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ArribaAbajoActo segundo


Escena primera

 

Una sala de la habitación de DOÑA PACA.

 
 

DOÑA PACA, LUISA, AMBROSIO.

 
AMBROSIO.
Créalo usted, doña Paca,
quedó el viejo hecho una breva.
Es un monstruo de amor propio;
pues, ¿no se piensa el babieca
que está Luisa que se muere
por sus pedazos?
LUISA.
No fuera
mal capricho; vaya un necio.
DOÑA PACA.
Niña, cállate, no sea
vuelva a saber cómo estoy
y lo que hablamos entienda.
AMBROSIO.
No hay cuidado; está allá arriba,
reniega que te reniega,
porque ha subido el cochero
a decirle que una yegua
se ha puesto mala y le faltan
dos herraduras, y mientras
tan sólo por vanidad
se gasta lindas monedas
en futesas porque hablen
en Madrid de sus riquezas,
ahora que todo el gasto
se reduce a una miseria
riñe a cochero, lacayo,
y a toda la casa entera;
ya hay sermón para tres días;
y hay que armarse de paciencia.
DOÑA PACA.
Dime, Ambrosio, ¿y qué tal cara
puso al pagar las pulseras?
AMBROSIO.
Mala, porque siempre pone
mala cara al dar pesetas,
aunque se obsequie a sí mismo;
mas, cuando al fin las emplea
en dijes para Luisita,
a hablar verdad, se contenta
con sacar un si es no es
ambos labios hacia fuera.
LUISA.
¿Y piensas que al fin y al cabo
a casarse se resuelva?
AMBROSIO.
No me atreveré a jurarlo:
puede ser; pero la empresa
no deja de ser difícil
y peliaguda.
DOÑA PACA.
Aunque sea
la mitad del dote, Ambrosio,
yo te prometo si llegas
a casarle con Luisita.
LUISA.
Yo te ofrezco mi cadena
de oro con mi sortija
y el aderezo de perlas.
AMBROSIO.

 (Con gravedad.) 

Alto; bien claro lo veo;
con soborno vil intentan
que por último dé con
toda mi lealtad en tierra.
Eso no, ¡qué se diría!
DOÑA PACA.
Vaya, Ambrosio, no nos vengas
aquí con cuentos; de antaño
nos conocemos, y cuenta
que aquí lo seguro es
llevar el negocio aprisa,
coger el dote...
AMBROSIO.
Y después
quedarme a tocar tabletas
y Luisita ya casada
y usted reverenda suegra
de mi amo manejándole,
a dime, ¿qué quieres, reina?
y el pobre de Ambrosio mal visto,
y luego puesto a la puerta,
logrando por pago que
más que todos le aborrezca
la misma que protegió.
No, señora, ni por esas;
soy amigo de hacer bien,
conozco bien las flaquezas
de mi amo, he protegido
la trama a viento y marea,
pero o todo se descubre,
o en este momento es fuerza
se me den tales fianzas
que a un judío persuadieran
a hacer un préstamo.
LUISA.
Ambrosio,
mucho te engañas si piensas
asustarnos, cuida tú
no te quemes con la leña
que intentas arder, que puede,
si me da la ventolera
de presentarme humildita
a don Martín, y a las quejas
que ya sabes tú que tengo
añado con una mueca
y una lagrimita a tiempo
que me voy si no te echa,
porque eres un insolente,
atrevido y mala lengua,
estoy cierta que no duras
en casa más tiempo apenas
que el que tarda en persignarse
un chiquillo de la escuela.
AMBROSIO.
Mil gracias por el aviso
vaya, no armemos quimera
todos nos necesitamos
unos a otros.
DOÑA PACA.
Y fuera
majadería reñir:
nuestro mutuo bien ordena
que todos nos ayudemos.
AMBROSIO.
Como hijos de Adán y Eva;
pero también es preciso
afianzar mi recompensa,
es preciso...
DOÑA PACA.
En cuanto a eso,
Ambrosio, como tú quieras.
AMBROSIO.
Ya ve usted, la caridad,
que a fe de Ambrosio es mi regla,
bien ordenada, se dice
que por uno mismo empieza.
LUISA.
¡Tú eres tan caritativo!


Escena II

 

DOÑA PACA, LUISA, AMBROSIO, DON CARLOS.

 
 

A la puerta.

 
DON CARLOS.
Los cogí en la ratonera.
 

(Todos cambian de aspecto y hacen como que no le han visto: LUISA sigue hablando con AMBROSIO con tono muy dulce.)

 
LUISA.
Que le damos un millón
de gracias por su fineza,
que mi madre está mejor,
que su Luisa no desea
más que verle, que hace un siglo...
DON CARLOS.
Señoras, ¿ustedes buenas?
DOÑA PACA.
¡Ah! Don Carlos.
LUISA.
¿Es usted?

 (Sigue hablando con AMBROSIO en voz baja.)  

DOÑA PACA.
Yo he tenido una jaqueca.
AMBROSIO.
Está muy bien, señorita,
lo diré sin faltar letra.

 (Vase.) 



Escena III

 

DOÑA PACA, LUISA, DON CARLOS.

 
DON CARLOS.
Conque, ¿y cómo va de boda,
Mi señora doña Luisa?
¿Don Martín está resuelto?
DOÑA PACA.
Yo no sé; en cuanto a mi hija,
como aunque es pobre es honrada,
teme que por ahí se diga
se casa por interés.
LUISA.
No me casara en mi vida
si fuera así; yo bien amo
a don Martín...
DOÑA PACA.
Calla, chica;
ninguna doncella debe
decir que ama; las niñas
no tienen voluntad propia.
DON CARLOS.
Déjela usted; ya Luisita
sabe muy bien lo que dice.
(¡Chispas!, se pierde de vista
la doncella.)
LUISA.
Usted perdone:
¡merezco que usted me riña!...
No señora, no hablaré.
Hasta que usted lo permita.
¿Lo permite usted, mamá?  (Con dulzura.) 
DOÑA PACA.
Está bien; habla, hija mía.
DON CARLOS.
¡Qué ternura, qué inocencia!
prosiga usted, señorita.

 (Con ironía.) 

LUISA.
Es usted burlón, don Carlos,
y no se por qué me mira
usted así.
DOÑA PACA.
No hagas caso,
es su genio; no te aflijas
por eso. (Valiente tuno.)
DON CARLOS.
Sí, es mi genio. (Vieja indigna.)
DOÑA PACA.
Don Carlos es tan chancero...
DON CARLOS.
Pero siga usted, Luisita;
no interrumpa usted por mí
lo que iba a decir.
LUISA.
Decía
lo que tengo que decir,
aunque mamá lo prohíba;
que la gracia y los modales
de don Martín me cautivan,
que lo quiero más que a todo
en el mundo, que me hechiza
su noble comportamiento,
pero que estoy decidida
a ser infeliz, y a nunca
casarme en toda mi vida,
si sé yo que en sus adentros
él acaso se imagina
que sus riquezas tan sólo
a unirme con él me incitan;
eso no, porque primero
me haré monja capuchina
que casarme así. ¡Jesús,
qué segura es mi desdicha!
¡Oh! sí, en un claustro, en un claustro
pasaré toda mi vida.

 (Muy conmovida.) 

DOÑA PACA.
Calla, que me haces llorar.
DON CARLOS.
Pero mire usted Luisita,
que no está aquí don Martín.
LUISA.
Y usted tal vez se imagina
que yo oculto mi sentir.

 (Se echa a llorar.) 

DON CARLOS.
No, pero...
LUISA.
¿Qué?
DOÑA PACA.
Que no, hija,
te atormentes tanto.
DON CARLOS.
Acaso
como está usted conmovida
exagera usted un poco.
DOÑA PACA.
(¡Qué pícaro! Tajaditas
te había de hacer si pudiera.)
No llores más, niña mía.

 (Con dulzura.) 

¿Por qué la hace usted llorar?

 (A DON CARLOS, con dulzura.) 

LUISA.
Bien sabe Dios que mi dicha
no está en el dinero, no,
y que quisiera ser rica,
y que, pobre, don Martín
me pretendiese, y verían
las malas lenguas si entonces
me incitaba la codicia
a unirme con él.
DOÑA PACA.
Si hubiera
sido cuando tu familia
no necesitaba nada,
qué pronto entonces habías
de cumplir tu gusto.
DON CARLOS.
Entonces
don Martín, aunque en su vida
haya sido muy buen mozo,
al cabo pasar podría;
sería joven y eso al fin
pudiera darle cabida.
LUISA.
A mí con él, un desierto
y su amor me bastaría.
DON CARLOS.
¡Buen amante de desierto
es don Martín Barandilla!
En medio de la ciudad
es un ente que fastidia.
DOÑA PACA.
Hágale usted más favor
a un hombre...
DON CARLOS.
Por vida mía,
señora, que a mi entender
le hago seca justicia;
voy a explicarme más claro;
yo no dudo que Luisita
al favor de don Martín
esté muy agradecida;
concedo más, que le aprecia,
que le tienen mucha estima;
pero, por Dios, que le adora
con una pasión tan viva...
Es demasiado exigir
de mí. Usted es bonita,
y, es preciso confesarlo,
don Martín a nadie hechiza
ni hechizará; nuestro hombre
no ha sido brujo en su vida.
DOÑA PACA.
Es usted tan informal...
DON CARLOS.
Lo que es por mí no habrá riña,
si usted quiere lo creeré;
si él oyera a usted, Luisa,
seguro estoy que almomento
al altar la conducía.
LUISA.
No lo sabrá de mi boca
jamás; estoy decidida
a morirme sin decirle
lo que siento, aunque él lo exija.
DON CARLOS.
(No hay duda, atrapan al viejo;
lo siento por su familia.)

 (A DOÑA PACA.) 

Y usted también le idolatra:
supongo, doña Francisca,
él y usted en un desierto
fueran cosa nunca vista.
DOÑA PACA.
No se burle usted, don Carlos;
yo le estoy agradecida,
y mucho; tengo motivos
para apreciarle, y mi hija,
si le ama, hace muy bien,
que todo a amarle la obliga;
nosotras dos retiradas,
viviendo en una guardilla
hemos pasado seis años
sin paseos ni visitas,
ganando nuestro sustento
trabajando, y a fe mía
que Luisa y yo no nacimos
para trabajar: mí hija,
puedo asegurarle a usted,
se crió en otras mantillas;
pero todo lo perdí
desde que se fue a las Indias
mi marido el coronel.
¡Ah! Cuántas van tan erguidas
y espetadas que no valen
para descalzar a Luisa
y parecen unas reinas,
y si luego se averigua
son unas...; nosotras, pobres
sí, pero sin picardía;
y otras que por ahí van
con arrumacos y cintas,
y viudas de militares
que en su casa no tenían
un pañal para liarse
cuando nacieron, y brillan
ahora en el Prado, y no sé
donde encuentran esas dichas,
porque yo...
DON CARLOS.
Basta, señora:
¿Dónde va esa retahíla
a parar?
DOÑA PACA.
Va a que no tiene
usted razón si critica
que ame Luisa a don Martín
y yo por él me desviva,
porque habrá muy pocos hombres
que con tanta cortesía
cumplan como él ha cumplido,
favoreciendo una niña
huérfana con su madre,
que se hallaban reducidas
al trabajo, y no que espere
lo que suena la malicia
de las gentes, porque nunca
la inocencia y la desdicha
han sido más respetadas;
es verdad que él conocía
a mi difunto, y también
fue amigo de mi familia;
pero ¡cuántos hay, don Carlos,
que en la fortuna se olvidan
de sus mejores amigos,
y hacen como que no miran
si los hallan en la calle
por no saludarlos!
DON CARLOS.
Siga
usted la historia dejando
a un lado filosofías.
¿Con que al cabo don Martín
hace más que hizo en su vida,
y se ha echado a filantrópico
sin ninguna intencioncilla
traviesa?
DOÑA PACA.
En el mismo instante
que supo quién era Luisa,
y conoció su honradez,
y que no era mujercilla
de esas de por ahí...
LUISA.
¡¡Jesús!!
Bien se equivó en sus miras.
DOÑA PACA.
Como éramos pobres...
DON CARLOS.

 (Con ironía.) 

Pues.
DOÑA PACA.
Cuántos perdones pedía
luego que nos conoció,
y con qué instancias tan finas
nos ofreció el cuarto bajo
al punto en su casa misma,
colmándonos de atenciones.
LUISA.
(Madre, que viene.)

 (A DOÑA PACA.) 

DOÑA PACA.

 (Alzando la voz.) 

Bendiga
Dios su noble corazón.
LUISA.
Y su gentil gallardía,
que no hay otro don Martín
en el mundo.
DOÑA PACA.
Y es envidia
lo que de él dicen.
DON CARLOS.
Sin duda.
(Han olido que venía,
y este concierto de elogios
bien claramente lo explica.)


Escena IV

 

DOÑA PACA, LUISA, DON CARLOS, DON MARTÍN.

 
DON MARTÍN.

 (Desde la puerta, reparando en DON CARLOS.) 

No le engaña el corazón
a don Martín Barandilla.
¿Cómo está usted, doña Paca?
A los pies de usted, Luisita.
DOÑA PACA.
¡Yo ya estoy!...
DON MARTÍN.
(Se empeñó el hombre
en que hemos de tener riña.)

 (A DON CARLOS.) 

¿Me conoce usted, don Carlos?
DON CARLOS.
Sí; don Martín Barandilla,
caballero de alto bordo,
el coloso de la dicha;
con quien las madres son dulces
y se hacen de miel las hijas.
El lord inglés, par de Francia,
yo no sé cuántos en China,
con quien...
DON MARTÍN.
Yo soy, voto a tal,
quien no sufre picardías,
¿está usted? ¡que ni a su padre
las aguanta Barandilla!
DON CARLOS.
Usted pierde la prudencia...
DON MARTÍN.
¿Qué?

 (Con enojo.) 

DON CARLOS.
Que le caracteriza.

 (Con calma.) 

Yo tengo sangre en las venas,
y si usted me enciende en ira...
DON MARTÍN.
Don Carlos, hace ya tiempo
que usted encendió la mía,
y voto va que en ardiendo...
DON CARLOS.
Es usted una lamparilla.
DON MARTÍN.
Soy un demonio infernal,
una furia que echa chispas,
y no me provoque usted.
DOÑA PACA Y LUISA.

 (Levántanse y cogen a DON MARTÍN.) 

¡Don Martín!
DON MARTÍN.
No es nada, amigas;
es que conmigo no hay tío...
dejadme.
LUISA.
¡Hay mayor desdicha!
¿Pero qué es esto, a qué viene,
Virgen bendita, esta riña?
DON MARTÍN.
Soy un león, doña Paca;
este hombre me precipita;
usted no sabe siquiera
de la misa ni una pizca.
LUISA.
¡Ay!, por Dios, por mí, don Carlos.
Que se calle usted suplica
una huérfana infeliz,
una señora afligida.
DOÑA PACA.
Señor don Carlos, prudencia,
por el santo de este día.
DON CARLOS.
Vaya que ustedes me echan
a cuestas las letanías,
y yo estoy y estaré quieto
cuanto la prudencia exija.
DOÑA PACA.
Don Martín.
LUISA.
Mi...
DON MARTÍN.
(Punto en boca;
si hablo más me desafía.)
¿Qué, señora doña Paca?
¿Qué, mi querida Luisita?
Quise lavar una afrenta
de que ustedes participan.
¡Ay! Desventuradas madres
que parís hijas bonitas.
¡Ay! Desdichado del hombre
que en la amistad se confía.
¡Ay, amantes! ¡Ay, amadas!
¡Ay, virtud, cuánto peligras!
DON CARLOS.
Don Martín, ese preámbulo
cuidado a quién se dirija.

 (Sopla.) 

DOÑA PACA.
¿Otra vez la enredamos?
¡Ay! ¡En matarme porfían!
DON MARTÍN.
(El porfiado en matarme
es don Carlos, a fe mía;
pero ¿quién sufre amenazas
delante de su querida?)
Lo que he dicho es lo que he dicho,
y a no haber faldas diría...
DON CARLOS.
No diría nada entonces.
DON MARTÍN.
¿Cómo? ¿Qué?
LUISA.
¡Cuántas desdichas
te han caído, sin pensarlo,
esta tarde, pobre Luisa!
DOÑA PACA.
Váyase usted de esta casa,

 (Con dulzura.) 

don Carlos, por vida mía,
duélase usted del estado
en que se halla mi hija;
¡vamos, vamos!
DON CARLOS.
Sí, me voy
porque usted me lo suplica;
pero en mi ausencia, señoras,
don Martín de Barandilla
me indispondrá con ustedes,
dirá de mí picardías,
aunque yo se lo prohibo.
DON MARTÍN.
Por eso usted no se iba;
no señor, que esta es mi casa,
y toda esta lengua mía.
Sí, señor, y yo he de hablar
por más que usted lo prohiba.
DON CARLOS.
¡Pobre viejo!

 (Hace como que se va.) 

DON MARTÍN.
¿Viejo yo?

 (Yendo hacia él.) 

DON CARLOS.
Don Martín, más sangre fría.

 (Vase.) 

DON MARTÍN.

 (Hace que le quiere seguir y las dos le detienen.) 

Si tengo aquí las pistolas
le hago los sesos ceniza.
DOÑA PACA.
No siga usted a ese pícaro.
DON CARLOS.

  (Volviendo atrás.) 

¿Quién pícaro me decía?

 (DOÑA PACA y LUISA. Gritan y se aturden.) 

DON MARTÍN.
(¡Oh, quién se volviera sastre!
pero no.) Yo, Barandilla.
DON CARLOS.
Bien; y usted, sin duda, sabe
que el manchado honor se limpia
con la sangre del contrario.
DON MARTÍN.

 (Turbado.) 

Yo... dadas... tengo... infinitas
pruebas; mi espada...
DON CARLOS.
Es terrible.
Mas no es tan mala la mía
que no se cruce con ella;
y no espere usted transija.
DON MARTÍN.
Sálgase usted de mi casa.
(Estas mujeres no pían.)
Al momento salga usted;
mire usted que si me irrita
tiro los treinta dineros.
DON CARLOS.
Tire usted hasta la camisa;
venga usted conmigo fuera.
DON MARTÍN.
Allá voy (hembras malditas):
voy arriba, aguarde usted.
LUISA.
¡Ay! No, por Dios, prenda mía.

 (DON MARTÍN hace esfuerzos como para desprenderse.) 

No, don Martín, de mi alma;
no, don Martín, de mi vida.
DOÑA PACA.
Amante infeliz, detenlo:
¿adónde vais, homicidas?
LUISA.
De aquí no pasas, Martín,
sin que pises a tu Luisa.

 (Abrazando las rodillas de DON MARTÍN.) 

DOÑA PACA.
Que la matáis, inhumanos.
¡Criados, criados! Hija,
no lo sueltes. ¡Ay! Don Carlos,
huya usted de nuestra vista.
DON CARLOS.
Sí, me voy; pero hasta luego,
que cumplirá usted una cita.
DON MARTÍN.
No puedo salir de casa...
porque... no he oído misa.


Escena V

 

DOÑA PACA, LUISA, DON MARTÍN.

 
LUISA.
¡Ay!, ya se fue.

 (Muy agitada.) 

DOÑA PACA.
¡Qué maldito!
LUISA.
Hombre de entrañas dañinas.
DON MARTÍN.
¿Se fue? Le metí el resuello:
sepa quién es Barandilla.

 (Las dos se sientan para descansar: DON MARTÍN se pasea muy agitado.)  

¡Hola! ¡Hola! ¿Indisponernos?
Yo no ando con chiquitas;
y si no se va, lo mato.
LUISA.
Mamá, cómo me palpitan
las alas del corazón.
DOÑA PACA.
A mí también, hija mía;
no es el caso para menos,
¡Jesús, cómo me palpita!
Don Carlos tiene la culpa
de estas y otras desdichas,
luego este don Martinito
al punto se encoleriza;
¿qué había de suceder?
LUISA.
Y nosotras dos las víctimas.
DON MARTÍN.

 (Más calmado, llegando a ellas.) 

Oigan ustedes, ¿he dicho
alguna cosa ofensiva
a ese hombre?, pues no quiero
que de mí nunca se diga
que fiado de mi destreza
insulto, hablo sin medida,
o soy ligero en acciones;
eso no, y satisfarían
a don Carlos mis palabras
si tal fuese.
LUISA.
Mamá mía.
¿No es verdad que no le ha dicho
ni una palabra ofensiva?
DON MARTÍN.
No acredite usted con nadie;
me basta que usted lo diga.
¿Y él ofendió a ustedes dos?
¿Me dijo alguna invectiva?
Porque es mordaz como un diablo.
DOÑA PACA.
Es lo mismo que una víbora.
DON MARTÍN.
Si la dijo, le perdono,
sí, porque yo a sangre fría
soy indulgente con todos,
tengo el alma compasiva,
y... ¿qué me dijo, señora,
como usted dice, esa víbora?
DOÑA PACA.
Nada, nada, don Martín;
ya pasó. Dios le bendiga
y lo aparte de nosotros,
que es cuanto se necesita.
¡Ay!, si vive mi pariente,
y está presente a la riña,
con los dientes lo deshace.
De tu padre hablo, hija mía;
él evitara el trabajo
de que usted fuera a la cita.
¡Picaronazo! ¡inhumano!
que intenta quitar tres vidas.
DON MARTÍN.
(Ya no hay duda, mis orejas
bien entendido lo habían.
Me desafió, me mata.)
¿Oyó usted que él dijo cita?
DOÑA PACA.
¡Ay, sí, lo oí!
LUISA.
Yo también.
DON MARTÍN.
Ya a mí me lo parecía.
DOÑA PACA.
Aquí somos tres testigos
que probárselo podrían;
voy a ponerme la capa
y a avisar a la justicia.
DON MARTÍN.
Doña Paca, esté usted quieta;
¿no ve usted que se diría
que soy cobarde? (Y aquí,
donde ya se lo malician.)
Señora, el noble se bate,
gana honor o da la vida.
(Bien sabe Dios que esta máxima
no es de mi gusto ni es mía.)
DOÑA PACA.
A pesar de eso reviento
por llamar a la justicia.
LUISA.
Dejarlo, madre; no quiere:
lo dije, somos las víctimas,
y hemos de morir los tres
por ley de caballería.
DOÑA PACA.
¡Ley bárbara!
LUISA.
¡Ley terrible!
DON MARTÍN.
Me voy a sentar, amigas.

 (Muy apesadumbrado.)  



Escena VI

 

DOÑA PACA, LUISA, DON MARTÍN, EUGENIO.

 
 

A la puerta. Todos muy tristes y silenciosos. DON MARTÍN da un suspiro.

 
DON MARTÍN.
(¡Ay, Dios, qué será de mí!)
EUGENIO.
Allí está: maldito viejo.
¿Entro? No; ¿qué haré?, entraré...
Siempre con Luisa: me vuelvo:
no; ya me ha visto.
DON MARTÍN.
¿Qué haces,
hecho ahí un estafermo?
Entra o vete, que pareces
una fantasma.
EUGENIO.
Ya entro,

 (Al decir esto tropieza; va a caer encima de DON MARTÍN.)  

DON MARTÍN.
¿Qué es esto? ¿Tú a mí te atreves?

 (Con enojo.) 

Insolente, que me has hecho
agua un pie de un pisotón,
y tú lo has hecho queriendo.
EUGENIO.
Yo, no señor; y yo... qué
culpa tengo, si tropiezo.
DOÑA PACA.
¡Este señor don Martín,
como es tan vivo de genio...!
No se altere usted por Dios,
que puede ser muy funesto
para su salud. ¡Dios mío!
estoy temblando de miedo.
LUISA.
¡Ay!, yo estoy tan asustada,
tengo un ataque de nervios.
¡Ay, Dios!, su tío de usted
se va a matar, don Eugenio.
DON MARTÍN.
¡Ay!
EUGENIO.
¿A matar? ¿Y por qué?
¿Y está a matarse resuelto?
¿Le han cogido ustedes armas?
¿Ha dispuesto algún veneno?
¿Por qué se va usted a matar,
a suicidarse?
DOÑA PACA.
No es eso.
EUGENIO.
Yo llamaré a los criados
que lo impidan.
LUISA.
Si no es eso.
EUGENIO.
Sí, señor, que le registren
por si lleva algún veneno
o pistola en el bolsillo.
DOÑA PACA.
Por Dios, señor don Eugenio,
que no es eso.
EUGENIO.
¿Pues qué es?
LUISA.
Que le han armado un tropiezo;
que quieren asesinarle.
DON MARTÍN.
Y mucho que me recelo
(¡Ay, Dios!) que para lograrlo
busque algunos compañeros
que le ayuden.
EUGENIO.
¡Santo Dios!
¿Quién es?... El nombre al momento
del que le quiere matar
digan ustedes, que vuelo
a dar parte a la justicia;
iré al corregidor mesmo,
al ministro, a algún alcalde.

 (Tiene el sombrero en la mano izquierda.)  

¿Adónde he puesto el sombrero?
Ya se perdió: ya está aquí:

 (Se pone el sombrero de DON MARTÍN, que se le mete hasta las narices.)  

no es éste; vaya, lo tengo
en la mano.
DON MARTÍN.
¡Ay!
LUISA.
Don Martín,
usted va a ponerse enfermo
si no se sosiega usted.
DOÑA PACA.
¡Ay, qué color se le ha puesto!
DON MARTÍN.
Déjenme ustedes; estoy
que ni aun sufrirme a mí puedo;

 (Con enfado.) 

estoy temblando de cólera.
(En qué demonio de enredo

 (Muy afligido.)  

he ido a meterme...) Mi hermano
el de Córdoba se ha muerto:
¡a mí todo se me junta!...
EUGENIO.
Voy a dar parte.

 (Vase muy precipitado.) 

DON MARTÍN.
¡No hay medio!...

 (Aparte entre dientes.)  

¡Una cita!
DOÑA PACA.
¿Manda usted?

 (Con dulzura.) 

DON MARTÍN.
A usted no le importa un bledo.
LUISA.
No se enfade usted por Dios:
sosiegue usted ese genio.
DON MARTÍN.
Sí, Luisita, usted perdone.

 (A DOÑA PACA.) 

(Maldita seas, que me has puesto
en este trance terrible.)
LUISA.
(De risa casi reviento.)
¡Ay!, usted ya no me quiere;
me mata usted con su ceño.
(Haré que lloro y la risa
cubriré con el pañuelo.)
DOÑA PACA.

 (A LUISA.) 

(Mira, Luisa, te pellizco
si sales ahora riendo.)
Don Martín, ¡ay!, mi difunto
había de vivir, que presto
le daría el pago a ese tuno;
pues sí, que bonito genio
tenía el niño; era otro usted
para quimeras.
DON MARTÍN.
No temo
al tal don Carlitos yo;
pero si lleva un sujeto
que llaman El turco (¡ay!)
de padrino, entonces ciertos
son los toros. (¡Ay Dios mío!
¡Qué laberinto! ¡Qué enredo!)
LUISA.
¡Qué nombre! ¿Oye usted? ¡El turco!

 (A su madre.)  

DON MARTÍN.
Es hombre que lleva muertos
más de siete en desafío.
(Sin duda, mañana muero.
¡Locura como la mía...!)


Escena VII

 

DOÑA PACA, LUISA, DON MARTÍN, EUGENIO. (Entra atropelladamente.)

 
EUGENIO.
¿Cómo se llama? Que vuelvo
desde la calle Mayor
sudando y falto de aliento.
 

(DON MARTÍN se levanta muy azorado.)

 
DON MARTÍN.
¿Quién?, ¿le has hallado?, ¿te ha dicho
que me aguarda ya en el puesto?
EUGENIO.

 (Sorprendido.) 

¿Pues cómo?, ¿qué ocurre?, ¿acaso
hay otro negocio nuevo?
DON MARTÍN.
¿Y te ha dicho con qué armas?,
porque todavía no tengo
mi testigo.
EUGENIO.
¿Pues testigos
estas señoras no fueron?
¿Las armas?, será un cuchillo.
DON MARTÍN.
Yo no sé, nunca te entiendo
¿un cuchillo?
LUISA.
¿Pero qué
quiere usted decir, Eugenio?
DON MARTÍN.
Eso es lo que yo digo;
tú siempre habrás de ser necio.
DOÑA PACA.
¿Pero qué? Explíquese usted
porque yo a fe que no entiendo
nada.
EUGENIO.
Ese hombre.
DON MARTÍN.
¿Qué hombre?
EUGENIO.
Ese que ustedes dijeron.
LUISA.
¿Y quién dijimos nosotras?
EUGENIO.
Ese, que ya no me acuerdo,
El que quiere asesinar...
DON MARTÍN.
Y bien, sigue.
DOÑA PACA.
¡Qué tormento!
EUGENIO.
Ese.
DON MARTÍN.
¿Pero quién es ése?
EUGENIO.
Que cómo se llama quiero
saber sólo.
DON MARTÍN.
Y ¿qué te importa
a ti?
EUGENIO.
Toma, yo me entiendo.
DON MARTÍN.
¡Te quitas, o vive Dios!...
(Pues no me asustó el zopenco...
EUGENIO.
Pero yo...
DON MARTÍN.

 (Con enojo.) 

Vete al instante.
EUGENIO.
¿Pero yo qué culpa tengo?
Por hacer a usted un favor...
DON MARTÍN.
Vete, si no ¡juro al cielo!...
LUISA.
¡Don Martín!
DOÑA PACA.
Déjelo usted.
DON MARTÍN.
Pues que se vaya al momento.
EUGENIO.
La culpa la tengo yo
(Ojalá te maten luego,
tanto mejor para mí.)


Escena VIII

 

DOÑA PACA, LUISA, DON MARTÍN, EUGENIO, AMBROSIO.

 
AMBROSIO.
Ha llegado un caballero
que pregunta por usted.
DON MARTÍN.
Visita más poco a tiempo
no llegó nunca.
AMBROSIO.
Y me ha dicho
que quiere entrar al momento.
DON MARTÍN.
¡Ay! ¿Qué será?
LUISA.
¿Y usted sólo
va a quedarse aquí, y expuesto
a que lo mate aquí mismo?
No señor; no, yo me quedo
con usted.
DOÑA PACA.
Nosotras, sí,
sobre usted vigilaremos;
no es cosa que usted se exponga.
DON MARTÍN.
Ese será el mensajero
de don Carlos: ¿di, qué facha?...
LUISA.
Debe ser un hombre feo.
AMBROSIO.
Tiene un chirlo que le coge
de la frente hasta el pescuezo,
de parte a parte.

 (Señala.) 

DON MARTÍN.
Es el turco:
pues señor, negocio hecho.

 (A las señoras.)  

Si ustedes me dejan sólo
lo estimaré.
DOÑA PACA.
¿En tanto riesgo?
DON MARTÍN.
Creo no corra ninguno,
por este momento al menos.
DOÑA PACA.
¡Ay Jesús! Yo voy temblando.
LUISA.
¡Con cuánta pena le dejo!

 (Vanse.) 

DON MARTÍN.
Tú, Ambrosio, estate a la mira.


Escena IX

 

DON MARTÍN, EL CORONEL.

 
 

(Entra.)

 
CORONEL.
¿Dí, te parece a ti bueno
que haya de hacer antesala
quien después de tanto tiempo
que no te ha visto aún se acuerda
de ti? ¿Díme majadero?
DON MARTÍN.
(Majadero me llamó.)
No tengo el honor..., no acierto...

 (Sorprendido.) 

(¡Cáspita, el tono que trae!)
CORONEL.
Tú siempre fuiste algo lerdo;
no es extraño que no aciertes;
repárame bien, camueso.
DON MARTÍN.
(Este hombre sólo ha venido
a decirme vituperios.
¡Y qué facha tan terrible!)
Señor, de veras no acierto
quien sea usted, no hago memoria...
CORONEL.
Yo soy un hombre.
DON MARTÍN.
Lo creo.

 (Con respeto.) 

CORONEL.
Mas no te asuste, Martín.
¿Has olvidado a Renzuelo,
coronel de infantería...?
DON MARTÍN.

 (Abrazándole.) 

¿Y eres tú?, ¿qué, no te has muerto?
(¡Si supiera doña Paca!...)
Me vuelves el alma al cuerpo.
¿Conque vives?
CORONEL.
¿No me ves?
DON MARTÍN.
¡Jesús, Jesús, me dijeron
que te habían visto morir!
Mira, Juan...
CORONEL.
Pues te mintieron.
Hombre, tú no has cambiado;
sólo estás algo más viejo.
¿Ya tendrás sesenta años?
DON MARTÍN.
Sí, sesenta; ve añadiendo:
sí, sesenta.
CORONEL.
Estoy seguro
de que no son muchos menos.
DON MARTÍN.
Ya se ve, un millón de años
no me faltan para hacerlos.
Yo no sé cómo tú cuentas
los años; pero dejemos
esto, que no viene al caso.
¿Y has llegado ha mucho tiempo?
CORONEL.
He llegado anteayer,
y me he venido derecho
a verte cuando he sabido
tu habitación.
DON MARTÍN.
Estoy cierto
que no te ha costado mucho
encontrarla, y que al primero
que preguntaste por mí
te dio razón al momento.
Todo Madrid me conoce.
CORONEL.
Y hasta también añadieron
que tratabas de casarte,
lo que me dejó suspenso
y me extrañó en gran manera,
porque tú...
DON MARTÍN.
Que soy ya viejo
quieres decir.
CORONEL.
Y además
tienes partidas de perro
con las prójimas, Martín;
tarde te vino el deseo;
buen gancho será la niña.
DON MARTÍN.
(Hablara con más respeto
si supiera que es su hija.)
Pero hombre, díme, Renzuelo,
¿tu familia no la has visto?
CORONEL.
¿Y sabes si yo la tengo
para hacerme esa pregunta,
Barandilla?
DON MARTÍN.
(Pone ceño.
Ya me dijo doña Paca.)
¿Dí, tus parientes han muerto?
CORONEL.
¿Ignoras, Martín, que sólo
tenía un tío muy viejo,
que murió en Valladolid
hará dos años y medio,
y mi primo, el que mataron
en un desafío?
DON MARTÍN.
(¡Cielos!)
¿En un desafío? (A mí
me va a suceder lo mesmo.)
¿En un desafío?
CORONEL.
Sí;
¿qué hay de extraordinario en eso?
Que le mató su contrario
como él pudo haberle muerto.
¿Por qué cambias de color?
DON MARTÍN.
¡Ay, Renzuelo, qué funestos
son los lances!
CORONEL.
¿Qué te mueve
a declamar contra ellos
en este momento?
DON MARTÍN.
¡Ay!
CORONEL.
¿Te ves en algún enredo?
Tú suspiras: habla, acaso
te sacaré del aprieto.
DON MARTÍN.
Ya me lo pensaba yo
que tú venías del cielo
para salvarme.
CORONEL.
Pues vamos.
¿Qué es, y cuál el remedio
que te pueda convenir?
DON MARTÍN.
Hombre, qué quieres, un duelo
que me he visto precisado...
CORONEL.
Punto de honor; pues me ofrezco
a servirte de padrino.
DON MARTÍN.
¿Y a cortarlo, dí? ¿No es eso
lo que intentas?
CORONEL.
No, al contrario;
cuando yo en lances me meto
no es por chanza; el lance que
yo apadrine ha de ser serio.
DON MARTÍN.
¡Pero hombre!...
CORONEL.
Y yo supongo
que no me dejarás feo.
DON MARTÍN.

  (Con mucha pena.) 

¡Con que no hay sino batirse!
(¿Por qué le habré descubierto?...)
Yo anduve descabellado;
le provoqué, te confieso.
no tendré dificultad
en confesarle mi yerro,
yo tengo buen corazón.
(¡Si lograra convencerlo!)
CORONEL.
Tanto peor: yo creí
que tú nada le habías hecho;
que él era el provocativo;
y hasta juzgué que en efecto
el lance podría cortarse;
pero así no veo remedio.
DON MARTÍN.
Es que no sucedió así
conforme yo te lo cuento:
corno estoy acalorado
todo lo trabuco y trueco...
¿Y crees tú que él me daría
por intercesión y ruegos
la satisfacción que dices?
Y si está en sus trece terco
y no la quisiera dar,
¿tú le forzarás a ello?
CORONEL.
¿Yo por qué? A ti te toca
tomarla con el acero.
¿Qué se dijera en Madrid
si notaran algún miedo
en don Martín Barandilla,
que justamente es el cuento
de bailes y de tertulias,
de cafés y de paseos,
de damas y de galanes,
de la alta clase y del pueblo?
Barandilla, Barandilla,
es menester más aliento,
es preciso en este lance
o matar o quedar muerto.
Tú ya sabes que lo digo
por lo mucho que te quiero.
DON MARTÍN.
(Raro cariño, en verdad.)
Renzuelo, te lo agradezco.
(Eché a perder el asunto
con decírselo.)
CORONEL.
¿Qué rezo
murmuras ahí entre dientes?
DON MARTÍN.
No es nada..., no..., que me acuerdo
de tu primo.
CORONEL.
¿De mi primo?
¡Vaya un recuerdo que ahora
te ha venido a la cabeza!
¿Y tú por mi primo lloras,
que nunca le conociste?
DON MARTÍN.
Su muerte fue escandalosa;.
la supo todo Madrid.
¡Ay!
CORONEL.
Martín, mucho te azoras:
tú has perdido la sesera.
DON MARTÍN.
¡Ay, tu primo! ¡Fuera cosa
de ver que me sucediera
lo que a tu primo!
CORONEL.
¿Y qué importa?
si así sigues, es de fijo
que puedes comprar la losa.
Pero tú que siempre fuiste
pacífico por tu propia
naturaleza, ¿a qué santo
fuiste a enredar camorra?
¿Cómo pudiste salir
de tus casillas?
DON MARTÍN.
La cólera
más poco a tiempo tenida
con un hombre de pachorra,
que es capaz de provocar
a los santos con su sorna:
¡bien lo siento!
CORONEL.
¿Y qué motivo
le diste?
DON MARTÍN.
(Tu hija sola
tuvo la culpa del lance.)
¿Qué quieres? Un hombre posma
que siempre me anda buscando.
CORONEL.
¿Y por qué te busca?
DON MARTÍN.
Toma,
por envidia, porque ve
el mérito que me adorna;
que soy hombre conocido
de los monarcas de Europa;
que cuantas mujeres veo
me persiguen y me adoran;
y que tengo de mis viajes
para imprimir una obra
de ciento y un mil renglones,
y que estoy poniendo notas
al Quijote.
CORONEL.
Tú desbarras.
DON MARTÍN.
¿Te creías que era cosa
de mil o dos mil renglones?
Ciento y un mil sin las notas,
sin tres mil recetas químicas,
y en cada nota una copla.
CORONEL.
¿A qué?
DON MARTÍN.
Las que más se cantan
en las provincias de Europa;
las de Arabia, las del Rin,
las de Egipto y Caledonia,
pero al Quijote, al Quijote,
¡qué erudición!, ¡cuánta copia!
Y le enmiendo algunas faltas,
aunque en verdad tiene pocas.
CORONEL.
(¡Sol de la literatura!
¿Por qué mancharán tus hojas?)
Dí, ¿se imprimirá?
DON MARTÍN.
No sé;
si todo me lo trastorna
este desafío. ¡Ay, Dios!
CORONEL.
Pues hombre, tómalo a broma.
DON MARTÍN.
¡Broma en llegando a este punto!
¡Ay! Me entra una zozobra,
un no sé qué, una inquietud...
CORONEL.
No tienes mala carcoma;
miedo, Martín.
DON MARTÍN.
¡Ay! ¡Tu primo!
Mira, si tiemblo es de cólera.
CORONEL.
Los síntomas son de miedo.
DON MARTÍN.
Es furor.
CORONEL.
Martín, perdona.
DON MARTÍN.
No hay de qué.
CORONEL.
Para saciarte
¿qué has elegido, pistola?
DON MARTÍN.
A no ser corto de vista,
lo que es el valor me sobra.
CORONEL.
Con eso os pondréis más cerca;
acertar es lo que importa;
todo es matar o morir;
lo siento por si te toca
la china.
DON MARTÍN.
¡Renzuelo mío!

 (Abrazando al CORONEL.) 

CORONEL.
Quita allá, que me sofocas.


Escena X

 

DON MARTÍN, EL CORONEL, AMBROSIO.

 
 

Con una carta en la mano, que entregará a DON MARTÍN.

 
AMBROSIO.
Esta carta que han traído,
y aguardan que usted responda
al momento.

 (Vase.) 

DON MARTÍN.

 (Mirando el sobre.) 

Es de don Carlos.
¡Qué demonio de tramoya!

 (La abre y se pasa la mano por los ojos.) 

No sé, no puedo leer:
hasta los ojos me brotan
ira.  (Da la vuelta a la carta.)   Renzuelo, ven, hombre:
este don Carlos me acosa,
y yo... ni aun puedo leer...
CORONEL.
Hasta lo negro le estorba;
tienes la carta al revés;
ven acá, así se coloca;
por aquí empieza.
DON MARTÍN.
Sí, lee.
CORONEL.
Tú estás que todo te azora,
y a fe que la letra es clara,

 (Lee para sí.)  

y la cartita, aunque es corta,
es compendiosa: te cita
al campo de aquí a una hora.
DON MARTÍN.
A ver, lee, Renzuelo, lee;
acaso tú te equivocas.
CORONEL.
Está visto que don Carlos
te quiere mal.
DON MARTÍN.
Dale, bola;
lee, por Dios.
CORONEL.
Allá voy;
tú estás ahí que te ahogas.
Pues, señor, y dice así:

«Señor don Martín Barandilla, Muy Señor mío: Los insultos entre caballeros sólo se satisfacen con la espada, y como yo creo que usted lo es, espero que esta tarde, a las cuatro y media, se hallará usted en el Canal con las armas que elija y el padrino que haya de acompañarle. Allí estaré yo con el mío, y entretanto queda de usted su seguro servidor, el que su mano besa, Carlos de Lara.»

DON MARTÍN.
¡Ay, Renzuelo, qué congoja!
Voy a hacer mi testamento.
CORONEL.
Corazoncillo de monja,
ten ánimo.
DON MARTÍN.
Yo soy viejo,
y la sociedad perdona
a los viejos el batirse;
a mi edad ya no hay camorras.
CORONEL.
A menos que no se busquen,
porque mucho te equivocas
si piensas que con la edad
ya del derecho se goza
de insultar sin riesgo; y luego,
¿tú no eras joven ahora
poco?
DON MARTÍN.
Perdí la cabeza;
déjame que me reponga
de este susto inesperado,
de esta continua zozobra;
vamos arriba, que voy
a hacer testamento en forma.
CORONEL.
¿Qué diablo de testamento
vas a hacer? Lo que te importa
es ir a ver a don Carlos;
vamos, ven.

 (Le coge de un brazo, temblando le saca fuera.) 

DON MARTÍN.
¿Y las pistolas?
CORONEL.
Ven, hombre, ven, no seas plomo.
DON MARTÍN.
¡Ay! ¡Tu primo!
CORONEL.
Martín, porras,
Martín, cuernos, arrastrando
te he de llevar.
DON MARTÍN.
Que me ahogas.