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Mientras cabalga don Quijote

Dramatización juvenil en tres actos1

Petra-Jesús Blanco Rubio



PERSONAJES
 

 
LA SOBRINA.
EL AMA.
TERESA PANZA.
SANCHICA PANZA.
EL CURA.
MAESE NICOLÁS,   el BARBERO.
EL BACHILLER SANSÓN CARRASCO.
DON QUIJOTE.
SANCHO PANZA.
EL ALGUACIL.
EL PAJE.


¿QUIÉNES SON ESTOS PERSONAJES?

¿Qué hacían? ¿Cómo vivían en aquel Lugar de la Mancha en el siglo XVII?

Pues el señor Alonso Quijano -que éste era el verdadero nombre de Don Quijote-, después de las largas sesiones de lectura, cuando ya no le quedara aceite en el candil ni cera en la vela, se juntaría con sus amigos el Cura y el Barbero, a jugar una partidita de cartas, como acostumbran a hacer los mayores.
En los pueblos casi nadie sabía leer por aquel entonces. Solamente los curas y los hombres de buena familia, como los hidalgos, que eran los señoritos de la aldea.
Así que, no debe extrañarnos que los tres intelectuales se reuniesen en comandita para hacer comentarios acerca de los libros que tuvieran y se prestaran unos a otros.
Hay que pensar que, lo mismo que hoy hacen furor los ordenadores y las videoconsolas, en esta época, lo que verdaderamente flipaba era leer un libro. Hasta 1450, cuando se inventó la imprenta, los libros sólo eran patrimonio de los potentados como reyes o nobles, porque se escribían a mano y eran carísimos, pero luego, con la imprenta, los pudieron comprar gente de menor poder adquisitivo.

Sancho era un labrador vecino de Don Quijote. El hidalgo, que seguramente, no entendía demasiado de las pequeñeces cotidianas, recurriría a él para resolver las chapuzas habituales que surgen en todas las casas y, mientras Sancho le arreglara la polea del pozo o le colocara el palo de la azada, Don Quijote le comentaría la última aventura que estaba leyendo. De esta manera se fue tejiendo entre ellos una relación entrañable alimentada por las promesas que el señor le hacía para ese futuro heroico cuando ambos recorrieran caminos y libraran batallas contra gigantes poderosos y magos encantadores.
Sancho no tenía un pelo de tonto y distinguía muy bien la realidad de la fantasía siempre y cuando se tratara de cosas y hechos conocidos. Estaba seguro de que en los librotes que leía su amigo y vecino se encontraba el secreto de la sabiduría y el poder. Por eso respetaba a Don Quijote, que sabía leer, cosa inaccesible para un villano como él.

Un barbero, por aquellas fechas, era una especie de curandero o médico rural, que sacaba muelas, hacía emplastos y conocía el poder curativo de las hierbas. Los barberos tenían que estudiar mucho para distinguir las medicinas de los venenos. Eran personas muy preparadas y muy respetadas en los pueblos. El nuestro, que se llama maese Nicolás, era un cincuentón como don Quijote y el cura y juntos hacían un trío de amiguetes lectores y solterones.
Pudo haber sido soldado en la batalla de Lepanto y compañero de armas de un tal Miguel de Cervantes, que también era hijo de un médico como él.
Maese Nicolás, a sus años, pensaba casarse con la Sobrina para emparentar con el hidalgo y ascender de categoría. Lo de cobrarse las deudas era una opinión del Ama, pero nunca había pasado por su mente. A él le importaba más la clase social que el dinero porque ya tenía bastante.

El cura leía en latín, además de hacerlo en castellano y era el encargado de trasmitir al pueblo los mensajes de la Iglesia.
Al ver esta comedia puede parecernos que era malo porque le tenía manía a las mujeres independientes.
Hay que pensar que los curas no son ni buenos ni malos. Son hombres de su época.
Y, en aquellos tiempos, los hombres pensaban que las mujeres habían venido a este mundo solamente para servirles. Cuanto más obediente y sumisa era una mujer, mejor, pensaban ellos.
Así que, para que no tuvieran tiempo de pensar, había que tenerlas siempre ocupadas: las mujeres estaban agobiadas de trabajo en casa, trabajo con su familia y trabajo en el campo.
En cuanto disponían de un rato libre, se las requería en la iglesia, adonde se les recomendaba que fueran obedientes, porque así irían al cielo.
Por supuesto, que a las mujeres no se les enseñaba a leer, no fueran a darse cuenta de su situación lamentable y empezaran a exigir sus derechos.
Cuando alguna mujer valiente se atrevía a exponer sus ideas, si éstas eran contrarias a las normas establecidas, un tribunal, formado por hombres, naturalmente, la acusaba de bruja y la quemaban en la hoguera para que aprendieran las demás y no se desmadraran…Y todos se quedaban tan satisfechos de haber puesto, de nuevo, las cosas en su sitio.

Sansón Carrasco era un mozo joven que había hecho bachiller en Salamanca. Pertenecía a una familia acomodada que se podía permitir el lujo de pagar sus estudios. Tenía buena relación con los sabios vejetes del pueblo, Don Quijote, el cura y el barbero, y les contaba las novedades de la Universidad. Era el que traía las ideas modernas y sorprendentes que circulaban por la ciudad, donde las cosas empezaban a ser de otra manera. Allí ya había mujeres, aunque todavía eran poquitas, que sabían leer, incluso que escribían libros.
Sansón Carrasco no quería tener una esposa analfabeta, que se tragara todo lo que le dijeran. A él le gustaban las mujeres que pensaran y fueran capaces de discurrir y de opinar. Por eso estaba enamorado hasta los tuétanos de la Sobrina de Don Quijote. Porque estaba a su altura y no sería una esposa esclava a la que explotar sino una esposa compañera en la que apoyarse y con la que colaborar.

El Paje procedía del palacio de la Duquesa, adonde habían llegado Don Quijote y Sancho sorprendiendo a los nobles y las damas con sus frases caballerescas y refranes populares. Era un joven apuesto al que los Duques habían convertido en su mensajero para llevar al pueblo la fausta noticia del ascenso de Sancho Panza a gobernador de la ínsula Barataria. Estaba acostumbrado a tratar a jovencitas educadas y discretas. Comenzó el viaje medio en broma, siguiendo el juego que le habían encomendado en palacio y terminó descubriendo el encanto sencillo de Sanchica, ante la que cayó rendido.

El Ama es el alma de esta historia. Ella es una mujer independiente, que tiene sus dineritos ganados de su trabajo y que, cualquier día, monta un tenderete de puntillas en la feria de Almagro.
Apareció en la casa de Don Quijote después de quedarse viuda, muy joven aún, para cuidar a la Sobrina, que había perdido a su madre. Quiere a la muchacha como si fuera esa hija que no tuvo y la defiende de las malas lenguas del pueblo.
Aunque conoce los beneficios de la prudencia, no duda en tirar por la calle de en medio cuando su niña del alma está abrumada por la presión de los vecinos. La anima a ser valiente y afrontar los problemas con la frente bien alta. Y, por si fuera poco, y en aquella época, es capaz de no querer casarse y conservar su libertad.
Posiblemente haya aprendido a leer a escondidas y se conozca todos los libros de la casa. Pero nunca desvelará a nadie este secreto. Ni siquiera a la Sobrina.

Teresa es una gran mujer a pesar de su ordinariez. Es la que manda en casa y Sancho, que es un bendito, se deja mandar. Ella sabe cuándo hay que segar y cuándo catar las colmenas. Pero le sienta como un tiro que su marido, aparentemente tan sensato, sufra una abdución caballeril y se convierta en escudero sin más ni más. Y que la deje plantada con la cosecha en la era.
Como en el pueblo no hay muchas distracciones suele pasarse grandes ratos en la casa de al lado charlando con su comadre, el Ama, con la que se entiende estupendamente y con la que chismorrea de todas las vidas y milagros de los vecinos del lugar.
En el fondo es una soñadora y cree posible que se realicen las promesas de su Sancho. Así que, cuando se siente gobernadora, se quiere quitar la espina de villana y mirar por encima del hombro a las señoritingas del pueblo.

Sanchica es un amor envuelto en esparto. Se sabe ignorante y es humilde y trabajadora. Le hace confidencias a su amiga, la Sobrina, y juntas son cómplices de dichas y desventuras.

Y, un día, como en los cuentos, también a ella se le aparece un Príncipe Azul, vestido de Paje, que le promete sacarla de las tinieblas de la aldea y enseñarle la luz de la Corte.

¿Se encontrará con Miguel de Cervantes para que solucione su relación con el Paje?

La Sobrina sabe distinguir perfectamente la fantasía de las novelas de la realidad cotidiana porque, al contrario que a su tío Don Quijote, la lectura no le ha secado el cerebro, sino que se lo ha llenado de luz.
No es solo la señorita de pueblo, dedicada a bordar ese ajuar interminable lleno de encajes y bodoques. Es la mujer instruida, razonadora, capaz de enfrentarse al cura retrógrado y capaz de defender lo que de bueno tenía la locura de su tío. No está dispuesta a casarse porque se lo imponga nadie. Ni siquiera su tío, al que adora. Debe luchar contra las habladurías y las burlas aunque tiene miedo de enfrentarse a la calle que se ríe de ella.
Pero la Sobrina tiene dos magníficos aliados: su Ama, llena de sabiduría y conocimiento de la vida, y su intelectual enamorado, Sansón Carrasco. Los dos la ayudarán a sobrevivir y a superar ese escalón de dependencia que aún le queda para conseguir la auténtica libertad.






ArribaAbajo Acto I

 

Al subirse el telón aparece en el escenario una estancia de un hogar rural manchego del siglo XVII. Es una habitación entre sala de estar y comedor. En la pared del fondo, hay una puerta no muy grande que comunica con la biblioteca de DON QUIJOTE y que va a ser ocultada por el aparador colocado en un lateral. Éste es un mueble locero, con platos y botes de cerámica de Talavera. Entre los muebles y adornos rústicos se contempla una lanza vieja y oxidada, que, como una reliquia, recuerda a los antiguos hidalgos de la familia Quijano, que lucharon heroicamente en el pasado.

 
 

Necesariamente, se encuentran en este lugar los útiles de trabajo de nuestras mujeres, que, en este caso son varias sillas bajas y los correspondientes mundillos de hacer bolillos prestos a ser utilizados en cualquier momento. Es necesario que las actrices sepan hacer encaje, aunque sea una puntilla sencillita, para darle más verosimilitud a la actuación.

 
 

Esta obra, además de celebrar a DON QUIJOTE, quiere ser un homenaje a las encajeras de la Mancha que, en el Siglo de Oro alcanzaron su máximo esplendor.

 
 

Comienza la escena, antes de abrirse el telón con sonido de hoguera crepitando y, a lo lejos, en off., se escuchan las voces del CURA, MAESE NICOLÁS, el AMA y la SOBRINA, que están acabando de dar buena cuenta de la biblioteca de DON QUIJOTE.

 

BARBERO.-  ¡Arrojemos a la hoguera todos estos libros que han vuelto loco al mejor hidalgo de toda la tierra de La Mancha!

AMA.-  ¡Ahí va!

CURA.-  Mira cuántos hay aquí...

AMA.-   Yo tiro todos estos

SOBRINA.-  ¡Éste también!, Que ha sido uno de los que más ha enloquecido a mi tío.

AMA.-  ...Y éste.

 

(Entran por un lateral TERESA y SANCHICA. Son toscas y zafias, las dos. Se limpian los mocos con el mandil o la manga, se arrascan exageradamente y se mueven con ordinariez.)

 

 (Tosiendo y espantando el humo.) 

TERESA.-  ¿Qué es lo que pasa aquí?

SANCHICA.-  Algo debe estar ardiendo desde hace un rato porque llega el humo hasta nuestra casa.

TERESA.-  ¡Ama!

 (A la vez.) 

SANCHICA.-  ¡Tonia!

 (Dentro.) 

CURA.-  Ojo, con lo que hacemos, porque todos esos que he colocado en el rincón, no se deben quemar.

 (Dentro.) 

BARBERO.-  ...Todos.., todos... Hay que quemarlos todos. Que no quede en la casa ni rastro de estas perversiones.

 (Dentro.) 

AMA.-  ¡Hale, otro más!

 (Dentro.) 

CURA.-  No seas bruta, mujer, algunos libros son muy interesantes y enseñan cosas que es bueno saber.

TERESA.-  No las oyes?. Están ahí dentro, en la biblioteca de Don Alonso.

SANCHICA.-  Parece como que estuvieran haciendo fuego.

SOBRINA.-  Ya no quedan más que estos tres.

 (Dentro.) 

BARBERO.-   ¡Allá van!

SANCHICA.-  ¿No le estarán quemando los libros al hidalgo?

 (Dentro.) 

SOBRINA.-  ¡Ay!, ¡cuánto humo!  (Toses.) 

TERESA.-  ¡Ay, madre... cuando se entere!

 (Dentro.) 

AMA.-  ¿Mira que si se levantara tu tío ahora y nos pillara? ¡Sería capaz de coger la lanza y arremeter contra todos!

 (Dentro.) 

CURA.-  Será mejor cerrar la ventana y echar agua en la hoguera, para que no note nada.

 (Dentro.) 

BARBERO.-   Vayan saliendo todos de aquí, que yo me encargo de bajar al corral y de apagar el fuego con agua del pozo.

 

(El CURA, con el AMA y la SOBRINA, van entrando en la estancia que aparece en escena, a medida que hablan.)

 

 (Entrando mientras sacude las manos y la ropa.) 

AMA.-   Ahora, lo que tenemos que hacer es cambiar de sitio ese aparador para que cubra el hueco de la puerta y tu tío, Don Alonso, se confunda y no encuentre la habitación de los libros.  (Mirando a TERESA y SANCHICA.) ¿Estáis aquí vosotras? ¡Qué bien! Ayudadme, entonces, a quitar los cacharros para mover el mueble.

 

(Todo el mundo se dispone a despejar el aparador de vasijas.)

 

 (Entrando y dirigiéndose a la SOBRINA.) 

BARBERO.-  ¿Qué os ha parecido la hazaña?

SOBRINA.-  ¿Por qué me preguntáis a mí, con toda la gente que hay?

BARBERO.-  Por que sois la más hermosa...

CURA.-  Andad, dejaos de zalamerías y ayudadme a mover el mueble y tapar la puerta para confundir a Don Alonso.

BARBERO.-  Que me place. ¡Allá vamos!

 

(Mueven el aparador cómicamente entre el CURA y el BARBERO con gestos de grandísimo esfuerzo, con satisfacción de las mujeres que se sonríen pensando que ellas lo hubieran hecho antes y mejor.)

 

AMA.-   No saben vuestras mercedes cómo se lo agradecemos. Aunque solas también hubiéramos podido hacerlo. ¿Quieren tomar un poco de queso y un vasito de vino?

BARBERO.-  Imposible. Me esperan en la barbería para colocar unas sanguijuelas. Ya vendré más tarde a ver cómo se ha despertado el "Caballero Andante"  (Lo dice con mucho retintín.)  y charlar un rato con su encantadora Sobrina.  (La SOBRINA le mira desconcertada.) 

CURA.-  Voy a controlar la hoguera. Hasta luego.

AMA.-  Hasta luego.

SOBRINA.-  Adiós.

AMA.-  Ahora debemos colocar las piezas como estaban. Ayúdame tú, Teresa, y que las muchachas tejan.

 

(El AMA y TERESA colocan las vasijas y las van limpiando mientras ANTONIA y SANCHICA se sientan juntas a tejer, cerca del espectador. La SOBRINA tiene finos modales de hidalga pueblerina, mientras que SANCHICA se sienta y gesticula con ordinariez. Hablan muy sigilosas.)

 

SANCHICA.-  ¿Sabes quién ha venido?

SOBRINA.-  ¿Quién?

SANCHICA.-  ¡El bachiller!

 (Muy emocionada.) 

SOBRINA.-  ¿Cuándo?

SANCHICA.-  Anoche.

 (Coqueta.) 

SOBRINA.-  Me tengo que arreglar. No quiero que me encuentre oliendo a humo.

SANCHICA.-  ¿No te han dado noticias de su llegada?

SOBRINA.-  Vendrá él mismo a dármelas. Como siempre.

SANCHICA.-  ¡Qué suerte tienes!... yo no tengo un enamorado que me quiera así...

SOBRINA.-  ¿…Y Lope Tocho? …¿o es que ya no te quiere? (Se miran con complicidad.) 

SANCHICA.-  ¡Bah!

 (Acercándose a las jóvenes.) 

TERESA.-  ¿Qué secretos os traéis, muchachas?

SANCHICA.-  Ninguno, madre... Estábamos hablando.

TERESA.-  Ya.., ya... Mejor será que nos vayamos, no sea que se levante de la cama el señor hidalgo y arme una trifulca como no encuentre sus libros.

SANCHICA.  - ... Pero... si acabamos de empezar...

TERESA.-  Nada. no quiero que te metas en líos.  (Se la lleva.) 

SANCHICA.-  Hasta luego.

 

(Mientras tanto, el AMA se sienta muy cansada y coge su mundillo de hacer encaje. El trabajo no ha sido para menos: acaba de cargarse la labor de muchos años de coleccionismo de libros por DON QUIJOTE. Ambas hablan mientras trabajan.)

 

AMA.-  ¡Ay, qué silla más rica!

SOBRINA.-  ¿Estáis cansada?  (Música y silencio mientras tejen.) (Reflexionando.)  ...Ama... Ama...

AMA.-  ¿Qué dices, hija?

SOBRINA.-  ...Ama, ¿creéis que habremos hecho bien... con eso de quemar los libros?

AMA.-  Naturalmente, muchacha. Esos libros han sido la perdición para esta familia.

 (Siguen trabajando el encaje.) 

SOBRINA.-  ¿Cómo vais con esa puntilla nueva que os enseñaron en vuestro pueblo?

AMA.-  Es un poco complicada, no creas. Mira.  (Se acerca la SOBRINA y observa con detenimiento la labor.) 

SOBRINA.-  ¿Y esas rayas del cartón? ,¿qué significan?

AMA.-  Eres un lince, hija. Quería darte una sorpresa cuando lo tuviera hecho.

 (Curiosa.) 

SOBRINA.-  Pero ¿qué es?

AMA.-  Es un punto nuevo, “punto de la Virgen”, creo que se llama.

SOBRINA.-  ¿Me lo enseñaréis?

AMA.-  ¡Faltaría más! ¿para quién, si no es para ti, aprendo yo tantos encajes?

SOBRINA.-  Pues para venderlos en la feria de Almagro... y sacar buenos dineros por ello…

AMA.-  Anda... anda... Déjate de conversación y trabaja...  (Vuelven las dos al mundillo. Música) 

 (Con tristeza.) 

SOBRINA.-  ...Eran hermosos...

AMA.-  ¿Hermosos? ¿Cuáles? ¿Los encajes?

SOBRINA.-  Los libros del tío... (Melancólica.) Yo aprendí a leer en ellos.

AMA.-  No se te ocurra decirle a nadie que sabes leer... y mucho menos que has leído los mismos libros que tu tío... Pensarán que tú también estás… loca.  (Hace un gesto significativo.) 

SOBRINA.-  ...Que no, Ama. Que todo el mundo que lee no se vuelve loco... mira los sabios.

AMA.-  ¿Y por qué se ha vuelto así mi señor, Don Alonso? ¿Por qué?

 (Pensando.) 

SOBRINA.-  Yo creo que se empezó a volver así desde que Aldonza Lorenzo se marchó del pueblo.

AMA.-  ¿Desde que se fue al Toboso?... Pues ya han pasado unos años... ya.

SOBRINA.-  Los mismos que hace que mi tío se encerró en su habitación.

AMA.-   Aldonza no le hizo nunca demasiado caso.

SOBRINA.-  Pero, ¿le llegó a pedir matrimonio, en serio?

AMA.-  ¡Qué va! Tu tío ha sido siempre muy tímido para las mujeres. Era del dominio público que estaba enamorado de Aldonza, pero él jamás le dijo nada.

SOBRINA.-  A lo mejor se marchó al Toboso, aburrida de que nunca se le declarara.

AMA.-  No te digo que no.

SOBRINA.-  ... Y mi tío, en vez de ir a buscarla, que es lo que tenía que haber hecho, se dedicó a leer y leer...

AMA.-  ...leer...hasta la ruina.

SOBRINA.-  La locura no es la ruina.

AMA.-  ...En este caso, han venido juntas.

SOBRINA.-  ...¿Por qué?

AMA.-  ...Pues porque los libros cuestan caros... y tu tío ha ido vendiendo la hacienda poco a poco... y apenas tenemos para vivir.

SOBRINA.-  ¿No tenemos dinero?...

AMA.-  No

SOBRINA.-  ¿Pero nada... nada?... Entonces, ¿de qué comemos?

AMA.-  Gracias a mis ahorros… y al barbero, que le presta algunas veces...

SOBRINA.-  Siempre fue el mejor amigo del tío Alonso.

AMA.-  Pero, ahora... me ha dicho que quiere cobrar.

SOBRINA.-  ¿Y, de dónde va a cobrar si no tenemos fincas ni dineros?

AMA.-   Ahí está lo malo... piensa que como no hay dinero... y tú no te vas a poder casar con otro, porque eres pobre... lo mejor sería... que... que...  (Apenas perceptible.)  que tú te casaras con él...

SOBRINA.-  ¿Qué?

 (Alto.) 

AMA.-  Que tú te casaras con el barbero.

SOBRINA.-  ¿Que yo me case con ese viejo de maese Nicolás? ¡Ni en sueños, Ama!... ¡Antes me meto monja, que casarme con él!

AMA.-  ...es que...

SOBRINA.-  ¿Qué?

AMA.-  Que tu tío ya le ha apalabrado el matrimonio, si no me equivoco.

SOBRINA.-  ¿Sin contar conmigo? Ahora sí que me doy cuenta de que está loco. En su sano juicio, jamás hubiera hecho eso.

AMA.-  Es muy astuto el barbero... él fue el que ideó lo de quemar los libros.

SOBRINA.-  Porque... podría haberse quedado con ellos... y así se cobraba la deuda... Pero, de esta manera... en vez de cobrarse en libros... se cobrará en Sobrina... ¡Qué bien!

AMA.-  Los hombres, siempre se cobran en especie, hija.

SOBRINA.-  Ya veo, ya... Por eso anda persiguiéndome continuamente... y poniendo cara de pasmado.

 (Acariciándola.) 

AMA.-  ¡Mi niña!... Es que...A lo mejor te convenía hacerle caso…

SOBRINA.-  ¿Qué?

AMA.-   Es que… Ahora..., Sansón Carrasco... ya no te querrá.

 (Soltando el mundillo y poniéndose de pie, muy enfadada.) 

SOBRINA.-  ¡No hay más esques, Ama! ...¿Vos creéis que mi Sansón me va a abandonar sólo porque sea pobre? ¿Verdad? ¡Mal le conocéis!

AMA.-   Ojalá te quiera, como dices.

SOBRINA.-  ¡Sansón me quiere!

AMA.-  Ya lo veremos... Creo que acaba de llegar de Salamanca con el título de BACHILLER.

SOBRINA.-  Ya lo sabía.

AMA.-   Ya... Y no me lo habías contado, ¡picarona!.  (Se oyen ruidos en el interior. DON QUIJOTE se está rebullendo.) Me marcho. Tu tío se acaba de despertar y, como se presente pidiendo explicaciones, no voy a saber qué decirle.  (Se va el AMA.) 

SOBRINA.-  ¿Y me dejáis a mí sola para que resuelva el problema, ¿no?  (Vuelve a coger la labor, que está muy enredada.)  ¡Lo que me faltaba! ¡Los bolillos, enredados!

 

(Música. DON QUIJOTE entra el la estancia y se dirige con gran parsimonia hacia el aparador situado delante de la puerta. Toca el mueble, se separa de él intentando mirar con perspectiva, se vuelve a acercar. Detrás entra el AMA. Escena lenta y cómica.)

 

 (Mirando a su tío de reojo.) 

SOBRINA.-  ¿Qué buscáis, tío?

DON QUIJOTE.-  ¿Hacia qué parte está el aposento de mis libros, hija?  (El AMA y la SOBRINA se miran en silencio.) 

AMA.-  ¿Qué aposentos busca vuestra merced?. Ya no hay aposentos ni libros en esta casa, porque todo se lo llevó el mismo diablo.

SOBRINA.-  ...Que no era el diablo, Ama.., sino un encantador que se metió dentro de la estancia y, cuando salió volando, dejó la casa llena de humo... y ya no quedaban libros ni nada. Dijo que se llamaba el sabio Muñatón.

DON QUIJOTE.-  Frestón, sería.

AMA.-  No sé si se llamaba Frestón o Fritón. Sólo sé que acababa en ton.

DON QUIJOTE.-   Así es.

AMA.-  ¿Fritón?

 (A la vez.) 

SOBRINA.-  ¿Frestón?

DON QUIJOTE.-  Frestón, digo.  (Exaltado.)  Es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza porque yo voy a vencer en singular combate a otro caballero a quien él favorece.

SOBRINA.-  ¿Pero, quién le mete a usted, señor tío en esas pendencias?. Mejor estaría en su casa, y no irse por el mundo a desfacer entuertos... Mire que muchos van por lana y vuelven trasquilados...

 (Muy excitado.) 

DON QUIJOTE.-   ¡Oh, Sobrina mía! Primero que a mí me trasquilen, ...  (Agarra la lanza que está colocada en la pared y hace ademán de atacar.)  Pelaré yo las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello... (Continua luchando contra alguien imaginario.) 

AMA.-  Calma, mi señor Don Alonso.., calma... Vuélvase a la cama y tranquilícese, que enseguida le voy a llevar un caldito para que se reponga.

 

(El AMA sale de la estancia acompañando a DON QUIJOTE seguido de la SOBRINA. Música. Al cabo de un ratito vuelve la SOBRINA con ropa más elegante y acicalándose. Se ha arreglado por si viene a verla su enamorado. Hojea un libro mientras se sienta de nuevo sin apartar los ojos de él. En lo mejor de la lectura, aparece el CURA. La SOBRINA esconde con rapidez el libro debajo del delantal.)

 

CURA.-  ¿Qué guardas con tanto secreto?

SOBRINA.-  Nada...Este libro que vuestra merced ha salvado de la hoguera.

CURA.-  ¡Dámelo!

SOBRINA.-  ... Es que... que... quería leerlo...

CURA.-  ¿Leerlo? ¿Es que sabes leer?

SOBRINA.-  ¡Claro!

CURA.-  ¿Y cómo no me lo habías dicho nunca en confesión?

SOBRINA.-  ¿Por qué había de decirlo?

CURA.-  ¡Es pecado!

SOBRINA.-  ¿Pecado? ¿Por qué?

CURA.-  Pecado, sí. ¿Quién te ha enseñado ese vicio de la lectura?

SOBRINA.-  Mi señor tío, don Alonso Quijano... a quien todos llaman "El Bueno".

CURA.-  Tu tío... tu tío... ¿No sabes que está loco?

SOBRINA.-  ¿Qué tiene de malo leer?... Vuestra merced también lee...

CURA.-  ... Pero yo leo en latín... y soy hombre... y soy cura... ¡Tú eres mujer!

SOBRINA.-  ¿Las mujeres no podemos leer?

CURA.-  ¡No! Mira lo que le ha pasado a tu tío, ¡siendo hombre!... Los libros hacen pensar y eso no es bueno para las mujeres.

SOBRINA.-  ¿Qué es bueno para nosotras?

CURA.-  Para las doncellas es bueno rezar, cuidar la casa, reír con moderación y prepararse para ser una buena esposa que le dé muchos hijos a su marido.

SOBRINA.-  Yo no voy a tener marido. Soy demasiado pobre para eso.

 (Taimado.) 

CURA.-  De acuerdo. Pero algún buen hombre... como maese Nicolás... no tendría inconveniente en desposarte y darte una honorable familia.

 (Indignadísima.) 

SOBRINA.-  ¡Mi familia, que es una familia hidalga, puede que no tenga dinero, pero no por eso deja de tener honor y dignidad!

CURA.-  No me rechistes, que soy hombre de Dios.

SOBRINA.-  ¡Yo no me quiero casar con el barbero!

CURA.-  ¡Tienes la lengua larga y eso no es bueno para una doncella honesta y recatada!... ¡Dame ese libro!

SOBRINA.-  Este libro es de mi tío, don Quijote de la Mancha, ¡y no se lo voy a dar!

CURA.-  ¡Le llamas Don Quijote! ... ¡Justificas sus locuras!... ¡Dame ese libro endemoniado de caballerías que ha secado el cerebro de tu tío!

SOBRINA.-  ¡No!

 (El CURA quiere quitarle el libro a la SOBRINA y ella se resiste.) 

CURA.-  ¡Dámelo!

SOBRINA.-  ¡No! ¡Y lo leeré cuantas veces quiera!

CURA.-  ¡Arderás en el infierno por toda la eternidad!  (Sale muy enfadado. Queda la SOBRINA llorando. Música triste. Al cabo de unos minutos entra el BACHILLER.) 

BACHILLER.-  ¡Tonia!

 (Acercándose y abrazándose a él.) 

SOBRINA.-  ¡Sansón!

BACHILLER.-  ¡Tonia mía!

SOBRINA.-  ¡Cuántas ganas tenía de que llegarais!

BACHILLER.-  Ya estoy aquí para siempre... Pero...¿por qué lloráis?

SOBRINA.-  Por dos cosas.

BACHILLER.-  ¿Dos cosa graves?... A saber...

SOBRINA.-  El cura me ha dicho que voy a arder en los infiernos.

BACHILLER.-  ¿Por qué?

SOBRINA.-  Porque sé leer.

BACHILLER.-  No os preocupéis: leer no es malo.

SOBRINA.-  Mirad lo que le ha ocurrido a mi tío.

BACHILLER.-  Eso ha sido por leer demasiado: todo hay que hacerlo con medida.

SOBRINA.-  ¿Tampoco es malo para las mujeres?

BACHILLER.-  Ni para las mujeres.

SOBRINA.-  ¿Y por qué dice el cura que es pecado el que las mujeres lean?

BACHILLER.-  Porque es un cura que no ha salido del pueblo y no sabe que en Salamanca y en la corte hay doncellas y damas honorables que leen de corrido y con buena entonación… ¿A vos os gusta leer?

 (Mimosa.) 

SOBRINA.-  ... Sobre todos vuestros versos.

BACHILLER.-  A mí me gusta leer en vuestros ojos...  (Le limpia las lágrimas con un pañuelo.) ... que no deben llorar...  (La besa en la nariz.)  ¿Cual es la segunda causa que os apena?

SOBRINA.-  Me da miedo decíroslo?

BACHILLER.-  ¿Por qué?

SOBRINA.-  Porque ... me quieren separar de vos.

BACHILLER.-  ¿Separaros de mí?... ¿Quién?

SOBRINA.-  El barbero, maese Nicolás?

BACHILLER.-  ¿Que quiere hacer maese Nicolás con vos?

SOBRINA.-  Casarse.

 (Indignado.) 

BACHILLER.-  .¿Con vos?... Pero vos... no querréis.

SOBRINA.-  Claro que no. Pero como mi tío, Don Quijote, le debe tanto dinero, él ha pensado que una manera de cobrárselo sería casándose conmigo...  (Llorando, de nuevo.) ... ¡Y yo os quiero a vos!  (Abraza al BACHILLER.) 

BACHILLER.-  ¡Vuestro tío está loco!

SOBRINA.-  Me siento como si estuviera prisionera. ¡Ay!  (Llora.) 

BACHILLER.-  ¿Me dejáis que sea vuestro caballero y os libere de la prisión?

SOBRINA.-  ¡Ay! ¿Qué decís?...¿A vos también os gustan los libros de caballerías?

BACHILLER.-  Claro... Aunque estén un poco pasados de moda.

SOBRINA.-  En los libros no existe el tiempo. Con ellos podemos transportarnos a cualquier época.

 (Muy teatral.) 

BACHILLER.-  Yo seré un caballero que os salva del matrimonio con el viejo barbero... y vos la dama de mis pensamientos, como Dulcinea.

SOBRINA.-  ¿Quién es Dulcinea?

BACHILLER.-  Dulcinea del Toboso, ¿no la conocéis? Es una dama de ese lugar, de la que, según parece, vuestro tío, Don Quijote, anda enamorado y a la que dedica todos sus pensamientos y sus hazañas.

SOBRINA.  -Mi tío, de quien anda enamorado es de Aldonza, la vecina que se marchó a vivir al Toboso… la hija del señor Lorenzo Corchuelo.

BACHILLER.-  ¿Aldonza Lorenzo? No importa. Él la ha ennoblecido llamándola Dulcinea.

SOBRINA.-  Eso lo ha sacado de los libros de Caballerías. Todos son iguales: siempre hay un caballero valiente que lucha por el amor de su dama. ¿Vos lucharéis por mí?

BACHILLER.-   ¡Siempre!

SOBRINA.-  Os tendréis que buscar un nombre pomposo para cubrirlo de fama... ¿Cómo os llamaréis?

BACHILLER.-  Me lo buscaréis vos.

SOBRINA.-  ¿Y qué nombre me pondréis a mí?

 (Pensando.) 

BACHILLER.-  ... Pues... ¿Qué os parece...Sobrinea?

SOBRINA.-  ¿Por qué Sobrinea?

BACHILLER.-  ... Porque sois la Sobrina de Don Quijote, ¿no?

SOBRINA.-  ¿Sobrinea?...¿ Y qué más?

BACHILLER.-  ¿Qué os parece "Sobrinea de la Mancha"? Pues manchega sois.

SOBRINA.-  De pura cepa…y a mucha honra… y Sobrina del más loco manchego de todos los tiempos.

BACHILLER.-  Pero nosotros tenemos que conseguir que se vuelva cuerdo, de nuevo.

SOBRINA.-  Eso digo yo. ¿Y qué haremos?

BACHILLER.-  Mañana mismo, os pido en matrimonio a vuestro tío. Si aún le queda algo de cordura, no dudará en darme vuestra mano.

SOBRINA.-  ¿Mañana mismo?

BACHILLER.-  ¡Mañana, mi Sobrinea!  (La abraza.) 

SOBRINA.-  ...Mañana, mi Caballero...

BACHILLER.-  ¿Caballero de qué?

 (Mirando por la ventana.) 

SOBRINA.-  Caballero de la Blanca Luna… No encuentro título más alto.  (Se abrazan.) 

BACHILLER.-  ¡Vamos a decírselo al Ama...!

SOBRINA.-  ¡Vamos!

 

(Salen de la estancia que se va quedando en penumbra poco a poco. Cuando está casi a oscuras, aparece DON QUIJOTE en camisola con unas babuchas el la mano para no hacer ruido y una rodela bajo el brazo, cómicamente. En la otra, lleva una vela. Se sienta en una silla y se pone las medias.

 
 

Si parece oportuno, coge una aguja de la labor de la SOBRINA y se cose una media. Es de noche. Mira con insistencia hacia la puerta hasta que, sigilosamente, entra SANCHO).

 

SANCHO.-  ¿Pero todavía anda vuestra merced con ropa de dormir?¿Piensa salir de esa guisa a recorrer el mundo?

DON QUIJOTE.-  No, hombre, no. Tengo la armadura bien guardada en la cuadra. Al salir me has de ayudar a ajustármela…. Oye, Sancho, ¿tenemos ya todo preparado para irnos a buscar aventuras?.

SANCHO.-  Yo traigo todo lo que usted me dijo: las alforjas, la bota y la comida, ¿usted tiene la muda y el dinero que nos hará falta?

DON QUIJOTE.-  Todo. Todo lo tengo aquí escondido. Toma.  (Le da un hatillo y una bolsa con dinero.)  ¿pero dónde tienes las alforjas?

SANCHO.-  ¿Dónde las voy a tener? A lomos de mi burro, Rucio, que he dejado en la cuadra junto a Rocinante.

DON QUIJOTE.-  ¿Tu burro Rucio?...  (Pensando.)  ... No sé, no sé... No recuerdo haber leído en ningún libro de caballerías que los caballeros andantes llevaran escuderos montados en burro.

SANCHO.-  Pues, lo que es, yo, Sancho Panza, no estoy dispuesto a recorrer los caminos andando junto a su caballo, por muchas ínsulas que me haya prometido vuestra merced.

DON QUIJOTE.-  Todo se andará, amigo Sancho. Todo se andará.

 (Soñador.) 

SANCHO.-   ...A lo mejor, si por un milagro, lo que conquista vuestra merced es un reino, yo sería rey y mi mujer, Teresa, sería reina y mis hijos infantes.

DON QUIJOTE.-  Pues, ¿quién lo duda?

SANCHO.-  Yo lo dudo... Creo que a mi mujer... condesa le caerá mejor.

DON QUIJOTE.-   ¿Te has despedido de Teresa, tu mujer, y de tu hija?

SANCHO.-   No, mi amo. Usted tampoco se ha despedido de su Sobrina y del Ama, ¿verdad?

DON QUIJOTE.-   No. De nadie. Y hemos de salir enseguida para que cuando amanezca y nos echen en falta, no puedan encontrarnos.

SANCHO.-  ¿Le parece a vuestra merced que cojamos el camino de Montiel?

DON QUIJOTE.-  Eso había pensado yo mismo. Pero antes, espera que me encomiende a la dama de mis pensamientos para que me proteja en mis aventuras.

SANCHO.-  ¿Quién es la dama de sus pensamientos, mi amo?

 (Con gran solemnidad.) 

DON QUIJOTE.-  Sólo sé decir, respondiendo a lo que me pides, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; sus cabellos son de oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos y su blancura nieve.

SANCHO.-  El linaje, prosapia y alcurnia, quisiera yo saber...

DON QUIJOTE.-  Procede de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de venideros siglos.

SANCHO.-  ¿Y a ella, se quiere vuestra merced encomendar?

 

(DON QUIJOTE, se coloca en el escenario, frente al público, y, con la mano en su corazón y los ojos hacia el cielo, le dirige una oración a DULCINEA, mientras se oye una música suavísima. SANCHO le mira sin comprenderle mucho.)

 

DON QUIJOTE.-  ¡Oh, señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, ayudad a vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, sale hacia el mundo, dispuesto a buscar las más difíciles aventuras!

SANCHO.-  Amén.

  (Al ver que ya se ha relajado su señor.) 

Pues salgamos de este lugar de la Mancha a librar batallas y ganar ínsulas para que pueda gobernarlas Sancho Panza.

DON QUIJOTE.-  Salgamos, Sancho amigo, que ya es el alba.  (Cogen sus cosas y se ponen a salir de la estancia muy sigilosos.) 

TELÓN


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