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ArribaAbajoSección 3.ª

Indumentarias indígenas


Anteriores y coetáneos a griegos y romanos, poblaban el resto de Europa y parte de Asia y África, además de las naciones explicadas, gran número de gentes divididas en tribus y pueblos, que ocupaban los países sucesivamente dichos, Germania o Alemania, Escandinavia, Iberia o España, Galia o Francia, Britania o Inglaterra, etc., tomando nombre en general de las razas predominantes, celtas, iberos, runos, dacios, germanos, galos, bretones; razas indígenas formadas de transmigraciones y agrupaciones, cuyo origen se pierde en la sombra de los tiempos, y cuya civilización fue desplegándose muy desigualmente, aunque siempre inferior y mucho más tardía que en los orientales, sobre todo entre las dos naciones que por su genio especulativo o avasallador, heredaron los progresos de aquella privilegiada región del mundo.

En general, el estado de dichos pueblos puede asimilarse al de numerosas tribus americanas que todavía existen hoy. Sedentarios unos, cultivaban la tierra, y de sus productos y de la ganadería vivían frugalmente en pequeños grupos, las más veces hostiles entre sí. Nómadas otros, manteníanse de la guerra y de la caza, a costa de   —44→   sus víctimas. Primitivos fueron en unos y otros la industria y el tráfico; sin letras, sin artes, y por largo tiempo sin nada de lo que constituye la delicia de la vida, observaban costumbres por demás groseras y supersticiones idolátricas; por creencia meras convenciones; por leyes la tradición, y el consejo de los ancianos por única moral y filosofía. De algunos centros quedan vagas memorias, enunciando una existencia asaz morigerada y patriarcal, como se dice de nuestros turdetanos. Otros con el tiempo llegaron a constituir verdaderos núcleos de nación, tan populosos como activos, los cuales ya de sí, ya tomando ejemplo de vecinos, o lección de dominadores más adelantados, pudieron crearse industria, comercio y marina, que les valieron haberes y potencia en armas.

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Las razas más vigorosas de España fueron dos, celtas e iberos, y un producto híbrido de ambas denominado celtíberos. Mañosamente supeditados por los cartagineses, cuando las primeras guerras púnicas bastáronse a sostener contra el pueblo rey un duelo que duró centurias, glorificado por los inmortales sacrificios de Sagunto y Numancia. Los ciudadanos españoles de aquella época, tenían organismo, gobierno, leyes, artes y ciencias; vivían socialmente; sabían erigir edificios cómodos, y vestían trajes bastante análogos a la indumentaria clásica, de manto y túnica. No faltaban otros pueblos rudos y montaraces, de usanzas mucho más adustas, cuyos trajes se reducían a toscas zaleas o a sayos de lana sin teñir,   —45→   y el sae galo, con abrigos de ocasión, calzando botinas de cuero caballar o rústicas abarcas. El sexo dicho bello, aun en las épocas de primitiva rudeza, supo dar indicios de la innata garbosidad española, puesto que en decir de Estrabón, Amiano Marcelino y otros pocos autores que hablan de ellas, usaban tocados artificiosos, y recamaban de vivos colores sus vestidos. Descollaron los españoles, merced a sus hábitos de lucha y guerra, en el arte de domar y montar caballos, y en forjar armas así ofensivas como defensivas, que las tenían muchas, varias y de buen temple,   —46→   tan preciadas algunas, como su espada-machete, y sus escudos pelta y cetra, que merecieron ser adoptadas por los romanos. En cuanto a armaduras, sabida es la historia de la que regalaron a Aníbal los celtíberos, como superior alhaja por su solidez, riqueza y elegancia. En tiempo de los emperadores, la guardia española fue una de las mejor arreadas, al paso que la más generosa en verter su sangre para gloria y beneficio de la metrópoli.

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Usaban los galos y otros, trajes especiales de su invención, como la saya, la lina, el bardocúculo, la braga, común a nuestros galaicos. A semejanza de los iberos, los galos y otros pueblos independientes, vestían túnica a manera de camisa corta, y la referida braga, que era ancha entre las razas kimricas, y estrecha en la narbonesa. Una zamarra larga hasta los tobillos, denominada caracalla, sirvió de apodo a un emperador que se había aficionado a ella con especialidad. Algunas colonias belgas llevaron a Bretaña el arte de hilar cáñamo y lana, de cuyos géneros eran las túnicas blancas de los bardos y los plaids multicolores de los jefes; pero hasta el tiempo de Agrícola no empezaron a seguir las modas y costumbres romanas. El traje de Germania, grosero y holgado a la par,   —48→   constaba de sayos ligeros, a veces de pieles, y de undulosas enmantaduras. Corrían allí adornos de plata, metal asaz común en aquella región; y de oro, cobre, hierro, toscas piedras y vistosos abalorios, hacíase no menor gasto en las demás naciones. Utilizaban para la guerra todo género de armas, entre las que se señalan el gessum o visarma, la lankia, el pilum, el scramsax, hachas y segures, venablos, escudos de tablas y mimbres, tan caprichosos en formas como en divisas, y gáleas de cobre, a veces con adornos, cuernos y vestiglos; ligeras armaduras de planchas o anillos metálicos; carros de batalla falcados, para desbaratar al enemigo, etc., etc. El gusto de engalanarse con despojos, propagó el lujo, y con él la molicie, que facilitaron la conquista.

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Absorbidos unos y otros pueblos por el colosal imperio de los Césares, a vueltas de la independencia perdida, llegaron a identificarse con el mismo, participando de sus ventajas. Bajo este punto de vista, la sujeción a Roma lejos de poder considerarse como un mal, fue para la mayoría un gran beneficio, que apresuró su civilización, dándole unidad política e inmensos recursos materiales. España no salió la peor librada, pues beneficiando sus riquezas propias, ganó inmensamente en actividad y población, logró prestigio e influjo, hasta escalar los más   —49→   elevados puestos del estado, se llenó de monumentos, brilló en ciencias y artes, y aun dio el tono a muchas costumbres y modas que cursaban en la capital del orbe, con sus mercaderes, sus soldados, sus epulones y sus bailarinas. El traje romano hízose general, según aparece de mil testimonios gráficos, excepto en aldeas y montañas, donde quedó como provincial un traje mezcladizo, que ha seguido destacándose en todos los siglos.

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Al mudar Constantino su solio a Bizancio, bien pronto la suntuaria y las modas asiáticas se insinuaron en el traje meridional, y poco a poco fue degenerando la virilidad del antiguo. Ya la toga no era majestuoso distintivo del quirite, volviendo a sustituirla el viejo manto, y con él otros abrigos apañados y confortables; la túnica adquirió mangas enteras; las piernas se abrigaron con calzas y calzoncillos; los pies con calcetines (udones) y zapatos cerrados, la cabeza con gorros y bonetes. Entonces fue cuando se vulgarizaron la braga, el bardocúculo, el rheno y otras prendas de Galia, España y demás provincias igualmente aventajadas. La innovación mayor consistió en ropas o telas preciosas de seda y oro, brocados y tejidos como las paragaudas, crisoblattas, holoveras, holoséricas, y en la profusión de fimbrias, segmentos y plastas, lores, bilores, pentelores de púrpura, con oro y pedrería, entre ellos el xiadión, especie   —50→   de delantalillo rectangular, cogiendo sobre el busto casi un tercio de la clámide, decoración autoritaria, propia sólo de los emperadores y magnates de Bizancio. No privaron menos los vestidos laboreados o bordados de figuras, animales, aves, motes e inscripciones, que representaban escenas de la historia sacra y profana. Este lujo sobresalió entre los bizantinos en escala siempre ascendente, hasta la época de los Conmenos, cuyos retratos aparecen vestidos como verdaderos maniquíes. Las mujeres no podían rezagarse, e igual lujo blasonaron en sus dobles túnicas, acompañadas de clámides y mantos, o bien de valoncillas, pañoletas, pallias, stapiones, etc., todo profusamente recamado y fimbriado, con sus complicadas tocaduras y velos, y su calzado no menos pulido. Este propio lujo se extendió a los militares, que ostentaban armaduras chapeadas de oro, plata y pedrería, coseletes prolijos, cascos de aleada cimera, espadas de rica empuñadura, escudos cubiertos de esmaltes y otros adornos. Las literas de paseo y de viaje, los caballos de tiro y de montar, engalanábanse con accesorios y jaeces de no menor riqueza, sucediendo lo mismo en edificios, en todo el personal y ajuar doméstico, en los teatros, en el circo y en los campamentos, según autorizada aserción de Sidonio Apolinar y otros escritores coetáneos.

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