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ArribaAbajo El futuro de la economía norteamericana7

Martin Feldstein



Universidad de Harvard y National Bureau of Economic Research

Voy a hablar hoy, como ustedes saben, acerca del futuro de la política económica americana. Dividiré mi exposición en tres apartados, hablando primero sobre la política de la Reserva Federal, a continuación sobre la balanza comercial y, por último, sobre los problemas de nuestra tasa nacional de ahorro, contemplando tanto el déficit presupuestario como el ahorro privado.

Si me lo permiten, comenzaré con la situación en el momento presente y la política actual de la Reserva Federal. Hoy en día, nuestra Reserva Federal está intentando hacer algo en lo que nunca ha tenido éxito con anterioridad. Esto es, reducir la tasa de inflación sin que la economía experimente una recesión. En este sentido, este objetivo representa una aspiración por parte de la Reserva Federal muy distinta a las que tuvo en 1980 y 1981, últimas fechas en las que se comprometió a tratar de reducir la tasa de inflación. En aquella época, desde luego, habíamos tenido durante varios años una tasa de inflación de dos dígitos, y la Reserva Federal admitía que iba a ser necesario sufrir una recesión a cambio de conseguir rebajar la tasa de inflación con éxito.

En esta ocasión, el punto de partida es muy diferente. La tasa de inflación se sitúa actualmente en torno al 5% y la aspiración por parte de la Reserva Federal de reducirla al 2% a lo largo de los próximos años le da base para confiar en que podrá hacerlo sin tener realmente que experimentar una recesión. El afirmar que la tasa de inflación es ahora inferior a la existente al principio de la década no significa, en absoluto, que no constituya un serio problema. En efecto, es un problema serio en la actualidad ya que con estas tasas de inflación se producen distorsiones significativas   —18→   en la economía y, además, la tasa de inflación ha ido ascendiendo gradualmente durante los meses pasados. El índice de precios al consumo, que se incrementó en un 4,5% en los dos últimos años, ha ascendido ya al 6% en lo que va de año. El deflactor del PNB subió un 3% en 1987, 4,5% en 1988, y está ahora ascendiendo a una tasa superior al 5%. Así, la estrategia de la Reserva Federal está encaminada a intentar reducir la inflación sin provocar una recesión. Pero ello mediante un período sostenido de crecimiento lento, un período sostenido en el que el PNB se incrementará menos que el PNB potencial.

Desde luego, existe una ambigüedad acerca de cuál es en la actualidad el crecimiento potencial del PNB en los Estados Unidos. Pero es generalmente supuesto, por la Reserva Federal y por otros, que se aproxima a una tasa de incremento anual del 2,5%. Así pues, el objetivo de la Reserva Federal es constreñir el crecimiento económico de manera que sea inferior al 2,5%, permitiendo que la tasa de paro se deslice lentamente y levemente hacia arriba, reduciendo la utilización de la capacidad y acabando así con la presión sobre la inflación.

Pero no existe ambigüedad alguna en su deseo de impedir una recesión en este proceso. Si se habla con miembros del Comité del Mercado Abierto, que establece la política monetaria, resulta evidente que están ansiosos de impedir el riesgo de una recesión. Ciertamente, no existe en la actualidad en los Estados Unidos apoyo político a una recesión para rebajar la inflación. En este sentido, la situación es muy distinta de lo que fue al principio de la década, momento en el que el público estaba muy preocupado sobre los dos dígitos de nuestra inflación y estaba dispuesto a aceptar una recesión profundísima a cambio de poder invertir la situación. No hay nada de eso en el momento actual.

La Reserva Federal, en su intento de ralentizar el crecimiento económico, está centrando su política día a día en los tipos de interés a corto plazo. Es claramente menos monetarista en su concepción y en la ejecución de su política. En efecto, hay quien opina que la Reserva Federal ha vuelto a sus prácticas de los años setenta, ha olvidado la lección de los últimos años de esa década y primeros de los ochenta y está simplemente concentrándose, una vez más, en tipos nominales de interés y PNB real. Yo creo que no es correcto describir la política actual de la Reserva Federal como un retroceso a los años setenta. Si bien se están concentrando en los tipos de interés a corto plazo como el instrumento operativo diario, no es el objetivo de política económica que fue en los años setenta, época en la que mantener bajos los tipos de interés se consideraba una finalidad adecuada de su política para estimular la inversión privada. Muy   —19→   al contrario, ahora el enfoque de la Reserva Federal hacia los tipos de interés está diseñado para ralentizar la economía y no existe ningún malentendido por parte de Alan Greenspan y sus colegas acerca de la diferencia entre tipos de interés nominales y reales, como el que existió en la década de los setenta.

De manera similar, la atención de la Reserva Federal al crecimiento real del PNB no pretende lograr una tasa elevada de crecimiento real del PNB a largo plazo sino, más bien, en las circunstancias actuales, intentar limitar el crecimiento real del PNB por debajo del crecimiento potencial para conseguir reducir la inflación. Adicionalmente, se presta en la actualidad mucha más atención a los agregados monetarios en las deliberaciones de la Reserva Federal de la que se prestaba antes de los ochenta. El año pasado, en 1988, la Reserva Federal estableció como objetivo para M2 una banda del 4 al 8% y, al final, el crecimiento de M2 fue ligeramente superior al 5%. En 1989, han establecido como objetivo una banda del 3 al 7% y, después de un crecimiento muy lento en el primer semestre del año, el crecimiento monetario está de nuevo dentro de dicha banda, en torno al 4%. Contemplando el futuro, creo que la Reserva Federal seguirá probablemente una política de incrementar el crecimiento del dinero aproximadamente en línea con el incremento que esperan del PNB nominal: del 6 al 7%.

¿Cómo está funcionando esto en la práctica? Yo diría que, hasta ahora, la Reserva Federal ha tenido éxito en su propósito de ralentizar la economía. El PNB no agrario en el primer semestre del año ha aumentado a una tasa aproximadamente del 2,5%, significativamente inferior al crecimiento del 4% que tuvimos en los dos últimos años. Y, mirando hacia adelante, creo que la actual política de la Reserva Federal tendrá éxito en su objetivo de continuar desacelerando la economía. El crecimiento de la exportación se ha reducido fuertemente. El consumo doméstico está creciendo más lentamente que la renta. La inversión en instalaciones y bienes de equipo está creciendo, si bien a una tasa inferior a la del pasado, tanto a causa del bajo nivel de beneficios de la economía americana como de la inferior tasa de utilización de la capacidad. La inversión en bienes y servicios de interés general es muy débil, a causa de un importante exceso de capacidad. De modo que, si miramos hacia el futuro, creo que la Reserva Federal probablemente tendrá éxito en la consecución de su esperada tasa de crecimiento entre el 1,5% y el 2% en los próximos doce meses.

Pero, en lineas más generales, ¿funcionará la estrategia de la Reserva Federal? ¿Conseguirán reducir la tasa de inflación a un 2% aproximadamente   —20→   a lo largo de los próximos años, sin incurrir en una recesión? Si lo hacen, será la primera vez. Y en mi opinión, desgraciadamente, es improbable que lo consigan.

Creo que es improbable por tres razones bastante distintas. En primer lugar, creo que no es probable que puedan mantener una política de contención de la tasa de crecimiento en torno a un 1,5 ó 2%, y que las presiones políticas aumentarán a medida que se eleve la tasa de paro. Con la tasa de inflación a su nivel actual, no existe apoyo para un crecimiento real estancado, como existió al principio de la década. En segundo lugar, incluso si realmente consiguen contener el crecimiento, creo que sería muy difícil reducir la inflación, porque una economía en lento crecimiento, con tipos de interés en declive, traerá consigo una rápida caída en el valor del dólar y, por ello, una creciente inflación importada, contrarrestando las tendencias habitualmente anti-inflacionarias de una economía nacional débil. Y, por último, creo que existe el serio riesgo de que, al tiempo que intentan mantener una tasa baja de crecimiento, cualquier perturbación les conduzca a la recesión y que por tanto, de un modo accidental, el proceso acumulativo de un crecimiento progresivamente más lento se pueda transformar en un declive real.

Pero, habiendo expresado mi creencia de que es una estrategia que, al final, no funcionará, opino sin embargo que es la mejor estrategia que la Reserva Federal puede perseguir en la actualidad. La recesión es, después de todo, una experiencia dolorosa, una experiencia dañina y, por lo tanto, creo que, si bien las posibilidades están contra el éxito, es una baza que merece la pena jugar. Sin duda, es mejor que la alternativa de empujar la economía hacia la recesión deliberadamente, al tratar de reducir la tasa de inflación. En otras palabras, tal vez tenga éxito. Y, si lo hace, habremos alcanzado la verdadera estabilidad de precios que la Reserva Federal está persiguiendo sin el sufrimiento y el coste de una recesión. Si no, podemos, accidentalmente, encontrarnos inmersos en una recesión con una disminución en la inflación. O, tal vez, la inflación continúe, se mantenga a un alto nivel durante algunos años, forzando eventualmente a la Reserva Federal a tomar la difícil decisión sobre si debe empujar a la economía a una recesión, a fin de reducir aún más la tasa de inflación.

Permítanme ahora que vuelva, de estas consideraciones sobre la inflación y macroeconómicas a corto plazo, hacia el problema de nuestro déficit comercial y del dólar. Creo que el anuncio hecho por los ministros de finanzas del G7 la semana pasada significó un importante cambio de lenguaje por su parte. No sólo repitieron su previa advertencia de que una subida del dólar sería una cosa negativa y una fuerte bajada del   —21→   dólar sería una cosa negativa, sino que añadieron -lo que no habían hecho antes- la afirmación adicional de que el dólar está actualmente demasiado alto para ser consecuente con los fundamentos a largo plazo. Creo que esto es muy importante porque dejó claro, o al menos debería haber dejado claro a los participantes en el mercado, que realmente necesitan un dólar depreciado. No que simplemente quieran frenar la subida del dólar, sino que quieren efectivamente ver un dólar más depreciado y, ciertamente, han sido en alguna medida eficaces al conseguirlo la semana pasada.

Creo que esta noción de que el dólar debe bajar, no simplemente estabilizarse, es muy importante para poner un freno al proceso dinámico por el cual el dólar estaba siendo continuamente pujado al alza. Déjenme explicarlo brevemente. En Japón, en concreto, los inversores han estado ansiosos de aprovecharse de los superiores tipos de interés de los Estados Unidos, aproximadamente tres puntos porcentuales más altos que en Japón, porque les ha sido asegurado básicamente -creían- por parte de los ministros de finanzas del G7, que el tipo dólar/yen permanecería estable incluso aunque el dólar no se depreciara. Si sencillamente permanecía estable, mientras ellos continuaban obteniendo tres puntos porcentuales más de interés, la inversión parecía ciertamente muy atractiva. Como resultado, compraron bonos en dólares, el dólar subió e inmediatamente los ministros de finanzas del G7 repitieron que, a ese nuevo nivel del dólar, ellos no querían sino la estabilidad del dólar. Y de este modo, el proceso se repetiría con inversores extranjeros pujando el dólar al alza, a causa del diferencial en el tipo de interés.

Ahora que los responsables oficiales han dejado claro que quieren el dólar bajo, creo que habrá más dudas, mayor incertidumbre, por parte de esos inversores japoneses. Desde luego, en el curso de mis conversaciones durante los últimos meses con muchos de los responsables clave en Washington, ha quedado patente que quieren un dólar más bajo de como ha estado en el verano y comienzos del otoño de este año. Y en Tokyo, adonde viajo con frecuencia, los funcionarios del Ministerio de Hacienda, Banco de Japón y otros organismos, también han estado preocupados acerca del alto nivel del dólar. Preocupados porque esto pudiera inevitablemente dar lugar a aumentos del déficit comercial de los Estados Unidos y del superávit comercial japonés, y así incrementar las presiones proteccionistas de los Estados Unidos. Preocupados, también, de que esto fuera una señal falsa para la industria japonesa, haciendo que volviera la vista al mercado de la exportación en lugar de desarrollar sus propios mercados internos.

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Pero me estoy anticipando a mi historia. Déjenme que coloque la situación actual del dólar y de nuestra balanza comercial en una perspectiva algo más amplia. Como recordarán, el dólar comenzó a apreciarse alrededor de 1980 y en los siguientes cinco años se apreció, en términos reales, en más del 60% respecto a un grupo representativo de divisas. Como era de esperar, esto aumentó el déficit comercial de los Estados Unidos hasta el 3% del PNB y creo que habría continuado aumentándolo de no ser por el agudo giro que tomó el dólar en febrero de 1985. Hago énfasis en que fue en febrero de 1985, seis meses antes del acuerdo Plaza, porque fueron los mercados privados, no la intervención del G7, los que realmente pusieron en marcha la bajada del dólar. Si se observa un gráfico del comportamiento del dólar durante ese año, es preciso buscar con lupa para encontrar el efecto Plaza. Aquellos que estuvieron presentes en los mercados financieros en esa época, percibieron sin duda los temblores de la reunión del Plaza pero, retrospectivamente, no fue sino un movimiento mínimo contra una tendencia básica que había empezado a aparecer seis meses antes.

Entre 1985 y 1987 el dólar bajo dos tercios de su anterior subida y, en consecuencia, después de un intervalo, las exportaciones de los Estados Unidos experimentaron un fuerte ascenso. Entre los veranos de 1986 y 1988 nuestras exportaciones crecieron en un 4% en términos reales y nuestro déficit comercial se redujo en un 25%. Resulta obvio que el déficit comercial siguió al dólar. Cuando el dólar subía, el déficit comercial ascendía. Cuando el dólar bajaba, el déficit se contraía. Desgraciadamente, el dólar dejó de bajar a principios de 1987. Hoy en día, el valor real del dólar es significativamente más alto de lo que era hace dos años y medio, en parte a causa del resurgimiento del dólar que comenzó este año. Incluso después de la fuerte caída de la semana pasada, el dólar sigue frente al yen aproximadamente un 12% más alto de lo que lo estaba en enero de este año, y frente al marco en torno a un 5% más elevado que en dicho momento. Actualmente, en términos efectivos reales, el dólar está un 15% más elevado que en 1980. Y el resultado de tan fuerte incremento en el valor del dólar ha sido que los Estados Unidos han perdido competitividad en los mercados mundiales.

Transitoriamente, la curva J nos ha estado dando un déficit comercial más bajo durante los últimos meses, ya que el precio de las importaciones en dólares desciende más que el valor de los incrementos de las importaciones. Pero esta situación tendrá inevitablemente una corta vida. El valor de las importaciones habrá pronto aumentado lo suficiente como para hacer que el coste total de nuestras importaciones sea más   —23→   elevado. Además, estamos contemplando un colapso significativo del crecimiento de las exportaciones en Estados Unidos. Entre 1987 y 1988, nuestras exportaciones aumentaron en 70 billones de dólares. En el pasado reciente, sin embargo, en el primer trimestre de este año, el crecimiento de la exportación se situó en un ritmo anual de menos de 20 billones de dólares. En el segundo trimestre de este año, era inferior a 10 billones de dólares y parece que ahora está bajando.

Opino que contemplaremos un déficit comercial en ascensión en los restantes meses de 1989 y en 1990, que contribuirá a una aminoración del ritmo económico y alimentará las presiones proteccionistas. Al final, sin embargo, estoy persuadido de que el déficit comercial de los Estados Unidos descenderá, porque la combinación del actual déficit comercial de mercancías y el interés en dividendos que estamos actualmente pagando al resto del mundo, a causa de nuestros fuertemente crecientes pasivos exteriores, simplemente no puede financiarse. Este año tendremos un déficit por cuenta corriente de 130 billones de dólares. El año que viene será más elevado y, a este ritmo, nuestras deudas con el resto del mundo se incrementan cada año en 130 billones de dólares. El único modo de constreñir el déficit comercial de mercancías permanentemente no es mediante una recesión transitoria sino reduciendo el valor del dólar.

¿Hasta dónde debe bajar el dólar? Como acabo de decir, el dólar está actualmente un 15% más apreciado en términos reales que en 1980. El año 1980 es una referencia útil porque en ese año hubiéramos tenido, esencialmente, un equilibrio comercial si el precio del petróleo hubiera estado entonces como está hoy. Pero el dólar tiene que bajar más del 15% ahora para que volvamos a tener un equilibrio en la balanza comercial. ¿Por qué? Porque ha habido otros cambios importantes en la economía durante los años intermedios.

El más evidente de estos ha sido el fuerte retroceso de nuestros mercados en Sudamérica, como resultado de los problemas de deuda de los países menos desarrollados. Adicionalmente, ha habido un cambio fundamental en los mercados agrarios mundiales, no sólo a causa de las políticas agrarias seguidas en Europa, sino también, y esto incluso tiene mayor peso, a causa de lo sucedido en China. Esto ha representado una pérdida de mercados para Estados Unidos, que ha sido uno de los grandes exportadores agrarios. Y, finalmente, las economías de industrialización reciente se han convertido en competidores aún mucho mayores en los años ochenta, no sólo como exportadores a los Estados Unidos sino también como competidores de los Estados Unidos en otros mercados.   —24→   Por todo lo anterior, creo que será necesaria, al menos, una depreciación del dólar en términos reales para restablecer el equilibrio comercial. Sin embargo, el restablecimiento del equilibrio en la balanza comercial no significa equilibrio en la balanza corriente. Como nuestras deudas con el resto del mundo aumentan, continuaríamos teniendo un desequilibrio cuantioso por cuenta corriente incluso si retornamos al equilibrio comercial.

He puesto énfasis sobre la palabra «real» al describir la necesaria depreciación del dólar porque nuestra tasa de inflación sigue siendo más elevada que la tasa de inflación en Alemania y en Japón. En los últimos años hemos tenido aproximadamente un 5% de tasa de inflación anual en los bienes comerciables. En comparación, Japón ha tenido una inflación nula en los últimos tres años. El resultado de esto es que, sólo para compensar la diferencia en la inflación lo justo para mantener una competitividad constante, el dólar tendría que haber caído un 15% frente al yen. Mirando hacia adelante, vamos a necesitar cambios que quizás no sean tan grandes, pero tampoco muy diferentes, además del ajuste real, para conseguir retornar a un equilibrio de la balanza comercial.

Una observación final acerca de los tipos de cambios futuros: si bien una caída del 20% en el valor del dólar -en términos efectivos y reales- puede ser adecuada, no va a ser un 20% frente a todas las divisas mundiales. Es improbable que el dólar canadiense se aprecie en términos reales en relación con el dólar. Tampoco es probable que las divisas sudamericanas se aprecien en términos reales en relación con el dólar. Y menciono estos casos porque ambos representan socios comerciales muy importantes de los Estados Unidos. Canadá es nuestro mayor socio comercial y la suma de la Comunidad Económica Europea, Japón y los cuatro países de industrialización reciente representa tan sólo un 50% aproximadamente de todo nuestro comercio y, por eso, si en conjunto precisamos un 20% de descenso real en el valor del dólar, el descenso respecto al ECU y respecto al Yen tendrá que ser más considerable.

Una razón básica de la apreciación del dólar a principios de los ochenta fue el aumento de nuestro déficit presupuestario que, a su vez, elevó los tipos de interés reales en los Estados Unidos. En la actualidad, nuestros tipos de interés reales en Bonos del Tesoro son aproximadamente 150 puntos básicos más elevados de lo que lo eran entre 1950 y la década de los setenta. En términos generales, el dólar se ha mantenido alto y la dependencia norteamericana de flujos de capital extranjero ha continuado a causa de nuestra bajísima tasa de ahorro privado, así como de nuestro déficit presupuestario. Nuestra tasa nacional de ahorro durante   —25→   el pasado año, incluyendo la familiar, la empresarial y la estatal fue tan increíblemente baja como un 3% del PNB. Un 3% del PNB, incluyendo el ahorro familiar, el empresarial y el del Gobierno a todos los niveles. Esta caída de la tasa de ahorro, desde un 7% del PNB en los años sesenta y setenta, significaba que, o bien teníamos que experimentar un descenso equiparable en la inversión, o teníamos que tener entradas de capital del resto del mundo para compensar el correspondiente déficit comercial. Hasta aquí, prácticamente todo el ajuste ha procedido de una tasa más baja de ahorro privado y una tasa más elevada de entradas de capital extranjero, manteniéndose básicamente nuestro nivel nacional de inversión.

Desgraciadamente, sin embargo, la respuesta política a nuestro persistente déficit comercial no ha consistido en relanzar nuestra tasa de ahorro nacional. Más bien, ha consistido en una presión incrementada hacia ayuda gubernamental a empresas americanas que compiten con productos del exterior, bien sea como exportadores o en competencia con importadores del resto del mundo. Una ayuda que es a veces elegantemente llamada comercio dirigido. Al principio, esta ayuda tradicional adoptó la forma de una ampliación a las restricciones sobre las importaciones. Estados Unidos ha impuesto desde hace largo tiempo restricciones a la importación de productos y aparejos agrícolas, pero en los años ochenta la restricción se amplió a automóviles y acero por los denominados acuerdos de restricción voluntaria. Asimismo, más recientemente, la intervención en el comercio ha empezado a tomar una nueva dirección. Una dirección en apariencia menos proteccionista pero, en mi opinión, realmente más peligrosa. La nueva dirección consiste en la negociación gubernamental, de gobierno a gobierno, respecto a productos específicos y cuotas de mercado en mercados extranjeros. El super 301, por ejemplo, es una muestra de esto. Anteriormente, celebramos negociaciones con los japoneses, denominadas conversaciones sobre la Apertura de Mercados a Sectores Específicos, y han existido otras negociaciones aisladas fundamentalmente centradas con Japón pero también con Europa y otros países.

Esta política, que yo denomino favoritismo industrial, es peligrosa porque a los ojos del público americano pasa por ser beneficiosa para la economía americana mientras que su verdadero coste está esencialmente oculto. En la superficie, parece que esta política está ayudando a las empresas americanas a tener acceso a los mercados extranjeros y así reducir nuestro déficit comercial. Pero, de hecho, si no se produce un cambio en la relación entre ahorro e inversión no puede haber ninguna mejora en   —26→   nuestra balanza comercial y, por lo tanto, cualquier «éxito» en el sentido de que las economías extranjeras acuerden comprar más cantidad de cualquier producto concreto exportado por los Estados Unidos, es un éxito que simplemente significa que habrá una reducción de otros productos norteamericanos exportados o un incremento de las importaciones. La balanza comercial permanecerá invariable pero el procedimiento es verdaderamente insidioso, porque el crecimiento de las exportaciones apoyadas por el Gobierno es muy visible, mientras que la reducción compensatoria en otras exportaciones o el incremento compensatorio en otras importaciones no son vistos por el público americano en el curso del proceso político. Mientras que no reduce nuestro déficit comercial, lo que sí hace la política de favoritismo industrial es expandir el papel y el apalancamiento del Gobierno en nuestra economía y, en mi opinión, provocar el riesgo de un serio deterioro de nuestra economía y de nuestras relaciones políticas con nuestros aliados en Europa y en el resto del mundo.

¿Qué sucederá en el futuro? ¿Continuarán los Estados Unidos inclinándose hacia el comercio dirigido, es decir, hacia una política comercial basada en el favoritismo industrial? Si el déficit comercial sigue siendo amplio, ¿continuará existiendo apoyo público a políticas de proteccionismo y de favoritismo industrial? Esto nos lleva de nuevo al dólar. Si el dólar baja, como creo que lo hará, hay razones para esperar que este nuevo proteccionismo, este nuevo favoritismo industrial, se debilitará.

Creo que a lo largo de los próximos tres años, más o menos, presenciaremos una depreciación del dólar entre un 15 y un 20% en términos reales y, por lo tanto, los Estados Unidos regresarán a un equilibrio en su balanza comercial a mediados de la década de los noventa. Esto aún nos dejará con una entrada importante de capitales procedente del resto del mundo para financiar lo que, para entonces, ascenderá a una deuda exterior de aproximadamente un trillón de dólares. Pero nuestro comercio estará de nuevo equilibrado y, en consecuencia, las presiones políticas a favor del favoritismo industrial habrán disminuido. Quizás la depreciación del dólar de la semana pasada represente el comienzo de la vuelta a la tendencia gradual a la baja que comenzó en 1985. Por otra parte, quizás el próximo paso para la depreciación del dólar tenga que esperar hasta que las deterioradas cifras comerciales de los Estados Unidos en los próximos seis meses convenzan a los mercados de divisas de que el G7 estaba efectivamente en lo cierto al afirmar que el dólar está actualmente demasiado alto para ser consecuente con los fundamentos a largo plazo. Yo verdaderamente espero que la caída del dólar y del déficit comercial   —27→   americano sucedan tan rápidamente como sea necesario para impedir que los Estados Unidos sigan la vía del comercio dirigido y el favoritismo industrial.

Permítanme finalmente que vuelva sobre el problema a largo plazo del ahorro. Aunque la baja tasa de ahorro en los Estados Unidos es una de las principales fuentes de nuestros problemas económicos a largo plazo, no obstante creo que existen ahora motivos para que seamos mucho más optimistas acerca de nuestra situación respecto al ahorro que hace uno o dos años.

En primer lugar, el déficit presupuestario está mejorando gradualmente. Estamos contemplando una reducción del déficit desde la elevada tasa de 6% del PNB hace unos años, al nivel actual que representa sólo el 3% del PNB. Tengo la esperanza de que el año próximo se promulgarán leyes mediante las cuales se conseguirán reducciones progresivas en la cuantía del déficit. No me interpreten mal. Creo que el déficit es aún demasiado elevado. En este momento, los Estados Unidos deberían tener un superávit, y deberían estar reduciendo su deuda pública. Pero creo que estamos contemplando un déficit en descenso y que probablemente esta situación continuará. Este año el déficit ascenderá a 147 billones de dólares, cifra ligeramente inferior al 3% del PNB. El año que viene, cuando todo se serene, espero que tengamos un déficit ligeramente inferior, quizás 135 billones de dólares, pero en el ámbito de una economía creciente, que lo rebajará hasta aproximadamente un 2% del PNB.

El presupuesto para 1991, ese presupuesto que la Administración y el Congreso decidirán a comienzos del año próximo, es muy importante. Es la oportunidad clave del Presidente Bush en su primer mandato para enfrentarse realmente con la situación presupuestaria. Y yo verdaderamente confío en que se producirá un progreso importante como parte de esas negociaciones. Todos los miembros de la Administración que tienen un peso específico desean realmente que el presupuesto progrese. Esto es tan cierto para el Presidente como para su Consejero de Presupuestos y su Secretario de Hacienda. No existe ninguna oposición en el seno de la Administración para tratar el déficit presupuestario. No hay nadie que afirme que los déficit presupuestarios no importan, que podemos resignarnos a vivir con ellos.

¿Cómo va a ser efectivamente rebajado el déficit? Creo que la legislación del déficit presupuestario en 1991 contendrá un plan de acción multianual, que probablemente reduzca el déficit presupuestario en 40 billones de dólares en el primer año, y en más en años sucesivos, dividido aproximadamente por igual entre recortes de gastos y recortes de impuestos.   —28→   ¿Cómo se pueden recortar los gastos? En mi opinión, la mejora de nuestras relaciones con la Unión Soviética proporcionará una base para efectuar recortes adicionales en el capítulo de defensa, tal vez, en parte, a causa de los cambios experimentados en nuestros compromisos con Europa. También creo que veremos alguna restricción en el gasto gubernamental en los denominados programas de derechos, programas de atención médica, y programas para los agricultores. Y también veremos una diversa gama de cambios menores.

¿Y qué hay de los impuestos? Como seguramente saben, este año no se han tocado los impuestos. La promesa electoral del Presidente, «observen lo que digo, no subiré sus impuestos» se ha levantado como una barrera contra cualquier incremento de los impuestos y, en consecuencia, contra cualquier negociación seria en el contexto del presupuesto este año. Creo que el año próximo veremos que los impuestos suben. Y creo que la forma de lanzarse a los incrementos impositivos será describirlos como políticas que sólo accesoriamente elevan los ingresos, pero que realmente merecen la pena porque son intrínsecamente buenos para el país. ¿Que significa esto? Un incremento del impuesto al tabaco, que será beneficioso para nuestra salud. Una subida del impuesto a la gasolina, que será buena para el medio ambiente. Un impuesto sobre las transacciones en pensiones por parte de instituciones financieras, destinado a fomentar el que los fondos de pensiones adopten perspectivas a más largo plazo en sus inversiones. Todo esto, en mi opinión, puede fácilmente añadir unos 15 ó 20 billones de dólares anuales a los ingresos impositivos. Al final, estimo que el déficit en 1991 representará menos del 2% del PNB y, por lo tanto, menos de lo que era en los años setenta. No lo suficientemente bajo todavía, pero ya es un adelanto.

Finalmente, está el problema del ahorro privado, el cual, en cierto sentido, es en la actualidad un problema aún mayor que el déficit presupuestario. Permítanme que les dé algunas cifras para ilustrar esta afirmación. Hasta finales de los años setenta la tasa de ahorro privado representaba el 9% del PNB. El déficit del Gobierno Federal se llevaba aproximadamente un 2%, dejándonos con una tasa nacional de ahorro que ascendía al 7% del PNB. Por contraste, el ahorro privado descendió el año pasado desde el 9% hasta representar tan sólo el 6% del PNB. El déficit presupuestario ascendió del 2 al 3%, dejándonos, como ya mencioné en mis comentarios anteriores, en una tasa neta de ahorro nacional de tan sólo el 3% del PNB. Desde la década de los setenta la tasa de ahorro nacional ha caído 4 puntos porcentuales del PNB, y tres cuartas partes de   —29→   esa caída obedecen en la actualidad a la inferior tasa de ahorro privado más que al incremento del déficit presupuestario.

Creo que gran parte del mencionado descenso en el ahorro privado se debe simplemente a factores transitorios. Factores que automáticamente se invertirán por sí mismos. Los agudos incrementos anuales experimentados por el mercado de valores con anterioridad en esta década, el nuevo acceso al crédito, que se ha hecho disponible para muchas economías domésticas, y otros factores han rebajado transitoriamente nuestra tasa de ahorro, pero estamos empezando a contemplar su giro. El nivel mínimo fue el de 1987, año en que la tasa de ahorro familiar representó sólo el 3% del PNB. En 1988 se elevó a 4% en el primer semestre del año y a 4,5% en el segundo semestre y, ahora, en 1989, se cifra en aproximadamente un 5,5%. Así pues, es evidente que el ahorro privado está aumentando de nuevo.

Además, existe un creciente interés en el seno de la Administración y por parte del Congreso en desarrollar políticas fiscales que incentiven el ahorro en el futuro. Creo que las cuentas de jubilación individual así como los instrumentos de ahorro fiscalmente favorecidos que teníamos tuvieron éxito en el estímulo del ahorro. Creo que esto es muy evidente y en mi opinión, el próximo año, cuando se promulgue una ley fiscal, una parte de esta la constituirá un cambio fiscal que estimule más el ahorro.

Por lo tanto, creo que, a comienzos de los noventa, la combinación del decreciente déficit presupuestario y del aumento en el ahorro privado conducirá a nuestra tasa de ahorro nacional, en relación al PNB, de nuevo al nivel de los años setenta, como mínimo, y nos proporcionará la oportunidad tanto de incrementar nuestra inversión en instalaciones y bienes de equipo como de reducir nuestro déficit comercial.

Permítanme, pues, que concluya, afirmando simplemente que, en mi opinión, en base a todos los hechos que les he descrito, las perspectivas a largo plazo de la economía americana son favorables. Un déficit comercial en vías de reducción, un incremento de las inversiones en instalaciones y bienes de equipo y, finalmente, una tasa más baja de inflación. Hay evidentemente peligros muy serios en esta perspectiva. Pero después de una velada tan agradable como esta, en Madrid, prefiero terminar con una nota de optimismo.

Muchas gracias.

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Abstract

The United States' economy suffers at present from the problems associated with a high inflation rate and deep and persistent public and external deficits. The solution to these problems necessarily involves a reduction of the growth rate of domestic demand in line with the evolution of productive capacity and a strong real depreciation of the dollar. These goals should be accomplished within a context where the budget deficit is decisively cut, private saving is stimulated by tax measures, and the present policy of industrial favoritism is abandoned.