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ArribaAbajoAndamios: en busca del desexilio

Corina S. Mathieu (Universidad de Nevada)


Cuando hace casi treinta años al concluir los cursos doctorales me enfrenté a la consabida tarea de escoger un tema para la tesis, la situación generó considerable ansiedad. En esos momentos la elección de un escritor, de un tema, implicaba la aceptación de mi propuesta por el comité correspondiente y el poder completar el proyecto debidamente, todo lo cual asumía en mi mente proporciones desmesuradas.

Vagamente familiarizada con Montevideanos resolví repasar los cuentos de la mencionada colección para constatar, si luego de una lectura más atenta, mi primera impresión se veía confirmada. A resultado de la indagación, escogí los cuentos de Mario Benedetti como tema de tesis y se inició así una genuina apreciación por la obra del autor que continúa hasta el presente. Como muchos otros lectores del escritor uruguayo, también yo sentí en esa oportunidad la magia de su poder comunicativo y la sinceridad de su vocación creadora.

A través de los años, ese acercamiento a la obra literaria de Benedetti se vio matizada por períodos de alejamiento a consecuencia de la actividad docente. Sin embargo, las múltiples publicaciones que se sucedían casi ininterrumpidamente estableciendo la trayectoria benedettiana, cada vez más definida y con ecos internacionales, jamás me permitieron perder de vista su actividad literaria.

Hoy, con motivo del tan merecido honor que la Universidad de Alicante le rinde a Mario Benedetti, vuelvo a acercarme al autor para sumarme a todos los que aquí reunidos desean expresar su reconocimiento por el legado literario que nos ha concedido con un comentario sobre su última novela Andamios.

Si la crítica reconoce que el discurso cultural uruguayo de la segunda mitad del siglo ha de estar condicionado por los doce años de dictadura, de junio de 1973 a marzo de 1985, esta novela no es una excepción. Fenómenos como la censura, la represión, el exilio y las diferentes formas de resistencia interna, marcaron la vida creativa de buena parte de la producción literaria que no ha podido, ni ha querido dejar de situarse en relación con «esa» historia. Los años de la dictadura están marcados por la dispersión, exilio y resistencia activa o pasiva y, a partir de 1984, de retorno y reestablecimiento del diálogo entre la cultura del «interior» y la producida en el «exterior». Se recuperan y renuevan raíces culturales olvidadas y se compara el antes y el ahora, no sólo dentro del ámbito social, sino también, y más importante aún, dentro del contorno personal.

La obra de Mario Benedetti es extensa y abarca todos los géneros, pero durante más de cuarenta años en que ha reflejado la historia social uruguaya, sus creaciones se han visto signadas por la fidelidad a sus principios morales y por su habilidad para comunicarse con el hombre medio, no sólo del Uruguay, sino también de todos los que comparten la realidad latinoamericana. Andamios continúa esa tradición, si bien en sus palabras preliminares el autor nos advierte que ésta no es una novela en el sentido tradicional de la palabra.

Temáticamente, Andamios enfoca el peregrinaje espiritual de Javier Montes al regresar a Montevideo luego de un prolongado exilio en España. Los fantasmas del pasado, junto con las transformaciones que encuentra al retornar a su ciudad natal, lo llevan a recordar, a comparar, a aceptar nuevas circunstancias, preguntándose al mismo tiempo cuál es su lugar en ese mundo tan conocido y tan cambiado. Se trata pues de una novela de la vida interior, afectada por las circunstancias y el pasaje del tiempo que se va afirmando, paso tras paso, de adentro hacia afuera.

Novela de catarsis liberadora, Andamios refleja vivencias biográficas. Pero la intención de Benedetti no es reproducir sus experiencias personales, sino plasmar ficcionalmente la situación de uno de los tantos montevideanos, que como muchos otros, se vieron obligados a alejarse del país a raíz de la situación política. Para Javier, España representa la patria interina, a la cual se incorporó temporariamente. Con el correr del tiempo, sin embargo, la adaptación al nuevo medio nunca se da de lleno y el retorno se hace ineludible.

Benedetti nos previene en su prólogo a Andamios que la novela no pretende ser una interpretación psicológica, sociológica, ni mucho menos antropológica de una repatriación colectiva, sino la restauración imaginaria de una repatriación individual. A pesar de la aclaración, la trayectoria personal de Javier Montes incluye situaciones clave. La reintegración del protagonista a su medio de origen involucra ante todo ponerse en contacto con su pasado: la niñez, su familia, la madre y los dos hermanos radicados en los Estados Unidos, su maestro favorito, sus amigos. Pero Javier encara la reintegración cautelosamente. Decide permanecer en una casa que se halla alejada de Montevideo, no sólo porque es la única propiedad que le queda, sino porque en esa etapa de su vida, la distancia le es necesaria. Así se lo explica a su amigo Fermín: «... quiero reflexionar, tratar de asimilar un país que no es el mismo, y sobre todo comprender por qué yo tampoco soy el mismo»630.

Javier le confiesa a Fermín las vicisitudes interiores que acosan al exiliado, el rechazo inicial de la realidad, la adaptación transitoria que sólo sirve para subrayar dolorosamente lo que se ha dejado, hasta que surge el temor de perder la identidad. Ese temor, junto con la resolución de los conflictos políticos en su país, impelen a Javier a regresar. El regreso, sin embargo, no soluciona la problemática existencial. El personaje se halla desubicado en su propio medio. La evolución que trae aparejado el pasaje del tiempo es valía indisoluble que obliga al protagonista a examinar el presente, compararlo con el pasado y resolver, teniendo en cuenta los cambios que él mismo ha sufrido, qué actitudes adoptar con respecto a esa nueva realidad. En otras palabras Javier intenta reestablecer su identidad y alcanzar un equilibrio interior que le permita reanudar su vida interrumpida por la dictadura.

Convenientemente Javier regresa a Montevideo solo. El protagonista explica la reticencia de Raquel, su esposa, a regresar, la confrontación final y la decisión de Camila, la única hija, de permanecer con su madre en Madrid. Sin familia Javier se halla en libertad para explorar los parámetros de su nueva circunstancia y analizar sus sentimientos a medida que se suceden los acontecimientos. Aunque Javier no se ha quedado sin paisaje, sin gente, sin cielo y sin país, parafraseando a los personajes de Geografías, entiende que al reintegrarse al país debe contraponer sus recuerdos a la realidad y verificar sus reacciones ante los resultados. En ese sentido el videoclub que abre en Punta Carretas simboliza las dos facetas que caracterizan su retorno. Por un lado el videoclub se identifica con el presente, con la sociedad de consumo de finales de siglo. Por el otro, Javier, que en numerosas oportunidades a lo largo de la narración observará críticamente la erosión cultural del país, ha abierto un videoclub dedicado al buen cine, a los clásicos en blanco y negro. Nostálgico por una cinematografía artística, se regocija ante el asombro y el entusiasmo de los jóvenes al descubrir esos tesoros.

Poco a poco, con una módica rutina, Javier va estableciendo los nuevos lazos con su país. Nieves, su madre, cariñosamente facilita la empresa. La relación entre ambos siempre estrecha es la única que ha permanecido más o menos intacta. También los amigos contribuyen al reingreso de Javier a su medio, a pesar que la represión política y el pasaje del tiempo han dejado sus huellas en ellos. Fermín, el más próximo a Javier, ha estabilizado su vida, aunque la reinserción a la normalidad no ha sido fácil. Víctima de torturas y de un largo encarcelamiento por su militancia política ha alcanzado finalmente una vida de sereno equilibrio con su esposa e hijos. El viejo Leandro, observador atento de la escena nacional, escépticamente vislumbra, tras la apariencia progresista de los convenios internacionales, el control inhumano de las multinacionales. Eduardo Vargas ha trocado su militancia izquierdista por un puesto de diputado con el partido Colorado. Javier reflexiona acerca de los cambios que han convertido al antiguo grupo juvenil consagrado a la militancia política en individuos confundidos, desconfiados, incrédulos que ahora parecen sólo querer pisar sobre terreno seguro. Tiene consciencia que la transición no es fácil, que el sentirse desubicado luego de tantos cambios es natural, pero al mismo tiempo teme que el individualismo egoísta triunfe en detrimento del bien común que los había unido en la antigua lucha. Javier comenta esta preocupación con Raquel por fax:

Mirá que yo tampoco estoy claro. Aquí mismo veo la izquierda fraccionada, dividida por personalismos un poco absurdos, que uno creía descartados para siempre, y no acabo de entender ni de admitir que se pueda subordinar así, sin pensarlo dos veces, el interés común a las miras personales. En el fondo no son posiciones tan dispares (a veces me parece que están diciendo lo mismo en distintos dialectos), y sin embargo nadie cede ni un milímetro..., ¿podemos aceptar así nomás, en una actitud meramente pasiva que, además de vapuleamos, nos quiten la identidad, nos desalienten para siempre?


(230-31).                


La contraposición del antes y del ahora, de la memoria en contraposición con la realidad, umbral de un futuro para el cual no se logra encontrar asidero, constituye el andamio fundamental de la novela. Todo ello se halla íntimamente ligado al interrogante sobre la identidad amenazada por los drásticos cambios en la sociedad uruguaya y en el mundo. Desde su inicio literario, Benedetti siempre se refirió, a veces con humor, a la dificultad del Uruguay para encontrar algún rasgo identificable que lo separara de los otros países del continente. En Andamios nuevamente se hace eco de sus consideraciones iniciales. «¿Sobre que escribir?» se pregunta Javier al tratar de escoger un tema para enviar a la agencia española de la cual es corresponsal. «No tenemos cataratas, ni petróleo, ni coca, ni indios» (102-103).

Benedetti parece decimos que es difícil de por sí ser uruguayo y la situación se complica mucho más para aquellos que obligados a exiliarse perdieron, durante años de ausencia, los puntos de referencia en que están anclados los recuerdos. Javier reflexiona en diversas oportunidades acerca de los cambios en Montevideo, «el espejo cultural de la sociedad uruguaya»:

Uno regresa con la imagen de una calle en agfacolor o kodacolor o kakacolor, y se encuentra con una calle en blanco y negro. Uno vuelve con una postal de cafés tradicionales, donde todos discutíamos de todo, y se topa con los McDonald's y otras frivolidades alimenticias. Uno se repatria con nostalgia de los abuelos y se encuentra con las zancadillas de los nietos... Nada es lo mismo.


(327-28)                


Aun cuando va al reencuentro de su Jardín Botánico comprueba que la memoria y la realidad no se corresponden y por eso se pregunta «¿dónde y cuándo acabó el viejo país y cuándo y dónde podrá algún día empezar el nuevo?» (246).

Javier ha vuelto al Uruguay porque desea reafirmar su identidad, pero el hombre que regresa ha cambiado y la ciudad que encuentra tampoco es la misma que dejó. El protagonista debe conciliar ambos cambios para reintegrarse a su medio y, en su esfuerzo para lograrlo, se vale de todos los recursos a su alcance: su madre, sus amigos, el paisaje uruguayo y por supuesto el romance. En Andamios, como en otras obras de Benedetti, la función del héroe es mostrar su intimidad en conflicto. La mujer, por otra parte, esboza la posibilidad del diálogo y la resolución de la tensión.

La relación amorosa entre Javier y Rocío es significativa porque refleja la solidaridad de dos seres que se necesitan. Pero además, Rocío no es sólo quien le proporciona a Javier el cariño esencial que necesita, sino que también es puente entre él y los que como ella permanecieron en el país y padecieron físicamente a manos del régimen autoritario. Cuando Fermín recobró la libertad, lo esperaban Rosario y los hijos y el calor familiar facilitó su reinserción en la normalidad. A Rocío, por el contrario, luego de diez años de encierro, de identidad anulada, sólo le aguardaba soledad y tristeza. La pareja se constituye en un momento crucial para ambos. Al decir de Rocío..., vos y yo compartimos un lenguaje, una etapa de vida, una ansiedad, y también una esperanza, aunque esté deshecha» (92).

Como el nombre lo sugiere, Rocío es una mujer dulce cuya personalidad ofrece tierno apoyo y comprensión. La intimidad de la pareja se desenvuelve dentro de un marco de profunda espiritualidad que alimenta sus almas ávidas de correspondencia humana. Pero mientras que Javier es un pasajero en tránsito hacia un futuro que todavía no logra discernir, Rocío, muchos más vulnerable, se siente incapaz de proyectarse hacia el futuro. Con verdadera angustia existencial se pregunta si el sacrificio de su generación no ha sido en vano: «¿Valía la pena jugarse la vida por esta derrota? Tal vez tenía razón Andrés Rivera cuando se preguntaba: ¿qué revolución compensará las penas de los hombres?» (254).

La cita de La revolución es un sueño eterno es un intertexto elocuente. La pregunta concluye la novela de Rivera, pero Benedetti no incluye la oración que precede a la pregunta: «Entre tantas preguntas sin responder, una será respondida»631. Rocío no alcanzará nunca a recuperarse del sufrimiento pasado y, su inhabilidad de poder proyectarse hacia el futuro, presagia la tragedia que irá a sobrevenirle.

Mientras que Rivera especula a través de su protagonista sobre el destino de la verdadera revolución, que el fracaso temporal ha dejado en suspenso, Benedetti encara la temática en un plano menos teórico. Javier no comparte la actitud derrotista de Rocío, comprende que es necesario arriesgarse porque a pesar de que Artigas, Bolívar, San Martín, el Che, y hasta el mismo Jesús fueron derrotados, el mundo de hoy sería peor si ellos no hubieran existido. Javier comprende la naturaleza eterna de la lucha y los riesgos que ésta trae aparejada, porque sin lucha la humanidad perdería su vigor regenerativo.

Una variedad de «andamios» va conformando el dexexilio de Javier. Como en obras anteriores, Benedetti intercala poemas, así como también artículos que el protagonista escribe en su carácter de corresponsal. Mientras que los poemas se hallan ligados a la interioridad del protagonista, los artículos constituyen breves ensayos en que el autor opina sobre temas que siempre le interesaron: Montevideo, Latino América, la política internacional.

El tópico de los tres poemas incluidos en el relato se centra en el cuerpo de Javier, lo cual es significativo, ya que en su búsqueda del nuevo país, el personaje se encuentra temporariamente desarraigado. Su cuerpo, que él denomina «mi genuino patrimonio», es lo único completamente suyo, es la materia que lo ata al mundo, que le permite comunicarse con la mujer querida. Es su cuerpo que le hace saber que está vivo: «Mi cuerpo abre los ojos / y se intuye, se mide, / ¡abre los brazos! / y se despereza, / abre los puños/ y se desespera» (238). Ese mismo cuerpo se transforma y adquiere razón de ser en contacto con la amada: «Mi cuerpo se transforma / en mi cuerpo de veras: / vale decir mi cuerpo de Rocío» (239).

El proceso del dexexilio se halla poblado de comparaciones entre el antes y el ahora. Las observaciones de los personajes sobre la situación político social de finales de siglo reflejan el candor tan característico del autor. Si en 1960 Benedetti observaba sardónicamente que el Uruguay era la única oficina que había alcanzado la categoría de república, en 1996 deplora la organizada campaña contra el Estado protector. «El sarampión de las privatizaciones» amenaza con acabar la burocracia estatal que, a pesar de sus deficiencias, había sido fuente de sustento de millares de ciudadanos de clase media que ahora deben enfrentarse a un orden nuevo. El nuevo sistema, flagelo del hombre común es, sin embargo, fuente de enriquecimiento de los poderosos. Javier percibe preocupación en el rostro de sus compatriotas, «todo un archivo de esperanzas descartadas», y se dice a sí mismo que nada es lo mismo.

A pesar de los comentarios críticos del nuevo orden: el fin de la Guerra Fría, el avance de la globalización bajo el impulso de las multinacionales, la juventud sin rumbo, Andamios concluye con una nota optimista. El anuncio de la llegada de Raquel y Camila augura una posible reconciliación del matrimonio que siempre había mantenido cordial comunicación.

Sin duda la tarea que encara Javier al emprender el regreso es ardua, pero sus compatriotas también enfrentan momentos difíciles ante la transformación del mundo. Con su consabida integridad, Benedetti aborda una temática crucial para el latinoamericano de esta década. No da soluciones, pero sí plantea sin rodeos la redefinición de la realidad a finales de siglo XX.

Andamios exhibe muchos de los rasgos de la producción anterior de Benedetti. La novela, narrada en un lenguaje directo, frecuentemente coloquial y salpicado de humor rioplatense, ofrece una temática con la cual el lector, haya vivido la experiencia o no, puede conectarse de inmediato. Pero, por encima de estos rasgos, lo que se destaca es el compromiso del autor con su época. Mario Benedetti que en 1960 sacudió la complacencia de sus compatriotas con la publicación de El país de la cola de paja, exhibe el poder de discernimiento que lo caracterizó desde su inicio. Aquellos familiarizados con sus creaciones literarias comprobarán que en Andamios el autor, no sólo aprecia ajustadamente las circunstancias que el hispanoamericano de fin de siglo encara, sino que con el valor y honestidad que lo caracterizan modifica algunas de sus posiciones de juventud.

Andamios es una novela que reúne todas las cualidades del Benedetti escritor y ser humano, a la vez que nos ofrece una acertada y sincera apreciación de la realidad hispanoamericana actual.