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ArribaAbajoRosaura

Jornada segunda



Escena primera

Bodas celestes


 

JULIO - ROSAURA.

 
   Te vi una sola vez, solo un momento;
mas lo que hace la brisa con las palmas
lo hace en nosotros dos el pensamiento;
y así son, aunque ausentes, nuestras almas,
dos palmeras casadas por el viento.




Escena II

Las dos esposas


 

ROSAURA - BLAS - SOR LUZ.

 
   Sor Luz, viendo a Rosaura cierto día
      casándose con Blas,
- ¡Oh, que esposo tan bello! se decía,
      ¡pero el mío lo es más!-
Luego en la esposa del mortal miraba
      la risa del amor.
sin poderlo remediar, ¡lloraba
      la esposa del Señor!




Escena III

Madrigal


 

JULIO - ROSAURA.

 
   Brotó un día en Rosaura el sentimiento
de su primer amor, y en el momento
volando un ángel, con fervor divino,
para guiarla al bien del cielo vino,
mientras un diablo del infierno, ardiendo,
para arrastrarla al mal, llegó corriendo.
   Ante Rosaura bella
ángel y diablo, enamorados de ella
divinizado el diablo se hizo bueno,
y el ángel se impregnó de amor terreno;
y al ser transfigurados de este modo,
por voluntad del que lo puede todo,
fue el ángel al infierno condenado,
y el diablo al cielo fue purificado.
¿De qué gracia y malicia estará llena
mujer que con mirar salva o condena?




Escena IV

Memorias de un sacristán


 

JULIO - ROSALÍA.

 

I


   Dos de Abril.- Un bautizo- ¡Hermoso día!
El nacido es mujer, sea en buen hora.
Le pusieron por nombre Rosalía.
La niña es, cual su madre, encantadora.
Ya el agua del Jordán su sien rocía,
todos se ríen y la niña llora.
Cruza un hombre embozado el presbiterio:
mira, gime y se aleja: aquí hay misterio.


II

   A unirse vienen dos de amor perdidos.
El novio es muy galán, la novia es bella.
¿Serán en alma como en cuerpo unidos?
Testigos, primas de él y primos de ella.
En nombre del Señor son bendecidos.
Unce el yugo al doncel y a la doncella.
Dejan el templo, y al salir se arrima
un primo a la mujer, y él a una prima.


III

   ¡Un entierro! ¡Dichosa criatura!
¿Fue muerto, o se murió? Todo es incierto.
Solos estamos sacristán y cura.
¡Cuán pocos cortesanos tiene un muerto!
Nacer para morir es gran locura.
Suenan las diez. La iglesia es un desierto.
Dejo al muerto esta luz, y echo la llave.
Nacer, amar, morir: después... ¡quién sabe!




Escena V

La gran noche lúgubre


 

JULIO - ROSAURA (muerta) - BLAS - TITÁN.

 


I

   Imagen de su madre a los veinte años,
Rosaura, hija de Rosa,
no murió con los mismos desengaños;
mas, como ella, murió triste y hermosa.
Poco feliz, como tan mal casada,
fue la mujer más buena entre las buenas,
y aunque al amor de Julio encadenada,
derramó en torno suyo, siempre honrada,
casta, noble y altiva,
ejemplos de virtud a manos llenas;
hasta que al fin, rompiendo sus cadenas,
la muerte con amor, caritativa,
la libró de la carga de sus penas.


II

   Mujer tan infeliz como adorable,
aunque era su virtud inquebrantable,
su amor a Julio, de pureza lleno,
fue inspirando al marido
uno de esos rencores sin olvido
que se arman del puñal y del veneno.
   Pero el esposo, a medias ofendido,
alcanzó, más dichoso que temido,
hacer en ella respetar su nombre,
y la amó, aunque la amó sin esperanza
de ser jamás querido.
Muerta Rosaura, aún le quedó a aquel hombre,
un objeto en la vida: ¡la venganza!


III

   Julio Montero, en tanto,
fiel de Rosaura la memoria adora,
pues si fue en vida su terrestre encanto,
su dulce nombre le parece ahora,
unido ya a la muerte, grande y santo.
   Y como él, además de su tristeza,
es amor de los pies a la cabeza,
todo el mundo repara
que morirá por consunción de cierto,
pues desde el día en que Rosaura ha muerto,
su cara es el cadáver de una cara.
   Y aspirando, en su inmenso desconsuelo,
gozar a ella unido
trasportes de la tierra allá en el cielo,
aunque está inconsolable
no pide al cielo olvido:
pues como todo ser que se ha querido
al morir se dilata en lo impalpable,
su mal no tiene cura,
porque, ausente su imagen hechicera,
a la tumba bajando intacta y pura
ya era más que una muerta una quimera.
   Y como siempre el que ama está celoso,
y aquel que está celoso es desgraciado,
para hallar en la vida algún reposo,
pensó en abrir con el mayor cuidado
un hoyo en el rincón del cementerio,
y el cuerpo de Rosaura, cariñoso,
trasladar a aquel hoyo con misterio,
y secreto dejar lo misterioso;
y de su vida en el postrero día
ser con ella enterrado, y de esta suerte,
dormir por fin con la que más quería
descansando en los brazos de la muerte,


IV

   Cuando con gran misterio
camina Julio a trasladar la muerta
a otra tumba, que abierta
tenía en un rincón del cementerio,
torpes, volando, lúgubres gemían
los pájaros nocturnos por el cielo,
y rastreando amarillas por el suelo
lucecillas de fósforo corrían.
   Mas venciendo impasible
esas negras visiones
que, aterrando a los bravos corazones,
suelo el miedo sacar de lo invisible,
hacia la tumba de Rosaura avanza
con pie seguro y cauteloso oído,
aunque no había en torno un solo ruido
que no fuese un terror o una esperanza;
y a Rosaura exhumando, en el instante
que descubrió con ansia verdadera
su rostro de alabastro,
el color de aquel lívido semblante
alumbró el cementerio, cual si fuera
la luminosa palidez de un astro.


V

   Cuando Julio veía,
a la espectral penumbra que salía
de la lívida faz de aquella muerta,
que su boca entreabierta
respirar parecía,
creyó su pensamiento
que alguna hada, tal vez compadecida,
tomándola, al morir, con mucho tiento
en el sueño del último momento,
se la llevó al sarcófago dormida;
y acercando su boca,
besar quiso su frente;
mas viendo un Crucifijo
de su cuello pendiente,
con la misma dulzura con que toca
la golondrina el agua con sus alas,
besó piadosamente
con sus labios amantes
el Cristo de marfil lleno de galas
que tenía por lágrimas diamantes
y sangre de rubíes en la frente.


VI

   Coge en brazos la muerta,
que estrecha convulsivo contra el pecho
y al caminar derecho
hacia la tumba por su mano abierta
Blas (que en pérfido acecho
con ojos de serpiente
velaba oculto entre la sombra incierta)
con expresión furiosa de alegría
desenvaina un puñal y, de repente,
clavándolo en el bulto que veía,
de los brazos de Julio, derribada,
cayó la pobre muera asesinada;
pues con tan mala suerte
blandió el arma, furioso,
que el marido celoso
en su mujer apuñaló a la muerte.


VII

   Viendo Julio, al hallarse sorprendido,
que es menester herir o ser herido,
hace frente, de cólera azulado,
al vengativo esposo
que le sigue, tornándose, celoso,
blanco, rojo y después amoratado;
y cuando Blas airado a Julio alcanza,
uno del otro asidos,
por todas sus potencias y sentidos
respiran el placer de la venganza.
   Sigue a un golpe mortal otro más recio;
la rabia los trasporta hasta la furia;
se devuelven desprecio por desprecio,
y es cada golpe una mortal injuria;
la lucha, más que lucha, es un tanteo;
se repelen, se abrazan, se sofocan,
y cada vez que contra el suelo tocan
adquieren nueva fuerza, como Anteo.
   Se espían el marido y el amante,
uno de ellos sagaz y otro siniestro,
hasta que cae en el supremo instante
sobre el hombre feroz el hombre diestro;
pues el ciego marido
hacia atrás impelido
como una mole por el rayo herida,
resbalando en la tierra removida,
cayó de espaldas en la tumba abierta.
Julio después, amontonando activo
sobre él la tierra que a coger acierta,
entierra al hombre vivo,
dejando así sin enterrar la muerta.


VIII

   Después Julio, aterrado
ante la inmensa atrocidad del hecho,
viendo al vivo enterrado
e insepulta a la muerta,
tres veces hizo con la boca abierta
el signo de la cruz sobre su pecho.
   Luego volvió los ojos espantado,
con la mirada incierta,
como un tigre enjaulado
que busca para huir cualquiera puerta;
pues ya era entonces su cuidado tanto,
que creyó que la muerta se movía,
y en su mortal quebranto
con evidencia tal Julio creía,
que hacia sí algún fluido la atraía,
que a la salida del retiro santo
ya fue miedo el cuidado que tenía,
y el miedo al fin se convirtió en espanto;
y huyendo de Rosaura y del marido,
cuanto más presto corre, más se asombra,
al notar que al huir se ve seguido
de un sudario que andaba precedido
de algo negro, más negro que la sombra.


IX

   Y al escapar, del miedo que sentía,
cual teniendo alas en los pies volaba,
y el sudario arrastrando le seguía,
y en su horror se fingía
mil ruidos inauditos que escuchaba,
mil cosas invisibles que veía;
y cuanto más corría,
viendo aquella blancura
por una cosa negra arrebatada
dudando si existía o no existía,
pensaba en su locura
si aquella forma pálida y oscura
ya del mundo hasta el fin le seguiría,
pues al cruzar por montes y laderas,
la muerta parecía,
que tendiendo la mano, le decía:
- ¡Siempre te seguiré; ve donde quieras!-


X

   Y a un cielo que parece, aunque estrellado,
de ceniza cubierto,
viendo el campo desierto,
y el desierto de espectros erizado,
cual si a danzar surgieran a su lado
las fantásticas momias del Roberto,
corre a campo traviesa, perseguido
por cien deformidades misteriosas;
y aunque sólo entrevé desvanecido,
los vagos lineamientos de las cosas,
mira el cadáver que le sigue amante,
y el bulto negro que entrevé delante
lanzándole miradas horrorosas;
y conforme le sigue, él huye y huye,
la tierra, entretanto, rueda y rueda,
y viendo cuanto en torno le circuye
sumido en una lúgubre humareda,
ya ver le parecía
en un abismo el universo hundido;
pues rendido, jadeante,
viendo siempre delante
el negro azul, la inmensidad sombría,
es tal su estado de visión completa,
que cree en su desvarío
que el mundo se ha volcado en el vacío,
y que el pasó de un salto a otro planeta.


XI

   Aunque ya para Julio se convierte
en visión lo visible y lo invisible,
como siempre, invencible,
aún flota en aquel caos de la muerte
de su ser la conciencia insumergible:
y al ver brillar un río, que parece
un espejo de acero,
que líquido ondulando fosforece,
arrebatado al fin Julio Montero,
con varonil firmeza
se echó aterrado al agua de cabeza.
   Mas cuando ya indolente
se dejaba arrastrar por la corriente,
en medio de su horrible desvarío
sintió que le agarraba alguna cosa,
y una mano invisible y poderosa
le iba sacando con afán del río.


XII

   Volviendo Julio en sí pausadamente,
se halló echado a la orilla del torrente;
y estando ya de su razón seguro,
a la margen del río, al pie de un cerro,
el de la noche y del agua al claro oscuro,
entre la muerta y él mira su perro
que fija en él tranquilas,
pardas, cual las del búho, sus pupilas.
Y, como el ebrio que sacude el sueño,
entonces se da cuenta poco a poco
de que el perro, fielmente,
a la muerta arrastrando hasta el torrente,
fue volviendo a su dueño
feroz de miedo y de pavura loco.
Y repentinamente
- ¿qué haré?- se preguntó. Dudó un momento,
y entrando en posesión de su existencia,
pasó del pensamiento a la conciencia,
después de la conciencia al pensamiento,
y al fin, con la entereza del espanto
echa el cadáver de Rosaura al río,
y arrepentido ya de amarla tanto,
más que en su cuerpo, en su alma siente frío.


XIII

   Avezado a su noble servidumbre
Titán el perro fiel de Terranova,
echándose tras ella por costumbre,
lucha por ver si al agua el cuerpo roba
que su dueño arrojó sin pesadumbre;
mas Julio, indiferente y alelado,
que lo que antes amó, detesta ahora,
sube al cerro empinado
donde se sienta triste y casi llora.
   Y allí puesto en alerta,
y presumiendo que jamás sería
la huella de su crimen descubierta,
desde lo alto del cerro
mira con alegría
el de Rosaura el entierro
que en el agua va a hallar tumba sombría;
al perro y al cadáver contemplando,
arrastrados los ve por la corriente
que flotaban dejando
el rastro de una luz fosforescente;
y con ojos abiertos
por el terror desmesuradamente,
ve al perro que, luchando sin descanso,
ya hundiéndose en las aguas, ya subiendo,
pide auxilio, gimiendo,
hasta que al fin, del río en lo más manso,
se cumplió su destino,
pues al llegar a un pérfido remanso
se los sorbió a los dos un remolino.


XIV

   Todo esto lo ve Julio desde el cerro
con el cuerpo aterido, el alma yerta...
Mucho más fiel que el hombre, el pobre perro
ni siquiera al morir soltó a la muerta.




Escena VI

El anónimo


 

JULIO - UN ANÓNIMO.

 
   Sobre la tumba de ella escribió un día:
- ¡Por darte vida a ti, me mataría!-
Y al otro día, por autor incierto,
con lápiz al final se vio añadido:
- Si ella hubiese vivido,
ya de hastío tal vez la hubieras muerto.-