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Para la historia textual de la obra de Antonio Machado, una primera versión del poema «Campos de Soria», y otra del texto en prosa «Gentes de mi tierra»

Ignacio Soldevila Durante

En la edición primera que de su poemario Campos de Castilla hizo Antonio Machado en 1912, el breve poema titulado «Noche de verano» aparece con el número CXI, no lejos del muy conocido «Campos de Soria», que lleva el CXIII, y que se da como aparecido por vez primera en dicho poemario. Los estudios y ediciones que de estos poemas se han hecho, han partido de tal hipótesis, así como de la avanzada por Antonio Sánchez Barbudo, según la cual «Noche de verano» habría sido escrita antes del matrimonio de Machado y Leonor, es decir, hacia 19081. Por tanto, mediaría entre ambos poemas una distancia de cuatro años. Biruté Ciplijauskaité, en un excelente trabajo sobre «Las sub-estructuras en Campos de Castilla» también ha tenido en cuenta tales dataciones al hacer un estudio comparativo2.

Esta diferencia de cuatro años entre «Noche de verano» y «Campos de Soria» queda, no obstante, contradicha y sin fundamento a partir del examen de una primera versión del poema CXIII que hasta ahora no había sido descubierta por los estudiosos de Machado, y que hemos encontrado, junto con otros textos machadianos, en el despojo de una publicación periódica hasta ahora descuidada por los investigadores.

En efecto, La Tribuna, diario madrileño que había visto la luz en febrero de 1912, buscó para su lanzamiento la colaboración de las más prestigiosas firmas literarias del momento, y abrió sus puertas a la colaboración de poetas, narradores y críticos literarios. Sus crónicas de teatro fueron asumidas por Enrique de Mesa, y el lápiz de Bagaría dio mordacidad a sus páginas. Ya hemos señalado en un reciente artículo para Ínsula el incidente entre Valle-Inclán y el caricaturista, a propósito del estreno de La Marquesa Rosalinda. De la joven generación de escritores, Tomás Borrás formó parte del cuerpo de redactores, y tras él su íntimo amigo Ramón Gómez de la Serna pudo ir publicando, cada vez con mayor frecuencia, sus greguerías y apostillas a la vida cotidiana.

Dentro de esa tónica culturalista de los comienzos de La Tribuna se inscribe la publicación de algunos textos de los hermanos Machado, que son el objeto de nuestra colaboración. En la primera página del número del 25 de febrero aparece, bajo el epígrafe de Cancionero, y sin otro título, el poema de Antonio Machado, alusivo, muy probablemente, a los sentimientos desencadenados en el poeta por la enfermedad de Leonor, quien, por esas fechas, aún no lleva recorrida la mitad de su acelerada y fatal carrera hacia la muerte. He aquí la versión de La Tribuna, que no varió en Galerías (LXXXVI):

Eran ayer mis dolores

como gusanos de seda

que iban labrando capullos;

hoy son mariposas negras.

¡De cuántas flores amargas

he sacado blanca cera!

¡Oh, tiempo en que mis pesares

trabajaban como abejas!

Hoy son como avenas locas

o cizaña en sementera,

como tizón en espiga,

como carcoma en madera.

   ¡Oh, tiempo, en que mis dolores

tenían lágrimas buenas,

y eran como agua de noria,

que va regando una huerta!

Hoy son agua de torrente

que arranca el limo a la tierra.

   Dolores que ayer hicieron

de mi corazón colmena

hoy tratan mi corazón

como a una muralla vieja:

quieren derribarla, y pronto,

al golpe de la piqueta.



En la edición del 2 de marzo, y de nuevo bajo el epígrafe de Cancionero, con el que también se han publicado poemas de otros autores (el 27 de febrero, por ejemplo, su hermano Manuel ha publicado «Febrerillo el loco» en dicha rúbrica), aparece una primera versión del poema «Campos de Soria», con el título «Tierras de Soria», que transcribimos subrayando las variantes con respecto a la edición de Campos de Castilla, y en el que aparece como sexta parte del mismo lo que en el libro será poema autónomo -el numerado CXI- con el título de «Noche de verano» y que, mientras no aparezca otra versión anterior, debe considerarse desde ahora como coetáneo a «Campos de Soria» y de él desgajado.

Tierras3 de Soria

I

   Es la tierra de Soria árida y fría

por las estepas4 y las lomas5 calvas,

verdes pradillos, cerros cenicientos,

la primavera pasa

dejando entre las hierbas olorosas

sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.

Al espirar6 Abril están nevadas

las crestas de los agrios serrijones7,

al caminante lleva en su bufanda

cubiertos8 cuellos y boca, y los pastores

pasan envueltos en9 sus luengas capas.

II

   Las tierras labrantías

como retazos de estameñas pardas,

el huertecillo, el abejar, los trozos

de verde obscuro en que el merino pasta

entre plomizos peñascales siembran

el sueño alegre de infantil arcadia.

En los chopos lejanos del camino

parecen humear las yertas ramas

como un glauco vapor -las nuevas hojas-

y en las quiebras de valles y barrancas

blanquean los zarzales florecidos,

y brotan las violas10 perfumadas.

III

   Es el campo undulado y los caminos

ya ocultan sus11 viajeros que cabalgan

en pardos borriquillos;

ya al fondo de la tarde arrebolada

elevan las plebeyas figurillas

que el lienzo de oro de la tarde12 manchan.

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo

desde los picos donde habita el águila

son tornasoles de carmín y acero,

llanos plomizos, lomas plateadas,

circuidos por montes de violeta

con las cumbres de nieve sonrosada.

IV

   ¡Las figuras del campo sobre el cielo!

Dos lentos bueyes aran

en un alcor cuando el otoño empieza

y entre las negras testas doblegadas

bajo el pesado yugo

pende un cesto de juncos y retamar13

que es la cuna de un niño.

Tras de la yunta marcha14

un hombre que se inclina hacia la tierra

y una mujer que en las abiertas zanjas

arroja la semilla.

Bajo una nube de carmín y llama

y en el oro fluido y verdinoso

del poniente las sombras se agigantan.

V

   La nieve. En el mesón al campo abierto

se ve el hogar donde la leña humea

y la olla al hervir borbollonea.

El cierzo corre por el campo yerto,

alborotando en blancos torbellinos

la nieve silenciosa.

La nieve sobre el campo y los caminos

cayendo está como sobre una fosa.

Un viejo acurrucado tiembla y tose

cerca del fuego; su mechón de lana

la vieja hila y una niña cose

verde ribete a su estameña grana.

Padres los viejos son de un arriero

que caminó sobre la blanca tierra

y una noche perdió ruta y sendero

y se enterró en las nieves de la sierra.

En torno al fuego hay un lugar vacío

y en la frente del viejo de hosco ceño

como un tachón sombrío

-tal el golpe de un hacha sobre un leño-.

La vieja mira al campo cual si oyera

pasos sobre la nieve. Nadie pasa.

Desierta la vecina carretera,

desierto el campo en torno de la casa.

La niña piensa que en los verdes prados

ha de correr con otras doncellitas

en los días azules y dorados

cuando crecen las blancas margaritas.

VI

   Es una hermosa noche de verano.

Tienen las altas casas

abiertos los balcones

del viejo pueblo a la anchurosa plaza.

En el amplio rectángulo desierto

bancos de piedra, evónimos y acacias

simétricos dibujan

sus negras sombras en la arena blanca.

En el cénit la luna, y en la torre

la esfera del reloj iluminada.

Yo en ese viejo pueblo paseando

solo, como un fantasma.

VII

   Soria mística y guerrera

de vieja estirpe cristiana,

fue hacia Aragón barbacana

de Castilla en la frontera15.

¡Soria fría, «Soria pura»,

cabeza de Extremadura,

con tu16 castillo roquero

arruinado sobre el Duero;

Con tus17 murallas roídas

y tus18 casas denegridas;

muerta ciudad de señores

guerreros19 y cazadores;

de portones20 con escudos

de cien linajes hidalgos,

y de famélicos galgos,

de galgos flacos y agudos

que pululan

por las sórdidas callejas!,

y a la medía noche ululan

cuando graznan las cornejas.

Soria fría. La campana

de la Audiencia dio la una21.

Soria, ciudad castellana,

¡tan bella!... bajo la luna.



Aquí termina esta primera versión del poema. Sin las partes séptima, octava y novena que, por su cambio de perspectiva y el nuevo tono de último adiós que las caracteriza, deben considerarse añadidas tras la muerte de Leonor en agosto y su decisión de no volver a Soria. Esta colaboración con La Tribuna será la última. La primera, del 20 de febrero de ese mismo año de 1912, había sido una prosa narrativa titulada «Casares», y que ha sido recogida con título distinto y en una versión remodelada considerablemente, por Guillermo de Torre y Aurora de Albornoz en Obras. Poesía y prosa22. Es de subrayar que los estudiosos mencionados, al publicar dicho texto con el título de «Gentes de mi tierra», no dan ninguna indicación sobre el lugar o la fecha de publicación de la misma. No nos parece demasiado arriesgado considerar la versión de La Tribuna como anterior, dadas las características de amplificación, generalización y pulimiento que tiene la que se ofrece en el tomo de 1964. Para facilitar el cotejo de ambas versiones, las ofrecemos ambas en columnas paralelas.

Post-scriptum: Luis Rosales, en el ABC del 11 de junio de 1988, posiblemente inducido por la arraigada hipótesis de Sánchez-Barbudo y por el tono y contenido de las tres últimas unidades poéticas, insiste en que «Campos de Soria» fue escrito «probablemente en París y de manera indudable alejado de Soria». A la luz de esta primera versión, se ratifica el segundo aserto sólo para las secciones añadidas, pero ya no resulta necesaria para las seis primeras, en las que está ausente esa distanciación propia a las posteriores. Habrá que fechar éstas después de febrero de 1912 y, seguramente, tras la muerte de Leonor y la salida de Machado hacia Madrid.

Gentes de mi tierraCasares

Durante el tiempo que he vivido en París, más de dos años, por mi cuenta, he tratado pocos franceses, pero en cambio he podido observar algunos caracteres de mi tierra.

Una tarde que me encontraba en París tomando cerveza con mi amigo el poeta Rubén Darío, en la terraza de un café del «Quartier», se me acercó un hombre cuya traza no me era desconocida y a quien, sin embargo, yo no acertaba a reconocer.

La mayoría de los españoles que he conocido en Francia son gentes para quienes se cerró la frontera española. Algunos abandonaron la patria perseguidos por delitos políticos, los más son desertores del ejército; no faltan golfos, que se dicen bohemios y, entre ellos, espíritus inquietos y hombres de fantasía para quienes la suerte de vivir en París compensa de no pocas fatigas. Generalmente, estos emigrados españoles vienen de las grandes ciudades: Madrid, Barcelona, Valencia... Pero también he conocido en París gente provinciana, de capitales de tercer orden, cuyas vidas me interesaron mucho por lo castizas.

-¿No se acuerda de mí?... Y como yo no le contestara, añadió: Casares.

Una tarde que conversaba en un café del Quartier con un amigo mío, se me acercó un joven a quien yo no acertaba a reconocer, pero a quien sin duda había visto en alguna parte.

Era un joven alto y delgado, de rostro imberbe, de ojos verdes, inquietos y sin cejas. Vestía un gabán bastante raído.

-¿No se acuerda de mí?... Casares.

En efecto, yo había conocido a Casares en una pequeña capital de provincia, hacía ya diez o doce años.

Era un hombre delgado, de rostro imberbe, con ojos verdes inquietos y sin pestañas. Llevaba un sombrero hongo y abollado y un gabán bastante raído.

Casares era entonces un muchachuelo bastante presumido que redactaba un periódico conservador titulado El Avisador de X, sostenido por el cacique de la comarca. Casares se peleó con el cacique, ignoro por qué causa, y fundó El Desmoche, periódico radical, furibundo defensor de los intereses del pueblo.

En efecto, yo había conocido a Casares en una pequeña capital de provincia hacía ya ocho o diez años. Casares entonces era un jovenzuelo bastante presumido, que dirigía un periódico titulado El Eco de X, que sostenía el cacique de la comarca. Casares se peleó con el cacique y fundó entonces El Desmoche, furibundo defensor de los intereses del pueblo.

Aquel papelucho fue el terror de la ciudad. En él arremetía Casares contra todo el mundo; denunciaba el juego del casino, los chanchullos de la Hacienda, las piraterías de los usureros. Durante los primeros meses respetó a los curas, temeroso de una excomunión del obispo que le hubiese privado de suscriptores; pero los curas lanzaron a su vez un periodiquillo titulado El Triunfo de la Fe y arremetieron a Casares. Casares entonces embistió fieramente a los curas. Entre ambos papeles se entabló una lucha enconada.

El Desmoche fue el terror de la ciudad. En él arremetía Casares contra el alcalde, el gobernador, los concejales, los magistrados; denunciaba el juego del Casino, los chanchullos de la Hacienda, las piraterías de la usura y sacaba todo lo feo escondido a la vergüenza pública. En los primeros números Casares respetaba a los curas, temeroso de una excomunión del obispo, que le privase de lectores, pero los curas, que redactaban otro periodiquillo titulado El Triunfo de la Fe, se metieron con El Desmoche, y Casares entonces embistió fieramente contra El Triunfo de la Fe.

Casares combatía sin tregua a un canónigo de la catedral, director y redactor de El Triunfo de la Fe. No citaba su nombre por miedo a querellas criminales; pero lanzaba toda suerte de dicterios a un supuesto don Judas Chupalcuzas. El canónigo le pagaba en igual moneda, poniendo como un guiñapo a un imaginario Tiberio Lechuguino. Merced a este ardid se machacaban y fundían recíprocamente, sin que nadie pudiera prever el fin de aquella lucha.

Entre ambos papeles se entabló una lucha enconada. El Triunfo de la Fe encabezaba su editorial con palabras de este jaez: «Cuando una repugnante larva, un sucio gusarapo entre la baba infecta y el inmundo lodo...» Y El Desmoche respondía: «Si en la sagrada cátedra vierais aparecer una mula sarnosa, llena de esparavanes...» La mula a que El Desmoche aludía era canónigo, director y redactor de El Triunfo, y la repugnante larva de que hablaba El Triunfo, mi amigo Casares. No se citaban nombres para eludir querellas criminales y, de este modo, el rojo y el negro se machacaban a su sabor. Pero al pobre Casares se le fue un día la pluma y estampó en El Desmoche el nombre del canónigo, acompañado de unos cuantos piropos. El canónigo entonces le llevó a los tribunales, y Casares fue condenado por injuria y calumnia y desterrado de la provincia.

Decía El Triunfo de la Fe: «Cuando una repugnante larva, un sucio gusarapo, entre la baba infecta y el inmundo lodo...» Decía El Desmoche: «Si en la sagrada cátedra vierais aparecer una mula sarnosa, llena de esparavanes...»

Los curas quedaron dueños del campo. Casares lanzó el último número de su Desmoche y desapareció de la capital con las palabras que puso Zorrilla en boca de Don Pedro el Cruel:

...Volveré algún día
y ¡ay del que entonces a aparecer se atreva!

A Casares se le fue un día la pluma y citó el nombre del canónigo. El canónigo entonces lo llevó a los tribunales y Casares fue condenado por injuria y calumnia a dos años de destierro.

Y éste era el hombre que tenía delante de mí. Pero Casares no era ya el joven presumido y decidor que yo había conocido. El tiempo hizo de él un hombre reservado y sombrío. Al descubrirse para saludar noté que tenía la cabeza calva.

Los curas quedaron dueños del campo. Casares lanzó el último número de El Desmoche y desapareció de la capital.

Y éste era el hombre que tenía delante de mí.

-Siéntese y tome algo, amigo Casares -le dije.

-Siéntese y tome algo, amigo Casares, le dije.

Casares sentose a nuestra mesa y pidió café.

Casares se sentó a nuestra mesa y pidió café. No era ya el joven presumido y decidor que yo había conocido. Su aspecto ahora era de hombre reservado y sombrío.

-Cuénteme de su vida.

-Cuénteme de su vida.

-Muchas calamidades -me respondió-. Los hombres como yo no pueden medrar. Para hacer fortuna es preciso doblarse y arrastrarse, y Casares ni se dobla ni se arrastra.

-Muchas calamidades. Un hombre como yo no puede medrar. Para hacer fortuna es preciso doblarse y arrastrarse, y Casares ni se dobla ni se arrastra.

Sus hábitos de periodista provincial le hacían hablar de sí mismo en tercera persona, Y cuando decía: «Casares no hará esto..., no pensará Casares...», era como si dijese: «Nuestro digno director...» Casares me contó las peripecias de su vida que precedieron a su expulsión definitiva del territorio español. En la capital de un distrito minero fundó un periódico titulado El Zurriago, y la emprendió con patrones y capitalistas. El resultado de esta campaña fue dar con sus huesos en la cárcel. Cuando recobró la libertad, ofreció su pluma a un periódico de una capital andaluza, y fue su redactor en jefe durante algunas semanas. Pronto se declaró independiente y fundó El Vergajo, periódico comunista donde Casares aconsejaba a los trabajadores del campo que se comieran crudos a los propietarios rurales. Los propietarios rurales le propinaron una enorme paliza por mediación de los trabajadores del campo, y Casares huyó a Valencia donde hizo campaña antimilitarista, y después a Barcelona, donde fue perseguido a raíz de la «Semana Sangrienta» y tuvo que pasar la frontera. Su vida en Francia había sido también lamentable. Tuvo que pedir trabajo en fábricas y almacenes y fue embalador de botellas, barrendero, cargador y hasta bestia de tiro, pues durante algún tiempo anduvo por las calles de París arrastrando un carricoche, con grave riesgo de morir aplastado por tranvías y ómnibus. Por fin, había conseguido algunas lecciones de español que le permitían vivir, aunque con mil apuros. Pero como asistía a mítines y asambleas anarquistas y la policía francesa tenía malos informes suyos, pensaba que pronto le expulsarían de Francia y se vería obligado a pasar la frontera de Bélgica. A España no podía volver. Los hombres como Casares tienen un billete circular para andar por el mundo, que no les permite parar dos veces en la misma estación.

Casares hablaba a veces de sí mismo en tercera persona y cuando decía: «Casares no hará esto», «no pensará Casares» era como si dijese: «nuestro digno director...»

Casares me contó las peripecias lamentables de su vida, que precedieron a su expulsión definitiva del territorio español.

En la capital de un distrito minero fundó un periódico titulado El Zurriago; emprendiola con patronos y capitalistas y lo metieron en la cárcel. Cuando recobró la libertad, ofreció su pluma a un periódico que aparecía en una capital andaluza y fue su redactor jefe durante algunas semanas. Pronto se declaró independiente y fundó El Vergajo, periódico francamente libertario, donde Casares aconsejaba a los trabajadores del campo que se comieran crudos a los propietarios rurales. Los propietarios rurales le propinaron una enorme paliza por mediación de los trabajadores del campo, y Casares salió de allí sin un hueso sano para hacer en Valencia campañas antimilitaristas. De Valencia escapó como pudo y en Barcelona, a raíz de la semana sangrienta, fue perseguido y tuvo que pasar la frontera.

Yo no sé si los hombres como Casares, de rígida mentalidad y tan definitivos que en nada los modifica su propia vida, hombres batalladores y románticos, siempre dispuestos a tornarse, como Don Quijote, con Satanás en persona, son los rezagados de una raza incapaz y absurda o por el contrario, los supervivientes de un gran pueblo desaparecido y que pudieran convertirse, acaso, en precursores y progenitores de otro gran pueblo del porvenir. Lo cierto es que me inspiran profunda simpatía. En Cuenca o en Soria, en Segovia o en Albacete, en jerez de la Frontera o en Fregenal de la Sierra, no falta nunca un Casares dispuesto a fundar un periódico para defender la idea y pelearse con su propia sombra. Bajo una apariencia vulgar, humilde y trasnochada, persiste en este hombre el fiero individualismo de nuestra raza. No preveía Casares que el medio haya de ser necesariamente más fuerte que el individuo. Allí donde la uniformidad mental ejerce la presión más formidable, y donde un elemento de rebeldía se encuentra en el más absoluto desamparo, el hombre casares lucha solo, arremetiendo valientemente contra todos. Yo he presenciado esta épica lucha durante años enteros, y hasta en ocasiones me parecía la victoria indecisa. Al fin, un puntapié unánime, al que concurren los que parecían indiferentes y aun los benévolos, da con Casares en tierra. Pero, a los pocos meses de la desaparición definitiva de Casares y de la muerte de El Desmoche, veréis a un joven mal vestido y con cara de pocos amigos que se pasea por las calles con un grueso bastón en la mano. Es el fundador, director, redactor y repartidor de El Alacrán o de La Escoba, periódico radical, digno sucesor de El Desmoche.

Su vida en Francia no había sido más afortunada. Tuvo que pedir trabajo en fábricas y almacenes y fue embalador de botellas, barrendero, cargador y hasta bestia de tiro, pues durante algún tiempo anduvo por las calles de París arrastrando un cochecillo, con grave riesgo de ser aplastado por ómnibus y automóviles. Hoy vive de algunas lecciones de español que se ha procurado; mas como asiste a reuniones y mítines anarquistas, la policía, que tiene malos informes suyos, lo vigila de cerca, y pronto, según piensa él, lo expulsarán de Francia.

No sé si admirar o compadecer a estos hombres que, entre otras cosas, tienen para su vida un billete circular que no les permite parar dos veces en la misma estación. Sí haré constar que el caso de mi amigo Casares no constituye una rara excepción en nuestra tierra. En algunas capitales de tercer orden y en algunos pueblos he podido conocer a muchos hombres del temple y laya de Casares. Este hombre batallador y romántico, absurdo si queréis, y capaz de tornarse como Don Quijote con Satanás en persona, me inspira profunda simpatía.

Bajo una apariencia vulgar, humilde y trasnochada, el fiero individualismo de nuestra raza permite [sic] en estos hombres para quienes el medio no ha de ser necesariamente más fuerte que el individuo. Allí donde la uniformidad mental ejerce presión más formidable y donde un elemento de rebeldía se encuentra en el más absoluto desamparo, el hombre-Casares lucha solo y a cuerpo limpio contra el obispo y el cabildo catedral, el gobernador, el alcalde, los concejales, los jueces, los caciques y los usureros, contra el pueblo, entero, si es preciso. Yo he presenciado esta épica lucha durante años enteros sostenida, y en alguna ocasión, hasta me pareció la victoria indecisa. Al cabo, un puntapié unánime, al que concurren aun aquellos que parecían afectos, da con Casares en tierra. Cierto, pero a los pocos meses de la desaparición de Casares y de la muerte definitiva de El Desmoche, veréis a un joven con el pelo largo y el rostro sombrío, que se pasea por las calles con un enorme garrote en la mano. Es el director y fundador del Luchador, El Alacrán, que viene dispuesto a pelearse con su propia sombra.

Pasados algunos meses volví a ver a Casares en la terraza de otro café del Barrio Latino. Tenía el rostro más pálido y el gabán más raído. Tomaba cerveza en compañía de un joven andaluz picado de viruelas, de ojos saltones, de una movilidad inquietante, que accionaba con ademanes descompuestos y cuyo rostro expresaba tan pronto odio agresivo como burla y menosprecio. Ambos discutían: pero Casares parecía acorralado por el andaluz.

-A la horca os mandaba yo.

-¿Por qué? -preguntaba Casares con expresión ingenua mientras se limpiaba el sudor de la calva con el pañuelo.

Pasados algunos meses volví a ver a Casares en otro café de París. Tenía el rostro más pálido, el sombrero más abollado y el gabán más raído. Estaba acompañado de un joven andaluz, de ojos saltones de una movilidad inquietante, que accionaba con ademanes descompuestos dando a su rostro una expresión de agresividad y de burla, alternativamente. Discutían acaloradamente y Casares parecía acorralado por el andaluz.

-Porque sois fieras -respondía el andaluz con voz tonante, mirando a Casares fijamente con los ojos inyectados en sangre-. ¡Fieraaas!

-Y después de una larga pausa, añadía: Pero ven acá, pedazo de alcornoque; ¿vosotros no predicáis la violencia y el crimen contra la sociedad constituida?

-A la horca os mandaba yo.

-¿Por qué?, preguntaba Casares con expresión ingenua mientras se enjugaba el sudor de la calva con el pañuelo.

-Porque sois fieras, tronaba el andaluz, mirando a Casares fieramente con sus ojos saltones. Después, cambiando bruscamente de tono, añadía: Pero ven acá, pedazo de alcornoque... Vosotros ¿no matáis? ¿no predicáis la violencia y el crimen contra una sociedad?...

-Sí, contestaba Casares, contra una sociedad infame.

-Sí -contestaba Casares-. Contra una sociedad infame.

-Y vosotros, angelitos patudos, ¿qué esperáis de esa sociedad? ¿Queréis que os convide a merengues?

-Y vosotros, angelitos patudos, ¿qué esperáis de esa sociedad?, ¿confites?

Y el andaluz dio a Casares una palmada en la calva. Casares, algo corrido, sonreía bondadosamente.

-Bueno -añadió el andaluz-; si me pagas otro bock, cuenta conmigo para ponerle un petardo al propio Maura en el trasero.

Y el andaluz dio una palmada en la calva a Casares que, algo corrido, sonreía bondadosamente.

Yo conocía también, de antiguo, al joven andaluz interlocutor de Casares. Perico Lija era hoy un perdis, bohemio, sí queréis; pero había sido un chico aprovechado. No es extraño que los chicos aprovechados acaben en golfos; lo contrario, sí, aunque también hay casos. Nos conocimos siendo niños en un colegio de Sevilla, donde estudiábamos el último año del bachillerato. Perico era el más aventajado alumno de la clase. Yo era entonces un estudiante menos que mediano. De aquí el aire de superioridad con que siempre me trató. La vanidad escolar no se cura nunca. Después Perico Lija pasó a estudiar leyes en el Sacromonte de Granada, donde obtuvo una beca o pensión para Italia. Esto era lo que por mí mismo y por informes fidedignos sabía yo de Perico Lija. Después he sabido otras cosas que no le favorecen, y él mismo me contó mil historias, en las cuales no creo.

Yo conocía también al joven interlocutor de Casares. Perico Lija era hoy un golfo-bohemio, si queréis, pero había sido un chico aprovechado. Estudiaba en Sevilla el último año del bachillerato y era el chico más distinguido de una clase en que yo era un alumno menos que mediano. De aquí el aire de superioridad con que siempre me trataba. La vanidad escolar no se cura nunca. Después Perico Lija pasó a estudiar en el Sacro-Monte de Granada, donde cursó leyes y obtuvo una beca o pensión para Italia. He aquí cuanto yo sabía de Perico Lija, Después he sabido otras cosas y él me ha contado muchas un tanto fantásticas.

Perico Lija es embustero, charlatán y polemista. Tiene, sobre todo, fantasía, lo que llamamos fantasía los andaluces. La fantasía andaluza es única en el mundo. No sirve para reproducir ni para crear; es algo que tiende a deslumbrar y a aturdir; es una alarma moruna, combinada con fuegos de artificio y que termina siempre con un golpe al candil para llevarse algo. La inconsistencia mental de Perico Lija le permite discutirlo todo, tomando siempre el punto de vista contrario de su interlocutor. Frente a Casares, Perico defiende el orden y la religión; frente a gente tímida o aburguesada se muestra anárquico, subversivo, partidario, sobre todo, del amor libre. Dispone de gran cantidad de lugares comunes, que combina con chistes de almanaque; es un formidable polemista de café. No obstante su afán de pelea, acaba diciendo siempre lo que le conviene decir, y procura no indisponerse con nadie antes de obtener alguna ventaja de utilidad.

Perico Lija es embustero y trapalón, charlatán y polemista. Tiene lo que los andaluces llaman fantasía. La fantasía andaluza es única en el mundo; no sirve ni para reproducir ni para crear, es algo que tiende a deslumbrar y a aturdir, es una alarma moruna, combinada con fuegos de artificio que termina siempre dando un golpe al candil para llevarse algo. La inconsistencia mental de Perico Lija le lleva a discutirlo todo, tomando siempre el punto de vista contrario a su interlocutor. Frente a Casares, Lija es ardiente defensor del orden y de la tradición; entre gentes sensatas y tranquilas Lija se muestra anárquico y subversivo partidario, sobre todo, del amor libre. Dispone de gran cantidad de lugares comunes, que combina con chistes de almanaque, y es un formidable dialéctico de café. No obstante su afán de pelea, acaba diciendo siempre lo que le conviene y jamás se indispone con nadie si antes no ha obtenido alguna utilidad.

El hombre lija, también frecuente en nuestra tierra, es un emancipado por egoísmo de trabas y obligaciones. Perico tenía a sus padres en España, Sus padres -ricos ayer, hoy viejos y pobres- habían hecho por él toda suerte de sacrificios, para educarle y atender a sus necesidades y a sus caprichos. Perico Lija no se acordaba de sus padres.

El hombre-Lija es también frecuente en nuestra tierra. Es un emancipado por egoísmo de todos los deberes que a la mayoría de los mortales se nos imponen.

Perico Lija había abandonado a su mujer y a dos niños en España y vivía en París amancebado con una joven, de la cual tenía un hijo. Según confesión propia, pronto rompería este último lazo, porque -lo que él decía- el hombre debe ser libre.

Perico Lija tenía a sus padres en España y no se acordaba de ellos. Habían realizado toda clase de sacrificios para educarle y para atender a sus necesidades y a sus caprichos. Habían sido ricos y hoy eran pobres. Perico Lija no se preocupaba de la situación de sus padres.

Perico Lija era uno de estos hombres desdichados por un exceso de egoísmo, unido a una sensualidad bestial, y a quienes muchas veces falta para comer y rara vez para emborracharse; de esos hombres que explotan la miseria accidental a que les llevan sus vicios, acudiendo a la benevolencia del prójimo y pensando que la humanidad entera no tiene otra misión que ayudarles y sostenerles.

Perico Lija era casado en España y tenía un hijo; y en París vivía amancebado con una joven, próxima a dar a luz, a quien también pensaba abandonar. Perico Lija vivía de traducciones, copias a máquina y, sobre todo, como parásito de sudamericanos. Era uno de estos hombres dotados de un egoísmo bestial y de una sensualidad desenfrenada a quienes algunas veces falta para comer y casi nunca para emborracharse y divertirse; de esos que explotan la miseria accidental a que sus vicios les llevan para acudir a la benevolencia del prójimo, y piensan que la humanidad no tiene otra misión que ayudarles y sostenerlos. Estos hombres sienten un profundo, desdén por aquellos desventurados que, como mi amigo Casares, carecen de vicios, tienen pocas necesidades y a quienes la vida trata mal porque, sobrado inocentes, luchan sin ventajas y sin embustes.

Estos hombres sienten un gran desdeño por los ingenuos del tipo Casares, entes sencillos, de escasas necesidades y sin vicios, que luchan sin embustes y sin ventajas, y a quienes la vida trata muy duramente. Lija, pues, dice que Casares es un burgués en el fondo, con lo cual cree haber dicho bastante contra su amigo. Casares, en cambio, dice de Perico Lija que es un chico muy instruido y de muy buena imaginación.

Lija dice que Casares es un burgués en el fondo, con lo cual cree haber dicho bastante en contra de su amigo. Casares dice de Lija que es un chico muy instruido y de muy buena imaginación.

Casares, después de pagar otra consumición a su amigo, le propuso fundar un periódico en París para hacer la revolución en España. Lija trataba de disuadirle. Lo que convenía era fundar una revista para explotar la vanidad de los americanos, poniendo al frente de cada número el retrato de un general o de un doctor. La idea era excelente y él contaba ya con el caballo blanco. A Casares no le entusiasmaba la proposición, y Lija, después de mirarlo con desprecio pasó a otro tema.

Casares, después de pagar otra consumición a su amigo, le propone fundar un periódico en París para hacer la revolución en España. Lija trata de disuadirle de este propósito. La que conviene es fundar una revista para explotar la vanidad de los americanos, poniendo al frente de cada número el retrato de un general o de un doctor. A Casares no le seduce esta idea. Lija lo mira con desprecio y pasa a otro tema.

-Como comprenderás -dijo Perico Lija- tenemos que asistir mañana al baile de Quat'Z-arts.

-Como comprenderás, dice Perico Lija, tenemos que asistir mañana al baile de «Quat-z-arts».

En París celebran los artistas todos los años un baile monstruo, al que asisten los hombres disfrazados y las mujeres desnudas. Es una fiesta llena de pretensiones paganas, que admira a los rastacueros.

En París se celebra todos los años un baile monstruo al que asisten los pintores disfrazados y las modelos desnudas. Es una fiesta de pretensiones paganas que admira a los rostacueros [sic].

Casares no estaba muy persuadido de la necesidad de asistir a aquella bacanal Lija insistía:

Casares parecía no comprender la necesidad de asistir a aquel baile. Lija insistía.

-Es necesario que me procures cuarenta o cincuenta francos. Yo me encargo de conseguir billetes gratis. Por los disfraces, no te apures. Yo tengo el mío de higorrote, y a ti te disfrazo de piel roja por menos de dos francos. Tú sabes que dentro de unos días tengo guita: conque apoquina.

-Es necesario afanar cuarenta francos, por lo menos. Yo me encargo de conseguir los billetes gratis. Por los disfraces, no te apures; tú irás de «higorrote» [sic] y yo de «piel roja»: es cosa sencilla.

Ignoro si consiguió Lija sacar al pobre Casares su menguado caudal ganado con lecciones de español a franco la hora, y si a la siguiente noche asistieron al baile.

Ignoro si los dos amigos asistieron al baile.

Pasados algunos meses volví a ver a Casares y le pregunté por Lija.

Pasados algunos meses volví a ver a Casares y le pregunté por Perico.

-Lo tenía por persona decente; pero es un canalla -me dijo muy serio-. Sí, es un canalla, no lo dude. Ya sabe usted que Lija vivía con una pobre muchacha, de quien tiene un hijo de algunos meses. Muchas veces me dijo que pensaba abandonar a la mujer y al niño. Yo no lo creía. Pues bien; ayer se me presentó en casa la pobre muchacha con la criatura en brazos, diciéndome que Lija la había abandonado y que no sabía su paradero. A mí me consta que Lija había cobrado una cantidad hace unos días. ¿Qué le parece a usted? Es un malvado. En mi casa tengo a la mujer y al niño y ando buscando a Lija por todo París, y si lo encuentro le juro a usted que le rompo la crisma.

-Es un canalla, me contestó. Hace cuatro días que le ando buscando para romperle la crisma.

-¿Qué pasa?, le pregunté.

-Que es un canalla.

Después no he vuelto a tener noticias de Casares ¿Lo habrán expulsado de Francia? ¿Estará en la cárcel? ¿Habrá vuelto a España para fundar El Zurriago en Mataporquera? No sé... Acaso ha muerto en la cárcel o en el hospital. A Perico Lija lo vi algunos años más tarde en una barraca de Montmartre. Sí, aquel Jonás que salía del vientre de una ballena de cartón tocando la guitarra, era Perico Lija.

Al fin logré que me explicara la causa de su indignación. Perico Lija había abandonado a la muchacha con quien vivía cuando ésta acababa de parir un niño.

-Me consta que Perico había cobrado una cantidad. En casa tengo al niño y a la madre. Le juro a usted que ese sinvergüenza se ha de acordar de mí.

 

No he vuelto a ver a mi amigo Casares. ¿Lo echarían de Francia y marcharía a América? ¿Habrá vuelto a España y fundado en Castuera o en Segovia otro Desmoche? ¿Habrá terminado en el hospital o en la cárcel? No lo sé.

Los hombres como Casares tienen una psicología de toros de lidia. La vida los torea; ellos embisten, y casi siempre se les mata a traición.

Pasados dos años creo haber visto otra vez a Perico Lija... Sí, aquel Jonás que, en la feria de Montmartre, salía del vientre de una ballena de cartón, tocando la guitarra, era Perico Lija.