Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Los múltiples rostros del exilio: la experiencia del des-arraigo en dos novelas de Luisa Valenzuela

María Teresa Medeiros-Lichem





Al escribir sobre la cosa política, más bien sobre el horror, de las muertes provocadas, de las desapariciones, es realmente un querer saber por qué esta crueldad, por qué este horror, y asumirlo y reconocerlo. Esta es la función del escritor como nombrador1.



La escritora como nombradora se da la tarea de dar voz a lo indecible y su palabra emerge de la confrontación con la imagen censurada por una realidad política paralizante. En el ejercicio de transcribir esta situación la autora necesita vencer la propia auto-censura, y su temor de transgredir las barreras de la palabra prohibida.

La escritura de Luisa Valenzuela (nacida en Buenos Aires 1938) está guiada por el imperativo ético de articular un discurso que descodifique los mecanismos del poder y revele los horrores causados por la crueldad humana, específicamente durante la llamada «guerra sucia» y la represión política de la dictadura militar en Argentina entre 1976 y 1983. Su narrativa es un claro espacio de resistencia al poder patriarcal representado tanto en el conflicto de la relación erótica hombre-mujer, como en el del individuo frente al perverso poder del régimen. En sus textos convergen un lenguaje que inscribe la mirada femenina en tensión con el orden falocéntrico, y la del individuo en confrontación con los mecanismos represivos.

El exilio forzoso o voluntario que obligó a los opositores de los regímenes militares en el Cono Sur a refugiarse y a desplazarse hacia nuevos espacios vitales produjo una situación violenta de shock y de des-arraigo que muchos escritores latinoamericanos han tratado de articular en sus obras.

En esta ponencia me voy referir a dos novelas de Luisa Valenzuela, publicadas en 1990, Novela negra con argentinos y Realidad nacional desde la cama en las que el desplazamiento o proceso de transformación forzosa se convierte en una búsqueda esquizofrénica de una identidad reconciliable, en que la imagen del Yo es sometida a múltiples desdoblamientos. En su intento de reconstituir un sujeto coherente, los personajes sufren una dislocación del psique, que los lleva a actuar de una manera desarticulada.

Todo desplazamiento provoca una ruptura y una dislocación en la personalidad del sujeto, una experiencia en la que las raíces de su identidad se entumecen y quebrantan. El desafío de la re-ubicación en los nuevos espacios vitales compele al individuo a cuestionar y re-definir su propio yo. En su afán de adaptarse a la nueva realidad, a menudo violenta y en la que su bagaje cultural es mirado con sospecha, el personaje inicia una trayectoria de des-arraigo -un recorrido por rutas no lineales ni previsibles, sino más bien rizomáticas.

Si por desplazamiento se entiende no solamente el traslado cultural de un espacio a otro, sino también un proceso inconsciente en el cual las energías mentales se desligan de una idea para juntarse a otras por asociación, pero sin una razón explícita2, los protagonistas de las dos novelas mencionadas actúan de manera ilógica, movidos por fuerzas extrañas que los hacen proceder de un modo incompresible para ellos mismos.

Premiado con una beca Guggenheim, Agustín Palant, el protagonista de Novela negra con argentinos, llega a New York con el propósito de escribir una novela. Desubicado en el mundo laberíntico de la metrópolis norteamericana, Agustín decide retirarse a las montañas del Adirondacks para concentrarse mejor en su trabajo. Imbuido aun por el discurso de su país natal sobre los peligros de la gran ciudad, Agustín deambula una tarde por el submundo urbano para comprarse una pistola que lo proteja de los peligros en su futuro refugio campestre. Por juegos del azar, un pasante le regala una entrada de teatro para la función que va a comenzar. A la salida, Agustín acompaña a la actriz Edwina Irving a su departamento y en el preámbulo de una entrega amorosa, él siente en su bolsillo el arma que acaba de comprar y -sin ningún motivo racional ni consciente, le dispara un tiro en la sien. Agustín abandona sigilosamente el recinto y el resto de la novela va a ser una búsqueda laberíntica en su Yo interno y en la ciudad extraña del móvil que lo condujo al crimen.

Como acto de ruptura, este crimen de novela detectivesca, será el inicio de un proceso de transformación física, psíquica y estilística en el escritor argentino. Ayudado por Roberta Aguilar, también escritora argentina radicada ya cinco años en New York, Agustín comienza su trayectoria para reconstruir su identidad dislocada. Este sujeto errante se embarca en un viaje de des-arraigo, que resulta en múltiples desdoblamientos de su Yo en que se despoja de su nombre y cambia radicalmente su apariencia física. En una búsqueda esquizofrénica por rutas rizomáticas, Agustín se desplaza entre el personaje bien vestido y de vida ordenada y el nuevo sujeto sin nombre, apodado Magú.

Al mirarse al espejo, no puede identificarse: «Se ha quedado sin su barba, se ha quedado sin su ropa, sin su nombre, dejó de conocerse cuando apretó el gatillo» (NN 101).

Des-ubicado también a nivel psicológico, sabe que el retorno al Buenos Aires de otros tiempos le está vedado, como se lee en este diálogo en que Roberta le dice:

-Entonces volvete a Buenos Aires. Empezá de nuevo. Metete en otra novela. Pero novela-novela. Sin teatro, sin dobles.

-Ya no se puede chiquita. Dejame dormir.

-Yo me voy con vos, en una de esas. Volvamos a ser porteños probos.

-Imposible. Está la marca. La nuestra y la de ellos. Demasiados cadáveres allá, contra uno solito aquí.

-Estás loco. Los de allá no son tuyos.

-Como si lo fueran. Todos somos responsables. Escarban y sacan cadáveres de todas partes, de debajo de las piedras. Es intolerable. Es una ciudad construida sobre cadáveres, un país de desaparecidos. No hay vuelta posible.

-Escapar.

-Sabés. No se escapa...


(NN 78-79; bastardilla mía)                


Esta yuxtaposición de la muerte de la actriz con los crímenes de la represión política argentina, es un sutil leitmotiv en Novela negra. Es un hilo inconsciente que sacude a Agustín cada vez que se acuerda de su víctima Edwina.

Cabe aquí observar, que en la indagación del motivo del crimen, el hecho real del crimen se va diluyendo cada vez más a niveles irreales, al plano donde la realidad se confunde con la simulación y la hyper-realidad. La seguridad inicial en el lector de que Agustín Palant efectivamente había disparado un balazo en la sien de Edwina Irving, se va esfumando en explicaciones que dan pautas, pero jamás la certeza absoluta de que se hubiera cometido tal crimen en la realidad, siempre queda la duda si fue una alucinación o una pesadilla de Agustín. El relato y la representación del crimen se vuelve obsesivo y el enigma no se resuelve. No hay rastros contundentes del asesinato, no hay manchas de sangre visibles ni en la chaqueta ni en la camisa color café que vestía Agustín, sin embargo en el revólver faltaba una bala; Agustín ve el retrato de Edwina en el New York Post, lo recorta y lo guarda en su billetera, pero no lee la noticia, y por último, en un acto grotesco, también inexplicable, se engulle el pedazo de papel.

En su psiquis dislocada, la culpa lo persigue desde el primer momento. No comprende que algo así le hubiera sucedido a él:

Yo no lo hice. No, no yo. Yo no fui, sintió al verla caer a esa Edwina desconocida, y quedó idiotizado con el revólver en la mano, como en un desdoblamiento.


(NN 23)                


La imagen de Edwina lo atormenta. Tratando de explicar a Roberta la causa de su desasosiego, sólo atina a decir:

No boludiés. Estoy atado de pies y manos. Tengo mi conciencia, que le vas a hacer, che. Eso sin considerar que así como maté a una persona puedo en un momento de descuido matar a otra. Si ni siquiera sé por qué lo hice, si ni siquiera me di cuenta de que lo estaba haciendo.


(NN 53)                


La transformación física y fragmentación psíquica del personaje lo llevan a actuar de modo irreconocible. Es víctima de una psicosis obsesiva. El sujeto razonador y ordenado que había sido Agustín Palant se está transformando en un ser caótico. Se lee en el texto:

Él, que siempre había apreciado las formas de pura geometría, la cristalina belleza de las matemáticas. Y así había escrito y así había vivido su vida: peinándose la barba, ajustándose bien el nudo de la corbata cuando usaba corbata.


(NN 101)                


En sus múltiples desdoblamientos, el Agustín/Magú no puede reconocerse a sí mismo:

Lo que necesito es saber por qué alguien se convierte en torturador, en asesino, saber por qué un ciudadano probo puede un día cualquiera y sin darse cuenta transformarse en un monstruo.


(NN 151)                


En su rastreo introspectivo por descubrir la causa del crimen, el inconsciente y la memoria quebrada le devuelven siempre la misma imagen: «Mano revólver sien» (162). Será acaso el resultado de «Un movimiento inexplicable que empezó quizás en los tiempos lejanos de su infancia y culminó aquel día, si es que ha culminado» (NN 162).

Es solamente en su encuentro con el médico uruguayo, el exilado Héctor Bravo, que Agustín empieza a vislumbrar el misterio de su acto. Al escuchar su relato, el médico presiente que hay algo oculto, algo reprimido que no logra aflorar a la superficie. Bravo le dice:

¿qué importa después de todo si la mataste realmente o lo soñaste o lo alucinaste o deseaste? Para el caso es lo mismo. La misma impunidad y la misma culpa... Fue sin saberlo, en un estado tercero que no volverá a repetirse. Fue posiblemente el corte necesario para distanciarte de algo en tu pasado para vos muy insoportable... Pensá qué hubo en tu pasado.


(NN 220)                


Agustín insiste en seguir tapando la memoria y negando ese pasado de horror. Le contesta:

Nada. Nada, y eso es lo aterrador, nada mientras en mi misma casa de departamentos en Buenos Aires se llevaban a otros inquilinos, encapuchados, y no los volvíamos a ver. Nada, cuando unos vinieron a pedirme ayuda y no pude hacer nada ¿qué querés que hiciera? Si ni les creía del todo, ni siquiera cuando Maria Inés.

-¿Maria Inés?

-No importa. No me importa lo que me dijo, ni siquiera sé dónde se fue, ni me acuerdo de ella. Yo no sé nada, sólo sé escribir.

-¿Y escribiste algo sobre todo esto?

El espacio de silencio fue largo.


(NN 220-221)                


Esta es la clave de la búsqueda. ¿Quién es la víctima en este drama, Edwina o Agustín? Agustín llegó a New York con el propósito de escribir una novela, pero el resultado ha sido la alineación y la pérdida de raíces del protagonista. Partió de Buenos Aires con el optimismo del viajero que quiere ampliar horizontes, pero la razón más profunda era porque necesitaba escapar de la atmósfera sofocante de la represión política y ahuyentar su frustración de no poder hacer nada para salvar a los perseguidos. Su energía vital inicial se ha transformado en una impotencia física, en psicosis y ella incapacidad de llenar la página blanca de la novela.

La metrópoli newyorkina le ofrece la libertad del anonimato, pero también le trae la experiencia traumática de la dislocación y transformación caótica de su identidad, lo convierte en un rostro fragmentado por el exilio.

En circunstancias opuestas de desplazamiento, el retorno de la protagonista de Realidad nacional desde la cama a Buenos Aires después de diez años en el exilio, es también una experiencia traumática de alineación y des-arraigo. La «señora» sin nombre ha regresado a su país ahora democrático, con el deseo de reintegrarse a su mundo de antaño, pero la «realidad nacional» de la Guerra Sucia ha transformado el ambiente y el carácter de los argentinos, con los que ya no puede identificarse. Ella piensa:

Quizá los reflejos me impiden ver algo que tendría que ver y no quiero, o algo que no quiere ser visto y yo lo intuyo, quizá la puerta de vidrio si se abriera del todo me permitiría por fin entrar en esta realidad, y ¿qué es la realidad, de qué estoy hablando en esta cama cubierta de vituallas? ¿Comida para cerrarme la boca?


(RN 26)                


En una estructura post-moderna, en que una multiplicidad de planos se interconectan para proyectar una visión caótica del momento que está viviendo el país, la aparentemente apática señora quiere reponerse del shock del desencuentro en un bungalow campestre. Atendida por una mucama que se empeña en no abrir las cortinas y más bien distraerla con las imágenes benéficas de la televisión, la señora se resiste y deja entrar la luz de los ventanales para descubrir que en el supuesto campo de golf se realizan entrenamientos militares y que más allá se levanta una Villa miseria donde prevalece el hambre y la protesta. Como en un teatro del mundo, los personajes representan diversos roles, así el médico nocturno Alfari es taxista durante el día, el conscripto José Luis, es el rebelde Lucho de la Villa Miseria, donde vive su hermana Patri(a), y la mucama María es el enlace entre la realidad externa de la inflación galopante, la guarnición militar y la llamada señora. Esta obra ha sido leída como una alegoría de la nación enferma que se ubica en el contexto histórico del gobierno de Alfonsín en 19873.

En un ambiente carnavalesco de sátira subversiva4, los diversos personajes invaden la habitación donde la protagonista reposa en su cama. El conscripto se oculta bajo esta cama, desde donde estira la mano cada vez que entra una bandeja con comida, el Mayor se instala en el dormitorio para dirigir desde allí las maniobras, el médico seductor la visita de noche y el mismo personaje, se transforma en un rudo taxista al amanecer. La señora no sabe si está sana o si ve visiones cuando le explica a Alfari:

-Me fui durante la dictadura y acabo de volver pensando que sería otra cosa. Pero debo estar contaminada, si hasta veo militares encima de mi cama.


(46)                


Como en el caso de Agustín en Novela Negra, la memoria juega un rol confuso y difuso en Realidad nacional. En una entrevista con Montserrat Ordóñez (1985), Valenzuela dijo que la memoria:

Tal vez es una forma de elaboración, cosas que se hunden en el magma de lo inconsciente para aflorar digeridas. Así la pérdida de la memoria sería una forma de digestión de información. ¡Y ojalá, porque sino es arteriosclerosis!


(513)                


Al observar las maniobras militares, dirigidas por el Mayor Vento desde su recinto, la protagonista trata de recuperar algún recuerdo que le ayude a comprender los extraños sucesos que la rodean:

Algo de esto ha sido vivido antes, aunque quizá no directamente por ella. Algo está allí al borde de su memoria tratando de expresarse y ella no quiere recuperarlo. Quiere, y se esfuerza, y sabe que es muy necesario, vital casi, y quedándose muy quieta con los ojos cerrados presiente que va a poder recomponerse, encontrar las piezas de algún rompecabezas interno y por ahí el recuerdo le sirva para entender algo de toda esta incongruencia.


(RN 79)                


La experiencia de alienación y des-arraigo que Agustín sufrió en New York, la vive esta señora cuando escucha a María que le insiste en que «no piense, pensar hace mal y la pone nerviosa» (36) o cuando los militares la ven como a una «pobre infeliz metida en cama, vaya uno a saber qué peste trajo del extranjero» (36).

Al mirar las imágenes hermosas de la televisión, de una ciudad con gente satisfecha y parques bien cuidados, la protagonista quisiera apoderarse de esa «realidad» de la pantalla y lamenta los tiempos idos cuando le cuenta al joven Lucho:

-Esa era mi ciudad, la del televisor. La de ahora no es más mi ciudad, me lo cambiaron todo. Ahora no sé quién es el enemigo ni contra quién pelear. Antes de irme sabía, ahora el enemigo no está más o dice no estar y está y yo ya no sé donde estoy parada.


(69)                


Y añade:

Volví para encontrarme con eso y no con esto. Volví para recuperar la memoria y me la roban, me la borran. Me la barren. ¿Y si esto de estar metida en una cama ajena sin poder moverse fuera la forma de preservar la memoria, todo lo que tan rápido nos están quitando a fuerza de quitarnos el pan? Y había tanto pan, había vino, sigue lloriqueando la señora.


(69)                


Así como el viaje exploratorio de Agustín a la gran metrópoli se convirtió en una pesadilla, debido al bagaje de recuerdos reprimidos de cuerpos destrozados y desaparecidos que lo acosaban, en la experiencia opuesta del exilio, el regreso, la señora fracasa en su intento de reconstruir su espacio vital. Las imágenes de su memoria no coinciden con la nueva realidad. A pesar de que la Dictadura ha sido derrocada, la represión política de los años precedentes ha dejado su huella y ha transfigurado los rostros, el ambiente y el carácter de las personas.

Viena-Regensburg, 6 de marzo, 2003.






Bibliografía

  • Obras
    • Valenzuela, Luisa. (1990). Novela negra con argentinos. Hanover, NH (USA): Ediciones del Norte.
    • ——. (1990). Realidad nacional desde la cama. Buenos Aires: Grupo Editor
    • Latinoamericano.
  • Crítica
    • Balbija, Ksenija. (1996). «El gran teatro del mundo (argentino): Realidad nacional desde la cama de Luisa Valenzuela», en Díaz y Lagos 191-208.
    • Childers, Joseph y Gary Hentzi, eds. (1995). Columbia Dictionary of Modern Literary and Cultural Criticism. New York: Columbia University Press.
    • Díaz, Gwendolin. (1996). «Entrevista con Luisa Valenzuela», en Díaz y Lagos 27-52.
    • Díaz, Gwendolin, y María Inés Lagos. (1996). La palabra en vilo: Narrativa de Luisa Valenzuela. Santiago: Cuarto Propio.
    • García Pinto, Magdalena. (1988). «Entrevista con Luisa Valenzuela en New York, noviembre de 1982 y junio de 1983». Historias íntimas. Conversaciones con diez escritoras latinoamericanas. Hanover, NH (USA): Ediciones del Norte. 215-249.
    • Gutiérrez Mouat, Ricardo. (1996). «La alegoría nacional y Luisa Valenzuela», en Díaz y Lagos 209-220.
    • Ordóñez, Montserrat. (1985). «Máscaras de espejos, un juego especular. Entrevista-asociaciones con la escritora argentina Luisa Valenzuela», Revista Iberoamericana. LII. 132-133 (julio-diciembre): 511-519.


Indice