Con todas las entrañas de mi pecho
te abrazaré, mi Dios, mi esfuerzo y vida,
mi cierta libertad y mi pertrecho,
mi roca, donde tengo mi guarida,
mi escudo fiel, mi estoque victorioso,
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mi torre bien murada y bastecida.
De mil loores digno, Dios glorioso,
siempre que te llamé te tuve al lado,
opuesto al enemigo, a mí amoroso.
De lazos de dolor me vi cercado,
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y de espantosas olas combatido,
de mil mortales males rodeado.
Al cielo voceé, triste, afligido;
oyérame el Señor desde su asiento;
entrada a mi querella dio en su oido.
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Y luego de la tierra el elemento
airado estremeció; turbó el sosiego
eterno de los montes su cimiento.
Lanzó por las narices humo, y fuego
por la boca lanzó; turbose el día,
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la llama entre las nubes corrió luego.
Los cielos doblegando descendía,
calzado de tinieblas, y en ligero
caballo por los aires discurría.
En Querubín sentado, ardiente y fiero,
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en las alas del viento que bramaba,
volando por la tierra y mar velero;
y de tinieblas todo se cercaba,
metido como en tienda en agua escura
de nubes celestiales, que espesaba.
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Y como dio señal con su luz pura,
las nubes arrancando acometieron
con rayo abrasador, con piedra dura.
Tronó, rasgando el cielo; estremecieron
los montes, y, llamados del tronido,
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más rayos y más piedras descendieron.
Huyó el contrario roto, y desparcido
con tiros y con rayos redoblados,
allí queda uno muerto, allí otro herido.
En esto, de las nubes despeñados
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con un soplo mil ríos, hasta el centro
dejaron hecha rambla en monte, en prados.
Lanzó desde su altura el brazo adentro
del agua, y me sacó de un mar profundo;
librome del hostil y crudo encuentro.
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Librome del mayor poder del mundo;
librome de otros mil perseguidores,
a cuyo brazo el mío es muy segundo.
Dispuestos en mi daño y veladores
vinieron de improviso, y ya vencían;
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mas socorrió con fuerzas Dios mayores.
Ya dentro en cerco estrecho me tenían;
mi Dios abrió espacioso y largo paso,
porque mi vida y obras le aplacían.
No se mostró en la paga corto, escaso
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el premio; y la virtud y mi inocencia
vinieron, y su gracia al mismo paso.
Porque perpetuamente en mi presencia
sus leyes conservé, sus santos fueros
ni por amor quebré, ni por violencia.
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Jamás fueron al mal mis pies ligeros;
huí todo lo que es de Dios ajeno,
no me aparté jamás de sus senderos.
A las llanas anduve entero y bueno
delante del Señor continuamente,
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y siempre a mi apetito puse freno.
Y ansí correspondió perfectamente
el premio a mi justicia, a mi pureza,
que siempre ante sus ojos fue presente.
Que cual cada uno vive, ansí tu Alteza
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se hace con el bueno, bueno, y pío
y llano con el que usa de llaneza.
Con el puro te apuras, Señor mío;
a cautelas, cautela; a mañas, maña;
y al desvarío pagas desvarío.
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En cuanto el sol rodea y la mar baña,
te muestras al humilde favorable,
y abates la altivez con ira y saña.
Siempre lució ante mí tu luz amable,
y en mis peligros todos siempre tuve
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de tu bondad consejo saludable.
Por Ti traspaso el muro, que más sube;
por Ti, por los opuestos escuadrones
rompiendo victorioso y salvo anduve.
El caso es que la regla y ley que pones
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lo bueno es y lo puro, y ansí escuda
aquellos que le dan sus corazones.
¿Quién hay fuera de Ti, Señor, que acuda,
cuando la fuerza y seso desfallece?
¿Qué roca hay que asegure sin tu ayuda?
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Dios es el que me anima y fortalece,
el que todos mis pasos encamina,
y hace que ni caiga ni tropiece.
Pusiste ligereza en mí vecina
al gamo; y me defiendes, colocado
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en risco que a las nubes se avecina.
Por Ti la espada esgrimo; tu cuidado
hace mi brazo diestro en la pelea,
y fuerte más que acero bien templado.
Tu amparo, como escudo me rodea;
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tu diestra me da fuerza, tu blandura
me sube a todo el bien que se desea.
Dotaste de presteza y de soltura
mis pasos, que jamás en la carrera
doblaron por trabajo ni longura.
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Seguía, y alcanzaba la bandera
contraria que huía, y no tornaba
sin primero hacer matanza fiera.
De los que destrozados derrocaba,
jamás se levantó ningún caído,
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y con pie poderoso los hollaba.
De fortaleza de ánimo ceñido
por Ti fui en la batalla, por Ti vino
el que se rebeló, ante mí rendido.
Por Ti, sin corazón y sin camino,
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huyó de mi cuchillo el enemigo;
desorden fue a su escuadra y desatino.
Buscaban voceando algún abrigo,
y no hubo valedor; a Ti llamaron,
y ni rogado Tú les fuiste amigo.
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En partes menudísimas quedaron
deshechos por mi mano, como el viento,
volando, lleva el polvo, ansí volaron.
Librástesme, Señor, del movimiento
del pueblo bandolero: a mi corona
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sujetos allegaste pueblos ciento.
Quien nunca vi, me sirve y me corona;
apenas le hablé, ya me obedece;
a su natural miente, a mí me abona.
Esto hace el extraño. El que parece
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mío, no mío ya, más extranjero,
cerrado en sus miserias vil perece.
¡Vívame, mi Señor, mi verdadero
peñasco, mi bendito, mi ensalzado,
mi Dios, y mi salud y gozo entero!
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Tú de venganzas justas has hartado
mi pecho, y no contento con vengarme,
mil gentes a mi cetro has sujetado.
No te satisfaciste con librarme
del opresor injusto; hasta el cielo
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te plugo sobre todos levantarme.
Por todo el habitable y ancho suelo
celebraré tu nombre, y tus loores,
mi voz de Ti cantando alzará el vuelo.
De Ti, que te esmeraste en dar favores
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a tu querido Rey, a tu Mesías;
que amparas de David los sucesores,
en cuanto tras las noches van los días.