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ArribaAbajoFamilia de los Neurópteros plicipenas

Esta familia, que se compone del género Frigania de Linneo, se distingue de las otras dos familias del orden de los Neurópteros en la falta de mandíbulas, y en la disposición de las alas inferiores, más largas que las superiores, y replegadas según su longitud; por cuya circunstancia se las denomina plicipenas, lo cual significa alas plegadas; por oposición a las planipenas (alas extendidas) como llaman a la familia precedente.

A primera vista se asemejan las friganias a pequeñas falenas, por lo cual, las llamó Reaumur moscas papilionáceas. El cuerpo de estos insectos junto con las alas forman un triángulo oblongo, como la mayor parte de los lepidópteros nocturnos; su cabeza es pequeña, y las antenas son largas, sedosas y dirigidas hacia delante; los ojos redondeados y prominentes. Tienen dos ojos lisos en la frente; los palpos son en número de cuatro; los maxilares tienen cinco artículos, y los labiales tres; el labro es corvo, y las maxilas se reúnen a un labio membranoso. Regularmente el cuerpo se halla cubierto de pelos; las alas presentan ciertas ramificaciones como venosas; son coloradas, o casi opacas; en muchos sedosas o velludas, y en todos forman un plano inclinado; los pies son largos y espinosos, y los tarsos tienen cinco artículos. Las friganias vuelan rara vez durante el día, y no se levantan hasta al anochecer. No se apartan de las orillas de las aguas, puesto que las hembras deponen sus huevos en las plantas acuáticas. Dichos huevos están envueltos en una sustancia gelatinosa y semejante a la freza de las ranas, la cual se pega luego a la planta. Las especies pequeñas volitan en enjambres por encima de los estanques y de los ríos; algunas penetran al anochecer en las casas, atraídas por las luces, donde acuden a achicharrarse las alas; vuelan con rapidez y ligereza; andan también muy ágiles, y cuando lo verifican, antes parece que resbalan, que no que caminan. Si las cogemos entre los dedos dejan en ellos un olor fétido.

Antes de estudiar los hábitos de las friganias en estado de larva, daremos a conocer las especies principales en que fácilmente pueden observarse.

La FRIGANIA MAYOR (Phryganea grandis, LIN.). Tiene el cuerpo oscuro, las alas superiores grisáceas, con puntos oblongos blanquizcos; y las inferiores oscuras y sin manchas.

La FRIGANIA ESTRIADA (Phryganea stiriata, LIN.). Tiene 11 líneas de longitud. Toda ella es de color leonado, excepto los ojos, que son negros, y las nervosidades rojas de las alas; tiene las patas largas y espinosas.

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Frigania estriada.

La FRIGANIA PENACHUDA (Phryganea rhombica, LIN.). Solo tiene 7 líneas de largo, las alas son de color gris-rojizo, con una mancha romboidal blanquizca, oblicua hacia el borde externo, y otra detrás de esta, algo menos marcada: las patas son de color pardo claro.

Si como verdaderos naturalistas vamos por el mes de marzo a huronear a orillas de los riachuelos, o de arroyos poco rápidos; no tardaremos en hallar entre las arenas y césped de las riberas unos tubitos casi cilíndricos, de 6 a 10 líneas de largo, abiertos por sus dos extremos, e interiormente tapizados de pajitas, astillas, pedacitos de hoja, granos de arena, guijarritos y conchitas de agua dulce. Todos esto cuerpos se hallan conglutinados sin orden al rededor del estuche, cuyo extremo más grueso se ve del todo abierto; mientras que en el opuesto, solo se ve un agujero pequeño, redondo, practicado en una lámina transparente, formado de un tejido de seda de mallas apretadas. Si abrimos este cañutillo o estuche en sentido de su longitud, veremos que sus paredes internas forman como una vaina de finísima seda. El destino y uso de estos singulares cañutos, se conocerá observando con atención y paciencia las aguas tranquilas junto a las cuales nos hallamos, y veremos otros cañutos iguales en su fondo, y hasta en la superficie, que se mueven con bastante rapidez. Cojamos uno de ellos, y lo encontraremos habitado por un animal, cuya cabeza y patas salen por el extremo más grueso, y a la menor alarma se recoge en lo más interior del tubo. Para conocer la estructura de este animal acuático, es menester sacarlo poco a poco y gradualmente de su habitación; pues a menudo se agarra inertemente a ella, y debemos sacarlo a la fuerza, con peligro de dislocar sus miembros. A fin, pues, de obtener la larva bien entera y sana, es preferible incidir con unas tijeras la parte superior del tubo; entonces se nos presentará a la vista un gusano con seis patas, cuya cabeza escamosa está armada de recias mandíbulas, y el cuerpo endurecido en doce segmentos. En el cuarto de dichos segmentos, que sostiene el tercer par de patas, hay tres eminencias carnosas, por las cuales respira y arroja el agua; los otros presentan de cada lado filamentos bastante largos, que guardan alguna semejanza con las branquias de los peces. En el extremo del abdomen hay dos garfios escamosos, pardos y cortos, pero fuertes, con los cuales el animal se agarra a las paredes de su morada. Si después de haber examinado la larva, ponemos junto a la misma el cañuto en que vivía, al punto se introduce en el mismo, metiendo primero la cabeza por el extremo más grueso, puesto que el otro extremo tiene menos diámetro que el cuerpo de la larva. Pero dando una vuelta por dentro del cañuto, no tardará en asomar la cabeza por la abertura que le sirvió de entrada.

Pongámosla otra vez en su elemento, y continuemos observando sus movimientos. Primeramente se va al fondo del agua; en seguida sube, y baja por las plantas sumergidas, sin abandonar nunca su casita, fuera de la cual sólo saca la cabeza y las patas. A primera vista, se hace extraño que un animal tan pequeño y endeble pueda arrastrar consigo una habitación, que por su volumen y peso debe serle en extremo embarazosa. Pero no lo entrañaremos, si tenemos presente las leyes físicas que guardan los cuerpos sumergidos, en particular la fundamental de que todo cuerpo sumergido en un fluido pierde de su peso una cantidad igual al peso del fluido que desaloja. Echemos uno de estos cañutos vacío en el agua y lo veremos sobrenadar; por consiguiente, es más bien un apoyo que una carga para la frigania que lo habita y lo prueba más, el que la frigania por sí sola, ni con la seda que la envuelve, puede permanecer en la superficie del líquido. Debemos concluir de todo lo dicho, que no sabiendo este animal nadar, y debiendo no obstante vivir en el agua, debió proporcionarse una embarcación, cuyos materiales fuesen más ligeros que el líquido, aunque la diferencia de densidad había de ser muy poca; pues si la vaina hubiese sido sobrado ligera el animal no hubiera podido bajar al fondo del agua; y siendo muy pesada le hubiera impedido subir a la superficie. Por esta razón, las materias que componen dicho tubo son varias; y escogidas de modo que puedan llenar perfectamente todas las condiciones requeridas: casi todas son sustancias vegetales más ligeras que el agua, lastradas con granos de arena, y con conchitas bivalvas, que a veces contienen todavía sus habitantes; pero que no pueden despegarlas del cañuto al que las han adherido.

El objeto final de este cañuto nos es ya conocido, trátase ahora de saber quién lo fabricó y de qué modo. Es claro que la frigania no halló esta habitación hecha y dispuesta; sino que fue necesario que ella misma la construyese y fuese el arquitecto de esa obra. Si queremos presenciar sus trabajos, pongámosla desprovista de su involucro en una salvilla de porcelana medio llena de agua, y echemos en ella algunas pajitas y palitos de 2 ó 3 líneas de largo. Primeramente veremos a la frigania andando por el agua, de un punto a otro, palpando varias veces las pajitas y palitos; pero si todos estos cuerpos sobrenadan, no los empleará en su trabajo, por la razón que dejamos expuesta. Para convencernos más y más de ello, no tenemos más que echar en el líquido algunos palitos mojados y algunos granos de arena; o también los materiales del cañuto que le hemos quitado, pero separados y descompuestos. En tal caso, la frigania tiene ya en su poder las materias que le convienen, y desde luego pone manos a su obra. Después de haber tanteado estos fragmentos, escogerá un pedazo de hoja en el fondo del agua, casi de la longitud de su cuerpo; se tenderá encima de él, y la veremos elevar y bajar alternativamente el abdomen, haciendo obrar sus filamentos laterales; pero lo que trabaja con más afán es su cabeza. Después de haber roído con sus mandíbulas algunas porciones de la hojita o palito, se arrima a su superficie y la frota en diversos puntos; luego adelantando la cabeza, pero sin salir del lugar que ocupa, coge otro fragmento de hoja o de yerba, corta una partecilla, y la adapta perpendicularmente al primer pedacito sobre el cual se halla tendida; y con algunos movimientos de cabeza desde el uno al otro los deja perfectamente pegados; de lo cual se deduce que con cada movimiento de cabeza va el insecto adhiriendo una hebra de seda en los puntos donde conviene. La frigania coge otro pedacito, y lo pega de la misma manera, pero al lado opuesto al primero; y así continuando, pronto ha fabricado una porción de cañuto capaz de abrigarle la cabeza y el coselete. En seguida lo irá alargando hasta que pueda cubrirle todo el cuerpo; pero este producto no es más que un bosquejo; las piezas de que se compone, no están muy unidas y dejan intersticios, y sobre esto la vaina le viene muy ancha al insecto. Así pues, este va llenando los huecos con otros pedacitos de yerba, que pasa por entre los que están adheridos, y sujetándolos con su sedoso engrudo. Después cortará pajitas o filamentos de plantas acuáticas, y formará una especie de vigas del tamaño de un alfiler, que colocará longitudinalmente en la vaina, otros los pondrá de través, en torno de la abertura anterior para formar en cierto modo el cuello de su vestido, lo que comunica al orificio una figura cuadra, hexágona, o lo más común, pentágona. De la misma manera formará la abertura posterior, más angosta que la primera. En seguida pondrá a prueba su obra; pues importa que esta vaina, que juntamente es para el insecto, vestido, casa, lancha, etc., se halle bien lastrada, y que tenga el peso bien distribuido en todos sus puntos, para que en el agua no tienda a tomar posiciones contrarias a las que necesita el insecto, el cual, si ve que el equilibrio no es perfecto, aplica granos de arena o pedacitos de madera en los puntos más ligeros. Esta es la razón de hallar en muchos cañutos tantas piezas pegadizas, y hasta a veces pedacitos de madera grandísimos, comparados con el tamaño de las demás partes: y también por esta misma causa están cubiertos de arena y de fragmentos de conchitas.

Al paso que nada hay más grosero y escabroso que el exterior de estos tubos, tampoco hay cosa tan rica y elegante como su interior; pues tanto más cuidado y esmero pone el insecto en el forro, cuanto más indiferente le es la calidad exterior de su vestido. Hila pues un tubo de seda, sólido y suave y después de algunas horas de trabajo, cuando su equipo se halla completo, hállase ya en disposición de navegar por el fondo del agua, y de ir en busca del alimento que le conviene, tal como plantas acuáticas, y acaso también larvas de libélulas, y típulas.

No son solo las maravillas que acabamos de ver que nos presenta este insecto; sino que la larva de la frigania, después de probar su instinto mecánico, nos da muestras de su previsión química en los preparativos que hace para sus metamorfosis.

Conoce la frigania, que en estado de ninfa no podrá defenderse de los insectos carnívoros que abundan en las aguas en que vive; por lo mismo le es fuerza cerrar las dos aberturas capaces de dar entrada al enemigo. No le es difícil fabricar dos puertas que las cierren herméticamente; pero esto le impediría respirar, función indispensable para ella, aun en el estado de ninfa; y además, el agua encerrada con el insecto en el tubo pronto sufriría grande alteración si no pudiera comunicar con la exterior, y no fuera apta para suministrar el oxígeno indispensable para la respiración. Así que, a fin de conciliar los medios defensivos con las condiciones químicas de la función respiratoria, la frigania, en vez de adaptar un disco en cada abertura que la cierre herméticamente, lo aplica construido con varios agujeritos de comunicación como los de una espumadera, o de una salvadera, formando una red con varias hebras de seda cruzadas; de modo que no impida mudar el agua contenida en el tubo, al paso que sea suficiente a impedir la entrada a los enemigos, cuyo cuerpo no podrá introducirse por las mallas de la red. Examinando un tubo en el estado que acabamos de describir, fácilmente observaremos los movimientos respiratorios de la ninfa, los que nos mostrará la oscilación de las láminas, que ora son cóncavas, ora convexas alternativamente, a medida que la ninfa inspira o espira el agua. Por último, se notará que los tubos se hallan pegados o fijos en algún cuerpo en el fondo del agua; pues es lo primero que procura la larva antes de encerrarse en su habitación. En efecto, ¿de qué le sirviera que el estuche fuese móvil, cuando la ninfa no necesita ir en busca de alimento?

La ninfa de la frigania es de color amarillo de limón; y al trasluz de la piel que la cubre se distinguen todas las partes de que debe constar en su postrera forma. La cabeza, que es pequeña, ofrece una particularidad: es una especie de pico formado por dos garfios, situados a cada lado de la misma, y del cual se sirven a su tiempo para romper una de las puertas que cierran el estuche. Esta última metamorfosis, se efectúa después de quince o veinte días desde que la larva se convirtió en ninfa, y tiene lugar siempre fuera del agua, para lo cual la ninfa abandona su morada, y va en busca de un sitio seco. Aquí permanece en quietud tres o cuatro minutos, y pronto aparece el insecto en estado perfecto y en disposición de hacer uso de las alas.






ArribaAbajoOrden de los Himenópteros

En los tres órdenes de insectos que acabamos de estudiar hemos tenido frecuentes ocasiones de admirar los recursos que la naturaleza ha suministrado a cada especie, para que pudiese satisfacer sus necesidades; pero si exceptuamos las termites que viven en sociedad, y algunos coleópteros, tal como los necróforos y los peloteros, que mutuamente se prestan auxilio, hemos podido observar que cada individuo ejerce su industria en su propio y particular provecho, y en asegurar el porvenir de su prole. Pero el orden de los himenópteros nos muestra el instinto desenvuelto en alto grado; y su estudio, ya que no nos dé la medida del inmenso libro que ofrece la historia natural, nos prueba que solo se han llenado algunas páginas, y que aún pasarán millares de años antes no se concluya.

Confirma además el estudio de los himenópteros la verdad del dicho de Linneo, que hemos citado varias veces; a saber, que la naturaleza no adelanta a saltos. (Natura non facit saltum). En efecto, los insectos de que vamos a tratar, establecen el tránsito de los roedores a los chupadores; tienen, lo mismo que los coleópteros, ortópteros y neurópteros un labro, labio, mandíbulas y maxilas; pero estas últimas y la lengüeta son mucho más largas en los himenópteros. Las dos maxilas forman con su unión una especie de vaina, que abraza los lados de la lengüeta longitudinalmente; de modo, que reunidos estos órganos en la forma de un hacecillo, constituyen una trompa o sifón por donde pasan los alimentos de que estos insectos se mantienen. Dicha trompa es móvil en la base, y flexible en lo demás de su extensión; aunque no se arrolla como lo efectúa la de las mariposas, de la cual pronto hablaremos. En cuanto a las mandíbulas, sirven únicamente para cortar las materias con que forman el nido estos insectos, o para matar la presa con cuyos humores se alimentan. Su boca, a más, se halla provista en su interior de piezas sólidas, que no se encuentran en los roedores; y forman como unas válvulas destinadas a cerrar la cámara posterior de la boca o gaznate, excepto en el acto de la deglución.

Tienen los himenópteros las alas membranosas, circunstancia que su nombre himenópteros expresa, aunque impropiamente aplicado, supuesto que los dípteros y las moscas tienen sus alas de igual contextura. Las del orden que nos ocupa son, pues, en número de cuatro, las superiores siempre de mayor dimensión, y con menos nervosidades que las de los neurópteros, o simplemente con ramificaciones vellosas. El abdomen de las hembras termina en una especie de taladro o aguijón. A más de los ojos compuestos, tienen todos estos insectos otros tres ojitos lisos; antenas variables, filiformes o sedosas, en la mayor parte de los géneros; cuatro pulpos, dos de ellos maxilares, y dos labiales; el tórax compuesto de tres segmentos, el anterior muy corto, los otros dos confundidos en uno y reunidos todos tres formando como una sola masa; las alas se cruzan horizontalmente en la parte superior del cuerpo, y los tarsos están compuestos de cinco artículos. El taladro, que en las hembras constituye la terminación del abdomen, es un aparato destinado a practicar aberturas o incisiones en los cuerpos blandos, a fin de alojar en ellas los huevos, los cuales descienden por la ranura que forman las láminas o filetes del dicho taladro; y he allí porqué se le ha dado el nombre de oviducto (conducto de los huevos). Constituyen por lo regular este instrumento u órgano tres piezas: dos laterales que envainan a la tercera, la cual alguna vez es doble. En ciertas familias el taladro se convierte en aguijón, en cuyo caso se compone de una pieza superior, que tiene inferiormente, una ranura, canal o corredera, que abarca las otras dos piezas situadas debajo de la misma. Sufren los himenópteros una completa metamorfosis; la mayor parte de sus larvas carecen de patas y se asemejan a gusanos; otras tienen seis, escamosas, y de doce a diez y seis simplemente membranosas, por lo que se han llamado orugas falsas. Todas, empero, tienen la cabeza escamosa, mandíbulas, maxilas, y un labio provisto de hilera, la cual da paso a la materia sedosa empleada en la construcción del capullo de la ninfa. En el estado perfecto, los himenópteros pasan su vida casi todos en las flores, y por lo regular abundan más en las comarcas meridionales. En un año recorren el círculo de sus metamorfosis desde que nacen hasta que mueren.

Divídese el orden de que vamos tratando en dos grandes secciones: himenópteros con taladro e himenópteros con aguijón. Empezaremos por los primeros, llamados también taladradores o terebrantes, del verbo latino terebrare. Divídense en dos familias: serríferos y pupívoros.


ArribaAbajoFamilia de los serríferos

Los himenópteros de la familia de los serríferos, tienen el abdomen que forma como continuación del tórax, sin estrechez o señal de demarcación que los separe. El taladro de las hembras tiene la figura de sierra, y lo emplean en abrir un hueco donde deponer los huevos. Las larvas tienen seis pies escamosos. Consta esta familia de los dos géneros Tenthredo y Sirex de Linneo.

Los Tenthredos, vulgarmente llamados moscas-sierras, tienen el taladro compuesto de dos láminas dentadas, puntiagudas, reunidas y metidas como en una vaina entre otras dos láminas cóncavas. Las mandíbulas son también dentadas y muy prolongadas; las maxilas, que en su extremo son casi membranosas, sostienen un tentáculo compuesto de seis artículos; la lengüeta es recta, y dividida en tres porciones; los palpos labiales, formados por cuatro artículos, son cortos; las alas preséntanse divididas en celdillas membranosas; y finalmente, el abdomen, de forma cilíndrica, se ve redondeado en su parte posterior. Con los movimientos alternos de los dientes de taladro hacen los tenthredos en las plantas las incisiones en que deponen sus huevos, con un humor espumoso, cuyo uso se cree dirigido a impedir que se cierre la abertura. La herida hecha en las plantas por la acción de estos taladros adquiere sucesivamente una figura convexa, debida al crecimiento de los huevos contenidos; en términos, que a veces llega a formar como una agalla, o gruesa verruga, ya leñosa, ya pulposa, y parecida a un fruto pequeño, conforme sea la naturaleza de las partes del vegetal interesadas. En tal caso, son estos tumores el domicilio de las larvas, las cuales se hallan alojadas en ellos, y en los mismos se desarrollan y sufren todas sus metamorfosis. Llegado el animal a su estado perfecto, practica con los dientes un agujero redondo en las paredes de su encierro, y por él sale el aire libre. Pero esto no es lo más frecuente; sino que por lo común las larvas de los tenthredos mantiénense al descubierto, encima de las hojas de que se alimentan, asemejándose a las orugas. Para transformarse en ninfas, hilan, o en el suelo, o en las plantas que les prestan alimento, un capullo en el cual permanecen durante meses.

El TENTHREDON DEL ROSAL (Tenthredo rosae, LIN.). Tiene 4 líneas de longitud; el color amarillo subido le ocre; las antenas, compuestas de tres artículos, son negras, lo mismo que la cabeza, parte superior del coselete, pecho y borde externo de las alas; las patas, amarillentas, y los tarsos con anillos negros. Esta especie es de las que con más facilidad pueden estudiarse, máximo en el tiempo de la puesta, época la más interesante de su historia. Si en una deliciosa mañana del verano nos dirigimos a examinar un rosal, hallaremos al tenthredo ocupado en su tarea, y como afortunadamente es poco arisco este insecto, puede examinarse de cerca, como se tenga alguna precaución. Cuando la hembra conoce que está cercano el instante de la puesta, paséase de una a otra rama antes de determinarse, hasta que encuentra el sitio de elección, que por lo regular suele distar algo del extremo de la rama, aunque menos de su raíz o arranque. Luego inclina hacia abajo la cabeza, dobla el cuerpo, y nos deja ver la punta de la doble sierra, compuesta de dos láminas dentadas. Muy luego sale otra porción de la misma sierra de dentro de la especie de estuche que la contiene. El insecto la endereza y coloca perpendicularmente al punto que pretendo taladrar. En este instante es cuando podemos verla entera, puesto que aplicarla al tejido del vegetal y quedar introducida en él es obra casi instantánea. El insecto, agarrándose fuertemente con las piernas, empuja con el abdomen el taladro hasta que queda introducido y que los dientes de la sierra pueden hacer presa y obrar con desembarazo: de este modo, en menos de no minuto se ha introducido el taladro en toda su extensión y hasta la mayor profundidad, quedando el abdomen de la hembra, que se hallaba algo separado de la superficie del tejido, arrimado y en contacto con él mismo. Todo esto puede apreciarse a la simple vista; pero si nos valemos del auxilio de la lente, y nos situamos de un modo a propósito, veremos que el taladro penetra en la sustancia vegetal, no solo por la presión del abdomen, sino por el juego alterno de las dos aserradas láminas, que divisaremos, viendo como una de ellas es impelida hacia el centro del leño, mientras la otra opera en la corteza; y hasta percibiremos que estos movimientos se deben al impulso de los tendones a que las sierras están sujetas.

La providencia del Autor de la naturaleza es admirable hasta en sus obras más diminutas: no trata el tenthredo de hacer en la materia vegetal un corte como pudiera practicarse con una sierra común; sino de hacer una cavidad que por sus proporciones se adapte a contener y a abrigar el huevo en ella depositado; y este objeto lo desempeña con toda perfección el insecto, con el instrumento adecuado que recibió del Criador, compuesto de las sierras para cortar la sustancia, terminadas en punta para profundizar el hueco, y capaces de los movimientos más oportunos.

Después de haber estado observando el modo como el insecto que nos ocupa hace jugar su taladro, lo veremos suspender de improviso todo movimiento; y en esta inmovilidad expele de su cuerpo el huevo destinado a ocupar la celdilla que acaba de abrir en el tejido de la planta. Tras un instante de reposo, retira de la incisión el taladro, como en unos dos tercios de su longitud; y en este caso aún nos queda que observar la materia espumosa, semejante a una disolución de jabón, que se eleva hasta los bordes de la hendedura, y que no es savia del vegetal, como puede comprobarse, sino que la suministra el tenthredon. Vallisnieri opina que este humor está destinado a mantener los bordes de la incisión convenientemente separados; Reaumur, que tiene por fin conservar el huevo e impedir la putrefacción de las fibras cortadas; sin embargo, su verdadero objeto no está aún bien comprobado. Poco después de haber aparecido dicho humor espumoso, envaina el insecto su taladro; da algunos pasos hacia abajo; practica otra incisión debajo de la anterior y depone otro huevo, así siguiendo hasta incidir de tres a diez y seis aberturas, cada una con su huevo correspondiente.

Cada una de dichas aberturas no pasa de una línea de extensión, ofrecen una leve curva, y se hallan aproximadas entre sí, de modo que una serie de quince ocupa poco más de una pulgada. Si descortezamos los bordes de la incisión y una corta porción de materia leñosa, tendremos el huevo al descubierto; y podremos observar que es oblongo y de color amarillo. Si volvemos al día siguiente de practicadas las aberturas, y de efectuada la puesta del tenthredon, notaremos que los puntos donde existen los huevos se han ennegrecido; y en lo sucesivo veremos que adquieren de día en día mayor convexidad y prominencia, hasta que al fin se asemejan a una serie de cuentas de rosario, crecimiento debido al desarrollo del huevo contenido, que aprieta las paredes de su celda, levantándolas y manteniendo abierta la vía que ha de dar salida a la larva. Pero cualquiera que sea el crecimiento de la celdilla, nunca llega a impedir el de la que se bulla inmediata, gracias a la precaución de la hembra de dejar entre una y otra el espacio intermedio conveniente. Así que ha salido la larva, ya en busca de alimento en las hojas del rosal; y cuando siente la necesidad de metamorfosearse, penetra en la tierra y se envuelve en un capullo, del cual renace en estado perfecto.

El TALADRADOR DEL SAUCE (Tenthredo capreo, LIN.). Tiene 4 líneas de largo toda la parte superior del cuerpo, las patas, la parte inferior del vientre, y anterior de la cabeza, son amarillas; la superior de esta última, negra; el coselete negro superiormente, excepto en la parte anterior, donde se ven como unas charreteras amarillas; el borde externo de las alas es negro y muy denso. La larva vive en los sauces; es hermosísima, y lo abigarrado de sus matices la hace muy vistosa. Su cabeza es negra y lisa; la parte anterior del cuerpo; es decir, los tres primeros anillos, son de color leonado, lo mismo que los tres segmentos o anillos posteriores; toda la parte céntrica es de un hermoso azul tirante a verde; lo mismo en la porción azul que en las porciones de color leonado, se ve todo el cuerpo sacado de puntos negros, dispuestos en hileras longitudinales. Este animal tiene veinte patas; seis escamosas delante, y las catorce restantes membranosas.

Finalmente, para terminar la historia del género tenthredo, indicaremos una especie cuyas larvas viven en sociedad en los albaricoques. Roen las hojas, y atan algunas de estas entre sí con una especie de seda blanca; además, cada insecto se hila un tubito con que se cubre el cuerpo; quedando todas las larvas en común encerradas en el paquete de hojas que han formado. Como no pueden andar, déjanse resbalar en sus tubos contrayendo y extendiendo sus anillos. Cuando alguna quiere ir más adelante en la hoja que ocupa, lo hace alargando el tubo con la adición de nuevos hilos; si quiere cambiar de sitio, vuélvese de espaldas y va resbalando atrás y adelante. Si cogemos una y la ponemos en la superficie de una mesa o de un espejo, etc., al instante se coloca de espaldas y extiende de uno y otro lado entorno suyo unos hilos en forma de arcos, o ceñidores, que adhiere al plano que la sostiene, y luego adelanta, o retrocede, apoyándose en los hilos que ha tendido, y mediante las contracciones de los anillos. Cuando la larva quiere descender de la hoja en que estableció su domicilio, suspéndese de un hilo que sale de su hilera, y lo va alargando hasta que llega al suelo. No es menos admirable el modo como sube por dicho hilo, cuando le conviene volver a su hoja. Primeramente se adhiere el cabo del hilo al abdomen, luego da una vuelta y se ciñe una porción del hilo como un cinturón; efectúa su movimiento vermicular, apoyándose en el anillo o circunvolución que se ha formado, y por él va resbalando de abajo arriba hasta tenerlo en el extremo del abdomen; entonces antes de soltar el anillo del hilo, hace otro algo más arriba, envolviendo también el cuerpo con el mismo, hecho lo cual suelta el primero; y repitiendo esta maniobra cuantas veces es necesario, llega al punto a que intenta subir.

El género Sirex, se diferencia del anterior en que sus individuos tienen las mandíbulas cortas y gruesas; la lengüeta entera; las antenas vibrátiles, es decir, en movimiento incesante, y constan de diez a veinte y cinco artículos; la cabeza casi es globulosa; el labro muy pequeño; los palpos maxilares filiformes; los labiales compuestos de tres artículos, de los cuales el último, es más grueso; y por último, el cuerpo es cilíndrico.

El UROCERO GIGANTE (Sirex gigas y Sirex mariscus, LIN.). Sus antenas constan de 13 a 25 artículos, y se insertan junto a la frente; las mandíbulas son dentadas en su lado interno; el extremo del último segmento abdominal se prolonga formando rabo o a modo de cuerno; y por último, el taladro es muy saliente y se compone de tres filamentos. -La hembra (Sirex gigas) pasa de 1 pulgada de longitud, de color negro, con una mancha detrás de los ojos, amarilla lo mismo que el abdomen. Los anillos tercero, cuarto, quinto y sexto del abdomen, son blandos, las piernas y los tarsos son amarillentos. -El macho (Sirex mariscus) carece de taladro, tiene el abdomen amarillento-rojizo, con una mancha negra hacia el extremo, lo mismo que la punta o terminación de este. Este hermoso insecto es raro en los alrededores de París; pues vive con preferencia en los sitios fríos y montuosos, donde abundan los pinos y otros coníferos, como sucede en los Alpes, Pirineos y países del norte de Europa. Reaumur lo llamó Ichneumon de Laponia, por haberlo recibido de Manpertuis, quien lo halló en Laponia. Cuando este insecto vuela, despide un zumbido como el de las abejas. La hembra depone en la madera sus huevos muy oblongos y agudos en sus extremos. La larva es larga, cilíndrica y amarillenta, con rayas; tiene la cabeza escamosa; seis patas muy cortas, y abultada la extremidad posterior del cuerpo.

Las Efemérides de los investigadores de la naturaleza contienen una observación relativa a los uroceros, la cual induce creer que el oviducto de estos animales, acaso sea un arma peligrosa para el hombre. Refiérese que en 1679 aparecieron en la ciudad de Czierch y sus cercanías unos insectos alados y desconocidos, los cuales con sus aguijones, hirieron mortalmente a algunos hombres y animales. De repente y sin provocación, se arrojaban a la cara, al pecho, brazos, etc. de los primeros, dándoles repetidas picaduras. Seguíase a cada una un tumor duro; y si se descuidaba, y no se exprimía el veneno a las primeras tres horas, moría el herido a los pocos días. Aquellos insectos causaron la muerte a treinta y cinco hombres de la diócesis y a muchos bueyes y caballos; pero atacaban con preferencia a los hombres. A fines de setiembre el viento se llevó algunos de dichos insectos a una pequeña población, en los confines de Silesia y de Polonia; pero debilitados por el exceso del frío, causaron leves daños, y a los ocho días habían ya desaparecido. Según dicha relación, aquellos insectos tenían cuatro alas, y llevaban en el vientre un largo aguijón, metido dentro de una especie de vaina, la cual se abría en dos porciones, y al arrojarse encima de las personas despedían un zumbido agudo. El autor añade a la observación que anteceden una extensa descripción acompañada de láminas, que aunque groseras, no dejan duda de que representan el urocero gigante. Pero Latreille niega su asenso a esta relación, pues le parece imposible que el taladro del urocero, destinado a deponer los huevos en las hendiduras de los árboles, se convierta en arma ofensiva; y aun suponiendo que tales insectos hayan clavado su aguijón en algunas personas, no puede conceder que su picadura sea venenosa. Con todo, no podemos adherirnos a su incredulidad; en primer lugar, porque se trata de un hecho reciente, y lo atestigua una población entera, y luego la descripción del animal es exacta. Además: ¿es acaso imposible o absurdo creer que unos insectos que viven exclusivamente en los bosques de árboles verdes, expatriados y arrojados de su país por la violencia del viento en el instante de efectuar la puesta, hayan hallado en las carnes del hombre y de otros animales unas partes blandas, propias para recibir y contener sus huevos, que no podían deponer en otra parte? Esto supuesto, ¿no es admisible que la introducción de un huevo de cierto volumen, y probablemente cubierto de un humor acre, haya producido una inflamación mortal? Esto es aún más verosímil que los estragos, bien comprobados, resultantes de la pústula maligna, fenómeno de que nadie duda y que se reproduce en nuestros campos con desgraciada frecuencia. En los años cálidos y húmedos, cuando los pastos son de mala calidad, ataca a los ganados una enfermedad sumamente contagiosa y mortal: en el tejido celular subcutáneo, y también en la piel se desarrollan unos tumores inflamatorios o carbuncos, que gangrenan los tejidos circunvecinos, y el animal muere a los dos o tres días. Entonces es necesario separar los animales afectos, para que no se contagie todo el rebaño. Tan terrible dolencia se comunica a los pastores, los cuales siguen a sus reses; testigos de ello son los labriegos de Borgoña, Lorena, y Franco Condado. Pero lo más triste que hay en esta plaga, que llaman pústula maligna, es que puede trasladarse a puntos distantes al través del espacio, por conducto de insectos que hayan estado en contacto con los animales contagiados. Así pues, supongamos que una mosca, por ejemplo, haya puesto sus esponjosas patas en las pústulas de un buey o de un carnero, y que luego vaya a posarse en la mano o en el rostro de un hombre. A pocas horas siente una viva comezón que le hace advertir en una manchita como picadura de pulga, la cual se extiende con prontitud así en superficie como en profundidad, y se cubre de una vejiguilla llena de serosidad. Transcurridas las veinte y cuatro horas, el tumor se presenta duro, y acompáñale un ardor tal, que el paciente lo compara a la sensación causada por un ascua de carbón en contacto con el cutis; a este doloroso escozor sucede un profundo entorpecimiento en la parte. El tumor se pone luego elástico, se desorganiza en breve, y termina con la muerte del paciente en veinte y cuatro o treinta y seis horas. A los síntomas que acabamos de exponer debe añadirse la caterva de los que caracterizan la fiebre pútrida y maligna, como son: náuseas, vómitos, pequeñez del pulso, desmayos, ansiedad y trastorno o descomposición de las facciones, insomnio, delirio, etc., visto lo cual, es fuerza convenir en que los efectos de la pústula maligna son harto más sorprendentes que los de la picadura del urocero gigante. Pero afortunadamente esos estragos se limitan a las inmediaciones de los sitios infectos, en el estado más intenso de la epizootia, cuando esta afección se ceba con extraordinaria malignidad. A más, esta dolencia es susceptible de remedio; pues siendo en sus principios puramente local, pueden detenerse sus progresos a beneficio de una medicación también local, semejante a la que se emplea en el caso de mordedura de serpiente venenosa; el cual consiste en dilatar convenientemente la herida, a fin de cauterizarla por medio de los agentes químicos más enérgicos, y hasta con el hierro candente. No hay pues que asustarse; pero volvamos a los himenópteros.

Los Orizos, pertenecientes también al género Sirex, se diferencian de los uroceros en que tienen las antenas insertas junto a la boca; las mandíbulas sin dientes; el extremo del abdomen casi redondeado, o ligeramente prolongado, manteniendo un taladro delgado y arrollado en espiral; tal es el siguiente:

El ORIZO CORONADO (Oryssus coronatus, FABR.) Tiene la cabeza superada de unos tuberculitos. El cuerpo en general negro; una lista blanca en las antenas, una línea también blanca en el borde interno de cada ojo; la piernas blancas, en su porción inferior; el abdomen rojo, y en su base negro, una gran mancha negruzca, que abraza un rasgo blanco, junto a la extremidad de las alas superiores. Este insecto habita al mediodía de Francia, es vivo, inquieto, ágil, y frecuenta con predilección los árboles añejos expuestos al sol.




ArribaAbajoFamilia de los pupívoros

Los himenópteros con taladro pertenecientes a esta familia, tienen el abdomen unido al coselete simplemente por una porción de su diámetro transversal, y en general por un pedículo que permite al abdomen una gran movilidad: el primer segmento abdominal parece formar parte del coselete, por cuanto precede a la estrechez que marca la separación de estas partes, lo cual pudiera hacer presumir que el coselete consta de cuatro anillos. Las larvas no tienen patas, y sin duda por esta falta, que les impide ir de un punto a otro, son parásitas, y viven en el cuerpo de las orugas y de las ninfas de las mariposas o de otros insectos, en cuyo cuerpo debió de introducir antes los huevos la madre. De ahí su nombre pupívoros, equivalente a comedores de orugas, que se ha dado a los insectos de esta familia. Comprendo esta más de treinta géneros; pero pueden reducirse a seis principales, que son los Fenos, Ichneumones, Cinipes, Calcios, Betilos y Crisis.

Los Fenos tienen alas con ramificaciones venosas, y en las alas superiores se ven celdillas o aréolas bien formadas; las antenas, filiformes o sedosas, compuestas de doce o catorce artículos; las mandíbulas dentadas en su lado interno; los palpos maxilares compuestos de seis artículo, y de cuatro los labiales; abdomen sentado en el tórax; y el taladro consta de tres filamentos. -Estos insectos viven en las flores; y en estado de reposo elevan con frecuencia el abdomen. Por la noche, o cuando el mal tiempo no les permite volar, se adhieren con sus mandíbulas a los tejidos de las plantas, manteniéndose en una posición casi perpendicular. Encuéntranse a menudo en los sitios secos y arenosos, revoloteando entorno de las abejas solitarias, a fin de descubrir sus nidos, va para apoderarse de ellos, va para deponer sus huevos junto a las larvas del verdadero dueño del nido.

El FENO APPENDIGASTRO (Evania appendigaster, LIN.). Es negro y salpicado de puntos; las patas traseras son mucho mayores que las demás las antenas son truncadas y de color oscuro, con el primer artículo más hundido; el abdomen liso, lateralmente comprimido y triangular; separado de repente del coselete por un pedículo arrugado en su superficie. Vive esta especie al mediodía de Europa.

El FENO TIRADOR (Ichneumon jaculator, LIN.) Tiene 6 líneas de longitud; las antenas rectas; el abdomen prolongado, que va insensiblemente estrechándose hacia su base, y de color leonado hacia su mitad; las piernas posteriores, blanquizcas en su origen y en su extremidad. La hembra tiene el taladro más largo que el cuerpo; sus dos filetes laterales son negros, con la punta algo blanquizca, y el del medio leonado; las alas son diáfanas y sin color.

El género Ichneumon, se asemeja al antecedente en cuanto a las alas y al taladro o aguijón; pero difiere en que tiene las antenas compuestas lo menos de diez y seis artículos; las mandíbulas lisas y terminadas en punta bífida, y los palpos maxilares por lo regular compuestos de cinco artículos. El Ichneumon saca su nombre de una especie de mangosta propia de Egipto, que los europeos del Cairo llaman Rata de Faraón: y es la Viverra ichneumon de Linneo. Ese pequeño mamífero se alimenta con ratones y reptiles pero apetece sobre todo los huevos del cocodrilo de los cuales destruye un número inmenso. Los antiguos dieron el mismo nombre que a dicho animal al insecto que nos ocupa, por haber hallado que no es menos útil, por los beneficios que reporta a la agricultura con la destrucción de las orugas. Creían los egipcios que su Ichneumon no solo quebranta los huevos del terrible reptil, sino que le destruye introduciéndose en su abdomen para comerle las entrañas. Las hembras del insecto homónimo no matan las orugas, sino que hacen de sus cuerpos las cunas de sus hijos. Llámase también el ichneumon mosca vibrátil, a causa del movimiento vibratorio de las antenas, y mosca tripila por constar su aguijón de tres porciones, delgadas y como hebras de seda. La porción del medio es la única que sirve para introducir los huevos en los cuerpos de las orugas, y así es más escamosa, y de color más claro que las otras dos que le sirven como de vaina. Aunque cogido entre los dedos el insecto trata de clavar en ellos su taladro, no causa daño la picadura, como no sea de los que lo tienen muy corto, y que si logran clavarlo en la piel causan un dolor bastante vivo.

Cuando la hembra siente la necesidad de efectuar la puesta, vuela en busca de larvas, ninfas y huevos de insectos, sin perdonar ni aun los de araña y de pulgón, destinados a servir de alimento a la cría. Al principio el taladro parece que solo consta de una pieza; pero no tarda en desenvolverlo, levantándolo, bajándolo y retorciéndolo en algunos puntos de su longitud, haciéndolo al fin pasar por bajo del vientre con la punta dirigida adelante. Después de estos preliminares, aplica dicha punta en el sitio donde quiere establecer el nido, y mueve el taladro de izquierda a derecha y viceversa, hasta haber hecho un agujero, cuya operación queda terminada en un cuarto de hora.

Los ichneumones que tienen el taladro muy corto o nada aparente colocan sus huevos en la piel de las larvas, de las orugas y de las ninfas, que hallan al descubierto; y se colocan en una larva u oruga, cuyo cuerpo es a veces más grande que el suyo y por el cual pueden pasearse. Recórrenlo en todas direcciones en busca del punto que más les conviene. Luego lo taladran y deponen el huevo en la heridita; y siguen del mismo modo haciendo veinte o treinta picaduras en una misma oruga, alojando por lo mismo en su cuerpo veinte o treinta huevos, siempre que la extensión de aquella lo permita, pues sobre esta base arregla siempre la hembra el número de picaduras. Las plantas crucíferas alimentan varias especies de orugas, y entre ellas la de la gran mariposa llamada Pieris bassicae. Esta oruga, muy hermosa, a menudo la devora una especie de ichneumon. Las larvas de los ichneumones viven familiarmente en el cuerpo del insecto, destinado a alimentarlas con su propia sustancia hasta su completo desarrollo: pronto agujerean de ambos lados la piel de su víctima, y sin separarse de ella empiezan a hilar su capullo. Aproxímanse todas y sacan hebras sedosas de su hilera, situada en el labio inferior, lo mismo que en las orugas. Crúzanse dichas hebras en distintas direcciones, formando una masa algodonosa, en que se alojan los capullos; los cuales difieren muy poco de los de los gusanos de seda en el color y en el tejido.

Sin duda se preguntará, al ver salir tal número de larvas del cuerpo de una sola oruga, cómo pueden haber vivido en él tanto tiempo sin causar su muerte; pues no solo no muere, sino que sigue creciendo, mientras le están royendo su interior tan terribles enemigos. Pero esto, procede de que las larvas dejan intactos los órganos esenciales a la vida, contentándose con devorar la sustancia grasienta, que es cuantiosa, y solo se ha reunido en la oruga para satisfacción de sus venideras necesidades cuando llegue al estado de ninfa. Sucede, no obstante, a veces, que la oruga perece pronto; y en tal caso su muerte es el resultado de haberse desarrollado dichas larvas mucho más pronto que la misma oruga; aunque siempre la salida de estos ichneumones al través de la piel de la oruga va seguida de la muerte de esta.

Engañados algunos naturalistas por las apariencias, creyeron que estas larvas eran oruguitas, cuya madre hilaba la seda que las cubría a fin de procurarles un abrigo; pero Swammerdam, Leeuwenoeck y Vallisnieri han evidenciado que las larvas que salen del cuerpo de las orugas deben su nacimiento a otros insectos a ellas semejantes.

Hay algunas especies de ichneumones tan sumamente diminutas, que pueden alojar sus huevos en otro huevo de distinto insecto; y la larva que nace encuentra debajo de la cáscara la sustancia que debe alimentarla para adquirir un completo crecimiento y efectuar todas sus metamorfosis; pues en aquel mismo huevecillo se convierte en ninfa, luego en mosca, y atraviesa con los dientes la cáscara que la tiene encerrada, saliendo luego al aire libre. Vallisnieri, viendo salir una pequeña mosca del huevo de una mariposa, creyó que la tierna larva de dicha mosca se había introducido en el huevo; pero otros pacientes y laboriosos observadores se han asegurado de que el huevo que contenía a la pequeña mosca fue introducido en el de la mariposa por la mosca madre.

En los tallos de las gramíneas se notan a veces huevos de ichneumon semejantes a los que se hallan en las orugas; también se encuentra, aunque es raro, en las colmenas de las abejas una especie de tortilla pequeña hecha por un ichneumon, que probablemente vivió en el interior de las orugas que van a merodear la cera. Por último, Reaumur observó capullos de ciertas especies de ichneumon, suspendidos de una hoja o ramita mediante una hebra bastante larga. Estos capullos desprendidos del cuerpo al que se fijaron, dan saltos a veces de cuatro pulgadas de alto; lo cual proviene de que la ninfa aproxima las dos extremidades del cuerpo, separándolas luego con rapidez a semejanza de ciertas pequeñas larvas saltadoras que hallamos en el queso añejo.

El género ichneumon contiene muchas especies pero solo citaremos algunas.

El ICHNEUMON INDICADOR (Ichneumon manifestator, LIN.). Así llamado por las señales que al parecer hace con sus antenas y los filamentos del taladro, es una de las especies más comunes y de mayor tamaño. Es largo de 1 pulgada, enteramente negro, salvo las patas que son de un rojo leonado; las antenas ofrecen los tres cuartos de la longitud del cuerpo; y los filetes del taladro la tienen lo menos doble. Los dos filetes laterales, que sirven como de vaina, son negros, gruesos y velludos; y el oviducto o filamento medio es pardo, liso, más delgado y recio, y como puede verse, nace de debajo del abdomen, así como los otros dos nacen de la terminación de este, el cual es cilíndrico, y se adhiere al coselete casi por toda la anchura o periferia de su base; las alas son grandes, con un punto negro en el borde. Este ichneumon es de aquellos que clavan el taladro en los troncos de los árboles. Es necesaria gran precaución si se quiere observarle, pues el menor movimiento le espanta; y hasta cuando ha empezado ya su operación, no deja de interrumpirla y huir.

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Ichneumon indicador.

El ICHNEUMON PERSUASIVO (Ichneumon persuasorius, LIN.). Esta especie se aproxima a la antecedente en cuanto a la forma y tamaño, tiene el cuerpo negro, con manchas blancas en el coselete, y dos puntos de este mismo color en cada segmento abdominal; las patas son leonadas, y el taladro de la longitud de cuerpo.

El ICHNEUMON AMARILLO (Ichneumon luteus, LIN.). Esta especie es hermosa de bastante magnitud; tiene el abdomen encorvado en forma de hoz, y diez líneas de longitud; todo el cuerpo es amarillo rojizo, a excepción de los ojos que son verdes. Las antenas son algo más cortas que el cuerpo; el abdomen se adhiere al coselete por medio de un pedículo largo y muy delgado; los filetes del taladro son muy cortos, tanto que apenas sobresalen del abdomen; las alas tienen un punto amarillento en los bordes. La hembra deposita los huevos en la piel de alguna oruga, en especial de la que llaman cola ahorquillada (Bombyx-vinula). Fíjanse a ella mediante un pedúnculo largo y delgado. Ábrense las larvas; pero no salen más que por mitad de las películas del huevo que las contiene; y crecen alimentándose con la sustancia interna de la oruga; aunque esto no impide que se hagan su capullo. Acaban por aniquilarla y causar su muerte; luego se fabrican sus capullos el uno al lado del otro, y salen de ellos bajo la figura de ichneumones.

El ICHNEUMON MODERADOR (Ichneumon moderator, LIN.). Este a su vez devora a otra especie de su mismo género. Es negro; tiene el abdomen pediculado y comprimido, y las patas de color claro. Su larva vive en el Ichneumon strobitella, y después que la ha devorado fabrica su capullo en el cráneo de la víctima. Esta por su parte, cuando no la ha visitado tan peligroso huésped, establécese en la oruga de un pequeño lepidóptero nocturno, llamado sarna del abeto, y es negra. El taladro es el doble más largo que el cuerpo; los pies rojizos; menos el tercer par, el cual tiene las piernas y el tarso negros con anillos blancos.

El género de los Cínipes, contiene pupívoros cuyas alas inferiores solo presentan una nerviosidad; las superiores tienen pocas venas, y algunas areolillas o celdillas. Las antenas son un filamento o hebra, nunca terminan en clava, y constan de 13 a 15 artículos; los palpos son muy largos. Como tienen los Cinipes la cabeza pequeña, y el coselete grueso y elevado, parecen gibosos. En el abdomen de las hembras se contiene un taladro que parece compuesto de una sola pieza, larga y delgada; su base está retorcida en forma espiral, y la punta se aloja en el vientre en medio de dos válvulas prolongadas, cada una de las cuales le forma como medio estuche. Dicha extremidad es hueca, formando ranura, con dientes laterales que se asemejan a una punta de flecha, y por su medio el insecto dilata los cortes que hace en distintas parles de los vegetales, a fin de colocar en ellos sus huevos. Derrámanse los jugos en la picadura, y forman una excrecencia o tumor llamado AGALLA.

Así la forma, como la solidez de estas protuberancias, varían conforme a la naturaleza de las partes del vegetal, que han quedado interesadas, como son: hojas, pecíolos, yemas, corteza, albura, raíces, etc.; pero la mayor parte tienen la figura esférica; las hay que se asemejan a frutos; agallas en forma de manzana, de grosella, de pepino, de níspera; y otras forman mata, como la que llaman bídeguar o musgo melenudo, que aparecen en el rosal silvestre: las hay parecidas a alcachofas, setas, y a botoncitos o yemas. Entre todos los árboles que presentan agallas, la encina es la que en mayor abundancia las ofrece. En el centro de tan particulares excrecencias, viven durante cinco o seis meses las larvas parásitas de las diversas especies de cínipes, las cuales las roen interiormente sin dañar a su desarrollo; unas pasan en su interior todas sus metamorfosis; al paso que otras salen para hundirse en la tierra, donde permanecen hasta su última transformación. Los orificios redondos que hallamos en la superficie de las agallas, denotan que el insecto que contenían las ha abandonado.

El CÍNIPE DE LA AGALLA TINCTÓREA (Diplolepis gallae tinctoriae, OLIV.). Entre todos los cínipes es este el que mayor utilidad reporta. Este insecto es de un leonado claro, y está cubierto de un vello sedoso y blanquecino, con una mancha parda y reluciente en el abdomen. Vive en unas excrecencias redondas, duras y cubiertas de tubérculos que se encuentran en una especie de encina de levante (Quercus infectoria), y se emplean bajo el nombre de nuez de agalla, para hacer con ellas y el sulfato de hierro o caparrosa verde un tinte negro.

CÍNIPE DE LAS HOJAS DE ENCINA (Cynips quercus folii, LIN.). Tiene 1 línea y media de largo; el color pardo-oscuro y sedoso, con algunos espacios rojizos al rededor de los ojos, en el coselete, y en las patas; el abdomen más oscuro y muy lustroso, con una pequeña mata de pelos en su parte inferior; las antenas y las patas son velludas. Esta especie nace en las agallas redondas y lisas, del tamaño de avellanas, que se forman en el dorso de las hojas de la encina.

El CÍNIPE INFERIOR DE LA ENCINA (Cynips quercus inferior, LIN.). Es negro, con las antenas y las patas de un amarillo claro; vive en las agallas redondas, opacas y globulosas como grosellas, que se forman en la cara inferior de las hojas de la encina.

El CÍNIPE DEL PECIOLO DE LA ENCINA (Cynips quercus petioli, LIN.). Es negro, con las patas blancas y los muslos pardos, vive en las pequeñas agallas redondas, duras y aglomeradas, que nacen al extremo de los pecíolos que sostienen las hojas de encina.

El CÍNIPE DE LOS PEDÚNCULOS DE LA ENCINA (Cynips quercus pedunculi, LIN.). Es pardo, con una cruz linear encima de las alas; vive en las agallas que existen en los pedúnculos de las flores masculinas de la encina, y les comunica la apariencia de un racimo de frutos.

El CÍNIPE DEL ROSAL (Cynips Rosae, LIN.). Es negro, con el abdomen de un matiz ferruginoso, y negro en su extremo; las alas son transparentes: esta especie vive en las agallas musgosas del rosal silvestre. No debe confundirse con el siguiente:

El CÍNIPE DE BEDEGUAR (Ichneumon Bedeguaris, LIN.). Tiene una línea y media de longitud; la cabeza y coselete de un verde dorado; el abdomen purpúreo metálico; las antenas negras, y las patas amarillas. Vive en las agallas musgosas del rosal silvestre en forma de larva. La hembra madre clavó el taladro hasta el centro de la agalla, y depuso el huevo que contiene la larva del Cynips rosae, y para el cual se formó aquella.

El CÍNIPE DE LA HIGUERA (Cynips Psenes, LIN.). Es negro lustroso; con las antenas largas, negras, compuestas de once artículos; las alas transparentes y sin manchas; las patas de un pardo-negruzco, y la cabeza amarillenta. La hembra deposita sus huevos en la semilla de la higuera silvestre más precoz; y de su sustancia se alimenta la larva, teniendo todas sus metamorfosis debajo de la película, saliendo de la misma en estado perfecto por una abertura que sigue la dirección de los pistilos. Esta especie es notable en cuanto la empleaban antiguamente, y se emplea todavía en algunos puntos de levante, en la caprificación, operación que tiene por objeto facilitar la madurez de los higos en los vergeles, pues se ha notado que los higos silvestres en que viven estos insectos maduran mucho más pronto.

El CÍNIPE DE LAS LARVAS (Ichneumon larvarum, LIN.). Tiene la cabeza y el coselete verdes; las patas amarillas, y el abdomen negro con una mancha parda. La hembra, como las de los ichneumones, depone sus huevos en las orugas. Reaumur observó a este insecto, en el instante en que, bajo la forma de larva, acechaba el cuerpo de la oruga del castaño de Indias (Noctua aceris). Salieron diez y seis al través de la piel de la oruga moribunda, y se situaron junto a la misma unas al lado de las otras. A las pocas horas se convirtieron en ninfas; para cuyo fin se colocaron en su espalda, y se hallaron pegadas por medio del licor glutinoso de que su cuerpo está lleno.

Los CÍNIPES DE LAS CRISÁLIDAS (Ichneumon puparum, LIN.). Es de un azul dorado, con el abdomen verde-reluciente, y los pies de un amarillo claro. La hembra de esta especie nunca deposita sus huevos en las orugas, sino constantemente en las crisálidas (llamadas crisálidas particularmente a las ninfas de las mariposas). Para ello aguarda al instante en que la larva acaba de pasar a este estado, y efectúa entonces la puesta mientras halla la piel todavía tierna.

Finalmente, como para completar la singularidad de hábitos del género Cínipe, observó Geoffroy cierta especie, cuya hembra pone los huevos en el cuerpo de una larva de ichneumon, viviente en el interior de un pulgón. No tarda en salir la larva del cínipe; ataca y mata a la del ichneumon, y se metamorfosea bajo la piel del pulgón, de la cual sale por último en estado perfecto.

El género Chalcis, solo difiere del género Cínipe en tener las antenas angulosas, con la extremidad de las mismas claviforme. Son los Chalcis insectos diminutos, con colores y visos metálicos y relucientes, y en su mayor parte dotados de la facultad de dar saltos. Regularmente componen su taladro tres filamentos, siendo parásitas las larvas como las del ichneumon. Existen algunas especies tan mínimas, que basta para alimentarlas la sustancia de huevos de insectos casi imperceptibles. Otros en fin viven en las agallas, o en las ninfas de algunos lepidópteros.

El CHALCIS DIMINUTO (Vespa minua, LIN.). Este insecto es muy común en el cáliz de las umbelíferas; su longitud es de 2 líneas y media; el color del cuerpo negro, con los pies amarillos; los muslos posteriores gruesos, de figura oval y provistos de dientecitos en su parte inferior; las piernas son arqueadas y amarillas, con los extremos negros.

El CHALCIS ANILLADO (Chalcis annulata, FABR.). Es negro, con la terminación del abdomen prolongada; tiene un punto blanco en el extremo de los muslos traseros, y las piernas son entreveradas de negro. Hállase esta especie en los nidos de las avispas del algodón, en la América meridional.

El CHALCIS DORSIGUERO (Leucopsis dorsigera, FABR.). Pertenece al mediodía de Europa; su abdomen carece de pedículo, es redondeado en el extremo y lateralmente comprimido, con el taladro encorvado hacia el dorso. Es negro; el abdomen es casi de longitud doble de la del tórax, con tres fajas, dos manchitas amarillas, cuya línea transversal en el escudete, y otras dos en la parte anterior del coselete también amarillas. La hembra deposita los huevos en los nidos de algunas abejas obreras.

Los Bétilos, que constituyen el quinto género de los pupívoros, aseméjanse a los precedentes en cuanto a la falta de nervosidades en las alas inferiores; pero el abdomen de la hembra termina en un taladro tubular; las antenas constan de diez a quince artículos, y ya son filamentosas, ya claviformes; los palpos maxilares son largos y colgantes. Es probable que los bétilos tienen hábitos semejantes a los de los chalcis; pero como la mayor parte se hallan en la arena, o en plantas de poca altura, regularmente vivirán sus larvas ocultas en la tierra.

El BÉTILO PUNTUADO (Betilus puctuata, LIN.). Se encuentra en los alrededores de París: es negro-lustroso, con puntos en la cabeza y el coselete, algunos artículos de las antenas, después del primero, el extremo de las piernas y de los tarsos, pardos. Las alas superiores son de un matiz oscuro, con una nervosidad delgada, blanca y trífida en su terminación.

El sexto y último género de los pupívoros es el de los Chrisis (esta voz significa dorado). Ciertamente si hay insectos acreedores de esta denominación son los que componen este género. Vulgarmente las llaman avispas doradas; aunque mejor les cuadraría el nombre de avispas colibríes, pues hasta sus movimientos contribuyen a justificar esta denominación. Recorren en continua agitación y con una movilidad excesiva las paredes o leños viejos expuestos al sol. También los hallamos en las flores: tienen el cuerpo oblongo y cubierto de un dermis bastante firme; las alas inferiores en ellos, lo mismo que en los tres géneros precedentes (Cínipes, Chalcis y Bethylos), no presentan ramificaciones venosas; pero los distinguen por el taladro, el cual forman los tres últimos segmentos abdominales, introducidos entre sí, como los tubos de un telescopio, y terminando en un pequeño aguijón. Las antenas son largas, filamentosas, angulosas, vibrátiles y compuestas de trece artículos; las mandíbulas arqueadas, estrechas y puntiagudas; los palpos maxilares regularmente más largos que los labiales, y están compuestos de cinco artículos desiguales; y los labiales constan solo de tres artículos. El coselete es semicilíndrico; el abdomen semioval con la base truncada; y por lo regular en su terminación se notan dentellones. Los Chrisis deponen sus huevos en los nidos de las abejas solitarias, obreras y otras; y las larvas devoran a las de estos últimos insectos. Cuando se ven cogidas entre los dedos, se contraen en forma de bola, encorvando el vientre y poniendo la terminación del abdomen en contacto con la cabeza, al propio tiempo que arriman al coselete las patas y las antenas. El aguijón de las hembras es enteramente inofensivo.

El CHRISIS INFLAMADO (Chrisis ignita, LIN.). Tiene 4 líneas de longitud, y 1 de ancho. La parte anterior de la cabeza es de un verde-dorado, y la posterior, de un hermoso azul, lo mismo que el coselete, en que se nota algún matiz verde; el extremo del coselete termina de cada lado en puntas espinosas; la parte anterior del abdomen es de un hermoso verde-dorado; y la posterior de un rojo cobrizo bruñido; coronan al penúltimo segmento unas puntitas delicadas y espesas, y el cuarto, o último, termina en cuatro dientecitos mayores y más marcados; y la parte inferior del vientre es verde y algo cóncava. Todo el insecto está salpicado de puntitos en su parte superior, lo que hace su color muy brillante. Sus antenas son negras, y sus patas verdes y doradas. Este insecto abunda en las paredes viejas, en cuyos agujeros se aloja.

El CHRISIS AZUL (Chrisis cyanae, LIN.). Su longitud no excede de 1 línea y media; el cuerpo es enteramente azul; la cabeza y coselete cuajados de puntitos; el abdomen liso, y con tres dentellones; el coselete con dos espinas laterales en su base; y las antenas negras.

La segunda sección del orden de los himenópteros, es el de los aculéiferos, o que llevan aguijón, oculto y retráctil, es decir, que a su arbitrio pueden sacarlo y esconderlo. Las hembras tienen un pequeño aparato, en el extremo abdominal, el cual segrega un líquido venenoso, que emplea el insecto en su defensa. A veces, a falta de aguijón, se limita a arrojar ese veneno; aunque generalmente hablando, la vejiguilla que lo contiene comunica con el aguijón, por cuyo medio se transmite a la herida que este ha producido. El macho carece de este arma, cuya picadura causa una inflamación muy dolorosa.

Los himenópteros aculéiferos tienen antenas sencillas, que constan de 13 artículos en los machos, y de 12 en las hembras. Las cuatro alas, presentan todas ramificaciones venosas; el abdomen se adhiere al coselete por un pedículo, y consta de siete artículos en el macho, y de seis en la hembra.

Divídese esta sección en las cuatro familias siguientes: Heteroginos, Excavadores, Diplópteros y Melíferos.