Por
fin, querido Frasquito, van a tus manos estos versos, que son el
único fruto de mis ocios juveniles, y en ellos te
envío una firme prueba de mi amor y confianza fraternal. Mil
razones, que no se ocultarán a tu penetración, me han
obligado siempre a esconderlos, no sólo de la vista del
público, sino también de la mayor parte de mis
amigos. Viéronlos solamente aquellos pocos a quienes una
íntima y sensible amistad y una perfecta
confrontación de sentimientos y de ideas tuvo siempre
abiertas las puertas de mi corazón. Para los demás
estos versos han sido siempre un misterio ignorado o escondido.
Es
verdad que, prescindiendo de la materia sobre que generalmente
recaen estas composiciones, he creído que debía
también ocultarlos por su poco mérito; porque siendo
hechos rápida y descuidadamente en los ratos que se llaman
perdidos, y no habiendo recibido aquella corrección y
pulimento sin los cuales ninguna obra es acabada, no hay duda que
serán muy defectuosos y que no merecerán aprecio
alguno, por más que hayan tenido algún día el
mérito respectivo a la ocasión y al tiempo en que se
hicieron.
Pero sobre todo, nada debió obligarme tanto a reservarlos y
esconderlos, como la materia sobre que generalmente recaen. En
medio de la inclinación que tengo a la poesía,
siempre he mirado la parte lírica de ella como poco digna de
un hombre serio, especialmente cuando no tiene más objeto
que el amor. Sé muy bien que la juventud la prefiere en sus
composiciones, y no lo repruebo. Es natural que un poeta joven
busque el objeto de sus composiciones entre los que ocupan su
corazón más dulcemente; lo primero, porque así
sentirá mayor placer en hacer versos, y lo segundo, porque
los hará mejores. Aun por eso vemos que los que nacieron
para grandes poetas han hecho sus ensayos en las poesías
amorosas y tiernas. Estoy persuadido a que no tendríamos los
grandes poemas, cuya belleza nos encanta y sorprende después
de tantos años, si sus autores no hubiesen desperdiciado
muchos versos en objetos frívolos y pequeños. Cuando
Virgilio dio principio a su Eneida, había ya
admirado a Roma con sus Bucólicos y con los
inimitables Geórgicos; de manera que primero
cantó de amores, después de los placeres y ejercicios
del campo, y al fin los hechos grandes y memorables que precedieron
a la fundación de la soberbia Roma.
Pero vuelvo a decir, sin embargo, que la poesía amorosa me
parece poco digna de un hombre serio; y aunque yo por mis
años pudiera resistir todavía este título, no
pudiera por mi profesión, que me ha sujetado desde una edad
temprana a las más graves y delicadas obligaciones. Y ve
aquí la razón que me ha obligado a ocultar
cuidadosamente mis versos, conociendo que pues al componerlos
había seguido el impulso de los años y las pasiones,
no debía hacer una doble injuria a mi profesión con
la flaqueza de publicarlos.
Dirás acaso que en esto he pensado con demasiada delicadeza,
y lo mismo que he dicho en favor del uso de la poesía ligera
en los primeros años, te inclinará tal vez a
desaprobarla. Pero debes considerar, que aunque las obligaciones
del hombre en la vida privada son iguales en todos los estados, su
pública conducta debe variar según ellos. Los hombres
se revisten de tales personalidades hacia el público por su
profesión y sus destinos, que lo que es en unos una amable
galantería, pasa justamente en otros por una liviandad
reprensible. Entre todos son los magistrados los que están
más obligados a guardar unas costumbres austeras, porque el
público tiene un derecho a ser gobernado por hombres buenos,
y por lo mismo quiere que los que mandan lo parezcan; exige de
nosotros un porte juicioso y una conducta irreprensible; quiere que
le dirijamos con nuestra doctrina, y que le edifiquemos con nuestro
ejemplo; y así como premia la aplicación y la virtud
de los buenos magistrados con un tributo de estimación y
alabanza, cuyo precio es inmenso, se venga, por decirlo así,
de los malos, censurando sus errores y extravíos con la
mayor severidad, castigándolos con el odio y el desprecio.
De este modo se compensa la desigualdad de las condiciones, y se
igualan las suertes de los que obedecen y los que mandan.
Estas razones, que me obligaron a entregar al fuego la mayor parte
de mis versos y a sepultar en el olvido esos pocos, que por no
sé qué casualidad se libraron de él, deben
obligarte a ti también a ser muy circunspecto en el uso de
esta confianza. Mis versos contienen una pequeña historia de
mis amores y flaquezas: ¡mira tú, si estando yo
arrepentido de la causa, podré hacer vanidad de sus efectos!
Por lo común a cualquiera de estas composiciones sigue un
pronto arrepentimiento de haberlas hecho. Y apenas se desvanece el
entusiasmo con que se escribieron, cuando empieza a mirarlas con
desprecio el mismo que las produjo. Por eso, si después de
haberlos leído quisieres quemarlos, podrás hacerlo a
tu salvo, pues nunca estarán más secretos que cuando
se hayan reducido a ceniza.
Es
verdad que entre estas composiciones hay algunas de que no pudiera
avergonzarse el hombre más austero, al menos por su materia.
Pero, prescindiendo de su poco mérito, es preciso ocultarlas
sólo porque son versos. Vivimos en un siglo en que la
poesía está en descrédito, y en que se cree
que el hacer versos es una ocupación miserable. No faltan
entre nosotros quienes conozcan el mérito de la buena
poesía, pero son muy pocos los que saben y menos los que se
atrevan a premiarla y distinguirla. Y aunque no sea yo de esta
opinión, debo respetarla, porque cuando las preocupaciones
son generales, es perdido cualquiera que no se conforme con
ellas.
Bien sé que no pensaban así los antiguos. El inmortal
Cicerón no se desdeñó de hacer versos, sin
embargo de que obtuvo las primeras magistraturas de Roma; Plinio el
Mozo, magistrado, orador y filósofo del tiempo de Trajano,
se ocupaba muchos ratos en hacer versos. Es muy notable lo que dice
sobre esta materia, como se puede ver en la carta 14 del libro IV,
y en la cuarta del libro VII, que no copio por la brevedad con que
escribo.
Hubo también entre nosotros un tiempo en que la
poesía era ocupación de los hombres más doctos
y más graves, y en el catálogo de nuestros poetas se
leen gentes de todas dignidades y profesiones: ni faltan en
él obispos, sacerdotes, doctores, religiosos, magistrados, y
cuando no hubiese más ejemplos que los del célebre
obispo Balbuena, del sabio Arias Montano, del elocuente fray Luis
de León, sin contar los Mendozas, los Rebolledos, los
Crespis, Vegas y Calderones, bastarían para probar
cuánto y por cuán grandes personajes fueron
cultivadas las Musas entre nosotros otras veces.
Pero vuelvo a decir que es preciso respetar la preocupación
al mismo tiempo que se trabaje en deshacerla. Yo encuentro la causa
del descrédito de la poesía en el mal uso que
hicieron de ella los poetas del siglo pasado, y ya que la
casualidad me ha conducido hasta este punto, discurramos un poco
sobre esta decadencia, y para averiguar un punto tan importante en
nuestra historia literaria, acumulemos nuestras reflexiones sobre
las que han hecho anticipadamente otros eruditos.
En
la restauración de los estudios se empezaron a cultivar
cuidadosamente entre nosotros las humanidades o bellas letras, y
particularmente tuvo la poesía muchos y muy distinguidos
profesores. Empezaron éstos a imitar los grandes modelos que
había producido la Italia, así en tiempo de los
Horacios y Virgilios, como en el de los Petrarcas y los Tassos.
Entre los primeros imitadores hubo muchos que se igualaron a sus
modelos. Cultiváronse todos los ramos de la poesía, y
antes que se acabase el dorado siglo XVI había ya producido
España muchos épicos, líricos y
dramáticos comparables a los más célebres de
la antigüedad.
Casi se puede decir que estos bellos días anochecieron con
el siglo XVI. Los Góngoras, los Vegas, los Palavicinos,
siguiendo el impulso de su sola imaginación, se extraviaron
del buen sendero que habían seguido sus mayores. La novedad,
y más que todo la reputación de estos corrompedores
del buen gusto, arrastró tras de sí a los
demás poetas de aquel tiempo, y poco a poco se fue
subrogando en lugar de la grave, sencilla y majestuosa
poesía, una poesía hinchada y escabrosa, llena de
artificio y extravagancias.
Cuando hablo generalmente de la poesía, no se crea que
quiero calificar en particular los poetas. Sé que el siglo
XVII produjo muchos de gran mérito, y sé que algunos
de ellos, en medio de la corrupción y el mal gusto, han
producido algunos poemas excelentes. Pero esto debe mirarse como un
argumento de lo que puede hacer un grande ingenio por sí
solo, mas no como una prueba en favor de la bondad de la
poesía de aquel tiempo en general. Seguramente
Góngora, por no poner otro ejemplo, estimaba más sus
Soledades y sus sonetos que sus bellos romances.
¡Cuánta diferencia, sin embargo, se halla entre una y
otra poesía!
Muchas veces he reflexionado que este mal gusto hizo más
daño que utilidad había causado el bueno a la
poesía. Ningún siglo crió tan prodigioso
número de poetas como el pasado; en ninguno tuvo la
poesía tan grande estimación. El reinado de Felipe IV
era el de Augusto y de Mecenas. El mismo rey se complacía en
hacer versos, y a su imitación no había persona que
desdeñase un arte que hallaba estimación hasta en el
trono. Pero esto mismo acabó de arruinar la poesía.
Todos quisieron ser poetas en un tiempo en que se hacía
granjería de los versos; y como para serlo al modo y gusto
del tiempo no era menester otra cosa que un poco de ingenio, eran
pocos los que no podían ser poetas. Creció
ilimitadamente el número de los cultivadores de las Musas, y
entre tantos era preciso que hubiese muchos despreciables y
extravagantes, y lo que es peor, muchos que hicieron servir el
lenguaje de los dioses a su ambición y a su codicia.
¡Qué inmenso número de poesías pudiera
recogerse entre las de aquel tiempo en que no se halla más
lenguaje que el de la lisonja, más calor que el del odio y
la venganza, ni más moral que la de los vicios y
pasiones!
Con
esto empezaron poco a poco a ser aborrecidos o despreciados los
poetas, y al fin el descrédito de los poetas se
comunicó a la poesía.
Así entró el presente siglo, que debía formar
una nueva época para nuestras Musas. Los Candamos, los Lobos
y los Silvestres mantuvieron por algún tiempo el
crédito de la mala poesía; pero poco a poco fue
naciendo el buen gusto y ya en el día vemos con grande
complacencia amanecer de nuevo los bellos días en que las
Musas españolas deben recobrar su antigua gloria y
esplendor.
Sin
embargo, la preocupación dura todavía. Las gentes de
juicio no se atreven a divulgar un talento que no tiene seguros el
aprecio y estimación del público. Entretanto es
preciso que las Musas anden como unas ninfas vergonzantes y que no
se atreven todavía a parecer en público por no
recibir algún insulto de las personas ignorantes, austeras o
preocupadas.
En
cuanto a mí, estoy muy lejos de creer que mis versos tengan
un gran mérito; pero sí aseguraré que no se
parecen a los del mal tiempo. Si por otra parte no merecen ser
estimados, ésta no será falta de crítica, sino
de ingenio. Sin éste nadie puede ser poeta, y como dice el
Horacio francés:
Algo quisiera añadir en abono de los versos libres o
blancos; pero me insta el conductor que debe llevar esta
colección. Queda este asunto para otra carta, si acaso los
negocios de oficio me permitiesen dedicar a él algún
rato. Y entre tanto...
Epístola primera
|
Carta de Jovino a sus amigos salmantinos
|
|
Est quodam
prodire tenus, si non datur ultra. |
|
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|
(Horacio, Epis. I, lib. I, v.
32). |
|
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|
A vosotros, oh ingenios
peregrinos, |
|
|
|
que allá del Tormes en la verde
orilla, |
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|
|
destinados de Apolo, honráis la cuna |
|
|
|
de las hispanas musas renacientes; |
|
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|
a ti, oh dulce Batilo, y a vosotros, |
5 |
|
|
sabio Delio y Liseno, digna gloria |
|
|
|
y ornamento del pueblo salmantino; |
|
|
|
desde la playa del ecuóreo Betis |
|
|
|
Jovino el gijonense os apetece |
|
|
|
muy colmada salud; aquel Jovino |
10 |
|
|
cuyo nombre, hasta ahora retirado |
|
|
|
de la común noticia, ya resuena |
|
|
|
por las altas esferas, difundido |
|
|
|
en himnos de alabanza bien sonantes, |
|
|
|
merced de vuestros cánticos divinos |
15 |
|
|
y vuestra lira al sonoroso acento. |
|
|
|
Salud os apetece en esta carta, |
|
|
|
que la tierna amistad y la más pura |
|
|
|
gratitud desde el fondo de su pecho |
|
|
|
con íntima expresión le van
dictando; |
20 |
|
|
que pues le niega el hado el dulce gozo |
|
|
|
de estrechar con sus brazos vuestros pechos, |
|
|
|
de urbanidad y suave amor henchidos, |
|
|
|
podrá al menos grabar en estas letras |
|
|
|
la dulce sensación que en su alma
imprime |
25 |
|
|
del vuestro amor la tierna remembranza. |
|
|
|
Y no extrañéis que del eolio
canto |
|
|
|
cansada ya su musa, se convierta |
|
|
|
al compás lento y numeroso que ama |
|
|
|
tanto la didascálica poesía; |
30 |
|
|
que en vano de su pecho, penetrado |
|
|
|
del forense rumor, y conmovido |
|
|
|
al llanto del opreso, de la viuda |
|
|
|
y el huérfano inocente, presumiera |
|
|
|
lanzar acentos dulces, ni su lira, |
35 |
|
|
otras veces sonora, y hora falta |
|
|
|
de los trementes armoniosos nervios, |
|
|
|
al acordado impulso respondiera, |
|
|
|
ni en fin a los avisos que me dicta |
|
|
|
tu voz, oh Polimnía, con astuta |
40 |
|
|
y blanda inspiración fuera otro verso |
|
|
|
que el verso parenético oportuno. |
|
|
|
|
¡Ah, mis dulces amigos,
cuán ilusos, |
|
|
|
cuánto de nuestra fama descuidados |
|
|
|
vivimos! ¡Ay, en cuán profundo
sueño |
45 |
|
|
yacemos sepultados, mientras corre |
|
|
|
por sobre nuestras vidas, aguijada |
|
|
|
del tiempo volador, la edad ligera! |
|
|
|
¿Por ventura queremos que nos tope |
|
|
|
sumidos en tan vil e infame sueño |
50 |
|
|
la arrugada vejez, que poco a poco |
|
|
|
se viene hacia nosotros acercando? |
|
|
|
¿O que la muerte pálida sepulte |
|
|
|
con nosotros también nuestra memoria? |
|
|
|
Y el hombre a quien el Padre sempiterno |
55 |
|
|
ornó con alto ingenio y con espirtu |
|
|
|
eternal y celeste, ¿estará
siempre |
|
|
|
a escura y muelle vida mancipado, |
|
|
|
sin recordar su divinal origen |
|
|
|
ni el alto fin para que fue nacido? |
60 |
|
|
¡Ay, Batilo! ¡Ay, Liseno! ¡Ay,
caro Delio! |
|
|
|
¡Ay, ay, que os han las magas
salmantinas |
|
|
|
con sus jorguinerías adormido! |
|
|
|
¡Ay, que os han infundido el dulce
sueño |
|
|
|
de amor, que tarde o nunca se sacude! |
65 |
|
|
No lo dudéis: mis ojos, aún no
libres |
|
|
|
del susto, en un sueño misterioso |
|
|
|
sus infernales ritos penetraron. |
|
|
|
¿Contárosle he? ¿Qué
numen me arrebata |
|
|
|
y fuerza a traspasar de mis amigos |
70 |
|
|
el tierno corazón? Acorre ¡oh
diva!, |
|
|
|
y pues mi voz, a tu mandar atenta, |
|
|
|
renueva en triste canto la memoria |
|
|
|
del infando dolor, acorre, y alza |
|
|
|
con soplo divinal mi flaco aliento. |
75 |
|
|
|
Yacen del Tormes a la orilla,
ocultos |
|
|
|
entre ruinas, los restos venerables |
|
|
|
de un templo, frecuentado en otros siglos |
|
|
|
por la devota gente salmantina, |
|
|
|
mas hora sólo de agoreros búhos |
80 |
|
|
y medrosas lechuzas habitado. |
|
|
|
La amenidad huyó de aquel recinto, |
|
|
|
y sólo en torno de él dañosas
yerbas |
|
|
|
crecen, y altos y fúnebres cipreses. |
|
|
|
Aquí su infame junta celebraron |
85 |
|
|
las Lamias. ¡Oh, si fuera poderosa |
|
|
|
mi voz de describirla y dar al mundo |
|
|
|
cuenta de sus misterios nunca oídos! |
|
|
|
|
En la mitad de su carrera
andaba |
|
|
|
la noche, y ya su manto tenebroso |
90 |
|
|
cubría en torno el soñoliento
mundo; |
|
|
|
todo era oscuridad, que hasta la luna |
|
|
|
su blanca faz del cielo retirara |
|
|
|
por no ver el nefando sortilegio, |
|
|
|
y el horror y el silencio más medroso |
95 |
|
|
hacían el imperio de las sombras; |
|
|
|
cuando desde una puerta del palacio |
|
|
|
del Sueño un negro ensueño
desprendido |
|
|
|
llegó de un vuelo adonde yo
yacía. |
|
|
|
|
Con la siniestra suya
asió mi mano, |
100 |
|
|
y con medrosa voz: «Jovino, dice, |
|
|
|
ven y verás el duro encantamiento |
|
|
|
que prepara la Invidia a tus amigos. |
|
|
|
Ven, y si en tal ejemplo no escarmientas, |
|
|
|
¡triste de ti, mezquino!» Dijo, y
luego |
105 |
|
|
sobre sus negras alas me condujo |
|
|
|
por medio de las sombras hasta el
pórtico |
|
|
|
del arruinado templo. No bien hube |
|
|
|
llegado, cuando asidas de las manos, |
|
|
|
siete horrendas figuras parecieron |
110 |
|
|
desnudas, y de hediondas confecciones |
|
|
|
ungido el sucio cuerpo. Presidenta |
|
|
|
del congreso infernal la fiera Invidia |
|
|
|
venía, de serpientes coronada |
|
|
|
la frente, triste, airada, desdeñosa, |
115 |
|
|
y de los Celos y el Rencor seguida. |
|
|
|
En medio del silencio un gran suspiro |
|
|
|
lanzó del hondo pecho, y revolviendo |
|
|
|
la sesga vista en torno: «Nunca tanto, |
|
|
|
dijo, de vuestro auxilio y vuestras artes |
120 |
|
|
necesité, oh amigas, ni tan fiero, |
|
|
|
ni tan grave dolor clavó algún
día |
|
|
|
en mi sensible corazón su punta. |
|
|
|
¡Oh, si capaz de aniquilar el orbe |
|
|
|
fuese la llama atroz que le devora! |
125 |
|
|
Tres aborridos nombres (y con rabia |
|
|
|
Batilo pronunció su torpe boca, |
|
|
|
Delio y Liseno) por el ancho mundo |
|
|
|
va esparciendo la Fama, mi enemiga. |
|
|
|
Su trompa los proclama en todas partes, |
130 |
|
|
y ya a más alto vuelo preparada, |
|
|
|
si no la enmudecemos, estos nombres |
|
|
|
serán muy luego alzados a las nubes, |
|
|
|
y sonarán del uno al otro polo. |
|
|
|
Febo los patrocina, y no le es dado |
135 |
|
|
a mi flaco poder mancharlos; pero |
|
|
|
se rendirán al vuestro, si adormidos |
|
|
|
en blando amor...». No bien tan fiera
idea |
|
|
|
cayó del sucio labio, cuando en torno |
|
|
|
del demolido templo en raudos giros |
140 |
|
|
dio el maléfico coro siete vueltas. |
|
|
|
Después alternativas susurraron |
|
|
|
muchos versos de ensalmo, con palabras |
|
|
|
de mágico vigor y rabia henchidas, |
|
|
|
a cuya fuerza desde la honda entraña |
145 |
|
|
de la tierra salieron redivivos |
|
|
|
los fríos huesos, que de luengos
días, |
|
|
|
del humanal vestido ya desnudos, |
|
|
|
allí dormían. ¡Ay, cuán
prestamente |
|
|
|
en los hambrientos dientes de la Invidia |
150 |
|
|
los vi yo triturados, y en sus manos |
|
|
|
a leve y sucio polvo reducidos...! |
|
|
|
|
En esto hacia los ángulos
internos |
|
|
|
del templo corren las malignas sagas, |
|
|
|
y del sombrío suelo mil dañosas |
155 |
|
|
plantas recogen con siniestra mano |
|
|
|
y misteriosos ritos arrancadas. |
|
|
|
También allí prestó la cruda
Invidia |
|
|
|
su auxilio, y en sus palmas estrujando |
|
|
|
las hojas y raíces, hizo luego |
160 |
|
|
que destilasen los dañosos jugos |
|
|
|
cuanta virtud en ellos se escondía. |
|
|
|
El zumo de la fría adormidera, |
|
|
|
cortada su cabeza al horizonte, |
|
|
|
que infunde a veces el eterno sueño; |
165 |
|
|
el de la yerba mora, que altamente |
|
|
|
el cerebro perturba; el hiosciamo, |
|
|
|
y el coagulante jugo que destilan, |
|
|
|
heridas, las raíces misteriosas |
|
|
|
de la fría mandrágula, allí
fueron |
170 |
|
|
diestramente extraídos, y con nuevo |
|
|
|
ensalmo derramados sobre el polvo |
|
|
|
de los humanos huesos. Mientras una |
|
|
|
de las sagas volvía y revolvía |
|
|
|
el preparado adormeciente lodo, |
175 |
|
|
sacó la Invidia del cuidoso pecho |
|
|
|
tres relucientes nóminas, con rasgos |
|
|
|
de roja y venenosa tinta escritas. |
|
|
|
¡Ah, no creáis, amigos, que mi
pluma |
|
|
|
os pretenda engañar! Mis propios ojos, |
180 |
|
|
en tierno llanto entonces anegados, |
|
|
|
vieron ¡oh maravilla! los tres nombres, |
|
|
|
los dulces nombres de Ciparis bella, |
|
|
|
de Julinda y de Mirta la divina, |
|
|
|
que estaban allí escritos. Y cual
suele |
185 |
|
|
-si tiene tal prodigio semejante- |
|
|
|
brillar con propia luz en noche oscura |
|
|
|
la lícnide purpúrea, que en su
rumbo |
|
|
|
suspende al receloso caminante, |
|
|
|
así en la oscuridad
resplandecían |
190 |
|
|
los tres amados nombres. Entre tanto |
|
|
|
mi corazón absorto palpitaba |
|
|
|
de pasmo y de temor. La Invidia entonces, |
|
|
|
dividiendo en pedazos muy menudos |
|
|
|
las esplendentes nóminas, de esta arte |
195 |
|
|
habló a sus compañeras:
«Consumemos |
|
|
|
¡oh amigas! nuestra obra, y estos
nombres, |
|
|
|
adorados de Delio y sus secuaces, |
|
|
|
a la maligna confección mezclemos. |
|
|
|
Su virtud penetrante, aun más activa |
200 |
|
|
que los venenos mismos, irá recta- |
|
|
|
mente a iludir sus tiernos corazones; |
|
|
|
y a blando amor eternamente dados, |
|
|
|
la vida pasarán adormecidos, |
|
|
|
y morirán sin gloria». Dijo, y
luego |
205 |
|
|
mezcló los rutilantes caracteres |
|
|
|
al crüel maleficio, e infundioles |
|
|
|
nuevo vigor con su maligno soplo. |
|
|
|
Repitieron las brujas el susurro |
|
|
|
sobre la masa ponzoñosa, y dieron |
210 |
|
|
alegre fin a la perversa junta. |
|
|
|
|
Yo en tanto, lleno de dolor,
enviaba |
|
|
|
del hondo pecho a Apolo ardientes votos. |
|
|
|
«Brillante dios, decía, si la
gloria |
|
|
|
de tan dignos alumnos interesa |
215 |
|
|
tu pía omnipotencia en favor suyo, |
|
|
|
¡ah, destruye la fuerza venenosa |
|
|
|
del duro encantamiento, y de la infamia |
|
|
|
y de la eterna escuridad redime |
|
|
|
los nombres que otra vez has protegido! |
220 |
|
|
¡Desata el preparado encantamiento, |
|
|
|
y sálvalos, oh Dios, para que eterna- |
|
|
|
mente suba a tu trono el dulce acento |
|
|
|
de su lira, en cantares eucarísticos |
|
|
|
gratamente empleada!». Aquí
llegaba |
225 |
|
|
el bien sentido ruego, que sin duda |
|
|
|
oyó piadoso el numen, porque al punto |
|
|
|
descendió un resplandor desde lo alto, |
|
|
|
al meridiano sol muy semejante, |
|
|
|
que iluminando el pavimento ombrío, |
230 |
|
|
al golpe de su luz postró a la Invidia |
|
|
|
y a sus viles ministras, y arrojólas |
|
|
|
precipitadas hasta el hondo abismo. |
|
|
|
¿Será estéril, oh amigos, de
este ensueño |
|
|
|
el misterioso anuncio? ¿Siempre,
siempre |
235 |
|
|
dará el amor materia a nuestros
cantos? |
|
|
|
¡De cuántas dignas obras, ay,
privamos |
|
|
|
a la futura edad por una dulce |
|
|
|
pasajera ilusión, por una gloria |
|
|
|
frágil y deleznable, que nos roba |
240 |
|
|
de otra gloria inmortal el alto premio! |
|
|
|
No, amigos, no; guiados por la suerte |
|
|
|
a más nobles objetos, recorramos |
|
|
|
en el afán poético materias |
|
|
|
dignas de una memoria perdurable. |
245 |
|
|
Y pues que no me es dado que presuma |
|
|
|
alcanzar por mis versos alto nombre, |
|
|
|
dejadme al menos en tan noble empeño |
|
|
|
la gloria de guiar por la ardua senda |
|
|
|
que va a la eterna fama, vuestros pasos. |
250 |
|
|
|
Ea, facundo Delio, tú, a
quien siempre |
|
|
|
Minerva asiste al lado, sus, asocia |
|
|
|
tu musa a la moral filosofía, |
|
|
|
y canta las virtudes inocentes |
|
|
|
que hacen al hombre justo y le conducen |
255 |
|
|
a eterna bienandanza. Canta luego |
|
|
|
los estragos del vicio, y con urgente |
|
|
|
voz descubre a los míseros mortales |
|
|
|
su apariencia engañosa, y el veneno |
|
|
|
que esconde, y los desvía dulcemente |
260 |
|
|
del buen sendero, y lleva al precipicio. |
|
|
|
Después con grave estilo ensalza al
cielo |
|
|
|
la santa religión de allá
abajada, |
|
|
|
y canta su alto origen, sus eternos |
|
|
|
fundamentos, el celo inextinguible, |
265 |
|
|
la fe, las maravillas estupendas, |
|
|
|
los tormentos, las cárceles y muertes |
|
|
|
de sus propagadores, y con tono |
|
|
|
victorioso concluye y enmudece |
|
|
|
al sacrílego error y sus fautores. |
270 |
|
|
|
Y tú, ardiente Batilo,
del meonio |
|
|
|
cantor émulo insigne, arroja a un lado |
|
|
|
el caramillo pastoril, y aplica |
|
|
|
a tus dorados labios la sonante |
|
|
|
trompa, para entonar ilustres hechos. |
275 |
|
|
Sean tu objeto los héroes
españoles, |
|
|
|
las guerras, las victorias y el sangriento |
|
|
|
furor de Marte. Dinos el glorioso |
|
|
|
incendio de Sagunto, por la furia |
|
|
|
de Aníbal atizado, o de Numancia, |
280 |
|
|
terror del Capitolio, las cenizas. |
|
|
|
Canta después el brazo omnipotente, |
|
|
|
que desde el hondo asiento hasta la cumbre |
|
|
|
conmueve el monte Auseva y le desploma |
|
|
|
sobre la hueste berberisca y suban |
285 |
|
|
por tu verso a la esfera cristalina |
|
|
|
los triunfos de Pelayo y su renombre, |
|
|
|
las hazañas, las lides, las victorias |
|
|
|
que al imperio de Carlos, casi inmenso, |
|
|
|
y al Evangelio santo un nuevo mundo |
290 |
|
|
más pingüe y opulento sujetaron. |
|
|
|
Canta también el inmortal renombre |
|
|
|
del héroe metellímneo, a quien
más gloria |
|
|
|
que al bravo macedón debió la
Fama. |
|
|
|
O en fin, la furia canta y las facciones |
295 |
|
|
de la guerra civil que el pueblo hispano |
|
|
|
alió y opuso al alemán
soberbio. |
|
|
|
Dirás el golfo catalán en furia |
|
|
|
contra Luis y su nieto, los leopardos |
|
|
|
vencidos en Brihuega, y los sangrientos |
300 |
|
|
campos de Almansa, do cortó a Filipo |
|
|
|
sus mejores laureles la Victoria. |
|
|
|
|
La empresa que a tu pluma
reservada |
|
|
|
queda, oh caro Liseno, ¡ah, cuán
difícil |
|
|
|
es de acabar, cuán ardua! Mas ya es
tiempo |
305 |
|
|
de proscribir los vicios indecentes |
|
|
|
que manchan nuestra escena. ¡Cuánto,
oh cuánto |
|
|
|
la gloria de la patria se interesa |
|
|
|
en este empeño! Triunfan mil enormes |
|
|
|
vicios sobre el proscenio, y la
ufanía, |
310 |
|
|
el falso pundonor, el duelo, el rapto, |
|
|
|
los ocultos y torpes amoríos, |
|
|
|
contra el desvelo paternal fraguados, |
|
|
|
y todas las pasiones son impune- |
|
|
|
mente sobre las tablas exaltadas. |
315 |
|
|
Despierta, pues, oh amigo, y levantado |
|
|
|
sobre el coturno trágico, los hechos |
|
|
|
sublimes y virtuosos, y los casos |
|
|
|
lastimeros al mundo representa. |
|
|
|
Ensalza la virtud, persigue el vicio, |
320 |
|
|
y por medio del susto y de la lástima |
|
|
|
purga los corazones. Vea la escena |
|
|
|
al inmortal Guzmán, segundo Bruto, |
|
|
|
inmolando la sangre de su hijo, |
|
|
|
de su inocente hijo, al amor patrio... |
325 |
|
|
¡Oh espíritu varonil! ¡Oh
patria! ¡Oh siglos, |
|
|
|
en héroes y altos hechos muy fecundos! |
|
|
|
|
Vuestro auxilio también
en esta empresa |
|
|
|
imploro, oh mi Batilo, oh sabio Delio. |
|
|
|
¡Ah, vea alguna vez el pueblo hispano |
330 |
|
|
en sus tablas los héroes
indígenas |
|
|
|
y las virtudes patrias bien loadas! |
|
|
|
Bajar podréis también al zueco
humilde, |
|
|
|
y describir con gesto y voz picantes |
|
|
|
las costumbres domésticas, sus vicios |
335 |
|
|
y sus extravagancias... Pero,
¿dónde |
|
|
|
encontraréis modelos? Ni la Grecia, |
|
|
|
ni el pueblo ausonio, ni la docta Francia |
|
|
|
han sabido formarlos. Reina en todos |
|
|
|
el vicio licencioso y la impudencia. |
340 |
|
|
Mas cabe el ancha vía hay una trocha, |
|
|
|
hasta ahora no seguida, do las burlas |
|
|
|
y el chiste nacional yacen en uno |
|
|
|
con la modestia y el decoro aliados. |
|
|
|
Seguid, pues, este rumbo. ¡Qué
tesoros |
345 |
|
|
descrubriréis en él!
¡Será el teatro |
|
|
|
escuela de costumbres inocentes, |
|
|
|
de honor y de virtud! Será... Mas,
¿dónde |
|
|
|
del bien común el celo me arrebata? |
|
|
|
|
¡Ah, si su llama alcanza a
vuestro pecho, |
350 |
|
|
de los trabajos vuestros cuán opimos |
|
|
|
frutos debo esperar! ¡Y cuánta
gloria |
|
|
|
estará en otros siglos reservada |
|
|
|
al celo de Jovino, si esta insigne, |
|
|
|
si esta dichosa conversión, que
tristes |
355 |
|
|
y llenas de rubor tanto ha que anhelan |
|
|
|
las musas españolas, fuese el fruto |
|
|
|
de sus avisos dulces y amigables! |
|
|
|
El paraíso perdido
|
Primer canto
|
Traducido del inglés por Jovino
|
|
Canta la inobediencia ¡oh
santa musa! |
|
|
|
del padre de los hombres, que gustando |
|
|
|
de la vedada planta el mortal fruto, |
|
|
|
trajo al mundo la muerte y la miseria; |
|
|
|
y di de las moradas venturosas |
5 |
|
|
de Edén la triste pérdida,
negadas |
|
|
|
a la raza mortal, hasta que plugo |
|
|
|
al Hombre-Dios bajar a recobrarlas; |
|
|
|
y ora en silencio ocupes la alta cumbre |
|
|
|
de Oreb o Sinaí, de do inspirastes |
10 |
|
|
al gitano pastor, que a la escogida |
|
|
|
gente enseñó después
cómo al principio |
|
|
|
del hondo Caos salieron cielo y tierra; |
|
|
|
ora el alto Sión más te
deleite, |
|
|
|
y el río Siloé, que cabe el
santo |
15 |
|
|
oráculo de Dios fluye en silencio; |
|
|
|
baja de allá a guiar mi peligroso |
|
|
|
canto, que se alza sobre el monte Aonio, |
|
|
|
mientras, de ti ayudado, emprende cosas |
|
|
|
hasta hora en prosa o rima no cantadas. |
20 |
|
|
Y Tú, divino Espirtu, a quien más
place |
|
|
|
que los augustos templos la morada |
|
|
|
de un puro y recto corazón, instruye |
|
|
|
con ciencia divinal mi torpe lengua. |
|
|
|
Tú, que desde el principio fuiste a
todo |
25 |
|
|
presente, y cobijando el ancho abismo |
|
|
|
so tus inmensas alas, con activo |
|
|
|
prolífico calor le fecundaste, |
|
|
|
ven, y eleva mi voz, y lo que es débil |
|
|
|
en mí sostén, y limpia y
ilumina |
30 |
|
|
lo inmundo y tenebroso, porque pueda |
|
|
|
subir de un vuelo al encumbrado asunto, |
|
|
|
justificar la eterna Providencia |
|
|
|
de Dios, y abrir al hombre sus caminos. |
|
|
|
Pero primero di, pues nada esconden |
35 |
|
|
de tu vista los cielos ni las hondas |
|
|
|
cavernas del infierno, di qué causa |
|
|
|
indujo a nuestros padres, en tan llena |
|
|
|
bienandanza nascidos, a que ingratos |
|
|
|
a su Hacedor, violasen el precepto, |
40 |
|
|
el único precepto que, al hacerles |
|
|
|
dueños del Paraíso, les
pusiera. |
|
|
|
A tal traición ¿quién los
llevó engañados? |
|
|
|
El dragón infernal, cuya malicia, |
|
|
|
de negra invidia y de venganza armada, |
45 |
|
|
engañó a la gran madre de los
hombres, |
|
|
|
poco después que fuera con sus haces |
|
|
|
de espíritus rebeldes de la clara |
|
|
|
región del cielo echado. Allí
soberbio, |
|
|
|
en su partido y fuerzas confiado, |
50 |
|
|
sobre toda criatura alzarse quiso, |
|
|
|
y aun presumió que, opuesto,
igualaría |
|
|
|
al Altísimo en gloria. Así,
ambicioso, |
|
|
|
contra el reino de Dios y su alta silla |
|
|
|
enarboló el pendón, y tocó al
arma |
55 |
|
|
en los celestes campos; pero hallóse |
|
|
|
burlado en sus intentos, porque armado |
|
|
|
de santa ira el brazo omnipotente, |
|
|
|
le derrocó del alto firmamento, |
|
|
|
con horrísono estruendo y gran ruina, |
60 |
|
|
precipitado hasta el inmenso abismo, |
|
|
|
do el que insultó, atrevido, al
Poderoso |
|
|
|
yace agora en cadenas de diamante |
|
|
|
preso, y a eterno fuego condenado. |
|
|
|
|
Nueve veces el tiempo que en el
mundo |
65 |
|
|
mide la duración de noche y día |
|
|
|
corriera, y otro tanto, con sus fuertes |
|
|
|
batallones, anduvo el fiero jefe |
|
|
|
en un lago de llamas revolcado; |
|
|
|
revolcado, vencido y confundido, |
70 |
|
|
aunque inmortal. Pero a mayor venganza |
|
|
|
le guardaba su suerte, porque agora |
|
|
|
de las pasadas dichas y el presente |
|
|
|
eterno mal le aflige la memoria. |
|
|
|
En derredor de sí sus tristes ojos, |
75 |
|
|
do profunda ambición y caimiento |
|
|
|
con odio amargo y pertinaz orgullo |
|
|
|
brillan mezclados, vuelve y en un punto |
|
|
|
con perspicacia angélica su suerte |
|
|
|
penetra de una vez; su triste, horrenda, |
80 |
|
|
desesperada suerte. A todas partes |
|
|
|
ve un hondo calabozo y un inmenso |
|
|
|
horno, con negras llamas encendido, |
|
|
|
a cuya escasa luz pudiera apenas |
|
|
|
descubrirse aquel reino pavoroso, |
85 |
|
|
región de horror y espanto, de
medrosas |
|
|
|
furias y sombras habitada, y donde |
|
|
|
nunca el reposo ni la paz moraron, |
|
|
|
ni la dulce esperanza, cuyo influjo |
|
|
|
a todas partes llega, alcanzar pudo; |
90 |
|
|
mas en vez de ella, afligen de contino |
|
|
|
un tormento sin fin y un mar de fuego |
|
|
|
de inextinguible azufre alimentado. |
|
|
|
|
Tal es la habitación y
horrible cárcel |
|
|
|
que preparara la justicia eterna |
95 |
|
|
a los rebeldes ángeles; en ella |
|
|
|
señaló su mansión, tres veces
tanto |
|
|
|
como del alto polo el centro dista, |
|
|
|
apartada de Dios y su alto trono. |
|
|
|
|
¡Ah, cuán
desemejante de la clara |
100 |
|
|
región de donde fueran
despeñados! |
|
|
|
En un diluvio de impetuoso fuego |
|
|
|
y negros torbellinos sepultados, |
|
|
|
vio el dragón a los socios de su
ruina, |
|
|
|
y junto revolcándose al que en
brío |
105 |
|
|
casi y en impiedad le emparejaba, |
|
|
|
aquél que con el tiempo en Palestina |
|
|
|
se llamó Beelcebub. A él de esta
arte |
|
|
|
habló el archienemigo -en el
Empíreo |
|
|
|
Satán después nombrado-, su
silencio |
110 |
|
|
con tan fieras razones quebrantando: |
|
|
|
«¿No eres tú aquél...?
Mas ¡ay, a cuál bajura |
|
|
|
caído! ¡Cuál mudado del que un
día |
|
|
|
allá en los reinos de la luz brillaba |
|
|
|
con resplandor y gloria transparente |
115 |
|
|
entre todos los ángeles! ¿No
eres |
|
|
|
el que en valor y heroicos pensamientos |
|
|
|
igual casi conmigo, en la gloriosa |
|
|
|
facción siguió brioso mis
banderas, |
|
|
|
compañero del riesgo y la esperanza? |
120 |
|
|
¡Ay! agora nos hizo la desdicha |
|
|
|
pares en la ruina. ¡A qué
profunda |
|
|
|
sima, de cuál altura hemos
caído! |
|
|
|
¡Tanto pudo del Todopoderoso |
|
|
|
el trueno destructor!... ¡Ah!
¿quién probara |
125 |
|
|
el poder de sus armas hasta entonces? |
|
|
|
Mas las armas, ni los fieros males |
|
|
|
que el vencedor en su ira nos reserva, |
|
|
|
arrepentir me harán, ni de mi pecho, |
|
|
|
aunque de tanta gloria despojado, |
130 |
|
|
borrar podrá jamás la cruel
memoria |
|
|
|
de la pasada injuria, de la injuria |
|
|
|
hecha al mérito nuestro, que grabada |
|
|
|
altamente en mi alma contra el sumo |
|
|
|
ofensor encendió la cruda guerra |
135 |
|
|
y horrenda conmoción que de su lado |
|
|
|
tantos espirtus apartó, que altivos |
|
|
|
mi estandarte siguieron, y oponiendo |
|
|
|
nuestro unido poder al poder suyo, |
|
|
|
por los llanos del cielo, en lid dudosa, |
140 |
|
|
hicimos vacilar su santo trono. |
|
|
|
Por fin, se perdió el campo. Mas
¿qué importa? |
|
|
|
No todo se perdió, que inconquistable |
|
|
|
dura nuestro albedrío y odio eterno, |
|
|
|
y de venganza el íntimo deseo, |
145 |
|
|
su valor inflexible a los reveses |
|
|
|
del caso o de la fuerza. No; tal gloria, |
|
|
|
la ira del vencedor ni su soberbia |
|
|
|
jamás de mí tendrán, ni nunca
espere |
|
|
|
ver que, acatando su deidad, postrado |
150 |
|
|
y lleno de rubor, su gracia implora |
|
|
|
el que antes hizo con heroico brazo |
|
|
|
indecisa la suerte de su imperio; |
|
|
|
que abatimiento tal más doloroso |
|
|
|
y más infame fuera que el desaire |
155 |
|
|
de la pasada ruina. Y pues no puede |
|
|
|
ni la sustancia celestial ni el brío |
|
|
|
perecer de los dioses, y más cautos |
|
|
|
la experiencia os hará, ¡sus!,
declaremos, |
|
|
|
de mejor suerte y gloria esperanzados, |
160 |
|
|
guerra al gran enemigo, eterna guerra, |
|
|
|
por fuerza y por astucia peleada |
|
|
|
contra el duro opresor, que agora triunfa |
|
|
|
desvanecido y sin rival impera, |
|
|
|
sólo, tirano del inmenso cielo». |
165 |
|
|
|
Así el ángel
infiel, mientra el despecho |
|
|
|
roía sus entrañas, se jactaba; |
|
|
|
y así su compañero le responde: |
|
|
|
«¡Oh príncipe, oh caudillo de
las altas |
|
|
|
potestades del cielo, que, guiando |
170 |
|
|
con tu falange numerosa al choque |
|
|
|
los bravos serafines, fuiste asombro |
|
|
|
con altos hechos del Empíreo, y diste |
|
|
|
susto al eterno Rey, y disputaste |
|
|
|
la excelsa primacía, que la fuerza |
175 |
|
|
y fortuna tal vez le adjudicaron! |
|
|
|
Por demás siento el caso lastimoso |
|
|
|
de la pasada rota, que con mengua |
|
|
|
nos arrancó del cielo, derribando |
|
|
|
nuestro brillante ejército a este
abismo, |
180 |
|
|
do yace destruido, cuanto pueden |
|
|
|
ser las sustancias puras destruidas. |
|
|
|
Empero vive el ánimo invencible, |
|
|
|
y aunque ofuscada la nativa gloria |
|
|
|
y todo nuestro bien, en este hondo |
185 |
|
|
piélago de miserias anegado, |
|
|
|
el antiguo vigor renacer siento. |
|
|
|
Mas ¡ay!, si el Vencedor omnipotente |
|
|
|
-que tal le creo, pues vencernos pudo- |
|
|
|
conserva astuto la nativa fuerza |
190 |
|
|
de nuestro espirtu, solo para hacernos |
|
|
|
resentir más y más los crueles
males |
|
|
|
que su implacable ira nos prepara; |
|
|
|
o si, pues la ley dura de la guerra |
|
|
|
nos hizo esclavos suyos, quiere sólo |
195 |
|
|
que cual esclavos viles le sirvamos |
|
|
|
en este horrible infierno, ejecutores |
|
|
|
por la honda escuridad, de sus designios, |
|
|
|
¿de qué nos sirve, di, sentir sin
mengua |
|
|
|
nuestro angélico brío, o del ser
nuestro |
200 |
|
|
la eterna duración, eterna sólo |
|
|
|
para sufrir sin fin eternos males?» |
|
|
|
|
A esto Satán así
responde al punto: |
|
|
|
«Caído querubín, mostrar
flaqueza |
|
|
|
en la prosperidad o en la desgracia |
205 |
|
|
cosa es indigna de tu ser. No pienses |
|
|
|
que podrá el bien de las acciones
nuestras |
|
|
|
ser objeto jamás. El mal solmente |
|
|
|
lo puede ser; el mal, tan odioso |
|
|
|
de la alta Voluntad que resistimos. |
210 |
|
|
Y pues de nuestro mal su Providencia |
|
|
|
sacar pretende el bien, sea nuestro
empeño |
|
|
|
que del bien mismo el mal resulte, y esta, |
|
|
|
esta gloria, que, o miente mi esperanza |
|
|
|
o será muy colmada, nos consuele; |
215 |
|
|
la gloria de afligirle, conturbarle |
|
|
|
y trastornar sus íntimos designios. |
|
|
|
Vímosle ufano refrenar la saña |
|
|
|
de los ministros de su injusta ira |
|
|
|
que airados nos cargaban, y a las puertas |
220 |
|
|
los obligó a volver del alto cielo. |
|
|
|
Una lluvia de azufre tempestuosa, |
|
|
|
que arrojó tras nosotros, cerró el
paso |
|
|
|
a esta honda cueva, en que de allá
caímos. |
|
|
|
Ya ni la luz medrosa del relámpago |
225 |
|
|
deslumbra en el infierno, ni resuena |
|
|
|
por su hueca extensión del trueno
horrendo |
|
|
|
el retumbante son. Agotó acaso |
|
|
|
toda su furia en la cruel venganza. |
|
|
|
«Mas, ya nos dé tan no esperada
tregua |
230 |
|
|
harta su saña, o altivo su desprecio, |
|
|
|
no la desperdiciemos. Mira a aquella |
|
|
|
parte un desierto y solitario llano, |
|
|
|
triste mansión de horror, do
escasamente |
|
|
|
llega el medroso y pálido reflejo |
235 |
|
|
que esta lúgubre llama de sí
envía. |
|
|
|
Guiemos allá el paso, y retirados |
|
|
|
de este golfo de fuego, allí
busquemos, |
|
|
|
si le hay, algún reposo. Nuestra tropa |
|
|
|
dispersa reunamos, y arbitremos |
240 |
|
|
por qué medios de hoy más del
enemigo |
|
|
|
turbaremos la gloria, o la que tristes |
|
|
|
perdimos cobraremos, o por cuáles |
|
|
|
nuestro destino mitigarse pueda; |
|
|
|
qué alivio en fin nos muestra la
esperanza |
245 |
|
|
o a qué extremo el despecho nos
arroja». |
|
|
|
|
Así Satán a
Belcebub le hablaba, |
|
|
|
y mientra en su semblante, levantado |
|
|
|
sobre la onda, los ojos centellantes |
|
|
|
relucían, el resto de su cuerpo, |
250 |
|
|
monstruosamente grande, en el ardiente |
|
|
|
golfo tendido a una y otra parte |
|
|
|
ocupaba, flotando, un trecho inmenso; |
|
|
|
tal cual las viejas fábulas nos pintan |
|
|
|
a los monstruosos hijos de la Tierra, |
255 |
|
|
que hicieron guerra a Jove, Briareo, |
|
|
|
y el que su nombre al antro dio Tifonio; |
|
|
|
o como Leviatán, el más enorme |
|
|
|
habitador del piélago profundo; |
|
|
|
tal vez un navichuelo por el Bóreas |
260 |
|
|
hacia los mares de Noruega echado, |
|
|
|
en tenebrosa noche allí le topa |
|
|
|
rendido a torpe sueño, y el piloto |
|
|
|
-tal en el puerto cuenta a sus amigos- |
|
|
|
azorado y creyéndole una isla, |
265 |
|
|
en su escamosa piel aferra el ancla, |
|
|
|
guarecido tras él del viento insano. |
|
|
|
La noche en tanto asombra el mar, y lenta |
|
|
|
vuelve con tardos pasos la mañana. |
|
|
|
Tan grande el archidiablo y tan enorme |
270 |
|
|
parecía tendido sobre el golfo |
|
|
|
de fuego, y nunca de él salido
hubiera, |
|
|
|
ni su altanera frente levantado, |
|
|
|
si el gran Rector del cielo, a cuyo
ceño |
|
|
|
los destinos se humillan, libre rienda |
275 |
|
|
dado no hubiese a su maligna astucia, |
|
|
|
para que mientras el mal ajeno busca |
|
|
|
con repetidos crímenes incauto |
|
|
|
labre su propia perdición, y vea |
|
|
|
que sus designios pérfidos del alta |
280 |
|
|
bondad de Dios sacar pudieron sólo |
|
|
|
gracia y misericordia para el hombre, |
|
|
|
engañado por él, ira y venganza |
|
|
|
y eterna confusión para sí
mismo. |
|
|
|
De repente levanta sobre el lago |
285 |
|
|
su gigante estatura. A un lado y otro |
|
|
|
las llamas rechazadas, en undosos |
|
|
|
remolinos se rompen y retiran, |
|
|
|
y descubren en medio un ancho valle. |
|
|
|
Entonces él con extendidas alas |
290 |
|
|
emprendió el alto vuelo sobre el aire, |
|
|
|
que gimió al peso insólito
pendiente, |
|
|
|
y travesando el gran vacío oscuro, |
|
|
|
posó en la seca tierra, si tal nombre |
|
|
|
convenir puede al suelo que arde siempre |
295 |
|
|
con inflamado azufre y fuego sólido, |
|
|
|
como con llamas flúidas el lago. |
|
|
|
Tal parecía en su candente forma |
|
|
|
como tal vez de fuerza soterraña |
|
|
|
el choque arranca un cerro del Peloro, |
300 |
|
|
o de la étnea tronadora cumbre, |
|
|
|
en cuya entraña hechida de inflamable |
|
|
|
materia prende el fuego y agitado |
|
|
|
hierve con furia mineral; revienta |
|
|
|
violento al aire libre, y la comarca |
305 |
|
|
de humo se cubre y de betún ardiente, |
|
|
|
tal era el suelo do asentó la planta |
|
|
|
el protervo Satán. En pos le sigue |
|
|
|
Belcebub, necios presumiendo entrambos |
|
|
|
haber la estigia cárcel escalado |
310 |
|
|
por su antigua virtud, cual altos dioses, |
|
|
|
y sin que otro mayor lo consintiese. |
|
|
|
|
«¿Es aquéste
el país?, exclamó entonces |
|
|
|
el fiero Arcángel, ¿la región
es ésta |
|
|
|
a do lanzados desde el alto Empíreo |
315 |
|
|
venimos a morar? ¿A esta medrosa |
|
|
|
escuridad, del alma luz del cielo? |
|
|
|
Sí lo será, que así mandarlo
plugo |
|
|
|
al tirano que hoy triunfa; sea en buen hora. |
|
|
|
Vivamos lejos de su vista, libres, |
320 |
|
|
ya que, a pesar de la razón, la fuerza |
|
|
|
le juzgó superior a sus iguales. |
|
|
|
Adiós, dichosos campos, donde siempre |
|
|
|
moran el alma paz y la alegría. |
|
|
|
¡Salve, horrible mansión!
¡Infierno, salve! |
325 |
|
|
¡Y tú profundo abismo, abre tu
seno |
|
|
|
al nuevo habitador, cuyos designios |
|
|
|
jamás el tiempo mudarán ni el
hado! |
|
|
|
Él vivirá en sí mismo, y con
su gloria |
|
|
|
del infierno hará cielo. Si uno
siempre |
330 |
|
|
es su ser inmutable, nada importa |
|
|
|
que mude de lugar, que estará en todos |
|
|
|
sobre toda criatura, inferior sólo |
|
|
|
a uno a quien el trueno hace más
grande. |
|
|
|
En este reino oscuro, do la invidia |
335 |
|
|
no llegará del Todopoderoso, |
|
|
|
viviremos al menos sin el susto |
|
|
|
de ser más desterrados. Reinaremos |
|
|
|
independientes, y reinar es siempre |
|
|
|
noble ambición, aun en el hondo
abismo, |
340 |
|
|
y mejor suerte que la vergonzosa |
|
|
|
servidumbre del cielo. ¿Por qué
causa |
|
|
|
dejamos, pues, que los amigos fieles, |
|
|
|
de nuestro riesgo y ruina compañeros, |
|
|
|
yagan sumidos en el hondo lago, |
345 |
|
|
y de mortal asombro poseídos? |
|
|
|
¿Por qué no los llamamos a que
gocen |
|
|
|
también su parte en este suelo infame, |
|
|
|
o para que, de nuevo reunidas |
|
|
|
nuestras fuerzas, probemos si ser puede |
350 |
|
|
algo del cielo aún reconquistado, |
|
|
|
o si algo más perdido en el
infierno?» |
|
|
|
|
Esto dijo Satán, y tal
respuesta |
|
|
|
le diera Belcebut: «Noble caudillo |
|
|
|
de aquel brillante ejército, que
sólo |
355 |
|
|
vencer pudiera el brazo omnipotente, |
|
|
|
si ellos oyen tu voz, la más segura |
|
|
|
prenda de su esperanza en los peligros, |
|
|
|
tantas veces oída en más
extremos |
|
|
|
casos, y en el conflicto arduo y dudoso |
360 |
|
|
de la cruel batalla en los asaltos, |
|
|
|
y en todo trance su señal segura, |
|
|
|
tú los verás volver con nuevo
aliento |
|
|
|
al antiguo vigor. Que no es extraño |
|
|
|
que dende el alto cielo a este hondo abismo |
365 |
|
|
caídos, yagan hora cual nosotros |
|
|
|
poco ha, de horror y asombro
penetrados» |
|
|
|
|
Apenas acabó, cuando a la
orilla |
|
|
|
el fiero capitán se fue acercando. |
|
|
|
De temple celestial, ancho y macizo, |
370 |
|
|
era el redondo escudo que pendía |
|
|
|
de sus robustos hombros, semejante |
|
|
|
en su circunferencia al orbe lleno |
|
|
|
de la luna, mirado por la tarde |
|
|
|
a través de algún óptico
instrumento. |
375 |
|
|
Tal cual con firme vista, desde lo alto |
|
|
|
de Fesol, o en Valdarno, le observaba |
|
|
|
el inventor etrusco, y descubría |
|
|
|
tierras, ríos y montes en su globo. |
|
|
|
El más gigante pino de Noruega, |
380 |
|
|
en los montes cortado para mástil |
|
|
|
de una grande almiranta, un junco leve |
|
|
|
sería, comparado con la lanza |
|
|
|
en que apoyaba sus molestos pasos |
|
|
|
(no cuales en el cielo dio algún
día) |
385 |
|
|
por la inflamada arena, mientra el
ígneo |
|
|
|
muro y la ardiente bóveda le
herían |
|
|
|
con fuego abrasador por todas partes. |
|
|
|
Empero él lo sufría, y
procediendo |
|
|
|
hasta el vecino golfo, allí parado |
390 |
|
|
llamó a sus tercios de ángeles, que
yacen |
|
|
|
rendidos al terror y agonizantes |
|
|
|
sobre la herviente onda, tan espesos |
|
|
|
como las secas hojas que al otoño |
|
|
|
cubren de Valumbrosa las corrientes, |
395 |
|
|
de los frondosos árboles
caídas; |
|
|
|
o como cuando Orión con turbulento |
|
|
|
soplo azota las playas eritreas |
|
|
|
nadan sobre las ondas las livianas |
|
|
|
algas, sobre las ondas que sorbieron |
400 |
|
|
un día a Faraón con su robusta |
|
|
|
caballería de Menfis, cuando airados |
|
|
|
las rescatadas tribus perseguían, |
|
|
|
mientras seguras, de la opuesta orilla |
|
|
|
vieron ellas hundirse sus jinetes, |
405 |
|
|
yelmos, banderas, carros y caballos; |
|
|
|
tan espesos cubrieron los rebeldes |
|
|
|
espíritus el lago, al fiero asombro |
|
|
|
de la mudanza súbita rendidos. |
|
|
|
|
Llamólos, pues, y a la
gran voz los huecos |
410 |
|
|
senos del hondo infierno resonaron: |
|
|
|
«Príncipes, potentados y
guerreros, |
|
|
|
flor del cielo, antes nuestro y ya perdido; |
|
|
|
pues qué, ¿pudo infundirse en
inmortales |
|
|
|
espíritus tal pasmo? Por ventura |
415 |
|
|
después del duro afán de la
batalla, |
|
|
|
¿pensáis hallar aquí
sueño y reposo |
|
|
|
cual si estuvierais en el blando cielo? |
|
|
|
¿O es que así prosternados heis
jurado |
|
|
|
dar culto al vencedor, que hora se goza |
420 |
|
|
en ver desde su trono a tantos fuertes |
|
|
|
querubines y excelsos serafines |
|
|
|
en este golfo hundidos, con sus rotas |
|
|
|
armas y sus banderas revolcados, |
|
|
|
mientras que de las puertas eternales |
425 |
|
|
caen sobre nosotros sus ministros |
|
|
|
prontísimos, del fuerte rayo armados |
|
|
|
y el aterrante trueno, y os traspasan |
|
|
|
con más crueles heridas, y al más
hondo |
|
|
|
fondón de aquesta cueva os precipitan? |
430 |
|
|
¡Sus!, despertá o quedá por
siempre hundidos». |
|
|
|
|
Oyéronle, y al punto
avergonzados |
|
|
|
volaron hacia arriba, y como suele |
|
|
|
una guardia tal vez en torpe sueño |
|
|
|
por su mayor tomada, a la tremenda |
435 |
|
|
voz correr presta al arma y darse prisa, |
|
|
|
no bien despierta aún, así los
diablos, |
|
|
|
que ni el horrendo pozo en que cayeron, |
|
|
|
ni los fieros tormentos, ocupados |
|
|
|
del terror, percibieron. Mas con todo |
440 |
|
|
la voz del general obedecieron |
|
|
|
innumerables. Tal, en el mal día |
|
|
|
de Egipto, apenas hubo al alto cielo |
|
|
|
tendido la su vara portentosa |
|
|
|
Moisén, cuando he aquí que dende
oriente |
445 |
|
|
una muy densa nube de langostas |
|
|
|
viene, cubriendo el aire, y sobre el reino |
|
|
|
del duro Faraón se extiende negra, |
|
|
|
como la noche, del fecundo Nilo |
|
|
|
las dilatadas playas asombrando. |
450 |
|
|
|
Tan sin número entonces
parecían |
|
|
|
los ángeles precitos, so la ardiente |
|
|
|
copa revolteando del infierno, |
|
|
|
de tres voraces fuegos, alto, bajo |
|
|
|
y lateral, en torno acometidos; |
455 |
|
|
hasta que su lanzón Satán
moviendo, |
|
|
|
señaló el sitio do posar
debían; |
|
|
|
y ellos en ala igual bajaron prontos |
|
|
|
al sulfúreo terreno, hinchiendo el
llano. |
|
|
|
Jamás tal muchedumbre el populoso |
460 |
|
|
norte arrojó de su escarchado seno, |
|
|
|
cuando sus hijos bárbaros, pasando |
|
|
|
el Danubio o el Rin, como un diluvio |
|
|
|
inundaron el sur, y hasta las playas |
|
|
|
de la arenosa Libia se extendieron. |
465 |
|
|
Desde cada escuadrón y tercio al punto |
|
|
|
los jefes destacados vienen prontos |
|
|
|
de su gran comandante a la presencia, |
|
|
|
semidioses en aire y estatura, |
|
|
|
de formas sobrehumanas; personajes |
470 |
|
|
de real dignidad, que allá en el cielo |
|
|
|
antes en altos tronos se asentaran, |
|
|
|
bien que hoy en los registros eternales |
|
|
|
no se halla ya memoria de sus nombres, |
|
|
|
para siempre borrados y raídos, |
475 |
|
|
por su traición, del libro de la vida. |
|
|
|
Ni entre los hijos de Eva otros tuvieron |
|
|
|
hasta mucho después, que sobre el
mundo |
|
|
|
por alta permisión de Dios vagando, |
|
|
|
para probar al hombre, corrompieron |
480 |
|
|
con fraudes y mentiras muy gran parte |
|
|
|
de la raza mortal. Los desviaron |
|
|
|
del Dios que los criara, hasta que torpe- |
|
|
|
mente trocando su invisible gloria |
|
|
|
en la imagen de un bruto, muchas veces |
485 |
|
|
erigieron en dioses los demonios, |
|
|
|
y entre oro y pompa y ceremonias vanas, |
|
|
|
les dieron torpe culto, varios nombres, |
|
|
|
después ídolos varios los
hicieron |
|
|
|
en el mundo gentil más conocidos. |
490 |
|
|
|
Nómbralos, musa,
tú; di quién primero, |
|
|
|
y quién al fin, el sueño
sacudiendo, |
|
|
|
subió del negro lago a la llamada |
|
|
|
del gran Emperador; cuáles más
dignos |
|
|
|
se hallaron, di, de estar cabe él
situados |
495 |
|
|
en la desierta playa, mientras queda |
|
|
|
lejos en pos la turba indistinguida. |
|
|
|
Salieron ante todos desde el hondo |
|
|
|
abismo al ancho mundo los que, hambrientos, |
|
|
|
de estragos y miserias, luego osaron |
500 |
|
|
sus asientos fijar cabe el asiento |
|
|
|
del Señor, levantando sus altares |
|
|
|
a par del altar suyo, y adorados |
|
|
|
en derredor de las naciones necias |
|
|
|
cual dioses, insultaron atrevidos |
505 |
|
|
al santo Jehová, que reciamente |
|
|
|
tronaba allá en Sión, su faz
velada |
|
|
|
entre los querubines. ¡Cuántas
veces |
|
|
|
fue la abominación tan consumada, |
|
|
|
que en el santuario mismo colocaron |
510 |
|
|
sus armas, y oponiendo sus tinieblas |
|
|
|
al resplandor y gloria inmarcesibles, |
|
|
|
con torpes ceremonias las solemnes |
|
|
|
fiestas y el santo rito profanaron! |
|
|
|
|
Fije el primero Moloc, monarca
horrendo, |
515 |
|
|
en la sangre de víctimas humanas |
|
|
|
y en paternales lágrimas
bañado, |
|
|
|
por más que de atambores y timbales |
|
|
|
el rumor estruendoso confundiese |
|
|
|
el nunca oído grito de los tiernos |
520 |
|
|
hijuelos, por el fuego devorante |
|
|
|
a su horroroso ídolo arrastrados. |
|
|
|
Allá en Rabba y sus llanos aguanosos |
|
|
|
le adoró el ammonita, hasta do corren |
|
|
|
por Argob y Basán de Arnón las
aguas. |
525 |
|
|
Ni se hartó su altivez con esta
gloria; |
|
|
|
antes del más sapiente de los hombres |
|
|
|
corrompió el corazón, y con
engaños |
|
|
|
hizo que el viejo Salomón le alzara |
|
|
|
sobre el monte de Oprobio un alto templo, |
530 |
|
|
frente al templo de Dios, y que por bosque |
|
|
|
le consagrara el antes deleitoso |
|
|
|
valle de Hennón, Tofet después
llamado, |
|
|
|
y negro Gehemna, imagen del infierno. |
|
|
|
|
Camos viene tras él,
terror inmundo |
535 |
|
|
del moabita, de Aroer a Nebo, |
|
|
|
y hasta el austral desierto de Abarimo, |
|
|
|
por Hesebón y Horonaim, dominios |
|
|
|
del rey Seón, y aún más
allá de Sibma, |
|
|
|
de sus viñedos y floridos valles, |
540 |
|
|
desde Eleale al lago de Asfaltite. |
|
|
|
So el nombre de Fegor también sedujo |
|
|
|
a Israel en Sitim, a su partida |
|
|
|
del Nilo, y logró de él obscenos
ritos, |
|
|
|
después con duros males castigados. |
545 |
|
|
Mas todavía sus orgías torpes |
|
|
|
extendió al monte infame, cabe el
bosque |
|
|
|
de Hennón, juntando el odio a la
lujuria, |
|
|
|
hasta que el buen Josías, con ardiente |
|
|
|
celo, los arrojó de allí al
infierno. |
550 |
|
|
|
Tras éstos parecieron los
que dende |
|
|
|
la cofinante onda del Eufrates |
|
|
|
hasta el arroyo que divide a Siria |
|
|
|
de la egipciana tierra, so los nombres |
|
|
|
de Baalim y Astarot, aquéste de hembra |
555 |
|
|
y de varón aquél, fueron
servidos; |
|
|
|
que es dado a los espirtus cualquier sexo |
|
|
|
tomar que les agrade, o los dos juntos; |
|
|
|
tan simple y desleída es su natura, |
|
|
|
no trabada con nervios, ni en el
frágil |
560 |
|
|
apoyo de los huesos sustentada, |
|
|
|
cual nuestro deleznable y torpe cuerpo; |
|
|
|
sino en cualquiera forma que les place, |
|
|
|
grave o sutil, oscura o transparente, |
|
|
|
prosiguen sus designios, y sus obras, |
565 |
|
|
ora de amor o enemistad, completan. |
|
|
|
Muchas veces por éstos se olvidara |
|
|
|
Israel de su Dios, y abandonando, |
|
|
|
infiel, su altar, hincara la rodilla |
|
|
|
a otros brutales e impotentes dioses. |
570 |
|
|
Por eso fue humillado en las batallas, |
|
|
|
y del Señor dejado a que cayese |
|
|
|
despojo vil del enemigo alfanje. |
|
|
|
|
También vino Astoret en
esta tropa, |
|
|
|
a quien Astarte los fenicios llaman, |
575 |
|
|
reina del cielo, de crecientes cuernos, |
|
|
|
a cuya clara imagen en las noches |
|
|
|
de luna sus canciones y plegarias |
|
|
|
las sidonias doncellas dirigían; |
|
|
|
y hasta en Sión sus himnos resonaron |
580 |
|
|
sobre el monte de Escándalo, en el
templo |
|
|
|
que aquel rey muliebroso le ensalzara, |
|
|
|
cuyo gran corazón al culto inmundo |
|
|
|
cayó de vanos dioses, por la astucia |
|
|
|
de sus idolatresas enlabiado. |
585 |
|
|
|
En pos vino Tamud, de quien la
herida |
|
|
|
atraía cada año a la alta
cumbre |
|
|
|
del Líbano las vírgenes
sirianas, |
|
|
|
a plañir tiernas todo un día
estivo |
|
|
|
su desventura con devoto llanto; |
590 |
|
|
mientras que el dulce Adonis, desprendido |
|
|
|
de su nativa roca, la purpúrea |
|
|
|
corriente enviaba al mar, teñido en
sangre |
|
|
|
de Tamud, según dicen,
añalmente. |
|
|
|
Igual lamento hicieron con la torpe |
595 |
|
|
fábula, ilusas, de Sión las
hijas, |
|
|
|
cuyas livianas lágrimas rociando |
|
|
|
los umbrales del templo vio en su rapto |
|
|
|
Ecequiel, cuando puesta ante sus ojos |
|
|
|
le fue ¡oh Judá! tu negra
idolatría. |
600 |
|
|
|
Aquél vino
después, que gran tormento |
|
|
|
sintió cuando cautiva el arca santa |
|
|
|
mutiló la su imagen, derribando |
|
|
|
allá en su mismo templo sobre el
polvo, |
|
|
|
sin brazos ni cabeza, el tronco horrible, |
605 |
|
|
afrenta de su culto y sacerdotes. |
|
|
|
Llamáronle Dagón, monstruo
marino, |
|
|
|
hombre del medio arriba, el resto pece. |
|
|
|
Tuvo, empero, en Azot también su
templo |
|
|
|
temido por la costa palestina, |
610 |
|
|
en Gath, en Asealón, y en las
fronteras |
|
|
|
de Acarón y de Gaza. Y a él
seguía |
|
|
|
Rimmón, que tuvo asiento allá en
Damasco, |
|
|
|
en la fecunda y deleitosa orilla |
|
|
|
de Abana y Fárfar, transparentes
ríos. |
615 |
|
|
Rival también de Dios y de su templo, |
|
|
|
si perdió a un rey leproso, otro (su
necio |
|
|
|
conquistador Acaz) vino a su culto, |
|
|
|
y derribó en su obsequio el altar
santo. |
|
|
|
poniendo en su lugar otro erigido |
620 |
|
|
a la siriana moda, do quemase |
|
|
|
vergonzosas ofrendas, adorando |
|
|
|
los mismos dioses que vencido hubiera. |
|
|
|
|
Detrás venía
innumerable turba, |
|
|
|
por diferentes nombres distinguida, |
625 |
|
|
de no reciente fama: Osiris, Isis, |
|
|
|
Horo y su comitiva, que con formas |
|
|
|
espantables y extrañas
brujerías |
|
|
|
al fanático Egipto embaucaron, |
|
|
|
y aun a sus sacerdotes, que buscaban |
630 |
|
|
sus dioses vagabundos, en figuras |
|
|
|
de animalías torpes escondidos. |
|
|
|
También dañó a Israel el mal
contagio, |
|
|
|
cuando adoró en Oreb sus arracadas, |
|
|
|
por el arte fusoria convertidas |
635 |
|
|
en un becerro de oro, cuya culpa |
|
|
|
dobló en Bethel y en Dan el rey
protervo |
|
|
|
que contrahizo su Dios, y en vez del santo |
|
|
|
Jehová, quemó incienso a un buey
rumiante. |
|
|
|
Por eso, oh Egipto, en una triste noche |
640 |
|
|
fueron tus primogénitos despojo, |
|
|
|
y tus balantes dioses, de su ira. |
|
|
|
|
Belial vino por fin, que igual
del cielo |
|
|
|
ningún más torpe espíritu
cayera, |
|
|
|
ni que más suciamente el vicio amase. |
645 |
|
|
No tuvo templo alzado, ni humo nunca |
|
|
|
de altar suyo subió. Más ¡ay!,
¿quién tiene |
|
|
|
culto mayor en templos y en altares, |
|
|
|
cuando niegan a Dios sus sacerdotes, |
|
|
|
cual los hijos de Elí, que el santo
templo |
650 |
|
|
con lujuria y violencia profanaron? |
|
|
|
Reina también en cortes y palacios |
|
|
|
y en las ciudades, de torpeza asiento, |
|
|
|
donde del alboroto y las injurias |
|
|
|
sube el rumor sobre las altas torres, |
655 |
|
|
cuando a la sombra de la noche negra |
|
|
|
salen los hijos de Belial, de orgullo |
|
|
|
y vino henchidos, a rondar sus calles. |
|
|
|
Testígüenlo las tuyas, oh Sodoma, |
|
|
|
y las de Gabaá, do sin respeto |
660 |
|
|
a la hospitalidad fue escarnecida |
|
|
|
la dueña de Bethel, cuyo alto ultraje |
|
|
|
libró de otro más torpe a su
velado. |
|
|
|
|
Estos eran en orden los
primeros, |
|
|
|
y en brío. Los demás eran sin
cuento |
665 |
|
|
y largos de expresar, aunque famosos |
|
|
|
dioses, a quienes de Jabán, los hijos |
|
|
|
adoraron en Jonia, más recientes |
|
|
|
empero, que sus padres cielo y tierra: |
|
|
|
Titán el primogénito, y su
enorme |
670 |
|
|
familia, de la herencia por Saturno, |
|
|
|
bien que hermano menor, desposeídos, |
|
|
|
aunque el hijo tonante justo pago |
|
|
|
le dio, usurpando el usurpado cetro; |
|
|
|
primero en Ida y Creta conocidos, |
675 |
|
|
después también sobre la cana
cumbre |
|
|
|
del viejo Olimpo, el aire de la media |
|
|
|
región reglando su más alto
cielo; |
|
|
|
o ya en la cima délfica en Dodona |
|
|
|
y por la tierra dórica y sus lindes; |
680 |
|
|
o en fin, do aquel que con Saturno el viejo |
|
|
|
por el mar de Adria a los hesperios campos |
|
|
|
fue, y de los celtas travesando el golfo, |
|
|
|
logró subir a sus lejanas islas. |
|
|
|
|
Todos estos y más
vinieron juntos, |
685 |
|
|
y aunque abatidos, tristes y en silencio. |
|
|
|
todavía en sus ojos un oscuro |
|
|
|
vislumbre de contento aparecía |
|
|
|
de ver al jefe altivo esperanzado. |
|
|
|
y así en la perdición aún no
perdidos. |
690 |
|
|
Él entonces seguro, y recobrando |
|
|
|
la sólita soberbia, con muy graves |
|
|
|
razones, aunque vanas de sentido, |
|
|
|
reparó su temor, y gentilmente |
|
|
|
desterró de sus pechos el desmayo. |
695 |
|
|
Luego mandó que fuese prontamente, |
|
|
|
al son de las trompetas y clarines, |
|
|
|
el tremendo estandarte enarbolado. |
|
|
|
Tocárale esta gloria por derecho |
|
|
|
a Azazel, querubín de alta estatura, |
700 |
|
|
el cual al punto la imperial insignia |
|
|
|
desdobló del bruñido astil, y en
alto |
|
|
|
la enarbolando, al viento tremolada, |
|
|
|
brilló como un meteoro refulgente, |
|
|
|
con el oro y rubíes, que expresaban |
705 |
|
|
en rica bordadura los trofeos |
|
|
|
y blasones querúbicos. En tanto |
|
|
|
sonaron los marciales instrumentos, |
|
|
|
y todas las legiones respondieran |
|
|
|
con un muy alto grito, a que los hondos |
710 |
|
|
cóncavos del infierno retemblaron, |
|
|
|
y aun se sintió de fuera el tenebroso |
|
|
|
reino del Caos y la anciana noche. |
|
|
|
Otras diez mil banderas al momento, |
|
|
|
por el oscuro aire tremoladas, |
715 |
|
|
mostraron sus colores orientales, |
|
|
|
a cuya luz se vido un bosque espeso |
|
|
|
de picas, de bruñidos capacetes, |
|
|
|
y escudos muchos fuertemente unidos, |
|
|
|
que el formidable ejército ostentaban. |
720 |
|
|
|
Al punto en ordenados
batallones |
|
|
|
se pone en marcha la tremenda hueste, |
|
|
|
al son de dulces flautas y de pífanos, |
|
|
|
al tono dorio y pausas acordados; |
|
|
|
tono que en otro tiempo el noble pecho |
725 |
|
|
de los antiguos héroes encendía |
|
|
|
en los combates, no con rabia inútil, |
|
|
|
sino con reflexible y firme aliento, |
|
|
|
despreciador del susto y de la muerte; |
|
|
|
tono grave y solemne, que inspiraba |
730 |
|
|
tranquilos pensamientos, arrojando |
|
|
|
de los mortales o inmortales pechos |
|
|
|
la angustia, el duelo, el susto y el
quebranto. |
|
|
|
|
Así marchaba, unida y
animosa, |
|
|
|
la falange de espirtus en silencio, |
735 |
|
|
y al dulce son de las acordes flautas |
|
|
|
la ardiente arena alegres discurrían; |
|
|
|
hasta que ya avanzados se pararon, |
|
|
|
mostrando un ancho frente formidable |
|
|
|
con las feroces relumbrantes armas; |
740 |
|
|
y cual las huestes del heroico tiempo, |
|
|
|
con lanzas y paveses muy cerrados, |
|
|
|
esperaban la voz del gran caudillo. |
|
|
|
Entonces él por las armadas filas |
|
|
|
tendió la experta vista, y travesando |
745 |
|
|
rápido los inmensos batallones, |
|
|
|
vio el orden de los suyos, sus semblantes, |
|
|
|
su aire y estatura, cual de dioses; |
|
|
|
al fin sumó su número, y
henchido |
|
|
|
su corazón entonces de soberbia, |
750 |
|
|
se glorió en su poder vano y protervo, |
|
|
|
porque jamás desde su infancia el
mundo |
|
|
|
viera ejército tal, ni comparados |
|
|
|
con él los más famosos,
parecieran |
|
|
|
otro que cual la enana infantería |
755 |
|
|
que lidia con las grullas, aunque a un tiempo |
|
|
|
se ayuntasen la prole gigantea |
|
|
|
de Flegra y los heroicos escuadrones |
|
|
|
que lidiaron en Teba y Troya en uno |
|
|
|
revueltos con sus dioses auxiliares; |
760 |
|
|
los que ensalza y describe el fabuloso |
|
|
|
cuento de Artús seguido de sus fuertes |
|
|
|
caballeros britanos y bretones; |
|
|
|
los que después, ya infieles, ya
cristianos, |
|
|
|
en Montalván justaron o Aspremonte, |
765 |
|
|
en Marruecos, Damasco o Trebisonda; |
|
|
|
y los que, en fin, Biserta envió de
África |
|
|
|
cuando allá Carlomagno y los sus pares |
|
|
|
fueron en Roncesvalles derrotados. |
|
|
|
¡Tanto dista el ejército
tartáreo |
770 |
|
|
de las mortales fuerzas! Todavía |
|
|
|
guardaban sujeción al gran caudillo. |
|
|
|
|
Él, entre los
demás sobresaliendo |
|
|
|
en aire y gentileza, estaba erguido |
|
|
|
como una torre, ni del todo hubiera |
775 |
|
|
su lustre original perdido, y gloria; |
|
|
|
antes como un arcángel relucía, |
|
|
|
con luz, empero, y esplendor menguados. |
|
|
|
Tal al romper el día el sol naciente |
|
|
|
lanza al través de niebla matutina |
780 |
|
|
su luz remisa, o tras la luna oculto |
|
|
|
en pardo eclipse, a la mitad espanta |
|
|
|
de las naciones crédulas, y anuncia |
|
|
|
ruinas y susto a los medrosos reyes; |
|
|
|
así, aunque escurecido todavía, |
785 |
|
|
entre todos brillaba el alto arcángel. |
|
|
|
Del rayo celestial las cicatrices |
|
|
|
señalaban profundas su semblante, |
|
|
|
y los fieros cuidados le anublaban; |
|
|
|
empero heroico aliento y concentrada |
790 |
|
|
soberbia a la venganza siempre pronta |
|
|
|
anunciaba su ceño, aunque feroces |
|
|
|
todavía en sus ojos parecían |
|
|
|
gran lástima y crüel
remordimiento, |
|
|
|
al ver de su traición los
compañeros, |
795 |
|
|
o más bien los secuaces (¡cuán
distintos |
|
|
|
de lo que un tiempo fueran!) condenados |
|
|
|
también con él, a pena
perdurable. |
|
|
|
Mil millones de espirtus por su culpa |
|
|
|
arrojados del cielo, de la eterna |
800 |
|
|
lumbre inmortal por su traición
privados, |
|
|
|
y fieles a su alianza, aunque perdido |
|
|
|
su nativo esplendor. Así de fuego |
|
|
|
del cielo heridos los montanos robres, |
|
|
|
o los pinos de un bosque, aunque desnudos |
805 |
|
|
de su frondosa copa, y chamuscados |
|
|
|
sobre el marchito suelo, todavía |
|
|
|
duran erguidos los eternos troncos. |
|
|
|
|
Dispuesto a razonar, hace que al
punto |
|
|
|
plieguen las dobles filas de ala a ala; |
810 |
|
|
luego en medio sus grandes le tomaron. |
|
|
|
|
Tres veces quiso hablar, y tres
las lágrimas, |
|
|
|
cual verter puede un ángel, a sus
ojos, |
|
|
|
a pesar de su orgullo, se asomaron. |
|
|
|
Por fin rompió, y mezcladas con
suspiros |
815 |
|
|
hallaron su camino estas palabras: |
|
|
|
«¡Oh ejército de espirtus
inmortales, |
|
|
|
héroes sin par! ¡Oh al
Todopoderoso |
|
|
|
solmente comparables! Nuestra empresa |
|
|
|
no tuvo infame fin, aunque esta horrible |
820 |
|
|
prisión y tan acerba y espantosa |
|
|
|
mudanza, el triste caso testifiquen. |
|
|
|
Mas ¿qué penetración,
qué agudo ingenio, |
|
|
|
por más que diestro combinar supiese |
|
|
|
lo presente y pasado, adivinara |
825 |
|
|
que un tal poder, tan grande y tan unido |
|
|
|
como el que aquí miramos,
cedería |
|
|
|
vencido y rechazado? Y ¿quién, no
obstante, |
|
|
|
aun después de tal rota, habrá que
dude |
|
|
|
que estas fuertes legiones, cuya ruina |
830 |
|
|
tiene vacío el cielo, reanimadas |
|
|
|
podrán con nuevo ardor subir de un
vuelo |
|
|
|
a recobrar sus tronos primitivos? |
|
|
|
En cuanto a mí, testigos sean los
altos |
|
|
|
moradores del cielo, si dudoso |
835 |
|
|
en la resolución o en los peligros |
|
|
|
cobarde, malogré vuestra esperanza; |
|
|
|
pero el supremo Rey, que hasta aquel
día |
|
|
|
ocupara su trono muy seguro, |
|
|
|
sólo en su antigua posesión
fundado, |
840 |
|
|
o en la opinión y tolerancia nuestra, |
|
|
|
descubriendo la gloria majestuosa |
|
|
|
de su real dignidad, mantuvo oculto |
|
|
|
el lleno de sus fuerzas, y este engaño |
|
|
|
nos deslumbró y atrajo a nuestra
ruina. |
845 |
|
|
Pero en fin, ya desde hoy son conocidos |
|
|
|
nuestro poder y el suyo; y si sería |
|
|
|
locura provocarle a nueva guerra, |
|
|
|
fuera infamia evitarla, provocados, |
|
|
|
porque de nuestro ser la mejor parte |
850 |
|
|
no está vencida aún. El alto
ingenio |
|
|
|
nos queda para obrar por escondidos |
|
|
|
fraudes aquello do el poder no alcanza. |
|
|
|
Esto a lo menos hallará en nosotros, |
|
|
|
que no vence del todo a su contrario |
855 |
|
|
quien sólo en fuerza le aventaja y
vence. |
|
|
|
Ya sabéis que criarse nuevos mundos |
|
|
|
pueden en el vacío, y que el muy Alto, |
|
|
|
según la tradición que dende
antiguo |
|
|
|
corría por el cielo, proyectaba |
860 |
|
|
formar para estos tiempos uno, donde |
|
|
|
plantase cierta gente venturosa, |
|
|
|
caro objeto de todas sus delicias, |
|
|
|
e igual en dicha a sus celestes hijos. |
|
|
|
Probemos, pues, y a él o a otro
hagamos |
865 |
|
|
nuestra primer salida; que no siempre |
|
|
|
han de vivir en esta sima hundidos |
|
|
|
los hijos de la luz, ni por más tiempo |
|
|
|
cubiertos de las sombras baratrales. |
|
|
|
Pero esto debe consultarse agora |
870 |
|
|
con maduro consejo, pues perdida |
|
|
|
la esperanza de paz, ¿quién hay que
opine |
|
|
|
por la vil sumisión? Guerra, pues,
guerra, |
|
|
|
abierta o oculta, resolver debemos». |
|
|
|
|
Dijo; y luego aprobando su
discurso |
875 |
|
|
millones de querúbicas espadas, |
|
|
|
por el aire vibradas, relumbraron, |
|
|
|
iluminando en torno el ancho infierno, |
|
|
|
y todos ensañados contra el trono |
|
|
|
del muy Alto, con armas resonantes |
880 |
|
|
dieron en los broqueles reciamente; |
|
|
|
tanto, que el fiero son de insulto y guerra |
|
|
|
llegó a la alta techumbre del
Empíreo. |
|
|
|
|
Estaba cerca un monte, cuya
horrible |
|
|
|
cima lanzaba fuego y denso humo, |
885 |
|
|
cubierto en lo demás de una lustrosa |
|
|
|
costra, señal del oro que
encubrían, |
|
|
|
impregnadas de azufre, sus entrañas. |
|
|
|
Allá voló prontísima una
inmensa |
|
|
|
brigada de guerreros, como suelen |
890 |
|
|
ante un real campamento, bien armados |
|
|
|
de picos y de sables, correr listos |
|
|
|
los piquetes de bravos gastadores |
|
|
|
a alzar una trinchera o parapeto. |
|
|
|
|
Guiábalos Mammón;
Mammón, de cuantos |
895 |
|
|
espíritus cayeron del Empíreo |
|
|
|
espíritu el más vil, pues en el
mismo |
|
|
|
cielo siempre sus ojos y deseos |
|
|
|
fijos del rico pavimento al oro, |
|
|
|
pisado allí de todos, le admiraba |
900 |
|
|
sobre la clara y refulgente gloria |
|
|
|
que inundaba de Dios el trono santo. |
|
|
|
De él primero aprendieron los mortales |
|
|
|
a robar de la tierra el centro escuro; |
|
|
|
de la tierra, su madre, y con impías |
905 |
|
|
manos dilacerando sus entrañas, |
|
|
|
a sacar los tesoros que piadosas |
|
|
|
escondían. Al punto sus soldados |
|
|
|
abren en medio el monte una ancha boca, |
|
|
|
y grandes peñas de metal brillante |
910 |
|
|
sacan. Nadie se admire si el infierno |
|
|
|
engendra tal riqueza, que es muy digno |
|
|
|
este precioso mal de aquel terreno. |
|
|
|
Vosotros, que ensalzáis los mundanales |
|
|
|
bienes, y con asombro andáis loando |
915 |
|
|
las obras que erigieron los monarcas |
|
|
|
de Babilonia y Menfi a tanta costa, |
|
|
|
ved aquí sus famosos monumentos, |
|
|
|
milagros de arte y fuerza, traspasados |
|
|
|
por espirtus malditos, que en un hora |
920 |
|
|
acaban lo que apenas en un siglo |
|
|
|
logró el continuo afán de tantas
manos. |
|
|
|
|
En el próximo llano, en
muchas fraguas |
|
|
|
que el lago ardiente por ocultas venas |
|
|
|
del derretido fuego bastecía, |
925 |
|
|
el macizo metal con arte extraño |
|
|
|
fundía otra cuadrilla, y le afinaba. |
|
|
|
Y otra que ya en la tierra varios moldes |
|
|
|
había formado, por ocultas vías |
|
|
|
llena sus huecos del metal herviente, |
930 |
|
|
bien cual suele en los órganos un
soplo |
|
|
|
henchir toda la máquina, infundido |
|
|
|
el aire a un tiempo por diversos tubos. |
|
|
|
|
Al punto sale de la tierra,
pronto |
|
|
|
como una exhalación, un ancho templo, |
935 |
|
|
al son de melodiosas sinfonías |
|
|
|
de instrumentos y voces, todo en torno |
|
|
|
cercado de pilastras, y en robustas |
|
|
|
columnas de orden dórico apoyado, |
|
|
|
que el dorado arquitrabe sostenían. |
940 |
|
|
Ni friso ni cornisa allí faltaban |
|
|
|
de exquisitos relieves, y era de oro |
|
|
|
ricamente labrado el alto techo. |
|
|
|
Las grandezas de Menfi y Babilonia |
|
|
|
en su más alta gloria no igualaron |
945 |
|
|
a éstas, ni los templos de sus dioses, |
|
|
|
Belo y Serapis, ni el dorado asiento |
|
|
|
de sus reyes, entonces, cuando Asiria |
|
|
|
y Egipto en fausto y pompa compitieran. |
|
|
|
Subió la excelsa mole, y se mantuvo |
950 |
|
|
sobre su mismo peso. De repente |
|
|
|
se abren las brónceas puertas, y
descubren |
|
|
|
de lo interior el ámbito espacioso |
|
|
|
y el liso y bien labrado pavimento. |
|
|
|
Sendas filas de lámparas
pendían, |
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y de ardientes faroles, de la arqueada |
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bóveda, que alumbraban por encanto, |
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de asfalto y pingüe nafta bastecidos, |
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y daban clara luz cual la del cielo. |
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Entra la muchedumbre
presurosa |
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y admirada; la obra alaban unos, |
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y otros del diestro artífice el
ingenio, |
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cuya mano de antiguo conocida |
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fuera en el cielo, por las altas torres |
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que allá labrara, asiento y residencia |
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de los excelsos tronos; a quien tanto |
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ensalzó el Rey supremo, que les diera |
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el cargo de reglar en varias clases |
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las brillantes etéreas
jerarquías. |
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Ni de la antigua Grecia fue ignorado |
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su nombre, ni del Lacio, do le dieron, |
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so el de Mulcíber, culto los ausonios. |
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Y como dende el cielo había
caído, |
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fingiéronle arrojado de las altas |
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almenas cristalinas por la furia |
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de Júpiter airado, y que rodando |
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rápido por el aire, desde el alba |
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al mediodía, y desde el
mediodía |
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hasta la húmida tarde, todo el curso |
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de un día de verano al esconderse |
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el sol, mal una estrella desgajada |
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dende el alto cenit, cayera en Lemnos, |
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isla del mar Egeo. Así lo cuentan |
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ilusos; mas mucho antes con los otros |
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rebeldes derribado hubiera sido; |
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que ni las altas torres en el cielo |
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alzadas le valieran, ni salvarle |
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las máquinas pudieron de que fuese |
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con su diestra cuadrilla despeñado |
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y enviado a edificar en el infierno. |
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Entretanto, por orden del gran
Jefe, |
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los alados heraldos, con terrible |
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aparato y al son de las trompetas, |
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todo el tartáreo ejército
convocan |
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a un general consejo, que juntarse |
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debía en Pandemón, insigne
corte |
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de Satán y sus pares. Los más
dignos |
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fueron allí llamados desde el frente |
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de sus tercios, según de cada uno |
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el mérito y lugar. Al punto todos |
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vienen en tropa, todos escoltados |
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de varia y numerosa comitiva. |
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Todas las avenidas con la inmensa |
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confluencia, las puertas y anchos atrios |
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se hinchen, y más el gran salón
(aunque era |
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cual un campo espacioso, do guarnidos |
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de reluciente acero y bien montados |
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suelen tornear los bravos campeones, |
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y a vista del Soldán, al más
cumplido |
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paladín, a batirse cuerpo a cuerpo |
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provocan, o a justar con lanza en ristre), |
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como un inmenso enjambre los espirtus |
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cubren el suelo, y al través del aire |
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sacuden sesgos las silbantes alas. |
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Así en la primavera, cuando monta |
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el sol ardiente en el bicorne signo, |
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sacan su prole numerosa en torno |
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de los melifluos corchos las abejas, |
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y ellas entre las flores, de süave |
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rocío humedecidas, susurrando, |
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vuelan, girando acá y allá
ligeras, |
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o por la lisa tabla y odorosa, |
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ancho arrabal de su ciudad pajiza, |
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se solazan paseando, y los negocios |
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tratan de su gobierno; tan espesa |
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la aérea muchedumbre se estrechaba. |
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Mas dada la señal
¡portento extraño!, |
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los que mucho en tamaño a los
terrígenas |
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gigantes excedieran, reducidos |
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a más breve estatura, ya parecen |
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enanos. Más espesos e incontables |
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que la pigmea gente colocada |
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allende el monte indiano, o que los duendes, |
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cuyos nocturnos juegos a la orilla |
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de un solitario bosque o fuente clara |
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mira tal vez, o sueña que los mira, |
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un rústico extraviado en su camino, |
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mientras la luna, presidiendo en alto, |
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se descubre, y más cerca de la tierra |
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lanza su tibia luz, en tanto hierve |
1040 |
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la bulliciosa danza, y la festiva |
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música encanta el alma y el
oído |
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del rústico, medroso y solazado; |
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de esta arte los espíritus encogen |
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su talla gigantea, a breve forma |
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reduciéndola, y bien que innumerables, |
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quedaron a su holgura en la gran sala |
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del infernal palacio. Más adentro, |
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y en su propia estatura, retirados, |
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formaban su sesión los serafines |
1050 |
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y querubines, grandes y señores |
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de la tartárea corte, y en doradas |
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sillas, de gloria y majestad cubiertos, |
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más de mil semidioses se sentaban. |
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Puesto silencio, y la convocatoria |
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leída en alta voz, la junta empieza. |
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