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A mi madre

Al partir

                                         Es verdad; en mi alma      
pintarse miro,
con colores de llanto,
triste suspiro
es el aliento 5
que derrama en mis penas
tu pensamiento.
 
   Es que mañana, madre,
viene la ausencia
a oscurecer la aurora 10
de tu presencia.
�Aurora vana!
Hoy brillante de rayos,
sombra mañana.
 
   Por eso de los cielos 15
la gracia imploro,
y por eso en la tierra
vierto mi lloro.
�Ah! lloro escaso,
forma un mar, que se oponga 20
siempre a mi paso.
 
   No faltará mañana,
si hay que cruzarle,
un bajel de desdichas
en que pasarle; 25
que en mar de amores
no flotan más bajeles
que los dolores.
 
   Perdona, madre; el labio,
cual triste lira, 30
al eco de tu acento,
ronco suspira.
�Ah! el desvarío
tan sólo arranca quejas
al labio mío. 35
 
   Voy a partir al cabo,
dejando impreso
en la flor de tus labios
mi ardiente beso:
nuestros amores 40
guardan besos tan puros
como las flores.
 
   Haz, madre, que su gala
no se marchite,
por más que tu gemido 45
su aroma agite.
Quiero encontrarlo
otra vez en tus labios,
y allí besarlo.
 
   �En amores la ausencia 50
es como el aire,
que apaga el fuego chico,
y aviva el grande.�
Esto decía
un cantar que recuerda 55
la infancia mía.
 
   Yo comparo a las sombras
�ay! mis amores;
que cuanto más se alejan,
se hacen mayores. 60
�Do irá mi calma,
si la luz de mis sombras,
madre, es tu alma?
 
   Cuando pierden mis ojos
la altiva cumbre 65
donde engarza la aurora
perlas de lumbre,
y en mis hogares
no escuche los murmullos
de nuestros mares; 70
 
   cuando miren mis ojos,
pardas y extrañas,
las faldas gigantescas
de mis montañas,
y ya perdido, 75
contemple el santo suelo
donde he nacido;
 
   cuando a través del llanto
mire a los montes
orlar, cual vagas nubes, 80
los horizontes;
en mi agonía,
derramaré en los aires
un ��madre mía!�
 
   Y al llegar a tu lado 85
mi voz doliente,
y al posarse mi beso
sobre tu frente,
tu desvarío
derramará en los aires 90
un ��hijo mío!�
 
   Y al chocarse en los aires
los dos acentos,
de lágrimas bordando
nubes y vientos, 95
la gloria pura
enjugará en sus velos
tanta amargura.


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La victoria de Tetuán

                                            Hijos de aquellos cuya altiva frente      
el sol de rayos coronó en Oriente,
y el mundo todo, ante su faz abierto,
recorrieron en rápidos corceles,
barriendo con sus blancos alquiceles 5
las revueltas arenas del desierto;
hijos de aquellos que la España un día
en sangrientos girones desgarraron,
y de Alhambras y cármenes bordaron
el manto de la hermosa Andalucía: 10
�Dónde están los aromas y las flores
que exhalaron ayer vuestros jardines?
�Dónde vuestros mayores
ocultaron la lanza vencedora
de aquellos esforzados paladines? 15
�Dónde apagó su acento
la dulce trova que en la guzla mora
lanzaba la doncella enamorada
a las ondas del viento
que arrullaba las flores de Granada? 20
 
   Huyeron �ay! por siempre.
Ha cuatro siglos que las turbias olas
de los vecinos mares
no quiebran sus espumas
al pie de los dorados alminares 25
que alzasteis en las playas españolas.
Ha cuatro siglos que las blandas plumas
no acarician aquí de las esclavas
los desnudos encantos,
entre sedas y perlas y oro presos, 30
ni mezclan en el aire con sus giros
los lúbricos suspiros,
ni en el harem los perfumados besos.
Ha cuatro siglos que en la opuesta orilla
vuestro orgullo recuerda su quebranto, 35
al mirar con espanto
la sombra que las torres de Castilla
dejan caer en la africana tierra.
Y roto allí vuestro poder reposa
como en lóbrega tumba, y una losa 40
de cuatro siglos vuestra tumba cierra;
y al soplo de los recios vendavales,
profundos ayes del simoun violento,
se arrastra en los tendidos arenales,
desgarrado y sangriento, 45
el rojo airón de la imperial bandera;
y al escuchar la voz de la venganza,
el águila altanera,
que en las rocas del Atlas se cernía,
cantando el lauro de la hueste impía, 50
sus corvas alas al desierto lanza,
y en grito ronco y fuerte,
cual cantó su poder, canta su muerte.
Y ya un sudario de vergüenza oculta,
-cadáver yerto-, a vuestra estirpe brava, 55
y hendiendo el aire la cristiana clava,
vuestra frente arrogante
en el polvo sepulta.
Álzase luego rápida, humeante,
y al viento, cual despojos, 60
lanza, mezclados en turbión deshecho,
la sangre que destila vuestro pecho
y el llanto que derraman vuestros ojos.
 
   �Victoria, sí, victoria! En sangre rojos,
cubren montes y llanos 65
esparcidos trofeos,
que arrojaron cobardes vuestras manos.
�Sí! �Mirad por do quiera
vuestras hordas huir! �Bajad las frentes!
El cielo en vuestro daño persevera, 70
y de ellos son testigos elocuentes
Negron, Guad-el-Jelú, Zamir y Anghera.
�Sí! Vencido y deshecho en la pelea
vuestro feroz orgullo no domado,
ya, sobre el alto muro abandonado, 75
el hispano pendón al viento ondea.
�Victoria, sí! Verted ardiente llanto,
que escalde el rostro, por el sol teñido,
al mirar abatido
vuestro antiguo poder, de estrago tanto 80
en las horas horrendas.
�Victoria, sí! Las destrozadas tiendas
de la gente africana
sangriento el sol alumbrará mañana.
La victoria es el lema 85
que el justo lleva en su pendón grabado;
es la sola diadema
que laureles de paz ciñe al soldado;
es de la sangre la postrera gota
que derraman los héroes en la tierra; 90
es el beso de amor, que ronco brota
de los ardientes labios de la guerra.
 
   �No os lo dijimos ya? �No percibisteis,
al soñaros soberbios y potentes,
el rudo acento de la voz sonora, 95
que, nacida de un mundo de valientes
en el pecho iracundo,
y sonando en los aires vengadora,
cayó en el otro mundo?
�A vuestra patria iremos, 100
-clamó el reto, salvando los espacios-;
si a la sombra del dolo nos vencisteis,
a la luz del honor os venceremos,
y los regios palacios
que en nuestro suelo fabricasteis antes, 105
con los blancos turbantes
de la morisca luna alfombraremos.�
Dijo; y el viento, que en redor cruzaba,
el reto entre sus ondas esparcía,
y el mar, que entre nosotros se agitaba, 110
el reto entre sus ondas escribía.
 
   �Y gritáis �libertad�! Callad, esclavos,
que, al carro de los déspotas uncidos,
sus miserias cantáis y sus pasiones,
y llevéis oprimidos 115
con cadenas de error los corazones.
Para siempre sucumba
vuestro poder; en la extensión desierta
ocultad con pavor vuestros enconos;
abrid a los tiranos una tumba, 120
con el polvo cubierta
de los rotos pedazos de sus tronos,
y los aceros castellanos labren
la libertad de los que ciegos gimen;
que los brazos del déspota se oprimen 125
donde los brazos de la cruz se abren.
 
   �No os lo dijimos ya? Vuestra impotencia
�no vio que con el dedo de la gloria
nuestra suerte trazó la Providencia
en las hojas del libro de la historia? 130
El águila gigante,
que, en las alturas remontada un día,
por cielos y por mares esparcía
su hermoso cambïante
de blanca luz y de colores rojos; 135
la que adornó a la Europa con sus galas,
y derramó por la apartada zona
de América las plumas de sus alas;
la que posó en Italia su corona,
en Grecia sus despojos, 140
y allá en la inmóvil oriental rüina
el áureo rayo de sus negros ojos;
el águila latina
clava en Marruecos la terrible garra,
y, rompiendo las sombras del ultraje, 145
en girones al África desgarra
para ornar su fantástico plumaje.
Ella, cruzando el ámbito profundo,
bajó del cielo a dominar el mundo;
ella, elevando el arrogante vuelo, 150
el mundo debe levantar al cielo.
 
   �Valor, soldados! Vuestros hechos dicen
que España torna a sus hermosos días.
�Ansiáis laureles? En el suelo crecen
del rico carmen que pisáis ahora, 155
y entre rosas y mirtos embellecen
la ardiente sien de la sultana mora.
�Queréis himnos, y trovas, y armonías,
que el lauro que lograsteis eternicen?
El África unirá vuestras canciones 160
al enorme concierto
del áspero rugir de sus leones.
�Queréis palmas? En medio del desierto
sobre la frente del simoun cimbrean.
Cruzad con ellas los revueltos mares, 165
y, benditas al pie de los altares,
ceñidas luego a vuestra frente sean.
 
   Y vosotros, que en medio del delirio
del combate caísteis,
ceñidos con la palma del martirio, 170
nobles héroes, oíd: -La losa fría
que desde ayer sobre vosotros pesa
para seguir la comenzada empresa
nos servirá de guía.
No moriréis jamás, y vuestra suerte 175
vivirá de la patria en la memoria.
La tumba de los hombres es la muerte,
la tumba de los héroes es la gloria.


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El beso

                                            El beso, como tierna mariposa,      
que va de flor a flor volando breve,
de boca a boca desprendido, mueve
sus tenues alas de color de rosa;
   es a veces sonrisa cariñosa, 5
que el dulce gozo sobre el labio llueve,
o lágrima tal vez ardiente y leve,
que del llagado corazón rebosa;
   o bien suspiro triste y anhelante,
que da la angustia a la perdida calma; 10
mas para mí, que gimo delirante,
   de amor ornado por la hermosa palma,
es la esencia del alma de mi amante,
que baña las esencias de mi alma.


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Últimos momentos del diluvio

                                            Tembló la sombra: su fantasma fría      
conmovieron del trueno los acentos,
gemidos de dolor y de agonía,
que derramó la tempestad sombría,
encadenada en brazos de los vientos. 5
 
   Las olas de las aguas revolvieron
su masa turbulenta,
la tormenta en sus senos oprimieron,
y, bramando en los aires, ascendieron
a escupir en los cielos la tormenta. 10
 
   Y cesaron por fin: envuelto el mundo
quedó en sombras flotantes y talares,
y con temblor profundo
estremeció el diluvio moribundo
su sudario de nieblas y de mares. 15
 
   Lívidos rayos en redor brillaron,
cual pálidas antorchas sepulcrales,
y un cadáver inmenso iluminaron,
y encima de él cruzaron
las tinieblas sus mantos funerales. 20
 
   Y al fin, su brazo el huracán tendiendo,
limpió de sombras la extensión entera,
ondas y nubes por do quier barriendo,
los mares esparciendo,
y arrancando al azul su cabellera. 25
 
   Y ornado de fugaces resplandores,
tendido allá por los celestes velos,
alzose luego el arco de colores,
cual diadema de flores,
coronando la frente de los cielos. 30
 
   Y el mundo vio, radiante de ventura,
al sol verter su fúlgido tesoro;
águila enorme que cruzó la altura,
rompiendo el velo de la niebla oscura
con sus alas de púrpura y de oro. 35
 
   Y pensó, contemplando la belleza
de aquella luz que al orbe coloraba,
que sobre su cabeza,
con inmensa fijeza,
el ojo del Eterno le miraba. 40


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Lo que dice mi madre

                                            Dejadme que a la inclemencia      
me abandone del dolor,
pues tienen preso a mi amor
las cadenas de la ausencia.
 
   Dejad que mi dulce calma 5
enturbien tristes enojos;
dejad que lloren los ojos
las penas que siente el alma.
 
   Dejad al llanto extinguir
el fuego de mi pesar: 10
�es tan hermoso llorar
cuando se llega a sufrir!
 
   Dejadme, en fin, al rigor
de mi suerte sucumbir:
�es tan hermoso morir 15
cuando se muere de amor!
 
   Y mi amor es una herida
por el mismo amor curada;
es lágrima derramada
sobre la flor de mi vida. 20
 
   Es la encantadora palma
que de paz ha coronado
a un corazón engarzado
en el nácar de mi alma:
 
   pasión sin celos ni pena, 25
sol sin mañana ni tarde,
fuego donde siempre arde
el cáliz de una azucena.
 
   Es un infinito anhelo
por Dios en mi ser creado; 30
es el aroma exhalado
en un suspiro del cielo:
 
   rayo de luciente oro,
que lanza el sol de mi gloria,
pues mi amor es la memoria 35
del hijo que ausente lloro.
 
   Siempre mi mente atesora
este pensamiento fijo:
�No sabéis lo que es un hijo
para una madre que llora? 40
 
   Yo, que he vivido mirando
sin cesar sus ojos bellos,
rizándole los cabellos
calor de mi aliento blando;
 
   yo, que con constante empeño 45
pasé noches, una a una,
sentada al pie de su cuna,
velando su dulce sueño;
 
   yo, que aspiré la fragancia
de la flor de su existencia; 50
yo, que arrullé la inocencia
de los juegos de su infancia;
 
   yo, que al Hacedor un día
tierna le enseñé a adorar;
yo, que le enseñé a rezar 55
ante la Virgen María;
 
   yo, que con ansias extrañas
formé su dicha cumplida,
porque me arranqué su vida
del fondo de mis entrañas, 60
 
   hoy sólo puedo exclamar
en amante desvarío:
��En dónde estás, hijo mío,
que no te puedo abrazar?�
 
   Aura, que me das tu aliento, 65
sueño, que me das tu calma,
id, y verted en su alma
la luz de mi pensamiento.
 
   Mansas olas de los mares,
que bañan la patria mía, 70
llevadle siempre alegría,
trayéndome sus pesares.
 
   Sol, que cruzas del espacio
por los ámbitos azules,
ornando, al pasar, sus tules 75
con guirnaldas de topacio;
 
   dile que mi amor es fiel,
dile que mi afecto es ciego,
dile que si al cielo ruego,
estoy rogando por él. 80
 
   Blanca luna, que en el río
bañando tus rayos vas,
y que tanto mirarás
los ojos del hijo mío;
 
   faro de triste consuelo, 85
que brillas, pálido astro,
cual lágrima de alabastro
en las pupilas del cielo;
 
   dile que por él suspiro,
que tu luz mi amor retrata, 90
y que tu rostro de plata
mire cuando yo le miro.
 
   Así unirás de los dos
el cariño puro y santo,
tú, que te aproximas tanto 95
al trono donde está Dios.
 
   Y así, si mi pecho alcanza
una esperanza, creeré
que Dios con tu luz da fe
a la luz de mi esperanza. 100
 
   �Qué otro consuelo quedar
puede ya a mi padecer?
�Es tan hermoso creer!
�Es tan hermoso esperar!
 
   Dejad que, en mi desventura, 105
escriba, esperando en tanto,
con letras de ardiente llanto
la historia de mi amargura;
 
   dejadme, sí; que el dolor
mis lágrimas borrarán; 110
dejadme sentir mi afán,
dejadme llorar mi amor.


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La última estrella

A Ángela

                                            Iba la noche a declinar; volaba,      
meciéndose entre sombras, hacia ocaso,
y con su masa informe,
montones de tinieblas arrastraba,
al extender su paso. 5
Asida al brazo enorme
del oscuro fantasma de Occidente,
marchaba a sepultarse en lo profundo;
y el soñoliento mundo,
con pasmo mudo y frío, 10
del ancha faz de la breñosa frente
miraba alzarse su fanal sombrío.
derramando serena,
en vez de rayos, trémulos suspiros,
la triste luna su fulgor borraba, 15
y cual blanca azucena,
que, arrancada del tallo, entre sus giros
el huracán agita,
entre nubes rodaba
por el espacio, pálida y marchita; 20
y el azul esculpido
se mostraba de chispas fulgurantes,
vivísimas y bellas,
cual si hubiera la luna sacudido
su corona de plata y de diamantes, 25
sembrando el cielo por do quier de estrellas.
Iba la noche a declinar, y ufana
se aprestaba a seguirla la mañana,
pintando con suavísimos fulgores
el tachonado velo 30
de cándidos colores,
tibio rubor con que bañaba el cielo
su faz encantadora,
al sentir dulcemente
palpitar en los labios del Oriente 35
el rojo beso de la blanca aurora.
 
   Yo estaba solo en medio del recinto
de un mundo helado, muerto,
y mi loca y ardiente fantasía,
comprimida en confuso laberinto, 40
reposaba también: me parecía
que el orbe era un desierto,
y yo la humanidad; sólo vivía
en torno de mi frente
el rumor imponente 45
de las sombras, que, vagas, arrastrando
por las tendidas faldas
sus flotantes guirnaldas,
me estaban en sus pliegues encerrando;
y una pesada calma 50
ataba en nudo estrecho,
con cadenas de asombros, a mi alma
en el oscuro fondo de mi pecho.
Vibró al cabo un momento
el denso pensamiento 55
que daba al triste corazón martirio,
buscando con frenético delirio
luz y vida, y placer y sentimiento.
Creyó mi afán que el cielo era la losa
extensa y tenebrosa 60
que rápida bajaba,
desplomándose, al fin, desde la altura,
y con su vasta inmensidad tapaba
de los mundos la horrenda sepultura:
y me sentí morir, y el mudo espanto 65
que encerraba a mi ser rasgó su muro
por dar salida al oprimido llanto;
mas no pude llorar: al labio gritos
pidió mi devaneo;
y el labio, seco y duro, 70
negose a derramar los infinitos
insaciables torrentes del deseo.
Ansié después en vano
viento que el mar de mi dolor barriera,
aire que el pecho respirara ufano, 75
y sobre todo, luz mirar do quiera,
brillar espacios y encenderse luego,
y ver girar en torno de mi cráneo
un infierno de fuego,
que al campo hirviente de sus rayos rojos, 80
apagara instantáneo
la sed voraz de mis ardientes ojos.
En tan horrible extremo
rompí del estupor los eslabones
con un esfuerzo mágico, supremo, 85
alzando al cielo los dolientes brazos,
mordiendo un �ay! que vaciló en mi boca,
retorciendo del alma los pedazos,
haciéndola gemir en sus prisiones,
y en fin, volar desesperada, loca, 90
en busca de otra luz y otras regiones.
Y se lanzó: con ímpetu violento
las cumbres escaló del firmamento;
mas al buscar las huellas
que en él dejó grabadas la aureola 95
de la fúlgida luz de las estrellas,
vio una sola no más, �ay! una sola,
que, cual postrer quejido de agonía,
con lívido desmayo,
tristísima vertía 100
su dulce y tenue y macilento rayo.
Yo bebí su fulgor, y la mirada
en su brillo fugaz dejé posada,
con infinito anhelo,
con eterna constancia 105
libando ansioso y devorando esclavo
la ilusión de su lánguido consuelo.
Y el tiempo trascurrió; borrose al cabo
el débil resplandor, y en la distancia
la estrella se perdió: �tormento extraño! 110
Después de contemplar desvanecida
su blanca luz, con lisonjero engaño,
soñaban verla aún, clara y serena,
los ciegos ojos de mi amarga pena.
Mas �ay! la mente la miró perdida, 115
y yo corrí, desfallecido, inerte,
a dejar en los brazos de la muerte
el último suspiro de mi vida.
De repente �oh placer! latió mi seno,
y sentí con dulzura 120
nadar al alma mía
en un mar de color y de armonía:
era que, puro y de belleza lleno,
radiante de hermosura,
rompiendo sombras, se elevaba el día. 125
 
   Ángela, escucha: cuando el labio gima
con ayes de dolor, cuando la angustia
tu corazón oprima,
y una lágrima sienta
tu mejilla rodar, pálida y mustia; 130
cuando acercarse mires en tu daño
la figura sangrienta
del espectro fatal del desengaño;
cuando tu pecho tuerzas
entre los hierros del espanto ciego, 135
y no puedas llorar tu amarga suerte,
ni dar al alma sentimiento y fuerzas,
ni alzar al cielo el suplicante ruego;
cuando sientas el beso de la muerte
tu boca acariciar, y en lontananza, 140
tu vista dolorida
contemple ya perdida
la postrera ilusión de la esperanza,
no doblegues la flor de tu existencia
al huracán sañudo 145
que agosta el corazón del desdichado,
pues te guarda quizá la Providencia
consolador escudo,
donde hallarás bordado
con risueños y mágicos colores, 150
en campo de placer, un sol de amores.


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Canto del águila

                                         Como lágrima triste,      
que el mundo llora,
por el rostro del cielo
rueda la aurora;
y yo, entre tanto, 5
hago que por los aires
ruede mi canto.
 
   La tierra de colores
se viste ufana
a los rubios fulgores 10
de la mañana.
Mundo, despierta;
que la estrella del alba
llama a tu puerta.
 
   También su albor luciente 15
llega a mi lecho,
dando luz a mi frente,
vida a mi pecho;
también yo, ufana,
me visto los colores 20
de la mañana.
 
   Baña el sol de los montes
la altiva cumbre,
derramando en los valles
mares de lumbre; 25
álzase luego,
y ciudades y torres
borda de fuego.
 
   También el sol saliente
baña el encaje 30
que borda los dibujos
de mi plumaje:
sus rayos rojos
a lanzar por la esfera
vuelven mis ojos. 35
 
   Cuando el sol por Oriente
su luz levanta,
tiende el mundo los mares
ante su planta;
pero mi pluma 40
bañan del sol los rayos,
del mar la espuma.
 
   Lanza el sol a las aguas
sus hebras blondas,
y el mar para cogerlas 45
lanza sus ondas;
y yo, entre tanto,
sobre el sol y las aguas
lanzo mi canto.
 
   Es mi lecho de amores 50
la parda roca
que, en la cima del monte,
al cielo toca:
en sus cimientos,
rotos contra las peñas, 55
crujen los vientos.
 
   Mientras que allí domino
los horizontes,
la una garra en las nubes,
la otra en los montes, 60
y, en mi deseo,
sobre montes y nubes
me señoreo;
 
   mientras sobre la lumbre
de los volcanes 65
miro rizar mis alas
los huracanes,
y hasta en el seno
de mi cóncavo nido
gemir el trueno; 70
 
   el hombre en sus palacios,
pobres, pequeños,
soñando en su grandeza,
duerme sus sueños.
Mentira al cabo: 75
�sólo es grande el que es libre,
y él es esclavo!
 
   Yo cruzo los espacios
con vuelo altivo,
yo tan sólo soy libre, 80
yo sola vivo.
Sí, no te asombre,
mundo: yo soy más libre
que lo es el hombre.
 
   Su libertad el hombre 85
siempre pregona.
Y al oro la encadena
de una corona;
mi rudo anhelo
no sufre más corona 90
que el alto cielo.
 
   Y el hombre muere ahogado,
bajo del peso
de doradas cadenas
de leyes preso. 95
Si su memoria
a través de la muerte
busca la gloria,
 
   se erige un monumento
con ciego encono, 100
un trono amontonando
sobre otro trono.
�Gran desvarío!
�Llegarás con tus tronos
al trono mío? 105
 
   Mis leyes son los aires,
y los desgarro,
haciendo entre sus ondas
rodar mi carro.
Mundo, tus reyes, 110
cual la araña sus telas,
tejen sus leyes.
 
   Cuando el sol a la tarde
pálido llama,
y su llanto de luces 115
triste derrama;
cuando las brumas
abandonan su blando
lecho de espumas;
 
   cuando del verde campo 120
forma el ramaje
oscuros pabellones
con su follaje,
y en todas partes
cuelga la negra sombra 125
sus estandartes;
 
   cuando cierran las flores
su casto broche
y bordada de nieblas,
se alza la noche; 130
yo me levanto,
y entre el mudo silencio
suena mi canto.
 
   Y mientras en los aires
voy a arrojarme, 135
y en la faz de la luna
voy a mirarme,
rasgan mis huellas
alfombras de esmeraldas,
techos de estrellas. 140
 
   Yo cruzo los espacios
con vuelo altivo,
yo tan sólo soy libre,
yo sola vivo.
Sí, no te asombre, 145
mundo: yo soy más libre
que lo es el hombre.
 
   Despierta de tu estéril
sueño profundo,
y a través de tu gloria 150
mírame, mundo.
Mírame: al cabo
�sólo es grande el que es libre!
Tú eres esclavo.


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El tránsito

                                            De polvo y sangre y de sudor cubierto,      
llegó de los confines del desierto
               el rudo cazador;
y al penetrar hambriento en la morada,
así dijo, con voz entrecortada, 5
               a su hermano menor:
�En el materno vientre palpitante
comenzamos la lucha, que constante
               nuestro destino fue;
mas hoy la paz a proponerte llego: 10
parte conmigo tu alimento, y luego
               por ti trabajaré.�
Y contestó Jacob: ��Piensas, hermano,
que asida a tu talón salió mi mano
               por pasajero azar? 15
No; que el Eterno me mandó a la tierra
para dar al Ayer continua guerra,
               y siempre caminar.
Mi sol sobre tus soles se levanta;
pasó tu edad, la huella de tu planta 20
               ha de borrar mi pie:
cédeme, pues, en inviolable pacto
tu primogenitura, y en el acto
               mi plato te daré.
-No entiendo tu lenguaje, ni es mi oficio 25
leer el porvenir..., mas tu servicio
               mi hambre saciará.
Justo será que mi derecho lleves.
Lo cedo: tuyo es. -Jurarlo debes.
               -Lo juro. -Bien está.� 30
 
   Y el padre ciego, que en el lecho estaba,
así dijo a Jacob, que se acercaba:
               �Dime: �quién eres tú?
-�No me conocen ya tus ojos yertos?
Toca mis brazos, de vellón cubiertos; 35
               padre, soy Esaú.�
Rebeca, que dispuso la falsía,
la cabeza del hijo sostenía,
               temblando de emoción;
y engañado Isaac, dejó sin pena 40
sobre la frente de Jacob serena
               su santa bendición.
Así en pastor el cazador mudado,
abandonando luego su ganado,
               tornose agricultor; 45
y añadieron los hombres más blasones
al libro que será de sus acciones
               eterno guardador.
Así la mano que sus hojas pasa
plegó la tienda y levantó la casa, 50
               matriz de la ciudad;
después... entre los tiempos avanzando,
del mundo por los ámbitos rodando
               siguió la humanidad.


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La predicción

                                               Por la celeste altura      
pasaba el sol volando, y en la tierra
una vasta llanura
que en el lejano cielo se perdía,
al rojo fuego de su lumbre ardía. 5
Arriba un mar azul, mostrando llenas
con espumas de nubes y de llamas
sus hondas cavidades,
y abajo un mar de arenas,
coronado de inmensas soledades. 10
 
   Erguida y altanera,
y en los llanos estériles clavada,
se alzaba una palmera,
de su sombra no más acompañada,
como un jirón abierto 15
sobre el árido manto del desierto.
 
   Con el semblante de dolor sombrío
y desmayado paso,
con un odre vacío
pendiente de la espalda, 20
rasgados en pedazos
los anchos pliegues de la blanca falda,
con un niño dormido entre sus brazos,
cansada y sudorosa,
al pie del rudo tronco 25
una mujer llegó, joven y hermosa.
 
   Sentose y suspiró, y en sus rodillas
posó del hijo la infantil cabeza,
y por guardarla más de los destellos
del luminar ardiente, 30
las trenzas extendió de sus cabellos,
con tierno afán, sobre la pura frente;
y decayó su espíritu abatido,
y sus ojos lanzaron con tristeza
una mirada al cielo, 35
y un torrente de lágrimas al suelo.
 
   ��Ay! (exclamó por fin): �qué es lo que espero,
humanidad, de ti? Mujer y esclava,
mi poder a tu lado es pasajero,
porque nace y acaba 40
en el lecho de amor de mis señores.
Ayer lo perfumaba con mi aliento,
y hoy gimo, devorando mi tormento,
en un lecho de infamia y de dolores.
Mas oye, humanidad: contigo el mundo 45
yo siempre cruzaré, y a mi albedrío
rompiendo tu poder, te impondré el mío.
Al choque de mis besos
quebrantaré los cetros de tus reyes
seré reina tal vez, seré verdugo, 50
y con mi dulce yugo,
al darte amores, te daré mis leyes.
Y de este niño débil y sereno,
que descansa en mi seno,
altivas razas brotarán acaso, 55
que, opuestas sin cesar a tu destino,
en contienda incesante,
ochenta siglos detendrán tu paso.�
 
   No dijo más Agar, y su camino
continuó jadeante, 60
abrazando otra vez con nudo estrecho
al dormido Ismael contra su pecho.
 
   Mas los siglos futuros,
que perderse a lo lejos los miraron,
la predicción funesta recogieron, 65
y en los senos del tiempo la guardaron,
y después sobre el mundo la cumplieron.


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La primavera

                                            La nieve de los montes se consume...      
Su verde manto ciñe la pradera,
nace entre aromas y gentil perfume
la dulce y sonrosada primavera.
 
   Mécela en tanto el céfiro, perdido 5
de gayas flores en graciosa cuna;
la brisa lleva su fugaz gemido,
vela su sueño la modesta luna.
 
   Brinda el árbol su sombra y su aliciente
al manso arroyo, que le presta vida; 10
tiernas flores esmaltan la corriente,
que las besa, las deja y las olvida.
 
   Pomposos ramos, esparciendo sombra,
al campo visten protector follaje,
galas al césped, y a sus pies alfombra, 15
de vistoso color rico plumaje;
 
   y el prado, espejo del celeste velo,
de flores orna su corona bella;
se tiende inmenso, reflejando el cielo,
y le ofrece una flor por cada estrella. 20


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A la Virgen

                                                            Quien oyó tu dulzura
�qué no tendrá por sordo y desventura?

(Fray Luis de León.)

 
                                            De este valle sombrío,      
que riega de los míseros el llanto,
aparto el pecho mío,
y hacia tu trono santo
mi débil voz y mi oración levanto 5
 
   a ti, cuyos fulgores
rompen la sombra y la tiniebla oscura
del seno de dolores
do la humana criatura
gime, envuelta en horror y desventura. 10
 
   A ti, mística rosa,
que el sentimiento marchitó en el suelo,
y tornaron preciosa
las aguas del consuelo,
que fecundan los ámbitos del cielo. 15
 
   A ti, que eres, Señora,
símbolo misterioso y escondido
de cuanto el hombre adora,
postrado y confundido,
y de los fuegos de la fe vestido. 20
 
   Flor de aroma sagrado,
que al mundo esparce su fragancia amena,
y al pecho da cuitado
la paz dulce y serena,
y al alma baña y engrandece y llena. 25
 
   Manantial de ventura,
do el hombre bebe con ansioso anhelo
paz y vida y dulzura
del infelice suelo;
ebúrnea torre, que corona el cielo. 30
 
   Estrella matutina,
que nace siempre eterna y siempre nueva;
antorcha peregrina,
que a los hijos de Eva
a manso puerto con su lumbre lleva. 35
 
   Entre velos de oro
el cielo te alza un templo, y te proclama
su Reina y su tesoro,
pura y creadora llama
del santo amor que nuestro amor inflama. 40
 
   En tu regazo tierno
al Salvador del mundo omnipotente
depositó el Eterno,
y su diestra fulgente
de luz y lauro coronó tu frente. 45
 
   Y al pie del Crucifijo,
ornó tu sien de enrojecidas flores
la sangre de tu Hijo;
y tú, Madre de amores,
las bañaste en el mar de tus dolores. 50
 
   Los mundos te cantaron
Madre de amor y paz, Reina elegida;
los cielos te guardaron
diadema esclarecida,
con almas de los ángeles tejida. 55
 
   Yo separo mis ojos
de esta vida fugaz y transitoria,
y postrado de hinojos,
aclamo tu victoria,
cegado por los rayos de tu gloria. 60
 
   Con el vago deseo
del triste corazón que a amar empieza,
por do quiera te veo,
radiante de pureza,
sembrar por los espacios tu belleza. 65
 
   Te miro en el Oriente
trayendo al sol, y caminar te siento
tranquila y dulcemente
por las ondas del viento
en la bóveda azul del firmamento. 70
 
   Te miro tras la nube
rosada, que a lo lejos se desvía,
y por los aires sube;
te miro dar al día
su ardiente resplandor y su alegría. 75
 
   Te siento en la serena
noche, que con la luna te levantas,
y de fulgores llena,
rasgando te adelantas
pabellones de estrellas a tus plantas. 80
 
   Y, anhelante, te estrecho
de mi mente en los senos recogida;
te adivino en mi pecho,
en mi alma dolorida,
en mi triste destino y en mi vida. 85
 
   Así dulce me atiendas
cuando mi acento en su fervor te aclame,
y benigna desciendas,
y tu mano derrame
consuelo en mi dolor cuando te llame. 90
 
   Así, luz de belleza,
me conceda tu gracia protectora,
para cantar tu alteza,
un destello, Señora,
del áureo rayo que tu lumbre dora. 95
 
   Así propicia y tierna
nos des amparo y tu piadosa guía,
y hasta la vida eterna
sea tu nombre, María,
la santa enseña de la patria mía. 100

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