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De la noche al día

I

                                     Duerme la luz; es la hora      
en que el universo corre
a plegar en el ocaso
su estandarte de colores;
el ocaso, paño inmenso 5
de ondulantes pabellones,
lecho de tantas tinieblas,
sepulcro de tantos soles:
hora en que unidos contemplan
la calma augusta del orbe 10
los árboles en el campo,
los pájaros en el bosque,
y las olas en los mares,
y en los jardines las flores;
en que, tendiendo sus alas 15
por el confuso horizonte,
bajan a tejer las nubes,
mezclando negros crespones,
con peñascos de oro y nácar,
diademas para los montes; 20
en que entre mantos de nieblas
el crepúsculo se esconde,
último rayo del día,
primer matiz de la noche;
en que el azul de los cielos 25
chispas vivísimas rompen,
dulces ojos de los ángeles,
que al mundo miran entonces.
 

II

   Huye la tarde, impelida
a los lindes de occidente, 30
llevando al sol en la frente,
y en los suspiros la vida.
 
   Sigue la noche sus huellas,
y en los espejos del mar
se va mirando, al pasar, 35
con su corona de estrellas;
 
   y arrastra por las alfombras,
que el mundo a sus pies dilata,
una guirnalda de plata
y una túnica de sombras; 40
 
   y baña la luna el suelo,
pálida antorcha extinguida,
como lágrima perdida
que el sol derramó en el cielo.
 
   Y pasa el tiempo, y la hora 45
llega, por fin, en que ufana
se despierta la mañana,
a los besos de la aurora.
 

III

   �Por qué las aves exhalan
sus armoniosos gorjeos? 50
�Por qué derraman las flores
blandos perfumes al viento?
�Por qué se agitan los árboles?
�Por qué repiten los ecos
el murmullo de los bosques 55
entre los mares violentos,
y elevan doquier los mundos
cantos de amor y misterio?
Es que las plantas del día
pisan del orbe el lindero, 60
es que los ojos que daban
tibio albor al universo
ocultan sus áureos rayos
entre los pliegues del sueño,
y el mundo mira otros ojos 65
resplandecer en el cielo.
Es que los cierran los ángeles,
es que los abre el Eterno.



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Italia

                                            Habla, patria del arte: el mundo espera      
que eleves a la gloria,
hendiendo el aire, tu triunfante grito;
rompa tu diestra la azulada esfera,
y escriba para siempre tu victoria 5
en la frente inmortal del infinito.
   Clavado el sol en la celeste cumbre,
escucha el anatema
que lanzas a tus fieros opresores.
�No ves, Italia, palpitar su lumbre, 10
fundiendo la diadema
y el cetro de oropel de tus señores?
Cuando vas la cabeza
entre las sombras de la noche alzando,
�no ves al firmamento tu proeza 15
con sus ojos de estrellas contemplando;
y que rasgando la tiniebla oscura,
vítores mil la tempestad derrama,
y que aplauden tu fama,
chocándose, las nubes en la altura? 20
Es que el Dios de los mundos soberano,
los espacios abriendo
con su brazo terrible, va moviendo
la obediente a su voz naturaleza,
y que, al bajar su omnipotente mano, 25
al pueblo que ambiciona
libertad y grandeza,
con su divina bendición corona.
   Harto tiempo dormistes arrullada
en brazos de las aguas, olvidando 30
que tus vanos señores
aspiraban la esencia regalada
y el néctar puro y blando
del perfume oloroso de tus flores;
harto elevaste a su poder altares 35
mientras tus héroes a su voz morían,
y tu seno de virgen oprimían
las azules cadenas de los mares;
harto tiempo tuviste
al hierro atadas las hermosas manos; 40
harto la esclava favorita fuiste
del asqueroso harem de los tiranos.
Habla, pueblo, por fin; ésta es tu hora;
no esperes que otro sol haya quemado
de tu vida otra página doliente, 45
si no es �oh Italia! que el que luce ahora,
y su fulgor por la extensión ensancha,
no basta ya para alumbrar tu frente,
que acaso está velado,
de tu vergüenza con la horrible mancha. 50
   �No sientes el confuso devaneo
y el desorden profundo
que en las ondas del viento se engrandece,
y que en vago mareo
va erizando los ámbitos del mundo? 55
�No ves la idea que robusta crece
en hombros de los pueblos, las naciones
a la lucha aprestarse, las almenas
y los solios temblar, y las prisiones
con estrépito abrirse, y entre tanto, 60
al sacudir los siervos sus cadenas,
turbarse el dictador con mudo espanto
en su delirio ciego?
�No ves brillar el fuego
de los valientes que la Europa encierra, 65
y en sangre rebosar tu suelo mismo,
y a los déspotas todos de la tierra,
que cejan con horror ante el abismo?
Y �no ves a tus plantas los despojos
de poderes hundidos, 70
y que la nueva luz brilla en tus ojos,
y que el canto solemne de victoria
arrogante resuena en tus oídos?
�Por qué tus brazos con ferviente anhelo
no elevas hasta el cielo, 75
a alcanzar los laureles de la gloria?
   �Al arma, Italia! tu febril pujanza
desata en la pelea;
que el signo de tu nombre y tu esperanza
eterno espanto a los soberbios sea. 80
Hierva tu fuego hasta el nevado polo,
arroja a los tiranos de la tierra,
clava tu pie sobre su frente impura,
y déjales tan sólo
el sangriento sudario de la guerra 85
para cubrir su horrenda sepultura.
   Dios batalla por ti; será tu causa
la sacrosanta libertad del hombre,
la patria de los ángeles tu gloria,
la religión tu nombre, 90
las tumbas de los mártires tu historia;
serán tu escudo los flotantes velos
que cuelgan el cenit, tu grito el arte,
tus armas las de Dios, y tu estandarte
la azulada bandera de los cielos. 95
�Al arma, Italia! muestra coronada
de laurel victorioso tu cabeza
a los que así te vieron ultrajada,
y rueden a la nada,
cegados por la luz de tu grandeza. 100
   Pero �guay, oh nación! que entre el tumulto
de la guerrera tempestad deshecha,
con el puñal oculto
dentro del negro y pavoroso seno,
otro tirano con tesón te acecha. 105
Esa voz con que aplaude tu victoria,
esos dulces halagos, son veneno
que te ofrece, y la copa embalsamada
con que quiere embriagar tu sed de gloria,
en que tienes quizá los labios fijos: 110
esa pócima, Italia, está mezclada
con la preciosa sangre de tus hijos.
   �Despierta, pueblo! y pues a Dios le plugo
libre formar al hombre, fuera mengua
que oprimiera la lengua 115
de otro poder el vergonzoso yugo.
Los hombres de este siglo, los que vieron
del Eterno la esencia,
bordando los confines de la ciencia,
que anhelantes buscaron, 120
y que al fin en sí mismos descubrieron;
los que conciencia de su ser formaron,
irán sin duda, en el hermoso día
que oculta entre sus sombras el destino,
al santo templo del poder divino, 125
con su razón por guía,
en la frente grabado su derecho,
y el grito �libertad! sobre su pecho.
   �Habla, patria del arte! �libre sea
de manchas de baldón tu faz galana, 130
lava con sangre el profanado suelo,
su cetro a los soberbios arrancando,
y que el mundo te vea
a los aires del cielo
el estandarte tricolor lanzando, 135
o el mundo de mañana,
al nacer otro sol, te verá muerta!
�Sal, en fin, del sepulcro de tu historia,
y a la voz resonante de la gloria,
despierta, Italia; libertad, despierta! 140


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Nubes

                                       Me gusta ver el cielo      
lleno de nubes
del color de la rosa,
blancas y azules.
Rosa es tu pecho, 5
azules son tus ojos,
blanco tu seno.
 
   Y al no ver tus hechizos,
quiero, en mi anhelo,
ver al menos las nubes, 10
y miro al cielo.
�Oh suerte dura!
Me faltan �ay! las nubes
de tu hermosura.


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Inspiración

                                            �Veis a la tierra, por do quier creciendo,      
cómo empuja los anchos horizontes,
y cómo, en ondas su extensión rompiendo,
               brotan los montes?
   Es que el mundo, de hinojos humillado, 5
a su Hacedor eterno para honrar,
con luces de volcanes adornado,
               alza un altar.
 
   �Veis esos campos, ricos en colores,
velados por celajes de perfume, 10
que el aire arrebatando de las flores,
               leve consume?
   Es que las auras con su esencia bella
tiñen de azul y de esmeralda el suelo,
y bordando una flor por cada estrella, 15
               copian al cielo.
 
   Veis ese sol que bulle en el espacio,
fundiendo en oro la tiniebla oscura,
y con rayos de nácar y topacio
               rasga la altura? 20
   Es que rompiendo en fúlgida belleza
su techumbre de encajes ilusoria,
oprimida de Dios por la grandeza,
               se abre la gloria.
 
   �Veis a la noche oscurecer la esfera, 25
y alzarse de los ámbitos profundos,
arrastrando su negra cabellera
               sobre los mundos?
   Es que de tanta inmensidad medrosa
temblando la creación con mudo espanto, 30
para cubrir la faz majestuosa,
               tiende su manto.
 
   �Veis la tormenta que en los aires truena?
�Veis desatado al aquilón bramar,
y cómo en cárcel de revuelta arena 35
               cruje la mar?
   Es que la mar, la tempestad y el viento,
uno del otro reluchando en pos,
con acorde y gigante movimiento
               cantan a Dios. 40


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Canto del proscrito

     
                                          Hogares, patria, ilusiones,
que ayer mecisteis mi cuna,
juguete de la fortuna,
hoy cruzo el mundo al azar.
 
   Para sentir vuestro encanto, 5
para aspirar vuestro aliento,
vuela mi audaz pensamiento
sobre las ondas del mar.
 
   Él os dirá que camino
solo con la pena mía, 10
sin otro norte ni guía
que el rigor de mi destino.
 
   Yo le vi lejos perderse.
De la tarde con las brumas,
rodar entre las espumas, 15
sobre las aguas mecerse.
 
   Y desparecer le vi
allá, en el azul del cielo,
para pedir un consuelo
al lugar donde nací. 20
 
   Así mi anhelante idea
el ancho espacio recorre,
hasta posarse en la torre
de la iglesia de mi aldea;
 
   hasta dormirse al cariño 25
de aquellos sitios, que fueron
donde fugaces corrieron
mis tiernos años de niño.
 
   Vi, al dejarlos, el espanto
de mi triste anciano padre, 30
y los ayes de mi madre,
y de mis hijos el llanto.
 
   De una esposa el desvarío
vi, que en mis brazos lloraba,
y un corazón me entregaba, 35
que llevo aquí junto al mío.
 
   Vi mis recuerdos chocarse,
entre delirios romperse,
en vapores deshacerse,
y de mi mente borrarse. 40
 
   Y por el mundo, contino
arrastro la pena mía,
sin otro norte ni guía
que el rigor de mi destino.
 
   Cuando a la más alta peña 45
subo, del lejano monte,
que clava en el horizonte
su ruda y áspera breña;
 
   cuando a todas partes miro,
midiendo la inmensidad, 50
y el viento de libertad,
que da en mi frente, respiro;
 
   blancas y pobres cabañas
van mis ojos alcanzando,
que se levantan bordando 55
la falda de las montañas.
 
   Allí en la selva escondida
se agitan miles de seres,
que entre sencillos placeres,
felices pasan la vida. 60
 
   El pesar, con su rigor,
su ánimo noble levanta,
pues muchas veces encanta
la sencillez del dolor.
 
   Mas �ay! que viste a los llanos 65
de luto la sombra opaca,
y es la sombra que destaca
el poder de los tiranos.
 
   Ellos, en su presa fijos,
del hombre cubren los ojos, 70
para tomar por despojos
el pan y honor de sus hijos.
 
   Ellos de sangre un tesoro
llevan en su diestra impura
y ocultan la mancha oscura 75
bajo su manto de oro.
 
   Vosotros, cuya venganza
ahogar pretendió mi acento,
que en alas del vago viento
hasta los cielos se lanza; 80
 
   los que oscurecéis mi estrella,
los que me robáis la calma,
�podréis robarme esta alma,
y el odio que guardo en ella?
 
   Si de la desgracia en pos 85
dirijo la planta mía,
vuestro poder no me guía,
es la voluntad de Dios.
 
   Y mientras ciegos tembláis,
yo soy libre, mi voz canta, 90
y este acento se levanta
hasta el solio que mancháis.
 
   Mejor trono es esta roca,
y es más libre mi destierro
que ese raquítico encierro, 95
donde el poder os sofoca.
 
   �De qué sirve vuestro anhelo,
si Dios al hombre ha dotado
de un corazón perfumado
con los aromas del cielo? 100
 
   �Por qué vuestro pecho gime
con ese afán espantoso?
�Qué torcedor misterioso
la regia sien os oprime?
 
   Es que ya se desmorona 105
la maldición del Eterno,
y os sepulta en el infierno,
porque os pesa en la corona.
 
   �Ah! si dispone la suerte
que vuestro delirio ciego 110
apague mi voz de fuego
con el hielo de la muerte,
 
   sonará en la inmensidad
ese acento que os espanta,
al cortar en mi garganta 115
el grito de libertad.
 
   Y la constante memoria
de mi sangre derramada,
en vapores condensada
al resplandor de la gloria, 120
 
   caerá, cual justo anatema,
en terrible lluvia hirviente,
sobre esa pálida frente,
que escondéis con la diadema.
 
   Y en la tempestad que brama, 125
oiréis mi tremendo grito,
que, en un tormento infinito,
a vuestra conciencia llama.
 
   Y en el sol que desparece
del ocaso por la zona, 130
veréis la hermosa corona
que el cielo en mi losa ofrece.
 
   Y en el nubarrón que zumba
allá en la extensión vacía,
el sauce que Dios envía 135
para cobijar mi tumba.
 
   Seguid, asidos al trono,
devorando vuestra vida,
pálida luz extinguida
al fulgor de nuestro encono; 140
 
   yo, lejos de los hogares
que ayer mecieron mi cuna,
juguete de la fortuna,
cruzaré el mundo al azar;
 
   y para sentir su encanto, 145
para respirar su aliento,
volará mi pensamiento
sobre las ondas del mar.


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Voy a partir

A Emilia

                                          Debe ser consolador      
a un corazón, en verdad,
dar latidos de amistad
entre latidos de amor;
 
   que en la hermosa juventud 5
nacen en el corazón,
el amor, de una pasión,
la amistad, de una virtud.
 
   Y el alma que al par encierra
pasión y virtud tan pura, 10
debe hacer de una criatura
un ángel sobre la tierra.
 
   Yo miro en ti tanto bien:
perdona que te lo diga,
tú eres, Emilia, una amiga, 15
tú eres amante también.
 
   Y pues me llamas tu amigo,
y admiro en ti tal conjunto,
permite que de este asunto
hable un momento contigo. 20
 
   Más que el amor, la amistad
dichosa y feliz se vio;
porque �quién jamás unió
amor y felicidad?
 
   La amistad no tiene celos, 25
que den al alma querellas;
�los tienen, di, las estrellas
del sol que rasga los cielos?
 
   Su dulce melancolía
sólo placer atesora; 30
nunca gime, nunca llora,
y si llora, es de alegría.
 
   Y el amor, su desvarío
riega siempre con el llanto,
pues lo necesita tanto 35
como la flor el rocío.
 
   La amistad es dulce y bella
como el rayo delicado
de una estrella, que a su lado
deja brillar otra estrella. 40
 
   Y el amor es como el sol,
que no permite, en sus celos,
que bañe los altos velos
de otra luz el arrebol.
 
   La amistad es un placer 45
que sin pasiones reposa:
por eso es rara y preciosa
la amistad en la mujer.
 
   Y el amor es un dolor
que al alma de luz corona: 50
por eso el alma ambiciona
sufrir dolores de amor.
 
   �Qué pasa en el sentimiento,
cuando este dolor le inflama?
�Por qué goza, cuando ama, 55
de tan sublime tormento?
 
   Es que ardiendo en emociones,
el pecho se abrasa y gime,
porque el latido le oprime
que lanzan dos corazones. 60
 
   Es que manan sus latidos
arroyos de sangre rojos,
que suben luego a los ojos,
en lágrimas convertidos.
 
   Es que se entrega doliente 65
la razón al devaneo,
pues las sombras del deseo
borran la luz de la mente.
 
   Es que va la fantasía
subiendo por una escala, 70
toda flores, toda gala,
toda ilusión y poesía.
 
   Es que en delirante anhelo
tierno el corazón se mece;
es que el alma se engrandece 75
hasta tocar con el cielo.
 
   Es que piensa hallar allí
la extrema felicidad.
�Ay, Emilia! �no es verdad
que el amor se siente así? 80
 
   Voy a partir: su rigor
mi pecho a tu pecho fía.
Escúchame, amiga mía:
yo te encomiendo mi amor;
 
   mi amor, que Dios ha bendito; 85
mi amor, que es constante y ciego:
grande, inmenso te lo entrego;
devuélvemelo infinito;
 
   pues tú, que sabes amar,
debes sin duda saber 90
en dónde lo has de poner,
que yo lo pueda encontrar.
 
   Mi voz no desoigas, no;
adiós, en fin, cara amiga,
y que el cielo te bendiga, 95
como te bendigo yo.


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El eclipse de sol

                                             Vuela, gigante sol, rasga la zona      
bajo tu planta ardiente,
y circunda las sienes de Occidente
con las flores de luz de tu corona.
Vuela, sí; que medida 5
tengo yo de tu brillo la existencia
en el reló infalible de mi ciencia.
Ya se acerca el instante: oscurecida
tu faz brillante y bella
veré pronto a mis ojos presentarse, 10
y, retratado en ella,
me ofrecerás tú mismo
el negro espejo del inmenso abismo,
que miras a tus pies amontonarse.
Vuela, gigante sol: que todavía 15
pueda verte un momento
en la frente posar del firmamento
el rubio beso de la luz del día;
que pueda devorar con ciego anhelo
los torrentes de llamas 20
con que bordas e inflamas
los azules perístilos del cielo;
y en tus ondas de púrpura y de plata
mirar bañarse pueblos y lugares,
y derramarse en rauda catarata 25
desde la altiva cumbre,
dorando montes y tiñendo mares
el áureo polvo de tu hirviente lumbre.
Ya de tintas el aire se engalana...
Ya sonó la señal... �Qué! �De tinieblas 30
no te cubres, oh sol? �Será que al cabo
el hombre se engañó?... �Sospecha vana!
Porque tú, tan brillante y tan hermoso,
eres al fin, como materia, esclavo
de eternas leyes, a que estás sujeto 35
con impotente calma,
y el hombre, victorioso,
apagará tu resplandor inquieto
con los libres alientos de su alma.
No vueles, no; ya es tarde: 40
no luce ya tu refulgente disco,
ni en la alta cima del breñoso risco
el limpio fuego de tus rayos arde.
�Qué pincel soberano
de oscuridad te tiñe? 45
�Qué indefinible ser, qué osada mano,
laurel de sombras a tu frente ciñe?
 
   �Espantosa visión! �cómo a mi mente
y a mis sentidos pasma!
Allá, sobre los mundos, se dibuja 50
fatídica, imponente,
la mole aterradora del fantasma,
cual el reflejo lívido y sombrío
que la mano de Dios proyecta enorme,
al posarse en el sol, sobre el vacío; 55
o cual monstruo deforme,
que la luz de los cielos devorando
entre sus fauces lóbregas y oscuras,
y abriendo en lontananza
sus alas de crespón, por las alturas, 60
de negras noches coronado, avanza,
y se aproxima, y crece,
y un vértigo de fúnebres vapores
sobre mi frente deja,
y rápido se aleja, 65
y vuela, y desparece
por mares y por lagos,
la imagen de sus formas repitiendo,
y entre los aires vagos
su plumaje de nubes sacudiendo. 70
   Todo, por fin, ante mi faz se oculta...
�Qué instante!... El orbe yerto
queda, inmóvil y muerto,
y un sudario de nieblas le sepulta,
cuyos pliegues clavados 75
en la alta cumbre del espacio quedan,
y montones de abismos hacinados
con sorda calma sobre el mundo ruedan.
 
   �Qué grande es el Señor! Esas alfombras
de corpulentas sombras, 80
que cruzan la extensión de polo a polo,
son, con su masa colosal y densa,
un átomo tan sólo
del polvo que su planta,
al caminar por la región inmensa, 85
de las celestes bóvedas levanta.
Él ve desde su trono
inflamarse los ámbitos profundos
al lampo de sus fúlgidos destellos,
y las chispas de luz de sus cabellos, 90
al flotar en los aires, se hacen mundos.
Y esos lucientes astros,
que tejen a sus pies una guirnalda
de fuegos y alabastros;
esos globos de plata y esmeralda, 95
que en redor de su dedo misterioso
se revuelven y giran,
al leve soplo de su dulce aliento,
su luz, su gala y su color aspiran.
�De rodillas, mortal! Oye mi acento, 100
y ante la gloria de tu Dios eterna
tu altiva sien y tu saber prosterna.
No temas, no, caer; los otros seres
no te hallarán jamás de tus poderes
ni de tu imperio falto, 105
aunque inclinar te miren el primero
la frente ante tan grandes maravillas;
que es el hombre tan alto,
que, aun postrado ante Dios, el orbe entero
es mezquino escabel de sus rodillas. 110
 
   �Qué momentos, oh sol! �Por qué apartada
con empeño terrible
conservas de los mundos la mirada?
�Será que ver no puedes impasible
al crimen y al encono 115
sentados �ay! sobre brillante trono,
ni agitados los mares,
ni rotas las entrañas de la tierra
al rudo golpe de implacable guerra,
ni los santos altares 120
del bien y del derecho destruidos,
ni esas flores que, en campo de dolores,
recogieron los pueblos oprimidos
con sus invictas manos,
marchitas en frescura y en colores 125
al aliento mortal de los tiranos?
�Ah, si tu faz pudiera
contemplar otro mundo y otros hombres,
al lucir otra vez sobre la esfera!
�Si destacarse viera, 130
sobre un manto de siglos empolvado,
pirámides sin fin de tumbas frías,
selladas con los nombres
del poder y grandeza de otros días!
�Inmensos restos del error pasado, 135
despojos del destino,
que el ronco canto de victoria alzaran,
y eternos señalaran
a los futuros pueblos el camino!
�Ah! yo también de mi canción el vuelo 140
alzaría con éxtasis profundo,
si al dorar otra vez tu luz el cielo,
dorara un sol de libertad al mundo.
 
   Mas �qué miro! �De gotas argentinas
la bóveda se esmalta! 145
�Es que, deshecha tu corona, salta
en pedazos de estrellas fulgurantes,
sembrando los espacios de diamantes?
Cual brotan los errores y las penas
en medio de los hombres cuando oprime 150
el mal a la justicia, o cuando gime
la voz de la verdad entre cadenas,
así, cuando recoges tus fulgores
con pálido desmayo,
tú, sol, que no consientes 155
a otros astros brillar resplandecientes
ante el fuego ardoroso de tu rayo,
miras bajo tus huellas
lucir hasta las tímidas estrellas,
que de tus propias galas se vistieron, 160
y en tu lumbre su lumbre recogieron.
Mas pronto, por fortuna,
tornarás a la vida,
y apagarás su claridad mentida;
que una es la luz, cual la verdad es una. 165
 
   Respiro al fin: �oh sol, bendito seas!
Oye el grito vibrante con que el orbe
su ardiente gozo, al saludarte, muestra,
y al ver que, conducido por tu diestra,
radiante de belleza y de armonía, 170
rompiendo sombras, se adelanta el día.
Cual guerrero gigante, de su manto
los anchos pliegues por el aire tiende,
y suelta en rizos, al azar desprende
la roja cabellera de amaranto. 175
A su solemne arribo,
cubre desde el Ocaso hasta el Oriente
su armadura de púrpura y topacio:
es su espada de luz; la blande altivo,
e inflámase el espacio; 180
por casco lleva el luminar fulgente
de la brillante aurora, recamado
con golpes de lucientes arreboles,
y en el crestón de nácar y de plata
se eleva, entre vistosos tornasoles, 185
un penacho de nubes de escarlata:
ostenta por escudo al mismo cielo,
y muestra, en fin, bordado
en su extendido velo,
con rica gala y mágico decoro, 190
sobre campo de azul, un sol de oro.
 
   Y yo, al mirarte coronar los mundos,
cantaré tu hermosura; mas al tiempo
que con mi lira trémula acompañe
la prez de tu victoria, 195
haz que los cielos de mi patria bañe,
sobre campo de honor, un sol de gloria.


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La inocencia

                                          -Sabed, padre, que al llegar      
del monte a la cumbre alta,
yendo de aquí hacia el lugar,
todas las tardes, sin falta,
me encuentro un hombre al pasar. 5
 
   -Y ese hombre, niña, �te mira?
-Con vista triste y llorosa,
que sólo candor respira.
-�Y luego? -Tierno suspira.
-�Y luego? -Me llama hermosa. 10
 
   -�Y tú, inocente...? -Escuchad:
al principio con placer
agradecí su bondad,
pues Dios nos manda querer
al que dice la verdad. 15
 
   -�Y después? -Después que oí
que mirarme era su bien,
después que a mis pies le vi,
al separarse de mí,
por él suspiré también. 20
 
   -�Cómo! tu imprudencia loca
puede robarte la calma.
Hija, tu pasión sofoca.
-�Y a qué cerrarle la boca,
cuando no cabe en el alma? 25
 
   -Pasión que con tanto brío
conmueve al alma un momento,
es de amor un desvarío.
-Con que el dulce afán que siento,
�se llama amor, padre mío? 30
 
   -Y el viento de su ilusión
marchitará tu alma pura.
-�No es pura la pretensión
de ceñir su corazón
don hojas de mi hermosura? 35
 
   -�Habrás dejado entrever
a ese mancebo liviano...?
-Lo ha debido conocer,
pues cuando estrecha mi mano,
me estremezco de placer. 40
 
   -�Te estrecha? -�Tan dulcemente
en sus amorosos brazos!
-Y tú, cuitada, inocente...
-Le ciño con dulces lazos,
y orno de besos su frente. 45
 
   -�Besos!... -Uno me pidió.
-�Y bien? -Se le concedí.
-Pero... -Mi labio tembló,
y al decir mi alma que sí,
la boca dijo que no. 50
 
   -Esas caricias que ciego
te inspira el ardiente amor,
van a turbar tu sosiego.
-Pienso en ellas con temor,
con gozo infinito luego; 55
 
   y si al alma sin cesar
va una pasión agitando,
no se puede sofocar.
Padre, los males de amar
sólo se curan amando. 60
 
   -�Ay, hija! tu inexperiencia
no te deja conocer
que ese hombre, la grata esencia
de amor vino en ti a absorber;
mas se llevó tu inocencia. 65
 
   -�Tierno, muy tierno es su ardor!
Dulce a su lado es vivir!
-Mas �tu inocencia es mejor!
-�Cuán hermoso fuera unir
mi inocencia con su amor! 70
 
   -Hija mía, a desechar
tus ilusiones disponte:
tú las verás disipar...
-Yo las volveré a encontrar
en el camino del monte. 75
 
   -No; que la virtud preciada
que perdiste, desdichada,
que ha poco tu adorno era,
tiene más alta morada,
y no es ésa la carrera. 80
 
   Hacia ese celeste velo
tus tiernas miradas guía.
No es la inocencia del suelo;
que está vagando, hija mía,
por el camino del cielo. 85


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En el día de tu santo

                                       Es la vida un manantial      
de inagotable dolor,
en el que todos lloramos
una perdida ilusión;
fuente que nace entre tristes 5
recuerdos del bien que huyó,
que crece con los raudales
de llanto desgarrador,
que alimenta sus murmullos
con ayes del corazón, 10
que entre riberas de penas
sigue su curso veloz,
regando flores marchitas
con lamento bullidor,
y que entre mares de muerte, 15
que nunca el alma cruzó,
derrama de su corriente
la melancólica voz.
Acaso rugen sus aguas
con indomable furor 20
al soplo de la esperanza,
o al viento de la pasión;
acaso de la fortuna
el inconstante favor
tiñe sus ondas de oro, 25
de placer o de ambición;
acaso sobre sus sombras
se eleva, cual limpio sol,
algún destello de gloria
o algún suspiro de amor; 30
mas pronto esperanza y oro,
y lauros y galardón,
se disipan como sueños
que el alma triste forjó,
y el manantial de la vida 35
corre con fúnebre son,
��adiós!� diciendo a las glorias,
��adiós!� diciendo al amor,
mientras el eco en los aires
repite lúgubre: ��Adiós!� 40
Ésta, Matilde, es la historia
del tiempo que ya pasó,
y ésta será del futuro
la verdadera lección.
Hoy sientes correr los años 45
sin inquietud ni terror,
hoy miras tu aniversario
pasar con grata emoción,
sin volver quizás los ojos
al tiempo que viene en pos; 50
porque tus rizos cabellos,
que el ébano ennegreció,
reciben de las delicias
el beso murmurador,
y la juventud te presta 55
su rica fascinación.
Ella coronó tu frente
con su blanquísima flor,
ella de tu esbelto talle
las formas engalanó, 60
tus labios pintó de ardiente
finísimo bermellón,
y matizó tus mejillas
con sonrosado color.
Quiera Dios sobre tus días 65
derramar su bendición,
y sobre tus verdes años
su aliento consolador,
cuantos tus ruegos eleves
a su celeste mansión; 70
quiera Dios que nunca sientas
coronada, como yo,
de secas hojas tu frente,
de espinas tu corazón,
de negras sombras tu gloria, 75
de desengaños tu amor,
de estériles amarguras
tu juventud; quiera Dios
que sobre este manantial
de inagotable dolor 80
no llores nunca, Matilde,
una perdida ilusión.


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Isidoro Máiquez

                                                          Sol de la hispana escena, sin segundo.

(Martínez de la Rosa.)

 
                                            Inmenso mundo, que al azar caminas      
colgado en las serenas
regiones del azul, con las cadenas
del poder infinito; que iluminas
con antorchas de genios inmortales 5
tus misteriosas huellas;
detén, clavado en la extensión, la planta.
A tus ojos la sombra se levanta
de un hombre que en tu suelo,
la altiva frente levantando al cielo, 10
ciñó corona fúlgida de estrellas.
De su numen las gracias celestiales
al noble impulso de su fama canto.
Óyeme, pues, mientras mi voz levanto
en honor de ese hombre: 15
�De rodillas, oh mundo, ante su nombre!
 
   Flotante en las alturas, y enlazada
entre nubes de rosa,
hay un arpa suavísima, esmaltada
con mágicos colores, 20
que en la celeste bóveda se extiende;
sus cuerdas prodigiosas
son guirnaldas de estrellas y de flores,
su dulce canto los espacios hiende,
su melodiosa voz el aire llena; 25
pura, encantada lira,
que en manos del Señor terrible suena,
y en manos de los ángeles suspira.
Derrama �oh cielo! sus divinos sones
en mis pobres canciones, 30
y vierte en mis acentos su armonía,
en nombre del artista y su memoria,
en nombre de su gloria,
en nombre �oh cielo! de la patria mía.
 
   �Cuán hermoso es nacer cuando las puertas 35
de la existencia humana
la mano del Eterno tiene abiertas,
y de luz con sus rayos engalana;
y al pisar los dinteles
de la dorada esfera, 40
donde ruedan los aires de la vida,
sentir que ciñen la cabeza erguida,
tejidos con los aires, mil laureles;
y al sacudir la frente,
que el puro brillo de la luz primera 45
reflejar ambiciona,
sobre la sien ardiente
sentir que brota la inmortal corona!
 
   �Cuánto gozar debiste,
insigne Máiquez, los hermosos días 50
en que el ídolo fuiste,
sobre la hispana escena,
del pueblo inmenso que a tus pies tenías!
Pálido entonces de placer veías
la atmósfera crujir, de aplausos llena, 55
y tu voz suspendiendo
las almas todas, resonante alzarse,
y al espacio elevarse,
las ondas de los vítores rompiendo.
 
   �De la gloria alcanzar la ilustre palma, 60
sentir su arrullo y su armonioso tono
resbalar por tu oído,
y ensancharse tu alma,
y alzarse a Dios hasta tocar su trono,
y al murmullo del mágico sonido, 65
dormirte de coronas en un lecho,
mirar crecer la admiración y el pasmo,
y venir a estallar contra tu pecho
el vibrante clamor del entusiasmo;
y luego, en el momento 70
en que tu voz callaba,
expresando la acción tu sentimiento,
entre el mudo silencio que reinaba,
escuchar comprimirse las pasiones,
y aplaudirte, al latir, los corazones; 75
mirar de espanto enmudecer el arte,
contemplar a los reyes y a los sabios
sus plácemes brindarte,
y con placer profundo,
al soplo de tus labios, 80
sentir de dicha estremecerse el mundo!
 
   �Cuánto gozar debiste! �qué embeleso
debió brillar en tu febril mirada
tras de la gloria en el azul lanzada!
Las obras del artista son el beso 85
de paz y de ventura,
que da la inspiración a la belleza,
al hacer descender desde la altura
sobre la tierra su inmortal cabeza;
sólo la inspiración pudo enseñarte 90
a clavar tus estrellas en la esfera
que baña con su luz el sol del arte;
porque la noble y fiera
acción de Roma libre, la serena
calma de Bayaceto, 95
y del Orestes el ardor inquieto,
y del triste Mitrídates la pena,
y de Bruto el anhelo,
y la pasión terrible del Otelo,
son estrellas del cielo de poesía, 100
que radiante cubría
la inmensa gloria de tu vida entera;
de aquel cielo de lumbre prodigiosa,
que dosel de tu trono entonces era,
ahora quizá de tu sepulcro losa. 105
 
   �Sepulcro! sí. Cuando en la fresca orilla
que en el Genil retrata su belleza
encuentres, caminante, una sencilla
y blanca cruz de piedra, dibujada
sobre el manto de flores de Granada, 110
repara, al detener el pie cansado,
que Máiquez vive allí; que su grandeza
los siglos ha llenado;
que el gigante cadáver de su gloria
no cabe en el sepulcro de la historia, 115
y que su genio grande, sin segundo,
ornado siempre de brillantes galas,
lanzó al espacio las hermosas alas,
y tendiendo una de ellas sobre el mundo,
y otra enredando en los azules velos, 120
quiso, al unirlos con tenaz porfía
en eterna armonía,
enlazar a la tierra con los cielos.

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