.-   [Juguetón.]  El soldado no me quiere dejar ir de cacería.

NICOLASA.-  Si el rey se llegara a enterar, ¿qué sería de nosotros?

AMÉRICO.-   [Cariñoso.]  Viejo soldado, sólo bromeaba. Con tu amistad me basta.

SOLDADO.-  Los mozos pueden traer buenas piezas de caza, y Nicolasa las puede cocinar.

NICOLASA.-  ¡Voy a preparar un potaje que hará historia!

AMÉRICO.-  Me voy a chupar los dedos.

SOLDADO.-  Voy a buscar a los mozos.  [Mutis.] 

NICOLASA.-  Necesitáis alimentaros bien, esta vida de claustro no os ayuda a tener apetito.

AMÉRICO.-  ¡La soledad y las tristezas son buenas consejeras!

NICOLASA.-  ¡No para los jóvenes! A mis hijos no lo entiendo, les hace falta educación.

AMÉRICO.-  Tu sola educación los llevará a la felicidad.

NICOLASA.-  La felicidad sin pan no es felicidad.

AMÉRICO.-  Poco pan se requiere para ser feliz.

NICOLASA.-  No creo que pudierais convencer a mis hijos, siete pocas tragonas. Me gustaría traerlos a la torre, si vos lo permitís. No conocen el lugar de la muerte del gran Clarín,  [Marca las palabras.]  son sus nietos, vos lo sabéis. Siempre me piden que les cuente la historia de la liberación del rey Segismundo. De cómo el gran Clarín encabezó la revuelta y dio su vida por el rey.

AMÉRICO.-  ¡Que malo que el rey ni siquiera hizo caballero a tu marido! Si a mí me hubieran liberado, los habría hecho ricos, por lo menos un marquesado sería vuestro.

NICOLASA.-   [Palmoteando.]  ¿De verdad?

AMÉRICO.-  Sueña lo que quieras. Tus hijos estarían en la milicia y serían de mi confianza. Tus hijas, damas de la corte con modales refinados y ricos pretendientes. La estirpe del gran Clarín haría tanta historia como tus potajes.

NICOLASA.-  ¿Lo decís en serio?

AMÉRICO.-  Que tu marido me libere de esta torre, como su padre a mi padre, y yo lo cumpliré, ¡ja, ja!

NICOLASA.-  Sueños inútiles. En una revuelta, mi marido se escondería tras los arbustos; no tiene temple de héroe como su padre. Esa es mi desgracia.

SOLDADO.-   [Entrando.]  Tienes un buen marido, no te quejes.  [A AMÉRICO.]  El maese Anselmo pide audiencia.

AMÉRICO.-   [Alegre.]  Hacedlo pasar.

SOLDADO.-  La vez pasada me prometisteis que era la última.

AMÉRICO.-  ¿A quién daño conversando con un artista?

SOLDADO.-  Si vuestro padre se entera. Polonia va a dejar de contar conmigo.

AMÉRICO.-  ¿Quién se lo va a decir? ¿Nicolasa?

NICOLASA.-  De mi boca no saldrá.

SOLDADO.-  Tendré que estar presente.

AMÉRICO.-  Eres mi invitado.  [Sale el SOLDADO.] 

NICOLASA.-  Yo les digo a mis muchachos que hablen con maese Anselmo, algo aprenderán de los mucho que sabe.  [Entran ANSELMO y el SOLDADO.] 

AMÉRICO.-   [Con gran entusiasmo.]  ¡Maese Anselmo! Bienvenido hoy y siempre.

ANSELMO.-  Hoy sí, siempre ¿quién sabe? ¿Qué tal, Nicolasa?

NICOLASA.-  El camino da hambre y el caldero aún está vacío. Las fregonas de la torre no saben qué es ser cocinera de palacio.  [Sale; el SOLDADO vela desde la distancia, pica en mano.] 

AMÉRICO.-  Tengo tantas cosas que quiero comentar contigo. Gracias por los libros que me mandaste. En la torre sólo hay libros de ciencia. Leí a Calderón; su pluma aclara el misterio de las aspiraciones humanas.

ANSELMO.-  El arte guía a la historia cuando la religión y la ciencia no dan frutos.

AMÉRICO.-  ¡Maese no puedo más! No encuentro sentido a mi vida en esta torre. He hurgado en la ascética cristiana, he vagabundeado en la ciencia, he soñado con el arte. ¡No puedo soportar el ver pudrirse mi vida en esta torre! ¿Nunca tendré una corona, ni un hijo? ¡Yo soy el infante! Mi padre no puede borrar mis derechos.

ANSELMO.-  Polonia sigue su camino sin vos.

AMÉRICO.-  Y yo, ¿a dónde voy?

ANSELMO.-  Proseguís la aventura del ser.

ANSELMO.-   [Con gran tristeza.]  Mi escultura ya no existe. Era la figura humana más bella que ha podido crear el hombre. Mostraba la nostalgia del ser.

AMÉRICO.-  Si tuviera libertad, quizá podría hace algo.

ANSELMO.-  ¿Qué harías?

AMÉRICO.-  Lo he soñado muchas veces durante estos años. Marcaría el inicio de una era. Los descubrimientos de Clotaldo son maravillosos, pero no han pasado a ser herencia de los pobres. ¡Imaginaros a Polonia con todos esos medios aplicados a su beneficio! Ya no habría pobres, de sus mentes se borraría la palabra «hambre». Ya no existiría el dolor. El trabajo dejaría de ser una actividad cansina para darle sentido a la vida humana.

ANSELMO.-  Y cuando terminéis de darles todo, ¿qué esperarían?

AMÉRICO.-   [Piensa.]  El pueblo podría tener más horas de ocio para descubrir el arte.

ANSELMO.-  ¿Y habría que esperar hasta entonces?

AMÉRICO.-  Los pobres no gustan de tu arte.

ANSELMO.-   [Con gran pasión.]  ¡El hambre y el sufrimiento conducen a la belleza! ¿No habéis visto desde las ventanas de la torre cómo aran los labriegos la tierra dura y seca? Cuando el arado no hace surcos, le amarran piedra enormes para aumentar su peso; así logran que sus cuchillos hieran la tierra. El hambre y las tristezas son como esas piedras, logran hacer surcos en el espíritu, para que las semillas del ser germinen.

AMÉRICO.-   [Con envidia.]  Hablas como si fueras el único que puede salvar a Polonia.

ANSELMO.-  A veces siento que lo soy.

AMÉRICO.-  ¡Aventúrate a salvarla! La religión y la ciencia pretenden gobernar Polonia, pero nunca pensé que también el arte lo ambicionara. ¡Junto a la teocracia y a la tecnocracia ha nacido una nueva forma de gobernar: la estetocracia!

ANSELMO.-  La torre no os ha liberado de vuestros demonios.

AMÉRICO.-  Hablas como el obispo.

ANSELMO.-  El problema de Polonia es que tiene vidas truncas: tiene un obispo, un científico y un artista; pero no tiene un sólo hombre completo. ¡Cuántas vidas se desperdician como la vuestra! En la torre de la ignorancia, en la torre de la mediocridad, en la torre de la indolencia. No sé a dónde va Polonia. Mi única esperanza es que cuando este mundo haya desaparecido exista un hombre que conserve lo poquito que somos; quizá él pueda abrir «la puerta del hombre» y recorrer el camino que lo conducirá a «la puerta del paraíso», pero eso ni vos ni yo lo veremos.

AMÉRICO.-  ¡Dadme la libertad y yo crearé una nueva Polonia!

ANSELMO.-  ¡Soñad con la libertad, que algún día os despertaréis siendo el rey de Polonia! Entonces tendréis que cumplir lo que ahora tan fácilmente prometéis.  [Oscuro.] 



Escena II

 

[Cita del OBISPO con el científico en un salón de palacio.]

 

OBISPO.-   Clotaldo, amigo mío, gran alegría me da el veros.

CLOTALDO.-  Necesito hablar con vos.

OBISPO.-  Aunque poco nos vemos, siempre volvemos a empezar en el punto donde la última vez nos quedamos, como los buenos amigos.

CLOTALDO.-  Nunca he sido bueno con las palabras. Perdonad que vaya al punto. ¡Estoy desesperado!

OBISPO.-  ¿Qué os pasa?

CLOTALDO.-   [Desolado.]  ¡Al rey Segismundo ya no le interesa la ciencia!

OBISPO.-  Siempre ha sido un admirador vuestro.

CLOTALDO.-  ¡Ya no lo es! No había querido creerlo, pero es verdad. Tengo miedo que mis científicos se enteres, ellos no deben ser perturbados por cuestiones temporales.

OBISPO.-  Creo que exageráis.

CLOTALDO.-  Lo conozco mejor que nadie. Cuando estuvo en la torre fue como un hijo para mí. Segismundo ha ido cambiando. ¿Es el mismo con vos?

OBISPO.-   [Mintiendo.]  Su Majestad me ha honrado con su cercanía, no sólo espiritual, sino también cordial.

CLOTALDO.-  Creí que era un sueño pasajero, ya veis que ha tenido más de uno. Pero hoy ya fue demasiado. Hace un año que tiene en sus manos mi petición de presupuesto de para una investigación que bien pudiera darle la inmortalidad

OBISPO.-  La inmortalidad solamente la da Dios.

CLOTALDO.-  Digamos que Dios se la ofrece por medio de mi inteligencia.

OBISPO.-  Vais a ver que todo es un sueño y que pronto se acordará el rey de su maestro.

CLOTALDO.-  ¿Va Segismundo a parar el desarrollo de la ciencia solamente porque ahora... dormita bajo la influencia de una artista?

OBISPO.-  Anselmo es un gran hombre.

CLOTALDO.-  ¿Sabéis cuánto ha autorizado el rey para que se divierta Anselmo haciendo estatuas en la catedral?

OBISPO.-  Si Su Majestad lo ha decidido es porque vale la pena.

CLOTALDO.-  Decís eso porque os embellece la catedral. Ahora acaba de terminar «La puerta del Paraíso», y es una puerta que abre y cierra como todas. Costó una fortuna.

OBISPO.-  Son siestecillas de verano. No hay que tomar a Anselmo en serio.  [Con firmeza.]  ¡Nunca!

CLOTALDO.-  A mí ya me desbancó en el favor del rey, y si vos no sois más listo, pronto pasaréis al olvido.

OBISPO.-  Mi única intención es ser el primero en Cristo, lo demás, como vos decís, es soñar.

CLOTALDO.-   [Con sigilo.]  ¿Y si Segismundo fuera destronado por Américo? La Moscovia podría ayudar en esta empresa, recordad que mi hija Rosaura es esposa del conde de Moscovia.

OBISPO.-  La ciencia me ha enseñado que el fuego quema.

CLOTALDO.-  Hay que traer a Américo de la torre. Él es el rey que necesitamos.

OBISPO.-   [Señero.]  A la iglesia le interesa sobremanera marcar la línea divisoria entre la razón y el misterio. Vos a eso os dedicáis. Yo soy vuestro aliado,  [Marca las palabras.]  haced lo que tenéis en vuestra mente y pronto veréis que la razón volverá reinar en Polonia.  [Oscuro.] 



Escena III

 

[Capilla de palacio.]

 

OBISPO.-   [NICOLASA está inclinada frente al OBISPO.]  ¿Qué te inquieta que pediste audiencia?

NICOLASA.-   [Zalamera.]  Su Ilustrísimo señor, yo soy una mujer ignorante e inútil, no sirvo más que para fregona...

OBISPO.-  Vamos, levántate y ve al punto.

NICOLASA.-  Me preocupan mis hijos, son siete, y ni Clarín ni yo estamos capacitados para educarlos. Yo no quiero que sean como nosotros. Ayudadnos para que tengan estudios y lleguen a ser alguien.

OBISPO.-  Tú eres hija de Dios.

NICOLASA.-  Para Dios y para vos, sí, pero para otras personas nada soy, como para maese Anselmo.  [Mide el impacto de sus palabras.] 

OBISPO.-   [Aparentando serenidad.]  ¿Por qué decís eso?

NICOLASA.-  Es una de esas cosas... raras que enseña a mis hijos.

OBISPO.-  ¿Cosas raras?

NICOLASA.-  Las estatuas que hace están desnudas, hasta nuestro señor Jesucristo.

OBISPO.-  ¿Y por qué dejas a tus hijos hablar con Anselmo?

NICOLASA.-  Yo se los prohíbo, pero no sé qué les da a esos muchachos. Y no únicamente a mis hijos... Sé que a menudo visita al príncipe Américo en la torre.  [Lee el rostro del obispo.] 

OBISPO.-  ¿Estás segura?

NICOLASA.-  La torre ya no está cuidada como antes.

OBISPO.-  ¿Quién la cuida?

NICOLASA.-  La guardia real capitaneada por el viejo soldado que liberó a Segismundo cuando la muerte de mi suegro,  [Subraya las palabras.]  quien en mala hora murió. Lo único bueno de la familia, y morir sin dejar alguna herencia para ir sobreviviendo y poder educar modestamente a los muchachos porque...

OBISPO.-   [Cortando.]  Manda a tus hijas al convento de Santa María. La priora las estará esperando; y a tus muchachos les conseguiré trabajo.

NICOLASA.-  ¡Yo sabía que Dios da por vuestras manos con generosidad!

Entra Segismundo, cercano a los 60 años, se ve cansado y prematuramente viejo.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué le habéis dado a esta mujer para que esté tan agradecida?

OBISPO.-   [NICOLASA intenta hablar, pero el obispo se adelanta.]  Un poco de consuelo.

SEGISMUNDO.-  A mí hace mucho que no me dais consuelo.

OBISPO.-  ¡Majestad, no digáis eso!  [A NICOLASA.]  Puedes irte y que el Señor te bendiga...  [NICOLASA intenta hablar, pero el OBISPO la interrumpe.]  A ti y a tus muchachos.  [Sale la mujer.]  ¡No habléis así delante de la servidumbre! Os lo suplico.

SEGISMUNDO.-  Es la verdad. Soy un rey viejo y triste.

OBISPO.-  No debéis hablar así, no es cristiano. Sois un rey afortunado.

SEGISMUNDO.-  Por eso requiero consuelos; soy afortunado, pero me siento vacío.

OBISPO.-   [Insinuante.]  Hay alguien que pudiera daros cariño.

SEGISMUNDO.-  ¿Quién? ¿Mi hijo? Me lo habéis estado diciendo demasiado últimamente.

OBISPO.-  He orado para que Dios os dé su luz. Vos tenéis que encontrar la respuesta con la fe, ¡no con el arte!

SEGISMUNDO.-  ¡Qué tiene de malo el arte!

OBISPO.-  Anselmo es ateo, vive de la formas y de la sensualidades. Os puede perturbar. Esa soledad de que habláis no es otra cosa que la lejanía de Dios. Ya no lo visitáis tan a menudo. Yo no me quejo, pero hasta Clotaldo lo percibe: ya no os interesa la ciencia.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué queréis que haga? Anselmo me da un poco de paz.

OBISPO.-  Hace diez años no pensabais lo mismo. Volved los ojos a la realidad. ¿Quién va a heredar el reino de Polonia cuando Dios se acuerde de vos? Al no haber heredero, Polonia pasará a ser parte de los dominios de Moscovia. ¡Lo que no lograron con tantas guerras, lo recibirán como herederos legales!

SEGISMUNDO.-  ¡Yo no mandé a mi hijo a la torre!

OBISPO.-  He visitado a Américo. Los diez años de encierro lo han cambiado. Dadle una oportunidad, vos la tuvisteis y habéis sido buen rey.

SEGISMUNDO.-  Me aterra heredar a un traidor. Tendría que demostrar que es un hombre nuevo. Lo pondré a prueba. Si la pasa podrá ser el heredero de Polonia; si no, volverá a la torre como si todo hubiera sido un sueño. Muchas veces he soñado con el regreso de Américo y he estado a punto de traerlo a mis brazos, pero me horroriza encontrar a un ser que lleva mi sangre y que se ha adentrado en los laberintos del mal.

OBISPO.-  La gracia de Dios lo puede todo.

SEGISMUNDO.-  ¡Todo, menos una cosa: menguar su libre albedrío! ¡Y eso es lo único que salvaría a mi hijo!  [Oscuro.] 



Aparte II

CLARÍN.-   [De 60 años; al público.]  ¿Quién hubiera pensado que Américo iba a volver después de diez años de cautiverio? Y no sólo con la venia del obispo, sino a ruegos suyos. ¡Quién lo hubiera dicho cuando el infante Américo le puso el mote de «El titiritero de los hilos de lana», por aquello del pastoreo de las ovejas, apodo que el pueblo aprendió como «Titirilana» y que aún permanece en nuestras bocas! Todo estuvo perfectamente preparado. Segismundo, lleno de esperanza, trajo a Américo de la torre...

NICOLASA.-   [Entra, tiene 55 años.]  ¡Y así llegó el momento crucial de la historia de Polonia! No sé si Clotaldo se comunicó con el conde de Moscovia. Entonces vino la revuelta popular; agitación que no solamente preví, sino que sembré en palacio. En esos días la cocina de palacio fue la más liberal que registra la historia. En el fondo lo salvé la vida al rey Segismundo porque yo cuidé que ninguna cocinera revolucionaria, con el ánimo demasiado exaltado, fuera a envenenar al rey y cambiar el curso de la historia.

CLARÍN.-  Pero Américo tenía que triunfar porque el obispo oraba por su causa; aunque el maese Anselmo dijo que el pueblo había sido manipulado.

NICOLASA.-  Yo soy el pueblo, y a mí nadie me manipuló. ¡Nunca!  [Dulce.]  ¡Excepto tú!

CLARÍN.-   [Asombrado.]  ¿Qué yo te he manipulado?

NICOLASA.-  Toda la vida. Cuando yo era una niña campirana, tú me observaste por meses para decidir si podía ser una buena madre para tus herederos, sin ningún interés por los asuntos de palacio.

CLARÍN.-  ¿Cómo lo supiste?

NICOLASA.-  Espero que los muchachos no hayan heredado tu perspicacia. Yo siempre he creído que hay que pensar aún mientras se está comiendo porque hasta el potaje, mientras se enfría, puede abrir un horizonte.

CLARÍN.-  ¡No te entendí! ¿Por qué nunca pudiste hablar como todos los de la cocina? Nunca debí dejar que escucharas las conversaciones de palacio. Tú no las entiendes, solamente las repites.

NICOLASA.-  ¿Te arrepientes de haberte casado conmigo?

CLARÍN.-  Casados hasta la muerte.

NICOLASA.-  ¡No menciones a la muerte!  [Se santigua.]  ¿No le tienes miedo?

CLARÍN.-  Morirse es como despertar de un sueño, y saber que lo que se fue, se fue. ¡Vámonos, que ahora viene la escena cumbre!  [Oscuro.] 



Escena IV

 

[Salón del trono.]

 

SEGISMUNDO.-   [Su figura se ilumina, después la de los demás, incluyendo a AMÉRICO.]  Yo, Segismundo, rey de Polonia, ante Dios y ante mi pueblo, renuncio a la corona para que ni sucesor y heredero Américo, infante de Polonia, ejerza el poder que Dios y la sangre le confirieron. Yo ya soy viejo.  [Mira a AMÉRICO con curiosidad.]  ¿Y vos, nada tenéis que decirme?

AMÉRICO.-  ¡Yo no, pero quizás mi padre sí tengo algo que decirme!

SEGISMUNDO.-   [Después de un silencio.]  La verdad habla por el silencio.

AMÉRICO.-  ¿Qué te han dicho estos diez años de silencio?

SEGISMUNDO.-  ¡Lo mismo os habrán dicho a vos!

AMÉRICO.-  ¿Eres tan afortunado?

SEGISMUNDO.-  ¿Lo soy vos?

AMÉRICO.-  Enormemente. ¿Te dio la torre la felicidad tanto como a mí?

SEGISMUNDO.-  ¡Sí me la dio, pero me la quitó mi hijo!

AMÉRICO.-  ¡A mí me la quitó mi padre!

SEGISMUNDO.-  No habréis merecido tener un buen padre.

AMÉRICO.-  Según mi rey, no; según mi Dios, sí.

SEGISMUNDO.-  ¡Dios está conmigo!

AMÉRICO.-  ¡Estaba contigo cuando me mandaste a la torre!

SEGISMUNDO.-  ¡Dios decidió castigar un hijo pródigo!

AMÉRICO.-  ¡Hoy Dios ha decidido castigar a un padre pródigo!

SEGISMUNDO.-  ¿No tenéis imaginación? No hacéis más que repetir mis palabras.

AMÉRICO.-  ¡Diez años de encierro hacen torpe la lengua!

SEGISMUNDO.-  ¡Yo no decidí ese castigo!

AMÉRICO.-  Lo decidieron las dos cabezas mejores del reino, como dijiste entonces; situación que te coloca por lo pronto en tercer lugar.

SEGISMUNDO.-  ¡Nunca he aspirado a ser genio!

AMÉRICO.-  ¡Yo sí!

SEGISMUNDO.-  ¿Y qué habéis logrado?

AMÉRICO.-  ¡Odiarte!

SEGISMUNDO.-  ¡Odiáis vuestro destino!

AMÉRICO.-  No hay destino, «el hombre predomina en las estrellas».

SEGISMUNDO.-  ¡Yo no decidí por vos vuestra traición!

AMÉRICO.-  ¡Tu forma de reinar me impulsó a soñar con ser un mejor rey!

SEGISMUNDO.-   [Con burla.]  ¿Qué vais a hacer ahora que sois rey?

AMÉRICO.-  ¡Borrar tu nombre de la faz de la tierra!

SEGISMUNDO.-   [Conteniendo la ira.]  ¿Lo podréis borrar de vuestra mente?

AMÉRICO.-  ¡Lo intentaré!

SEGISMUNDO.-  Yo ya os he borrado de la mía.

AMÉRICO.-  ¿Y de conciencia? ¿Aún crees que fui traidor?

SEGISMUNDO.-  Yo no os juzgué.

AMÉRICO.-  Nadie es traidor cuando comienza a vivir. ¿Investigaste siguiera la gravedad de mi traición?

SEGISMUNDO.-  Para un infante no has traición leve.

AMÉRICO.-  ¡Yo nunca contacté a la Moscovia! Ojalá lo hubiera hecho antes.

SEGISMUNDO.-  ¿No creéis que yo también tengo por qué guardaros rencor? Fuiste mi único hijo porque al nacer matasteis a mi esposa Estrella; nunca me disteis cariño; jugasteis a ser traidor; y os perdí para siempre. ¿No creéis que esperaba algo más de un hijo? ¡Por eso renegué de vos!

AMÉRICO.-   [Dolido.]  Por algo tú te definiste como «un compuesto de hombre y fiera».

SEGISMUNDO.-   [Con gran ira.]  ¿Y vos quién sois? ¡Solamente una fiera!

AMÉRICO.-   [Golpea a SEGISMUNDO ante la estupefacción de todos.]  ¡Yo soy un hombre!

SEGISMUNDO.-   [Rabiosos.]  ¡Llevaros a esta fiera! No merece la libertad.  [A AMÉRICO.]  ¿De verdad creísteis que os entregaba Polonia? ¡Era sólo una prueba!

¡Moriréis en la torre! Nunca volveré a veros, y ya no os echaré de menos. ¡Os di una oportunidad y la habéis desperdiciado de nuevo! ¡Y esta vez no podréis pensar que fue un sueño!

AMÉRICO.-   [Desesperado.]  ¡Tú sufriste la torre y sabes lo que es! ¡Perdóname, padre! ¡No me mandes allá!

OBISPO.-   [Aparentando serenidad.]  Perdonad mi intromisión, pero hay verdades que el rey debe saber.

SEGISMUNDO.-   [Aún con ira.]  ¡Os he oído por demasiados años, y aún espero que me abráis los caminos de la verdad!

OBISPO.-  La verdad que esperáis sólo la puede dar Clotaldo.

SEGISMUNDO.-  ¿Puedes, Clotaldo?

CLOTALDO.-  He abierto todas las puertas del conocimiento que me habéis pedido.

SEGISMUNDO.-  Pero, ¿y las otras? Aún no sé quién soy.

OBISPO.-  ¡No blasfeméis! Sois un hijo de Dios.

SEGISMUNDO.-   [Continúa iracundo.]  ¿T vos quién sois, Titirilana?

OBISPO.-   [Fingiendo mansedumbre.]  Vuestro pastor.

SEGISMUNDO.-  Vuestros hilos de lana ya no me sujetan.

OBISPO.-   [Con autoridad.]  ¡Pues aún así, sigo siendo vuestro pastor!

SEGISMUNDO.-  Y vos, maese Anselmo, ¿no decís nada?

ANSELMO.-  Yo no sé decir, sé esculpir.

SEGISMUNDO.-  Pues id a terminar vuestra puerta, puede que sea hermosa, pero no conduce a ningún sitio.

ANSELMO.-  A vos, no, pero a mí, sí.

OBISPO.-  Os conduce al infierno.

ANSELMO.-  Puede que os encuentre allá.

OBISPO.-  Polonia no merece esta blasfemia.

ANSELMO.-  Lo que digo, en nada daña a este reino; de todas maneras va a la ruina.

OBISPO.-  ¿Defendéis a Américo?  [A SEGISMUNDO.]  Anselmo siempre fue una mala influencia para el infante.

SEGISMUNDO.-   [Al OBISPO.]  Por años os habéis escondido tras la cruz para logra vuestros fines, y una cruz no puede esconder más que un cadáver.

CLOTALDO.-  ¡No ofendas a quien te ha entregado su vida!

SEGISMUNDO.-  ¡A mí, no, a su Dios!

CLOTALDO.-  ¡Has perdido el juicio! Te crees omnipotente, pero no eres nada. Te pudiste inmortalizar como el gran mecenas de la ciencia, pero escogiste un camino en que perderás tu corona.

SEGISMUNDO.-  ¡Dejaste que mi padre me enviara a la torre creyendo estúpidamente que mi destino está escrito en las estrellas! ¡Pero tus «matemáticas sutiles» no nos han llevado a la verdad!

CLOTALDO.-  ¡Mi ciencia es la verdad! Tu padre era un necio, y la ciencia nada puede hacer contra la necedad. Toda tu ira detendrá en estupor, cuando te enteres de que la Moscovia ha vuelta a la guerra; y esta vez será tu ruina.

SEGISMUNDO.-  ¡Mientes para asustarme!

CLOTALDO.-  Que lo confirme el soldado.

SOLDADO.-  Sí, Majestad, todas las ciudades de la frontera han caído.

SEGISMUNDO.-  ¡Iremos a la guerra! Por diez años hemos luchado contra las ambiciones de Moscovia; no les temo.  [Con gran certidumbre.]  ¡El pueblo de Polonia está conmigo!

OBISPO.-  Señor, la caridad me obliga a hablar. Acabáis de juzgar y condenar a Américo, y en él juzgáis y condenáis a Polonia. Vuestro hijo quizá no sea un santo, pero el pueblo de Polonia lo reclama.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué pretendéis ahora?

OBISPO.-  Vos habéis tenido vuestro tiempo. Polonia necesita un nuevo rey. Dejad que el futuro haga su propio futuro.

SEGISMUNDO.-  ¡Eso no es cierto!  [A NICOLASA.]  Mujer, ¿quieres un nuevo rey?

NICOLASA.-  El pueblo opina que más vale un mal rey, que un rey extranjero.

SEGISMUNDO.-  ¿Es cierto, Clarín?

CLARÍN.-  Es cierto, señor, pero aunque todos estén contra vos, yo os sigo siendo fiel.

SEGISMUNDO.-  ¡Todos mienten! ¡Guardias, guardias, apresad a esta caterva de traidores! ¿Dónde está la guardia real?  [Busca sin encontrarla.] 

CLOTALDO.-  Toda Polonia sabe que si Américo es rey no habrá guerra con Moscovia.

OBISPO.-  El pueblo abarrota las calles vitoreando al nuevo rey. Cercioraros desde los balcones de palacio  [Se escucha el bullicio.] 

SEGISMUNDO.-  ¡Si así lo queréis, pues que sea! Américo, hoy vivimos la farsa de haceros rey y la tragedia de coronaros. Yo pretendía ser un buen rey para Polonia, pero veo que no merecía mi entrega. ¡Viva Américo, rey de Polonia, por la gracia de Dios y la de los hombres! Mi padre vaticinó que mi reino «sería parcial y diviso, escuela de las traiciones y academia de los vicios». ¡Y lo fue! ¡Yo os dejo un reino enfermo! ¡Que Dios tenga piedad de nosotros! Yo sólo pido volver a la torre donde pasé mi juventud. No sé si ahí encontraré la paz; pero sí sé que aquí, entre vosotros, nunca la tuve. ¡Que viva Polonia!... mientras viva!  [Oscuro.]2 



Aparte III

CLARÍN.-   [De 60 años.]  ¡Ah, cómo lloré! Ni en el funeral de mi padre cuando niño, lloré tanto.

NICOLASA.-   [De 55 años.]  ¡Basta de melodrama!  [Al público.]  Lloró por semanas, ya se rumoraba en la cocina de palacio que yo le ponía los cuernos, cosa que no era cierta. El rey Segismundo se fue a la torre y nunca regresó.

CLARÍN.-  ¡Pobre Segismundo, fue un rey solitario! Perdió su madre al nacer y su esposa al nacer el infante Américo, y nunca pudo encontrar un padre en el rey Basilio. Mis hijos hablaron muchas veces con el viejo rey Segismundo, lo llamaban el abuelo, y hasta llegué a pensar que se olvidaban que había sido el rey.

NICOLASA.-  De verdad mis hijos fueron muy afortunados al conocer gente tan importante; algún día serán grandes, más grandes que Clarín y que yo; casi tan grandes como el obispo, Clotaldo o maese Anselmo. Nunca entendí lo que Anselmo les decía, por eso pienso que era el más inteligente de todos.

CLARÍN.-  Nunca entendí por qué si Anselmo era tan bueno con todos los niños, no lo fue con su propio hijo. Lo abandonó a un triste destino y a una mala muerte.

NICOLASA.-   [Al público.]  No sé si ustedes han encontrado la felicidad, yo aún la busco y sé que algún día, cuando mis hijos sean grandes y poderosos, se hará presente. También los pobres soñamos, ¿verdad, Clarín?

CLARÍN.-  Yo sueño, pero no me acuerdo qué soñé cuando despierto.

NICOLASA.-   [Con gran ternura.]  ¡Yo sueño por ti y por mí!  [Al público.]  ¿A poco no han soñado que sus hijos son felices de una vez por todas?  [Cortando.]  Ya van a empezar.

CLARÍN.-  Tienen que comportarse con la reciedumbre del soldado, yo nunca he podido contener las lágrimas al final de la siguiente escena.  [Hacen mutis lateralmente.] 



Escena V

 

[La tumba del rey Basilio en la Torre]

 

SEGISMUNDO.-   [Frente a la tumba de su padre Basilio. Con gran dolor.]  Basilio, rey difunto de Polonia, ¿me escuchas? Soy Segismundo, tú único hijo... Hace años que no eres para mí más que un pálido recuerdo. Padre, voy a mi muerte; no sucederá hoy, pero es lo mismo. He vivido tanto, y apenas me he asomado a la ventana del universo. ¿En qué fallé? ¿En lo mismo que tú? ¿Qué será de Polonia? Rica, pero desdichada, sufre nuestras limitaciones. Tú fuiste rey y soñaste con ser científico. Yo soñé además con ser santo y artista, ¿qué logré? Lo mismo que tú, morir sin corona. No con soñar hacemos la vida menos corta. ¡Padre, no fui feliz! ¡No me entrenaste cómo ser feliz! No sé qué logre hacer Américo; nunca lo conocí, como tú nunca me conociste.  [Llorando.]  ¡Padre, nunca entendí la vida! ¿Qué es la vida? ¿Una ilusión? ¿Una sombra? ¿Una ficción? Padre, ¿es cierto que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son?



Escena VI

 

[La Torre.]

 

SOLDADO.-   [Entrando al haz de luz.]  Pensé que era un muerto que aún no reposaba en su tumba.

SEGISMUNDO.-  Soy un vivo que aún no reposa.

SOLDADO.-  ¿Quién eres?

SEGISMUNDO.-  Nadie

SOLDADO.-  Entonces, ¿por qué esa lamentaciones en esta tumba?

SEGISMUNDO.-  ¿Quién eres tú?

SOLDADO.-  Un viejo soldado.

SEGISMUNDO.-  Por tu edad debiste de estar en muchas batallas.

SOLDADO.-  Desde que el rey Basilio, que aquí reposa, era grande.

SEGISMUNDO.-  ¿Lo conociste?

SOLDADO.-  ¡Claro que lo conocí!

SEGISMUNDO.-  Yo nunca lo conocí.

SOLDADO.-  Yo hice rey a Segismundo.

SEGISMUNDO.-  Yo nunca supe cómo hacerlo rey.

SOLDADO.-  ¿Has oído la historia de la revuelta que llevó al rey Segismundo al trono?

SEGISMUNDO.-  Un poco.

SOLDADO.-  Yo fui quien lo liberó de la torre.

SEGISMUNDO.-  ¿Llegas a ser feliz?

SOLDADO.-  Yo no fui entrenado para ser feliz.  [Con orgullo.]  El rey Segismundo me condenó a velar por esta torre.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué piensas del rey Segismundo?

SOLDADO.-  Primero lo odié por no haber compensado mi valentía, pero con el paso del tiempo olvidé los rencores. Aquí he vivido treinta años cuidando de estas piedras. Aquí me hice viejo. Esta pica me ha acompañado siempre; a veces no sé si yo la sostengo, o ella me sostiene a mí.

SEGISMUNDO.-  ¡Soldado, bendito seas! ¡Has presenciado tanto dolor! Viste cómo un príncipe se pudría en esta torre, y cómo se convertía en rey; después velaste por otro príncipe infeliz, y viste cómo lo hacían rey. ¿No hubieras preferido ser ciego y no ver tanta tristeza? ¡Yo, sí!

SOLDADO.-  ¿Quién eres? Mis ojos son débiles.

SEGISMUNDO.-  ¡Soldado, soy Segismundo!

SOLDADO.-   [De rodillas.]  ¡Señor!

SEGISMUNDO.-   [Lo incorpora.]  Ya no, ahora soy un hombre como tú.

SOLDADO.-  Señor, ¿qué queréis de mí?

SEGISMUNDO.-  Lo que eres. Vela por esta torre y por la tumba real. Aquí tú me dijiste: «La libertad te espera, oye sus acentos». ¡Nunca la encontré! ¡Soldado, has guardado el lugar más triste del mundo!

SOLDADO.-  Eran órdenes.

SEGISMUNDO.-  ¡Has perpetuado en esta torre las desdichas y el silencio, la soledad y la paz!

SOLDADO.-   [Defensivo.]  ¡No la llaméis así, que es mi torre!

SEGISMUNDO.-  ¿Me perdonas, soldado?

SOLDADO.-  Un soldado nunca tiene que perdonar a su rey.

SEGISMUNDO.-  Yo ya no soy rey.

SOLDADO.-  Aquí no llegan las noticias del reino. Su Majestad sea bienvenido. En esta torre fuisteis infeliz, pero yo haré todo para que ahora seáis feliz. Las habitaciones son incómodas y la comida mala, pero veréis como pasaréis días alegres.

SEGISMUNDO.-  ¡Soldado, eres un gran hombre! Mejor que el resto de la humanidad, porque el Hombre ha perdido el camino. ¿Cuándo volveremos a encontrar el rumbo?

SOLDADO.-  Aquí hace frío, entrad en la torre, allí la chimenea está encendida.

SEGISMUNDO.-  ¡Bendito soldado! ¿Por qué te descubrí tan tarde? Pudimos haber sido amigos.

SOLDADO.-  Aún hay tiempo. Andad, entrad que aquí os espera un hogar.  [Oscuro y Telón.] .