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1

Peter Gay: The bourgeois experience: Victoria to Freud, vol. 3: The cultivation of hatred (Nueva York: Norton, 1984-c1998).

 

2

La frase de Trotsky citada en Octavio Paz: Los hijos del limo; del romanticismo a la vanguardia, 2.ª ed. (Barcelona: Seix Barral, 1974).

 

3

En estas tertulias, munidos de extraños instrumentos musicales, en teatros, o encaramados en estatuas y otros dispositivos del ornato público a los que se empleaba como estrados primero y como parapetos enseguida (pues el público respondía, como mínimo, a tomatazos), Marinetti desplegaba una cuidada selección de frases, todas ellas tendientes a burlarse de aquello que para la ciudad o el pueblo que los recibía constituyese lo más sagrado. La tradición más valorada localmente sería la más ridiculizada. Estos episodios artísticos terminaban siempre en grandes tumultos, quizá con algunos de los participantes detenidos en la comisaría, mientras Marinetti renovaba su credo, que en este punto consistía precisamente en lograr ser silbado, rechazado y agredido, demostrando con ello el impacto ideológico y artístico de su trabajo ante un público normalmente ignorante.

La semejanza entre la actitud de los futuristas (y el lugar de la literatura y el arte escénico como vehículo verbal de esa actitud) no puede desarrollarse en este espacio, pero es patentemente similar, en forma y espíritu, a la que subyace a la composición de los textos de Herrera y Reissig, y sobre todo a la de Roberto de las Carreras al irrumpir en el Ateneo para dispersar un acto político contra el divorcio organizado por el legislador Amaro Carve, o la de entrar en el velorio de una señora de alta sociedad muerta violentamente y arrojar volantes mientras se lee un poema ante el cadáver, o la de Aurelio Del Hebrón irrumpiendo en 1910 en el entierro de Herrera y Reissig para pronunciar la última diatriba que el poeta generó (post mortem), y Del Hebrón mediumnizó ante sus amigos y demás asistentes.

 

4

Que las fuentes que manipuló Herrera para construir este ensayo no habían sido históricamente simpáticas a la poesía queda claro apenas uno se arrima a examinar los esquemas que organizaron la lucha de ideas en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX. Uno de los escasos autores que en los últimos ochenta años han estudiado la revolución que significó entonces el evolucionismo en sociología y antropología, considera que esta tendencia positivista ha obligado a los poetas a una defensa de valores aparentemente contrarios desde al menos el siglo XVII: «En un contexto más amplio que la teoría política, es posible, por cierto [...] presentar la historia intelectual de Inglaterra desde el siglo XVII, como una batalla por la supervivencia, librada por aquellos que deseaban dar a la emoción y la espontaneidad el espacio que les corresponde, defender la intuición como fuente válida de conocimiento, ver a la tradición como una justificación válida, y a la vida de la imaginación como algo más que unas vacaciones de la realidad, en contra de un positivismo que todo lo erosionaba». J. W. Burrow (John Wyon): Evolution and society: a study in Victorian social theory (Londres: Cambridge U. P., 1966): 1.

 

5

Marta de la Vega ha argumentado persuasivamente sobre diferencias fundamentales existentes entre la filosofía de Spencer y la de Comte, esta última el positivismo, y acerca del error potencial de asociarlas acríticamente, incluyendo -como se ha hecho en la historia de las ideas latinoamericana- al inglés dentro de una filosofía positivista de la que se mostró explícitamente apartado. La inercia terminológica conspira, como es natural, contra la tesis de la autora citada. Véase para esto Marta de la Vega: Evolucionismo versus positivismo. Caracas: Monte Ávila Editores y Latinoamericana, 1998.

 

6

La lista y la importancia de los nombres de los positivistas de México al sur es larga, y sorprendente quizá por el grado en el cual están olvidados muchos de ellos. Desde lo que Zea llama «los precursores» -Sarmiento y Alberdi en Argentina, José María Luis Mora en México, José Victoriano Lastarria en Chile y Arosemena en Panamá- a las sucesivas generaciones propiamente llamadas positivistas: Miguel Lemos, Raimundo Teixeira Mendes en el Brasil, Gabino Barreda, Justo Sierra en México, Luis Lagarrigue, Valentín Letelier en Chile, Salvador Camacho, Rafael Núñez en Colombia, Alfredo Ferreira o José María Ramos Mejía en Argentina, Ángel Floro Costa, José Pedro Varela o Martín C. Martínez en el Uruguay, Mariano Cornejo, Javier Prado y Ugarteche o Manuel Villarán en el Perú, Alcides Argüedas en Bolivia, César Zumeta o Laureano Vallenilla en Venezuela, Enrique José Varona en Cuba, Eugenio María de Hostos en Puerto Rico..., todos miembros de la primera oleada fuerte de publicaciones en ese sentido. La lista es mucho más larga, no obstante, y debe aumentarse aquí, al menos, mencionando a los autores que escribieron en la misma línea, aprovechando ya la experiencia de los anteriores, en el cambio de siglo y primeras dos décadas del XX, entre ellos los argentinos Carlos Octavio Bunge, Agustín Álvarez, Alfredo Colmo, José Ingenieros en Argentina, Porfirio Parra en México, Rafael Villavicencio en Venezuela. Habrá, todavía, un positivismo tardío -y ya con un espíritu muy distinto al de los precursores y los autores del período «clásico»-, con publicaciones como las del boliviano Ignacio Bustillo o los ecuatorianos Julio Endara o Belisario Quevedo en la década de 1920, o las de Lucas Ayarragaray en Argentina, en los años treinta. Véase Pensamiento positivista latinoamericano. Compilación, prólogo y cronología de Leopoldo Zea; traducciones de Marta de la Vega, Margara Russotto y Carlos Jacques (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1980).

 

7

Para un análisis contemporáneo del fenómeno positivista en América, véase Oscar Terán: Positivismo y Nación en la Argentina; con una selección de textos de J. M. Ramos Mejía... [ et al.]. (Buenos Aires: Puntosur, 1987).

 

8

Hugo Edgardo Biagini: Filosofía americana e identidad: el conflictivo caso argentino (Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, c1989): 3. Al mismo tiempo, Real de Azúa cree ver que no hubo elaboración americana en cuanto a las ideas predominantes en el continente en ese período. «Doctrinas hay, que han influido hondamente, sin una perceptible o recordable elaboración por nuestra parte. ¿La han tenido, acaso, el biologismo evolucionista, o el organicismo sociológico?», En «Ambiente espiritual del 900», Número, año II, n.º 6-7-8 (enero-junio 1950): 15-36 [17].

 

9

Ramos Mejía: Historia de la evolución argentina (Buenos Aires: Librería La Facultad de Juan Roldán, 1921): 3-4.

 

10

Ídem, 17.