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Nueva biografía de Lope de Vega

Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado




ArribaAbajoAdvertencia preliminar

Al escribir en mi Catálogo del Teatro antiguo Español el artículo relativo a Lope Félix de Vega Carpio, no me propuse (como allí expresamente manifesté) redactar una formal biografía de este célebre ingenio. Hube de limitarme a coordinar algún tanto, agregándolos al relato de Juan Pérez de Montalbán, varios datos que andaban esparcidos y que pude reunir por aquella época y en breve espacio de tiempo. Cometí, sin embargo, el error, que después he reconocido, de no dar la importancia ni la atención que merecen a las observaciones publicadas por Mr. Fauriel en la Revue des deux mondes, número del 1 de septiembre de 1839, aceptadas por Ticknor (History of Spanish Litterature, vol. II) y que adoptó y explanó Mr. Ernesto Lafond (Etude sur la vie le les oeuvres de Lope de Vega: París, 1857), acerca de La Dorotea, preciosa obra del Fénix de los Ingenio, que indudablemente empieza su autobiografía en la parte correspondiente a uno de los períodos menos conocidos y más agitados y novelescos de su vida. A las noticias que en esas confesiones de Lope hallamos referidas, y que, ya ofrecen nuevos e interesantísimos datos, ya confirman o aclaran otros más públicos; y a las últimamente investigadas por algunos literatos aficionados a esta clase de estudios, debe se agregado ahora el inestimable tesoro de ellas que nos proporcionan las cartas originales de Lope recientemente descubiertas, en el archivo del Sr. Conde de Altamira1. Escogidas, copiadas y con afanoso trabajo y estudio coordinadas por mí doscientos veinticinco de estas cartas, me han suministrado inestimables materiales autobiográficos, que reunidos a los antedichos y al considerable número de interesantísimos datos que he debido al prolijo examen de las obras todas del insigne escritor, me permiten y facilitan ya la ardua tarea de bosquejar menos imperfectamente su biografía, dando en ella más completa y cabal noticia de sus admirables producciones literarias.

Los lectores que sigan aquella detestable aunque no desvalida máxima del celebrado pintor y poeta sevillano Pablo de Céspedes: «Los retratos no se han de parecer; lo que importa es hacer una valiente cabeza», pueden desde luego cerrar el libro y excusarse la molestia y el disgusto que habría de darles este mi trabajo biográfico.

Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado.



Escrita la advertencia que precede, he tenido la fortuna de descubrir, a la luz de las expresadas cartas y de cierto precioso documento que con su auxilio he adquirido, otra relación autobiográfica de Lope, que comprende uno de los períodos o episodios más interesantes, y en la moderna época más desconocidos, de su novelesca vida. Contiénese en su égloga titulada Amarilis, que salió a la luz póstuma en La Vega del Parnaso (Madrid, 1637), y encierra toda la triste historia de sus relaciones amorosas con D.ª Marta de Nevares Santoyo.

Mayo de 1864.

C. A. de la B. L.




ArribaAbajoPoesía popular. Drama novelesco

La poesía popular nace desde que la lengua empieza a adquirir formas propias y adecuadas a los pueblos que la hablan, y se distingue siempre, por su originalidad e independencia, de la poesía académica, que, circunscrita entre unos pocos sabios y eruditos, apenas se atreve a desviarse de Ia imitación y recuerdo de una civilización, o ya muerta, o extraña a la generalidad de la propia nación. Antícipase aquélla a ésta, porque lo necesario precede a lo superfluo, y lo que está al alcance de todos a lo que sólo comprende un corto número. El mismo origen tuvo y la misma marcha siguió entre nosotros que en todas partes la poesía del pueblo, que desde sus primeros pasos hasta fines del siglo XVI se conservó bajo la forma épica y narrativa del romance octosílabo, y de ciertas letras líricas y sencillas que cantaba el pueblo. Pero como los progresos en la civilización habían cundido y la nación adelantado en inteligencia y en un gran número de conocimientos, ya en el siglo XVII se refundió la poesía nacional en el drama novelesco, que adaptándola por base de su creación, convirtió su esencia narrativa en acción y diálogo, conservándola empero al alcance del pueblo como hija suya y como depósito de sus nociones históricas, civiles y religiosas, donde debía encontrar consignado el tipo original e indeleble de su carácter, de sus hábitos, de sus costumbres, de su fe, gustos, placeres, sentimientos y progresos.

Con semejantes elementos nuestro drama formó, y debió formar cuando fue inventado, un sistema de poesía completo y distinto del que tenía su origen en las escuelas y academias; porque sí el de éstas era exclusivamente de los eruditos, el de aquél fue la expresión de las necesidades del pueblo castellano, quien, como a hijo nacido de sus entrañas, alimentado con su propia substancia y acariciado en su propio seno, le amó con pasión y idolatría: le amó como a su propia lengua, porque estaba a su alcance, porque era la expresión profunda de sus ideas y pensamientos, porque era su retrato vivo y el espejo donde se veía, grave, noble, caballeresco y original. ¿Y cómo así? Como que el idioma y la poesía vulgar son el depósito donde se contiene y elabora la originalidad de las naciones; como que el uno y la otra, revistiendo las ideas y la imitación general de la naturaleza de las formas especiales que simpatizan con cada pueblo, las ponen en armonía con sus sentimientos y al alcance de su inteligencia. No de otra manera pueden los productos del ingenio excitar el entusiasmo entre las masas de hombres unidos con los lazos de una sociedad, y formados con una educación común.

Por estas causas la poesía popular, que sigue paso a paso la marcha de la civilización local, vive siempre robusta cuando la de los eruditos pasa casi oculta y desconocida. Por ellas sus raíces son eternas, y por ellas, en fin, no consienten que prosperen las creaciones exóticas, hasta que ingeridas en su propio tronco se fecunden y alimenten con la savia de él, y hasta que se convierten en su propia substancia. Entonces, y cultivadas por el pueblo, es cuando la civilización da pasos de gigante. Así las instituciones políticas como la poesía, jamás producen nada grande ni elevado, nada subsistente ni útil, cuando no son el resultado espontáneo de las naciones, ni cuando se intenta introducirlas violentamente, pues en este caso los pueblos pierden quizá sus antiguas ilusiones, sus placeres y su originalidad, para ser el ludibrio a los míseros satélites de otras naciones que han sabido conservarlas. La naturaleza procede en todo lentamente; el que intenta precipitar su marcha destruye su espontaneidad y sólo coge frutos insípidos. En todas ocasiones, cuando las reformas y mudanzas se intentan ejecutar en las naciones antes que ellas las comprendan y sientan como necesidades, los pedantes que las provocan las destruyen o las obligan a retroceder en la marcha sencilla y fácil que seguía su inteligencia.

En su punto de oportunidad y madurez se hallaba nuestra poesía, cuando, a principio del siglo XVII, apareció el grande ingenio que abarcando y comprendiendo las necesidades y el espíritu nacional, sin violencia ni esfuerzo ingirió en ella la parte de ciencia académica, que estando ya al alcance de las masas populares, aunque diseminada y sin concierto, sólo necesitaba los esfuerzos de una inteligencia superior y capaz de reunirla en un todo completo y adecuado. Este genio inmortal fue Lope de Vega, que inspirado por el suyo propio y el de su país, inventó el drama novelesco, el que, si existía ya como deseo y necesidad en todo el pueblo, carecía, no obstante, de las formas con que debía realizarse y practicarse. Apareció, pues bajo sus auspicios convertida en drama toda la poesía popular, pero rejuvenecida y ornada de los progresos que habían hecho en España la imaginación, el cultivo de las ciencias y el estudio de las humanidades, ya más vulgarizado. Engalanada la esencia narrativa de nuestro antiguo romance con la sutil metafísica de los trovadores, con las más vivas y hermosas combinaciones métricas de Italia, y con el orientalismo grave, pero vehemente, de los árabes, se refundió nuestra poesía vulgar para aparecer bajo las formas del drama novelesco y constituir en adelante el sistema propiamente del tipo español. No solo en esta crisis no tomaron parte los eruditos del siglo XVI, sino que, al contrario, con los clásicos griegos y latinos en la mano, despreciando y desconociendo nuestro carácter esencial, se empeñaron en hacernos retroceder. Mas el instinto del pueblo, que puede y vale más que los filósofos y los doctores, los arrastró, en fin, como un torrente, los hizo desertar de su bandera, y los obligó a su pesar a trabajar para él y aun a ser tal cual vez originales.

Para el reposo de mi conciencia, este punto necesita una aclaración amistosa: escarmentado de que cuando en otra ocasión ataqué la intolerancia de los clásicos y demostré que el abandono de sus reglas convencionales no impedía producir obras bellas y perfectas, no sólo los enemigos de mi sistema me trataron de anarquista literario, sino que muchos amigos de mis doctrinas, y esto me dolió no poco, las tradujeron asaz anárquicamente, ahora deseo protestar y protesto contra toda traducción infiel respecto a las ideas que expreso en este escrito.

Tan lejos me hallo de condenar el estudio de los clásicos, que antes le creo indispensable para formarse un gusto esencialmente bello y producir obras maestras e inmortales. Este estudio, si cae bajo el imperio de la buena y filosófica crítica, sirve para que hasta los talentos medianos produzcan obras agradables; mas si de él se apodera y aprovecha un grande ingenio, entonces es el medio más poderoso y eficaz para ensalzarle y ennoblecerle; pues lejos de abatir el vuelo de la imaginación sometiéndola a formas exóticas de otros países, la lectura de los antiguos clásicos enseña a encontrar nuevos caminos de invención, sugiere nuevos medios de imitar la naturaleza, y es el mejor y más seguro remedio contra la esclavitud del ingenio, porque es también el mejor aguijón contra la pereza, y el mejor freno y más suave que puede contener el anárquico atrevimiento de los ignorantes y el mentido saber de la pedantería.

Muchas veces, empero, ni el estudio ni el ingenio pueden librarnos del camino que conduce al error; díganlo si no los distinguidos filósofos y poetas que inutilizaron sus dotes más brillantes por haber embotado o preocupado su natural instinto, a fuerza de olvidar lo sencillo y fácil, para hallar todo el mérito de las cosas en vencer dificultades que el pueblo ni conoce ni aprecia. La naturaleza se complace en facilitar los manantiales del placer, y los encopetados sabios se apartan de ella pretendiendo hacerlos casi inaccesibles. Por huir de las afecciones y sentimientos del que llamaban vulgo, se empeñaron en seguir estrictamente, como pauta y regla universal, las formas, ideas y pensamientos de los antiguos clásicos. ¿Y qué hicieron? Los copiaron, los repitieron hasta la saciedad, los caricaturaron. ¿Y qué adelantaron? ¿Ha llegado, por ventura, a la posteridad alguna de sus obras? Pues a fe que gran número de ellas no carecían ni de talento, ni de imaginación, ni de estudio; pero, todo lo tenían embotado con el triste empeño de ser Homeros y Virgilios, olvidando que para ser grandes era necesario ser ellos propios. Empapados en formas e ideas ya muertas, aunque embalsamadas, pretendían a todo trance resucitarlas, no echando de ver que el olor de los bálsamos se emplea en los cadáveres, y no se parece al de las flores, que adornan la hermosura llena de vida y de vigor; desconociendo las necesidades y el instinto de la naturaleza animada que los rodeaba, y que ferviente y enérgica para el pueblo, pasaba desconocida por delante de los sabios, la abandonaran como cosa de poco valer. A seguir tan erradas vías y a pretender copiar como únicos modelos las formas, las ideas, y hasta la lengua de los antiguos, el Dante, el Ariosto y Milton no serían al presente magníficos monumentos de originalidad. Lo son y lo serán, porque empapándose en el estudio de los clásicos, lejos de encadenar con ellos su altiva imaginación, les sirvió para engrandecerla y levantársela. Después de haber sentido, más bien que analizado, las bellezas de Homero y de Virgilio; después de haberse entusiasmado con su lectura, se los vio, olvidados de los libros, entregarse a la inspiración original revestida con las formas y el tipo directo de la naturaleza viva que los rodeaba. Las bellezas de los clásicos transformadas por el genio, no en tipo, sino en instrumentos de inspiración, se hicieron perceptibles al pueblo, que las adoptó por suyas. El Dante y Ariosto, Camoens y Milton, han llegado a la posteridad, porque el estudio de los clásicos produjo en ellos el entusiasmo, y no la necia pretensión de disfrazarse en trajes griegos ni romanos. Cada cual fue el hombre de su siglo, y la expresión del genio y originalidad de su patria y de sus contemporáneos; cada cual nos retrató la naturaleza y el hombre con quien vivía. Por eso dieron formas adecuadas a la inteligencia y al pensamientos social que animaba y servía de base a su tiempo, y por eso fueron a los siglos futuros los intérpretes de su civilización. Conociendo el secreto de los antiguos y arrancando el suyo a sus compatriotas, formaron, un sistema poético tan grande y tan perfecto como el clásico, y fueron para su edad lo que Homero y Virgilio para los griegos y romanos de la suya. Este secreto consistía solo en tener una voluntad firme y decidida de ser los hombres del siglo coetáneo, de ser populares; lo fueron, y siéndolo se presentaron como modelo de las generaciones. ¿Podrá aspirar la crítica del siglo XVIII a producir con su mezquino el análisis, ni aun comprender siquiera, lo que valen semejantes hombres? Pues bien: lo que ella no pudo entender con todo su aparato de ciencia, lo sentía el último hombre del vulgo.

No es ahora mi propósito indagar si el análisis mecánico introducido por el siglo XVIII, y aplicado a las ilusiones del corazón y del sentimiento, ha producido mayores males a la humanidad, así en moral como en política, que el fanatismo más desenfrenado de los siglos medios. La Historia hará justicia de los hechos, cuando en respectiva duración compare bajo qué bandera se han consumado crímenes más nefandos, bajo qué sistema se ha multiplicado el número de verdugos; pero ya que sobre esto no se extiendan mis reflexiones, deberé, no obstante, observar que, ahogado el principio de fe y de entusiasmo en el cieno del escepticismo, retroceden a pasos de gigante las artes de imaginación, se extinguen los sentimientos, grandes y generosos, y parece además el principio de vida intelectual a medida que el ateísmo hipócrita y calculador de intereses puramente materiales, y el individualismo razonado de los modernos filósofos, seca y agota las fuentes del sentimiento instintivo de la vida ideal.

Lo que el Dante y Ariosto en Italia y Camoens en Portugal ejecutaron con el poema épico, lo mismo realizó en España respecto al drama el gran Lope de Vega. Dando vida y movimiento por medio de la acción el diálogo a las sencillas narraciones que eran la esencia del antiguo romance popular, encontró el camino que le condujo a su creación dramática. Porque ésta lo exigía, y no por oposición a ellas, fue por lo que se separó de las reglas clásicas mismas a que había tributado admiración en las escuelas.

Conoció Lope también que las reglas clásicas relativas a las unidades no eran esenciales más que a cierto y determinado género de imitación, a cierta clase dada de verosimilitud, pero que existiendo en la naturaleza otros medios de imitación y de verosimilitud, que en aquéllas no cabían, ningún inconveniente resultaba de abandonarlas. Buenas, excelentes, indispensables era para las naciones bajo cuya civilización se crearon, y en cuyas costumbres las hallaron sus poetas; pero en un pueblo meridional por excelencia, místicamente religiosos, ferviente de imaginación, que buscaba las impresiones íntimas de alma más bien que las de los sentidos, los efectos de la lucha de las pasiones y no los resultados del fatalismo; en un pueblo ansioso del asuntos complicados, ansioso de examinarse a sí mismo, ávido y lleno de fe para con los hechos maravillosos y complicadas situaciones, ¿cómo habían de bastar a interesarle las sencillas y breves combinaciones que caben en un cuadro clásico? Nuestro ingenio especial abarcaba un inmenso espacio poético; para tenerle suspenso y entretenido en el teatro necesitaba una historia entera, un poema épico completo. Poco nos importaba que el poeta corriese de Oriente a Occidente, que pasase de siglos a siglos; pues como nuestro drama era una historia, y eso buscábamos allá, volábamos en el teatro con el poeta como seguíamos en un libro al historiador. La curiosidad que nos conducía a la escena, y nuestra imaginación abarcaban las creaciones del ingenio, y ya en el cielo o ya en el abismo estábamos contentos, si, como en la tierra, veíamos al héroe que con hechos maravillosos, intrigas complicadas, combates íntimos de pasiones, cuestiones de punto, de honor, galantería, metafísica, acciones caballerescas y religiosas, nos reproducía a nosotros y a nuestros más íntimos sentimientos. Y ni aun esto bastaba para reconstruir el drama popular. En ello ciertamente consistía su esencia, pero para su parte de ornato exigía gusto y tendencia natural que se revistiese de todos los tonos de la poesía; necesitábamos, en fin, que la lírica, la épica, la narrativa, ostentasen todos sus recursos en el teatro, porque acostumbrados, a la gala, riqueza y abundancia de nuestra hermosa lengua, los oídos españoles no podían renunciar, ni aun en el drama, a los encantos de sus varios y armoniosos sonidos.

Necesidades de tal tamaño y extensión no podían satisfacerse en el estrecho círculo que contenía las de los pueblos antiguos, ni tan encontrados y diversos elementos amalgamarse y colocarse convenientemente dentro de él. Ya Juan de la Cueva, Virués y los Argensolas, habían conocido la precisión de exceder tan cortos límites; pero como eran eruditos por fe, no lo hicieron con la debida resolución. Luchando sus doctrinas académicas con la necesidad, fueron tímidos y no se atrevieron de lleno a seguir el instinto del pueblo; por lo cual, en vez de inventar un sistema nuevo e independiente del antiguo clásico y con formas propias y originales, solo produjeron monstruosos dramas compuestos de elementos inconciliables.

Al ingenio grande, audaz, eminentemente español de Lope, estaba reservado comprender e inventar un sistema dramático que fuese verdadera expresión de nuestras necesidades intelectuales y morales. Por inspiración o por sentimiento íntimo, quizá más que por estudio, halló el drama novelesco, que formado con la quinta esencia del carácter indígena, le apropió además cuanto no era incompatible con ella y habíamos adquirido de los extraños. Cultivado el árbol de nuestra poesía popular, creció robusto y magnífico hasta las nubes, y sus vigorosas ramas asombraron la culta Europa. Modelo fue de ella casi un siglo entero, y sus mayores ingenios se alimentaron de su sustancia para producir obras análogas, en cuanto se prestaba a las respectivas idiosincrasias sociales para quienes las producían. Rotrou, los dos Corneilles, el mismo Molière, Lesage y otros grandes talentos, son prueba irrecusables de esta verdad.

Y no se crea, ya lo hemos dicho, que Lope se apartó voluntariamente de las reglas clásicas por solo apartarse de ellas, lo hizo, sí, para crear otro sistema, más instintivo, a la verdad, que razonado. No dejó a su país desierto de poesía nacional, ni produjo monstruos como los que le precedieron. El drama popular y grosero que existía antes que el suyo, también tomó una parte muy esencial en su nueva creación, porque en él se hallaba el tipo característico del pueblo. Salió, empero, de sus manos libres de la ruda y bárbara corteza que lo cubría, salió adecuado a los progresos que se habían verificado en la cultura social. ¡Qué diferencia enorme no se nota, en efecto, entre las sales groseras y el lenguaje de las antiguas farsas de Encina, Rueda y otros, si se comparan con las gracias oportunas y decentes de Lope! ¿Y qué diremos de la expresión noble y decente de los amoríos introducidos en sus dramas? Esto es todo invención suya; no existía en las farsas, si bien ya se hallaba como naturalizado en las costumbres e introducido en la sociedad por la lectura popular de los libros de caballerías.

Las reglas que los críticos dedujeron de las creaciones clásicas, y de que se apartó Lope, no afectaban esencialmente a los principios generales que constituyen la imitación de la bella naturaleza, pues si de éstos se olvidara, jamás hubiera conseguido representar ni satisfacer las necesidades de un pueblo; pues siendo ellas mismas esencialmente necesarias, son una parte del instinto con que el pueblo concibe y siente la belleza. Por inspiración se apartó de aquéllas Lope, por inspiración conservó éstas, y por inspiración hicieron otro tanto los grandes poetas que, dedicados a producir, jamás se ocuparon en la crítica filosófica, ni en escribir reglas que a posteriori se dedujeron de sus obras.

No piensen, sin embargo, nuestros noveles románticos que pueden ocupar una categoría semejante a la de Homero, Sófocles, Eurípides, Virgilio, Dante, Ariosto, Lope de Vega y otros, con solo dormirse y abandonar el estudio y el trabajo. Todos estos grandes hombres fueron hijos y descendientes de las ideas e inspiraciones de los que los precedieron. Porque al fin, ¿qué otra cosa es el mayor ingenio sin ciencia, que un buen estómago sin alimento? ¿Cómo se adquieren sin estudio y trabajo ideas copiosas y abundantes, para asimilarlas a la inteligencia individual y reproducirlas como ya convertidas en originales? Si el estómago no recibe alimentos, la vida decae y acaba porque aquél no tiene sobre qué trabajar, ni qué asimilar; si los recibe pocos y malos, la vida es cacómica y miserable. Así también, cuando la inteligencia no recibe ideas que trabajar y asimilar, muere sin desarrollarse, y si las recibe pocas y malas, jamás llega a su perfección. En el un caso, su resultado es la ignorancia; en el otro, el falso saber y la pedantería. El estudio es, pues, tan indispensable a la vida del ingenio y de la inteligencia, como el alimento a la vida física.

El error de que el estudio embota el talento y la imaginación, es causa de que nuestra brillante juventud, dotada naturalmente de energía intelectual y moral para producir, parece, sin embargo, de inanición y miseria; por eso las alas del ingenio que nacieron robustas, no miden los espacios sublimes a que pudieran levantarle y apenas le ayudan a arrastrarse por el suelo. Si tal vez alguna idea entra en esos cerebros privilegiados, le fecunda y ensalza; pero por no continuarle el precioso alimento, bien pronto decae y se aniquila. El joven español que con sólo querer serlo pudiera aventajarse a las demás naciones, se ve por su pereza obligado a seguirlas de muy lejos, creyendo excederlas en inteligencia y en saber, cuando las haya copiado servilmente en sus errores y en sus crímenes, no imitado en sus aciertos y virtudes. Si el siglo de aquéllos es pasado, ¿por qué reproducirlo? ¿Por qué han de ser nuestros maestros en política los tigres, y en literatura los frenéticos?

Las obras y producciones de los grandes hombres que han llegado a la posteridad, ¿prueban acaso que no estudiaron y que eran ignorantes? No; al contrario, son muestras de su saber, de su perseverancia en el estudio y en el trabajo, dirigido por el tino y la inspiración inteligente que los animaba; son el depósito que contiene toda la ciencia antigua, que, asimilada a la más nueva, presentaron a los pueblos de que eran producto. Y a la verdad, que tan eternos y sólidos fundamentos no fueron ni levantados ni dirigidos por hombres ignorantes ni perezosos.

Sin ir más lejos, el solo teatro de Lope de Vega es una prueba del más extenso y sólido saber. La Teología, la Jurisprudencia, la Filosofía, las bellas artes y hasta las más mecánicas, todo lo abraza en él, nada le era extraño ni peregrino. Allí está consignada toda la ciencia de su siglo y de su nación; allí sus usos y costumbres; allí su fe y creencias religiosas; allí sus principios morales y políticos; allí sus necesidades, gustos y placeres; allí lo que contenía su originalidad, y allí, mejor que en la Historia, que respeta y adula a los individuos, se pintaban con verdad en seres ideales atributos que constituían entre el pueblo la idea de lo bueno y de lo malo, de lo útil y de lo dañoso, y hasta el extravío que produce en los juicios humanos la constitución social y la educación.

El caos que desembrolló Lope de Vega para fundar el sistema dramático, hasta ahora más bien sentido que definido, fue inmenso. Las sencillas églogas de Juan de la Encina, con las groseras sales introducidas para excitar la risa de un pueblo inculto, aunque representadas y hechas para el palacio de los Reyes y de los próceres del tiempo; las comedias, ya más cultas e ingeniosas, de Torres Naharro; las farsas de Lope de Rueda, de Pastor, Fernández, Timoneda y otros, construidas tal vez con reminiscencias de Terencio y Plauto, incrustadas en cuentos novelescos; los dramas informes, hinchadamente épicos y gigantescos, de Cueva, Argensola y Virués, que olían todavía a la erudición del mal gusto; el amor humano asimilado al místico y metafísico; la gala, la riqueza y la tendencia melancólica de la poesía árabe, provenzal e italiana; las hermosísimas y variadas combinaciones métricas de los petrarquistas, introducidas entre nosotros por Boscán y Garcilaso; la gracia sencilla y tierna que caracterizaba nuestras canciones populares; el tono épico, grave y solemne con que en nuestros romances heroicos o de historia se cantaron las glorias, los desastres y la constancia nacional; la ala y brío descriptivo de los romances moriscos, y caballerescos, todo, todo existía ya; todo, era popular en la civilización castellana a principios del siglo XVII. Solo faltaba una inteligencia superior que, abarcando con una mirada sola este caos de elementos diseminados, y despojándolos de sus formas divergentes, supiese ponerlos en armonía para crear un todo conveniente, cuya belleza simpatizase con las masas populares, a quienes debía servir de instrucción, de moralidad, de placer y de recreo y a quienes, en fin, como en un espejo se debía retratar para sí propias y para la posteridad.

Pues bien: el hombre que supo aproximar elementos tan distantes y edificar con ellos un monumento real e idealmente bello y armonioso, fue Lope de Vega. Creó su drama, y creado se lo presentó al pueblo, y le dijo: «He aquí tu poema: he aquí la verdadera creación que debes continuar para ser sublime, para ser original e independiente; porque esta obra, aunque salida de mis manos, es propia tuya, por que se ha formado de tus leyes, tus costumbres, tu saber, tus gustos, tus sentimientos, tus creencias, y, en fin, de tu propia sustancia. Tú fuiste el mármol que contenías la imagen de la belleza; yo el artista cuya inteligencia comprendió dónde estaba oculta y cuyo cincel la despojó de su corteza; tú fuiste el diamante; yo el que le labré e hice competir en brillo con el sol». La Nación, atónita y embelesada, aceptó el presente del gran poeta y ciñó sus sienes con inmarcesible corona de gloria, de gratitud y respeto, y la fama llevó su nombre y sus obras inmortales a otros climas donde se vieron muchos estudiar y aprender con ansia la lengua castellana para disfrutar del talento e imitar las creaciones del Fénix español.

Con el teatro de Lope se extendió por todas partes la galantería y cortesanía española: con la lectura de sus dramas halló formas de expresarse con fuego, decoro y decencia el amor mítico, delicado y vehemente de las damas. Desde entonces las costumbres nobles, serias, caballerescas, propias del carácter español fueron imitadas por los extraños contribuyendo no poco a modificar y pulir la rudeza que conservaba aún la civilización de otros pueblos.

Cuando el astro de nuestras glorias políticas y militares estaba ya casi eclipsado por los reveses de la monarquía abrumada con su propio peso y extensión, brillaba aun con todo su esplendor, representada por Lope, la estrella de nuestra literatura. Ni ésta decayó todavía cuando la muerte nos arrebató al grande hombre: pues de su sistema, de sus cenizas, como de las del fénix, nació la más sublime de sus obras; nació Calderón, aquel inconmensurable genio, que, menos fecundo en producciones que su maestro, le excedió infinito en profundidad filosófica, en grandiosidad de ideas y en sublimidad de inspiraciones poéticas. Comprendiendo el uno la parte más visible de la constitución social de su país y los sentimientos menos hondos del corazón humano, creó el drama novelesco. Reuniendo el otro al vuelo del ingenio los esfuerzos y la perfección del arte penetrando en lo más íntimo de la sociedad y en lo más profundo del corazón, les arrancó sus secretos y puso en escena los combates íntimos de las pasiones con el libre albedrío, sus victorias, sus derrotas, sus triunfos y sus desastres, creando con estos elementos el verdadero drama romántico. De él y de su inventor, si la admiración y el respeto me lo permiten, hablaré otra vez, no tanto para ensalzarle, como para demostrar que los manantiales de la originalidad, hija del entusiasmo, jamás se agotan para el genio y el talento que sabe buscarlos donde están y no se empeña en hallarlos fuera de su sitio. Todo el secreto consiste en adquirir, por el estudio y la observación, copiosas ideas que, asimiladas por la inteligencia, se reproduzcan en el tipo del carácter individual, tal como lo han modificado las instituciones morales, civiles y religiosas.

No ha sido ni ánimo en este artículo escribir la biografía de Lope, si no mostrar a la juventud capaz de comprenderlo, el camino por donde los grandes poetas llegan a la inmortalidad. El estudio no es ciertamente el que crea el ingenio, pero lo es sí, el alimento que conserva el vigor y la vida, el estímulo de su producción, el cultivo que le fecunda. En los clásicos antiguos, en los grandes poetas de la Edad Media, halló Lope las bellezas naturales que lo son en todos tiempos y circunstancias, y en su instinto, el tino de acomodarlas a su nación. Por eso fue creador, por eso llegó a conquistar la corona gloriosa destinada a los hombres que representan las ideas de los pueblos.

Marchita ya la flor de mi juventud, casi perdida la savia que vigoriza la edad madura, no debiera quizá haber escrito sobre una materia que necesita tanto lozanía de imaginación, tanta intensidad de sentimiento y tanta severidad de juicio; mas entusiasta y amante de la briosa generación que aparece llena de ingenio, a la cual creo no sin fruto, haber aconsejado, cuando consejo me ha pedido, pretendo en este opúsculo no sólo someter a su juicio su contenido, sino también desvanecer la preocupación que ha cundido entre ella, de que el estudio de las buenas humanidades esclaviza al ingenio. Con el ejemplo de Lope y de otros grandes poetas creo haber demostrado todo lo contrario, y que el estudio de los clásicos es el jugo, la savia y el calor que animan la inteligencia; él es el ambiente puro que conserva inmortal la llama del talento, es el cultivo que fecunda la originalidad. Ojalá que todos o alguno de mis jóvenes amigos se penetren de estas verdades, y apartándose del falso camino de los delirantes y frenéticos románticos de una nación vecina, busquen la inspiración en Virgilio, en Lope, en Calderón, en sí propios y en la naturaleza que los rodea. Así ocuparán en lugar distinguido en el templo de la gloria y merecerán la gratitud de las generaciones. Al contrario, si se entregan a la inercia, si desprecian lo que no conocen por huir del trabajo de estudiarlo, entonces inútiles y estériles quedarán para siempre las grandes cualidades que pródiga les repartió la Providencia, y entonces sola suya será la culpa de aparecer ridículos y pigmeos cuando nacieron para ser gigantes.

Agustín Durán.






ArribaAbajo- I -

Madrid cuenta entre sus más preciadas glorias la de haber dado cuna al Fénix de los Ingenios. En la Puerta de Guadalajara (parte de la calle Mayor comprendida entre la Cava de San Miguel y la calle de Milaneses), casas de Jerónimo de Soto, «pared y medio de donde puso Carlos V la soberbia de Francia entre dos paredes»2, nació Lope Félix de Vega Carpio el 25 de noviembre de 1562, día de San Lope, Obispo de Verona. Fue bautizado a 6 de Diciembre siguiente, en la iglesia parroquial de San Miguel de los Ottores u Octoes, por el licenciado Muñoz, siendo sus padrinos Antonio Gómez y Luisa Ramírez, según consta de los datos, referidos por Montalbán y de la partida bautismal publicada por Álvarez Baena (Hijos de Madrid, t. III.-Madrid, 1790), cuyo contexto es el que sigue:

«En 6 de Diciembre de 1562 años, el muy R. Sr. Lic. Muñoz bautizó a Lope, hijo de Félix de Vega y de Francisca, su mujer: compadre mayor, Antonio Gómez; madrina, su mujer.= Licenciado Muñoz.»



Este documento hubo de perecer a poco de haber sido textualmente dado a la estampa, en el incendio de la expresada iglesia parroquial, acaecido a 16 de Agosto de 1590.3

Félix de Vega Carpio y Francisca Fernández, «él hidalgo de ejecutoria, y ella noble de nacimiento»4, padres de nuestro Lope Félix, eran naturales del Valle de Carriedo en la Montaña de Santander, y se hallaban avecindados en esta corte, procedentes de su país, desde principios del mismo año de 1562. Pocas biografías ofrecerán, a la verdad, pormenores del biografiado tan originarios, y por decirlo así, ab ovo, como los siguientes, que de sí refiere Lope en su Epístola dirigida a la desconocida poetisa peruana Amarilis5.


    «Tiene su silla en la bordada alfombra
de Castilla, el valor de la Montaña
que el Valle de Carriedo España nombra.
    Allí otro tiempo se cifraba España;
allí tuve principio; mas ¿qué importa
nacer laurel y ser humilde caña?
    Falta dinero allí, la tierra es corta;
vino mi padre del solar de Vega:
así a los pobres la nobleza exhorta;
    siguióle hasta Madrid, de celos ciega,
su amorosa mujer, porque él quería
una española Elena, entonces griega.
    Hicieron amistades, y aquel día
fue piedra en mi primero fundamento
la paz de su celosa fantasía.
    En fin, por celos soy ¡qué nacimiento!
Imaginalde vos, que haber nacido
de tan inquieta cansa fue portento.»



A los dos primeros abriles de su edad, ya en la viveza de sus ojos, ya en el donaire de sus travesuras6, daba muestras de sus admirables facultades morales. «Iba a la escuela excediendo conocidamente a los demás» en el deseo de aprender, «y como no podía por la edad formar las palabras, repetía la lección más con el ademán que con la lengua. De cinco años leía en castellano y latín, y era tanta su inclinación a los versos, que mientras no supo escribir, repartía su almuerzo con los otros mayores porque le escribiesen lo que él dictaba. Pasó después a los estudios de la Compañía de Jesús, donde en dos años se hizo dueño de la Gramática y la Retórica»7.

«Mi educación (dice el mismo Lope en La Dorotea) no fue como de príncipe, pero con todo eso quisieron (mis padres) que aprendiese virtudes y letras; enviáronme a Alcalá de diez años, con el que está presente8, que tendría entonces veinte, para que me sirviese de ayo y amigo, como lo ha hecho con singular amor y lealtad. De la edad que digo, ya sabía yo la Gramática, y no ignoraba la Retórica; descubrí razonable ingenio, prontitud y docilidad para cualquier ciencia, pero para lo que mayor la tenía era para los versos, de suerte que los cartapacios de las liciones me servían de borradores para mis pensamientos, y muchas veces las escribía en versos latinos o castellanos. Comencé a juntar libros de todas letras y lenguas, que después de los principios de la griega y ejercicio grande de la latina, supe bien la toscana, y de la francesa tuve noticia.»



«Antes de cumplir doce años (refiere Montalbán) tenía todas las gracias que permite la juventud curiosa de los mozos, como es danzar, cantar y traer bien la espada...» Oyó matemáticas del célebre profesor Juan Bautista Labaña, a quien dedicó años después un soneto en que le llama su maestro9. Con mucha duda refiero este poco ameno estudio al período de su niñez10. Contaba Lope de doce a trece años de edad cuando compuso la primera de sus comedias: El verdadero amante, gran pastoral Belarda, escrita en bellísimos versos y dividida en tres jornadas. Fue muy celebrada. La representó el famoso Nicolás de los Ríos, autor o jefe de compañía, uno de los primeros que perfeccionaron las comedias y empezaron a hacerlas costosas de trajes y galas, y autor asimismo de algunas piezas dramáticas11.

«Viéndose ya más horribles y libre del miedo de su padre, que ya había muerto12, ambicioso de ver mundo y salir de su patria, se juntó con un amigo suyo que hoy vive (año 1635), llamado Hernando Muñoz, de su mismo genio, y concertaron el viaje, para cuyo intento cada uno se previno de lo necesario; fuéronse a pie a Segovia, donde compraron un rocín en quince ducados, que entonces no sería malo por el valor que tenía el dinero; pasaron a La Bañeza, y últimamente a Astorga arrepentidos ya de su resolución, por verse sin el regalo de su casa; y así determinaron volverse por el mismo camino que llevaron; y faltándoles en Segovia el dinero se fueron entrambos a la platería, el uno a trocar unos doblones, y el otro a vender una cadena; pero apenas el platero (escarmentado quizá de haber comprado mal otras veces) vio los doblones y la cadena, claro está, pensó lo peor, pero lo posible, y dio parte a la Justicia que luego vino y los prendió; mas el juez, que debía estar bien con su conciencia, habiéndoles tomado su confesión y viendo que decían entrambos verdad, porque decían una misma cosa y que su culpa era mocedad y no delito, y en efecto, que su modo, su hábito y su edad no daban indicio de otra cosa, les dio libertad y mandó que un alguacil los trujese a Madrid y los entregase a sus padres con los doblones y la cadena; lo cual se ejecutó brevemente y a poca costa.»13



Adviértese una contradicción muy notable entre el relato que acabamos de trasladar y lo que el mismo Lope dice en dos parajes de sus obras, acerca de la existencia de sus padres en una época dada. A la de esa fuga suya de la casa paterna, debía tener de catorce a diez y seis años de edad. En su autobiografía de La Dorotea continúa (después de referir su marcha a Alcalá, de edad de diez años, y algunos de sus estudios) en los términos que siguen:

«Murieron mis padres, y un solicitador de su hacienda (al comenzar había dicho: 'Yo nací de padres nobles..., a quien dejaron los suyos poca renta') cobró la que pudo y pasose a las Indias, dejándome pobre... Volví a la corte, y a su casa de una señora deuda mía, rica y liberal, que tuvo gusto de favorecerme. Tenía una hija de quince años, cuando yo tenía diez y siete, y una sobrina de pocos menos que los míos: con cualquiera de los dos pudiera estar casado; pero guardábame mi desdicha para diferente fortuna; las galas y la ociosidad (cuchillo de la virtud y noche del entendimiento) me divirtieron luego de mis primeros estudios, siendo no pequeña causa poner los ojos en Marfisa, que así se llamaba la sobrina de esta señora, y ella Lisardo. Este amor aumentaba el trato, como siempre; mas en medio de esta voluntad, que por mi cortesía y poca malicia no dio fuego, la casaron con un hombre mayor y letrado, aunque no el mayor letrado, pero muy rico; el día que... la llevó a su casa, hize la salva a su boca... y lloramos los dos... mezclando las palabras con las lágrimas, tanto, que apenas supiera quien nos mirara cuáles eran las lágrimas o las palabras...»



Ahora, suspendiendo la, relación de Lope, oigamos de nuevo a su biógrafo y privilegiado amigo, Montalbán, que, referido el caso de la escapatoria, prosigue así.

«Luego que llegó (Lope) a Madrid, por no ser su hacienda mucha, y tener algún arrimo que ayudase a su lucimiento, se acomodó con D. Jerónimo Manrique, Obispo de Avila, a quien agradó sumamente con unas Églogas que escribió en su nombre y con la comedia de La Pastoral de Jacinto, que fue la primera que hizo de tres jornadas...»14



El propio Lope dice en dedicatoria al Duque de Maqueda (Manrique) de su comedia Pobreza no es vileza:

«Crieme en servicio del ilustrísimo Sr. D. Jerónimo Manrique, Obispo de Ávila y Inquisidor general, uno de los príncipes que ha tenido esa clara sangre en el estado eclesiástico, pues con tenerle no olvidó las armas en la batalla naval de Lepanto, siendo su vicario general, por la Santidad de Pío V.»



Y en una Epístola al Dr. Gregorio de Angulo, Regidor de Toledo (La Filomena, 1621), escribe estos versos:


    «Criome Don Jerónimo Manrique,
estudié en Alcalá, bachilleréme,
y aun estuve de ser clérigo a pique:
cegome una mujer, aficionéme,
perdóneselo Dios, ya soy casado;
quien tiene tanto mal, ninguno teme.»



A mi juicio (y salvo el de los que valen algo), cuando Pérez de Montalbán habló de los estudios de Lope en Alcalá de Henares, colocándolos inmediatamente después de la época a que nos vamos refiriendo, sólo se fundó en esos versos. Dice así:

«Mas pareciéndole que sería importante saber de raíz la Filosofía, para no hablar en ella a caso (desgracia que sucede a muchos), hizo elección de la insigne universidad de Alcalá, donde cursó cuatro años hasta graduarse, siendo el más lucido de todos los concurrentes, así en las conclusiones como en los exámenes.»



¿O tal vez asistió en dos diversas épocas a la Complutense?... Los libros de matrículas deben decidir la cuestión.

Volvamos a la historia autobiográfica:

«El negro esposo (de Marfisa) se olvidó de la edad y se acordó de la hermosura, y ayudando su flaqueza con artificio, perdió la vida en la empresa, Como buen caballero. Volvieron a Marfia a casa y no el dote, porque sin él la quiso; que hay muertes que se quieren de balde, más que vidas por dineros... El día de su boda (de Marfisa) me trujo un grande amigo un recado de una dama de esta corte... (Dorotea) que fuese a verla; porque en ciertas conversaciones en que los dos nos habíamos hallado, le había caído en gracia, o mi persona, o mi donaire, o todo junto... Púseme lo mejor que tuve y lo más galán que supe, y fui a verla con todas las circunstancias de pretendiente: mesura, olor y aseo... No sé qué estrella tan propicia a los amantes reinaba entonces, que apenas nos vimos y hablamos, cuando quedamos rendidos el uno al otro... El talle (de Dorotea), el brío, la limpieza, la habla, la voz, el ingenio, el danzar, el cantar, el tañer diversos instrumentos, me cuesta dos mil versos; y es tan amiga de todo género de habilidades, que me permitía apartar de su lado para tomar lición de danzar, de esgrimir, y de las matemáticas15 y otras curiosas ciencias; que en entrambos era virtud estando tan ciegos. Estaba en esta sazón ausente el esposo de esta dama donde no se tenía esperanza de su vuelta (en Lima); en cuyo medio la había conquistado un príncipe extranjero, a quien ella entretenía con poderosas esperanzas, con remisas dilaciones y ardientes deseos, con favores tibios... Con este gran señor que os digo me sucedieron grandes aventuras, no por soberbia de mi condición, que bien sabía que el que se opone al poderoso con flacas fuerzas, es fuerza que alguna vez caiga en sus manos. Y así, una noche que llamé con más amor que discreción a su puerta de Dorotea, salió él propio a abrirme, sin que ella ni su madre pudiesen con ruegos detenerle; y como había conocido mi voz, traía la daga en la mano, y tirándome una puñalada de las que llaman de resolución, por encoger el cuerpo o por mi buena fortuna, me clavó por las cuchilladas de una cuera blanca que traía suelta, a la misma puerta que me abría, cerrándola de golpe... Tengo por cierto que me hubiera quitado la vida, porque yo había perdido el temor a su poder y a mi muerte, si el Rey entonces no le enviara con un cargo conforme a su grandeza...; pero fue gracia que hizo grandes diligencias para llevarme por secretario suyo, no porque me había menester, ni mi edad era suficiente, sino por apartarme de Dorotea.»



Continúa refiriendo cómo quedó en pacífica posesión de la dama; la cual, observándole triste y cuidadoso de verse pobre, por darle seguridad de su firmeza, se quitó las galas y las joyas, y con la plata de sus servicios se las envió en dos cofres.

«Con esto (añade), duró nuestra amistad cinco años, en los cuales Dorotea quedó casi desnuda, aprendiendo labor, que no sabía, para sustentar las cosas más domésticas. ¡Oh singular fineza! Yo la confieso, y que me vi mil veces con tal vergüenza y lástima, que no, pudiendo cubrir aquellas hermosa, manos con diamantes; las bañaba en lágrimas, que ella tenía por mejores piedras para sortijas que las que había vendido y despreciado. Díjome un día con resolución que se acababa nuestra amistad, porque su madre y deudos la afrentaban; y que los dos éramos ya fábula de la corte, teniendo yo no poca culpa, que con mis versos publicaba lo que sin ellos no lo fuera tanto... Fingí en mi casa que había la noche antes muerto un hombre (y decía verdad, si era yo el muerto), y que era fuerza ausentarme, o caer en manos de la justicia, diome Marfisa el oro que tenía y las perlas de sus lágrimas, y con él me partí a Sevilla.»



De esta ciudad pasó a Sanlúcar de Barrameda, y de allí fue a Cádiz, «donde tenía un deudo dignidad de aquella iglesia.»

Cinco años habían durado estas primeras relaciones de Lope con la hermosa Dorotea. Empezaron teniendo Lope, según refiere, diez y siete años; él y su ayo Julio dejaron (dice) por esta causa las escuelas, olvidándose más de Alcalá que de Grecia los soldados de Ulises. Como estas citas y memorias de los años de edad, y sobre todo las relativas a duración de sucesos o períodos de tiempo, rara vez se hacen con una exactitud matemática, y por otra parte, en una autobiografía disfrazada de novela no es indispensable tal rigorismo, debemos creer que ese trato amoroso comenzaría en 1578, y que su primera ruptura y la desesperada marcha de Lope a Sevilla y Cádiz se verificarían en 1582, puesto que otra noticia dada por el mismo Lope descubierta y explícitamente, nos le presenta combatiendo a las órdenes del esforzado almirante D. Álvaro de Bazán, primer Marqués de Santa Cruz, en la memorable jornada de las islas Terceras, a fines de Julio del expresado año de 1582. Escribe, en efecto, la siguiente estrofa en la bella composición intitulada El huerto deshecho, metro lírico al Ilmo. Sr. D. Luis de Haro:


    «Ni mi fortuna muda
ver en tres lustros de mi edad primera,
con la espada desnuda
al bravo portugués en la Tercera,
ni después en las naves españolas
del mar inglés los puertos y las olas



Publicose esta oda póstuma en la Vega del Parnaso (Madrid, 1637), tomo de obras varias de nuestro autor, dado a luz por su hija D.ª Feliciana y el esposo de ésta, D. Luis de Usátegui. Montalbán la enumera entre las obras de Lope, y toda ella está revelando la pluma del Fénix de los Ingenios.

¿Cómo éste no aludió en algún otro de sus escritos, que sepamos, a su asistencia en aquel glorioso hecho de armas?; ¿Se referirán acaso a ella estos versos de sus Epístola a D. Antonio Hurtado de Mendoza, inserta en el tomo de La Circe (1624):


    «Verdad es que partí de la presencia
de mis padres y patria en tiernos años,
a sufrir de la guerra la inclemencia...»



Ticknor y otro escritor se han fijado con demasiado rigorismo en la frase tres lustros. Lope cumplió quince años en 1577. No hubo por entonces combate alguno en las islas Terceras; pero admitiendo cierta amplitud en la cuenta por lustros, y no llegando Lope en Julio de 1582 a los veinte años (los cumplía por noviembre), es evidente que aún podía, y mucho más hablando poéticamente, considerarse en los tres lustros de su primera edad.16 La frase en tiernos años, de la epístola a Mendoza, más bien parece relativa a la época de que hablamos, que no a la de 1588, y del apresto y pérdida de la Armada Invencible, en cuyo tiempo llegaba ya Lope a los veintiséis años. Nótese a la vez el desacuerdo que, respecto a la existencia de sus padres, resulta en cualquiera de los tres casos entre esa epístola y las noticias autobiográficas y de La fama póstuma.

Si, con efecto, Lope de Vega se halló en la expedición gloriosa de las Azores, pudo allí muy bien conocer personalmente al ilustre ingenio a quien ya conocía por algunos rasgos de su numen poético, y por la fama de sus relevantes servicios en la guerra y en el cautiverio, Miguel de Cervantes Saavedra, que con su hermano Rodrigo tomó parte en una y otra jornada, y que, según se cree, desde 1568, en que salió de España para Roma (teniendo Lope seis años), no regresó a la patria y a Madrid hasta el de 1583 o principios del siguiente.

Con los fundamentos que van expuestos, hemos calculado que Lope se alistó en el ejército destinado a las Terceras y asistió al combate naval de 1582, movido por la situación a que le habían conducido sus relaciones amorosas, y con deseo de olvidar a la que, por tanto tiempo firme y desinteresada, y aun singularmente generosa, había por fin, según él juzgaba, vendido y prostituido su cariño. Porque, en efecto, aun cuando no le expresa Lope en la relación que antes dejamos copiada, vemos en la misma pieza novelesco-dramática, tenida por disfrazada historia d estos amores y de parte de los sucesos de su autor17, que Dorotea despide a su joven amante, obligada y maltratada por su madre Teodora, quien reemplaza al pobre poeta, siguiendo los consejos de la vieja Gerarda, con el rico indiano Jon Bela; y vemos asimismo que el despedido no presta fe al desmayo y llanto de su querida al anunciarle este cambio inesperado, y se aleja de Madrid creyéndose víctima del desprecio y del más vil interés.

De regreso en la corte, Lope, que no había conseguido extinguir su pasión, acompañado siempre de su amigo Julio, ronda y canta sentidos versos a la puerta de Dorotea, la cual, fiel a su antiguo cariño, a pesar de los obsequios y del continuo galanteo del indiano, le escucha con emoción. Llegan D. Bela y su criado, intimando a los musicales que desocupen la puerta. Riñen, y Lope hiere al indiano. Pocos días después baja Dorotea al Prado con Felipa, su amiga y confidente, a divertir sus tristezas. Divisa a lo lejos a Fernando y julio, cúbrese el rostro, y haciendo que Felipa, a quien no conocían, los llame y haga sentar a su lado, oye de boca del amante la historia, que ella tan grabada tenía, de aquel constante cariño. Acongojado Fernando con estos recuerdos, cae sin sentido con una especie de ataque epiléptico. Dorotea, no pudiendo sufrir más se descubre y quedan reconciliados los dos amantes. La relación que hace Fernando a las damas, es la que dejamos arriba transcrita y entresacada del diálogo, como autobiográfico de Lope.

No duraron largo tiempo los restaurados amores de Fernando y Dorotea. Se interpuso Marfisa, que se mantenía viuda, y a quien Lope era deudor de generosos socorros y de un cariño no entibiado por el desdén ni por la ausencia.

Las relaciones de nuestro poeta con Dorotea eran además ya muy difíciles y peligrosas por el celoso cuidado del indiano. Íbase enfriando el amor de Lope, que por fin se resolvió a no hacer el papel de segundo galán, escuchando los consejos de Julio, y determinó amar a Marfisa sin dejar a Dorotea hasta que, con el trato y el favor de su buen deseo, convaleciese de todo punto. Un incidente dramático, el trueque de una carta, descubre a Dorotea el doble juego de Fernando (que entretanto iba también a la parte de los doblones y joyas de D. Bela) y da motivo al rompimiento, que hubo de tener para Lope graves y poco afortunadas consecuencias.

Refiere esto Fernando a su amigo César (que había estudiado Astrología con el Dr. Labaña y solía por curiosidad juzgar algún nacimiento), y le pide que alce una figura para ver qué fin prometían aquellos sucesos. Con efecto, va César18 a consultar y juzgar la que tenía del nacimiento de Lope, y en la escena VIII del acto quinto vuelve con el siguiente horóscopo, que trasladamos íntegro, aunque anticipemos noticias, conservando el diálogo entre Fernando y César:

«César.-  ...Vos, D. Fernando, seréis notablemente perseguido de Dorotea y de su madre en la cárcel donde os han de tener preso: el fin desta prisión os promete destierro del Reino; poco antes de lo cual serviréis una doncella que se ha de inclinar a vuestra fama y persona, con quien os casaréis con poco gusto de vuestros deudos y los suyos; ésta acompañará vuestros destierros y cuidados con gran lealtad y ánimo para toda adversidad constante; morirá a siete años deste suceso con excesivo sentimiento vuestro; daréis vuelta a la corte, viuda ya Dorotea, que os solicitará para marido, pero no saldrá con ello ¡porque podrá más que su riqueza vuestra honra, y que sus amores y caricias vuestra venganza...19. Vos tenéis muy desdichada la parte de fortuna en los amores; guardaos de alguna que os ha de dar hechizos, si bien saldréis de todo con oraciones a Dios en otro estado del que agora tenéis.

»Fernando.-  Cuando eso llegase a ser, siendo como es tan dudoso, me valdré de ese remedio, porque es el verdadero, y vanos los de los hombres, en quien no se ha de tener confianza, porque, según la verdad divina, ni aun en los príncipes se ha de hallar salud.

»César.-  Uno os ha de estimar y favorecer mucho, cuyo amor conservareis hasta el fin de vuestra vida, que aquí parece larga.»



Aconseja seguidamente César a Fernando que para vencer este sino procure hacer que la virtud sea freno de las invasiones molestas del apetito, no dando ocasión, con su amor a Marfisa, a los desesperados celos de Dorotea.

«Fernando.-  Bien sé que consiste la paz de mis pensamientos en dejar por algún tiempo la patria; y así, pienso trocar las letras por las armas en esta jornada que nuestro Rey intenta a Inglaterra; pero ya que os acordasteis de Marfisa, ¿cómo no me decís algo en juicio deste pronóstico?20

»César.-  Digo, Fernando, que Marfisa se casará con un hombre de letras segunda vez, que con un honroso oficio saldrá fuera destos Reinos; enviudará presto, y casándose con un soldado de nuestra patria, será muy desdichada.

»Fernando.-  ¿De qué forma?

»César.-  Que la ha de matar de celos de un amigo suyo.»



Hasta aquí lo autobiográfico de La Dorotea. Véase ahora cuán admirablemente concuerda el pronóstico relativo a la prisión y destierro de Lope, negociados por la vengativa Dorotea, con este pasaje del poema La Filomena, que dedicó Lope a doña Leonor Pimentel, y donde refiere algunas noticias de su vida y escritos. (Canto II.)


    «Mas ya la primavera
animaba los árboles desnudos,
con verdes almas por los troncos rudos;
las aves daban música a las flores,
y una fuente perlera
a la noche contaba sus amores,
cuando ninfa cruel que yo quería,
de aquella verde selva
(eco el amor la vuelva)
otro pájaro amó grande y lustroso
(yo pienso que Oropéndola sería)
del bosque, a Manzanares toldo umbroso,
más rico de vestidos y colores
pero no de tan dulce melodía,
aunque cantaba en oro sus amores:
Elisa se llamaba
la ninfa, y era tan hermosa y bella,
que el sol se la llevó para su estrella.
Esta, porque yo quise
vengarme, amando a Nise,
Nise, que me adoraba,
y a quién cantar solía
luego que amanecía
el alba entre sus ojos,
mandó, por dar venganza a sus enojos,
a un cazador que en lazos me prendiese;
prendiome, y de mi libre patrio nido
despojome atrevido
sin que yo le ofendiese.
Y en su cárcel me tuvo tiempo largo,
que a los presos jamás parece breve,
y con injusto cargo
(así tal vez a los jüeces mueve
ira, amor y codicia)
desterrome de selvas y de prados,
disfrazada en justicia
la venganza amorosa:
yo entonces, de pastores y ganados
despedime llorosa...»



Había cumplido Lope veintidós años (en el de 1584), cuando volvió al trato amoroso que debía concluir de un modo para él tan desafortunado. Hállase la prueba de esta data en la escena VII del acto tercero de La Dorotea, en que Fernando exclama:

«¡Ay de mis veinte y dos años y de mis veinte y dos mil tormentos! ¡Cuándo se han de acabar ellos o esta miserable vida!»



Habiendo antes (en la escena V del acto primero) dicho estas palabras al despedir celoso a Dorotea:

«...que si no fuera por ti, yo pudiera estar casado, con más oro que el que te han traído; pero aun no he cumplido veinte y dos años.»



La duración de este segundo, y ya difícil trato, debió de ser breve; y así observando que en el pronóstico de César a Lope se dice:

«poco antes de lo cual (de su prisión y destierro) serviréis una doncella que se ha de inclinar a vuestra fama y persona, con quien os casaréis... ésta acompañará vuestros destierros y cuidados...»,



creo haber acertado al calcular que el primer enlace matrimonial de Lope se verificó en el año de 1584.

«Enamorado (dice Montalbán de D.ª Isabel de Urbina, hija de D. Diego de Urbina, rey de armas... hermosa sin artificio, discreta sin bachillería y virtuosa sin afectación, se casó con ella con permisión de los deudos de entrambas partes.»



Fue D.ª Isabel de Ampuero Urbina y Cortinas hija de D. Diego de Ampuero Urbina y Alderete, natural y Regidor de Madrid, y rey de armas, que sirvió a los reyes Felipe II y III,21 y de D.ª Magdalena de Cortinas Salcedo y Sánchez de Coca, oriunda y natural de Barajas.22 Don Diego era persona muy instruida en todo género de letras; autor por oficio de escritos genealógicos, y que en 1603 escribió y publicó en Madrid una verídica y elegante relación de las honras y exequias a la emperatriz D.ª María, hija de Carlos V y viuda del emperador Maximiliano, que murió retirada en las Descalzas de esta corte.

Hízose esta boda «con poco gusto» de los parientes de ambos esposos, aunque para ella otorgaron su permiso. Llevó la novia un regular dote, como lo declara aquella sentida égloga que a su muerte escribió Pedro de Medina (Medinilla) en estos versos:


    «Fue noble, fue discreta, fue señora:
ningún zagal ignora
que el mayoral Urbano,
su amado padre y noble,
le dio ganado al doble,
de invierno a Extremo, a Cuenca en el verano.»






ArribaAbajo- II -

¿Cuál era por aquellos años el grado de celebridad literaria del precoz ingenio cuya vida pretendemos historiar? ¿Se representaban sus obras dramáticas? ¿Se imprimían algunas composiciones de su pluma? No hallamos para estas cuestiones decisivas solución en nuestra crónica literaria. Sabemos que escribía comedias desde la edad de once años, y hemos supuesto, fundados en una vaga indicación suya, que la titulada El verdadero amante, se representó hacia el año de 157523, pero no tenemos hoy acerca de este punto nuevos datos que añadir. Obsérvese a este propósito, que la más antigua fecha que aparece en las firmas de sus autógrafos dramáticos al presente conocidos, es la de 1593. Respecto de sus composiciones líricas, si bien hallamos referencias, no muy explícitas, hechas por él mismo a varias de las primeras que escribió, no tenemos noticia de que tales versos saliesen por aquel tiempo a la pública luz. El más antiguo romancero que incluye composiciones suyas, es el titulado Flor de varios romances nuevos y canciones agora nuevamente recopilados, por el Bachiller Pedro de Moncayo, natural de Berja... Huesca. Juan Pérez de Valdivieso, 1589. Las mismas, con corta diferencia, se hallan en la Flor de varios y nuevos romances, primera y segunda parte, ahora nuevamente recopilados y puestos en orden por Andrés de Villalta, natural de Valencia, Añadiose ahora nuevamente la tercera parte por Felipe Mey... Valencia. Miguel de Prados, 1591. La licencia es de 1588.24 Lope de Vega era ya sin duda alguna singularmente apreciado y admirado de los ingenios y hombres más eminentes de España. El ilustre Cervantes, que a principios de 1584, terminada su gloriosa carrera militar y a los tres años de su rescate del cautiverio en Argel, había regresado a Madrid al cabo de diez y seis de ausencia, tuvo ocasión entonces de conocer y tratar más íntimamente al joven poeta que debía con él compartir en los venideros tiempos el principado de los ingenios españoles. Lope alcanzó la honra de merecer de Pluma tan distinguida uno de los primeros, elogios públicos que se tributaron a su talento. Había presentado Cervantes al Consejo, en Enero de 1584, su Primera parte de la Galatea, que fue aprobada por el Censor en 1 de febrero, pero no salió a la luz hasta seis meses después, pasado el 1 de agosto de dicho año. En ella intercaló su célebre Canto de Calíope, extenso panegírico de los más señalados ingenios españoles que a la sazón florecían, y cuya octava 41 dice así:


    «Muestra en un ingenio la experiencia,
que en años verdes y en edad temprana
hace su habitación ansí la sciencia
como en la edad madura antigua y cana;
no entraré con alguno en competencia
que contradiga una verdad tan llana;
y mas si acaso a sus oídos llega,
que lo digo por vos, Lope de Vega



Cervantes y Lope concurrieron por aquel tiempo con sus versos al aplauso y encomio de dos notables libros de poesía: el Jardín espiritual de Fr. Pedro de Padilla y el Cancionero de López Maldonado. Incluyó el insigne Padilla en su Jardín, que se imprimió en Madrid, 1584, aunque no salió a la luz hasta el año siguiente, una canción a San Francisco, obra también de su feliz ingenio, seguida de otras composiciones que, a ruego suyo y formando una especie de corona poética en loor del mismo Santo, escribieron (dice) «algunos de los famosos poetas de Castilla». Son estas bellas flores debidas, en efecto, a tan distinguidas plumas como las del Dr. Campuzano, Pedro Láinez, López Maldonado, Lope de Vega, Miguel de Cervantes y Gonzalo Gómez de Luque. Al principio del Cancionero de López Maldonado (Madrid, 1586), que aprobó por comisión del Consejo D. Alonso de Ercilla, y para cuya impresión había obtenido el autor privilegio Real a 19 de abril de 1584, se leen muchas composiciones laudatorias, y entre ellas las hay de Vicente Espinel, Juan de Vergara, Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Gonzalo Gómez de Luque, Diego Durán y Pedro de Padilla. Todos los ingenios que acabamos de citar con referencia a esas dos obras, hállanse elogiados por Cervantes en el Canto de Calíope, y es de creer que formasen por aquella fecha en Madrid alguna Academia o reunión literaria.

Refiere Montalbán a época bastante anterior al primer casamiento de Lope, la colocación de éste como primer secretario del Duque de Alba, D. Antonio Álvarez de Toledo y Beaumont25, y el principio de su valimiento con este magnate. Alguna duda ofrece tal aserción, pareciendo poco probable que persona de tanto valer no alcanzase a librar a su secretario de la persecución y el destierro. Apoyan, sin embargo, el aserto de Montalbán algunas frases de Lope y otros datos muy fidedignos, por los cuales se descubre y prueba evidentemente que D ª Isabel de Urbina falleció en Alba de Tormes, datos que expondremos en su lugar propio. Respecto de la duración, así del destierro, como. del primer enlace de Lope, resulta muy señalada contradicción entre el que creemos relato, autobiográfico y los hechos que parecen de más incontestable evidencia. Dice, en efecto, el pronóstico de César, que la «esposa de Fernando moriría a los siete años de su casamiento», y Montalbán nos afirma que D.ª Isabel murió poco antes de la jornada de Inglaterra, es decir, en 1588, y al año de volver Lope de su destierro, reduciéndose así la duración de éste a tres años, y a cuatro la del matrimonio, puesto que partimos del de 1584. No es menor el desacuerdo entre el pronóstico de César y la relación de Montalbán, cuando aquél anuncia que «la esposa de Fernando le acompañaría en sus destierros y cuidados con gran lealtad y ánimo», y éste asegura que Lope «dejó su casa, su patria y su esposa» y que «después de algunos años que estuvo en los Reinos» los efectos naturales de «la patria... y los justos deseos de ver su esposa, le restituyeron a sus brazos». Por otra parte, dan mucho en qué pensar ciertos pasajes (que a su tiempo transcribiremos) de la llamada Égloga, que Lope dirigió a su amigo Claudio Conde, y de los cuales parece inferirse que marchó a la expedición de Inglaterra viviendo su esposa, y que ésta no falleció hasta algún tiempo después del regreso a España de Lope. Anticipado este resumen de las contradicciones que, acerca del período en que vamos a entrar, presentan las noticias a esta fecha conocidas, pasemos a historiarle.

Corría el año de 1584. Lope estaba casado y al servicio del Duque de Alba en clase de secretario, y disfrutando con este prócer de gran favor y privanza,26 ya hubiese obtenido esta colocación con alguna anterioridad, ya posteriormente a su enlace. Ahora oigamos a Montalbán:

«Mas el desdén de la fortuna, que siempre mira con ceño la quietud de las seguridades, desbarató a Lope todas estas glorias... Es, pues, el caso que había en este lugar un hidalgo entre dos luces (que hay también crepúsculo en el origen de la nobleza, como en el nacimiento del día), de poca hacienda, pero de mucha maña para comer y vestir al uso, sin más oficio que la asistencia en las conversaciones, donde pedía barato con desahogo, a título de decir donaires a los presentes y cortar de vestir a los que no estaban delante. Supo Lope que una noche había entretenido la ociosidad del auditorio a su costa, y disimuló la descortesía, no por temor, sino por desprecio, que hay hombres que aun no merecen la ira del ofendido; mas viendo que porfiaba en su civil tema, cansose, y sin tocar en la sangre ni en las costumbres, que lo primero es impiedad y lo segundo despropósito, le pintó en un romance tan graciosamente, que causó en todos risa, pero no escándalo; que en los versos escritos sin odio y con buen gusto cabe el donaire, pero no la injuria. Picose el tal maldiciente con grande extremo... y remitió su defensa a la espada, enviando a, Lope un papel de desafío; lance de que salió tan airoso, que dejó calificado su brío y enmendada la condición de su contrario.27 Este y otros desaires de la fortuna, ya negociados de su juventud, ya encarecidos de sus opuestos, le obligaron a dejar su casa, su patria y su esposa con harto sentimiento, si bien se le templó la cortesana acogida que le hizo la ciudad de Valencia y sus ciudadanos mientras fue su huésped.»



Liviano motivo parece el de la herida causada en duelo (exceso tan tolerado en aquellos tiempos) a un hidalgo baratero, par el destierro del admirado ingenio, que ostentaba los blasones de Bernardo del Carpio y contaba con la protección de su tío el inquisidor, del Obispo de Avila, del Duque de Alba y de D. Diego de Urbina. Cuida su panegirista de añadir que contribuyeron a este contratiempo de Lope otros desaires de la fortuna «ya negociados de su juventud y ya encarecidos de sus opuestos»; y estas reticencias vienen a tener su explícita declaración en la artificiosa relación autobiográfica.

«Vos, don Fernando, seréis notablemente perseguido de Dorotea y de su madre en la cárcel, donde os ha de tener preso; el fin desta prisión os promete destierro del Reino.»



En la poético-alegórica del ruiseñor (poema La Filomena):


    «Elisa se llamaba
la ninfa [...]
Esta, porque yo quise
vengarme amando a Nise,
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Mandó, por dar venganza a sus enojos,
a un cazador que en lazos me prendiese.
Prendiome [...]
y en su cárcel me tuvo tiempo largo;
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
y con injusto cargo
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
desterrome de selvas y de prados,
disfrazada en justicia,
la venganza amorosa...»



Y en este pasaje de la epístola que dirigió Lope a D. Antonio Hurtado de Mendoza (inserta en La Circe; 1624):


[...]
«Enseñándome versos y deseos
amor, padre del ocio. y las excusas,
amor en tierna edad, cuyos trofeos
o paran en destierros o en tragedias,
con mil memorias para dos Leteos.»



Fijamos, pues, en el año de 1585 la prisión de Lope en Madrid, a que siguió su destierro a Valencia. Le acompañó en la cárcel con ejemplar afecto su «verdadero amigo» Claudio Conde. Juntos partieron a la insigne ciudad del Cid, donde no corrieron menos peligros que en la patria, pagando en aquélla Lope a Claudio la piedad y el cariño que le había debido, con sacarle de la Torre de Serranos y de una muy rigurosa sentencia que en esta prisión le esperaba. Al referir esto, copiamos el relato del mismo Lope, que en la dedicatoria «a Claudio Conde, su verdadero amigo» de la comedia Querer su propia desdicha (décimaquinta parte de las... de Lope de Vega... Madrid, 1621), se expresa en estos términos:

«Creo que no tiene en sus Diálogos de amistad Luciano tan peregrinas finezas como han pasado los dos en nuestros primeros años. Esta comedia... si no en la sustancia, par lo menos en el título conviene con aquellos sucesos notablemente: cuando con tanto amor vuestra merced me acompañó en la cárcel desde la cual partimos a Valencia, donde no corrimos menores peligros que en la patria, pagando yo a vuestra merced, con sacarle de la Torre de Serranos y de sentencia tan rigurosa, la piedad usada conmigo en tantas fortunas: que si alcanzara esta edad, pudiera mejor que de Damón y Pitias hacer memoria de nosotros el Príncipe de la Retórica, y pedir al Ilmo. Marqués de Aytona con mayor causa el tercer lugar que deseaba Dionisio.»



Novelescos son, a la verdad, todos estos sucesos, cuya obscura noticia deja vivamente excitada la curiosidad. El apasionado Montalbán, lejos de satisfacerla, más bien contradice en los párrafos que antes van copiados las vagas indicaciones de Lope, ya conocidas catorce años antes de escribirse La Fama póstuma.

Al salir para su destierro se despidió nuestro insigne poeta de su esposa, y lloró sentidamente los rigores de la contraria suerte, de que era víctima, en una canción que después publicó en la Arcadia28 y de la cual trasladamos las estrofas que siguen:


    «Destas verdes riberas,
que el rico Tajo con sus aguas baña,
parto a ver las postreras
que vierten las que bebe el mar de España,
si primero que allego
entre las de mis ojos no me anego.
    Ya quedarán vengados
mis fieros envidiosos enemigos
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Dulce señora mía,
ya de nuestro llorado apartamiento
llegó el amargo día;
las velas y esperanzas doy al viento;
de vos me aparto y quedo,
si con dejar el alma, partir puedo.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Los mismos de quien hice
mayores confianzas, me vendieron,
porque me satisfice
de aquella falsedad con que vinieron
sólo a saber mi intento
para regir por él su pensamiento.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
El enemigo cierto,
puesto que ofenda, ofende declarado;
y el daño descubierto
o se sufre mejor, o es remediado.
De mano del amigo
es en los hombres el mayor castigo
¡Ay, destierros injustos,
que en la mañana hermosa de mis años
anochecéis mis gustos!
Mas puede ser que viva en los extraños;
que lo que desestima
la tierra propia, la extranjera estima.»



A las causas de su destierro parece que alude también muy claramente en estos versos de su epístola a Baltasar Efisio de Medinilla (tercera de La Filomena):


    «¡Bendiga el cielo aquellos desengaños
que me trajeron al presente asilo,
antes de ver precipitar mis años!
    Mucho pudo conmigo el falso estilo
de mi amigo traidor; que hay entre nobles
tantos gitanos como baña el Nilo.
    Son propios de mujer los tratos dobles,
porque es pedirles que lealtad mantengan,
olorosas cermeñas a los robles.
    Mas que los hombres, siendo nobles, vengan
a hacer viles oficios de villanos
y que diez años en engaño os tengan;
    si no son desengaños en las manos,
canonícelos otro majadero
y sufra infamias por deleites vanos.
    Vos entendéis lo que deciros quiero,
capítulo de embustes de madama,
libro segundo, párrafo tercero.
    Asido estoy de tan valiente rama,
que ni falsa mujer, ni doble amigo
me servirán de pulgas en la cama.»



Con respecto a las alusiones de esta última composición, debe, sin embargo, tenerse presente que B. Elisio de Medinilla había nacido en 1585, y así no podía conocer muy a fondo los sucesos de Lope en la época de que tratamos.

En la ciudad de Valencia, cuna y maestra de tantos varones insignes en todos los ramos del saber, emporio de la poesía y corte de las musas dramáticas, debió de hallar lisonjera acogida de los más distinguidos ingenios que la honraban, el joven y ya célebre poeta matritense. Allí, donde se habían conservado y dado a luz por medio de la estampa las primitivas composiciones del gran Lope de Rueda, el ilustre sevillano; donde se habían escuchado y aplaudido en las tablas las de Alonso de la Vega, Liñán de Riaza, Timoneda, Morales,29 y donde florecían Rey de Artieda, Tárrega, Boyl, Rejaule, Aguilar, y descollaba el insigne don Guillén de Castro, perfeccionó más y más su gusto Lope de Vega Carpio y las admirables facultades con que debía de elevarse en alas de su ingenio sobre todos nuestros poetas dramáticos. ¿Se hallaba Lope en Valencia al servicio de algún ilustre personaje? ¿Serviría su amigo Claudio Conde al famoso D. Francisco de Moncada, tercer Marqués de Aytona y Conde de Ossona, hijo insigne de aquella ciudad y en ella virrey, lugarteniente general por los años de 1582 y subsiguientes? Las frases de Lope, que dejamos arriba copiadas «...pudiera mejor que de Damón y Pitias hacer memoria de nosotros el Príncipe de la Retórica y pedir al ilustrísimo Marqués de Aytona con mayor causa el tercer lugar que deseaba Dionisio», se refieren tal vez a esa ocupación de Claudio, de quien sabemos que años después servía en la casa del Conde de Altamira.30

Dando completo asenso al relato de la Fama póstuma, han afirmado los biógrafos que al embarcarse Lope en 1583 para la jornada de Inglaterra, se hallaba ya viudo de su primera esposa D.ª Isabel de Urbina; y que el acerbo sentimiento que le causó esta pérdida le llevó a la guerra, con ánimo de perder la vida, «porque acabasen con ella sus congojas». Partiendo de esta base, y declarado como lo está, en dos composiciones poéticas dadas a luz por él mismo, que de D.ª Isabel le quedó una hija llamada Teodora, la cual falleció antes de cumplir un año de edad, ha sido necesario suponer que en 1587 vino Lope de Valencia a Madrid, donde, según la propia Fama póstuma, se había quedado y continuaba residiendo su esposa. Y en efecto, la expresada relación biográfico-panegírica se ajusta perfectamente a las noticias que contienen esas dos composiciones, pues que dice bien claro que doña Isabel murió al año del regreso de Lope. Mas si acerca de este punto, relativamente a la época de que tratamos, se encuentran conformes con otros datos las noticias de Montalbán, muy lejos está de suceder así en orden a la duración del matrimonio y del destierro de Lope, de la residencia de D.ª Isabel y del lugar en que falleció esta señora. Vamos a exponer esos datos con la extensión y claridad posibles.

En la referida dedicatoria a Claudio Conde, prosigue Lope diciéndole:

«Partimos antes de los primeros bozos a Lisboa (confirmando más nuestro amor, por opinión de Séneca, la necesidad y la semejanza), donde embarcados a la jornada que el rey Felipe II prevenía a Inglaterra entonces, no se puede sin algún sentimiento traer a la memoria tantos y tan varios accidentes... Los peligros, finalmente, de la guerra, de la mar y de tantas ocasiones... pues todas eran desdichas que yo quise, destierros que amaba y peregrinaciones que idolatraba una voluntad bárbara, en años que el apetito loco pone los pies en el cuello de la razón prudente...»



En el libro tercero de la Corona trágica. Vida y muerte de la Serenísima Reina de Escocia María Estuarda... (Madrid, 1627), escribe estas octavas:


    «Cubre la undosa margen de Ulisipo
generosa, marcial, ilustre gente
de las varias naciones que a Filipo
Imperio reconocen obediente:
yo entonces con las Musas participo
de la mejor edad adolescente,
dejo los libros y las doctas sumas,
y una pluma troqué por muchas plumas.
    Ceñí en servicio de mi Rey la espada
antes que el labio me ciñese el bozo,31
que para la católica jornada
no se excusaba generoso mozo:
ciudad Neptuno presumió la Armada,
y los tritones, con alegre gozo,
tentaban por las quillas de ovas llenas
si besaban las tablas las arenas.»



Véanse ahora estos muy notables pasajes de la égloga o epístola a Claudio Conde (póstuma en la Vega del Parnaso, Madrid, 1637).32


    «Joven me viste y vísteme soldado
cuando vio los armiños de Sidonia
la selva Caledonia,
por Júpiter airado
y las riberas de la Gran Bretaña
los árboles portátiles de España.
Allí, de Filis desterrado, intento,
de sola tu verdad acompañado,
mudar a mi cuidado
de cielo y de elemento;
y el cisne amor, efecto de su espuma,
cortó las aguas sin mojar la pluma.
Mas luego a Marteen mi defensa nombro,
y paso entre la gente castellana
la playa lusitana
el arcabuz al hombro,
volando en tacos del cañon violento
los papeles de Filis por el viento.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    Entonces Aristóteles dormía,
materias, formas, causas y accidentes;
físicas diferentes
Minerva proponía;
aunque si amor es guerra, y fui soldado,
mudé la ciencia, pero no el estado;
¿quién te dijera que al exento labio
que apenas de un, cabello se ofendía,
amaneciera día,
de tan pesado agravio,
que cubierto de nieve agradecida
no sepamos si fue cometa o vida?
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
   Y ¿quién pudiera imaginar que hallara
volviendo de la guerra, dulce esposa?
Dulce por amorosa,
y por trabajos cara;
que amar a tanto sol, a tanto frío,
o fuera de Jacob, o fuera mío;
mi peregrinación áspera y dura
Apolo vio pasando siete veces
del Aries a los Peces,
hasta que un alba fue mi noche oscura.
¿Quién presumiera, que mi luz podía
hallar su fin donde comienza el día?
Yo vi mi pobre mesa en testimonio
cercada y rica de fragmentos míos,
dulces y amargos ríos
del mar del matrimonio,
y vi pagando su fatal tributo
de tan alegre bien, tan triste luto.»



Si los modernos biógrafos no hubiésemos hallado escrita la Fama póstuma, ni encontrado la partida bautismal de Lope Félix de Vega Carpio, ¿qué diríamos en vista de los datos por él mismo consignados que se acaban de transcribir? Sin duda alguna estamparíamos que Lope, en el año de 1588, contando de diez y ocho a veinte años de edad, y cuando se hallaba siguiendo estudios filosóficos, desterrado de Madrid a causa de sus amores con cierta desconocida Filis, partió desde la cárcel a Valencia en compañía de su leal amigo Claudio Conde, y de Valencia a Lisboa, donde ambos se alistaron como soldados en la Armada que Felipe II aprestaba contra Inglaterra; que las fatigas de la guerra y el entusiasmo patriótico hicieron olvidar a Lope sus amorosos devaneos, y por último, que habiendo regresado con los restos de la malaventurada expedición, se casó con D.ª Isabel de Urbina, la cual después de acompañarle en sus peregrinaciones durante siete años, y de darle algunos hijos que se malograron, falleció en Alba de Tormes, estando allí Lope de secretario del Duque.

Se pretenderá tal vez deducir de los versos: «Mas ¿quién pudiera imaginar que hallara, volviendo de la guerra, dulce esposa?» alusión al segundo matrimonio de su autor. Pero Lope no contrajo este segundo enlace hasta muchos años después, y la referencia parece hecha a tiempo muy inmediato a su vuelta de la guerra.

Las noticias de la Fama póstuma relativas a la época y al punto del fallecimiento de D.ª Isabel de Urbina, son, a no dudarlo, equivocadas. Esta señora, vivía cuando Lope se embarcó en la Armada Invencible, y murió en Alba de Tormes, por los años de 1591. Así queda ya muy evidenciado de lo que llevamos expuesto, y lo acabarán de demostrar otros datos de que vamos a, servirnos en la relación más evidenciada de estos sucesos.

Según parece inferirse de las palabras de Lope en la notabilísima dedicatoria referida, él y Claudio. Conde partieron desde Valencia a Lisboa. ¿Vinieron por Madrid? No es imposible; mas si Lope estaba desterrado de la carta, ¿es probable que se aventurase a infringir su condena, cuando, por otra parte, nos dice que amaba estos destierros? Sin embargo, la Fama póstuma refiere que salió de Madrid, atravesó toda la Andalucía, llegó a Cádiz y pasó a Lisboa. Alistose de soldado para la expedición a la sombra de su caudillo el Duque de Medina Sidonia. Embarcose con su amigo Claudio, y al recordarlo así el mismo Lope, trae a la memoria «tantos y tan variados accidentes, los peligros de la guerra, de la mar y de tantas ocasiones». Según Montalbán afirma, se embarcó Lope

«con un hermano que tenía alférez y había muchos años que no se veían; placer que también le duró pocas horas, porque en una refriega que tuvieron con ocho velas de holandeses, le alcanzó una bala y murió en sus brazos».



Lope no tiene en sus escritos ni una sola palabra de explícito recuerdo para este desgraciado hermano, que tan gloriosamente pereció sirviendo a su patria.

En medio de los peligros y desastres de aquella campaña naval, nuestro poeta, embarcado en el galeón San Juan,


«Tomando ya la espada, ya la pluma»,



escribió su poema La hermosura de Angélica, en octavas, repartido en veinte cantos, el cual años después limó, dándole a luz en el de 1602. Del ejemplar que fue del mismo Lope traslado las siguientes noticias que en el prólogo estampa:

«Yo, aficionado (al Orlando de L. Ariosto), libre y deseoso de saber lo que adelante le había sucedido a Angélica, hallé que la. mayor parte fue en España, y por comunicarlo a todos los deseosos de aquel suceso, en una jornada de mar, donde con pocos años iba a exercitar las armas, forzado de mi inclinación exercité la pluma, donde a un tiempo mismo el General acabó su empresa y yo la mía Allí, pues, sobre las aguas, entre xarcias del galeón San Juan y las vanderas del Rey Católico, escribí y traduxe de Tarpino estas pequeños cantos, a cuyas rimas puse después la última lima...»33



A principios del siguiente invierno (por Diciembre de 1588) regresaron a España, surgiendo en varios de sus puertos, los destrozados restos de la Armada Lope, según él mismo refiere, desembarcó en Cádiz: allí, hospedado acaso por su deudo, el canónigo de aquella iglesia catedral, terminó el poema que entre el furioso estruendo de las armas y el rugido de las tormentas había improvisado con su numen juvenil y ardiente, y cuyas últimas octavas son, en mi sentir, alusivas a su propia situación:


    «No le sucede menos desventura
que habernos, dulce Angélica, sufrido,
a quien pone su bien en aventura
y deja por ajeno el patrio nido:
el esclavo está aquí de tu hermosura
que jamás con el alma te ha ofendido...34
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Ven, dulce esposa de mi alma y vida,
la más querida prenda de mis ojos...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Paga, divina Angélica, el deseo,
ya que te veo, a tanto amor debido;
mira que he sido de aquel monstruo feo,
que aun no lo, creo, por traición vendido;
de tanto olvido, de tan bajo empleo,
y del trofeo que de mí ha tenido,
culpa al sentido que el hechizo prende,
que quien no entiende que ofendió, no ofende.»



En estos versos, cuyo sentido directo corresponde a la fábula asunto del poema, se vislumbra una humilde y apasionada súplica de Lope a su esposa, muy adecuada a los sucesos que habían motivado la separación de ambos consortes.

Los voluntarios servicios que nuestro poeta acababa de prestar, las recomendaciones que debieron proporcionarle, ya por su mérito propio, ya en justa consideración a la honrosa muerte de su hermano en aquella jornada, y como parece muy probable, el amistoso trato y consiguiente influjo con personas de valimiento que entonces hubo de granjearse, pudieron contribuir a que cesase o se mitigase en algún modo el rigor de su destierro. Consta por su propio testimonio, que pasó desde Cádiz a Toledo: allí hubo de reunirse con D.ª Isabel, de la cual no se separó ya en medio de sus vicisitudes y trabajos, hasta que tuvo la desgracia de perderla tres años después. A esta reconciliación alude, y no es dable interpretarlos de otra manera, aquellos sentidos versos:


    «Y quién pudiera imaginar que hallara,
volviendo de la guerra, dulce esposa?
Dulce por amorosa
y por trabajos cara...»



Ahora, véase el pasaje del libro segundo de La Filomena, donde refiere Lope que desembarcó en Cádiz y pasó de allí a Toledo:


    «Volví desde los blancos Albiones
a la torre famosa del Thebano,
donde puso el Romano eternas inscripciones:
y desde allí a las selvas y montañas
por donde manso y ledo
el Tajo celebrado,
dormido entre mastranzos y espadañas,
pretina de cristal ciñe a Toledo...»



Aquí intercala elogios de algunos ingenios toledanos, y luego continúa:


    «Dije en los altos montes, y los sotos
y valles más remotos
se alegraron de verme;
y el Tajo, donde duerme
con sueño más profundo,
surtiendo plata y perlas
el parabién me daba;
la envidia me miraba
(monstruo el mayor del mundo),
pesándole de verlas,
con ojos retorcidos:
yo siempre con modestia
sufriendo su molestia,
alegré los pastores bien nacidos;
y fui favorecida,
cuando más perseguida,
de aquel a quien el Tormes
humilla entre pizarras
el arrogante pecho,
que ciñen sauces y intricadas parras;
y del valor divino satisfecho,
y las hazañas a la luz conformes
de aquel Alba primera
que ya es planeta de la quinta esfera,
paga tributos fértiles y opimos
Ceres en blanco pan, Baco en racimos.»



Recibido en la Imperial Toledo con afectuosos parabienes de sus amigos y aplausos de los ingenios, es probable que se decidiese a visitar la corte, donde, a despecho de la envidia literaria (de cuya injuria tan expresamente se queja) y de los rencores de sus enemigos, debió lograr no menos lisonjero acogimiento. Volvió entonces al servicio del Duque de Alba; y escudado con tal protección y amistad, a la vez que recomendado por los méritos militares que había contraído y la admiración que excitaban sus talentos, y especialmente sus obras dramáticas, más populares y celebradas cada día, pudo sin duda permanecer algún tiempo en Madrid, aun cuando no se hallase de derecho alzada la prohibición que se le había impuesto.

Durante el período de este primer destierro de Lope (de 1585 a fines de 1583) había continuado siendo cada vez más floreciente el estado de los teatros de Madrid, en los cuales necesariamente habían de representarse las mejores y más famosas obras que de la musa dramática española se ponían por primera vez en escena fuera de la corte, y de estrenarse la mayor parte de las que escribían y daban al teatro los distinguidos ingenios que en ésta residían y formaban su ornato más brillante.35

A esta época se refirió Cervantes, que desde 1584 basta mediados de 1588 vivió, ya en Madrid, ya en el inmediato pueblo de Esquivias, cuando en el interesante prólogo de sus comedias estampa estos párrafos, tan repetidamente mencionados:

«...Se vieron en los teatros de Madrid representar los Tratos de Argel, que yo compuse, la Destrucción de Numancia y la Batalla naval, donde me atreví a reducir las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré, o por mejor decir, fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma, sacando figuras morales al teatro con general gusto y aplauso de los oyentes. Compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese prueba de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silvos, gritas ni baraundas: tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzose con la monarquía cómica: avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes. Llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos; y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las he visto representar, u oído decir, por lo menos, que se han representado...»



Cervantes, como ya indicamos arriba, dejó la corte a mediados de 1588, trasladándose a Sevilla, donde consta que se hallaba el 12 de junio de aquel año. Allí pudo encontrarle nuestro Lope a su regreso de la expedición, si bien Cervantes, ocupado en su destino de comisario proveedor de las flotas de Indias, permanecía largas temporadas fuera de aquella, capital, recorriendo diversos pueblos de Andalucía.

De las terminantes palabras del mismo «...dejé la pluma y las comedias, y entró luego... el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía, cómica...» parece inferirse muy clara y evidentemente, que Lope, aunque ya tan conocido y admirado como autor dramático, no imperó con absoluto, dominio sobre nuestra escena cómica hasta época posterior a la marcha de Cervantes a Sevilla en 1588. Es creíble que por la fecha de que vamos hablando comenzase a dar más fuerte impulso a sus tareas dramáticas, pero nuevas vicisitudes, probablemente debidas a ese mismo impulso, hubieron de servir de rémora y de grande obstáculo a sus trabajos, retrasando algún tiempo más el brillante y dilatado período de su exclusiva dominación como príncipe del Teatro español.

No fundamos estas últimas indicaciones en tal cual vaga conjetura o supuesto arbitrario, sino en noticias dignas de toda fe, como que proceden de legítimos documentos.

El Sr. D. José María de Zuaznávar y Francia36, en su opúsculo titulado: Noticias para literatos acerca de los archivos públicos de la hoy extinguida Sala de Señores Alcaldes de Casa y Corte y del Repeso mayor de Corte. (En San Sebastián; en la imprenta de Ignacio Ramón Baroja; 1834), a las páginas 3 y 4 estampa lo que sigue:

«Por providencia de la Sala, siendo gobernador de ella D. Andrés Valcárcel Dato, Consejero de Castilla, se formó inventario general de las causas criminales que se hallaban en el Archivo de la Sala de Señores Alcaldes de Casa y Corte posteriores al año 1542. Existe todavía bien conservado este inventario, pero en el día no sirve tanto como pudo servir en otro tiempo, porque las causas criminales anteriores al 1700 se vendieron, y ya no se pueden examinar aunque las cita el inventario... Todos saben cuán célebre es entre nuestros poetas Lope de Vega Carpio; pero son también muchos los que ignoran que en 1588 se formó causa a este escritor de comedias, por haber trabajado ciertas sátiras contra varios cómicos, y que el año de 1596 se le formó otra por amancebamiento con D.ª Antonia Trillo



¿Quién era esta dama? ¡Sensible pérdida la de esos documentos legales que tan preciosos datos y documentos encerrarían... La adquisición que mi buena suerte acaba de depararme, de un ejemplar de la primera y rarísima edición del Isidro, poema de Lope, impreso en Madrid, año de 1599, me proporciona un curioso indicio, que, al actual propósito, no puede menos de ser consignado y tomado en cuenta.

Entre las composiciones escritas por diversos ingenios en loor y panegírico de Lope al frente de dicho poema, se encuentran (a continuación de una décima de doña Isabel de Figueroa) dos quintillas de cierta D.ª Marcela Trillo de Armenta.37 Examinadas tres de las subsiguientes ediciones antiguas del mismo libro, a saber: la segunda de Madrid, 1602; las de Barcelona, 1608, y la de Madrid, 1613, obsérvase en ellas suprimido en el epígrafe de las dos expresadas quintillas, el nombre de doña Marcela Trillo de Armenta, y en su lugar, repetido, el de D.ª Isabel de Figueroa, autora de la décima que las precede. Habíase estampado, como ya dijimos, en la Arcadia, año de 1598, un soneto de doña Marcela de Armenta, en el cual, aludiendo a la verdad que se oculta bajo aquella ficción pastoril, dice:


«Testigo he sido desta dulce historia.»



Ahora bien: D.ª Marcela de Armenta se hallaba en Alba de Tormes y en el palacio del Duque de Alba, donde asimismo estaba Lope, cuando allí ocurrieron los sucesos amorosos que disfrazadamente refiere la Arcadia. El primer apellido de esta D.ª Marcela era Trillo; suprimido en el epigrama de su soneto a la Arcadia, aparece, imprecavidamente acaso, en el de las quintillas del Isidro, en su primera y más autorizada edición. Reimpreso este poema cuando Lope trataba con la desconocida Lucinda, año de 1602, bórrase del todo nombre de D.ª Marcela, y borrado sigue en varias ediciones posteriores. Lope escribía el Isidro en 1596, fecha cabalmente el proceso que se le formó por sus relaciones ilícitas con D.ª Antonia de Trillo. A la hija natural que tuvo años después (de D.ª María de Luján, y en el año de 1605, según afirma Baena) puso el nombre de Marcela.

Consecuencia, si meramente conjetural, en extremo probable. D.ª Marcela Trillo de Armenta o bien era la misma querida de Lope que dio motivo a su procesamiento en 1596, y cuyo nombre de pila ha podido tal vez ser transcrito equivocadamente, ya por Zuaznávar, ya en el mismo inventario original, o bien alguna otra señora que con ella tuviese cercano parentesco. La causa formada a Lope de Vega en 1588, documento perdido gracias a la vandálica determinación en virtud de la cual se vendieron los criminales anteriores a 1700 que se guardaban en el archivo de la Sala de Alcaldes contendría indudablemente preciosas noticias. Lo que resta de ella nos ofrece un dato singularísimo del cual pudiera deducirse alguna conexión entre el hecho que motivó ese proceso y el dicho de Cervantes cuando expresa que Lope avasalló y puso debajo de su jurisdicción a, todos los actores cómicos. El suceso no pudo tener lugar sino en los primeros o en los últimos meses del año de 1588; y como es por extremo dudoso que en la primera de esas dos épocas entrase Lope en Madrid, debe con mayor probabilidad referirse a la segunda.

Este segundo procesamiento del insigne poeta hubo de ser ocasión a que se renovasen las anteriores providencias judiciales contra él expedidas, y es de creer que en consecuencia se produjese la de su destierro de la corte. A esta nueva persecución por la justicia debió, pues, aludir cuando en los versos que últimamente hemos copiado, cantó por boca de la parlera Filomena:


    «Y fui favorecida,
cuando más perseguida,
de aquel a quien el Tormes
humilla entre pizarras
el arrogante pecho.»



En su favor interpondría el Duque de Alba su valimiento, y entonces hubo de salir Lope de Madrid en compañía de su esposa, para residir en Alba de Tormes donde aquel magnate pasaba largas temporadas de recreo. Si tienen algo de exacto y aproximado a la verdad las conjeturas que acabamos de hacer con fundamentos y razones tan atendibles, a esta nueva salida de Lope de la corte y a los viajes que pudo emprender en aquel tiempo recorriendo diferentes posesiones y estados del Duque, aludirán quizás aquellos versos de la Égloga a Claudio en que habla de su peregrinación durante siete años (computados tres los de su primer destierro), hasta que perdió a su esposa en Alba. Cuyos versos concuerdan admirablemente con uno, de los pasajes de La Dorotea que juzgamos autobiográficos.

Continuando Lope al servicio del Duque y siguiéndole en sus excursiones, tenía sin duda, alguna su más habitual residencia en Alba de Tormes. Llegamos al caso de probar, contra la autoridad de Montalbán, demasiado respetada por los biógrafos, que en Alba, por los años de 1591 al 92 perdió nuestro poeta a su primera esposa D.ª Isabel de Ampuero Urbina y Cortinas.

La estrofa que poco antes hemos citado, y va ya transcrita, de la Epístola de Lope a Claudio Conde, terminantemente dice:


    «Mi peregrinación áspera y dura
Apolo vio, pasando siete veces
del Aries a los Peces,
hasta que un ALBA fue mi noche oscura.
¿Quién presumiera que mi luz podía
hallar su fin donde comienza el día?»



En la Epístola al Rmo. Sr. D. Fr. Plácido de Tosantos, Obispo de Oviedo, del Consejo de S. M. (inserta en La Circe, 1624), escribió Lope estos versos:


    «Cuando vos ilustrábades el Tormes,
Apolo en su Academia, por el voto
de tan raros ingenios uniformes,
    yo cerca al eco en Alba tan devoto
era de vuestras letras y virtudes
que llegaban al polo más remoto,
    que con bien empleadas inquietudes
os deseaba ver, sufriendo en vano
tantas de vuestro amor solicitudes.
    Después que os hizo el tiempo cortesano,
y yo del duque Antonio dejé el Alba,
padeciendo mi sol eclipse humano
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
    Os vi en el templo a cuyo dueño aplican
la sacra mitra y la marcial espada,
que acciones tan distintas significan.»



En sentido figurado habla el poeta, en ambas composiciones, del caso a que nos referimos; pero no puede ser más explícito. Su peregrinación duró dos años: al cabo de ellos, Alba de Tormes fue su oscura noche; allí tuvo fin su luz; padeció su sol eclipse humano. Recuérdese el pronóstico de César en la Dorotea:

«...el fin de esta prisión os promete destierro del Reino; poco antes de lo cual serviréis una doncella, que se ha de inclinar a vuestra fama y persona, con quien os casareis, con poco gusto de vuestros deudos y los suyos: ésta acompañará vuestros destierros y cuidados con gran lealtad y ánimo para toda adversidad constante: morirá a siete años deste suceso, con excesivo sentimiento vuestro: daréis vuelta a la corte...»38



Donde se ve, como notamos arriba, la más completa conformidad con los versos a Claudio respecto de la duración de las peregrinaciones de Lope y del tiempo en que murió su esposa, y con los dirigidos al obispo, Tosantos, por lo que hace relación a la vuelta del mismo Lope a la corte después de aquel triste suceso.

Véase, por último, la prueba más irrecusable y decisiva.

Incluyó Lope de Vega en la Filomena dos interesantes cartas que dirigió «a un señor destos Reinos» en contestación a otras dos que acerca de la nueva poesía y de los culteranos poemas de Góngora le escribió aquel anónimo caballero. En la segunda de dichas cartas se expresa nuestro poeta en los términos que siguen:

«Obedeciendo a V. E., le envío... esa égloga de Pedro de Medina (Medinilla), un hidalgo que conocí en servicio de D. Diego de Toledo, (aquel caballero gallardo y desgraciado que mató el toro, y hermano del Excmo. Sr. Duque de Alba). Esto sólo hallé de lo que escribió de edad de veinte años...39 Busqué algunas obras de Pedro de Mendoza... de Pedro Laynez, Marco Antonio y otros, y aunque las hallé, no tan corregidas como ésta, porque estaba de propia mano y escrita a la muerte de prenda tan mía y tan amada como D.ª Isabel de Urbina. V. E. la lea, que yo pienso que la he pasado más veces que tiene letras...»



A continuación inserta, en efecto, la égloga en la, muerte de D.ª Isabel de Urbina, de Pedro de Medina (Medinilla), al Excmo. Sr. D. Antonio de Toledo y Beamonte, Duque de Alba. Sus interlocutores son Lisardo y Belardo (Lope). Nótense de ella los pasajes siguientes:




[...]
Al pie de la ancha cava
que baña el cano Tormes,
de aquella Alba gloriosa,
por sus dueños famosa,
lloraban dos pastores,
tan conformes, que el llanto de Lisardo
duplicaba los ecos de Belardo
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
¡Oh Tormes riguroso
que con tal desatino,
pusiste luto y sombre a nuestro polo!
Vive de ti quejoso
Belardo aquel divino,
honra del claro Tajo y luz de Apolo,
aquel único y solo
que tus islas de arena
celebró tantas veces,
que escucharon tus peces
Su dulce lira y pastoral avena;
cuando él te honraba, ¡ay triste!
Lo que más adoró, tierra volviste.
Si algún ¡pastor curioso
quisiere entre sus buenos
saber quién fue su Elisa, esta pastora,
lo más está dudoso,
mas diciendo lo menos,
fue noble, fue discreta, fue señora
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Así Tormes mejores
de templanza y de cielo,
que yace en ti olvidada
la más pura y amada
beldad que supo amar en mortal velo.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Fue de Belardo vida,
y a sus fortunas fuerte
estuvo siempre, como al mar la roca.

Belardo

    ¿Cómo, fingido Tormes, es buen trato
burlar al peregrino y al que trata
de hacer, su patria tus ajenos valles?
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
¿Qué te había hecho el Tajo, por ventura,
o qué nuestro Salicio a tus Albanos,
si no es cantar sus glorias y despojos?40
¿Qué te hizo mi luz potente y pura,
si no es acrecentarte por los llanos
derritiendo las nieves con sus ojos?
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
¡Oh qué noche tan larga se me ofrece,
larga, obscura y helada,
que un Alba puse en Alba, y no amanece!
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Sin lumbre quedo en Alba,
esperando la muerte que me alumbre.
[...]



Búsquese, pues, en Alba de Tormes, si allí se conservan libros parroquiales del siglo XVI, la partida de óbito de D.ª Isabel de Urbina.

El deseo de mitigar en algún modo los dolorosos recuerdos de tan sensible pérdida, movió a nuestro Lope a trasladarse entonces a la corte par algún tiempo, sin dejar todavía (como pudiera creerse) su destino en la casa del Duque de Alba. Sin embargo, muy en breve renovó y acrecentó su sentimiento una nueva pérdida: la de su hija Teodora, hermosa niña que murió antes de llegar a un año de edad. Lope la lloró en dos composiciones poéticas que publicó en 1602, y a las cuales debemos estas noticias.41 A no dudarlo, había tenido, a quien llama retrato de su Belisa y consuelo de sus destierros, algunos otros hijos de su enlace con doña Isabel, que tampoco llegaron a lograrse.42



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