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Palabras que permanezcan [Fragmento]

Elvio E. Gandolfo





Junto con Antonio Di Benedetto, Héctor Tizón y Juan José Saer, el novelista y cuentista argentino Daniel Moyano ha ido elaborando tenazmente una obra básica para la comprensión del país vecino. Nacido en Buenos Aires en 1930, Moyano se trasladó tempranamente a Córdoba, donde transcurrió una infancia que sustenta muchos de sus cuentos y alguna novela (Una luz muy lejana), habitándolos de familias numerosas jaqueadas por la pobreza y el cariño que lucha por expresarse. Por último se asentó en La Rioja, donde transcurrieron los últimos 17 años pasados en Argentina, antes de trasladarse a España en 1976.



-¿Cuánto tiempo hace que vive en España?

Aunque hace seis años, yo siempre digo que son doce. Los cuento doble por dos razones. Una se relaciona con el tiempo: yo estaba acostumbrado a que en enero fuese verano y tomara mis vacaciones anuales, que coincidían con las fiestas y eso me daba la medida del año transcurrido. Aquí las fiestas y el verano se separan, tenemos primero la navidad a fin de año y luego el verano en agosto. Y es como si el año acabara dos veces en el año. La otra se relaciona con un destino de fronteras o de lugar poco saludable. En una época los maestros que enseñaban en el sur inhóspito se jubilaban antes, un año se les contaba por dos. Y como todo exilio es inhóspito, entonces yo también cuento dobles estos años.

-¿Qué importancia tiene en su mundo creativo el hecho de ser violinista?

Yo tocaba el violín en La Rioja digamos que por obligación, porque éramos solamente dos violinistas y se había formado un Cuarteto. Antes tocaba sólo para mí, el violín me ayudaba a leer ese idioma que es la música. Cuando hizo falta un violista (y en La Rioja no había ninguno) me pasé a la viola. Tocamos durante quince años, dando conciertos para la provincia y provincias limítrofes. Más tarde el Cuarteto se convirtió en Orquesta de Cámara, bajo la dirección de un Quijote de Buenos Aires que se llamaba José Rodríguez Fauré. Duró un par de años, no había presupuesto. La música me enseñó a comprender que las palabras son sobre todo sonido y esto me abrió perspectivas expresivas. Me llevó, últimamente, a insertar la oralidad, buscando un discurso que, como los sonidos, ocupara un lugar en el tiempo y el espacio. En una novela que terminé hace pocos días intento que las palabras queden sonando en el lector, que se conviertan en cuerpos vibratorios con altura y timbre. También me enseñó que las tonaditas del interior del país pueden reflejarse en la escritura, y que esto musicaliza la lengua y le da más variedad. Los cuentos de Tizón, por ejemplo, o de Antonio Di Benedetto, suenan, para mí en jujeño y mendocino.

-¿Cómo comenzó su interés por la escritura?

Mi abuelo materno, que era italiano, José Bellini, era músico y poeta a su modo. Él me llenó la cabeza de estas cosas, cuando yo tenía diez años. Él tocaba el acordeón en los casamientos y componía versos de ocasión. Como el castellano le costaba un poco, a veces me pedía que le ayudara a encontrar una rima. Cuando se puso muy viejo, tocaba en los boliches y yo hacía de lazarillo, pasaba el sombrero. Jugábamos juntos con palabras y sonidos. Cuando él se murió, seguí jugando solo.

-¿Encara de modo distinto la escritura de cuentos y de novelas?

El cuento, como define Cortázar, es una fotografía. Se trata de ver una foto en la realidad, encuadrar bien, clic, y listo. La novela es un largometraje, lleva meses y a veces años de maduración y durante ese tiempo hay que aguantar a los personajes, saber en qué momento están los suficientemente maduros para hacerles clic y fijarlos para siempre.

-¿Qué versión tiene de la literatura latinoamericana en general y de la argentina en particular?

Pregunta para un especialista, claro, es un tema que los críticos saben exponer muy bien. De la literatura latinoamericana, en general, pienso que es una búsqueda de identidad, un instrumento de investigación que reemplaza una filosofía y una ciencia que todavía no hemos desarrollado bien. En cuanto a la argentina, que convendría llamar rioplatense por razones obvias que todos conocemos, históricas y espirituales como los del Cono Sur tenemos menos identidad que los mexicanos o peruanos por ejemplo, aquí aparte de buscar la identidad hay que ir inventándola. Me interesan los autores generativos, creadores de mundos que pesan y gravitan, y generan otros. Los nombres son muchos. Onetti, Rulfo, Cortázar. Y poetas como Juan Gelman, por ejemplo.





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