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Poesías


Gaspar Melchor de Jovellanos


[Nota preliminar: Jovellanos dejó gran parte de sus poesías sin publicar en vida. Las mismas se han conservado, fundamentalmente, en los manuscritos 12958, 3809, 3751, 18470, 18471, 12944, 12956, 12963, 17676 y 3703 de la Biblioteca Nacional (Madrid). A partir de los mismos y otras fuentes, tanto manuscritas como editadas, José Miguel Caso González realizó su magnifica edición crítica: Obras completas. T. I: Obras literarias, Oviedo, Centro de Estudios del Siglo XVIII-Ayto. de Gijón, 1984. En las páginas 39-55 de la misma se puede encontrar un pormenorizado estudio de las fuentes utilizadas para la edición de las poesías, que ocupan las páginas 56-324. Recomendamos la consulta de esta edición crítica, todavía no superada, por su completo y erudito aparato crítico. La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes ha partido de la misma y, con leves modificaciones para corregir erratas y ajustar el texto a nuestras normas, presentamos a los usuarios una edición de los textos poéticos de Jovellanos que nunca habría sido posible sin la infatigable tarea del profesor Caso, maestro de tantos dieciochistas. No incluimos las poesías atribuidas a Jovellanos (ed. Cit. pp. 325-350) y respetamos la ordenación de los poemas según la edición del profesor Caso.]


Aussus non operam, non formidare poetae
nomen, adoratum quondam, nune pene procaci
monstratum digito.


Jacques Vanière                



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Carta de Jovellanos a su hermano Francisco de Paula, dedicándole sus poesías

Gloria felicis olim viridisque juventae.



Por fin, querido Frasquito, van a tus manos estos versos, que son el único fruto de mis ocios juveniles, y en ellos te envío una firme prueba de mi amor y confianza fraternal. Mil razones, que no se ocultarán a tu penetración, me han obligado siempre a esconderlos, no sólo de la vista del público, sino también de la mayor parte de mis amigos. Viéronlos solamente aquellos pocos a quienes una íntima y sensible amistad y una perfecta confrontación de sentimientos y de ideas tuvo siempre abiertas las puertas de mi corazón. Para los demás estos versos han sido siempre un misterio ignorado o escondido.

Es verdad que, prescindiendo de la materia sobre que generalmente recaen estas composiciones, he creído que debía también ocultarlos por su poco mérito; porque siendo hechos rápida y descuidadamente en los ratos que se llaman perdidos, y no habiendo recibido aquella corrección y pulimento sin los cuales ninguna obra es acabada, no hay duda que serán muy defectuosos y que no merecerán aprecio alguno, por más que hayan tenido algún día el mérito respectivo a la ocasión y al tiempo en que se hicieron.

Pero sobre todo, nada debió obligarme tanto a reservarlos y esconderlos, como la materia sobre que generalmente recaen. En medio de la inclinación que tengo a la poesía, siempre he mirado la parte lírica de ella como poco digna de un hombre serio, especialmente cuando no tiene más objeto que el amor. Sé muy bien que la juventud la prefiere en sus composiciones, y no lo repruebo. Es natural que un poeta joven busque el objeto de sus composiciones entre los que ocupan su corazón más dulcemente; lo primero, porque así sentirá mayor placer en hacer versos, y lo segundo, porque los hará mejores. Aun por eso vemos que los que nacieron para grandes poetas han hecho sus ensayos en las poesías amorosas y tiernas. Estoy persuadido a que no tendríamos los grandes poemas, cuya belleza nos encanta y sorprende después de tantos años, si sus autores no hubiesen desperdiciado muchos versos en objetos frívolos y pequeños. Cuando Virgilio dio principio a su Eneida, había ya admirado a Roma con sus Bucólicos y con los inimitables Geórgicos; de manera que primero cantó de amores, después de los placeres y ejercicios del campo, y al fin los hechos grandes y memorables que precedieron a la fundación de la soberbia Roma.

Pero vuelvo a decir, sin embargo, que la poesía amorosa me parece poco digna de un hombre serio; y aunque yo por mis años pudiera resistir todavía este título, no pudiera por mi profesión, que me ha sujetado desde una edad temprana a las más graves y delicadas obligaciones. Y ve aquí la razón que me ha obligado a ocultar cuidadosamente mis versos, conociendo que pues al componerlos había seguido el impulso de los años y las pasiones, no debía hacer una doble injuria a mi profesión con la flaqueza de publicarlos.

Dirás acaso que en esto he pensado con demasiada delicadeza, y lo mismo que he dicho en favor del uso de la poesía ligera en los primeros años, te inclinará tal vez a desaprobarla. Pero debes considerar, que aunque las obligaciones del hombre en la vida privada son iguales en todos los estados, su pública conducta debe variar según ellos. Los hombres se revisten de tales personalidades hacia el público por su profesión y sus destinos, que lo que es en unos una amable galantería, pasa justamente en otros por una liviandad reprensible. Entre todos son los magistrados los que están más obligados a guardar unas costumbres austeras, porque el público tiene un derecho a ser gobernado por hombres buenos, y por lo mismo quiere que los que mandan lo parezcan; exige de nosotros un porte juicioso y una conducta irreprensible; quiere que le dirijamos con nuestra doctrina, y que le edifiquemos con nuestro ejemplo; y así como premia la aplicación y la virtud de los buenos magistrados con un tributo de estimación y alabanza, cuyo precio es inmenso, se venga, por decirlo así, de los malos, censurando sus errores y extravíos con la mayor severidad, castigándolos con el odio y el desprecio. De este modo se compensa la desigualdad de las condiciones, y se igualan las suertes de los que obedecen y los que mandan.

Estas razones, que me obligaron a entregar al fuego la mayor parte de mis versos y a sepultar en el olvido esos pocos, que por no sé qué casualidad se libraron de él, deben obligarte a ti también a ser muy circunspecto en el uso de esta confianza. Mis versos contienen una pequeña historia de mis amores y flaquezas: ¡mira tú, si estando yo arrepentido de la causa, podré hacer vanidad de sus efectos! Por lo común a cualquiera de estas composiciones sigue un pronto arrepentimiento de haberlas hecho. Y apenas se desvanece el entusiasmo con que se escribieron, cuando empieza a mirarlas con desprecio el mismo que las produjo. Por eso, si después de haberlos leído quisieres quemarlos, podrás hacerlo a tu salvo, pues nunca estarán más secretos que cuando se hayan reducido a ceniza.

Es verdad que entre estas composiciones hay algunas de que no pudiera avergonzarse el hombre más austero, al menos por su materia. Pero, prescindiendo de su poco mérito, es preciso ocultarlas sólo porque son versos. Vivimos en un siglo en que la poesía está en descrédito, y en que se cree que el hacer versos es una ocupación miserable. No faltan entre nosotros quienes conozcan el mérito de la buena poesía, pero son muy pocos los que saben y menos los que se atrevan a premiarla y distinguirla. Y aunque no sea yo de esta opinión, debo respetarla, porque cuando las preocupaciones son generales, es perdido cualquiera que no se conforme con ellas.

Bien sé que no pensaban así los antiguos. El inmortal Cicerón no se desdeñó de hacer versos, sin embargo de que obtuvo las primeras magistraturas de Roma; Plinio el Mozo, magistrado, orador y filósofo del tiempo de Trajano, se ocupaba muchos ratos en hacer versos. Es muy notable lo que dice sobre esta materia, como se puede ver en la carta 14 del libro IV, y en la cuarta del libro VII, que no copio por la brevedad con que escribo.

Hubo también entre nosotros un tiempo en que la poesía era ocupación de los hombres más doctos y más graves, y en el catálogo de nuestros poetas se leen gentes de todas dignidades y profesiones: ni faltan en él obispos, sacerdotes, doctores, religiosos, magistrados, y cuando no hubiese más ejemplos que los del célebre obispo Balbuena, del sabio Arias Montano, del elocuente fray Luis de León, sin contar los Mendozas, los Rebolledos, los Crespis, Vegas y Calderones, bastarían para probar cuánto y por cuán grandes personajes fueron cultivadas las Musas entre nosotros otras veces.

Pero vuelvo a decir que es preciso respetar la preocupación al mismo tiempo que se trabaje en deshacerla. Yo encuentro la causa del descrédito de la poesía en el mal uso que hicieron de ella los poetas del siglo pasado, y ya que la casualidad me ha conducido hasta este punto, discurramos un poco sobre esta decadencia, y para averiguar un punto tan importante en nuestra historia literaria, acumulemos nuestras reflexiones sobre las que han hecho anticipadamente otros eruditos.

En la restauración de los estudios se empezaron a cultivar cuidadosamente entre nosotros las humanidades o bellas letras, y particularmente tuvo la poesía muchos y muy distinguidos profesores. Empezaron éstos a imitar los grandes modelos que había producido la Italia, así en tiempo de los Horacios y Virgilios, como en el de los Petrarcas y los Tassos. Entre los primeros imitadores hubo muchos que se igualaron a sus modelos. Cultiváronse todos los ramos de la poesía, y antes que se acabase el dorado siglo XVI había ya producido España muchos épicos, líricos y dramáticos comparables a los más célebres de la antigüedad.

Casi se puede decir que estos bellos días anochecieron con el siglo XVI. Los Góngoras, los Vegas, los Palavicinos, siguiendo el impulso de su sola imaginación, se extraviaron del buen sendero que habían seguido sus mayores. La novedad, y más que todo la reputación de estos corrompedores del buen gusto, arrastró tras de sí a los demás poetas de aquel tiempo, y poco a poco se fue subrogando en lugar de la grave, sencilla y majestuosa poesía, una poesía hinchada y escabrosa, llena de artificio y extravagancias.

Cuando hablo generalmente de la poesía, no se crea que quiero calificar en particular los poetas. Sé que el siglo XVII produjo muchos de gran mérito, y sé que algunos de ellos, en medio de la corrupción y el mal gusto, han producido algunos poemas excelentes. Pero esto debe mirarse como un argumento de lo que puede hacer un grande ingenio por sí solo, mas no como una prueba en favor de la bondad de la poesía de aquel tiempo en general. Seguramente Góngora, por no poner otro ejemplo, estimaba más sus Soledades y sus sonetos que sus bellos romances. ¡Cuánta diferencia, sin embargo, se halla entre una y otra poesía!

Muchas veces he reflexionado que este mal gusto hizo más daño que utilidad había causado el bueno a la poesía. Ningún siglo crió tan prodigioso número de poetas como el pasado; en ninguno tuvo la poesía tan grande estimación. El reinado de Felipe IV era el de Augusto y de Mecenas. El mismo rey se complacía en hacer versos, y a su imitación no había persona que desdeñase un arte que hallaba estimación hasta en el trono. Pero esto mismo acabó de arruinar la poesía. Todos quisieron ser poetas en un tiempo en que se hacía granjería de los versos; y como para serlo al modo y gusto del tiempo no era menester otra cosa que un poco de ingenio, eran pocos los que no podían ser poetas. Creció ilimitadamente el número de los cultivadores de las Musas, y entre tantos era preciso que hubiese muchos despreciables y extravagantes, y lo que es peor, muchos que hicieron servir el lenguaje de los dioses a su ambición y a su codicia. ¡Qué inmenso número de poesías pudiera recogerse entre las de aquel tiempo en que no se halla más lenguaje que el de la lisonja, más calor que el del odio y la venganza, ni más moral que la de los vicios y pasiones!

Con esto empezaron poco a poco a ser aborrecidos o despreciados los poetas, y al fin el descrédito de los poetas se comunicó a la poesía.

Así entró el presente siglo, que debía formar una nueva época para nuestras Musas. Los Candamos, los Lobos y los Silvestres mantuvieron por algún tiempo el crédito de la mala poesía; pero poco a poco fue naciendo el buen gusto y ya en el día vemos con grande complacencia amanecer de nuevo los bellos días en que las Musas españolas deben recobrar su antigua gloria y esplendor.

Sin embargo, la preocupación dura todavía. Las gentes de juicio no se atreven a divulgar un talento que no tiene seguros el aprecio y estimación del público. Entretanto es preciso que las Musas anden como unas ninfas vergonzantes y que no se atreven todavía a parecer en público por no recibir algún insulto de las personas ignorantes, austeras o preocupadas.

En cuanto a mí, estoy muy lejos de creer que mis versos tengan un gran mérito; pero sí aseguraré que no se parecen a los del mal tiempo. Si por otra parte no merecen ser estimados, ésta no será falta de crítica, sino de ingenio. Sin éste nadie puede ser poeta, y como dice el Horacio francés:


C'est en vain qu'au Parnasse un temeraire auteur
Prétend de l'art des vers atteindre la hauteur,
S'il ne sent point du ciel l'influence secrète,
Si son astre en naissant ne l'a formé poète.



Algo quisiera añadir en abono de los versos libres o blancos; pero me insta el conductor que debe llevar esta colección. Queda este asunto para otra carta, si acaso los negocios de oficio me permitiesen dedicar a él algún rato. Y entre tanto...



ArribaAbajo   Allá van a tus manos
mis versos, oh Paulino;
mis versos mal limados,
mis versos bien sentidos,
de afecto y verdad llenos,  5
si de primor vacíos.

    Partid, partid alegres
¡oh pobres versos míos!;
partid de mí, sin miedo
de ser mal admitidos.  10
No vais emancipados
del público al capricho,
injusto siempre y vario,
ni vais a ser ludibrio
de zoilos envidiosos  15
ni críticos malignos.
Mejor y más dichoso
será vuestro destino,
pues vais a ser recreo
de mi caro Paulino;  20
vais a llenar las horas
que hurtare a su preciso
descanso, y en sus ocios
vais de él a ser leídos;
a ser vais por su vista  25
pasados de continuo,
y a ser de su memoria
mil veces repetidos.

    Tal vez, al repasaros,
saldrá, mal reprimido,  30
el llanto a sus mejillas,
y tal, enternecido,
os honrará su pecho
con un tierno suspiro.

    Empero si por caso  35
alguna vez tenidos
de él fuereis por livianos;
si acaso del antiguo
ropaje, con que incauta
mi pluma os ha guarnido,  40
culpare la extrañeza
y el aire peregrino;
en fin, si os reprendiere
por libres y sencillos,
y el tono licencioso  45
culpare acaso esquivo,
decidle solamente
que fuisteis concebidos,
unos del ocio blando
en medio del descuido,  50
otros de los negocios
en medio del bullicio,
y otros, al fin, en medio
del fuego más activo
de amor, y en el tumulto  55
de los años floridos.

    Empero, si os disculpa,
piadoso y compasivo,
de ser de él estimados
vivid desvanecidos.  60

    Vividlo, mas no tanto
que al público capricho
de la común censura
salgáis inadvertidos:
no sea que os prevenga,  65
como a otros, el destino
borrascas, escarmientos,
naufragios y peligros.

    Vivid por tiempo largo,
contentos y escondidos,  70
en el virtuoso pecho
de mi caro Paulino.






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- I -




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Soneto primero


A Clori




ArribaAbajo   Sentir de una pasión viva y ardiente
todo el afán, zozobra y agonía;
vivir sin premio un día y otro día;
dudar, sufrir, llorar eternamente;

    amar a quien no ama, a quien no siente,  5
a quien no corresponde ni desvía;
persuadir a quien cree y desconfía;
rogar a quien otorga y se arrepiente;

    luchar contra un poder justo y terrible;
temer más la desgracia que la muerte;  10
morir, en fin, de angustia y de tormento,

    víctima de un amor irresistible:
ésta es mi situación, ésta es mi suerte.
¿Y tú quieres, crüel, que esté contento?




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- II -




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Soneto segundo


A Clori




ArribaAbajo   De agudo mal el golpe no esperado
asusta, Clori, tu preciosa vida,
y al mirarte doliente y afligida,
mi enfermo corazón tiembla asustado.

    Dos veces con influjo porfiado  5
ejerce el mal su saña enfurecida:
una turbando mi alma dolorida,
otra afligiendo tu ánimo angustiado.

    ¿Cuál, Clori, de los dos, pues la inclemencia
del mal sentimos ambos de consuno,  10
cuál, dime sufrirá mayor martirio:

    tú, en quien se ceba la crüel dolencia,
o yo, que todo el mal siento importuno
de tu misma dolencia y mi delirio?




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- III -




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Soneto tercero


A Enarda




ArribaAbajo   Bello trasunto del semblante amado,
que acá en mi corazón llevo esculpido,
¿cómo pudo el pincel, aunque regido
de diestra mano, haberte bosquejado?

   ¿Cómo en humana idea tal dechado  5
de perfección ser pudo concebido?
¿Por qué milagro en el marfil bruñido
respira y ve mi dueño idolatrado?

   Del bello original la gracia, el brío,
el peregrino encanto, el gentil arte,  10
y hasta el alma, copiados en ti veo.

   ¡Gracias a su deidad y al amor mío!
Porque sólo pudieron inspirarte
belleza Enarda, y vida mi deseo.




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- IV -




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Idilio primero


Anfriso a Belisa





I

ArribaAbajo   Del Betis recostado
sobre la verde orilla,
así el pastor Anfriso
se lamentaba un día,
culpando los desprecios  5
de la crüel Belisa:

   -Permita el justo cielo,
desapiadada ninfa,
que en la aflicción que lloro
te vea yo algún día;  10
permitan de los dioses
las siempre justas iras
que con tu llanto y quejas
consuele yo las mías.

   Cuando de aquél que adoras,  15
mofada y ofendida,
te quejes a los cielos,
los montes y las silvas;
cuando tu rostro ingrato
descubra la ruina  20
de los rabiosos celos,
de las celosas iras;
y cuando de tus ojos
las luces homicidas
cuidados oscurezcan,  25
pesares y vigilias,
y del contino llanto
las mire yo marchitas;
entonces, solazada,
la triste ánima mía  30
olvidará sus penas,
sus males y sus cuitas;
entonces el llanto ardiente
que hoy riega mis mejillas,
a vista de tu llanto  35
convertiráse en risa;
entonces las angustias
que el corazón me atristan,
las ansias que le aquejan,
los celos que le aguijan,  40
se trocarán en gusto,
consuelo y alegría.


II

   En vano te deleitas
al ver el llanto mío,
crüel Belisa. En vano  45
celebras mis suspiros.

   De lágrimas ardientes
mi rostro humedecido,
con las vigilias flaco,
con el dolor marchito,  50
tu liviandad arguye,
reprende tus caprichos,
y al mundo entero grita
tu infamia y tu delito.

   Estos que en mi semblante  55
ves de dolor indicios,
no son exequias tristes
hechas a un bien perdido,
ni son a tu hermosura
tributos ofrecidos:  60
de tu perfidia sólo
son argumento fijo,
horror de tus engaños,
baldón de mis delirios.

   No lloro tus rigores,  65
ni siento haber perdido
correspondencias falsas,
favores fementidos;
de mi ceguedad sólo
y mis engaños gimo;  70
lloro a un ingrato numen
los hechos sacrificios,
y el exhalado incienso
sobre un altar indigno;
lloro el recuerdo infame  75
del cautiverio antiguo,
y el peso vergonzoso
de los llevados grillos.

   En mi memoria triste
revuelvo de contino  80
obsequios mal pagados,
desdenes mal sufridos,
pospuestas y olvidadas
finezas y suspiros.
   Pero, Belisa, en vano  85
te agrada el llanto mío.
Amor, que ya me mira
con ojos compasivos,
mil veces reprendiendo
mis lágrimas, me dijo:  90
-Nada en perderla pierdes,
¿por qué lloras, mezquino?


III

   Ya, gracias a los dioses,
Belisa, estoy contento;
ya está mi rostro alegre,  95
mis ojos ya están secos.

   Aquel cuitado Anfriso,
que en el pasado tiempo
en pos de tus encantos
corría sin sosiego;  100
aquél que en tu semblante
buscaba iluso y necio
delicias engañosas,
mentidos pasatiempos;
aquél que en tus dos ojos  105
hallaba dos luceros,
mil perlas en tu boca,
mil flores en tu seno;
ya sin amor, sin susto,
sin ansias ni deseos,  110
lejos de ti o contigo,
tranquilo está y sereno.

   Si al paso de los suyos
salen tus ojos bellos,
ni su color se muda,  115
ni pierde su sosiego,
ni el corazón le avisa
del ya pasado incendio.

   Sobre los mismos labios
que en el antiguo tiempo  120
sólo formar sabían
querellas y lamentos,
residen ya los chistes,
la risa y el contento,
las sazonadas burlas,  125
los dichos placenteros.
Sus ojos deslumbrados,
que antes el dios pequeño
cerró con tierna mano
del mundo a los objetos,  130
dejándolos ¡oh cruda!
para ti sola abiertos,
hoy llenos de alegría,
vivaces y traviesos,
siguen el dulce hechizo  135
de mil semblantes bellos,
y de otros bellos ojos
beben el dulce incendio:
que ni los turba el llanto,
ni ofuscan los desvelos.  140


IV

   Belisa, al fin los cielos
de mí se han apiadado:
tú lloras y te afliges,
yo estoy alegre y canto.

   Al que antes, engañado,  145
favoreciste tanto,
ya con dolientes voces
el nombre das de ingrato.

   Por él tu amor sin seso
rompió los dulces lazos  150
que mi inocente cuello
uncían a tu carro.

   Por él abandonaste mi fe,
mi amor, mi llanto,
tu honor y tu decoro,  155
con engañoso trato.
Por él, en fin violaste
mil juramentos santos,
rompiste mil promesas,
forjaste mil engaños.  160

   Ahora, despreciada,
derramas llanto amargo:
pues llora, injusta, llora,
que Anfriso está vengado.




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- V -




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Elegía


A la ausencia de Marina



ArribaAbajoCorred sin tasa de los ojos míos
¡oh lágrimas amargas!, corred libres
de estos míseros ojos, que ya nunca,
como en los días de contento y gloria,
recrearán las gracias de Marina.  5
Corred sin tasa de los ojos míos
regando el pecho dolorido y triste,
corred hasta inundar la yerta tierra
que antes Marina honraba con su planta.
¡Ay! ¿Dó te lleva tu maligna estrella,  10
infeliz hermosura? ¿Dónde el hado,
conmigo ahora adverso y rigoroso,
quiere esconder la luz de tu belleza?
¿Quién te separa de los dulces brazos
de tu Anselmo, Marina desdichada?  15
¿Quién, de amargura y palidez cubierto
el rostro celestial, suelto y sin orden
el hermoso cabello, triste, sola,
y a mortales congojas entregada
de mi lado te aleja y de mi vista?  20
Terrible ausencia, imagen de la muerte,
tósigo del amor, fiero cuchillo
de las tiernas alianzas, ¿quién, oh cruda,
entre dos almas que el amor unía
con vínculos eternos, te interpuso?  25
¿Y podrá Anselmo, el sin ventura Anselmo,
en cuyo blando corazón apenas
caber la dicha y el placer podían,
podrá sobrevivir al golpe acervo
con que crüel tu brazo le atormenta?  30
¡Ah! ¡Si pudiera en este aciago instante,
sobre las alas del amor llevado,
alcanzarte, Marina, en el camino!
¡Ay! ¡Si le fuera dado acompañarte
por los áridos campos de la Mancha,  35
siguiendo el coche en su veloz carrera!
¡Con cuánto gusto al mayoral unido
fuera desde el pescante con mi diestra
las corredoras mulas aguijando!
¡O bien, tomando el traje y el oficio  40
de su zagal, las plantas presuroso
moviera sin cesar, aunque de llagas
mil veces el cansancio las cubriese!
¡Con cuánto gusto a ti de cuando en cuando
volviera el rostro de sudor cubierto,  45
y tan dulce fatiga te ofreciera!
¡Ah! ¡Cuán ansioso alguna vez llegara,
envuelto en polvo, hasta tu mismo lado,
y subiendo al estribo te pidiera
que con tu blanca mano mitigases  50
el ardor de mi frente, o con tus labios
dieses algún recreo a mis fatigas!




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- VI -




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Idilio segundo


Historia de Jovino a Mireo


Actie aetatis placida
et lenis recordatis.

Cicerón.                



ArribaAbajo   Mireo, pues te place
que sepa el caro Delio
mi profesión, mi nombre,
mi patria, y mis sucesos,
aplícate un instante  5
a ver este diseño,
de ingenio y arte escaso,
si de verdades lleno.

   Cifrada en breves puntos
mi historia verá Delio;  10
verála sin asombro,
pero también sin tedio.
Dile que en la ancha orilla
del mar cántabro un pueblo
sobre otros mil levanta  15
su erguida frente al cielo:
mil timbres le ennoblecen,
ganados en el tiempo
antiguo, cuando cuna
sus altos muros fueron  20
de claros capitanes
y heroicos semideos;
de aquellos santos reyes
que a España redimieron
del yugo berberisco  25
fue corte y real asiento.
En él nací, del sumo
rector del universo
sin duda descendido,
que a tanto dios debieron,  30
si no mintió la fama,
su origen mis abuelos.

   Jovino me llamaron
desde los años tiernos
las ninfas gejionenses;  35
y allí do va el sereno
Pilas al mar de Asturias
sus aguas refluyendo,
el nombre de Jovino,
con resonantes ecos,  40
náyades y tritones
mil veces repitieron.

   No aún mi blanca barba
manchara el pardo vello,
y ya del nombre mío  45
volaba el dulce acento,
llevado por las auras
al complutense suelo.

   Minerva despiadada
firmó el cruel decreto  50
que me pasó a Compluto
desde el hogar paterno.

   Mezclado a los ilustres
hijos del gran Cisneros,
allí me vio Dalmiro  55
al margen por do el viejo
y sabio Henares fluye
con graves pasos, ledo.
Allí me vio Dalmiro;
Dalmiro, cuyo ingenio,  60
ya entonces celebrado,
daba con vario efecto
cuidados a las ninfas
y a los pastores celos.

   De allí, quizá aguijado  65
de tan ilustre ejemplo,
trepar osé al Parnaso
por cima de escarmientos.
Imberbe aún, y falto
de inspiración y fuego,  70
tenté del sabio Apolo
subir al trono excelso.
Luego al intonso numen
enderecé mis ruegos,
y aunque de tal descaro  75
mostrarse pudo ofenso,
la juvenil audacia
me perdonó, y risueño
me dio de alumno suyo
el nombre y los derechos.  80

   Bajo de tal auspicio
viví mil días bellos,
gocé mil dulces dichas
y obré mil altos hechos.
Bebí de la armoniosa  85
corriente del Permeso,
después la de Hipocrene,
y al fin, a tragos luengos,
en el raudal castalio
sacié mi afán sediento.  90
Monteme en el Pegaso,
y en él volé ligero
al elevado Pindo
y al muy más alto Pierio,
donde las nueve hermanas  95
favores mil me hicieron;
de Erato, aunque voluble,
fui fino chichisbeo,
que en mi favor con ella
tal vez intercedieron  100
Teócrito, Virgilio,
Catulo y Anacreón;
galanteé a Talía
también por algún tiempo,
y entonces la taimada,  105
con aire zahareño,
enmascaró mi rostro,
y al pie, que del proscenio
el polvo nunca hollara,
calzó el humilde zueco;  110
la grave Melpómene
en tanto con severo
semblante me miraba;
quise obligarla atento,
rogué, seguí sus pasos  115
y huyome con desprecio.
Mas ¡oh natura extraña
del hombre en sus deseos,
que el fuego los entibia,
y los enciende el hielo!:  120
la fuga de la ninfa
irrita mi deseo;
la sigo a todas partes:
la busco entre los griegos,
y sólo hallé sus huellas,  125
que ya al latino pueblo
del ático pasara;
corrí el país que un tiempo
fue trono de las musas,
y ya sobre su suelo,  130
de sangre, de despojos
y ruinas mil cubierto,
la ninfa no habitaba;
desde uno al otro extremo
crucé la sabia Europa,  135
y al fin la hallé en los pueblos
a que uno y otro margen
del Sena dan asiento.
Con culto majestuoso
la ninfa vive entre ellos  140
tenida en grande estima:
allí escuchó mis ruegos,
y dio a mis inquietudes
y largo afán el premio,
subiéndome al heroico  145
coturno desde el zueco.

   ¡Oh cuántos ricos dones
a sus influjos debo!
Diome que en largos hilos
de los humanos pechos  150
mil lágrimas sacara,
mil quejas y lamentos;
diome que hacer pudiese
amables los senderos
de la virtud, por más que  155
el fraude, el odio negro
y la traición los pinten
penosos y molestos;
diome que al hombre hiciera,
con sabios documentos,  160
de lealtad amigo
y a vil perfidia adverso;
que a los potentes reyes
mostrase el fiero ceño
de la fortuna airada,  165
y a los sufridos pueblos
el celo vigilante
con que un poder supremo
refrena los designios
de príncipes aviesos;  170
diome... Pero no digas
cuánto me dio, Mireo:
sus dones no divulgues,
que Astrea tendrá celos;
Astrea, que hoy me tiene  175
en sus cadenas preso,
me trata con ley dura,
y con tirano imperio
pretende ser la sola
señora de mi ingenio.  180

   Mal de su grado cede
mi corazón al peso
de ley tan inhumana,
y no sin gran tormento
a tan severo numen  185
ofrece sus inciensos.
¡Ay, Dios, los bellos días
pasaron! ¡Pasó el tiempo
de holganza, de venturas
y de contentamientos!  190

   Pero, pues ya mis dichas
y glorias perecieron,
¿por qué no fue mi nombre
en hondo olvido envuelto?
¿Por qué me habéis dejado  195
crüel diva, en el recuerdo,
de tan sabrosos gustos
tan amargo tormento?
¡Oh, cuán dulces instantes,
qué días tan risueños  200
los que pasar solía
al margen del Permeso!
¡Cuántas veces mi nombre
y el de mi Enarda fueron
escritos de consuno  205
sobre los olmos tiernos,
que ya encumbró a más alta
región el raudo tiempo!...

   ¡De hiedra y verde mirto
ornado, el suave plectro  210
cuántas veces tañía,
y al dulce son atento
cantaba mis venturas,
que duplicaba el eco!
¡De Enarda cuántas veces  215
la gracia y dulce ingenio
loaba, y sus encantos
encaramaba al cielo!
Cantaba de sus ojos
el rutilante fuego,  220
su frente hermosa y grave
y los cabellos luengos,
que airosos abajaban
sobre su blanco pecho...

   Perdona, oh santa Temis,  225
perdona estos recuerdos:
Mireo los exige
y los conduce a Delio;
a Delio, aquel que supo
con tan sonoro plectro  230
la integridad augusta
loar de tus decretos;
a Delio, que inflamado
con el divino fuego
que le inspiró tu numen,  235
extiende por el viento
el triunfo de los sabios
ministros de tu templo;
a Delio, al hijo ilustre,
imagen y heredero  240
del gran León, tu alumno,
tu gloria y tu recreo.
¡Oh genio peregrino!
¡Oh inimitable Delio!
¡Oh honor, oh prez, oh gloria  245
de los presentes tiempos!
Ya las hispanas musas,
que en hondo y vil desprecio
yacían, por ti vuelven
a su esplendor primero;  250
a ti fue dado sólo
obrar el alto hecho.
Y pues tamaña empresa
te reservaba el tiempo,
el triunfo que a tal gloria  255
levanta el pueblo ibero,
será del plectro mío
perenne, vasto objeto,
y de uno al otro polo
resonará en mis versos.  260




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- VII -




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Oda primera


En la muerte de doña Engracia Olavide


Oda Sáfica

Al capitán don José de Ávila




ArribaAbajo   Mientras cubierto el beaciense suelo
de triste luto, la eternal ausencia
siente de Filis, y las fuentes claras
      lloran su muerte;

   mientras al cielo sus dolientes voces  5
tristes envían las graciosas ninfas,
que con su llanto la urna transparente
      del Betis hinchen;

   mientras al son de roncos instrumentos
van entonando lúgubres endechas  10
los pastorcillos que los verdes prados
      de Úbeda cruzan;

   ven tú, Lisardo, y con veloces plantas
huye ligero del funesto clima
que a la divina, a la inocente Filis  15
      causó la muerte.

   Huye, y contigo del letal recinto
súbito arranca al dolorido Fabio,
que aún la sombra y las cenizas frías
      de Filis adora.  20

   ¡Guar!, que al influjo de maligna estrella
no quede expuesto el huérfano inocente;
sálvale, salva, y en tu seno, amigo,
      sácale oculto.

   ¡Ah!, no permitas que al horrendo triunfo  25
otros agreguen los funestos hados,
ni que la Parca más ilustres almas
      destierre al Orco.

   ¡Oh cruda muerte! ¡Cómo en un instante
de la más bella y adorable ninfa  30
todas las gracias, los encantos todos
      vuelves en humo!

   La que atraía con su dulce canto
del aire vago a las canoras aves,
y los feroces brutos extraía  35
      de sus cavernas;

   cuyo sonoro penetrante acento
daba sentido a los peñascos duros,
y detenía en su corriente rauda
      fuentes y ríos,  40

   ¿dónde se ha ido? ¿Cómo no resuenan
en los amenos carolíneos valles
sus peregrinos melodiosos ecos
      dulcisonantes?

   Cuando, a la excelsa Venus semejante,  45
salía al campo, los humildes chopos,
el olmo erguido y los ancianos robles
      se le inclinaban.

   Donde estampaba con airoso impulso
la breve huella su fecunda planta,  50
allí a porfía mil galanas flores
      luego brotaban.

   En otro tiempo ¡oh triste remembranza!
tú mismo viste los marianos montes
al dulce encanto de su voz alegres  55
      y conmovidos.

   Di, ¿no te acuerdas cuando señalaba
su blanca mano con devotos signos
sobre la arena del futuro pueblo
      todo el recinto;  60

   cuando miraba del cimiento humilde
salir erguido el majestuoso templo,
el ancho foro, y del facundo Elpino
      la insigne casa;

   cuando al anciano documentos graves  65
daba, y al joven prevenciones blandas,
y a las matronas y a las pastorcillas
      santos ejemplos;

   cuando sus lares consagraba pía,
cuando sus fueros repetía humana,  70
cuando ayudaba en la civil faena
      al sabio Elpino;

   o cuando, envuelta en celo religioso,
su voz enviaba del augusto templo
votos profundos, reverentes himnos  75
      al Dios eterno?

   Cuando... mas huye, huye presuroso;
huye, Lisardo, del fatal recinto;
huye con todos, y haz que humana planta
      más no le oprima.  80

   Otra vez sea hórrido desierto,
de incultas fieras solamente hollado,
donde de Filis vague solamente
      la flébil sombra.

   Huye, pero antes a la tumba fría,  85
do ella descansa, llega reverente,
y allí con puntas de diamante eternas
      graba estas voces:

   «De Filis un tiempo la presencia hermosa
era delicia de este suelo ingrato;  90
hoy es su afrenta el sueño sempiterno
      de sus cenizas».




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- VIII -




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Epístola primera


Carta de Jovino a sus amigos salmantinos


Est quodam prodire tenus, si non datur ultra.

(Horacio, Epis. I, lib. I, v. 32).                



ArribaAbajo   A vosotros, oh ingenios peregrinos,
que allá del Tormes en la verde orilla,
destinados de Apolo, honráis la cuna
de las hispanas musas renacientes;
a ti, oh dulce Batilo, y a vosotros,  5
sabio Delio y Liseno, digna gloria
y ornamento del pueblo salmantino;
desde la playa del ecuóreo Betis
Jovino el gijonense os apetece
muy colmada salud; aquel Jovino  10
cuyo nombre, hasta ahora retirado
de la común noticia, ya resuena
por las altas esferas, difundido
en himnos de alabanza bien sonantes,
merced de vuestros cánticos divinos  15
y vuestra lira al sonoroso acento.
Salud os apetece en esta carta,
que la tierna amistad y la más pura
gratitud desde el fondo de su pecho
con íntima expresión le van dictando;  20
que pues le niega el hado el dulce gozo
de estrechar con sus brazos vuestros pechos,
de urbanidad y suave amor henchidos,
podrá al menos grabar en estas letras
la dulce sensación que en su alma imprime  25
del vuestro amor la tierna remembranza.
Y no extrañéis que del eolio canto
cansada ya su musa, se convierta
al compás lento y numeroso que ama
tanto la didascálica poesía;  30
que en vano de su pecho, penetrado
del forense rumor, y conmovido
al llanto del opreso, de la viuda
y el huérfano inocente, presumiera
lanzar acentos dulces, ni su lira,  35
otras veces sonora, y hora falta
de los trementes armoniosos nervios,
al acordado impulso respondiera,
ni en fin a los avisos que me dicta
tu voz, oh Polimnía, con astuta  40
y blanda inspiración fuera otro verso
que el verso parenético oportuno.

   ¡Ah, mis dulces amigos, cuán ilusos,
cuánto de nuestra fama descuidados
vivimos! ¡Ay, en cuán profundo sueño  45
yacemos sepultados, mientras corre
por sobre nuestras vidas, aguijada
del tiempo volador, la edad ligera!
¿Por ventura queremos que nos tope
sumidos en tan vil e infame sueño  50
la arrugada vejez, que poco a poco
se viene hacia nosotros acercando?
¿O que la muerte pálida sepulte
con nosotros también nuestra memoria?
Y el hombre a quien el Padre sempiterno  55
ornó con alto ingenio y con espirtu
eternal y celeste, ¿estará siempre
a escura y muelle vida mancipado,
sin recordar su divinal origen
ni el alto fin para que fue nacido?  60
¡Ay, Batilo! ¡Ay, Liseno! ¡Ay, caro Delio!
¡Ay, ay, que os han las magas salmantinas
con sus jorguinerías adormido!
¡Ay, que os han infundido el dulce sueño
de amor, que tarde o nunca se sacude!  65
No lo dudéis: mis ojos, aún no libres
del susto, en un sueño misterioso
sus infernales ritos penetraron.
¿Contárosle he? ¿Qué numen me arrebata
y fuerza a traspasar de mis amigos  70
el tierno corazón? Acorre ¡oh diva!,
y pues mi voz, a tu mandar atenta,
renueva en triste canto la memoria
del infando dolor, acorre, y alza
con soplo divinal mi flaco aliento.  75

   Yacen del Tormes a la orilla, ocultos
entre ruinas, los restos venerables
de un templo, frecuentado en otros siglos
por la devota gente salmantina,
mas hora sólo de agoreros búhos  80
y medrosas lechuzas habitado.
La amenidad huyó de aquel recinto,
y sólo en torno de él dañosas yerbas
crecen, y altos y fúnebres cipreses.
Aquí su infame junta celebraron  85
las Lamias. ¡Oh, si fuera poderosa
mi voz de describirla y dar al mundo
cuenta de sus misterios nunca oídos!

   En la mitad de su carrera andaba
la noche, y ya su manto tenebroso  90
cubría en torno el soñoliento mundo;
todo era oscuridad, que hasta la luna
su blanca faz del cielo retirara
por no ver el nefando sortilegio,
y el horror y el silencio más medroso  95
hacían el imperio de las sombras;
cuando desde una puerta del palacio
del Sueño un negro ensueño desprendido
llegó de un vuelo adonde yo yacía.

   Con la siniestra suya asió mi mano,  100
y con medrosa voz: «Jovino, dice,
ven y verás el duro encantamiento
que prepara la Invidia a tus amigos.
Ven, y si en tal ejemplo no escarmientas,
¡triste de ti, mezquino!» Dijo, y luego  105
sobre sus negras alas me condujo
por medio de las sombras hasta el pórtico
del arruinado templo. No bien hube
llegado, cuando asidas de las manos,
siete horrendas figuras parecieron  110
desnudas, y de hediondas confecciones
ungido el sucio cuerpo. Presidenta
del congreso infernal la fiera Invidia
venía, de serpientes coronada
la frente, triste, airada, desdeñosa,  115
y de los Celos y el Rencor seguida.
En medio del silencio un gran suspiro
lanzó del hondo pecho, y revolviendo
la sesga vista en torno: «Nunca tanto,
dijo, de vuestro auxilio y vuestras artes  120
necesité, oh amigas, ni tan fiero,
ni tan grave dolor clavó algún día
en mi sensible corazón su punta.
¡Oh, si capaz de aniquilar el orbe
fuese la llama atroz que le devora!  125
Tres aborridos nombres (y con rabia
Batilo pronunció su torpe boca,
Delio y Liseno) por el ancho mundo
va esparciendo la Fama, mi enemiga.
Su trompa los proclama en todas partes,  130
y ya a más alto vuelo preparada,
si no la enmudecemos, estos nombres
serán muy luego alzados a las nubes,
y sonarán del uno al otro polo.
Febo los patrocina, y no le es dado  135
a mi flaco poder mancharlos; pero
se rendirán al vuestro, si adormidos
en blando amor...». No bien tan fiera idea
cayó del sucio labio, cuando en torno
del demolido templo en raudos giros  140
dio el maléfico coro siete vueltas.
Después alternativas susurraron
muchos versos de ensalmo, con palabras
de mágico vigor y rabia henchidas,
a cuya fuerza desde la honda entraña  145
de la tierra salieron redivivos
los fríos huesos, que de luengos días,
del humanal vestido ya desnudos,
allí dormían. ¡Ay, cuán prestamente
en los hambrientos dientes de la Invidia  150
los vi yo triturados, y en sus manos
a leve y sucio polvo reducidos...!

   En esto hacia los ángulos internos
del templo corren las malignas sagas,
y del sombrío suelo mil dañosas  155
plantas recogen con siniestra mano
y misteriosos ritos arrancadas.
También allí prestó la cruda Invidia
su auxilio, y en sus palmas estrujando
las hojas y raíces, hizo luego  160
que destilasen los dañosos jugos
cuanta virtud en ellos se escondía.
El zumo de la fría adormidera,
cortada su cabeza al horizonte,
que infunde a veces el eterno sueño;  165
el de la yerba mora, que altamente
el cerebro perturba; el hiosciamo,
y el coagulante jugo que destilan,
heridas, las raíces misteriosas
de la fría mandrágula, allí fueron  170
diestramente extraídos, y con nuevo
ensalmo derramados sobre el polvo
de los humanos huesos. Mientras una
de las sagas volvía y revolvía
el preparado adormeciente lodo,  175
sacó la Invidia del cuidoso pecho
tres relucientes nóminas, con rasgos
de roja y venenosa tinta escritas.
¡Ah, no creáis, amigos, que mi pluma
os pretenda engañar! Mis propios ojos,  180
en tierno llanto entonces anegados,
vieron ¡oh maravilla! los tres nombres,
los dulces nombres de Ciparis bella,
de Julinda y de Mirta la divina,
que estaban allí escritos. Y cual suele  185
-si tiene tal prodigio semejante-
brillar con propia luz en noche oscura
la lícnide purpúrea, que en su rumbo
suspende al receloso caminante,
así en la oscuridad resplandecían  190
los tres amados nombres. Entre tanto
mi corazón absorto palpitaba
de pasmo y de temor. La Invidia entonces,
dividiendo en pedazos muy menudos
las esplendentes nóminas, de esta arte  195
habló a sus compañeras: «Consumemos
¡oh amigas! nuestra obra, y estos nombres,
adorados de Delio y sus secuaces,
a la maligna confección mezclemos.
Su virtud penetrante, aun más activa  200
que los venenos mismos, irá recta-
mente a iludir sus tiernos corazones;
y a blando amor eternamente dados,
la vida pasarán adormecidos,
y morirán sin gloria». Dijo, y luego  205
mezcló los rutilantes caracteres
al crüel maleficio, e infundioles
nuevo vigor con su maligno soplo.
Repitieron las brujas el susurro
sobre la masa ponzoñosa, y dieron  210
alegre fin a la perversa junta.

   Yo en tanto, lleno de dolor, enviaba
del hondo pecho a Apolo ardientes votos.
«Brillante dios, decía, si la gloria
de tan dignos alumnos interesa  215
tu pía omnipotencia en favor suyo,
¡ah, destruye la fuerza venenosa
del duro encantamiento, y de la infamia
y de la eterna escuridad redime
los nombres que otra vez has protegido!  220
¡Desata el preparado encantamiento,
y sálvalos, oh Dios, para que eterna-
mente suba a tu trono el dulce acento
de su lira, en cantares eucarísticos
gratamente empleada!». Aquí llegaba  225
el bien sentido ruego, que sin duda
oyó piadoso el numen, porque al punto
descendió un resplandor desde lo alto,
al meridiano sol muy semejante,
que iluminando el pavimento ombrío,  230
al golpe de su luz postró a la Invidia
y a sus viles ministras, y arrojólas
precipitadas hasta el hondo abismo.
¿Será estéril, oh amigos, de este ensueño
el misterioso anuncio? ¿Siempre, siempre  235
dará el amor materia a nuestros cantos?
¡De cuántas dignas obras, ay, privamos
a la futura edad por una dulce
pasajera ilusión, por una gloria
frágil y deleznable, que nos roba  240
de otra gloria inmortal el alto premio!
No, amigos, no; guiados por la suerte
a más nobles objetos, recorramos
en el afán poético materias
dignas de una memoria perdurable.  245
Y pues que no me es dado que presuma
alcanzar por mis versos alto nombre,
dejadme al menos en tan noble empeño
la gloria de guiar por la ardua senda
que va a la eterna fama, vuestros pasos.  250

   Ea, facundo Delio, tú, a quien siempre
Minerva asiste al lado, sus, asocia
tu musa a la moral filosofía,
y canta las virtudes inocentes
que hacen al hombre justo y le conducen  255
a eterna bienandanza. Canta luego
los estragos del vicio, y con urgente
voz descubre a los míseros mortales
su apariencia engañosa, y el veneno
que esconde, y los desvía dulcemente  260
del buen sendero, y lleva al precipicio.
Después con grave estilo ensalza al cielo
la santa religión de allá abajada,
y canta su alto origen, sus eternos
fundamentos, el celo inextinguible,  265
la fe, las maravillas estupendas,
los tormentos, las cárceles y muertes
de sus propagadores, y con tono
victorioso concluye y enmudece
al sacrílego error y sus fautores.  270

   Y tú, ardiente Batilo, del meonio
cantor émulo insigne, arroja a un lado
el caramillo pastoril, y aplica
a tus dorados labios la sonante
trompa, para entonar ilustres hechos.  275
Sean tu objeto los héroes españoles,
las guerras, las victorias y el sangriento
furor de Marte. Dinos el glorioso
incendio de Sagunto, por la furia
de Aníbal atizado, o de Numancia,  280
terror del Capitolio, las cenizas.
Canta después el brazo omnipotente,
que desde el hondo asiento hasta la cumbre
conmueve el monte Auseva y le desploma
sobre la hueste berberisca y suban  285
por tu verso a la esfera cristalina
los triunfos de Pelayo y su renombre,
las hazañas, las lides, las victorias
que al imperio de Carlos, casi inmenso,
y al Evangelio santo un nuevo mundo  290
más pingüe y opulento sujetaron.
Canta también el inmortal renombre
del héroe metellímneo, a quien más gloria
que al bravo macedón debió la Fama.
O en fin, la furia canta y las facciones  295
de la guerra civil que el pueblo hispano
alió y opuso al alemán soberbio.
Dirás el golfo catalán en furia
contra Luis y su nieto, los leopardos
vencidos en Brihuega, y los sangrientos  300
campos de Almansa, do cortó a Filipo
sus mejores laureles la Victoria.

   La empresa que a tu pluma reservada
queda, oh caro Liseno, ¡ah, cuán difícil
es de acabar, cuán ardua! Mas ya es tiempo  305
de proscribir los vicios indecentes
que manchan nuestra escena. ¡Cuánto, oh cuánto
la gloria de la patria se interesa
en este empeño! Triunfan mil enormes
vicios sobre el proscenio, y la ufanía,  310
el falso pundonor, el duelo, el rapto,
los ocultos y torpes amoríos,
contra el desvelo paternal fraguados,
y todas las pasiones son impune-
mente sobre las tablas exaltadas.  315
Despierta, pues, oh amigo, y levantado
sobre el coturno trágico, los hechos
sublimes y virtuosos, y los casos
lastimeros al mundo representa.
Ensalza la virtud, persigue el vicio,  320
y por medio del susto y de la lástima
purga los corazones. Vea la escena
al inmortal Guzmán, segundo Bruto,
inmolando la sangre de su hijo,
de su inocente hijo, al amor patrio...  325
¡Oh espíritu varonil! ¡Oh patria! ¡Oh siglos,
en héroes y altos hechos muy fecundos!

   Vuestro auxilio también en esta empresa
imploro, oh mi Batilo, oh sabio Delio.
¡Ah, vea alguna vez el pueblo hispano  330
en sus tablas los héroes indígenas
y las virtudes patrias bien loadas!
Bajar podréis también al zueco humilde,
y describir con gesto y voz picantes
las costumbres domésticas, sus vicios  335
y sus extravagancias... Pero, ¿dónde
encontraréis modelos? Ni la Grecia,
ni el pueblo ausonio, ni la docta Francia
han sabido formarlos. Reina en todos
el vicio licencioso y la impudencia.  340
Mas cabe el ancha vía hay una trocha,
hasta ahora no seguida, do las burlas
y el chiste nacional yacen en uno
con la modestia y el decoro aliados.
Seguid, pues, este rumbo. ¡Qué tesoros  345
descrubriréis en él! ¡Será el teatro
escuela de costumbres inocentes,
de honor y de virtud! Será... Mas, ¿dónde
del bien común el celo me arrebata?

   ¡Ah, si su llama alcanza a vuestro pecho,  350
de los trabajos vuestros cuán opimos
frutos debo esperar! ¡Y cuánta gloria
estará en otros siglos reservada
al celo de Jovino, si esta insigne,
si esta dichosa conversión, que tristes  355
y llenas de rubor tanto ha que anhelan
las musas españolas, fuese el fruto
de sus avisos dulces y amigables!




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- IX -




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El paraíso perdido


Primer canto


Traducido del inglés por Jovino


   Canta la inobediencia ¡oh santa musa!
del padre de los hombres, que gustando
de la vedada planta el mortal fruto,
trajo al mundo la muerte y la miseria;
y di de las moradas venturosas  5
de Edén la triste pérdida, negadas
a la raza mortal, hasta que plugo
al Hombre-Dios bajar a recobrarlas;
y ora en silencio ocupes la alta cumbre
de Oreb o Sinaí, de do inspirastes  10
al gitano pastor, que a la escogida
gente enseñó después cómo al principio
del hondo Caos salieron cielo y tierra;
ora el alto Sión más te deleite,
y el río Siloé, que cabe el santo  15
oráculo de Dios fluye en silencio;
baja de allá a guiar mi peligroso
canto, que se alza sobre el monte Aonio,
mientras, de ti ayudado, emprende cosas
hasta hora en prosa o rima no cantadas.  20
Y Tú, divino Espirtu, a quien más place
que los augustos templos la morada
de un puro y recto corazón, instruye
con ciencia divinal mi torpe lengua.
Tú, que desde el principio fuiste a todo  25
presente, y cobijando el ancho abismo
so tus inmensas alas, con activo
prolífico calor le fecundaste,
ven, y eleva mi voz, y lo que es débil
en mí sostén, y limpia y ilumina  30
lo inmundo y tenebroso, porque pueda
subir de un vuelo al encumbrado asunto,
justificar la eterna Providencia
de Dios, y abrir al hombre sus caminos.
Pero primero di, pues nada esconden  35
de tu vista los cielos ni las hondas
cavernas del infierno, di qué causa
indujo a nuestros padres, en tan llena
bienandanza nascidos, a que ingratos
a su Hacedor, violasen el precepto,  40
el único precepto que, al hacerles
dueños del Paraíso, les pusiera.
A tal traición ¿quién los llevó engañados?
El dragón infernal, cuya malicia,
de negra invidia y de venganza armada,  45
engañó a la gran madre de los hombres,
poco después que fuera con sus haces
de espíritus rebeldes de la clara
región del cielo echado. Allí soberbio,
en su partido y fuerzas confiado,  50
sobre toda criatura alzarse quiso,
y aun presumió que, opuesto, igualaría
al Altísimo en gloria. Así, ambicioso,
contra el reino de Dios y su alta silla
enarboló el pendón, y tocó al arma  55
en los celestes campos; pero hallóse
burlado en sus intentos, porque armado
de santa ira el brazo omnipotente,
le derrocó del alto firmamento,
con horrísono estruendo y gran ruina,  60
precipitado hasta el inmenso abismo,
do el que insultó, atrevido, al Poderoso
yace agora en cadenas de diamante
preso, y a eterno fuego condenado.

   Nueve veces el tiempo que en el mundo  65
mide la duración de noche y día
corriera, y otro tanto, con sus fuertes
batallones, anduvo el fiero jefe
en un lago de llamas revolcado;
revolcado, vencido y confundido,  70
aunque inmortal. Pero a mayor venganza
le guardaba su suerte, porque agora
de las pasadas dichas y el presente
eterno mal le aflige la memoria.
En derredor de sí sus tristes ojos,  75
do profunda ambición y caimiento
con odio amargo y pertinaz orgullo
brillan mezclados, vuelve y en un punto
con perspicacia angélica su suerte
penetra de una vez; su triste, horrenda,  80
desesperada suerte. A todas partes
ve un hondo calabozo y un inmenso
horno, con negras llamas encendido,
a cuya escasa luz pudiera apenas
descubrirse aquel reino pavoroso,  85
región de horror y espanto, de medrosas
furias y sombras habitada, y donde
nunca el reposo ni la paz moraron,
ni la dulce esperanza, cuyo influjo
a todas partes llega, alcanzar pudo;  90
mas en vez de ella, afligen de contino
un tormento sin fin y un mar de fuego
de inextinguible azufre alimentado.

   Tal es la habitación y horrible cárcel
que preparara la justicia eterna  95
a los rebeldes ángeles; en ella
señaló su mansión, tres veces tanto
como del alto polo el centro dista,
apartada de Dios y su alto trono.

   ¡Ah, cuán desemejante de la clara  100
región de donde fueran despeñados!
En un diluvio de impetuoso fuego
y negros torbellinos sepultados,
vio el dragón a los socios de su ruina,
y junto revolcándose al que en brío  105
casi y en impiedad le emparejaba,
aquél que con el tiempo en Palestina
se llamó Beelcebub. A él de esta arte
habló el archienemigo -en el Empíreo
Satán después nombrado-, su silencio  110
con tan fieras razones quebrantando:
«¿No eres tú aquél...? Mas ¡ay, a cuál bajura
caído! ¡Cuál mudado del que un día
allá en los reinos de la luz brillaba
con resplandor y gloria transparente  115
entre todos los ángeles! ¿No eres
el que en valor y heroicos pensamientos
igual casi conmigo, en la gloriosa
facción siguió brioso mis banderas,
compañero del riesgo y la esperanza?  120
¡Ay! agora nos hizo la desdicha
pares en la ruina. ¡A qué profunda
sima, de cuál altura hemos caído!
¡Tanto pudo del Todopoderoso
el trueno destructor!... ¡Ah! ¿quién probara  125
el poder de sus armas hasta entonces?
Mas las armas, ni los fieros males
que el vencedor en su ira nos reserva,
arrepentir me harán, ni de mi pecho,
aunque de tanta gloria despojado,  130
borrar podrá jamás la cruel memoria
de la pasada injuria, de la injuria
hecha al mérito nuestro, que grabada
altamente en mi alma contra el sumo
ofensor encendió la cruda guerra  135
y horrenda conmoción que de su lado
tantos espirtus apartó, que altivos
mi estandarte siguieron, y oponiendo
nuestro unido poder al poder suyo,
por los llanos del cielo, en lid dudosa,  140
hicimos vacilar su santo trono.
Por fin, se perdió el campo. Mas ¿qué importa?
No todo se perdió, que inconquistable
dura nuestro albedrío y odio eterno,
y de venganza el íntimo deseo,  145
su valor inflexible a los reveses
del caso o de la fuerza. No; tal gloria,
la ira del vencedor ni su soberbia
jamás de mí tendrán, ni nunca espere
ver que, acatando su deidad, postrado  150
y lleno de rubor, su gracia implora
el que antes hizo con heroico brazo
indecisa la suerte de su imperio;
que abatimiento tal más doloroso
y más infame fuera que el desaire  155
de la pasada ruina. Y pues no puede
ni la sustancia celestial ni el brío
perecer de los dioses, y más cautos
la experiencia os hará, ¡sus!, declaremos,
de mejor suerte y gloria esperanzados,  160
guerra al gran enemigo, eterna guerra,
por fuerza y por astucia peleada
contra el duro opresor, que agora triunfa
desvanecido y sin rival impera,
sólo, tirano del inmenso cielo».  165

   Así el ángel infiel, mientra el despecho
roía sus entrañas, se jactaba;
y así su compañero le responde:
«¡Oh príncipe, oh caudillo de las altas
potestades del cielo, que, guiando  170
con tu falange numerosa al choque
los bravos serafines, fuiste asombro
con altos hechos del Empíreo, y diste
susto al eterno Rey, y disputaste
la excelsa primacía, que la fuerza  175
y fortuna tal vez le adjudicaron!
Por demás siento el caso lastimoso
de la pasada rota, que con mengua
nos arrancó del cielo, derribando
nuestro brillante ejército a este abismo,  180
do yace destruido, cuanto pueden
ser las sustancias puras destruidas.
Empero vive el ánimo invencible,
y aunque ofuscada la nativa gloria
y todo nuestro bien, en este hondo  185
piélago de miserias anegado,
el antiguo vigor renacer siento.
Mas ¡ay!, si el Vencedor omnipotente
-que tal le creo, pues vencernos pudo-
conserva astuto la nativa fuerza  190
de nuestro espirtu, solo para hacernos
resentir más y más los crueles males
que su implacable ira nos prepara;
o si, pues la ley dura de la guerra
nos hizo esclavos suyos, quiere sólo  195
que cual esclavos viles le sirvamos
en este horrible infierno, ejecutores
por la honda escuridad, de sus designios,
¿de qué nos sirve, di, sentir sin mengua
nuestro angélico brío, o del ser nuestro  200
la eterna duración, eterna sólo
para sufrir sin fin eternos males?»

   A esto Satán así responde al punto:
«Caído querubín, mostrar flaqueza
en la prosperidad o en la desgracia  205
cosa es indigna de tu ser. No pienses
que podrá el bien de las acciones nuestras
ser objeto jamás. El mal solmente
lo puede ser; el mal, tan odioso
de la alta Voluntad que resistimos.  210
Y pues de nuestro mal su Providencia
sacar pretende el bien, sea nuestro empeño
que del bien mismo el mal resulte, y esta,
esta gloria, que, o miente mi esperanza
o será muy colmada, nos consuele;  215
la gloria de afligirle, conturbarle
y trastornar sus íntimos designios.
Vímosle ufano refrenar la saña
de los ministros de su injusta ira
que airados nos cargaban, y a las puertas  220
los obligó a volver del alto cielo.
Una lluvia de azufre tempestuosa,
que arrojó tras nosotros, cerró el paso
a esta honda cueva, en que de allá caímos.
Ya ni la luz medrosa del relámpago  225
deslumbra en el infierno, ni resuena
por su hueca extensión del trueno horrendo
el retumbante son. Agotó acaso
toda su furia en la cruel venganza.
«Mas, ya nos dé tan no esperada tregua  230
harta su saña, o altivo su desprecio,
no la desperdiciemos. Mira a aquella
parte un desierto y solitario llano,
triste mansión de horror, do escasamente
llega el medroso y pálido reflejo  235
que esta lúgubre llama de sí envía.
Guiemos allá el paso, y retirados
de este golfo de fuego, allí busquemos,
si le hay, algún reposo. Nuestra tropa
dispersa reunamos, y arbitremos  240
por qué medios de hoy más del enemigo
turbaremos la gloria, o la que tristes
perdimos cobraremos, o por cuáles
nuestro destino mitigarse pueda;
qué alivio en fin nos muestra la esperanza  245
o a qué extremo el despecho nos arroja».

   Así Satán a Belcebub le hablaba,
y mientra en su semblante, levantado
sobre la onda, los ojos centellantes
relucían, el resto de su cuerpo,  250
monstruosamente grande, en el ardiente
golfo tendido a una y otra parte
ocupaba, flotando, un trecho inmenso;
tal cual las viejas fábulas nos pintan
a los monstruosos hijos de la Tierra,  255
que hicieron guerra a Jove, Briareo,
y el que su nombre al antro dio Tifonio;
o como Leviatán, el más enorme
habitador del piélago profundo;
tal vez un navichuelo por el Bóreas  260
hacia los mares de Noruega echado,
en tenebrosa noche allí le topa
rendido a torpe sueño, y el piloto
-tal en el puerto cuenta a sus amigos-
azorado y creyéndole una isla,  265
en su escamosa piel aferra el ancla,
guarecido tras él del viento insano.
La noche en tanto asombra el mar, y lenta
vuelve con tardos pasos la mañana.
Tan grande el archidiablo y tan enorme  270
parecía tendido sobre el golfo
de fuego, y nunca de él salido hubiera,
ni su altanera frente levantado,
si el gran Rector del cielo, a cuyo ceño
los destinos se humillan, libre rienda  275
dado no hubiese a su maligna astucia,
para que mientras el mal ajeno busca
con repetidos crímenes incauto
labre su propia perdición, y vea
que sus designios pérfidos del alta  280
bondad de Dios sacar pudieron sólo
gracia y misericordia para el hombre,
engañado por él, ira y venganza
y eterna confusión para sí mismo.
De repente levanta sobre el lago  285
su gigante estatura. A un lado y otro
las llamas rechazadas, en undosos
remolinos se rompen y retiran,
y descubren en medio un ancho valle.
Entonces él con extendidas alas  290
emprendió el alto vuelo sobre el aire,
que gimió al peso insólito pendiente,
y travesando el gran vacío oscuro,
posó en la seca tierra, si tal nombre
convenir puede al suelo que arde siempre  295
con inflamado azufre y fuego sólido,
como con llamas flúidas el lago.
Tal parecía en su candente forma
como tal vez de fuerza soterraña
el choque arranca un cerro del Peloro,  300
o de la étnea tronadora cumbre,
en cuya entraña hechida de inflamable
materia prende el fuego y agitado
hierve con furia mineral; revienta
violento al aire libre, y la comarca  305
de humo se cubre y de betún ardiente,
tal era el suelo do asentó la planta
el protervo Satán. En pos le sigue
Belcebub, necios presumiendo entrambos
haber la estigia cárcel escalado  310
por su antigua virtud, cual altos dioses,
y sin que otro mayor lo consintiese.

   «¿Es aquéste el país?, exclamó entonces
el fiero Arcángel, ¿la región es ésta
a do lanzados desde el alto Empíreo  315
venimos a morar? ¿A esta medrosa
escuridad, del alma luz del cielo?
Sí lo será, que así mandarlo plugo
al tirano que hoy triunfa; sea en buen hora.
Vivamos lejos de su vista, libres,  320
ya que, a pesar de la razón, la fuerza
le juzgó superior a sus iguales.
Adiós, dichosos campos, donde siempre
moran el alma paz y la alegría.
¡Salve, horrible mansión! ¡Infierno, salve!  325
¡Y tú profundo abismo, abre tu seno
al nuevo habitador, cuyos designios
jamás el tiempo mudarán ni el hado!
Él vivirá en sí mismo, y con su gloria
del infierno hará cielo. Si uno siempre  330
es su ser inmutable, nada importa
que mude de lugar, que estará en todos
sobre toda criatura, inferior sólo
a uno a quien el trueno hace más grande.
En este reino oscuro, do la invidia  335
no llegará del Todopoderoso,
viviremos al menos sin el susto
de ser más desterrados. Reinaremos
independientes, y reinar es siempre
noble ambición, aun en el hondo abismo,  340
y mejor suerte que la vergonzosa
servidumbre del cielo. ¿Por qué causa
dejamos, pues, que los amigos fieles,
de nuestro riesgo y ruina compañeros,
yagan sumidos en el hondo lago,  345
y de mortal asombro poseídos?
¿Por qué no los llamamos a que gocen
también su parte en este suelo infame,
o para que, de nuevo reunidas
nuestras fuerzas, probemos si ser puede  350
algo del cielo aún reconquistado,
o si algo más perdido en el infierno?»

   Esto dijo Satán, y tal respuesta
le diera Belcebut: «Noble caudillo
de aquel brillante ejército, que sólo  355
vencer pudiera el brazo omnipotente,
si ellos oyen tu voz, la más segura
prenda de su esperanza en los peligros,
tantas veces oída en más extremos
casos, y en el conflicto arduo y dudoso  360
de la cruel batalla en los asaltos,
y en todo trance su señal segura,
tú los verás volver con nuevo aliento
al antiguo vigor. Que no es extraño
que dende el alto cielo a este hondo abismo  365
caídos, yagan hora cual nosotros
poco ha, de horror y asombro penetrados»

   Apenas acabó, cuando a la orilla
el fiero capitán se fue acercando.
De temple celestial, ancho y macizo,  370
era el redondo escudo que pendía
de sus robustos hombros, semejante
en su circunferencia al orbe lleno
de la luna, mirado por la tarde
a través de algún óptico instrumento.  375
Tal cual con firme vista, desde lo alto
de Fesol, o en Valdarno, le observaba
el inventor etrusco, y descubría
tierras, ríos y montes en su globo.
El más gigante pino de Noruega,  380
en los montes cortado para mástil
de una grande almiranta, un junco leve
sería, comparado con la lanza
en que apoyaba sus molestos pasos
(no cuales en el cielo dio algún día)  385
por la inflamada arena, mientra el ígneo
muro y la ardiente bóveda le herían
con fuego abrasador por todas partes.
Empero él lo sufría, y procediendo
hasta el vecino golfo, allí parado  390
llamó a sus tercios de ángeles, que yacen
rendidos al terror y agonizantes
sobre la herviente onda, tan espesos
como las secas hojas que al otoño
cubren de Valumbrosa las corrientes,  395
de los frondosos árboles caídas;
o como cuando Orión con turbulento
soplo azota las playas eritreas
nadan sobre las ondas las livianas
algas, sobre las ondas que sorbieron  400
un día a Faraón con su robusta
caballería de Menfis, cuando airados
las rescatadas tribus perseguían,
mientras seguras, de la opuesta orilla
vieron ellas hundirse sus jinetes,  405
yelmos, banderas, carros y caballos;
tan espesos cubrieron los rebeldes
espíritus el lago, al fiero asombro
de la mudanza súbita rendidos.

   Llamólos, pues, y a la gran voz los huecos  410
senos del hondo infierno resonaron:
«Príncipes, potentados y guerreros,
flor del cielo, antes nuestro y ya perdido;
pues qué, ¿pudo infundirse en inmortales
espíritus tal pasmo? Por ventura  415
después del duro afán de la batalla,
¿pensáis hallar aquí sueño y reposo
cual si estuvierais en el blando cielo?
¿O es que así prosternados heis jurado
dar culto al vencedor, que hora se goza  420
en ver desde su trono a tantos fuertes
querubines y excelsos serafines
en este golfo hundidos, con sus rotas
armas y sus banderas revolcados,
mientras que de las puertas eternales  425
caen sobre nosotros sus ministros
prontísimos, del fuerte rayo armados
y el aterrante trueno, y os traspasan
con más crueles heridas, y al más hondo
fondón de aquesta cueva os precipitan?  430
¡Sus!, despertá o quedá por siempre hundidos».

   Oyéronle, y al punto avergonzados
volaron hacia arriba, y como suele
una guardia tal vez en torpe sueño
por su mayor tomada, a la tremenda  435
voz correr presta al arma y darse prisa,
no bien despierta aún, así los diablos,
que ni el horrendo pozo en que cayeron,
ni los fieros tormentos, ocupados
del terror, percibieron. Mas con todo  440
la voz del general obedecieron
innumerables. Tal, en el mal día
de Egipto, apenas hubo al alto cielo
tendido la su vara portentosa
Moisén, cuando he aquí que dende oriente  445
una muy densa nube de langostas
viene, cubriendo el aire, y sobre el reino
del duro Faraón se extiende negra,
como la noche, del fecundo Nilo
las dilatadas playas asombrando.  450

   Tan sin número entonces parecían
los ángeles precitos, so la ardiente
copa revolteando del infierno,
de tres voraces fuegos, alto, bajo
y lateral, en torno acometidos;  455
hasta que su lanzón Satán moviendo,
señaló el sitio do posar debían;
y ellos en ala igual bajaron prontos
al sulfúreo terreno, hinchiendo el llano.
Jamás tal muchedumbre el populoso  460
norte arrojó de su escarchado seno,
cuando sus hijos bárbaros, pasando
el Danubio o el Rin, como un diluvio
inundaron el sur, y hasta las playas
de la arenosa Libia se extendieron.  465
Desde cada escuadrón y tercio al punto
los jefes destacados vienen prontos
de su gran comandante a la presencia,
semidioses en aire y estatura,
de formas sobrehumanas; personajes  470
de real dignidad, que allá en el cielo
antes en altos tronos se asentaran,
bien que hoy en los registros eternales
no se halla ya memoria de sus nombres,
para siempre borrados y raídos,  475
por su traición, del libro de la vida.
Ni entre los hijos de Eva otros tuvieron
hasta mucho después, que sobre el mundo
por alta permisión de Dios vagando,
para probar al hombre, corrompieron  480
con fraudes y mentiras muy gran parte
de la raza mortal. Los desviaron
del Dios que los criara, hasta que torpe-
mente trocando su invisible gloria
en la imagen de un bruto, muchas veces  485
erigieron en dioses los demonios,
y entre oro y pompa y ceremonias vanas,
les dieron torpe culto, varios nombres,
después ídolos varios los hicieron
en el mundo gentil más conocidos.  490

   Nómbralos, musa, tú; di quién primero,
y quién al fin, el sueño sacudiendo,
subió del negro lago a la llamada
del gran Emperador; cuáles más dignos
se hallaron, di, de estar cabe él situados  495
en la desierta playa, mientras queda
lejos en pos la turba indistinguida.
Salieron ante todos desde el hondo
abismo al ancho mundo los que, hambrientos,
de estragos y miserias, luego osaron  500
sus asientos fijar cabe el asiento
del Señor, levantando sus altares
a par del altar suyo, y adorados
en derredor de las naciones necias
cual dioses, insultaron atrevidos  505
al santo Jehová, que reciamente
tronaba allá en Sión, su faz velada
entre los querubines. ¡Cuántas veces
fue la abominación tan consumada,
que en el santuario mismo colocaron  510
sus armas, y oponiendo sus tinieblas
al resplandor y gloria inmarcesibles,
con torpes ceremonias las solemnes
fiestas y el santo rito profanaron!

   Fije el primero Moloc, monarca horrendo,  515
en la sangre de víctimas humanas
y en paternales lágrimas bañado,
por más que de atambores y timbales
el rumor estruendoso confundiese
el nunca oído grito de los tiernos  520
hijuelos, por el fuego devorante
a su horroroso ídolo arrastrados.
Allá en Rabba y sus llanos aguanosos
le adoró el ammonita, hasta do corren
por Argob y Basán de Arnón las aguas.  525
Ni se hartó su altivez con esta gloria;
antes del más sapiente de los hombres
corrompió el corazón, y con engaños
hizo que el viejo Salomón le alzara
sobre el monte de Oprobio un alto templo,  530
frente al templo de Dios, y que por bosque
le consagrara el antes deleitoso
valle de Hennón, Tofet después llamado,
y negro Gehemna, imagen del infierno.

   Camos viene tras él, terror inmundo  535
del moabita, de Aroer a Nebo,
y hasta el austral desierto de Abarimo,
por Hesebón y Horonaim, dominios
del rey Seón, y aún más allá de Sibma,
de sus viñedos y floridos valles,  540
desde Eleale al lago de Asfaltite.
So el nombre de Fegor también sedujo
a Israel en Sitim, a su partida
del Nilo, y logró de él obscenos ritos,
después con duros males castigados.  545
Mas todavía sus orgías torpes
extendió al monte infame, cabe el bosque
de Hennón, juntando el odio a la lujuria,
hasta que el buen Josías, con ardiente
celo, los arrojó de allí al infierno.  550

   Tras éstos parecieron los que dende
la cofinante onda del Eufrates
hasta el arroyo que divide a Siria
de la egipciana tierra, so los nombres
de Baalim y Astarot, aquéste de hembra  555
y de varón aquél, fueron servidos;
que es dado a los espirtus cualquier sexo
tomar que les agrade, o los dos juntos;
tan simple y desleída es su natura,
no trabada con nervios, ni en el frágil  560
apoyo de los huesos sustentada,
cual nuestro deleznable y torpe cuerpo;
sino en cualquiera forma que les place,
grave o sutil, oscura o transparente,
prosiguen sus designios, y sus obras,  565
ora de amor o enemistad, completan.
Muchas veces por éstos se olvidara
Israel de su Dios, y abandonando,
infiel, su altar, hincara la rodilla
a otros brutales e impotentes dioses.  570
Por eso fue humillado en las batallas,
y del Señor dejado a que cayese
despojo vil del enemigo alfanje.

   También vino Astoret en esta tropa,
a quien Astarte los fenicios llaman,  575
reina del cielo, de crecientes cuernos,
a cuya clara imagen en las noches
de luna sus canciones y plegarias
las sidonias doncellas dirigían;
y hasta en Sión sus himnos resonaron  580
sobre el monte de Escándalo, en el templo
que aquel rey muliebroso le ensalzara,
cuyo gran corazón al culto inmundo
cayó de vanos dioses, por la astucia
de sus idolatresas enlabiado.  585

   En pos vino Tamud, de quien la herida
atraía cada año a la alta cumbre
del Líbano las vírgenes sirianas,
a plañir tiernas todo un día estivo
su desventura con devoto llanto;  590
mientras que el dulce Adonis, desprendido
de su nativa roca, la purpúrea
corriente enviaba al mar, teñido en sangre
de Tamud, según dicen, añalmente.
Igual lamento hicieron con la torpe  595
fábula, ilusas, de Sión las hijas,
cuyas livianas lágrimas rociando
los umbrales del templo vio en su rapto
Ecequiel, cuando puesta ante sus ojos
le fue ¡oh Judá! tu negra idolatría.  600

   Aquél vino después, que gran tormento
sintió cuando cautiva el arca santa
mutiló la su imagen, derribando
allá en su mismo templo sobre el polvo,
sin brazos ni cabeza, el tronco horrible,  605
afrenta de su culto y sacerdotes.
Llamáronle Dagón, monstruo marino,
hombre del medio arriba, el resto pece.
Tuvo, empero, en Azot también su templo
temido por la costa palestina,  610
en Gath, en Asealón, y en las fronteras
de Acarón y de Gaza. Y a él seguía
Rimmón, que tuvo asiento allá en Damasco,
en la fecunda y deleitosa orilla
de Abana y Fárfar, transparentes ríos.  615
Rival también de Dios y de su templo,
si perdió a un rey leproso, otro (su necio
conquistador Acaz) vino a su culto,
y derribó en su obsequio el altar santo.
poniendo en su lugar otro erigido  620
a la siriana moda, do quemase
vergonzosas ofrendas, adorando
los mismos dioses que vencido hubiera.

   Detrás venía innumerable turba,
por diferentes nombres distinguida,  625
de no reciente fama: Osiris, Isis,
Horo y su comitiva, que con formas
espantables y extrañas brujerías
al fanático Egipto embaucaron,
y aun a sus sacerdotes, que buscaban  630
sus dioses vagabundos, en figuras
de animalías torpes escondidos.
También dañó a Israel el mal contagio,
cuando adoró en Oreb sus arracadas,
por el arte fusoria convertidas  635
en un becerro de oro, cuya culpa
dobló en Bethel y en Dan el rey protervo
que contrahizo su Dios, y en vez del santo
Jehová, quemó incienso a un buey rumiante.
Por eso, oh Egipto, en una triste noche  640
fueron tus primogénitos despojo,
y tus balantes dioses, de su ira.

   Belial vino por fin, que igual del cielo
ningún más torpe espíritu cayera,
ni que más suciamente el vicio amase.  645
No tuvo templo alzado, ni humo nunca
de altar suyo subió. Más ¡ay!, ¿quién tiene
culto mayor en templos y en altares,
cuando niegan a Dios sus sacerdotes,
cual los hijos de Elí, que el santo templo  650
con lujuria y violencia profanaron?
Reina también en cortes y palacios
y en las ciudades, de torpeza asiento,
donde del alboroto y las injurias
sube el rumor sobre las altas torres,  655
cuando a la sombra de la noche negra
salen los hijos de Belial, de orgullo
y vino henchidos, a rondar sus calles.
Testígüenlo las tuyas, oh Sodoma,
y las de Gabaá, do sin respeto  660
a la hospitalidad fue escarnecida
la dueña de Bethel, cuyo alto ultraje
libró de otro más torpe a su velado.

   Estos eran en orden los primeros,
y en brío. Los demás eran sin cuento  665
y largos de expresar, aunque famosos
dioses, a quienes de Jabán, los hijos
adoraron en Jonia, más recientes
empero, que sus padres cielo y tierra:
Titán el primogénito, y su enorme  670
familia, de la herencia por Saturno,
bien que hermano menor, desposeídos,
aunque el hijo tonante justo pago
le dio, usurpando el usurpado cetro;
primero en Ida y Creta conocidos,  675
después también sobre la cana cumbre
del viejo Olimpo, el aire de la media
región reglando su más alto cielo;
o ya en la cima délfica en Dodona
y por la tierra dórica y sus lindes;  680
o en fin, do aquel que con Saturno el viejo
por el mar de Adria a los hesperios campos
fue, y de los celtas travesando el golfo,
logró subir a sus lejanas islas.

   Todos estos y más vinieron juntos,  685
y aunque abatidos, tristes y en silencio.
todavía en sus ojos un oscuro
vislumbre de contento aparecía
de ver al jefe altivo esperanzado.
y así en la perdición aún no perdidos.  690
Él entonces seguro, y recobrando
la sólita soberbia, con muy graves
razones, aunque vanas de sentido,
reparó su temor, y gentilmente
desterró de sus pechos el desmayo.  695
Luego mandó que fuese prontamente,
al son de las trompetas y clarines,
el tremendo estandarte enarbolado.
Tocárale esta gloria por derecho
a Azazel, querubín de alta estatura,  700
el cual al punto la imperial insignia
desdobló del bruñido astil, y en alto
la enarbolando, al viento tremolada,
brilló como un meteoro refulgente,
con el oro y rubíes, que expresaban  705
en rica bordadura los trofeos
y blasones querúbicos. En tanto
sonaron los marciales instrumentos,
y todas las legiones respondieran
con un muy alto grito, a que los hondos  710
cóncavos del infierno retemblaron,
y aun se sintió de fuera el tenebroso
reino del Caos y la anciana noche.
Otras diez mil banderas al momento,
por el oscuro aire tremoladas,  715
mostraron sus colores orientales,
a cuya luz se vido un bosque espeso
de picas, de bruñidos capacetes,
y escudos muchos fuertemente unidos,
que el formidable ejército ostentaban.  720

   Al punto en ordenados batallones
se pone en marcha la tremenda hueste,
al son de dulces flautas y de pífanos,
al tono dorio y pausas acordados;
tono que en otro tiempo el noble pecho  725
de los antiguos héroes encendía
en los combates, no con rabia inútil,
sino con reflexible y firme aliento,
despreciador del susto y de la muerte;
tono grave y solemne, que inspiraba  730
tranquilos pensamientos, arrojando
de los mortales o inmortales pechos
la angustia, el duelo, el susto y el quebranto.

   Así marchaba, unida y animosa,
la falange de espirtus en silencio,  735
y al dulce son de las acordes flautas
la ardiente arena alegres discurrían;
hasta que ya avanzados se pararon,
mostrando un ancho frente formidable
con las feroces relumbrantes armas;  740
y cual las huestes del heroico tiempo,
con lanzas y paveses muy cerrados,
esperaban la voz del gran caudillo.
Entonces él por las armadas filas
tendió la experta vista, y travesando  745
rápido los inmensos batallones,
vio el orden de los suyos, sus semblantes,
su aire y estatura, cual de dioses;
al fin sumó su número, y henchido
su corazón entonces de soberbia,  750
se glorió en su poder vano y protervo,
porque jamás desde su infancia el mundo
viera ejército tal, ni comparados
con él los más famosos, parecieran
otro que cual la enana infantería  755
que lidia con las grullas, aunque a un tiempo
se ayuntasen la prole gigantea
de Flegra y los heroicos escuadrones
que lidiaron en Teba y Troya en uno
revueltos con sus dioses auxiliares;  760
los que ensalza y describe el fabuloso
cuento de Artús seguido de sus fuertes
caballeros britanos y bretones;
los que después, ya infieles, ya cristianos,
en Montalván justaron o Aspremonte,  765
en Marruecos, Damasco o Trebisonda;
y los que, en fin, Biserta envió de África
cuando allá Carlomagno y los sus pares
fueron en Roncesvalles derrotados.
¡Tanto dista el ejército tartáreo  770
de las mortales fuerzas! Todavía
guardaban sujeción al gran caudillo.

   Él, entre los demás sobresaliendo
en aire y gentileza, estaba erguido
como una torre, ni del todo hubiera  775
su lustre original perdido, y gloria;
antes como un arcángel relucía,
con luz, empero, y esplendor menguados.
Tal al romper el día el sol naciente
lanza al través de niebla matutina  780
su luz remisa, o tras la luna oculto
en pardo eclipse, a la mitad espanta
de las naciones crédulas, y anuncia
ruinas y susto a los medrosos reyes;
así, aunque escurecido todavía,  785
entre todos brillaba el alto arcángel.
Del rayo celestial las cicatrices
señalaban profundas su semblante,
y los fieros cuidados le anublaban;
empero heroico aliento y concentrada  790
soberbia a la venganza siempre pronta
anunciaba su ceño, aunque feroces
todavía en sus ojos parecían
gran lástima y crüel remordimiento,
al ver de su traición los compañeros,  795
o más bien los secuaces (¡cuán distintos
de lo que un tiempo fueran!) condenados
también con él, a pena perdurable.
Mil millones de espirtus por su culpa
arrojados del cielo, de la eterna  800
lumbre inmortal por su traición privados,
y fieles a su alianza, aunque perdido
su nativo esplendor. Así de fuego
del cielo heridos los montanos robres,
o los pinos de un bosque, aunque desnudos  805
de su frondosa copa, y chamuscados
sobre el marchito suelo, todavía
duran erguidos los eternos troncos.

   Dispuesto a razonar, hace que al punto
plieguen las dobles filas de ala a ala;  810
luego en medio sus grandes le tomaron.

   Tres veces quiso hablar, y tres las lágrimas,
cual verter puede un ángel, a sus ojos,
a pesar de su orgullo, se asomaron.
Por fin rompió, y mezcladas con suspiros  815
hallaron su camino estas palabras:
«¡Oh ejército de espirtus inmortales,
héroes sin par! ¡Oh al Todopoderoso
solmente comparables! Nuestra empresa
no tuvo infame fin, aunque esta horrible  820
prisión y tan acerba y espantosa
mudanza, el triste caso testifiquen.
Mas ¿qué penetración, qué agudo ingenio,
por más que diestro combinar supiese
lo presente y pasado, adivinara  825
que un tal poder, tan grande y tan unido
como el que aquí miramos, cedería
vencido y rechazado? Y ¿quién, no obstante,
aun después de tal rota, habrá que dude
que estas fuertes legiones, cuya ruina  830
tiene vacío el cielo, reanimadas
podrán con nuevo ardor subir de un vuelo
a recobrar sus tronos primitivos?
En cuanto a mí, testigos sean los altos
moradores del cielo, si dudoso  835
en la resolución o en los peligros
cobarde, malogré vuestra esperanza;
pero el supremo Rey, que hasta aquel día
ocupara su trono muy seguro,
sólo en su antigua posesión fundado,  840
o en la opinión y tolerancia nuestra,
descubriendo la gloria majestuosa
de su real dignidad, mantuvo oculto
el lleno de sus fuerzas, y este engaño
nos deslumbró y atrajo a nuestra ruina.  845
Pero en fin, ya desde hoy son conocidos
nuestro poder y el suyo; y si sería
locura provocarle a nueva guerra,
fuera infamia evitarla, provocados,
porque de nuestro ser la mejor parte  850
no está vencida aún. El alto ingenio
nos queda para obrar por escondidos
fraudes aquello do el poder no alcanza.
Esto a lo menos hallará en nosotros,
que no vence del todo a su contrario  855
quien sólo en fuerza le aventaja y vence.
Ya sabéis que criarse nuevos mundos
pueden en el vacío, y que el muy Alto,
según la tradición que dende antiguo
corría por el cielo, proyectaba  860
formar para estos tiempos uno, donde
plantase cierta gente venturosa,
caro objeto de todas sus delicias,
e igual en dicha a sus celestes hijos.
Probemos, pues, y a él o a otro hagamos  865
nuestra primer salida; que no siempre
han de vivir en esta sima hundidos
los hijos de la luz, ni por más tiempo
cubiertos de las sombras baratrales.
Pero esto debe consultarse agora  870
con maduro consejo, pues perdida
la esperanza de paz, ¿quién hay que opine
por la vil sumisión? Guerra, pues, guerra,
abierta o oculta, resolver debemos».

   Dijo; y luego aprobando su discurso  875
millones de querúbicas espadas,
por el aire vibradas, relumbraron,
iluminando en torno el ancho infierno,
y todos ensañados contra el trono
del muy Alto, con armas resonantes  880
dieron en los broqueles reciamente;
tanto, que el fiero son de insulto y guerra
llegó a la alta techumbre del Empíreo.

   Estaba cerca un monte, cuya horrible
cima lanzaba fuego y denso humo,  885
cubierto en lo demás de una lustrosa
costra, señal del oro que encubrían,
impregnadas de azufre, sus entrañas.
Allá voló prontísima una inmensa
brigada de guerreros, como suelen  890
ante un real campamento, bien armados
de picos y de sables, correr listos
los piquetes de bravos gastadores
a alzar una trinchera o parapeto.

   Guiábalos Mammón; Mammón, de cuantos  895
espíritus cayeron del Empíreo
espíritu el más vil, pues en el mismo
cielo siempre sus ojos y deseos
fijos del rico pavimento al oro,
pisado allí de todos, le admiraba  900
sobre la clara y refulgente gloria
que inundaba de Dios el trono santo.
De él primero aprendieron los mortales
a robar de la tierra el centro escuro;
de la tierra, su madre, y con impías  905
manos dilacerando sus entrañas,
a sacar los tesoros que piadosas
escondían. Al punto sus soldados
abren en medio el monte una ancha boca,
y grandes peñas de metal brillante  910
sacan. Nadie se admire si el infierno
engendra tal riqueza, que es muy digno
este precioso mal de aquel terreno.
Vosotros, que ensalzáis los mundanales
bienes, y con asombro andáis loando  915
las obras que erigieron los monarcas
de Babilonia y Menfi a tanta costa,
ved aquí sus famosos monumentos,
milagros de arte y fuerza, traspasados
por espirtus malditos, que en un hora  920
acaban lo que apenas en un siglo
logró el continuo afán de tantas manos.

   En el próximo llano, en muchas fraguas
que el lago ardiente por ocultas venas
del derretido fuego bastecía,  925
el macizo metal con arte extraño
fundía otra cuadrilla, y le afinaba.
Y otra que ya en la tierra varios moldes
había formado, por ocultas vías
llena sus huecos del metal herviente,  930
bien cual suele en los órganos un soplo
henchir toda la máquina, infundido
el aire a un tiempo por diversos tubos.

   Al punto sale de la tierra, pronto
como una exhalación, un ancho templo,  935
al son de melodiosas sinfonías
de instrumentos y voces, todo en torno
cercado de pilastras, y en robustas
columnas de orden dórico apoyado,
que el dorado arquitrabe sostenían.  940
Ni friso ni cornisa allí faltaban
de exquisitos relieves, y era de oro
ricamente labrado el alto techo.
Las grandezas de Menfi y Babilonia
en su más alta gloria no igualaron  945
a éstas, ni los templos de sus dioses,
Belo y Serapis, ni el dorado asiento
de sus reyes, entonces, cuando Asiria
y Egipto en fausto y pompa compitieran.
Subió la excelsa mole, y se mantuvo  950
sobre su mismo peso. De repente
se abren las brónceas puertas, y descubren
de lo interior el ámbito espacioso
y el liso y bien labrado pavimento.
Sendas filas de lámparas pendían,  955
y de ardientes faroles, de la arqueada
bóveda, que alumbraban por encanto,
de asfalto y pingüe nafta bastecidos,
y daban clara luz cual la del cielo.

   Entra la muchedumbre presurosa  960
y admirada; la obra alaban unos,
y otros del diestro artífice el ingenio,
cuya mano de antiguo conocida
fuera en el cielo, por las altas torres
que allá labrara, asiento y residencia  965
de los excelsos tronos; a quien tanto
ensalzó el Rey supremo, que les diera
el cargo de reglar en varias clases
las brillantes etéreas jerarquías.
Ni de la antigua Grecia fue ignorado  970
su nombre, ni del Lacio, do le dieron,
so el de Mulcíber, culto los ausonios.
Y como dende el cielo había caído,
fingiéronle arrojado de las altas
almenas cristalinas por la furia  975
de Júpiter airado, y que rodando
rápido por el aire, desde el alba
al mediodía, y desde el mediodía
hasta la húmida tarde, todo el curso
de un día de verano al esconderse  980
el sol, mal una estrella desgajada
dende el alto cenit, cayera en Lemnos,
isla del mar Egeo. Así lo cuentan
ilusos; mas mucho antes con los otros
rebeldes derribado hubiera sido;  985
que ni las altas torres en el cielo
alzadas le valieran, ni salvarle
las máquinas pudieron de que fuese
con su diestra cuadrilla despeñado
y enviado a edificar en el infierno.  990

   Entretanto, por orden del gran Jefe,
los alados heraldos, con terrible
aparato y al son de las trompetas,
todo el tartáreo ejército convocan
a un general consejo, que juntarse  995
debía en Pandemón, insigne corte
de Satán y sus pares. Los más dignos
fueron allí llamados desde el frente
de sus tercios, según de cada uno
el mérito y lugar. Al punto todos  1000
vienen en tropa, todos escoltados
de varia y numerosa comitiva.
Todas las avenidas con la inmensa
confluencia, las puertas y anchos atrios
se hinchen, y más el gran salón (aunque era  1005
cual un campo espacioso, do guarnidos
de reluciente acero y bien montados
suelen tornear los bravos campeones,
y a vista del Soldán, al más cumplido
paladín, a batirse cuerpo a cuerpo  1010
provocan, o a justar con lanza en ristre),
como un inmenso enjambre los espirtus
cubren el suelo, y al través del aire
sacuden sesgos las silbantes alas.
Así en la primavera, cuando monta  1015
el sol ardiente en el bicorne signo,
sacan su prole numerosa en torno
de los melifluos corchos las abejas,
y ellas entre las flores, de süave
rocío humedecidas, susurrando,  1020
vuelan, girando acá y allá ligeras,
o por la lisa tabla y odorosa,
ancho arrabal de su ciudad pajiza,
se solazan paseando, y los negocios
tratan de su gobierno; tan espesa  1025
la aérea muchedumbre se estrechaba.

   Mas dada la señal ¡portento extraño!,
los que mucho en tamaño a los terrígenas
gigantes excedieran, reducidos
a más breve estatura, ya parecen  1030
enanos. Más espesos e incontables
que la pigmea gente colocada
allende el monte indiano, o que los duendes,
cuyos nocturnos juegos a la orilla
de un solitario bosque o fuente clara  1035
mira tal vez, o sueña que los mira,
un rústico extraviado en su camino,
mientras la luna, presidiendo en alto,
se descubre, y más cerca de la tierra
lanza su tibia luz, en tanto hierve  1040
la bulliciosa danza, y la festiva
música encanta el alma y el oído
del rústico, medroso y solazado;
de esta arte los espíritus encogen
su talla gigantea, a breve forma  1045
reduciéndola, y bien que innumerables,
quedaron a su holgura en la gran sala
del infernal palacio. Más adentro,
y en su propia estatura, retirados,
formaban su sesión los serafines  1050
y querubines, grandes y señores
de la tartárea corte, y en doradas
sillas, de gloria y majestad cubiertos,
más de mil semidioses se sentaban.
Puesto silencio, y la convocatoria  1055
leída en alta voz, la junta empieza.



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