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ArribaAbajo-II-

Todo en la Tierra pasa,
todo muere, se extingue o se deshace;
el duelo y el placer tienen su tasa
del hombre breve en la existencia escasa,
flor que se agosta con el sol que nace.
   Queda el dolor un día
dentro del corazón más amoroso
en lenta y profundísima agonía,
pero calma el dolor más riguroso
y el que más implacable parecía.
   Que así va nuestra vida
caminando entre gustos y dolores,
como fuente silvestre que escondida,
por el sombrío bosque, va perdida
zarzas bañando y campesinas flores.
   Así don Juan, con la memoria triste
del cariñoso padre acongojado,
vivió con su memoria
en soledad un tiempo retirado,
en jornada diaria
visitando su tumba solitaria.
Mas sintiendo ceder su amargo duelo
y el alma serenarse cada día,
volvió a la sociedad, y halló consuelo
en lo que un tiempo su placer tenía;
y el consuelo por puntos aumentando
se iba por puntos en placer tornando.
De su dolor testigos,
con respetuosas chanzas y caricias
a cercarle volvieron sus amigos,
y se iba a su presencia despertando
su corazón sediento de delicias.
Volvió a reír don Juan, volvió a sus ojos
la viva luz del gozo y la esperanza,
volvió la soledad a darle enojos
y su opulencia le tornó a la holganza.
Sus administradores
cuentas a darle con afán vinieron
de la herencia feraz de sus mayores,
y a sus ojos pusieron
sus pingües rentas, por don Gil dobladas
con mil cuidados y con mil sudores.
Tendió don Juan los ojos satisfechos
por el risueño porvenir, y el mundo
halló tal vez con límites estrechos
a su deseo libre y vagabundo.
«¿De qué me sirve -dijo- esta opulencia,
estos montones escondidos de oro,
si en la oscura y pobrísima Palencia
no me sirve de nada mi tesoro?
¿He de gastar en mantas mis doblones,
o he de hacer de continuo a mis queridas
regalos de peludos bayetones?
¡Quedaran, vive Dios, agradecidas!
Murió mi padre, ¡duéleme a fe mía!,
pero no es menos cierto
que yo también me moriré algún día;
y si la vida a divertir no acierto,
comprando mi placer con mi riqueza,
¿no se aprovechará de mi torpeza
otro más listo cuando me haya muerto?
   ¡Adelante, don Juan, viven los cielos!
Menos dicen que son con pan los duelos.
No pasemos la vida
en llorar como imbéciles mujeres;
la riqueza gocemos adquirida,
y hagamos amistad con los placeres.»
   Y aquí don Juan, soltando de repente
ruidosa carcajada,
que sin duda excitada
fue por recuerdo que acudió a su mente,
siguió diciendo: «Y en verdad que ahora
pillaré descuidada
a mi antigua Sirena encantadora.
Vaya, vaya, don Juan, duelos aparte
y vamos a Madrid, donde a esperarte
saldrá, sin duda alguna,
con los brazos abiertos la fortuna.
¡Madrid, sitio a propósito
para amorosos y reñidos lances,
de petardos y cábalas depósito;
y tela de aventuras y percances!
Vámonos a Madrid, es un capricho;
mas mi padre perdone
que a Palencia, heredándole, abandone,
que Madrid es mi patria, y está dicho,
Damián, en este punto
los caballos ensilla,
y el claro sol al despuntar mañana
que fuera nos encuentre de Castilla.»
   ¿Qué distancia en don Juan menester era
para obrar y pensar de una manera?
Todo era en él lo mismo. En un momento
arregló sus negocios
conforme al concebido pensamiento,
y a las diez poco más de una mañana
salió sobre una yegua jerezana
más ligera que el viento,
y tres días después desde la altura
del cano Guadarrama
de Madrid contemplaba la llanura,
donde sus nieves pródiga derrama.