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ArribaAbajoSección VI

425. SEGUNDA PARTE. QUE EL HOMBRE SIN FE NO PUEDE CONOCER EL VERDADERO BIEN NI LA JUSTICIA. -Todos los hombres buscan ser felices; esto no tiene excepción; por diferentes que sean los medios empleados, tienden todos a este fin. Lo que hace que unos vayan a la guerra y los otros no vayan, es este mismo deseo que hay en los dos, acompañado de diferentes puntos de vista. La voluntad jamás da el menor paso sino para este fin. Es el motivo de todas las acciones de todos los hombres, incluso de aquellos que van a perderse.

Y, sin embargo, después de tantos años, nadie, jamás, ha llegado sin la fe a este punto al que todos se dirigen continuamente. Todos se lamentan: príncipes, súbditos; nobles, plebeyos; viejos, jóvenes; fuertes, débiles; sabios, ignorantes; sanos, enfermos; en todos los países, en todos los tiempos, en todas las edades y en toda condición.

Una experiencia tan larga, tan continua y tan uniforme debería convencernos de nuestra incapacidad de llegar al bien por nuestras fuerzas, pero el ejemplo nos enseña poco. Jamás es tan perfectamente semejante que no haya alguna delicada diferencia; y ella nos hace concebir la esperanza de que nuestra expectativa no se verá decepcionada en esta ocasión como en la otra. Y así como el presente no nos satisface jamás, la experiencia nos seduce, y de desgracia en desgracia nos lleva hasta la muerte, que es su colmo eterno.

¿Qué es, pues, lo que proclama esta avidez y esta impotencia, sino el que ha habido antaño en el hombre una verdadera felicidad, de la que no le queda ahora sino la señal y la huella vacía y que trata inútilmente de rellenar con todo lo que le rodea, buscando en las cosas ausentes el socorro que no obtiene en las presentes, pero que son, sin embargo, también incapaces, porque la sima infinita no puede llenarse más que por un objeto infinito e inmutable, es decir, por Dios mismo?

Sólo Él es su verdadero bien; y desde que lo ha abandonado es cosa extraña que no haya nada en la naturaleza que haya sido capaz de ocupar su puesto: astros, cielo, tierra, elementos, plantas, berzas, puerros, animales, insectos, terneras, serpientes, fiebres, peste, guerra, hambre, vicios, adulterio, incesto. Y desde que ha perdido el verdadero bien, todo puede parecerle igualmente tal, hasta su propia destrucción, aunque tan contraria a Dios, a la razón y a la naturaleza a la vez.

Los unos lo buscan en la autoridad, los otros en la curiosidad y en las ciencias, los otros en las voluptuosidades. Otros, que se han acercado efectivamente más a él, han considerado que es necesario que el bien universal, que todos los hombres desean, no esté en ninguna de las cosas particulares que no pueden ser poseídas sino por uno solo, y que, estando distribuidas, afligen más a su posesor, por la falta de la parte de que carece, que lo que contentan, por el goce de la que le aportan. Han comprendido que el verdadero bien deber ser tal que todos puedan poseerlo a la vez, sin disminución y sin envidia, y que nadie pueda perderlo contra su voluntad. Y su razón es que, siendo este deseo natural al hombre, puesto que está necesariamente en todos, y no puede no tenerlo, concluyen de ello...

430. A PORT-ROYAL. (COMIENZO DESPUÉS DE HABER EXPLICADO LA INCOMPRENSIBILIDAD.) -Las grandezas y las miserias del hombre son de tal manera visibles, que es absolutamente preciso que la verdadera religión nos enseñe que hay cierto gran principio de grandeza en el hombre, y que hay un gran principio de miseria. Hace falta, pues, que nos dé razón de estas sorprendentes contrariedades.

Para hacer al hombre feliz hace falta que le muestre que hay un Dios; que hay que amarle; que nuestra verdadera felicidad consiste en estar en Él, y nuestro único mal es estar separados de Él; que reconozca que estamos llenos de tinieblas que nos impiden conocerlo y amarlo; y que obligándonos así nuestros deberes a amar a Dios, y desviándonos de Él nuestras concupiscencias, estamos llenos de injusticia. Es preciso que ella nos dé razón de estas oposiciones que oponemos a Dios y a nuestro propio bien. Es menester que nos enseñe los remedios para estas impotencias y los medios de obtener estos remedios. Examínense sobre este punto todas las religiones del mundo y véase si hay alguna, fuera de la cristiana, que satisfaga a él.

¿Serán los filósofos los que nos propongan por todo bien los bienes que están en nosotros? ¿Está aquí el verdadero bien? ¿Dónde han encontrado el remedio a nuestros males? ¿Excusará la presunción del hombre el haberlo hecho igual a Dios? Los que nos han igualado con los animales, y los mahometanos que nos han dado los placeres de la tierra por todo el bien, incluso en la eternidad, ¿han aportado algún remedio a nuestras concupiscencias? ¿Qué religión nos enseñará, pues, a curar el orgullo y la concupiscencia? ¿Qué religión, finalmente, nos enseñará nuestro bien, nuestros deberes, las flaquezas que nos separan de ellas, las causas de estas flaquezas, los remedios que pueden curarlas y el medio de obtener estos remedios?

Ninguna de las demás religiones del mundo lo ha podido. Veamos lo que hará la sabiduría de Dios.

«No esperéis, dice, ni verdad ni consolación de los hombres. Yo soy quien os ha formado y la única que puede enseñaros quién sois. Pero no os encontráis ahora en el estado en que yo os he formado. Yo he creado al hombre santo, inocente, perfecto, le he llenado de luz y de inteligencia; le he comunicado mi gloria y mis maravillas. El ojo del hombre veía entonces la majestad de Dios. No estaba entonces en las tinieblas que le ciegan, ni en la mortalidad, ni en las miserias que le afligen. Pero no ha podido sostener tanta gloria sin caer en la presunción. Ha querido hacerse centro de sí mismo e independiente de mi ayuda. Se ha sustraído a mi dominación; e igualándose a mí por el deseo de encontrar su felicidad en sí mismo, le he abandonado a sí mismo; y rebelando a las criaturas que le estaban sometidas, las he convertido en enemigas suyas: de suerte que hoy el hombre se ha hecho semejante a los animales, se halla en tal alejamiento de mí, que apenas le queda una confusa luz de su autor: ¡hasta tal punto se han extinguido o alterado todos sus conocimientos! Los sentidos, independientes de la razón, y con frecuencia dueños de la razón, le han arrastrado a la búsqueda de los placeres. Todas las criaturas, o le afligen, o le tientan y dominan sobre él, lo que constituye una dominación más terrible y más imperiosa.

»He aquí el estado en que se hallan hoy los hombres. Les queda cierto instinto impotente de felicidad de su primera naturaleza y están sumidos en las miserias de su ceguera y de su concupiscencia, que han convertido en su segunda naturaleza.

»Con este principio que yo os descubro podéis reconocer la causa de tantas contrariedades que han asombrado a todos los hombres, y que les han dividido en tan diversos sentires. Observad ahora todos los movimientos de grandeza y de gloria, que el padecimiento de tantas miserias no ha podido ahogar, y ved si su causa no debe verse en otra naturaleza.»

A PORT-ROYAL, PARA MAÑANA. (PROSOPOPEYA.) -En vano, ¡oh hombres!, buscáis en vosotros mismos el remedio a vuestras miserias. Todas vuestras luces no os pueden llevar sino a conocer que no es en vosotros mismos donde encontraréis la verdad ni el bien. Los filósofos os lo han prometido y no han podido cumplirlo. No saben ni cuál es vuestro verdadero bien ni cuál es vuestro verdadero estado. ¿Cómo hubieran podido dar remedios para vuestros males, ellos, que ni tan siquiera los han conocido? Vuestras principales enfermedades son el orgullo, que os arrebata de Dios, y la concupiscencia, que os ata a la tierra; no han hecho otra cosa sino entretener, cuando menos, una de estas enfermedades. Si os han dado a Dios por objeto, no ha sido sino para ejercitar vuestra soberbia: os han hecho pensar que erais semejantes a Él y conformes con Él por vuestra naturaleza. Y quienes han visto la vanidad de esta pretensión os han arrojado en otro precipicio, dándoos a entender que vuestra naturaleza era semejante a la de los animales, y os han llevado a buscar vuestro bien en las concupiscencias, que son lo propio de los animales. No es éste el medio de curaros de vuestras injusticias, que estos sabios no han conocido. Sólo yo puedo haceros entender que estáis a...

Adán, Jesucristo.

Si se os une a Dios, es por gracia, no por naturaleza. Si se os rebaja, es por penitencia, no por naturaleza.

Así, esta doble capacidad...

No os halláis en el estado de vuestra creación.

Estando ya patentes estos dos estados, es imposible que no los reconozcáis. Seguid vuestros movimientos, observaos a vosotros mismos, y ved si no encontráis los caracteres vivientes de estas dos naturalezas.

¿Existirían tantas contradicciones en un sujeto simple?

Incomprensible. Nada de lo que es incomprensible deja por eso de ser. El número infinito, un espacio infinito, igual al finito.

Increíble que Dios se una a nosotros. Esta consideración no se obtiene sino por la visión de nuestra bajeza. Pero si la tenéis muy sincera, seguidla tan lejos como yo, y reconoced que estamos, en efecto, tan abajo, que somos por nosotros mismos incapaces de conocer si su misericordia no puede hacernos capaces de Él. Porque yo quisiera saber de dónde viene este animal que se reconoce tan flaco, tiene derecho a medir la misericordia de Dios y ponerle los límites que su fantasía le sugiere. Sabe tan poco lo que es Dios, que no sabe lo que es él mismo: ¡y completamente trastornado ante la visión de su propio estado, osa decir que Dios no puede hacerle capaz de su comunicación! Pero yo quisiera preguntarle si Dios pide de él otra cosa sino que conociéndole le ame, y por qué cree que Dios no puede hacerse cognoscible y amable para él, puesto que es naturalmente capaz de amor y de conocimiento. No hay duda de que, por lo menos, conoce que existe, y que ama algo. Por tanto, si ve algo en las tinieblas en que se halla, y si encuentra algún objeto de amor entre las cosas de la tierra, ¿por qué, si Dios le da algunos rayos de su esencia, no será capaz de conocerle y de amarle a la manera que le plazca comunicarse a nosotros? Hay, pues, sin duda, una insoportable presunción en esta clase de razonamientos, aunque parezcan fundados en una aparente humildad, que no es ni sincera ni razonable si no nos hace confesar que, no sabiendo por nosotros mismos quiénes somos, no podemos aprenderlo sino de Dios.

No quiero decir que sometáis vuestra creencia a mí sin razón, y no pretendo someteros con tiranía. No pretendo tampoco daros razón de todo, y para poner de acuerdo estas contrariedades, pretendo haceros ver claramente, por pruebas convincentes, señales divinas de mí que os convenzan de quién soy y me concedan autoridad por maravillas y pruebas que no podréis rechazar; y que después creáis sin... las cosas que yo os enseño, aunque no encontrarais motivo ninguno para rechazarlas, sino el que no podáis conocer por vosotros mismos si son o no son.

Dios ha querido rescatar a los hombres y patentizar la salvación a quienes la buscan. Pero los hombres se han hecho tan indignos de ello, que es justo que Dios rechace a algunos, a causa de su endurecimiento, lo que concede a los otros por una misericordia que no les es debida. Si hubiese querido superar la obstinación de los más endurecidos, no hubiera podido, descubriéndose tan manifiestamente a ellos, que no hubieran podido dudar de la verdad de su esencia; como aparecerá en el último día, con tal brillo de rayos y una tal revolución de la naturaleza, que los muertos resucitarán y los más ciegos le verán.

No es de esta manera como ha querido aparecer en su advenimiento de dulzura; porque hay tantos hombres que se hacen indignos de su clemencia, ha querido dejarles en la privación de un bien que no quieren. No era, pues, justo que apareciese de una manera manifiestamente divina y absolutamente capaz de convencer a todos los hombres; pero tampoco era justo que viniera de una manera tan escondida que no pudiera ser reconocido por quienes le buscaran sencillamente. Ha querido hacerse perfectamente cognoscible para éstos; y así, queriendo aparecer al descubierto a quienes le buscan de todo su corazón, y escondido a todos los que le huyen de todo su corazón, tempera su conocimiento, de suerte que ha dado señales visibles de sí a los que le buscan, y no a los que no le buscan. Tiene luz bastante para los que no desean sino verle, y oscuridad bastante para quienes tienen una disposición contraria.

432. El pirronismo es la verdad; porque, después de todo, los hombres, antes de Jesucristo, no sabían dónde estaban ni si eran grandes o pequeños. Y los que han dicho lo uno o lo otro, no sabían una palabra y adivinaban sin razón y por azar: incluso erraban siempre al excluir lo uno o lo otro.

«Quod ergo ignorantes, quaeritis, religio anuntiat vobis

433. DESPUÉS DE HABER ENTENDIDO TODA LA NATURALEZA DEL HOMBRE. -Para que una religión sea verdadera hace falta que haya conocido nuestra naturaleza. Debe haber conocido la grandeza y la pequeñez, y la razón de la una y de la otra. ¿Quién sino la cristiana la ha conocido?

434. Las principales fuerzas de los pirronianos -dejo de lado las menores- son: que no poseemos certidumbre ninguna de la verdad de estos principios, fuera de la fe y de la revelación, sino en que los sentimos naturalmente en nosotros; ahora bien: este sentimiento natural no es una prueba convincente de su verdad, puesto que no teniendo certeza, fuera de la fe, de si el hombre está creado por un Dios bueno, por un demonio malo, o a la aventura, se halla en duda de si estos principios nos están dados como verdaderos, o como falsos, o como inciertos, según nuestro origen. Además que nadie tenga seguridad, fuera de la fe, de si está despierto o duerme, visto que durante el sueño se cree estar despierto con la misma firmeza que despierto; se creen ver espacios, figuras, movimientos; se siente transcurrir el tiempo, se le mide, y, finalmente, se obra igual que despierto; de suerte que, como la mitad de la vida se pasa durmiendo, un estado en que por propia confesión, a pesar de lo que pueda parecernos, no tenemos idea ninguna de lo verdadero, siendo entonces ilusiones todos nuestros sentimientos, ¿quién sabe si esta otra mitad de la vida en que creemos velar no es otro sueño algo diferente del primero, del que nos despertamos cuando creemos dormir?

¿Y quién duda de que, si se soñara en compañía, y por casualidad los sueños concordaran, cosa bastante ordinaria, y que se velara en soledad, no se creerían las cosas invertidas? Finalmente, como muchas veces se sueña que se sueña, amontonando un sueño sobre otro, la vida misma no es sino un sueño, sobre el cual se acumulan los otros y del que nos despertamos con la muerte, y durante la cual tenemos tan poco los principios de la verdad y del bien como durante el sueño natural; no siendo tal vez estos diferentes pensamientos los que nos agitan sino ilusiones semejantes al fluir del tiempo y a las vanas fantasías de nuestros sueños.

He aquí las principales fuerzas de uno y otro lado.

Dejo aparte las menores, como los discursos de los pirronianos contra la costumbre, la educación, las costumbres de un país, y demás cosas parecidas, las cuales, a pesar de que arrastran a la mayoría de los hombres corrientes, que no dogmatizan sino con estos vanos fundamentos, caen por tierra ante el menor soplo de los pirronianos. Basta con ver sus libros, si no se está convencido; muy pronto se llegará a estarlo; tal vez demasiado pronto.

Me detengo en el único fuerte de los dogmáticos, a saber, que hablando de buena fe y sinceramente, no puede dudarse de los principios naturales.

A lo cual oponen los pirronianos en una sola palabra la incertidumbre de nuestro origen, que encierra también la de nuestra naturaleza; a lo cual los dogmáticos están todavía por responder desde que el mundo existe.

He aquí la guerra abierta entre los hombres, en la cual es preciso que cada uno tome partido, y se adscriba necesariamente al dogmatismo o al pirronismo; porque quien intente permanecer neutral será pirroniano por excelencia. Esta neutralidad es la esencia de la cábala: quien no está contra ellos está excelentemente por ellos (en lo cual aparece su ventaja). No están por ellos mismos; son neutros, indiferentes, están suspensos ante todo, sin exceptuarse a sí mismos.

¿Qué hará, pues, el hombre en este estado? ¿Dudará de todo? ¿Dudará de si vela, si se le pincha, si se le quema? ¿Dudará de si duda? ¿Dudará de si es? No se puede llegar hasta aquí; y establezco el hecho de que nunca ha habido, efectivamente, ningún perfecto pirroniano. La naturaleza sostiene a la razón impotente, y le impide extravagar hasta ese punto.

¿Dirá, pues, por el contrario, que posee ciertamente la verdad, él, que a poco que se le apure no puede mostrar título ninguno de verdad y se ve obligado a abandonar la presa?

¿Qué quimera es, pues, el hombre? ¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, qué sujeto de contradicción, qué prodigio! Juez de todas las cosas, imbécil gusano, depositario de la verdad, cloaca de incertidumbre y de error, gloria y excrecencia del universo.

¿Quién desenredará este lío? La naturaleza confunde a los pirrónicos, y la razón confunde a los dogmáticos. ¿Qué será, pues, de vosotros, hombres que buscáis cuál es vuestra verdadera condición por vuestra razón natural? No podéis huir de una de estas sectas ni subsistir en ninguna.

Reconoced, pues, soberbios, qué paradoja sois para vosotros mismos. Humillaos, razón impotente; callad, naturaleza imbécil: sabed que el hombre supera infinitamente al hombre y escuchad de vuestro maestro vuestra verdadera condición, que ignoráis. Escuchad a Dios.

Porque, en fin, si el hombre jamás hubiese estado corrompido, gozaría de su inocencia, de la verdad y felicidad con seguridad. Y si el hombre jamás hubiese estado más que corrompido, no tendría idea ninguna de la verdad ni de la beatitud. Pero, desgraciados de nosotros, y más que si no tuviésemos grandeza ninguna en nuestra condición, tenemos una idea de la felicidad, y no podemos llegar a ella; sentimos una imagen de la verdad y no poseemos sino la mentira; incapaces de ignorar absolutamente y de saber, ciertamente. ¡Tan manifiesto es que hemos estado en un grado de perfección del que desgraciadamente hemos caído!

Cosa sorprendente, sin embargo, que el misterio más alejado de nuestro conocimiento, el de la transmisión del pecado, sea una cosa sin la cual no podemos tener conocimiento ninguno de nosotros mismos. Porque no hay duda de que nada choca más a nuestra razón que decir que el pecado del primer hombre haya hecho culpables a los que, estando tan alejados de esta fuente, parecen incapaces de participar de ella. Esta corriente, no solamente nos parece imposible, sino hasta sumamente injusta; porque ¿qué hay de más contrario a las reglas de nuestra miserable justicia que condenar eternamente a un niño incapaz de voluntad por un pecado en que parece haber tenido tan poca parte y que fue cometido seis mil años antes de que viera el ser? Ciertamente, nada nos repele más fuertemente que esta doctrina; y, sin embargo, sin este misterio, el más incomprensible de todos, somos incomprensibles a nosotros mismos. El nudo de nuestra condición se anuda en este abismo; de suerte que el hombre es más inconcebible sin este misterio que lo que este misterio es inconcebible para el hombre.

De donde parece que Dios, queriendo hacernos ininteligible a nosotros mismos la dificultad de nuestro ser, ha escondido su nudo tan en alto, o, por mejor decir, tan abajo, que seríamos incapaces de llegar a él; de suerte que no es con las soberbias agitaciones de nuestra razón, sino con la simple sumisión de la razón, con lo que verdaderamente podemos conocernos.

Estos fundamentos sólidamente establecidos sobre la autoridad inviolable de la religión nos hacen conocer que hay dos verdades de fe igualmente constantes: una, que el hombre, en el estado de la creación o en el de la gracia, está levantado por encima de toda la naturaleza, hecho como semejante a Dios y participando de su divinidad; la otra, que en el estado de corrupción y de pecado, es un ser caído de este estado y hecho semejante a los animales.

Estas dos proposiciones son igualmente firmes y ciertas. La escritura nos lo declara manifiestamente cuando dice en algunos lugares: «Deliciae meae esse cum filiis hominum. Effundam spiritum meum super omnen carnem. Dii estis», etcétera, y dice en otros lugares: «Omnis caro foedum. Homo assimilatus est jumentus insipientibus, et similis factu est illis. Dixi in corde meo de filiis hominum» (Eclesiastés, II).

Por donde se ve claramente que el hombre por la gracia está hecho como semejante a Dios y partícipe de su divinidad, y que sin la gracia es como semejante a los brutos.

435. Sin estos divinos conocimientos, ¿qué hubieran podido hacer los hombres, sino elevarse en el sentimiento interior que les queda de su pasada grandeza o hundirse ante la visión de su presente flaqueza? Porque no viendo la verdad entera, no han podido llegar a una perfecta virtud. Los unos por considerar a la naturaleza como incorrupta, los otros como irreparable, no han podido evitar el orgullo o la pereza, que son las dos fuentes de todos los vicios, puesto que, si no, no pueden más que abandonarse por cobardía o erguirse por orgullo. Porque si conocían la excelencia del hombre, ignoraban la corrupción; de suerte que evitaban ciertamente la pereza, pero se perdían en la soberbia; y si reconocían la flaqueza de la naturaleza, ignoraban su dignidad: de suerte que podían evitar la vanidad, pero precipitándose en la desesperación. De aquí vienen las diversas sectas de los estoicos y de los epicúreos, de los dogmáticos y de los académicos, etc.

Sólo la religión cristiana ha podido curar estos dos vicios, no expulsando el uno por el otro, por la sabiduría de la tierra, sino expulsando el uno y el otro por la simplicidad del Evangelio. Porque enseña a los justos, que eleva hasta la participación de la divinidad misma, que en este sublime estado llevan todavía la fuente de toda la corrupción, que durante toda la vida les hace aptos al error, a la miseria, a la muerte, al pecado; y predica a los impíos que son capaces de la gracia de su Redentor. Así, haciendo temblar a los que justifica, y consolando a los que condena, tempera con tanta exactitud el temor con la esperanza, por esta doble capacidad, común a todos, de la gracia y del pecado, que rebaja infinitamente más que lo puede hacer la sola razón, pero sin desesperación; y eleva infinitamente el orgullo de la naturaleza, pero sin hinchazón: haciendo ver con ello que, siendo la única que está exenta de error y de vicio, sólo a ella incumbe instruir y corregir a los hombres.

¿Quién puede negarse, pues, a creer y a adorar estas luces celestiales? Pues ¿no es más claro que el día que sentimos en nosotros mismos caracteres indelebles de excelencia? ¿Y no es igualmente verdadero que experimentamos en todo momento los efectos de nuestra deplorable condición? ¿Qué es, pues, lo que proclama este caos y esta confusión monstruosa, sino la verdad de estos dos estados, con una voz tan potente que es imposible resistir?

442. La verdadera naturaleza del hombre, su verdadero bien, la verdadera virtud y la verdadera religión son cosas cuyo conocimiento es inseparable.

445. El pecado original es locura para los hombres, pero se le presenta como tal. Por consiguiente, no debéis reprocharme la falta de razón de esa doctrina, puesto que yo la presento como siendo sin razón. Pero esta locura es más sabia que toda la sabiduría de los hombres, «sapientius est hominibus». Porque sin esto, ¿qué se dirá que es el hombre? Todo su estado depende de este punto imperceptible. ¿Y cómo se apercibió de él por su razón, puesto que es una cosa contra la razón, y que su razón, lejos de inventarla por sus vías, se aleja de ellas cuando se le presenta?

455. El «yo» es odioso: -Vos, Milton, lo encubrís, pero no por esto lo elimináis; sois, pues, siempre odioso. -No, porque al proceder, como procedemos, cortésmente con todo el mundo, no hay motivo para odiarnos. -Esto sería verdad si en el «yo» no se odiara más que el disgusto que nos produce. Pero si lo odio porque es injusto, porque se erige en centro de todo, lo odiaré siempre.

En una palabra, el «yo» tiene dos cualidades: es injusto en sí, por hacerse centro de todo; es incómodo para los demás, porque quiere someterlos; porque cada «yo» es el enemigo y quisiera ser el tirano de todos los demás. Vos elimináis la incomodidad, pero no la injusticia; y así no lo hacéis amable a quienes odian su injusticia: no lo hacéis amable sino para los injustos que no encuentran en él su enemigo, y permanecéis así injusto y no podéis agradar sino a los injustos.

458. Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, o concupiscencia de los ojos, o bien orgullo de la vida: «libido sentiendi, libido sciendi, libido dominandi». ¡Desgraciada la tierra de maldición que estos tres ríos de fuego abrasan más que riegan! Bienaventurados los que estando sobre estos ríos no sumergidos, no arrastrados, sino inmóviles, sino firmes; no de pie, sino sentados en un asiento bajo y seguro del que no se levantan antes de la luz, sino después de haber reposado en paz, tienden la mano a quien tiene que levantarles para mantenerles en pie y firmes en los porches de la santa Jerusalén, donde el orgullo no podrá ya combatirles y derribarles; y que, sin embargo, lloran, ¡no de ver que pasan todas las cosas perecederas que los torrentes arrastran, sino al recuerdo de su querida patria, de la Jerusalén celestial, de la que se acuerdan sin cesar en la longitud de su destierro!

460. «Concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos, orgullo», etc. Hay tres órdenes de cosas: la carne, el espíritu, la voluntad. Los carnales son los ricos, los reyes: tienen por objeto el cuerpo. Los curiosos y los doctos tienen por objeto el espíritu. Los sabios tienen por objeto la justicia.

Dios debe reinar sobre todo y todo debe referirse a él. En las cosas de la carne reina propiamente la concupiscencia; en las espirituales, propiamente la curiosidad; en la sabiduría, propiamente el orgullo. No es que no se pueda gloriarse de los bienes o de los conocimientos, pero no es lugar del orgullo; porque, concediendo a un hombre que es docto, no se dejará de convencerle que se equivoca siendo soberbio. El lugar propio de la soberbia es la sabiduría: porque no se puede conceder a un hombre que se ha hecho sabio y se equivoca al gloriarse; porque esto es de justicia. Así, sólo Dios da la sabiduría; y es por lo cual «qui gloriatur, in Domino glorietur».

461. Las tres concupiscencias han constituido tres sectas, y los filósofos no han hecho sino seguir a una de las tres concupiscencias.

463. (CONTRA LOS FILÓSOFOS QUE TIENEN A DIOS SIN JESUCRISTO.)

FILÓSOFOS. -Creen que sólo Dios es digno de ser amado y de ser admirado y han deseado ser amados y admirados por los hombres; no conocen su corrupción. Si se sienten llenos de sentimientos para amarle y adorarle y si encuentran en ello su principal goce, si se estiman como buenos, en hora buena. Pero si se encuentran repugnantes, si no tienen más inclinación que la de quererse colocar en la estima de los hombres, y que por toda perfección lo único que hacen es que, sin forzar a los hombres, les hagan encontrar la felicidad y amarles, diré que esta percepción es horrible. ¡Cómo! Han conocido a Dios y no han deseado únicamente que los hombres le amaran, sino que los hombres se detuvieran en ellos; han querido ser el objeto de la felicidad voluntaria de los hombres.

464. FILÓSOFOS. -Estamos llenos de cosas que nos arrojan al exterior.

Nuestro instinto nos hace sentir que hay que buscar nuestra felicidad fuera de nosotros. Nuestras pasiones nos empujan hacia fuera, incluso si no se ofrecieran objetos para excitarlas. Los objetos de fuera nos tientan por sí mismos y nos llaman, aun cuando no pensemos en ellos. Y así los filósofos podrán decir: «Recogeos en vosotros mismos, ahí encontraréis vuestro bien.» No se les cree; y los que creen en ellos son los más vacíos y los más estúpidos.

468. Ninguna otra religión ha propuesto odiarse. Ninguna otra religión puede agradar, pues, a quienes se odian y buscan un ser verdaderamente amable. Y éstos, aunque jamás hubieran oído hablar de la religión de un Dios humillado, la abrazarían incontinenti.

470. «Si hubiera visto un milagro, dicen, me convertiría.» ¿Cómo aseguran que harían lo que ignoran? Se imaginan que esta conversión consiste en una adoración que se hace de Dios como un comercio y una conversión tal como ellos se la figuran. La conversión verdadera consiste en aniquilarse ante este Ser universal al que tantas veces se ha irritado y que legítimamente puede perderos en todo instante; en reconocer que no se puede nada sin Él y que no se ha merecido de Él sino la desgracia. Consiste en conocer que hay una invencible oposición entre Dios y nosotros, y que sin un mediador no puede haber comercio con él.

475. Si los pies y las manos tuvieran una voluntad particular, jamás estarían en orden, sino sometiendo esta voluntad particular a la voluntad primera que gobierna al cuerpo entero. Fuera de ello están en desorden y en desgracia; pero al no querer sino el bien del cuerpo realizan su propio bien.

477. Es falso que seamos dignos de que los demás nos amen; es injusto que lo queramos. Si naciéramos razonables e indiferentes y conociéndonos a nosotros y a los demás, no imprimiríamos esta inclinación a nuestra voluntad. Nacemos, sin embargo, con ella; nacemos, pues, injustos, porque todo tiende a sí. Esto va contra todo orden: hay que tender a lo general; y la inclinación hacia sí mismo es el comienzo de todo desorden, en guerra, en política, en economía, en el cuerpo particular del hombre. La voluntad está, pues, depravada.

Si los miembros de las comunidades naturales y civiles tienden al bien del cuerpo, las comunidades mismas deben tender a otro cuerpo más general del cual son miembros. Hay que tender, pues, a lo general. Nacemos, pues, injustos y depravados.

479. Si hay un Dios, no hay que amarle sino a Él, y no a las criaturas pasajeras. El razonamiento de los impíos en la «Sabiduría» no está fundado sino en que no hay Dios. «Esto supuesto, dicen, gocemos, pues, de las criaturas.» Es el peor de los casos. Pero si hubiese un Dios a quien amar, no hubieran concluido esto, sino más bien lo contrario. Y es la conclusión de los sabios: «Hay un Dios: no gocemos, pues, de las criaturas.»

Por consiguiente, todo lo que nos incita a apegarnos a las criaturas es malo, porque esto nos impide servir a Dios, si le conocemos, o buscarle si le ignoramos. Ahora bien: estamos llenos de concupiscencia; por tanto, estamos llenos de mal; por tanto, debemos odiarnos a nosotros mismos y a todo lo que nos incita a otros vínculos distintos del solo Dios.

481. Los ejemplos de las muertes generosas de lacedemonios y de otros no nos conmueven. Porque ¿qué es lo que esto nos trae? Pero el ejemplo de la muerte de los mártires nos conmueve; porque son «nuestros miembros». Tenemos un vínculo común con ellos: su resolución puede formar la nuestra; no solamente por el ejemplo, sino porque tal vez ha merecido la nuestra. Nada de esto existe en los ejemplos de los paganos: no tenemos conexión con ellos, como tampoco se hace uno rico por ver que lo es un extraño, sino al ver que lo son su padre o su marido.

483. Ser miembro es no tener vida, ser y movimiento más que por el espíritu del cuerpo y para el cuerpo.

El miembro separado, al no ver ya el cuerpo a que pertenece, no tiene sino un ser perecedero y moribundo. Sin embargo, cree ser un todo, y no viendo cuerpo de que dependa, cree no depender sino de sí, y quiere hacerse a su vez centro y cuerpo. Pero no teniendo en sí principio de vida, no hace sino perderse, y se asombra de la incertidumbre de su ser, sintiendo ciertamente que no es cuerpo, y no viendo, sin embargo, que sea miembro de un cuerpo. Finalmente, cuando llega a conocerse, está como vuelto al hogar, y no se ama ya sino por el cuerpo. Lamenta sus desvíos pasados.

Por su naturaleza no podría amar otra cosa sino para sí mismo y para someterla, porque cada cosa se ama más que todo. Pero amando al cuerpo se ama a sí mismo, porque no tiene ser sino en él, por él y para él: «qui adhaeret Deo unus spiritus est».

El cuerpo ama a la mano; la mano, si tuviera una voluntad, debiera amarse de la misma manera que ama el alma. Todo amor que va más allá es injusto.

«Adhaerens Deo unus spiritus est.» Uno se ama a sí mismo, porque se es miembro de Jesucristo. Se ama a Jesucristo porque es el cuerpo de que se es miembro. Todo es uno: el uno está en el otro, como las tres Personas.

491. La verdadera religión debe tener como nota obligar a amar a su Dios. Esto es muy justo, y sin embargo, ninguna lo ha ordenado; la nuestra lo ha hecho. Tiene que haber conocido también la concupiscencia y la impotencia; la nuestra lo ha hecho. Debe haber traído remedios para ellas; uno es la oración. Ninguna religión ha pedido a Dios amarle y seguirle.

497. CONTRA LOS QUE CONFIANDO EN LA MISERICORDIA DE DIOS PERMANECEN EN ABANDONO, SIN HACER BUENAS OBRAS. -Como las dos fuentes de nuestros pecados son el orgullo y la pereza, Dios nos ha descubierto dos cualidades en Él para curarlas: su misericordia y su justicia. Lo propio de la justicia es derribar el orgullo, por santas que sean las obras, «et non intres in judicium», etc.; y lo propio de la misericordia es combatir la pereza exhortando a las buenas obras, según este pasaje: «La misericordia de Dios invita a la penitencia», y este otro de los ninivitas: «Hagamos penitencia, para ver si por ventura se apiadará de nosotros.» Y así tan lejos está la misericordia de autorizar el relajamiento, que, por el contrario, es la cualidad que le combate formalmente; de suerte que, en lugar de decir: «Si no hubiese misericordia en Dios, haría falta realizar toda clase de esfuerzos por la virtud», hay que decir, por el contrario, que porque hay misericordia en Dios, hay que realizar toda suerte de esfuerzos.

498. Es verdad que es penoso entrar en la piedad. Pero esta pena no procede de la piedad que comienza a existir en nosotros, sino de la impiedad que todavía queda. Si nuestros sentidos no se opusieran a la penitencia, y si nuestra corrupción no se opusiera a la pureza de Dios, no habría en esto nada penoso para nosotros. No sufrimos sino en la medida en que el vicio, que nos es natural, resiste a la gracia sobrenatural; nuestro corazón se siente desgarrado entre esfuerzos contrarios; pero sería muy injusto achacar esta violencia a Dios, que nos atrae, en lugar de atribuirla al mundo, que nos repele. Es como un niño a quien su madre arranca de los brazos de los ladrones, que debe amar en la pena que padece la violencia amorosa y legítima de aquella que le procura libertad, y no detestar sino la violencia impetuosa y tiránica de los que le retienen injustamente. La guerra más cruel que Dios puede hacer a los hombres en esta vida es dejarles sin esta guerra que ha venido a traer. «He venido a traer la guerra», dice; y para instruirle en esta guerra: «He venido a traer el hierro y el fuego.» Antes de él el mundo vivía en esta falsa paz.

499. OBRAS EXTERIORES. -Nada hay tan peligroso como lo que agrada a Dios y a los hombres; porque los estados que agradan a Dios y a los hombres tienen una cosa que agrada a Dios y otra que agrada a los hombres; como la grandeza de Santa Teresa: lo que agrada a Dios es su profunda humildad en sus revelaciones; lo que agrada a los hombres son sus luces. Y así se matan por imitar sus discursos, creyendo que imitan su estado; y no por amar lo que Dios ama, y por colocarse en el estado que Dios ama.

Vale más no ayunar y ser por ello humillado, que ayunar y complacerse en ello. Fariseo, publicano.

¿De qué me serviría acordarme de ello, si esto puede igualmente servirme y perjudicarme, y si todo depende de la bendición de Dios, que no la da sino a las cosas hechas por él, y según sus reglas y en sus caminos, siendo así la manera tan importante como la cosa, y tal vez más importante, puesto que Dios puede del mal sacar el bien, y sin Dios se saca del bien el mal?

502. Abrahán no tomó nada para sí, sino solamente para sus servidores; así, el justo no toma nada para sí del mundo, ni de los aplausos del mundo; sino solamente para sus pasiones, de las que se sirve como señor, diciendo a una: vete y ven. «Sub te erit appetitus tuo.» Sus pasiones, dominadas así, son sus virtudes: la avaricia, la envidia, la cólera, Dios mismo se las atribuye, y son tan virtudes como la clemencia, la piedad, la constancia, que son también pasiones. Hay que servirse de ellas como de esclavos, y dejándoles su alimento, impedir que el alma se nutra de ellas; porque cuando las pasiones son dueñas, son vicios, y entonces dan al alma su alimento, y el alma se nutre de ellas y se envenena con ellas.

519. Juan, VIII: Multi crediderunt in eum. Dicebat ergo Jesús: «Si manseritis... vere mei discipulis eritis, et veritas liberabit vos.» Responderunt: «Semen Abrahae sumus, et nemini servimus unquam.» Hay mucha diferencia entre los discípulos y los «verdaderos» discípulos. Se les reconoce diciéndoles que la verdad les hará libres: porque si responden que son libres y que en ellos está el salir de la esclavitud del diablo, son ciertamente discípulos, pero no verdaderos discípulos.

520. La ley no ha destruido la naturaleza; pero la ha instruido; la gracia no ha destruido la ley; pero hace cumplirla. La fe recibida en el bautismo es la fuente de toda la vida de los cristianos y de los conversos.

521. La gracia estará siempre en el mundo -y también la naturaleza-, de suerte que, en cierta manera, es natural. Y así habrá siempre pelagianos, y siempre católicos, y siempre combate; porque el primer nacimiento produce a los unos, y la gracia del segundo nacimiento produce a los otros.

523. Toda la fe consiste en Jesucristo y en Adán; y toda la moral, en la concupiscencia y en la gracia.

525. Los filósofos no prescribían sentimientos proporcionados a los dos estados.

Inspiraban movimiento de grandeza pura, y no es el estado del hombre.

Inspiraban movimientos de bajeza pura, y no es el estado del hombre.

Hacen falta movimientos de bajeza, no de naturaleza, sino de penitencia; no para permanecer en ellos, sino para marchar hacia la grandeza. Hacen falta movimientos de grandeza, no de méritos, sino de gracia, y después de haber pasado por la bajeza.

527. El conocimiento de Dios sin el de su miseria hace el orgullo. El conocimiento de su miseria sin el de Dios constituye el punto medio, porque encontramos en Él a Dios y a nuestra miseria.

534. No hay más que dos clases de hombres: los unos justos, y que se creen pecadores; los otros pecadores, que se creen justos.

537. El cristianismo es extraño. Ordena al hombre reconocer que es vil y hasta abominable, y le ordena querer ser semejante a Dios. Sin tal contrapeso, esta elevación le haría horriblemente vano, o este rebajamiento le haría terriblemente abyecto.

539. ¿Qué diferencia hay entre un soldado y un cartujo en cuanto a la obediencia? Porque son igualmente obedientes y dependientes y en ejercicios igualmente penosos. Pero el soldado espera siempre llegar a ser señor, y no llega a serlo jamás, porque hasta los capitanes y príncipes son siempre esclavos y dependientes; pero lo espera siempre, y trabaja por lograrlo; mientras que el cartujo hace voto de no ser nunca más que dependiente. Así, no difieren en la esclavitud perpetua, que ambos poseen siempre, sino en la esperanza, que el uno tiene siempre y el otro jamás.

543. PREFACIO. -Las pruebas metafísicas de Dios están alejadas del razonamiento de los hombres y son tan embrolladas que impresionan poco. Y aun cuando ello sirviera para algunos, no serviría sino en el instante de la demostración, pero una hora después tienen miedo de haberse equivocado.

«Quod curiositate cognoverunt superbia amiserunt.»

Es lo que produce el conocimiento de Dios que se obtiene sin Jesucristo, que consiste en comunicar sin mediador con el Dios que se ha conocido sin mediador. Al paso que los que han conocido a Dios por mediador, conocen su miseria.

545. Jesucristo no hace más que enseñar a los hombres que se amen a sí mismos, que eran esclavos, ciegos, enfermos, desgraciados y pecadores; que hacía falta que Él les liberara, iluminara, beatificara y curara; que esto se realizaría odiándose a sí mismos, y siguiéndole por la miseria y la muerte en la cruz.

547. No conocemos a Dios sino por Jesucristo. Sin este mediador queda suprimida toda comunicación con Dios; por Jesucristo conocemos a Dios. Todos los que han pretendido conocer a Dios y probarle sin Jesucristo no tenían sino pruebas incapaces. Pero para probar a Jesucristo tenemos las profecías, que son pruebas sólidas y palpables. Y estas profecías, como se han cumplido y se ha comprobado que eran verdaderas por lo que ha sucedido, denotan la certidumbre de estas verdades y al mismo tiempo la prueba de la divinidad de Jesucristo. En Él y por Él conocemos, pues, a Dios. Fuera de Él y sin la Escritura, sin el pecado original, sin mediador necesario, prometido y llegado, no se puede probar absolutamente a Dios, ni enseñar buena doctrina ni buena moral. Pero por Jesucristo y en Jesucristo se prueba a Dios, y se enseña la moral y la doctrina. Jesucristo es, pues, el verdadero Dios de los hombres.

Pero conocemos al mismo tiempo nuestra miseria porque este Dios no es otra cosa que el reparador de nuestra miseria. Así, no podemos conocer bien a Dios sino conociendo nuestras iniquidades. Por esto los que han conocido a Dios sin conocer su miseria no le han glorificado, sino que con ello se han glorificado.« Quia..., non cognovit per sapientiam..., placuit Deo per stultitiam praedicationis salvos facerem.»

548. No solamente no conocemos a Dios sino por Jesucristo, sino que tampoco nos conocemos a nosotros mismos sino por Jesucristo. No conocemos la vida, la muerte, sino por Jesucristo. Fuera de Jesucristo, no sabemos lo que es ni nuestra vida, ni nuestra muerte, ni Dios, ni nosotros mismos.

Así, sin la Escritura, que no tiene por objeto más que Jesucristo, no conocemos nada y no vemos nada más que oscuridad y confusión en la naturaleza de Dios y en la propia naturaleza.

553. MISTERIO DE JESÚS. -Jesús sufre en su pasión los tormentos que le infligen los hombres; pero en la agonía sufre los tormentos que se da a sí mismo: «turbare semetipsum». Es un suplicio de una mano no humana, sino omnipotente, porque hay que ser omnipotente para soportarlo.

Jesús busca algún consuelo por lo menos en esos tres amigos, los más queridos, y duermen; les ruega que se sostengan un poco con él, y le dejan con una completa negligencia, y tan poca compasión, que no fue capaz de impedirles dormir ni un solo momento. Y así, Jesús quedó solo, abandonado a la cólera de Dios.

Jesús está en la tierra solo, sin nadie, no solamente que sienta y comparta su pena, pero ni tan siquiera que la conozca: sólo el cielo y Él tienen este conocimiento.

Jesús está en un jardín, no de delicias como el primer Adán, en que se perdió todo el género humano, sino en un jardín de suplicio, donde se salvó Él y todo el género humano.

Sufre esta pena y este abandono en el horror de la noche.

Se me figura que Jesús no se ha quejado más que esta única vez; pero entonces se quejó como si no hubiera podido contener su excesivo dolor: «Mi alma está triste hasta la muerte.»

Jesús busca compañía y alivio por parte de los hombres. Creo que esto es algo único en toda su vida. Pero no lo encuentra, porque sus discípulos duermen.

Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo: no hay que dormir durante este tiempo.

En medio de este abandono universal y de sus amigos elegidos para velar con Él, Jesús, al encontrarles dormidos, se enfada a causa del peligro a que se exponen, no Él, sino ellos mismos, y les amonesta acerca de su salvación propia y de su bien con una ternura cordial por ellos durante su ingratitud, y les advierte que el espíritu está pronto, y la carne es flaca.

Jesús, al encontrarles todavía durmiendo, sin que ni su consideración ni la de ellos les hayan contenido, tiene la bondad de no despertarles, y les deja en su reposo.

Jesús ora en plena incertidumbre acerca de la voluntad del Padre, y teme la muerte; pero, al conocerla, se adelanta a ofrecerse a ella: «eamus. Processit» (Juan).

Jesús ha rogado a los hombres y no fue escuchado.

Mientras sus discípulos dormían, Jesús ha operado su salvación. La ha operado a cada uno de los justos mientras dormían, y en la nada antes de su nacimiento, y en los pecados después de su nacimiento.

No ruega sino una sola vez que el cáliz pase, y todavía con sumisión, y dos veces que venga si hace falta.

Jesús apesadumbrado.

Jesús, viendo a todos sus amigos dormidos, y a todos sus enemigos vigilando, se entrega por entero a su Padre.

Jesús no ve en Judas su enemistad, sino la orden de Dios, que es a quien ama; y lo confiesa, puesto que le llama amigo.

Jesús se arranca desgarradoramente de sus discípulos para entrar en la agonía; hay que arrancarse de los más próximos y de los más íntimos para imitarle.

Puesto que Jesús está en la agonía y en medio de los más grandes sufrimientos, oremos más largamente.

Imploramos la misericordia de Dios, no para que nos deje en paz en nuestros vicios, sino para que nos libere de ellos.

Si Dios nos diese por su propia mano maestros, ¡oh, cómo habría que obedecerles de todo corazón! La necesidad y los acontecimientos lo son infaliblemente.

«-Consuélate, tú no me buscarías si no te hubieras encontrado conmigo.

»Yo pensaba en ti en mi agonía, he derramado por ti tales gotas de sangre.

»Es tentarme a mí más que probarte a ti el pensar si tú harías bien tal o cual cosa ausente: yo la haré en ti cuando llegue.

»Déjate conducir por mis reglas; mira cómo he conducido a la Virgen y a los santos que me han dejado obrar en ellos.

»Al Padre le complace todo lo que yo hago.

»¿Pretendes que ello me cueste siempre sangre de mi humanidad sin que tú des lágrimas?

»Tu conversión es cosa mía; no temas, y ruega con confianza como por mí.

»Yo te estoy presente con mi palabra en la Escritura, por mi espíritu en la Iglesia, y por las inspiraciones, por mi poder en los sacerdotes, por mi oración en los fieles.

»Los médicos no te curarán, porque, por fin, morirás; pero soy yo quien cura y hace que el cuerpo sea inmortal.

»Sufre las cadenas y la esclavitud corporales; yo no te libero actualmente sino de la espiritual.

»Te soy más amigo que tal o cual; porque he hecho por ti más que ellos y no te aguantarían lo que yo te he aguantado, y no morirían por ti en el tiempo de tus infidelidades y crueldades, como yo lo he hecho y estoy dispuesto a hacerlo en mis elegidos y en la Sagrada Eucaristía.

»Si conocieras tus pecados, te descorazonarías.

»-Me descorazonaré, pues, Señor, porque creo en su malicia por vuestra palabra.

»-No, porque yo, que te lo he enseñado, puedo curarte de ellos, y el que te lo diga es señal de que te lo quiere curar. A medida que los espíes, los conocerás y te será dicho: «Mira los pecados que te son remitidos.» Haz, pues, penitencia por tus pecados ocultos y por la oculta malicia de los que tú conoces.

»-Señor, os doy todo.

»-Yo te amo más ardientemente que lo que tú has amado tus mancillas, «ut immundus pro luto».

»Sea la gloria para mí, y no para ti, gusano y tierra.

»Interroga a tu director cuando mis propias palabras sean para ti ocasión de mal o de vanidad y curiosidad.»

Veo mi abismo de orgullo, de curiosidad, de concupiscencia. No guardo relación ninguna con Dios ni con Jesucristo justo. Pero ha sido hecho pecado por mí; todas vuestras plagas han caído sobre él. Es más abominable que yo, y lejos de aborrecerle, se considera honrado con que vaya a él y le ayude.

Pero se ha curado a sí mismo, y con mayor razón me curará.

Hay que añadir mis llagas a las suyas, y unirme a él, y me salvará salvándose. Pero no hay que añadir nuevas plagas en el futuro.

«Eritis sicut dii scientes bonum et malum.» Todo el mundo hace de Dios al juzgar: «esto es bueno o malo»; y afligiéndose o alegrándose demasiado de las cosas que suceden.

Hacer las cosas pequeñas como si fueran grandes, a causa de la majestad de Jesucristo, que las hace en nosotros, y que vive nuestra vida; y las grandes como si fueran pequeñas y fáciles, a causa de su omnipotencia.

554. Me parece que Jesucristo, después de su resurrección, no se deja tocar más que las llagas: «Noli me tangere.» Es preciso no unirnos sino a sus sufrimientos.

Se nos ha dado en comunión como mortal en la Cena, como resucitado a los discípulos de Emaús, como subido al cielo a toda la Iglesia.




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556. Blasfeman de lo que ignoran. La religión cristiana consiste en dos puntos. Importa igualmente a los hombres conocerlos, y es igualmente peligroso ignorarlos. Y es igualmente una misericordia de Dios el haber dado señales de los dos.

Y, sin embargo, concluyen que uno de estos puntos no existe, partiendo de lo que el otro punto debiera hacerles concluir. Los sabios que han dicho que no hay más que un Dios han sido perseguidos, los judíos odiados y los cristianos más todavía. Han visto por luz natural que si hay una verdadera religión sobre la tierra, la conducta de todo debe tender a ella como su centro.

Toda la conducta de las cosas debe tener por objeto el establecimiento y la grandeza de la religión; los hombres deben tener en sí mismos sentimientos conformes a lo que ella nos enseña; y, finalmente, debe ser de tal manera objeto y centro al que tienden todas las cosas, que quien conozca sus principios pueda dar razón, tanto de toda naturaleza del hombre en particular como de toda la conducta del mundo en general.

Y apoyados en este fundamento, encuentran ocasión de blasfemar contra la religión cristiana, porque la conocen mal. Se imaginan que consiste simplemente en la adoración de un Dios considerado como grande y poderoso y eterno; lo cual es propiamente el deísmo, casi tan alejado de la religión cristiana como el ateísmo, que es completamente contrario a ella. Y concluyen de aquí que esta religión no es verdadera porque no ven que todas las cosas concurren al establecimiento de este punto de que Dios no se manifiesta a los hombres con toda la evidencia con que pudiera hacerlo.

Concluyan lo que quieran contra el deísmo, jamás concluirán nada contra la religión cristiana, que consiste propiamente en el misterio del Redentor, que, uniendo en sí las dos naturalezas, humana y divina, ha retirado a los hombres de la corrupción del pecado para reconciliarlos con Dios en su divina Persona.

Enseña, pues, a los hombres estas dos verdades juntas: que hay un Dios de que todos los hombres son capaces, y que hay una corrupción en la naturaleza que les hace indignos de Él. Importa, igualmente, a los hombres conocer uno y otro punto; es igualmente peligroso para el hombre conocer a Dios sin conocer su miseria, que conocer su miseria sin conocer al Redentor que puede curarle de ella. Uno solo de estos conocimientos produce, o la soberbia de los filósofos, que han conocido a Dios y no su miseria, o la desesperación de los ateos, que conocen su miseria sin Redentor.

Y así como es igualmente necesario al hombre conocer estos dos puntos, es igualmente una misericordia de Dios el habérnoslos dado a conocer. La religión cristiana lo hace, y consiste en ello.

Examínese el orden del mundo sobre este punto, y véase si todas las cosas no tienden al establecimiento de los dos temas de esta religión: los que se descarrían no se descarrían sino por falta de haber conocido una de esas dos cosas. Se puede, pues, conocer perfectamente a Dios sin su miseria, y su miseria sin Dios; pero no se puede conocer a Jesucristo sin conocer a la vez a Dios y a su miseria. Jesucristo es el objeto de todo y el centro adonde todo tiende. Quien le conoce, conoce la razón de todas las cosas.

Y por esto no intentaré aquí probar, por razones naturales, o la existencia de Dios, o la Trinidad, o la inmortalidad del alma, ni ninguna de las cosas de esta índole; no solamente porque no me sentiría bastante fuerte para encontrar en la naturaleza con qué convencer a los ateos endurecidos, sino también porque este conocimiento sin Jesucristo, es inútil y estéril.

Aun cuando un hombre se hallara persuadido de que las proporciones de los números son verdades inmateriales, eternas y dependientes de una primera verdad en quien subsisten y que se llama Dios, no se vería que hubiera adelantado mucho para su salvación.

El Dios de los cristianos no consiste en un Dios simplemente, autor de verdades geométricas y del orden de los elementos; es la parte de los paganos y de los epicúreos. No consiste solamente en un Dios que ejerce su providencia sobre la vida y sobre los bienes de los hombres, para dar una feliz sucesión de años a quienes lo adoran; es la porción de los judíos. Pero el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de los cristianos, es un Dios de amor y de consuelo: es un Dios que llena el alma y el corazón de aquellos que Él posee; es un Dios que les hace sentir interiormente su miseria y su misericordia infinita; que se une al fondo de sus almas; que las llena de humildad, de alegría, de confianza, de amor; que las hace incapaces de otro fin que no sea él mismo.

Todos los que buscan a Dios fuera de Jesucristo y que se detienen en la naturaleza, o no encuentran luz ninguna que les satisfaga o llegan a forjarse un medio de conocer a Dios y de servirle sin mediador: con lo cual caen, o en el ateísmo, o en el deísmo, que son dos cosas que la religión cristiana aborrece casi igualmente.

Sin Jesucristo, el mundo no subsistiría; porque haría falta, o que fuera destruido, o que fuera como un infierno.

Si el mundo subsistiese para instruir al hombre de Dios, su divinidad reluciría por todas partes de una manera indiscutible; pero como no subsiste sino por Jesucristo y para Jesucristo, y para instruir a los hombres de su corrupción y de su redención, todo brilla con pruebas de estas dos verdades. Lo que aparece no denota ni una exclusión total ni una presencia manifiesta de divinidad, sino la presencia de un Dios que se esconde: todo lleva este carácter.

Él, que es el único que conoce la naturaleza, ¿la conocerá tan sólo para ser miserable? Él, que es el único que la conoce, ¿será el único desgraciado? No conviene que no vea absolutamente nada; no conviene tampoco que vea demasiado para creer que la posee; sino que vea bastante para conocer que la ha perdido; porque, para conocer que se ha perdido, hace falta ver y no ver; y éste es precisamente el estado en que se halla la naturaleza.

Cualquiera que sea el partido que tome, no le dejaré tranquilo...

560. No concebimos ni el estado glorioso de Adán, ni la naturaleza de su pecado, ni la transmisión de él a nosotros. Son cosas que han acontecido en el estado de una naturaleza completamente diferente de la nuestra y que sobrepujan al estado de nuestra capacidad presente.

Para salir de él es inútil saber todo esto; lo único que nos importa conocer es que somos miserables, corrompidos, separados de Dios, pero rescatados por Jesucristo; y de lo cual tenemos pruebas admirables en la tierra. Así, las dos pruebas de la corrupción y de la redención se ven en los impíos, que viven en la indiferencia de la religión, y de los judíos, que son sus enemigos irreconciliables.

563. Será una de las confusiones de los condenados ver que estarán condenados por su propia razón, por la que han pretendido condenar la religión cristiana.

564. Las profecías, y hasta los milagros y las pruebas de nuestra religión no son de tal naturaleza que pueda decirse que son absolutamente convincentes. Pero son también de tal índole que no se puede decir que no se tenga razón al creer en ellas. Hay, así, evidencia y oscuridad para iluminar las unas y oscurecer las otras. Pero la evidencia es tal, que supera, o por lo menos iguala, a la evidencia de lo contrario; de suerte que no es la razón la que puede determinar a no seguirla; y así no puede ser sino la concupiscencia y la malicia del corazón. Y por este medio hay evidencia bastante para condenar y no bastante para convencer; a fin de que parezca que en quienes la siguen es la gracia y no la razón la que hace seguir; y que, en quienes huyen de ella, es la concupiscencia y no la razón la que hace huir.

«Vere discipuli, vere israelita, vere liberi, vere cibus.»

571. RAZÓN DE POR QUÉ FIGURAS. -Tenía que nutrir a un pueblo carnal y hacerle depositario del testamento espiritual; hacía falta que, para dar fe en el Mesías, hubiera habido profecías precedentes, y que fuesen llevadas por gentes no sospechosas y de una diligencia y fidelidad y celo extraordinarios y conocidos por toda la tierra.

Para lograr esto, Dios ha elegido a este pueblo carnal, en el que ha depositado las profecías que predicen el Mesías, como liberador y dispensador de los bienes carnales que este pueblo amaba; y así tuvo un ardor extraordinario por sus profetas, y ha llevado a la vista de todo el mundo estos libros que predicen su Mesías, asegurando a todas las naciones que debía venir a la manera predicha en los libros que tenían abiertos a todo el mundo. Y así este pueblo, decepcionado por el advenimiento ignominioso y pobre del Mesías, ha sido su más cruel enemigo. De suerte que he aquí el pueblo menos sospechoso de favorecernos y el más exacto y celoso que se pueda decir para su ley y para sus profetas, que los lleva incorruptos; de suerte que los que han rechazado y crucificado a Jesucristo, que se han escandalizado en Él, son los que llevan los libros que dan testimonio de Él y que dicen que será rechazado y servirá de escándalo; de suerte que han indicado que era Él al rechazarlo, y ha sido probado igualmente por los judíos justos que le han recibido que por los injustos que le han rechazado, pues una y otra cosa fueron predichas.

Por esto, las profecías tienen un sentido escondido, el espiritual, de que este pueblo era enemigo, escondido bajo el sentido carnal de que era amigo. Si el sentido espiritual les hubiese sido descubierto, no habrían sido capaces de amarlo y no habrían podido llevarlo; no habrán tenido celo por la conservación de sus libros y de sus ceremonias. Y si hubiesen amado estas promesas espirituales y las hubiesen conservado incorruptas hasta el Mesías, su testimonio no habría tenido fuerza, porque hubieran sido amigos. He aquí por qué fue bueno que el sentido espiritual estuviera cubierto. Pero, por otro lado, si este sentido hubiese estado oculto de tal modo que no hubiese transparecido en modo alguno, no habría podido servir de prueba al Mesías. ¿Qué aconteció, pues? Estuvo cubierto bajo lo temporal en multitud de pasajes, y quedó al descubierto tan claramente en algunos, aparte de que el tiempo y el estado del mundo fueron tan claramente predichos que son más claros que el sol. Y este sentido espiritual está tan claramente explicado en algunos lugares, que hacía falta una obcecación semejante a la que la carne produce sobre el espíritu cuando éste le está sometido, para no reconocerlo.

He aquí, pues, cuál ha sido la conducta de Dios. Este sentido está cubierto por otro en una infinidad de lugares, y raramente descubierto en algunos, pero de tal modo, que, sin embargo, los lugares en que está escondido son equívocos y pueden convenir a los dos, mientras que los lugares en que está descubierto son unívocos y no pueden convenir más que al sentido espiritual.

De suerte que éste no podía inducir a error, y que no había sino un pueblo tan carnal que pudiera equivocarse en ello.

Porque, cuando los bienes se prometen en abundancia, ¿quién les impedía entender los verdaderos bienes, sino su codicia, que determinaba en este sentido a los bienes de la tierra? Pero los que no tenían bienes sino en Dios los refirieron únicamente a Dios. Porque hay dos principios que dividen las voluntades de los hombres: la codicia y la caridad. No es que la codicia no pueda coexistir con la fe en Dios y que la caridad no coexista con los bienes de la tierra. Pero la codicia usa de Dios y goza del mundo, y la caridad todo lo contrario.

Ahora bien: el último fin es el que da el nombre a las cosas. Todo lo que nos impide llegar a él se llama enemigo. Así, las criaturas, aunque buenas, son enemigas de los justos cuando los desvían de Dios; y Dios mismo es enemigo de aquellos cuya concupiscencia perturba.

Y así como la palabra enemigo depende del último fin, los justos entendían con ella sus pasiones, y los carnales entendían los babilonios; y así estos términos no eran oscuros sino para los injustos. Y es lo que dijo Isaías: «Signa legent in electis meis», y que Jesucristo será piedra de escándalo. Pero «bienaventurados los que no se escandalicen en Él». Oseas lo dijo perfectamente: «¿Dónde está el sabio? Él entenderá lo que digo. Los justos lo entenderán. Porque los caminos de Dios son rectos; los justos marcharán por ellos, pero los malos tropezarán en ellos.»

576. CONDUCTA GENERAL DEL MUNDO CON LA IGLESIA: DIOS QUE QUIERE OBCECAR E ILUMINAR. -Como los acontecimientos han probado la divinidad de estas profecías, lo demás, por consiguiente, tiene que ser creído. Y por aquí vemos nosotros el orden del mundo de esta manera: habiéndose olvidado los milagros de la creación y del diluvio. Dios envía la ley y los milagros de Moisés, los profetas que profetizan cosas particulares; y para preparar un milagro subsistente, prepara profecías y el cumplimiento; pero como las profecías pueden ser sospechosas, quiere hacerlas no sospechosas, etc.

578. Hay suficiente claridad para iluminar a los elegidos y oscuridad suficiente para humillarlos. Hay suficiente oscuridad para obcecar a los réprobos y claridad bastante para condenarlos y hacerlos inexcusables (San Agustín, Montaigne «Sabunda»).

La genealogía de Jesucristo en el Antiguo Testamento está mezclada con tantas otras inútiles que no puede ser discernida. Si Moisés no hubiese registrado sino los antepasados de Jesucristo, ello habría sido demasiado visible. Si no hubiera marcado la de Jesucristo, no habría sido bastante visible. Pero, después de todo, quien considera las cosas detenidamente ve la de Jesucristo, bien discernida por Tamar, Rut, etc.

Los que ordenaban estos sacrificios sabían su inutilidad; los que declararon su inutilidad no han dejado de practicarlos.

Si Dios no hubiese permitido más que una religión, habría sido demasiado reconocible; pero considérese detenidamente y se discierne perfectamente la verdad en esta confusión.

Principio: Moisés era hombre hábil; si se gobernaba, pues, por su espíritu, nada decía con claridad que fuese directamente contra el espíritu. Así, todas las debilidades más aparentes son fuerzas. Ejemplo: las dos genealogías de San Mateo y de San Lucas: ¿qué cosa hay más clara sino que esto no se ha escrito de concierto?

579. Dios (y los apóstoles), previendo que las semillas de orgullo darían nacimiento a las herejías, y no queriendo dar ocasión de que nacieran por términos propios, ha puesto en la Escritura y en las oraciones de la Iglesia palabras y sentencias contrarias para producir sus frutos en el tiempo.

De la misma manera que da en la moral la caridad, que produce frutos contra la concupiscencia.

582. Se hace de la verdad misma un ídolo; porque la verdad fuera de la caridad no es Dios, y es su imagen un ídolo que no hay que amar ni adorar, y menos aún hay que amar o adorar a su contrario, que es la mentira.

Puedo amar perfectamente la oscuridad total; pero si Dios me lleva a un estado semioscuro, ese poco de oscuridad me desagrada, y no me agrada porque no veo en él el mérito de una entera oscuridad. Es un defecto y una señal de que me hago de la oscuridad un ídolo, separado del orden de Dios. Ahora bien: no hay que adorar sino su orden.

587. Esta religión tan grande en milagros, santos, piadosos, irreprochables, doctos y grandes testigos; mártires; reyes (David) establecidos; Isaías, príncipe de la sangre -tan grande en ciencia, después de haber desplegado todos sus milagros y toda su sabiduría-, reprueba todo esto y dice que no tiene ni sabiduría ni signos, sino la cruz y la locura.

Porque los que han merecido vuestro crédito por estos signos y esta sabiduría, y que os han probado su carácter, os declaran que nada de esto puede cambiarnos y hacernos capaces de conocer y amar a Dios, sino la virtud de la locura de la cruz, sin sabiduría ni signos; y no los signos sin esta virtud. Así, nuestra religión es loca considerando la causa efectiva, y sabia considerando la sabiduría que prepara a ella.

588. Nuestra religión es sabia y loca. Sabia porque es la que más sabe y la más fundada en milagros, profecías, etcétera. Loca, porque no es todo esto lo que hace que se pertenezca a ella; esto hace ciertamente condenar a los que no son de ella, pero creer a los que son de ella. Lo que les hace creer es la cruz, «ne evacuata sit crux». Y así, San Pablo, que vino en sabiduría y signos, dice que no vino ni en sabiduría ni en signos, porque venía a convertir. Pero los que no vienen sino para convencer, pueden decir que vienen en sabiduría y en signos.




ArribaAbajoSección VIII

589. QUE LA RELIGIÓN CRISTIANA NO ES ÚNICA. -Tan lejos se está de que sea ésta una razón que haga creer que no es la verdadera, que, por el contrario, es lo que hace ver que lo es.

590. Para las religiones hay que ser sincero: verdaderos paganos, verdaderos judíos, verdaderos cristianos.

592. FALSEDAD DE LAS DEMÁS RELIGIONES. -No tienen testigos, éstos los tienen. Dios desafía a las demás religiones a que produzcan tales señales: Isaías, XLIII, 9; XLIV, 8.

593. HISTORIA DE CHINA. -No creo más historias que aquellas cuyos testigos se dejarían estrangular.

(¿Quién es más creíble de los dos: Moisés, o China?)

No se trata de ver esto en líneas generales. Os digo que hay aquí para obcecar y para iluminar.

Con esta sola frase echo por tierra todos vuestros razonamientos. «Pero China oscurece», decís; y yo respondo: «China oscurece, pero hay una claridad que encontrar; buscadla.»

Así, todo lo que decís viene en pro de lo uno, y nada contra lo otro. Así, esto sirve y no perjudica.

Es menester, pues, ver esto en detalle; hay que colocar las cartas sobre el tapete.

598. No quiero que se juzgue de Mahoma por lo que hay en él de oscuro y que puede hacerse pasar por un sentido misterioso, sino por lo que hay de claro, por su paraíso y por lo demás. Es en esto en lo que es ridículo, y por esto es por lo que no es justo tomar sus oscuridades por misterios, dado que sus claridades son ridículas. No acontece lo mismo con la Escritura. Admito que haya oscuridades tan extravagantes como las de Mahoma; pero hay claridades admirables y profecías manifiestas y realizadas. El juego no es, pues, igual. No hay que confundir ni igualar las cosas que no se asemejan más que en la oscuridad y no por la claridad única que merece el que se reverencien las oscuridades.

599. DIFERENCIA ENTRE JESUCRISTO Y MAHOMA. -Mahoma no predice; Jesucristo predice. Mahoma matando; Jesucristo haciendo matar a los suyos. Mahoma prohibiendo leer; los apóstoles ordenando leer. Finalmente, son cosas tan contrarias, que si Mahoma ha elegido el camino de triunfar humanamente, Jesucristo ha tomado el de perecer humanamente. Y que, en lugar de concluir que, puesto que Mahoma ha triunfado, Jesucristo pudo también haber triunfado, es menester decir que, puesto que Mahoma ha triunfado, Jesucristo tenía que perecer.

601. FUNDAMENTO DE NUESTRA FE. -La religión pagana carece hoy de fundamentos. Se dice que antaño los tuvo, por los oráculos que hablaron. Pero ¿cuáles son los libros que nos lo aseguran? ¿Son tan dignos de fe por la virtud de sus autores? ¿Están conservados con tanto cuidado que podamos estar seguros de que no se hallan corrompidos?

La religión mahometana tiene por fundamento el Corán y Mahoma. Pero este profeta, que debía ser la última esperanza del mundo, ¿ha sido predicho? ¿Y qué notas tiene que no las tuviera también cualquier hombre que quisiera llamarse profeta? ¿Qué milagros dice haber hecho? ¿Qué misterios ha enseñado, según su tradición misma? ¿Qué moral y qué felicidad?

La religión judía debe ser considerada diferentemente en la tradición de los libros santos y en la tradición del pueblo. La moral y la felicidad de aquélla son ridículas en la tradición del pueblo, pero es admirable en la de sus santos (y en toda religión acontece lo propio, porque la cristiana es muy diferente en los libros santos y en los casuistas). Su fundamento es admirable: es el más antiguo libro del mundo y el más auténtico; y mientras Mahoma, para que subsista el suyo, ha prohibido su lectura, Moisés, para hacer subsistir el suyo, ha ordenado que todo el mundo lo lea.

Nuestra religión es tan divina, que cualquiera otra religión divina no tiene de divina más que el fundamento.

602. ORDEN. -Ver lo que hay de claro y de indudable en todo el estado de los judíos.

La religión judía es totalmente divina en su autoridad, en su duración, en su perpetuidad, en su moral, en su doctrina, en sus efectos.

607. Quien juzgue de la religión de los judíos por los groseros, la conocerá mal. Es visible en los libros santos y en la tradición de los profetas que han dado bien claramente a entender que no interpretaban la ley a la letra. Así, nuestra religión es divina en el Evangelio, en los apóstoles y en la tradición, pero es ridícula en quienes la tratan mal.

El Mesías, según los judíos carnales, tiene que ser un gran príncipe temporal. Jesucristo, según los cristianos carnales, ha venido a dispensarnos de amar a Dios, y a darnos sacramentos que lo hagan todo sin nosotros. Ni lo uno ni lo otro son la religión cristiana ni la judía. Los verdaderos judíos y los verdaderos cristianos han esperado siempre en un Mesías que les hará amar a Dios, y por este amor triunfar de sus enemigos.

608. Los judíos carnales son el término medio entre los cristianos y los paganos. Los paganos no conocen a Dios, y no aman sino la tierra. Los judíos conocen el verdadero Dios, y no aman sino la tierra. Los cristianos conocen el verdadero Dios, y no aman la tierra. Los judíos y los paganos aman los mismos bienes. Los judíos y los cristianos conocen el mismo Dios. Los judíos eran de dos clases: los unos no tenían sino afecciones paganas; los otros tenían afecciones cristianas.

610. PARA MOSTRAR QUE LOS VERDADEROS JUDÍOS Y LOS VERDADEROS CRISTIANOS NO TIENEN SINO UNA MISMA RELIGIÓN. -La religión de los judíos parecería consistir esencialmente en la paternidad de Abrahán, en la circuncisión, en los sacrificios, en las ceremonias, en el arca, en el templo, en Jerusalén; finalmente, en la ley y en la alianza de Moisés.

Yo digo que no consistía en ninguna de estas cosas, sino solamente en el amor de Dios y que Dios reprobaba todas las demás cosas.

Que Dios no aceptaba la posteridad de Abrahán.

Que los judíos serán castigados por Dios como los extranjeros, si le ofenden. Deuteronomio, VIII, 19: «Si olvidáis a Dios y seguís a los dioses extranjeros, os predigo que pereceréis de la misma manera que las naciones que Dios ha exterminado delante de vosotros.»

Que los extranjeros serán recibidos por Dios como los judíos, si le aman. Isaías, LVI, 3: «Que no diga el extranjero: «El Señor no me recibirá.» Los extranjeros que se vinculen a Dios será para servirle y amarle; yo les llevaré a mi montaña santa, y recibiré de ellos sacrificios, porque mi casa es casa de oración.»

Que los verdaderos judíos no atribuían su mérito a Abrahán, sino a Dios. Isaías, LXII, 16: «Vos sois verdaderamente nuestro padre, y Abrahán no nos ha conocido, e Israel no ha tenido conocimiento de nosotros; sino que sois vos quien es nuestro padre y nuestro redentor.»

Moisés mismo les dijo que Dios no haría acepción de personas. Deuteronomio, X, 17: «Dios -dice- no hace acepción ni de las personas ni de los sacrificios.»

El sábado no era más que un signo (Ex., XXXI, 13), y en memoria de la salida de Egipto (Deut., V, 15). Por consiguiente, no es necesario, puesto que hay que olvidar a Egipto.

La circuncisión no era más que un signo (Gén., XVII, 11). Y de aquí viene el que estando en el desierto no fueran circuncidados, porque no podían confundirse con los otros pueblos. Y que, después que Jesucristo ha venido ya, no es necesario.

Que está ordenada la circuncisión del corazón. Deuteronomio, X, 16, y Jeremías, IV, 4: «Circuncidad el corazón; arrancad las superfluidades de vuestro corazón y no os endurezcáis más; porque vuestro Dios es un Dios grande, poderoso y terrible, que no tiene acepción de personas.»

Que Dios dice que la realizará algún día. Deuteronomio, XXX, 6: «Dios te circuncidará el corazón a ti y a tus hijos, a fin de que le ames de todo corazón.»

Que los incircuncisos de corazón serán juzgados (Jer., IX, 26). Porque Dios juzgará a los pueblos incircuncisos y a todo el pueblo de Israel porque es «incircunciso de corazón».

Que el exterior no sirve de nada sin el interior. Joel, II, 13: «Sindite corda vestra», etc. Isaías, LVIII, 3, 4, etc.

El amor de Dios se recomienda en todo el Deuteronomio. Deuteronomio, XXX, 19: «Tomo como testigo al cielo y a la tierra que he puesto ante vosotros la muerte y la vida a fin de que elijáis la vida, y de que améis a Dios y de que le obedezcáis; porque es Dios quien es vuestra vida.»

Que los judíos, por falta de este amor, serán reprobados por sus crímenes, y elegidos los paganos en su lugar (Os., I, 10). Deuteronomio, XXXII, 20: «Me ocultaré de ellos ante la visión de sus últimos crímenes, porque es una nación mala e infiel. Me han provocado a cólera por las cosas que no son de los dioses; y yo las provocaré a envidia por un pueblo que no es mi pueblo y por una nación sin ciencia ni inteligencia.» Isaías, LXV, 1.

Que los bienes temporales son falsos, y que el verdadero bien consiste en estar unido a Dios (Salmo CXLIII, 15).

Que sus fiestas desagradan a Dios. (Amós, V, 21.)

Que los sacrificios de los judíos desagradan a Dios (Isaías, LXVI, 1-3; I, 11. Jer., IV, 20; David, «Miserere»). Hasta de parte de los buenos, «exspectavi» (Salmo XLIX, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14).

Que no los ha establecido sino para su dureza (Miqueas admirablemente; VI, I R., XV, 22; Os., VI, 6).

Que los sacrificios de los paganos serán recibidos por Dios y que Dios retirará su voluntad de los sacrificios de los judíos (Malaq., I, 11).

Que Dios hará una nueva alianza con el Mesías, y que la antigua será abandonada (Jer., XXXI, 31).

«Mandata non bona» (Ezeq.).

Que las cosas antiguas serán olvidadas (Is., LIII, 18, 19; LXV, 17, 18).

Que no se acordarán más del arca (Jer., III, 15, 16).

Que será rechazado el templo (Jer., VII, 12, 13, 14).

Que serán rechazados los sacrificios y otros sacrificios puros establecidos (Malaq., I, 11).

Que el orden de los sacrificios de Aarón será reprobado y se introducirá por el Mesías el orden de Melquisedec (Salmo «Dixit Dominus»).

Que este orden de sacrificios será eterno (Salmo «Dixit Dominus»).

Que Jerusalén será reprobada y Roma admitida (Salmo «Dixit Dominus»).

Que será reprobado el nombre de los judíos y dado un nuevo nombre (Is., LXV, 15).

Que este último nombre será mejor que el de judíos, eterno (Is., LVI, 5).

Que los judíos deberán quedarse sin profeta (Amós), sin rey, sin príncipes, sin sacrificio, sin ídolo.

Que los judíos subsistirán, sin embargo, siempre como un pueblo (Jer., XXXI, 36).

613. PERPETUIDAD. -Siempre ha existido sobre la tierra esa religión que consiste en creer que el hombre ha caído de un estado de gloria y de comunicación con Dios, a un estado de tristeza, de penitencia y de alejamiento de Dios, pero que después de esta vida nos veremos restablecidos por un Mesías que debía venir. Todas las cosas han pasado y ha subsistido ésta por la cual son todas las cosas.

En la primera edad del mundo, los hombres se vieron arrastrados a toda suerte de desórdenes, y había, sin embargo, santos, como Enoch, Lamec y otros, que esperaban con paciencia al Cristo prometido desde el comienzo del mundo. Noé vio la malicia de los hombres en su más alto grado; mereció salvar el mundo en su persona por la esperanza del Mesías en quien él fue figura. Abrahán estuvo rodeado de idólatras cuando Dios le hizo conocer el misterio del Mesías, que saludó de lejos. En tiempos de Isaac y de Jacob, la abominación estaba extendida sobre toda la tierra; pero estos santos vivían en la fe; y Jacob, moribundo y bendiciendo a sus hijos, exclama, por un transporte que le hace interrumpir su discurso: «Espero, Dios mío, el Salvador que me habéis prometido»: «Salutare tuum exspectabo, Domine.»

Los egipcios estaban infectados de idolatría y de magia; el pueblo mismo de Dios se vio arrastrado por sus ejemplos; pero, sin embargo, Moisés y otros creían en aquel a quien no veían, y le adoraban considerando los dones eternos que les preparaba.

Los griegos y los latinos después hicieron reinar a falsas deidades; los poetas fabricaron cien diversas teologías; los filósofos se separaron en mil sectas diferentes; y, sin embargo, había siempre en el corazón de Judá hombres elegidos que predecían el advenimiento de este Mesías, que sólo ellos conocían.

Llegó finalmente en la consumación de los tiempos; y después, se han visto nacer tantos cismas y herejías, el derrumbamiento de tantos Estados, tantos cambios en todas las cosas, y esta Iglesia que adora a Aquel que ha sido siempre adorado, ha subsistido sin interrupción. Y lo admirable, lo incomparable y completamente divino es que esta religión, que ha durado siempre, ha sido siempre combatida. Mil veces estuvo en vísperas de una destrucción universal; y cuantas veces se ha hallado en este estado, Dios la ha levantado por impulsos extraordinarios de su poder. Esto es lo asombroso, y el que se haya mantenido sin doblegarse ni plegarse a la voluntad de los tiranos. Porque no es extraño que un Estado subsista, porque se hace a veces que sus leyes cedan a la necesidad.

617. PERPETUIDAD. -Considérese que desde el comienzo del mundo la expectativa o la adoración del Mesías subsiste sin interrupción; que se encuentran hombres que han dicho que Dios les había revelado que había de nacer un Redentor que salvaría a su pueblo; que Abrahán vino después diciendo que había tenido una revelación de que nacería de él por un hijo que iba a tener; que Jacob declaró que de sus doce hijos nacería de Judá; que Moisés y los profetas vinieron después a declarar el tiempo y la manera de su venida; que dijeron que la ley que tenían no era sino para esperar la del Mesías; que, hasta que llegara ésta, aquélla será perpetua, pero que la otra duraría eternamente; y que así su ley, o la del Mesías, de la cual era promesa, estaría siempre sobre la tierra; que, en efecto, ha durado siempre; que finalmente vino Jesucristo, con todas las circunstancias predichas. Esto es admirable.

618. Esto es efectivo. Mientras todos los filósofos se separan en sectas diferentes, resulta que hay en un rincón del mundo gentes que son las más antiguas del mundo, que declaran que todo el mundo está en el error, que Dios les ha revelado la verdad, que ésta existirá siempre sobre la tierra. En efecto, todas las demás sectas cesan, pero ésta dura siempre y desde hace cuatro mil años.

Declaran que saben por sus antepasados que el hombre es un ser despojado de la comunicación con Dios, en un completo alejamiento de Dios, pero a quien Dios ha prometido rescatar; que esta doctrina existe siempre sobre la tierra; que su ley tiene un doble sentido; que durante mil seiscientos años han tenido gentes que han creído como profetas, que han predicho el tiempo y la manera; que cuatrocientos años después han estado esparcidos por todas partes, porque Jesucristo tenía que ser anunciado por todas partes; que Jesucristo vino a la manera y en el tiempo predichos; que después los judíos se han dispersado por todas partes, en maldición, pero subsistiendo, sin embargo.

619. Veo la religión cristiana fundada sobre una religión precedente, y he aquí lo que encuentro de efectivo.

No hablo aquí de los milagros de Moisés, de Jesucristo y de los Apóstoles, porque no parecen a primera vista convincentes, y porque no pretendo aquí sino poner en evidencia todos los fundamentos de esta religión cristiana que son indudables, y que no pueden ser puestos en duda absolutamente por nadie. Es cierto que vemos en muchos parajes del mundo, un pueblo especial, separado de todos los demás pueblos del mundo, que se llama el pueblo judío.

Veo, pues, una gran copia de religiones en muchos lugares del mundo y en todos los tiempos. Pero no tienen ni la moral que puede agradarme, ni pruebas que puedan detenerme. Y así yo hubiera rechazado igualmente la religión de Mahoma, y la de China, y la de los antiguos romanos, y la de los egipcios, por la sencilla razón de que como ninguna tiene más notas de verdad que otra, ni nada que me determine necesariamente, la razón no puede inclinarse hacia una con preferencia a las otras.

Pero, considerando así esta inconstante y abigarrada variedad de costumbres y creencias en los diversos tiempos, he encontrado, sin embargo, en un rincón del mundo un pueblo especial, separado de todos los demás pueblos de la tierra, el más antiguo de todos y cuyas historias preceden de varios siglos a las más antiguas que poseemos. Encuentro, pues, este pueblo grande y numeroso, salido de un solo hombre, que adora a un solo Dios, y que se conduce por una ley que dice haber recibido de su mano. Sostienen que han sido los únicos en el mundo a los que Dios ha revelado sus misterios; que todos los hombres están corrompidos y en desgracia de Dios; que están todos abandonados a sus opiniones, y a su propio espíritu; y que de aquí proceden los extraños descarríos y los cambios continuos que acontecen entre ellos en religión y en costumbres; en lugar de permanecer inconmovibles en su conducta; pero que Dios no dejará eternamente a los demás pueblos en estas tinieblas; que vendrá un liberador para todos; que están en el mundo para anunciarlo a los hombres; que han sido formados expresamente para ser los precursores y los heraldos de este gran acontecimiento, y para llamar a todos los pueblos a unirse a ellos en la expectativa de este liberador.

El encuentro con este pueblo me asombra y me parece digno de atención. Me paro a considerar esta ley que alardean haber recibido de Dios, y la encuentro admirable. Es la primera de todas, y de tal suerte, que incluso antes de que la palabra «ley» fuera usual entre los griegos, hacía cerca de mil años que la habían recibido y observado sin interrupción. Así encuentro extraño que la primera ley del mundo resulte ser también la más perfecta, de suerte que los más grandes legisladores han sacado las suyas de aquélla, según parece ser para la ley de las Doce Tablas de Atenas, que fue después tomada por los romanos como sería fácil mostrarlo si Josefo y otros no hubieran tratado suficientemente esta materia.

620. VENTAJAS DEL PUEBLO JUDÍO. -En esta búsqueda el pueblo judío llama primeramente mi atención por la cantidad de cosas admirables y singulares que aparecen en él.

Veo en primer lugar que es un pueblo compuesto todo él de hermanos; y mientras todos los demás pueblos se hallan constituidos por la reunión de una infinidad de familias, éste, aunque tan extrañamente abundante, ha salido todo él de un solo hombre; y siendo así todos de una misma carne, y miembros los unos de los otros, componen un poderoso Estado, de una sola familia. Esto es único.

Esta familia o este pueblo es el más antiguo de que tienen conocimiento los hombres: lo cual me parece que reclama una veneración particular, principalmente en la investigación que llevamos a cabo; porque si Dios se ha comunicado en todo tiempo a los hombres, es a éstos a quienes habrá que recurrir para conocer esta tradición.

Este pueblo no es considerable tan sólo por su antigüedad; pero es también singular en su duración, que ha continuado siempre desde su origen hasta ahora; porque mientras los pueblos de Italia y de Grecia, de Lacedemonia, de Atenas, de Roma, y los demás que han venido tanto tiempo después, han perecido hace tanto, éstos subsisten todavía, y, a pesar de las empresas de tantos poderosos reyes que han tratado cien veces de hacerles perecer, como atestiguan sus historiadores, y como es fácil juzgar por el orden natural de las cosas, durante tan largo espacio de años, sin embargo, se han conservado siempre (y esta conservación ha sido predicha); y extendiéndose desde los primeros tiempos hasta los últimos, su historia encierra en su duración la de todas nuestras historias (a las que precede en mucho).

La ley por la que este pueblo se gobierna es un conjunto la más antigua ley del mundo, la más perfecta, y la única que haya sido guardada siempre sin interrupción en un Estado. Es lo que Josefo muestra admirablemente contra Apión y Filón el Judío, en diversos lugares, en los que hace ver que esta ley es tan antigua que el nombre mismo de «ley» no fue conocido por los más antiguos sino mil años después; de suerte que Homero, que escribió la historia de tantos Estados, jamás se sirvió de él. Y es fácil juzgar de su perfección por una simple lectura, por la que se ve que ha provisto a todo con tanta sabiduría, tanta equidad, tanto juicio, que los más antiguos legisladores griegos y romanos, habiendo tenido alguna luz, tomaron de ella sus principales leyes; lo que se ve en las que llaman de las Doce Tablas y por las demás pruebas que Josefo alega. Pero esta ley es, al mismo tiempo, la más severa y la más rigurosa de todas por lo que respecta al culto de su religión, imponiendo a este pueblo, para retenerle en su deber, mil observaciones particulares y penosas bajo pena de muerte. De suerte que es cosa muy sorprendente el que haya sido conservada siempre tan constantemente durante tantos siglos por un pueblo rebelde e impaciente como éste, mientras todos los demás Estados han cambiado de tiempo en tiempo sus leyes, a pesar de ser mucho más fáciles.

El libro que contiene esta ley, la primera de todas, es, a su vez, el más antiguo libro del mundo, mientras que los de Homero, Hesiodo y los demás datan de seiscientos o setecientos años después.

637. PROFECÍAS. -El cetro no quedó interrumpido por la cautividad de Babilonia, a causa de que el retorno estaba prometido y predicho.

638. PRUEBAS DE JESUCRISTO. -No es haber estado cautivo el haberlo estado con la seguridad de que se será liberado en setenta años. Pero ahora lo son sin esperanza alguna.

Dios les prometió que, aunque los dispersara hacia los confines del mundo, sin embargo, si permanecían fieles a su ley, los reuniría. Son muy fieles a ella y permanecen oprimidos.

639. Cuando Nabucodonosor se llevó consigo al pueblo, de miedo de que se creyera que el cetro fue arrebatado a Judá, le fue dicho a aquel pueblo de antemano que estaría poco tiempo así, y que volvería a restablecerse. Estuvieron siempre consolados por los profetas: sus reyes continuaron. Pero la segunda destrucción es sin promesa de restablecimiento, sin profetas, sin reyes, sin consolación, sin esperanza, porque se les quitó el cetro para siempre.

640. Es cosa sorprendente y digna de una extraña atención ver a este pueblo judío subsistir después de tantos años, y verlo siempre miserable: porque es necesario para la prueba de Jesucristo el que subsista para probarlo, y el que sea miserable, puesto que lo ha crucificado; y aunque sean cosas contrarias el ser miserable y el subsistir, subsiste, sin embargo, siempre, a pesar de su miseria.

641. Es visiblemente un pueblo hecho expresamente para servir de testigos al Mesías (Is., XLIII, 9; XLIV, 8). Lleva los libros y los ama, y no los entiende. Y todo ello está predicho: que los juicios de Dios les están confiados, pero como un libro sellado.




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643. Isaías, LI: El mar Rojo imagen de la redención. «Ut sicatis quod filius hominis habet potestatem remittendi peccata, tibi dico: surge.» Dios, queriendo hacer ver que podía formar un pueblo santo de una santidad invisible y llenarlo de gloria eterna, ha hecho cosas visibles. Como la naturaleza es una imagen de la gracia, ha hecho en los bienes de la naturaleza lo que debía hacer en los de la gracia, a fin de que se juzgue que puede hacer lo invisible, puesto que hace lo visible.

Salvó así a este pueblo del diluvio; hizo nacer a Abrahán, lo rescató de sus enemigos y lo dejó en calma.

El objeto de Dios no era salvar del diluvio y hacer nacer todo un pueblo de Abrahán para no introducirlo sino en una tierra fértil.

Y la gracia misma no es sino la figura de la gloria, porque no es un fin último. Ha estado prefigurada en la ley, y prefigura a su vez a la gloria: es figura de ella y principio o causa suya.

La vida ordinaria de los hombres es semejante a la de los santos. Buscan todos su satisfacción, que no difiere más que por el objeto en que la colocan, llamando enemigos suyos a quienes les estorban. Dios ha mostrado, pues, el poder que tiene de dar bienes invisibles por aquel que ha mostrado tener sobre los visibles.

644. FIGURAS. -Dios, queriendo formar un pueblo Santo, que había de separar de todas las demás naciones, al que había de librar de sus enemigos, instalarlo en un paraje reposado, prometió hacerlo y predijo por sus profetas el tiempo y la manera de su advenimiento. Y, sin embargo, para afianzar la esperanza de sus elegidos, les hizo ver su imagen en todos los tiempos, sin destituirlos jamás de pruebas seguras de su poder y de su voluntad de salvarlos. Porque, en la creación del hombre, Adán era el testigo y el depositario de la promesa del Salvador, que debía nacer de mujer, hallándose todavía los hombres tan próximos a la creación, que no podían haber olvidado ni su creación ni su caída. Cuando aquellos que habían visto a Adán no estaban ya en el mundo, Dios envió a Noé, y lo salvó, e inundó toda la tierra, por un milagro que denotaba suficientemente que tenía poder para salvar al mundo, y voluntad de hacerlo y de hacer nacer de semilla de mujer a Aquel que había prometido. Este milagro bastaba para afianzar la esperanza de los hombres.

Cuando el recuerdo del diluvio estaba todavía fresco entre los hombres, todavía en vida de Noé, Dios hizo promesas a Abrahán, y cuando vivía aún Sem, Dios envió a Moisés, etc.

648. Dos errores: 1º. Tomarlo todo literalmente. 2º. Tomarlo todo espiritualmente.

650. Hay figuras claras y demostrativas, pero hay otras que parecen un poco traídas por los pelos, y que no demuestran sino a aquellos que ya están persuadidos. Éstas son parecidas a las apocalípticas, pero la diferencia está en que no hay ninguna indudable; de tal modo que no hay injusticia mayor que la que cometen al mostrar que las suyas están tan bien fundadas como algunas de las nuestras; porque no tienen pruebas demostrativas como algunas de las nuestras. La partida no es, pues, igual. Es menester no igualar y confundir estas cosas, por el hecho de que se parezcan por un cabo, siendo tan diferentes por el otro; son las claridades, cuando son divinas, las que merecen el que se reverencien las oscuridades.

(Es como entre aquellos que usan cierto lenguaje oscuro: quienes no lo comprendieran, no verían en todo sino insensateces.)

658. Las figuras del Evangelio, para el estado del alma enferma, son cuerpos enfermos; pero como un cuerpo no puede estar lo bastante enfermo para expresarlo bien, han hecho falta varios. Hay así el sordo, el mudo, el ciego, el paralítico, Lázaro muerto, los posesos. Todo esto junto se encuentra en el alma enferma.

659. FIGURAS. -Para mostrar que el Antiguo Testamento no es sino figurativo, y que los profetas con los bienes temporales daban a entender otros bienes:

Primeramente, es que esto sería indigno de Dios.

En segundo lugar, que sus discursos expresan muy claramente la promesa de los bienes temporales, y que dice, sin embargo, que sus discursos son oscuros, y que su discurso no será entendido. Por donde se echa de ver que este secreto sentido no era el que expresaban al descubierto, y que, por consiguiente, entendían hablar de otros sacrificios, de otro liberador, etc. Y dicen que no se entendería esto hasta el fin de los tiempos (Jer., XXX).

La tercera prueba es que sus discursos son contrarios y se destruyen, de suerte que si se piensa que si por las palabras ley y sacrificio no hay otra cosa sino los de Moisés, hay contradicción manifiesta, y de bulto. Entendían, pues, otra cosa, contradiciéndose a veces en un mismo capítulo.

Ahora bien: para entender el sentido de un autor...

660. La concupiscencia ha llegado a sernos natural, y ha constituido nuestra segunda naturaleza. Hay así dos naturalezas en nosotros: una buena, otra mala. ¿Dónde está Dios? Donde no estáis vosotros, y el reino de Dios está en vosotros. Rabinos.

662. Los judíos carnales no entendían ni la grandeza ni el rebajamiento del Mesías predicho en sus profecías. Le desconocieron su grandeza predicha, como cuando dice que el Mesías será señor de David, aunque sea hijo suyo, y que precedió a Abrahán, a quien vio; no lo creyeron tan grande que fuese eterno, y lo desconocieron igualmente en su rebajamiento y en su muerte: «El Mesías -decían- permanece eternamente, y éste dice que morirá.» No le creían, pues, ni mortal ni eterno: no buscaban en Él sino una grandeza carnal.

663. FIGURATIVO. -Nada es tan semejante a la caridad como la codicia; nada tan contrario a ella. Así, los judíos, llenos de bienes que halagaban su codicia, eran muy conformes y muy contrarios a los cristianos. Y por este medio tenían las dos cualidades que fue menester que tuvieran: la de ser muy conformes al Mesías para prefigurarlo, y muy contrarios a Él para no ser testigos sospechosos.

668. Nadie se aleja sino alejándose de la caridad.

Nuestras oraciones y nuestras virtudes son abominables ante Dios si no son las oraciones y las virtudes de Jesucristo. Y nuestros pecados jamás serán objeto de misericordia, sino de la justicia de Dios, si no son de Jesucristo. Ha adoptado nuestros pecados y nos ha admitido a su alianza; porque las virtudes le son propias, y los pecados extraños; y las virtudes nos son extrañas y nuestros pecados nos son propios.

Cambiemos la regla que hemos tomado hasta aquí para juzgar de lo que es bueno. Teníamos como regla nuestra voluntad; tomemos ahora la voluntad de Dios: todo lo que quiere es bueno y justo para nosotros; todo lo que no quiere, malo.

Todo lo que Dios no quiere está prohibido. Los pecados están prohibidos por la declaración general que Dios ha hecho de que no los quiere. Las demás cosas que ha dejado sin prohibición general, y que por esta razón se llaman permitidas, no son, sin embargo, siempre permitidas. Porque cuando Dios aleja de nosotros alguna de ellas, y por este hecho, que es una manifestación de la voluntad de Dios, parece que Dios no quiere que tengamos una cosa, ésta nos está prohibida entonces, como un pecado, puesto que la voluntad de Dios, es que no tengamos una más que otra. La única diferencia entre estas dos cosas está en que es seguro que Dios jamás querrá el pecado, mientras que no lo es que jamás querrá lo otro. Pero, en tanto que Dios no la quiere, debemos mirarla como un pecado; en tanto que la ausencia de la voluntad de Dios, única que es toda la bondad y toda la justicia, la hace injusta y mala.

670. FIGURAS. -Los judíos envejecieron con estos pensamientos terrestres de que Dios amaba a su padre Abrahán, a su carne y a lo que de ella salía; que para esto los multiplicó y distinguió de todos los demás pueblos, sin permitir que se mezclasen con ellos; que cuando languidecían en Egipto les sacó de allí con todos estos grandes signos en su favor; que les nutrió con el maná en el desierto; que les condujo a una tierra sumamente fértil, que les dio reyes y un templo bien construido para ofrendarle animales, siendo purificados por medio de la efusión de su sangre, y que, finalmente, tenía que enviarles el Mesías para hacerles dueños de todo el mundo, y predijo el tiempo de su advenimiento.

Como el mundo envejeció con estos errores carnales, Jesucristo vino en el momento predicho, pero no con la pompa esperada; y de esta suerte no pensaron que fuera Él. Después de su muerte, San Pablo vino a enseñar a los hombres que todas estas cosas habían acontecido en figura, que el reino de Dios no consistía en la carne, sino en el espíritu; que los enemigos de los hombres no eran los babilonios, sino las pasiones; que Dios no se complacía en templos construidos con la mano, sino en un corazón puro y humillado; que la circuncisión del cuerpo era inútil, pero que la que hacía falta era la del corazón; que Moisés no les había dado el pan del cielo, etc.

Pero Dios, no queriendo descubrir estas cosas a este pueblo, indigno de ello, y queriendo, sin embargo, predecirlas a fin de que fueran creídas, predijo su tiempo claramente, y las expresó a veces claramente, pero abundantemente, en figuras, a fin de que los que se complacían en las cosas figurantes se detuvieran en ellas, y que los que se complacían en las figuradas las viesen en aquéllas.

Todo lo que no va a la caridad es figura.

El único objeto de la Escritura es la caridad.

Todo lo que no va al fin único es figura suya. Porque, como no hay más que un fin, todo lo que no va a él con palabras propias es figurado.

Dios diversifica así este único precepto de caridad, para satisfacer nuestra curiosidad que busca la diversidad, por esta diversidad que nos lleva siempre a nuestro único necesario. Porque una sola cosa es necesaria, y nos gusta la diversidad; y Dios satisface lo uno y lo otro por medio de estas diversidades que conducen a lo único necesario.

Los judíos gustaban tanto de las cosas figurantes, y las esperaron tanto, que no reconocieron la realidad cuando llegó en el tiempo y en la manera predichos.

Los rabinos toman como figuras las mamas de la Esposa, y todo lo que no expresa el único fin que tienen, los bienes temporales.

Y los cristianos toman hasta la Eucaristía misma por figura de la gloria a la que tienden.

673. «Fac secundum exemplar quod tibo ostensum est in monte.»

La religión de los judíos estuvo, pues, formada conforme a la semejanza de la verdad del Mesías; y la verdad del Mesías fue reconocida por la religión de los judíos, que era figura suya.

En los judíos, la verdad no estaba sino figurada; en el cielo está al descubierto.

En la Iglesia está cubierta, y se reconoce por relación a la figura.

La figura ha sido construida sobre la verdad, y la verdad ha sido reconocida sobre la figura.

San Pablo mismo dice que habrá gentes que prohibirán los casamientos, y él mismo habla de ello a los corintios, de una manera que es una ratonera. Porque si un profeta hubiera dicho una cosa y San Pablo hubiera dicho después otra, se le habría acusado.

675. ... Y, sin embargo, este Testamento, hecho para cegar e iluminar a los otros, denotaba, en aquellos mismos que cegaba, la verdad que debía ser conocida de los demás. Porque los bienes visibles que recibían de Dios eran tan grandes y tan divinos, que parecía, en efecto, ser capaz de darle los invisibles, y ser un Mesías.

Porque la naturaleza es una imagen de la gracia y los milagros visibles son imágenes de los invisibles. «Ut sciatis... tibi dico: surge.»

Isaías dijo que la redención será como el paso del mar Rojo. Dios mostró, pues, en la salida de Egipto, del mar, en la derrota de los reyes, en el maná, en toda la genealogía de Abrahán, que era capaz de salvar, de hacer descender el pan del cielo, etc.; de suerte que el pueblo enemigo es la figura y la representación del Mesías mismo que ellos ignoran, etc.

Nos han enseñado finalmente que todas estas cosas no eran sino figuras, y lo que es ser «verdaderamente libre», «verdaderamente israelita», «verdadera circuncisión», «verdadero pan del cielo».

En estas promesas, cada cual encuentra lo que tiene en el fondo de su corazón, los bienes temporales, o los bienes espirituales, Dios o las criaturas; mas con la diferencia de que quienes buscan a las criaturas las encuentran, pero con muchas contradicciones, con la prohibición de amarlas, con la orden de no adorar sino a Dios, y de no amar nada sino a Él; lo que es lo mismo, y que, finalmente, el Mesías no ha venido para ellos; mientras que los que buscan a Dios lo encuentran y sin contradicción ninguna, con el mandato de no amar nada sino a Él, y que ha venido el Mesías en el momento predicho para darles los bienes que imploran.

Los judíos tenían asimiladas profecías que veían realizarse; y la doctrina de su ley era no adorar ni amar sino a un solo Dios; era también perpetua. Tenía así todas las notas de la verdadera religión; y lo era. Pero hay que distinguir la doctrina de los judíos y la doctrina de la ley de los judíos. Ahora bien: la doctrina de los judíos no era verdadera, aunque tuvo milagros, profecías y perpetuidad, porque carecía de este otro punto: de no adorar y de no amar sino a Dios.

678. FIGURAS. -Un retrato nos trae ausencia y presencia, placer y desagrado. La realidad excluye ausencia y desagrado.

Para saber si la ley y los sacrificios son realidad o figura, hay que ver si los profetas, al hablar de estas cosas, detuvieron en ellas su mirada y su pensamiento, en tal forma que no hubieran visto sino esta antigua alianza, o bien si vieron en ella algo tan distinto de que fueron pintura; porque en un retrato se ve la cosa figurada. Para eso basta con examinar lo que dicen.

Cuando dicen que será eterna, ¿se refieren a la alianza, de la que dicen que será cambiada; y lo mismo respecto de los sacrificios, etc.?

La cifra tiene dos sentidos cuando se sorprende una carta importante en la que se encuentra un sentido claro y en la que se dice, sin embargo, que su sentido está velado u oscurecido, que está escondido, de suerte que se verá esta carta sin verla y se entenderá sin entenderla; ¿qué deberemos pensar sino que es una cifra de doble sentido, y tanto más si se encuentran en ella contrariedades manifiestas en el sentido literal? Los profetas han dicho claramente que Dios amaría siempre a Israel, y que la ley sería eterna, y han dicho que no se entendería su sentido, y que éste estaba velado.

Cuánto no deberemos estimar, pues, a los que nos descifran la cifra y nos enseñan a conocer el sentido escondido, y, principalmente, cuando los principios en que se apoyan son absolutamente principales y claros. Es lo que hicieron Jesucristo y los apóstoles. Han levantado el sello, han roto el velo y han descubierto el espíritu. Nos han enseñado con ello que los enemigos del hombre son sus pasiones; que el Redentor sería espiritual, y su reino espiritual; que tendría dos advenimientos: uno de miseria para rebajar al hombre soberbio, otro de gloria para exaltar al hombre humillado; que Jesucristo sería Dios y hombre.

679. FIGURAS. -Jesucristo les abrió el espíritu para entender las Escrituras.

He aquí dos grandes aperturas: 1º. Todas las cosas les acontecieron en figura: «vere israelitae, vere liberi», verdadero pan del cielo. 2º. Un Dios humillado hasta la cruz: ha hecho falta que Cristo haya sufrido para entrar en su gloria: «Que vencería a la muerte por su muerte.»

684. CONTRADICCIÓN. -No puede hacerse una buena fisonomía sino reuniendo todas nuestras contrariedades, y no basta conseguir una sucesión de cualidades concordantes sin concordar a los contrarios. Para entender el sentido de un autor, es preciso poner de acuerdo todos los pasajes contrarios.

Así, para entender la Escritura, hay que descubrir un sentido en el cual concuerden todos los pasajes contrarios. No basta con tener uno que convenga a varios pasajes concordantes, sino que hace falta uno que ponga de acuerdo incluso a los pasajes contrarios.

Todo autor tiene un sentido con el que concuerdan todos los pasajes contrarios o, si no, es que no tiene sentido ninguno. No puede decirse esto de la Escritura y de los profetas; tenían, seguramente, demasiado buen sentido. Es menester encontrar, pues, uno que ponga de acuerdo a todas las contrariedades. El verdadero sentido no es, pues, el de los judíos; pero en Jesucristo concuerdan todas las contradicciones.

Los judíos serían incapaces de poner de acuerdo la cesación de la realeza y del principado, predichas por Oseas, con la profecía de Jacob.

Si se toman la ley, los sacrificios y el reino por realidades, no se pueden poner de acuerdo todos los pasajes. Por tanto, es necesario que no sean sino figuras. Incluso no pueden ponerse de acuerdo los pasajes de un mismo autor, ni de un mismo libro, ni a veces de un mismo capítulo, lo que indica suficientemente cuál era el sentido del autor; como cuando Ezequiel (cap. XX) dice que se vivirá en los mandamientos de Dios y que no se vivirá en ellos.

687. FIGURAS. -Cuando la palabra de Dios, que es verdadera, es literalmente falsa, ¿es verdadera espiritualmente? «Sede a dextris meis», esto es falso literalmente, luego es verdad espiritualmente.

En estas expresiones se habla de Dios a la manera de los hombres; y esto no significa otra cosa sino que la intención que los hombres tienen a hacer sentar a su derecha la tendrá también Dios; es, pues, una nota de la intención de Dios, no de su manera de ejecutarla.

Así, cuando dice: «Dios ha aceptado el aroma de vuestros perfumes, y os dará en recompensa una tierra fértil»; es decir, la misma intención que tendría un hombre que, al recibir complacido vuestros perfumes, os diera en recompensa una tierra fértil, la tendrá también Dios para con vosotros, porque habéis tenido para Él la misma intención que tiene un hombre respecto de aquel que le da perfumes. Así, «iratus est», «Dios celoso», etc. Porque, siendo inexpresables las cosas de Dios, no pueden ser dichas de otras maneras, y la Iglesia usa todavía las mismas locuciones: «quia confortavit seras», etc.

No es lícito atribuir a la Escritura sentidos que ella misma no nos ha revelado poseer. Así, decir que el mem cerrado de Isaías significa 600 es cosa que no está revelada. Pudo haber dicho que los tsade finales y los he deficientes significarían misterios. No es, pues, lícito decirlo, y menos todavía decir que es a modo de piedra filosofal. Nosotros decimos, en cambio, que el sentido literal no es el verdadero, porque los profetas mismos lo han dicho.

692. Hay quienes ven perfectamente que no hay más enemigo del hombre que la concupiscencia que le desvía de Dios, y no Dios; ni más bien que Dios, y no una tierra fértil. Los que creen que el bien del hombre se halla en la carne, y el mal en lo que le desvía de los placeres de los sentidos, que se embriaguen con ellos y que mueran en ellos. Pero los que buscan a Dios con todo su corazón, los que no tienen más desplacer que verse privados de su vista, que no tienen más deseo sino poseerle, ni más enemigos que los que le desvían de Él; que se afligen al verse dominados y desviados por tales enemigos, consuélense; yo les anuncio una feliz nueva: hay para ellos un liberador, yo se lo haré ver, les mostraré que hay un Dios para ellos; no les mostraré a los demás. Haré ver que fue prometido un Mesías que libraría de los enemigos; y que vino uno para librar de las iniquidades, pero no de los enemigos.

Cuando David predice que el Mesías liberará a su pueblo de sus enemigos, puede creerse carnalmente que será de los egipcios, y entonces yo no puedo mostrar que la profecía se haya cumplido. Pero puede pensarse también que será de las iniquidades, porque, en verdad, los egipcios no son enemigos, pero las iniquidades lo son. Esta palabra «enemigo» es, pues, equívoca. Pero si dijera en otros sitios, como de hecho lo dice, que se liberará a su pueblo de sus pecados, así como Isaías y los demás, desaparece el equívoco, y queda reducido el doble sentido de los enemigos al de las simples iniquidades. Porque si en el espíritu existen pecados, pudo perfectamente denominarlos enemigos; pero si pensara en los enemigos, no podía designarlos con iniquidades.

Ahora bien: Moisés, David e Isaías usaban los mismos términos. ¿Quién dirá, pues, que no tenían un mismo sentido, y que el sentido de David, que manifiestamente se refiere a las iniquidades cuando habla de enemigos, no sea el mismo que el de Moisés al hablar de enemigos?

Daniel (cap. IX) ruega por la liberación del pueblo de la cautividad de sus enemigos, pero pensaba en los pecados, y para mostrarlo dice que Gabriel vino a decirle que había sido escuchado, y que no había que esperar más de setenta semanas, después de las cuales el pueblo sería librado de la iniquidad, el pecado terminaría, y el liberador, el santo de los santos, traería la justicia «eterna», no la legal, sino la eterna.