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Raimundo Lulio


Fragmentos

Magia itaque omnen philosophiam, phisicam et mathematicam complexa, etiam vires religionum illis adiungit.


CORNELIO AGRIPPA.                


Doctrinam paudit Raimundus Lullius omnem cui Deus infundit scibile quidquid erat.


AUTOR DESCONOCIDO.                




Introducción

ArribaAbajo    Santo Cristo de la Luz,
Señor de cielos y tierra,
llenad de fervor mi pecho
y purificad mi lengua
para que yo dignamente  5
en vuestra alabanza pueda
del gran Raimundo contar
la milagrosa leyenda.
Dad a mi espíritu alas
de palomica ligera  10
para que, salvando siglos,
a los tiempos retroceda
en que nació, del consorcio
de la virtud y la ciencia,
y de la fe y la razón,  15
aquella santa lumbrera,
apóstol de la morisma
y campeón de la Iglesia;
aquel sublime alquimista,
mágico, mártir, profeta  20
y doctor iluminado,
de Mallorca prez eterna.
Veo, Señor, que me escuchas,
pues ya mi espíritu vuela,
y así como el caminante  25
que se pierde en una selva,
y en la soledad augusta
que silenciosa le cerca
el mundo pone en olvido
y hasta el Empíreo se eleva,  30
así mi audaz fantasía
de lo presente se aleja
y honda y reposadamente
en lo pasado se interna.
Ya presencio la solemne  35
y temerosa pelea
que por aquel corazón,
que por aquel alma egregia,
centro de nobles impulsos,
volcán de pasiones fieras,  40
el ángel bueno sostuvo
con el rey de las tinieblas.
Ya descubro los caminos
y miro lucir la estrella,
y los reclamos suaves  45
oigo, que la Providencia,
para salvar a Raimundo
de la perdición, emplea.
Con rudas tribulaciones,
con amorosa violencia,  50
de su combatido espíritu
llama el Señor a la puerta;
y le visita con males,
y con dolores le prueba,
y en crisol candente, el oro  55
de sus virtudes acendra,
y hace que el alma cautiva
libre a los cielos se vuelva,
y que el mágico Raimundo
en un santo se convierta.  60
Bendito seas, Dios mío,
Tú que a la humana flaqueza,
para elevarse a tu altura,
das aspiración inmensa;
Tú dejastes que en el alma  65
feroces se combatieran
las encontradas pasiones
que al fin tu amor encadena.
El alma corre en tu busca
de felicidad sedienta  70
por un laberinto obscuro,
entre vanas apariencias;
pero tu fe la ilumina
y tu palabra la esfuerza,
y tu gracia, vencedora  75
del infierno, la penetra...
Bendito seas, Dios mío,
Tú que los monstruos sustentas
y das al león las garras
y a la serpiente la lengua,  80
destructor empuje al viento
y al mar indómita fuerza;
pones contraria tendencia
en los elementos todos
cual si fuese tu designio  85
el que se hiciesen la guerra;
y de este horrible combate
y de esta lucha tremenda
tu voluntad soberana
benéficamente crea  90
el concierto de los seres
que en tu balanza resuena
y la rápida armonía
de las acordes esferas.


I

    En la Catedral de Génova  95
al morir de un claro día,
a los pies de un sacerdote
una mujer hermosísima,
con lágrimas en los ojos,
de esta manera decía:  100
«Padre: su imagen aun guardo
aquí en el alma escondida.
La salvación de ese hombre
me importa más que la mía.
Hoy se cumplen veinte años  105
que huyó el cruel de mi vista:
pero le tengo presente
y vivo en la fantasía.
Yo le lancé con desprecio
y su ausencia me lastima  110
yo anhelé su indiferencia,
y su indiferencia misma
hiere mi orgullo y enciende
la pasión que me domina.
No sé si es amor o es odio,  115
pero pertinaz, continua,
la memoria de aquel hombre
es fuerza que me persiga.
Siento su voz en mi oído
y embelesados se admiran  120
mis ojos de la hermosura
de su audaz fisonomía.
Para vencer esta horrible,
esta infernal pesadilla
que hasta en sueños me persigue  125
y que el sosiego me quita,
con ayunos y cilicios,
oraciones y vigilias,
de la vejez apresuro
la prematura venida.  130
Noches enteras orando
en recóndita capilla,
he pedido al rey del cielo
que me libre de la vida
o del recuerdo amoroso  135
que mi corazón cautiva.
Él vive lejos, muy lejos,
vagando en extraños climas;
y la fama de sus obras,
de sus obras inauditas,  140
más hermoso y más sublime
que en otros tiempos le vía,
le retraen a mi mente
y me renuevan la herida.
...........................................
En la gran ciudad de Palma,  145
capital de aquella isla
que libertó el rey don Jaime
del poder de la morisma,
no muchos años después
de la gloriosa conquista,  150
nací, de uno de los héroes
que la conquistaron, hija.
A la edad de quince años,
a pesar de ser tan niña,
un genovés caballero  155
me hizo su esposa querida.
Era mi esposo atrevido
mercader que recorría
los mares en nave propia
con muchas mercaderías.  160
La fuerza de voluntad
con que yo le resistía
más orgullo del infierno
que virtud me parecía.
Galán, valiente, discreto,  165
tuvo a sus plantas rendidas
las damas más seductoras
que en Palma entonces había.
Sólo yo resistir supe
sus miradas encendidas  170
y sus palabras de fuego
y su imperiosa osadía.
Ni el santo temor de Dios,
ni una virtud peregrina,
ni el respeto de un esposo,  175
ni su honra sin mancilla
hubieran sido bastante
a salvarme de mí misma
y a no caer en sus brazos
con vergonzosa caída.  180
De mi entereza en auxilio
el orgullo combatía,
orgullo de verme amada
con la pasión infinita
que sólo a Dios debe darse  185
de que era objeto yo misma.
Soñaba yo que Raimundo
con el alma me quería,
que todo su corazón,
todo su ser y su vida  190
aprisionar yo lograba
en cadenas diamantinas.
Yo imaginé que aquel alma
grande, poderosa, rica,
era presa de mi amor,  195
era esclava de la mía.
Mi esposo estaba en la Fana
y me dejó sola y niña,
con abriles diez y siete
y gran renombre de linda.  200
A la Fana había ido
a vender sus mercancías
en nave propia y velera
que los mares recorría.
Desde un puerto de la Fana  205
tuve de él nuevas noticias
que otra nave genovesa
a Mallorca me traía.
Se internó luego mi esposo,
llevado de su codicia,  210
de su afán de ver más mundo
y de su gran valentía,
en la tierra misteriosa
de los pérfidos escitas,
y estuvo en el campamento  215
del Kan, que el Asia domina,
y que amenaza a la Europa
del Volga desde la orilla».
............................................




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A Catalina


ArribaAbajo    Si la pompa y las galas que a tus ojos
el universo ostenta,
a serenar no bastan tus enojos,
ni se reposa en él, ni se contenta
tu inquieto y noble desear, encanto  5
no busques ni beldad más peregrina
en los dulces favores de las Musas.
Cuanto columbra de perfecto y santo
mi mente, y adivina
del empíreo en imágenes confusas,  10
si de forma se viste,
al encarnarse en la palabra humana
pierde su ser y mancha su pureza.
En sí tan rica la creación subsiste
como el excelso origen de do emana,  15
pero no goza el alma su riqueza.
Transmitirla no pueden los sentidos,
ni abarcar de los seres la armonía.
La genial fantasía
sola guarda tesoros escondidos;  20
tesoros son que el alma misma crea
en su interior consorcio con la idea:
tesoros que, cual yo, no disipaste,
y en el cándido seno conservaste.
El amor que amó Psiquis allí mora  25
en toda su hermosura,
y el corazón te enciende y enamora,
y sale de su fuente limpia y pura,
como a la voz de Jámblico evocado.
Si pudiera mi espíritu contigo  30
llegar al templo del amor sagrado,
y de su gloria ser parte o testigo,
en un cántico nuevo rompería,
cual si en mí renaciera
la esperanza, esa flor de primavera,  35
fresca y lozana, cuando Dios quería.




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Al Excmo. Señor D. Antonio Alcalá Galiano


Carta dedicatoria


ArribaAbajo    Con todos estos versos en la mano,
infeliz parto del ingenio mío,
que por ganar un nombre suda en vano,

    imploro tu favor, querido tío,
y ya que celebrándolos me animas,  5
a tu benevolencia los confío.

    Ni lo raro y difícil de las rimas,
ni la pompa y estrépito sonoro,
que tú no tanto como el vulgo estimas;

    ni de transposiciones el tesoro  10
que a la dicción poética se ajusta;
ni el circunloquio y púdico decoro

    con que la voz prosaica que le asusta,
envuelta en discretísima charada,
un buen poeta de encubrirlos gusta;  15

    ni otros sublimes artificios, nada
recomienda la obrilla que publico,
con tu famoso nombre autorizada,

    que no sin interés te la dedico.
Jamás en buscar símiles me paro,  20
si con perfecta claridad explico

    lo que enturbie quizá si lo comparo.
Encontrar en iglesia luterana,
o en mis versos, imágenes, es raro;

    y si alguna tal vez los engalana,  25
sin yo buscarla, entre los versos llega,
como arrastra en sus ondas flor temprana.

    Raudo torrente que inundó la vega.
Mas cuándo hierve con furor divino,
y a excursiones fantásticas se entrega  30

    mi fatigado espíritu mezquino?
Quizá en nuestra época de prosa
al llamarme poeta desatino.

    A descubrir una verdad hermosa
no alcanza la razón; pero da muerte  35
a la amena ficción maravillosa.

    No explica los misterios de la suerte
la razón ruda, y mata la creencia
que viva luz en las tinieblas vierte,

    que al disipar las sombras sin esencia,  40
con su esplendor fecunda e ilumina
el yermo obscuro de la humana ciencia.

    Escasa la beldad y peregrina
va por el mundo a la fealdad mezclada,
y el alma la depura y determina,  45

    y en sus tesoros e interior morada
la viste refulgente y limpio arreo,
con que sale a la luz ataviada.

    Muy semejante el pensamiento creo,
en su hermosura, a la gentil doncella,  50
que necesita de primor y aseo

    para que amable nos parezca y bella,
pues la falta de ornato y compostura
eclipsa la verdad, que luce en ella;

    así como la frase ingrata y dura  55
de la poesía disminuye el precio,
del pensamiento empaña la tersura.

    Aunque también lo que de suyo es necio,
por más que se revista de primores,
no podrá nunca merecer aprecio.  60

    Campo estéril que cubren muertas flores,
vieja loca que gasta colorete,
suelen los versos ser de mil autores.

    Mas al vulgo le agrada el sonsonete,
y en habiendo palabras y ruido,  65
en que haya sentimiento no se mete,

    ni le enfada lo falto de sentido.
No digo yo que deba la poesía,
su gracia y candidez dando en olvido,

    de continuo enseñar filosofía.  70
Más allá de la ciencia volar debe
en alas de creadora fantasía,

    do la razón a entrar nunca se atreve,
allí la inspiración, allí el misterio,
la cábala del arte hallarse debe.  75

    En balde con pesado magisterio
los que siguen al cisne de Venusa,
que en la aurora cantaba el Imperio,

    quisieron dar preceptos a la Musa,
interpretando al sabio de Estagira  80
con interpretación falsa y difusa.

    No las reglas, el cielo es quien inspira,
al par del pensamiento soberano,
la forma que éste a revestir aspira.

    Hay en la forma un misterioso arcano,  85
que al docto preceptista desespera.
Encarnarse no puede en verso humano

    lo que, viniendo de encumbrada esfera,
no se enuncia con frases ni describe;
mas se encarna en la forma de manera,  90

    que el alma íntimamente lo percibe
en la vaga armonía seductora
del inspirado canto donde vive.

    ¡Ay! La poesía, que mi pecho adora,
vive también, y lo inefable y puro  95
con sus encantos manifiesta y dora.

    Si no construye ya ciclópeo muro,
ni los delfines en la mar amansa,
el alma eleva al eternal seguro.

   Ella es la fuente cristalina y mansa,  100
en medio del desierto desolado,
donde mi corazón bebe y descansa.

    Consuelo de mi pecho enamorado,
única flor que en el vergel florece
cuando todas las flores se han secado.  105

    El amor sin objeto no merece
nombre de amor; trocándose en tormento,
la paz turba, la dicha desvanece.

    Y ¡qué ha de amar el corazón sediento!
Muerta está la beldad que ya adoraba,  110
y la patria también muerta lamento.

    ¿Dónde está ya mi patria, que se alzara
fuerte en Italia, respetada en Flandes,
que de la fe católica llevara

    la santa luz y las doctrinas grandes,  115
o con la persuasión o con la guerra,
del Catay fabuloso hasta los Andes?

    Sin cetro y sin laurel yace por tierra,
y en vano el vate lo pasado evoca,
y del olvido glorias desentierra.  120

    Pero no en vano, que a seguir provoca
una ilusión ridícula y dañina,
que va volviendo a mucha gente loca;

    a mucha buena gente que imagina
que con la Inquisición y el fanatismo  125
ha de evitar la patria su ruina;

    que al ver que ardían en el templo mismo
en los campos la luz de la victoria,
y en la ciudad la hoguera del abismo,

    quieren que retroceda nuestra historia,  130
y, con la esclavitud y la ignorancia,
devolvernos poder, y nombre, y gloria.

    Sólo cuando de nuevo la constancia
se levantó, y el español coraje
contra el empeño inicuo de la Francia,  135

    un poeta con ellos del linaje
se levantó también de los Tirteos,
y para rechazar el duro ultraje,

    allá sobre los altos Pirineos
del hijo portentoso de Jimena  140
reanimaba los miembros giganteos.

    Mas condenó lo que imparcial condena
la historia, sin llamar santa y prudente
la vil hipocresía de la hiena.

    Hoy hacen los poetas que se siente  145
el monstruo de los héroes en el cielo.
¿Cómo la noble España lo consiente?

    ¿Acaso faltarán a nuestro anhelo
de recordar la gloria ya pasada,
para estímulo no, para consuelo,  150

    nombres puros, virtud inmaculada?
¿Habrá de ser infame la poesía,
y la maldad atroz canonizada?

    No así el vate divino lo entendía
que de Guzmán el Bueno y de Pelayo  155
resucitó la nueva nombradía.

    Mas, en su edad, del secular desmayo
aun se alzó España, y exhaló, muriendo,
de su alta gloria el postrimero rayo.

    De Trafalgar en el combate horrendo,  160
donde al britano concedió la suerte
el dominio del mar, do combatiendo

    cerró tu ilustre padre, varón fuerte
amor de Urania y de la patria escudo,
gloriosa vida con heroica muerte;  165

    allí, en Gerona y en Bailén no pudo,
ni en Zaragoza, ver el gran Quintana
la última gloria de su patria mudo.

    Hoy tan sólo la Musa castellana,
sin más fruto que lágrimas, refiere  170
los claros hechos de la gente hispana;

    y no porque la raza degenere;
que la raza que fue del orbe espanto
alienta y vive, aunque la patria muere.

    Mas la poesía y entusiasmo santo  175
no logran en la edad en que vivimos
sacar a una nación de su quebranto.

    Por ellos grandes y gloriosos fuimos;
vinieron a reinar los mercaderes,
y los nobles el cetro les cedimos.  180

    Fabrica, España, agujas y alfileres,
tafetanes, percal y cotonía,
verás cómo el poder de nuevo adquieres.

    Estudia la social economía,
no achicharres herejes, achicharra  185
al que ose no tomar tu mercancía.

    Así de nuevo te alzarás bizarra,
y entonces yo y otros insignes vates
cantaremos con voces de chicharra

    tus industriosos triunfos y combates:  190
las que juzgabas antes discreciones
entonces se tendrán por disparates.

    Yo, entretanto, me iré por las regiones
fantásticas del libre pensamiento,
y me consolaré viendo visiones;  195

    porque la falta de ilusión que siento,
el propio desengaño es quien me inspira,
y por él busco en el Parnaso asiento;

    por él es metafísica mi lira,
y al cantar la hermosura y los amores,  200
metafísicamente ama y suspira.

    Estos versos sin gracia y sin colores
son de mi primavera, de la calma
y el amor que pasó, las pobres flores;

    y aunque no me han de dar lauro ni palma  205
por ellos, caro tío, ni dinero,
antes que se marchiten en el alma,
bajo tu amparo publicarlos quiero.

Madrid, 1858.





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Último adiós


ArribaAbajo    Quien por el hondo mar la patria deja,
cuando la luz expira,
desde la nave en que veloz se aleja,
con lágrimas de amor la patria mira.

    Y, tal vez, en su hogar los ojos para,  5
y en el campo y las flores,
y el campo de que el viento le separa,
en el viento le manda sus olores.

    El rojo sol le manda en sus reflejos,
de la patria querida,  10
que va desvaneciéndose a lo lejos,
la imagen y la triste despedida.

    Y se distinguen árboles y montes,
casas y prado verde,
hasta que todo en vagos horizontes  15
o en la confusa lobreguez se pierde.

    Y ya en la sombra de la noche hundido
el fértil, patrio suelo,
se oye de las campanas el sonido,
y alza la vista el navegante al cielo.  20

    Y la suprema luz de aquella obscura
melancólica hora,
y el vario paisaje la hermosura,
que el resplandor de los recuerdos dora;

    y el aroma fugaz que trae el viento,  25
y el sonar de los bronces,
y toda la impresión de aquel momento,
recibe y guarda el corazón entonces.

    Así mi herido corazón recibe
tu imagen hechicera,  30
hoy que a tu lado el corazón aun vive,
y palpita de amor por vez postrera.

    Pero si el mar del mundo le arrebata
paz, juventud y amores,
tú no serás a su cariño ingrata,  35
y bálsamo darás a sus dolores.

    Del que le hiciste involuntario daño
sólo al amor se queja;
lejos de ti le arrastra el desengaño,
y en ti sus dulces ilusiones deja.  40

    Mi corazón te pide una mirada;
mírame sin enojos,
y eternamente quedará grabada
en él la luz de tus divinos ojos.

    Será trasunto y celestial idea  45
de mi soñada gloria;
gentil cifra de amor que el alma crea
y que indeleble guarda la memoria.

    Talismán rico do escribió una maga
benéfico conjuro;  50
lámpara de oro que jamás se apaga,
y arde en el seno de la tierra obscuro.

    Y levantando entre ilusiones muertas
sublime pensamiento,
y en llanuras estériles, desiertas,  55
solitario y hermoso monumento.

Madrid, 1859.




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Sin forma


ArribaAbajo    Nace del alma mía,
cuando tu voz simpática la hiere,
una amorosa y dulce melodía
que en lo profundo de mi pecho muere.
La luz inmaterial de tu hermosura,  5
rayo de sol en tempestad obscura,
mi espíritu serena;
virtud y gozo y esperanza siento;
un incomunicable pensamiento
de noble y alta inspiración me llena.  10

    Si forma yo lograra
dar a la idea que de ti concibo,
no tan sólo en mi canto fugitivo
a ti la idea mística volara;
con raro hechizo, con perenne vida,  15
por números suaves detenida
en mis versos viviera;
mas quiere el arte detenerla en vano:
idea y sentimiento sobrehumano
suben sin forma a la celeste esfera.  20

Madrid, 1859.




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Desengaño


ArribaAbajo    Redondas perlas que ciñen
tu hermoso y cándido cuello,
diamantes que no deslumbran
más que tus ojos serenos,
encajes, plumas y flores  5
que coronan tus cabellos,
lazo que estrecha tu talle,
ropas que velan tu cuerpo,
guante de tu blanca mano,
chapín de tu pie ligero,  10
limpia y venturosa holanda
que, oculta, besa tu seno,
ambiente que te circunda,
luz que te baña, silencio
que en torno tuyo difunden  15
la admiración y el afecto,
leve fragancia de lirios
conque embalsamas el viento,
música de tus palabras
co que enamoras los ecos,  20
mirada con que fulminas
los corazones de acero,
y mentirosa sonrisa
conque me auguras el cielo;

    todo parece que guardas  25
allá en su escondido centro
una promesa, un conjuro,
un espíritu, un misterio.
Se diría que tu alma
tiende invisible su vuelo  30
y penetra y vivifica
los materiales objetos.
En tu sonrisa, imagino,
y en tu mirar y en tu acento
que el amor me da esperanza  35
y tu corazón el premio.
Con mi corazón, entonces,
en busca del tuyo vengo,
y místicamente miro
lo profundo de tu pecho;  40
mas sin hallar corazón
ni ver al dios que venero,
hallo tan sólo vacío,
y en el vacío me pierdo.

Madrid, diciembre de 1859.




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Ofrenda de los pastores


ArribaAbajo    En el portal de Belén
están adorando al niño
varios humildes pastores
que le circundan rendidos.
Su pobre y rústica ofrenda  5
cada pastor ha traído,
y al presentar al infante,
le canta su villancico.
Leña de encina y retama,
porque se guarde del frío,  10
llegó a ofrecer el primero,
y de esta suerte le dijo:

    «Si los labios de Isaías
el ángel santificó,
abrasando su impureza  15
con un ardiente carbón,
       tus ojos hermosos
       limpian, sin dolor,
       las manchas del alma
       con fuego de amor.»  20

    Después tres lindas zagalas,
en ligeros canastillos
de sutil mimbre flexible,
y de varitas de olivo,
olorosas pomas traen,  25
y granadas y membrillos,
y este dulce canto entonan
al bello recién nacido:

    «Cual llama penetró, cual dueño habita
en el alma tu amor desconocido;  30
nadie sino la bella Sulamita
tan delicado amor ha presentido.
       Cercadme de flores
       y pomas de olor;
       los ojos del niño  35
       me matan de amor.»

    Blanco pan ofrece luego
un gallardo pastorcillo,
y postrándose de hinojos
dice al infante divino:  40

    «Si material alimento
te ofrece pobre pastor,
tú das a su ser aliento
y virtud al pensamiento
para otra vida mejor.  45
       Con tu vida propia,
       ¡oh niño Jesús!,
       darás a la mía
       eterna salud.»

    Una niña pequeñuela,  50
vestida de blanco lino,
tempranas violetas trae,
perpetuos, cándidos lirios,
y de alhucema y romero
olorosos manojicos;  55
con sus amantes cantares
penetra el alma del niño:

    «Den a tus vestiduras
sus esencias más puras
las hierbas y las flores;  60
tú preserva mi infancia,
préstala la fragancia
de tus santos amores.
       Eres haz de mirra,
       niño, para mí;  65
       en mi pecho moras,
       el alma te di.»

    Trae, por fin, el rabadán,
sobre los hombros fornidos,
de piel cerdosa y manchada  70
un corpulento cabrito,
con la robusta cerviz
herida por el cuchillo.
Tal fue la postrer ofrenda,
y así cantó quien la hizo:  75

    «Vara de Jessé florida
que nos prestas nueva vida,
luz del siglo venidero
que a los hombres guiará;
si inmaculado cordero  80
llevas las culpas del mundo;
si a la muerte y al profundo
vences, león de Judá;
si das paz a toda gente;
si huella por ti la dura  85
cabeza de la serpiente
la planta de una mujer,
toma esta víctima impura
que nuestras culpas llevaba;
y a de tu sangre las lava  90
el misterioso poder».

Madrid, 1860.




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El espejo


Fragmento

    Ha tiempo que los diablos un espejo
hicieron, de tal modo,
que en él de los objetos el reflejo
lo transformaba todo,
y a cuanto había de hermoso en la creación
prestaba tal fealdad,
que a los diablos daba diversión
tan diabólica y rara novedad.
A las aves y flores
roba el espejo gracia y colores,
las estrellas, al cielo,
nubes de oro y carmín roba a la aurora,
y si envilece así las cosas bellas,
con más fealdad a la fealdad desdora.
Obscureciendo así toda hermosura,
hacen burla los diablos de la tierra
y de toda pompa y galanura
que en sus fecundos ámbitos encierra.
Del hombre mismo, que de Dios imagen
pretende ser, se burlan con más furia
y le adornan de envidia y de lujuria
y no hay vileza con que no le ajen,
estampando en su forma material
el sello de su vil naturaleza,
y obscureciendo la ideal belleza,
y eclipsando la nítida grandeza
y el gran ser de su espíritu inmortal
que presta a veces al semblante humano
resplandor soberano.
Mas, llenos los diablos de contento,
no bastándoles burlas terrenales,
se elevan en el viento
y a las ricas moradas celestiales
la canalla infernal subir desea
con el espejo invento de Luzbel,
para que el mismo Dios se pinte en él
y su hermosura le parezca fea.
Muy ligeros subían
con el espejo entre las duras garras,
mas, peso tal sentían
al irse levantando a las alturas,
que, con las corvas uñas apretando
el borde del espejo, no le pueden
al cabo sostener, y al cabo ceden,
y cae el espejo rápido rodando,
y en la tierra se aplasta y pulveriza.
Pero mayores males la ceniza,
los átomos menudos del abismo
causan ahora, que el espejo mismo.
En sus alas ligeras los conduce
el viento, y del diablo los antojos
a veces introduce
algún átomo de éstos en los ojos
de un hombre desgraciado
que todo cuanto desde entonces mira
horror y asco le inspira,
fealdad, vicio y tristura,
viendo en virtud y gozo y hermosura.
Y si en su corazón penetra acaso
un átomo maldito del espejo.
........................................................




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A Jorge


Oda

ArribaAbajo    Lucieron ya los venturosos días
en que, para matar filosofías,
como Sansón mataba filisteos,
y a gentiles los fuertes macabeos,
y San Jorge al dragón centelleante,  5
otro Jorge arrogante
Jehová sacó de la imperial Sevilla,
y, en vez de lanza y de corcel fogoso,
le dio lengua y estilo poderoso
conque a todo orador rinde y humilla.  10
Este Jorge novel en la secreta,
donde estaba su espíritu sumido,
región del claro misticismo obscuro,
oyó una voz que dijo: «Sé poeta;
haz en el mundo vil mucho ruido,  15
y para la virtud ponte maduro».
Jorge, entonces, pulsó la ebúrnea lira
y cantó a la beldad por quien delira,
y, habiéndose ensayado
en el género erótico elevado,  20
se pasó a ser filósofo sublime,
y ya en el Ateneo,
peroró como Orfeo,
amansando las fieras cuando gime;
¿qué digo cuando gime?, Jorge brama,  25
truena, relampaguea;
su palabra, cual lluvia se derrama,
y profunda es la idea
que de su boca, con primor, chorrea
y, que el sediento vulgo aplaude y mama.  30
Los krausistas impíos le escucharon,
y de su secta al punto renegaron.
De Hegel los discípulos le oyeron,
y a sus plantas cayeron;
Camus y Castelar le veneraron,  35
y con risa epiléptica rieron.
Sabios, de El Pensamiento redactores,
coronaron su frente de mil flores,
y las vírgenes puras,
en cuya integridad Jorge se agrada,  40
dijeron en su elogio mil locuras
para imitar su inspiración sagrada.
Yo, que también le imito,
por alabarte aquí me despepito.
¡Oh Jorge! Así quisiera  45
el cielo que mi fama compitiera
con la tuya, luciendo
hasta que el cielo, cual fecunda higuera,
cuyos higos pasados van cayendo,
los astros arrojase en el profundo  50
y a ser Nada volviese el ancho mundo.




ArribaAbajo

Interpretación de un sueño


ArribaAbajo    Amor, bella Elisa, es
quien por ti los cielos deja
y enamorado se queja,
de hinojos puesto a tus pies.
Tú, que desnudo lo ves,  5
pudibunda y enojada
le das una puntillada
con el lindo borceguí
por shocking, falto d'esprit,
y bestia mal educada.  10

    Mas, aunque el golpe le duela,
amor reconoce bien
que merece tu desdén
su poquísima cautela.
Y como vencerte anhela,  15
se viste de caballero,
con levita, con sombrero,
con corbatín y otras galas,
y, en vez de flechas y alas,
se proporciona dinero.  20

    Ya su interior hermosura,
que encubre traje de moda,
hasta después de la boda
a mostrar no se aventura;
y bien vestida figura  25
en la Fuente Castellana,
coche haciendo la galana
Conchita de Citerea,
y que cada pichón sea
una yeguaza alemana.  30

    Tu sencillo corazón
sólo así logra vencer,
porque tú no has menester,
más bella que una ilusión,
que te dé su cinturón  35
Venus, si Amor te propina
el oro y la perla fina,
la rica seda y la blonda
y el diamante de Golconda
y una excelente cocina.  40

Madrid, 1861.




ArribaAbajo

Elisa de paseo


ArribaAbajo    Famosa por su despejo,
tremenda por sus conquistas,
del sosiego de los hombres
irresistible enemiga,
por la Fuente Castellana  5
ayer con su madre iba,
sal derramando a puñados
y gracia, la bella Elisa.
La envidiaban las mujeres,
los hombres la bendecían,  10
los pollos alicortados
se quedaban a su vista;
las hadas que la dotaron
de beldad tan peregrina,
giraban en torno de ella  15
con encantada sonrisa.
Un ejército de amores
invisibles la seguía,
avasallándolo todo
como Pizarro en las Indias.  20
Las flores daban su olor
al pasar la hermosa niña,
los pajarillos cantaban,
los árboles florecían;
y por verla, y por copiarla  25
en sus ondas cristalinas,
brincan de amor las fuentes
o murmuraban de envidia.
Ella, como sol que nace,
llevaba en la frente el día,  30
luz en los ojos divinos
y carmín en las mejillas.
En la boca, entre un tesoro
de coral y de perlas finas,
panalito perfumado  35
de dulce miel escondía.
Al pasar yo junto a ella,
fue tanta mi golosina,
que me hubiera convertido
en zángano o en avispa.  40

Madrid, 1861.




ArribaAbajo

Romance


ArribaAbajo    Clara brillaba la luna,
era la noche tranquila,
el caballero vagaba
solitario en la montiña.
Buscando va a la doncella,  5
cuya imagen peregrina
vio en el espejo fadado
que su madre poseía.
No sabe si la doncella
ha muerto ya o está viva,  10
si mora en aqueste mundo
o en otros mundos habita.
Mas él está enamorado,
y la busca noche y día;
vivir no puede sin ella,  15
sin ella no quiere vida.
A encontrarla o a morir
determinado camina;
el mundo por ella deja,
la gloria por ella olvida.  20
Ni quiere tomar esposa,
ni quiere tener amiga;
ha tiempo que vaga, triste,
por la soledad esquiva.
Vio a lo lejos, a deshora,  25
brillar una lucecita;
tomándola por su norte,
a un castillo se avecina.
A las puertas del castillo
llegó cuando amanecía.  30
Con prodigioso silencio
las puertas solas se abrían.
Todo en torno del castillo
helado y muerto yacía.
Ni cantan en el vergel  35
ni vuelan las avecillas;
no murmuraban las fuentes,
por conjuro detenidas;
el aire, en hondo letargo,
entre las flores dormía.  40
A entrarse por el castillo
el caballero se anima.
Dueñas en él, silenciosas,
pajes sosegados mira;
harto conoce al mirarlos  45
que era todo hechicería.
Ni allí el rumor de sus pasos,
ni allí una mosca se oía,
allí el sonido faltaba
y el movimiento y la vida.  50
En una cerrada puerta
hay una leyenda escrita;
las letras eran de oro,
de oro lo que decían:
«Abre si tienes valor,  55
verás a la hermosa niña
en blando lecho de rosas
hace ya tiempo dormida,
con un amador soñando
que la suerte le destina.  60
Un beso ha de despertarla
de quien amores le inspira,
si otro a besarla llegase
muy caro le costaría.»
El caballero al instante  65
en el abrir no vacila,
abre y entra, y ve a la dama
que en el espejo veía,
en su encantado desmayo
más encantadora y linda.  70
El atrevido mancebo
va a besarla en la mejilla,
pero se encuentra la boca
y el beso allí deposita.
De muerta que estaba ella  75
con el beso quedó viva,
y aquel extraño silencio
se convirtió en armonía.
Las campanas del castillo
todas alegres repican,  80
vuelan moscas, cantan aves,
zumban abejas y avispas;
los pajes juegan y bailan,
charlan las dueñas y chillan;
el arroyuelo murmura,  85
las flores el aire agita,
se oyen las trompas de caza
y los caballos relinchan;
hasta el almirez resuena
en la remota cocina;  90
todo es fiesta y regocijo;
que el beso destruye y quita
los encantos de la muerte
con encantos de la vida.
Así fue desenfadada  95
la princesa de Palmira,
que, por ser muy desdeñosa,
malfadada se veía.
Casó con ella el mancebo
que de hechizos no temía,  100
y el hada, de los hechizos
fue de la boda madrina.




ArribaAbajo

Coplas


ArribaAbajo    El cuerpo me hiede a humo
y el corazón a puñales,
y la sangre de las venas
rabiando porque no sale.

    Cuando ir de aquí para allí  5
te diquelé, Rafaela,
con refajo de franela
amarillo y carmesí;
cuando fregando te vi
con aljofifas el suelo,  10
me convertí en caramelo;
que me incendiaste presumo,
pues mientras sigues cual hielo,
el cuerpo me hiede a humo.

    Y cuando vi al malagueño,  15
a ese bizco endemoniado,
a quien oyes con risueño
semblante, y que como dueño
entra en el coto vedado,
al alma mía le distes  20
mil fatiguillas mortales,
y al alma suya confites;
pero el cuerpo le expusistes
y el corazón a puñales.

    Si no apartas tu querer  25
de este bizquillo blandengue,
acaso yo le derrengue,
que no me sé contener.
¿No me ves en tu poder,
cautivo de tus cadenas?  30
¿Quieres, flor de las morenas,
matarme de un sofocón,
y que ardan mi corazón
y la sangre de mis venas?

    No sabes lo que te quiero,  35
lo que me das de cuidados;
por ti me pirro y me muero,
que se te errama el salero
por todos cuatro costados.
¿Quién hay en quererte bien  40
que a mi corazón iguale?
Frito le tiene el desdén,
como buñuelo en sartén
rabiando porque no sale.




ArribaAbajo

A María


ArribaAbajo    Tendió mi alma enamorada el vuelo
en la noche serena,
por la extensión del adormido cielo
buscando la deidad que me enajena.

    En el centro evoqué del bosque umbrío  5
su aparición divina;
vi su llanto en las perlas del rocío,
su mirada en la estrella matutina.

    Fijé con ansia de la fuente pura
en el cristal los ojos,  10
y la imagen vi en él de su hermosura
sin velo, sin desdén y sin enojos.

    Y pensé oír la mística armonía
de la creación entera,
y me infundieron dulce poesía  15
el alba y la apacible primavera.

    Responder parecían a mi acento
el agua en sus murmullos,
en su delgada voz el manso viento,
la paloma en sus lánguidos arrullos.  20

    Así, en la primavera de mi vida
sentí y encontré amores
en la remota luz y en la escondida
alma de las estrellas y las flores.

    Ora en el mundo, para mí desierto,  25
falta la vida arcana;
las ondinas y sílfides han muerto;
murió toda existencia sobrehumana.

    Ni la brillante mensajera leve
en el iris se posa,  30
ni la rueda de amor Ciprina mueve,
ni besa a Endimión la casta diosa.

    El eco no repite mi suspiro,
mustias las flores veo;
vagan los astros en callado giro.  35
¿Do habrá el ser que responda a mi deseo?

    Tan sólo en ti, bellísima María,
tal vez amor encierra
y me guarda la gloria y la poesía
que me robó del cielo y de la tierra.  40

    Si eres, pues, de los sueños que yo adoro
manantial suave,
mi vida enlaza con tu crencha de oro
y de mi corazón toma la llave.




ArribaAbajo

A Blanca Rosa


ArribaAbajo    ¡Oh, quién pintar supiera
la dulce primavera
de tus floridos años,
tu gracia y tu candor!

    Amargos desengaños  5
roban el alma mía
luz para la poesía,
hechizos y color.

    ¿Qué gloria, qué hermosura
que de tu alma pura  10
no guarde el santuario
podré mostrarte yo?
Con afán temerario,
su ya cansado vuelo
a tu espléndido cielo  15
mi fantasía alzó.

    Mas si hasta allí volara,
a la deidad preclara,
¿qué ofrenda peregrina
pudiera presentar?  20
Cual antorcha mezquina
en la radiante esfera
del sol, cual perla fuera
en el índico mar.

    Porque, al mirarte ahora,  25
de la vida en la aurora,
esperando un risueño
dorado porvenir,
no hay celestial ensueño
ni poesías divinas  30
con las que tú imaginas
que logren competir.

    En tus dormidos ojos,
sobre tus labios rojos,
de tu semblante bello  35
en la noble expresión,
aparece el destello
de la poesía arcana
en que vive y se ufana
tu virgen corazón.  40

    Si la pradera verde
que su frescor no pierde,
y el ancho soto umbrío
que suele guarecer
en el ardiente estío  45
al sediento viajero,
del oculto venero
indicio pueden ser.

    Tu severa mirada,
tu frente despejada,  50
tu sonrisa, y el puro
carmín de tu rubor,
dan indicio seguro
del bien que hay en tu seno
de pesar libre, lleno  55
de inocencia y de amor.

    Con tan rico tesoro
más preciado que el oro,
con ese de poesía
limpio manantial,  60
¿cómo competiría
mi espíritu agotado?
¿Cómo el invierno helado
con la pompa vernal?

    No nace en el desierto  65
de mi corazón yerto
una flor solitaria
que poner a tus pies.
Trocáronse en plegaria
mis alegres canciones,  70
fuente de inspiraciones
mi dolor sólo es.

    ¿Por qué mis versos quieres,
si tú poesía eres,
Blanca Rosa temprana,  75
espíritu gentil?
La luz de la mañana
en tu mirada brilla,
adorna tu mejilla
la gala del abril.  80

    La flor que te embelesa,
el aire que te besa,
la luz que te circunda,
la noche, el cielo, el mar,
la luna moribunda,  85
las pálidas estrellas
con mil poesías bellas
te quieren regalar.

    Préstales grato oído,
y el profundo sentido  90
del inefable canto
vendrás a comprender,
y en tan sublime encanto
tu mente embebecida,
gozará nueva vida  95
y mágico placer.

    Y a la vaga armonía
que amorosa te envía
en la estación amena
la rica creación,  100
de fe y deleites llena
responderá tu alma,
convertida tu calma
en dulce agitación.

    Así, cuando la aurora  105
de rosicler colora
el oriental zafiro,
los bosques y la mar,
en lánguido suspiro,
perfumes dan las flores,  110
las aves tus amores
se ponen a cantar.

Madrid, 1863.




ArribaAbajo

A Genoveva


ArribaAbajo    Si el sol de primavera
en la pradera posa
la mirada amorosa,
florece la pradera.
Si tu beldad quisiera  5
en mí suavemente
posar la refulgente
luz de tus ojos bellos,
infundiera con ellos
la poesía en mi mente.  10

    Pues si nacen las flores
del sol al vivo rayo,
y en las noches de mayo
vuelven los ruiseñores
a cantar sus amores,  15
bien tu mirar podría
volverme la poesía
a su antigua morada,
desierta y olvidada
dentro del alma mía.  20

    Así tan sólo creo
que tendría mi canto
de tu ser el encanto,
esfera del deseo;
la que en tus ojos veo  25
simpática dulzura,
los que en tu boca pura
destila, cuando ríes
en perlas y rubíes
aromas y frescura.  30

    Acaso yo lograra
cifrar en mis canciones
las bellas ilusiones
que tu mirar declara;
y el candor, y la rara  35
discreción que revela,
y las dichas que anhela
tu alma pudorosa,
y aquella luminosa
región por donde vuela.  40

    Diera el ingenio mío
entonces, Genoveva,
maravillosa prueba
de su elegancia y brío;
¡mas yo propio me río  45
del imprudente ruego!
¿Quién me asegura luego,
al sentirme inspirado,
de no morir quemado
en tan hermoso fuego?  50

Madrid, 1863.




ArribaAbajo

Cumpleaños de Blanca Rosa


ArribaAbajo    El sol con más viva llama
el aire dora y fecunda,
y ya sus lazos de hielo
el arroyo desanuda;
retrata en limpios cristales  5
las estrellas y la luna,
y fértiles prados riega
por donde corre y murmura.
Ya la golondrina errante
su antigua morada busca,  10
y ya vuelve el ruiseñor
a cantar en la espesura;
salpicada con aljófar
del rocío o de la lluvia,
cubre y tapiza los campos  15
la verde hierba menuda.
A fresco búcaro huele
la tierra, cuando se enjuga.
Ora nacen, cual primicias
del amor, la linda y pura  20
flor del almendro temprana
que la primavera anuncia,
y la púdica violeta
que entre las hojas se oculta.
Así nació Blanca Rosa,  25
como la violeta púdica,
como la flor del almendro,
prenda de amor y ventura.

Madrid, 1864.




ArribaAbajo

A Melisa


ArribaAbajo    A las cuatro, mañana
te espero, vida mía.
Por nuestro amor te pido
que acudas a la cita.
Imaginar no puedes  5
cuánto me martiriza
el esperar en balde
tu anhelada venida.
Desasosiego extraño
todo mi ser agita,  10
dos o tres horas antes
de la hora convenida.
No da tantos paseos
en su jaula la ardilla;
no corre más un toro,  15
si el tábano le pica.
Inútil es que piense
sino en lograr la dicha
de recibirte, y luego
besarte en las mejillas,  20
que la emoción y el susto
con púrpura matizan
y a la que da frescura
el aura vespertina.
No leo, si te aguardo,  25
porque las letras brincan,
y donde decir deben
Dios o filosofía,
dicen amor, abrazos,
y besos y Melisa.  30
No sé escribir tampoco,
porque la mente mía
el discurso y las frases
concertadas olvida,
y tan sólo recuerda  35
la obscura letanía
o la inarticulada
confusa retahíla
de suspiros y ayes
que la pasión nos dicta:  40
rudimentos fecundos
de la lengua divina,
que más tarde sabremos
en la región empírea,
al gozar con los ángeles  45
de la visión beatífica.
En fin, cuando te espero,
la duda me atosiga:
los celos, si te tardas,
me matan y la ira;  50
y siento, si no vienes,
honda melancolía.
Pero, si al cabo oigo
sonar la campanilla,
me parece que suena  55
la célica armonía.
Vuelo a la puerta, abro,
y al verte tan bonita,
con tu mirar de fuego
y tu blanda sonrisa,  60
enamorada el alma
a tus plantas se inclina,
y agradecido beso
hasta el polvo que pisas.

Madrid, abril de 1867.




ArribaAbajo

Al mirar tus ojos


ArribaAbajo    Sueño, al mirar tus ojos, que suspiro
en dura cárcel. Por estrecha reja
cielos y montes enriscados miro;
un limpio lago su beldad refleja.

    Flores, menuda hierba, bosque ameno  5
forman el cerco del hermoso lago:
ni ondas riza en su faz ni da a su seno
inquietud o rumor el aire vago.

    Aquel silencio en soledad arcana,
a contemplar y a comprender incita  10
césped, árboles, montes, flor temprana,
ambiente claro y bóveda infinita.

    Con difusos rubíes y con oro
de los cerros el sol ciñe la frente
pero su oblicuo resplandor ignoro  15
si emana del ocaso o del Oriente.

    Tal vez al alba allí guarden cautiva
benignas hadas entre lindas flores;
allí tal vez perpetuamente viva
la lozana estación de los amores.  20

    Vuelvo a mirar tus ojos con profundo
mirar, y el pensamiento se figura
que el lago en su cristal retrata el mundo
con más rara beldad, con luz más pura.

    Todo mejor en su tranquilo espejo:  25
más armónico todo y delicado,
copia torpe es el mundo. Es el reflejo
de inasequible perfección dechado.




ArribaAbajo

Arcacosua3


Poema euskero, místico y picante

ArribaAbajo    Orlas de espuma cándida y rizada
formaba el onda apenas
de la playa al tenderse en las arenas.
Entre nubes velada,
la luna iba bordando  5
con fulgor argentino
los árboles, las peñas y las flores;
y sobre el haz del agua rielando,
comunicaba encanto peregrino
al mar, al aire, al valle y los alcores.  10
Lenta y vaga la brisa
entre robles y acacias suspiraba,
dando a las hojas leve movimiento.
Con blanda voz sumisa
el mar se querellaba,  15
y con sumisa voz gemía el viento.
Desvaneciendo su perfil altivo,
su diadema ocultando de castaños,
y de espontáneo helecho primitivo,
como en pliegues extraños  20
de ceniciento velo,
los montes en la niebla se envolvían:
pocas estrellas pálidas rompían
la obscuridad del adormecido cielo.
El monótono son acompasado  25
de aura tan mansa y mar tan sosegado,
más que el silencio mismo, convidaba
al reposo y al sueño.
Yo tan sólo velaba,
que el pensamiento de mi mente dueño  30
con despiadado empeño
en no cerrar mis ojos se obstinaba.
Miraba yo la patria esclarecida
del indómito vasco armipotente,
do antigua y santa libertad se anida,  35
do presta al cuerpo robustez y vida
el sano, puro y campesino ambiente;
do tienen su morada
la sobriedad, la rústica inocencia
y las costumbres de la edad de oro:  40
donde el aura vital no está viciada;
donde las dudas de profana ciencia
de ilusiones no roban el tesoro.
Temiendo que el tesoro se perdiera,
dije, dando un suspiro:  45
«¿por qué el suelo que miro
ha de hollar tanta gente forastera?
¿Por qué el desocupado cortesano
ha de venir aquí cada verano?
Graves negocios y placer impuro  50
abandona en la corte, y se encamina
de Guipúzcoa al pacífico seguro
que con galas y vicios contamina;
desprecia la sardina,
el rubio corrocón, la tenue angula,  55
y la rica borona suculenta;
sueña con la exótica cocina,
que sólo ya su melindrosa gula
y su embotado paladar contenta.
¡Ay! ¡Cuánto mi recelo se acrecienta  60
de que estas sucesivas invasiones
han de viciar aquí los corazones!
Pronto, quizá, del madrileño el trato
traerá mil peligrosas novedades:
la zagala tal vez de más recato  65
a ser vendrá terrible cocodeta;
por el can-can se olvidará el zorcico,
vencerá a la pelota la ruleta
y modas de París habrá en Motrico.
¡No permitan los cielos  70
que se cumplan jamás tales recelos!
¡Oh, númenes! ¡Oh, genios tutelares
de los hijos robustos de Vasconia,
proteged sus hogares
contra disgustos, vicios y pesares  75
que vienen de Madrid con la colonia!»
No bien mi soliloquio concluía,
cual si acudiese pronta a mi conjuro,
una visión lindísima y graciosa
vi que, tomando cuerpo, por el puro  80
aire hacia mí venía,
y en el andar reconocí a una diosa.
Cual vence a la tortuga perezosa
el cóndor, que por cima
del ingente Sorata se sublima,  85
y en sus nieves eternas
abate el vuelo y un instante para,
vence la esbelta ninfa a la Pinchiara
en ligereza y en vigor de piernas.
La extensión que de un brinco salvar puede,  90
sin violentarse y sin hacerse daño,
mil veces al tamaño
multiplicado de su cuerpo excede.
Era la vestidura
de la ninfa gentil bastante obscura;  95
del color de la pasa de Corinto;
mas tenía metálicos fulgores,
y tornasol distinto,
y visos y cambiantes seductores.
Todo la vista halaga  100
de la luz al destello,
y da envidia al más bello
férreo dije del hábil Zuloaga.
Ya la ninfa a mi lado
así habló con acento almibarado:  105
«Yo soy, yo soy la diosa protectora
de esta región y del que en ella mora.
Por el Amor del Caos fecundado
no bien brotó la vida,
de Guipúzcoa, mi tierra preferida,  110
me mostré en la comarca;
mas difundí al momento mis legiones
por cuanto alumbra el sol y el mar abarca,
colonizando incógnitas regiones,
que no vieron Colón ni los Pinzones,  115
y ejerciendo mis bríos
en los climas templados y en los fríos,
desde Bootes a la austral Corona
y de la helada hasta la ardiente zona.
Mas no pienses que vivo como en esta  120
mísera tierra viven los humanos;
naturaleza próvida me presta
para mansión feliz claustros arcanos.
Tal vez de hermosa seda y fresco lino
tiendas tengo y alcázar peregrino;  125
montes tal vez esféricos paseo,
amasados con leche y con claveles,
que vida tienen y calor muy grato,
olor, lustre y aseo;
y tal vez por vergeles  130
y cañadas y bosques me recato,
do tropical vegetación germina,
en que bambú dorado
o negro como endrina
sombrea el terso suelo sonrosado.  135
Allí, si el labio ardiente
aplicando, mi sed apagar quiero,
de rubíes un círculo hechicero
se forma, y en el círculo una fuente;
y de la fuente mana  140
tibio licor más rojo que la grana.
No del Parapamiso
como Soma en las faldas hacer quiso,
o cual Baco en la India o en la Tracia,
quiero yo hacer la gracia  145
de darme cual bebida o alimento
para regenerar al ser humano,
y prestar a su espíritu sediento
algo del ser divino y soberano;
el hombre más se endiosa y más se eleva  150
si la divinidad su sangre prueba.
Así hago, yo; y al cocodés canijo
con esta transfusión desvelo y ardo,
achicharro y aflijo;
soy el bu de la gente de buen tono;  155
mas al hombre que viste paño pardo
sólo dulces cosquillas proporciono.
A la simple pastora,
que los misterios del amor ignora,
con mi comezoncilla suavemente  160
despierto los sentidos y la mente;
o ya picando en sitios reservados,
por el pudor ocultos y velados,
excito a la pastora a que los vea,
y en su propio donaire y hermosura,  165
merced a mi inocente travesura,
ella inocentemente se recrea.
En cambio, al perfumado señorito
y a la dama alfeñique
les causo el más incómodo prurito  170
y están siempre temiendo que les pique.
Por tal arte consumo sus entrañas
hasta que al fin se van de estas montañas.»
Así dijo la ninfa. Luego vuela
y vierte aroma por los aires puros.  175
Y en blanco lienzo primorosa estela,
ristra o collar de glóbulos obscuros,
de perlas negras, ónix y amatista,
me deja, al alejarse de mi vista.
Yo, henchido entonces de entusiasmo fiero,  180
mi cuerpo todo con las uñas hiero.

Deva, septiembre de 1871.




ArribaAbajo

En un abanico


ArribaAbajo    ¿Qué escribirá en tu abanico
la cansada musa mía?
¿No eres tú de la poesía
venero inexhausto y rico?

    Bástele, pues, al liviano  5
azote del fresco viento,
que le perfume tu aliento
y que le estreche tu mano.

    Y que su luz seductora
velando en él tu mirada  10
le trueque en nube dorada
por el fulgor de la aurora.

Madrid, 1873.




ArribaAbajo

A Flavia


ArribaAbajo    Al volver la primavera
reverdece la pradera,
y nacen lozanas flores;
las aves cantan amores;
brota la vida doquiera.  5

    Cuando la rosada aurora
difunde su luz amiga
perfumes mil vierte Flora.
Cuando el sol los campos dora
maduran fruto y espiga.  10

    Al rocío bienhechor
el cáliz abre la flor;
y ostenta todas sus galas,
si del céfiro las alas
la acarician con amor.  15

    Tú eres alba, sol, rocío,
primavera, aura vital;
pero agostó el hado impío
en el pensamiento mío
el jardín de lo ideal.  20

    En vano vierte su llama
el sol en estéril suelo,
no le fecunda y le inflama;
en balde perlas derrama
allí compasivo el cielo.  25

    La canora Poesía
de mi seno se apartó
y, seca la fantasía,
ni aroma ni melodía,
ni flor alguna guardó.  30

    Mas si el ingenio está incierto,
el corazón está vivo.
Alba, sol, ven al desierto,
que un oasis encubierto
para albergarte apercibo.  35

    Las que oculta mi amistad
en su centro, aves y flores
de inenarrable beldad
música darán y olores
si alumbras su soledad.  40

Madrid, junio de 1873.




ArribaAbajo

Idilio


ArribaAbajo    El plácido arroyuelo
rompe el lazo de hielo,
y desatado en onda cristalina
fecunda la pradera.
Flora presta sus galas a Ciprina;  5
reluce Febo en la celeste esfera,
y en la noche callada
la casta diosa a su pastor dormido,
con trémulo fulgor, besa extasiada.
Del techo antiguo y a suspender su nido  10
ha vuelto ya la golondrina errante;
dulces trinos difunde Filomena;
el mar se calma, el cielo se serena;
sólo Céfiro amante,
oreando la hierba en los alcores,  15
y acariciando las tempranas flores,
con música y aroma el aire agita.
En la rica estación de los amores
amor en todo corazón palpita;
pero en el alma del zagal Mirtilo  20
halla perpetuo asilo.
Allí ingenioso el dios labra un dechado
de gracia encantadora,
donde con fiel esmero ha retratado
a Clori bella, a la gentil pastora,  25
por quien Mirtilo muere.
Clori, en tanto, amistosa y compasiva,
quiere que el zagal viva,
mas amarle no quiere;
antes, dicen que piensa dar su mano  30
a un rabadán anciano.
Con celos el zagal su pena aumenta,
y así en la selva oculto se lamenta:
-¡Tú no sabes de amor, encanto mío!
¡Ah! Tu ignorancia virginal te engaña.  35
Seré merecedor de tu desvío,
mas no comprendo la ilusión extraña
que a dar tanta beldad te precipita,
inútil don, tesoro inmaculado,
a la vejez marchita.  40
La amapola del prado
no despliega la pompa de sus hojas,
de púdico amor rojas,
hasta que el sol derrama
en su velado seno estiva llama;  45
ni la rosa se atreve
a abrir el cáliz entre escarcha y nieve.
No censurara yo que Galatea
al cíclope adorase: la hermosura
bien en la fuerza y el valor se emplea;  50
bien con estrecho, cariñoso nudo,
la hiedra ciñe firme tronco rudo.
Mas nunca a quien apenas
sostener puede el peso de la vida
a llevar sus cadenas,  55
si dulces, graves, el amor convida.
Huyen del mustio vicio las Camenas;
si la flauta de Pan su labio toca,
allí perece el desmayado aliento,
sin convertirse en melodioso viento,  60
y la risa del sátiro provoca.
Con vacilante pie mal en el coro
de ninfas entra; y el alegre giro
y canto de las Ménades sonoro,
o con flébil suspiro,  65
o con dolientes ayes turba acaso;
que, en el misterio de la santa orgía,
ni el hierofante el tirso le confía,
ni él llega hasta la cumbre del Parnaso.
¡Ay, Clori! ¿Qué demencia te extravía?  70
Ya que por ti se pierde
mi tierno amor, mi juventud lozana,
de frescas rosas y de mirto verde
no ciñas ora una cabeza cana.
Trepa la vid al álamo frondoso,  75
y a la punzante ortiga
deja que adorne el murallón ruinoso.
¿Qué riesgo, qué fatiga
no aceptará mi amor por agradarte?
Por ti en el bosque venceré las fieras;  80
por ti el furor arrostraré de Marte,
y el rey de las praderas,
cuya bronceada frente
arma ostenta terrible, que figura
de nueva luna el disco refulgente,  85
de mi garrocha dura
sentirá en la cerviz la picadura.
El rabadán, por la vejez postrado,
tu solícito afán reclamaría,
¡oh Clori!, mientras yo, por tu mandado,  90
al abismo del mar descendería,
sus perlas para ver en tu garganta,
y acosaría al lobo carnicero,
su hirsuta piel con plomo o con acero
ganando para alfombra de tu planta.  95
Alucinada ninfa candorosa,
desecha ese delirio que te lleva
a ser del viejo rabadán esposa.
Pues ¡qué!, ¿te he dado en balde tanta prueba
de amor? Ya ves que por seguirte dejo  100
el templo de Minerva y los vergeles
por do Betis copioso se dilata.
De mis padres me alejo,
y huyo también de mis amigos fieles
para sufrir crueldades de una ingrata.  105
No estriba tu desdén en mi pobreza,
que no oculta tan bajo sentimiento
tu noble corazón, y ni en riqueza
me vence el rabadán, ni en nacimiento.
Sólo un funesto error, una locura,  110
¡oh Clori!, ¡oh rosa del pensil divino!,
le hará exhalar tu aroma y tu frescura
entre las secas ramas del espino;
te hará romper el broche delicado,
no para abril, para diciembre helado.  115
No así me hieras, si matarme quieres;
mira que así te matas cuando hieres.

Madrid, 1876.




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Idilio


ArribaAbajo   En la vid, con sus pámpanos lozana
relucen cual topacio los racimos.
Quita lluvia temprana
al alma tierra la aridez estiva,
y los frutos opimos  5
medran con nuevos jugos en la oliva
y en el almendro que entre riscos brota.
Recobra el claro río
el caudal que perdiera en el estío;
y el áspera bellota  10
se madura y endulza entre el pomposo
follaje, donde el viento,
para las gentes de la edad primera,
con fatídico acento
la voluntad de Júpiter dijera.  15
No, como en primavera,
el campo está de flores matizado;
que el labrador cansado
en las flores cifraba su esperanza,
y ora en cosecha sazonada alcanza  20
el premio de su afán y su cuidado.
Embalsama el membrillo con su aroma
los céfiros ligeros;
y en el limón y en la madura poma,
y en los sabrosos peros  25
el oro luce y el carmín asoma,
que brillaron en rosas y alelíes;
mientras, por celos de su flor, empieza
romper la granada su corteza,
descubriendo un tesoro de rubíes.  30
Con la otoñal frescura
nace la nueva hierba, y su verdura
la palidez de los rastrojos cubre.
Serena está la esfera cristalina,
y hacia el rojo Occidente el sol declina  35
en una hermosa tarde del octubre.
Filis, la pastorcilla soñadora,
bella como la luz de la alborada,
abandonando ahora
su tranquila morada,  40
va de las Ninfas a la sacra gruta;
y en vez de flores, por presente lleva
un canastillo de olorosa fruta,
con que a vencer la resistencia prueba
que hacen a sus amores  45
las Ninfas que en el suelo
a Cupidos traviesos y menores
dan vida y ser contra el amor del Cielo.
No bien el antro con su planta huella,
donde reinan las sombras y el reposo,  50
con terror religioso
se estremece la tímida doncella.
Su presente coloca
de las silvestres Ninfas en el ara,
y altas razones de prudencia rara,  55
que pone el Numen en su fresca boca,
con esmerada concisión declara:
«Ninfas, no os ofendáis de mi desvío;
no deis vuestro favor a los zagales
que cautivar pretenden mi albedrío.  60
Son como los rosales,
que lucen mucho en la estación florida
y dan amarga fruta desabrida.
De su orgullosa mocedad el brío
apetece y no ama;  65
y con enojo en sus palabras leo
que poética llama
ni ennoblece ni ilustra su deseo;
y que el conato que imprimió natura
en todo ser viviente,  70
no se acrisola allí ni se depura
del cielo con la luz resplandeciente.
Ya sé que los Cupidos,
vuestros hijos queridos,
dan a la tierra su virtud creadora;  75
mas el amor, que en el Empíreo mora,
esa misma virtud en ellos vierte,
y difunde doquier su vida arcana,
vencedora del mal y de la muerte.
Pues bien; la que se afana  80
los misterios ocultos y supremos
por saber de este Amor, ¿lograrlo puede
con un zagal sencillo y sin doctrina?
Las que tesoro tal gozar queremos,
¿no es mejor que busquemos  85
al varón sabio a quien el Dios concede
el vivo lampo de su luz divina?
Por esto, Ninfas, a mi Irenio adoro:
como en arca sagrada,
guarda dentro del alma inmaculada  90
del Amor el tesoro;
y arde su llama bajo el limpio hielo
conque el tenaz trabajo de la mente
corona ya su frente,
como corona el cano Mongibelo.  95
Así Irenio recobra por la ciencia
lo que roba del tiempo la inclemencia.
¡Cuánto zagal con incansable mano
toca el rabel en vano
por carecer de gracia y maestría;  100
mientras que Irenio, con su blando tino
y su plectro divino,
produce encantadora melodía,
y hace sentir al alma lo que quiere,
no bien la cuerda hiere!  105
Si el zagal inexperto
persigue al perdigón en la carrera,
o le pierde o le coge medio muerto
mas la diestra certera
pone Irenio prudente  110
en el oculto nido,
do el pájaro reposa con descuido,
y su pluma naciente
sin destrozar, sus alas no fatiga,
y le aprisiona al fin para su amiga.  115
Ni resplandece menos el ingenio
del doctísimo Irenio
en componer cantares
y en referir historias singulares.
Cuando me alcanza de la rama verde  120
la tierna nuez, la alloza delicada,
elige lo mejor, sin tronchar nada.
Cuando algún corderillo se me pierde,
él le busca, y a casa me le lleva;
y de continuo me regala y prueba  125
su cariño sincero,
o haciendo con esmero
de los huesos de guinda
ya un barquichuelo, ya una cesta linda,
o enseñando a sacar a mi jilguero  130
el alpiste menudo
de entre mis labios con su pico agudo.
Tan sólo me perturba y me desvela
que Irenio a veces con el alma vuela,
por donde de su amor terreno dudo,  135
pero si Irenio de verdad me amara,
mayor triunfo sería
el lograr la victoria,
no de pastoras de agraciada cara,
sino de la poesía,  140
de la ciencia, del arte y de la gloria.»
Irenio a Filis, escondido, oía;
y apareciendo y dándole un abrazo,
dijo con modestísima dulzura:
«Este amoroso lazo,  145
que labra mi ventura,
en vano, Filis, explicar pretendes
con tus alambicadas discreciones.
¡Ay, candorosa Filis! ¿No comprendes
que, a pesar del saber que en mí supones,  150
amor no te infundiera
tu rabadán si muy anciano fuera?
Cuando mi amor al del zagal prefieres
por viejo no, por rabadán me quieres.»

Madrid, 1876.




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Usinar


Episodio del Mahabharata

ArribaAbajo    Perseguida la tímida paloma
por un buitre, volaba, y en el seno
del monarca Usinar halló refugio.
-Siempre fuiste, señor, entre los reyes
dechado de justicia, dijo el buitre:  5
¿Por qué en mi daño la justicia olvidas?
Mi prescrito alimento no me robes.
Me aflige el hambre. Tu deber no cumples
si mi comida en tu poder retienes.
-¡Oh poderoso buitre! De ti huyendo  10
trémula vino la paloma, en busca
de que yo fuese amparo de su vida.
¿Cómo no entiendes que el deber más alto
es para mí salvar de su enemigo
a quien vino en mi seno a refugiarse  15
y puso en mi lealtad su confianza?
La vaca asesinar, madre del mundo,
y matar a un brahmán y al refugiado
en angustia dejar y en abandono,
tres hechos son iguales en la culpa.  20
-El alimento todo lo sostiene;
tomándole, la fiera crece y vive;
y si es duro y terrible que le tome,
sin él no puede sostener la vida.
Esta fuerza vital me abandonara,  25
hundiéndome en el reino de la muerte,
no bien yo repugnase mi alimento;
y, yo expirando, luego morirían
mi dulce esposa y mis hijuelos caros.
Ve, pues, cómo si amparas la paloma,  30
a inevitable muerte nos condenas.
Lucha un deber con otro. Habiendo lucha,
no hay deber verdadero. Sólo cuando
no impiden un deber otros deberes,
el deber es real. Si se combaten,  35
siempre el deber mayor cumplir importa
Rey, el deber mayor conoce y cumple.
-¡Sabio y hermoso tu discurso ha sido!
¡Bien del deber penetras la doctrina!
De las aves el rey, eres acaso,  40
el ínclito Suparn, que nadie ignora.
Pero ¿cómo ser lícito pretendes
al refugiado abandonar? Escoge
Para ti de mis campos lo que gustes:
búfalos, toros, ciervos, jabalíes.  45
Di si algo más para comer te falta,
y haré que en el momento lo presenten.
-Yo de toros y búfalos no vivo;
ni jabalíes ni venado quiero.
El alimento que el Criador me ha dado  50
es la paloma. Dame la paloma.
La paloma nació con el eterno
destino de que el buitre la devore.
-¡Oh pájaro soberbio! Yo la tierra
te doy de los Sivires: cuanto anheles  55
te doy; mas la paloma no me pidas
que a ponerse llegó bajo mi amparo.
-Ulsinar, rey del mundo, pues que amas
a la paloma tanto, da por ella
tu propia carne, en peso equivalente.  60
-¡Oh buitre! Fácil es lo que propones.
Pondré mi propia carne en la balanza.
El rey, sin vacilar, cortó un pedazo
de su carne; pesola, y al pesarla,
halló que más pesaba la paloma.  65
Volvió a cortar más carne de su cuerpo,
y siempre la balanza se inclinaba
de la paloma al mayor peso. Entonces
con la sangrienta y destrozada carne,
se puso en la balanza Usinar mismo.  70
-Indra soy, rey del cielo, dijo el buitre,
y la paloma es Aquí, dios del fuego.
A probar tu virtud hemos bajado
hasta la tierra, ¡oh príncipe piadoso!
Al cortar tú la carne de tu cuerpo  75
has conquistado en el extenso mundo
eterna fama y clara nombradía;
y hablarán en tu encomio los mortales
mientras dure el asiento que en el cielo
te preparan los dioses. Así dijo  80
Indra, y al cielo se elevó glorioso.
También por su virtud Usinar justo
el cielo conquistó, y en pos de Indra
subió luciente a la eternal morada.




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Santa


Episodio del Mahabharata


ArribaAbajo    El rey de Anga, Lomapad glorioso,
a un brahmán ofendió, no dando en pago
de un sacrificio lo que dar debiera
irritados entonces los brahmanes,
salieron todos de su reino: el humo  5
del holocausto al cielo no subía;
Indra negaba la fecunda lluvia,
y la miseria al pueblo devoraba.
Lomapad, consternado, saber quiso
el parecer de los varones doctos,  10
y los llamó a consejo, y preguntoles
qué medio hallaban de aplacar la ira
del dios que lanza el rayo y amontona
en el cielo del agua los raudales.

    Mil sentencias se dieron; mas al cabo  15
el más prudente de los sabios dijo:
Escucha, ¡oh rey!, mientras brahmán no haya
que sacrificio en este suelo ofrezca
Indra no saciará la sed, abriendo
el líquido tesoro de las nubes.  20
Los brahmanes movidos del enojo,
al sacrificio no se prestan. Oye
para cumplir el venerando rito,
cómo hallar sólo sacerdotes puedes.
En la fértil orilla del Kausiki,  25
en lo esquivo y recóndito del bosque,
del trato humano lejos, su vivienda
Vifandak tiene, el hijo de Kasyapa,
brahmán austero y penitente. Vive
en el yermo con él, su único hijo,  30
el piadoso mancebo Risyaringa,
no vio a más hombres que a su padre nunca;
sólo frutas silvestres, hierbas sólo
y licor sólo que entre rocas mana,
alimento le dieron y bebida.  35
Tan inocente y puro es el mancebo,
que de lo que es mujer no tiene idea;
manda, Pues, rey, que una doncella hermosa
vaya al bosque, le hable, y con hechizos
de amor, cautivo a la ciudad le traiga.  40
No bien sus pies en tus sedientos campos
la huella estampen, no lo dudes, Indra
dará propicio el suspirado riego.

    Así habló el sabio, y su atinado aviso
agradó mucho al rey. Dinero y honras  45
prometió Lomapad a la doncella
que hábil trajese al candoroso joven;
pero todas miraban con espanto
de Vifandak la maldición terrible,
y exclamaban: -¡Oh príncipe!, perdona,  50
no llega a tal extremo nuestra audacia.

    En tanto, iban mostrándose tan fieras
la sequía y el hambre, que perdieron
toda esperanza el rey y sus vasallos;
cuando Santa, del rey única hija,  55
virgen, por su beldad maravillosa,
modestamente se acercó a su padre,
y así le habló: -Si quieres, padre mío,
yo he de intentar que venga a nuestra tierra
el joven que no vio seres humanos.  60

    Con gran contento, el rey escuchó a Santa,
y al instante dispuso que una nave
se aprestara, de flores y verdura
cubierta por doquier, como retiro
feraz de bienhadados penitentes.  65
Peregrinando en ella con su hija,
fue contra la corriente del Kausiki,
hasta llegar al prado y a la selva
mansión de Vifandak el solitario.
Con discretos consejos de su padre,  70
para tan ardua empresa apercibida,
Santa desembarcó, y entró en la choza
do el mancebo por dicha estaba solo.
-Dime, muni -le dijo-, si te place
la penitencia aquí? ¿Vives alegre  75
en esta soledad? ¿Tienes en ella
abundancia de frutos y raíces?
-Tengo -contestó el joven-; mas ¿quién eres
que como llama refulgente luces?
Bebe el agua mía; te suplico  80
que mis flores aceptes y mis frutos.
-Allá en mi soledad -replicó Santa-,
al otro lado de los altos montes,
nacen flores más bellas y olorosas;
son los frutos más dulces, y es más clara  85
y más salubre el agua de las fuentes.
-¡Oh huésped celestial! -dijo el mancebo-,
algún ser superior eres sin duda.
Yo me postro a tus plantas y te adoro,
como adorar debemos a los dioses.  90
-¡Ah, no! Tú eres mejor, tú eres perfecto,
y adorarme no debes; yo rechazo
la no fundada adoración; permite
que te dé paz como se da en mi patria.

    Cediendo en parte entonces al consejo  95
discreto de su padre, y al impulso
del corazón también, Santa la bella,
al cuello del garzón echó los brazos,
y le dio un beso, y llena de sonrojo
huyó a la nave do su padre estaba.  100
Volvió del bosque Vifandak en esto,
grave, terrible, penitente, todo,
desde los pies a la cabeza, hirsuto.
-¡Hijo! -exclamó-, ¿porqué has holgado, hijo?
Ni partiste la leña, ni atizaste  105
el fuego, ni lavaste la vajilla,
ni la vaca cuidaste, ni el becerro.
Mudado me pareces. ¿En qué sueñas?
¿Qué cavilas? ¿Sabré lo que ha pasado?
-Un peregrino -respondió el mancebo-  110
estuvo por aquí, de negros ojos
y sonrosada y blanca faz; en trenzas
los cabellos caían por su espalda;
en sus labios brillaba la sonrisa;
gentil, gracioso, esbelto era su talle,  115
y en suave curva levantado el pecho;
como canta el kokila en la alborada,
así su voz sonaba en mis oídos,
y a su andar un aroma yo sentía
como el del aura en grata primavera.  120
No quiso de mis frutos, y no quiso
agua tampoco de mis fuentes; frutos
más sazonados me ofreció y bebida
de más rico sabor, cuya promesa
bastó a embriagarme un tanto. Ciñó luego  125
con sus brazos mi cuello el peregrino,
inclinó hacia la suya mi cabeza,
tocó en mi boca con su amable boca,
hizo un susurro pequeñito y blando,
y por todo mi ser discurrió al punto  130
un estremecimiento delicioso.
Por este peregrino en vivas ansias
me consumo; do vive vivir quiero;
de que se ha ido el corazón me duele
y a hacer la misma penitencia aspiro,  135
que me enseñó, para endiosar el alma
más eficaz, ¡oh padre!, que las tuyas.
Vifandak contestó: -No te confíes,
hijo, en belleza material; a veces
van los gigantes por el bosque entrando  140
y toman bellas formas, con intento
de seducir a los varones píos
y perturbar su penitente vida.

    Para buscar a Santa salió entonces
Vifandak, ciego de furor, y apenas  145
hubo salido, penetró de nuevo
la linda moza con furtivos pasos;
la vio el mancebo, trémulo de gozo,
corrió a ella y le dijo: -No te pares;
huyamos sin tardanza do tú vives,  150
no nos halle mi padre cuando vuelva.
Así Santa logró que Risyaringa
la siguiese a la nave. Dio a los vientos
la vela entonces Lomapad, y raudo
bajó por la corriente del Kausiki.  155
No bien puso la planta el virtuoso
mancebo en tierra, cuando abierto el cielo,
vertió torrentes de fecunda lluvia.
El rey, viendo sus votos ya cumplidos,
a Risyaringa desposó con Santa.  160

    Volvió, entretanto, Vifandak del bosque
a la choza, y al hijo furtivo
buscó en balde doquier con saña osada;
de Anga a la capital marchó enseguida,
para lanzar su maldición tremenda.  165
Con la fatiga a reposar parose
en medio del camino, y miró en torno,
y vio praderas de abundantes pastos
y ovejas mil y lucios corderillos,
y pastores alegres. -¿Quién os hace  170
tan dichosos? -les dijo; y respondieron:
-El piadoso mancebo Risyaringa.
Siguió su marcha Vifandak, y hallaba
paz, opulencia, dicha en todas partes
y cada vez que de alguien inquiría  175
de tanto bien la causa, mil encomios
escuchaba de nuevo de su hijo.
Aduló con son grato las orejas
del austero varón tanta alabanza,
y se entibió su cólera fogosa.  180
Llegó por fin a la ciudad, en donde
le colmó el rey de honores y mercedes.
Vio feliz como un dios al hijo amado,
vio tan gozosa a la gallarda nuera,
que como luz de amor resplandecía;  185
y en torno vio rebaños florecientes
y amenos, verdes sotos, y el hartura,
y el deleite por huertos y jardines.
No pudo entonces maldecir: las manos
elevó hacia los cielos y bendijo.  190




ArribaAbajo

Idilios contradictorios


ArribaAbajo    Si toda lozanía
con la vejez se pierde
como la pompa verde
de la arboleda umbría,
cuando llega la impía  5
estación del invierno,
¿por qué ha de ser eterno?
¿Por qué también no acaba
este fervor interno
de que el alma es esclava?  10
¿Por qué del alma inquieta,
la edad que el cuerpo inclina
no ahuyenta la divina
emoción del poeta?
¿Por qué, por qué germina,  15
bajo la nieve ingrata
que abruma ya mi frente,
la esperanza que miente,
el deseo que mata?
¿Por qué, dulce señora,  20
mi corazón te adora?




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Consuelo en la poesía


ArribaAbajo    Vanamente, ¡oh, vejez!, con peso grave
mis espaldas inclinas;
como en lecho de amor, grato y suave
reposo en el de espinas.

    No en esta soledad pierdas el brío,  5
ni al dolor te doblegues;
brilla sereno, entendimiento mío,
y todo bien no niegues.

    Mi invencible bondad, mi honda ternura,
que fue tan mal pagada,  10
prueban la elevación y la hermosura
del alma enamorada.

    Aunque la adusta edad sólo te deja
dolencias y fatigas,
alma, desecha la cobarde queja;  15
no del vivir maldigas.

    Si todo ser amado te desdeña
o te aborrece ahora,
con las creaciones inmortales sueña
que tu centro atesora.  20

    ¡Cuán fecundo venero todavía!
Basten a tu contento
los hijos que en tu fértil poesía
nazcan del pensamiento.

    Vístelos en el seno de tu idea  25
de la forma que anhelen;
y, cuando su beldad el mundo vea,
con gloria te consuelen.




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A su alteza la Serma. Sra. Infanta doña Isabel de Borbón


En una función teatral a beneficio de las víctimas de las inundaciones

ArribaAbajo    Pinos y robles son manto
de Peñalara y Fuenfría,
y son las nieves diadema
que da el invierno a sus cimas.
Estas, cuando el sol las hiere,  5
como los diamantes brillan,
o en negro velo de nubes
la regia pompa cobijan.
Y de los nublados rotos,
o de nieve derretida,  10
baja el agua, que los prados
y los bosques fertiliza.
Benéfico don del cielo
cuando el hombre la domina,
a esta comarca da el agua  15
hermosura y lozanía.
El jardín llena de flores,
de hiedra el muro tapiza,
alfombra el soto de césped,
frutas en el huerto cría,  20
y quiebra del sol los rayos
y sus ardores mitiga,
suspendiendo verdes toldos
sobre las sendas esquivas
su fuerza avasalladora,  25
por el hombre dirigida,
se emplea en juegos graciosos
que embelesan a la vista.
Ora en los aires se eleva,
sierpe alada y cristalina,  30
el pujante surtidor;
ora, como plata líquida,
sobre limpio y terso mármol,
claras ondas se deslizan,
remanso apacible forman,  35
o con ímpetu caminan.
Si el ciego elemento toma
el arte humano por guía,
de utilidad o deleite
engendra mil maravillas.  40
Ya sobre gigantes arcos,
do el embate desafían
de veinte siglos las piedras
con su trabazón y liga,
a Segovia cauce aéreo  45
sus frescos raudales brinda;
ya las palas del molino
el agua corriendo agita;
y ya, hirviendo en amplio vaso,
que la retiene cautiva,  50
fuerza enorme desenvuelve
que busca en balde salida,
porque el hombre la conserva
a su voluntad sumisa,
y a surcar pronto los mares,  55
y a correr por férreas vías,
en alcázares que flotan
y en grandes carros la aplica.
Tal vez con volante rueda
impulsa esa fuerza misma  60
el telar, do lino o seda,
se transforma en tela rica.
Mas ¡ay, si libre del yugo
con que el hombre la esclaviza,
ostenta Naturaleza  65
su poderío y su ira!
El agua que creó el huerto
le inunda y esteriliza;
de cuajo arranca los árboles,
destruye casas y quintas;  70
arrebata entre sus olas
el ajuar de las familias,
a los míseros humanos
roba la hacienda y la vida,
y hunde pueblos florecientes  75
en un montón de ruinas.
La soberbia del ingenio
y el arte entonces se humillan,
y pobre la ciencia humana
nos aparece y mezquina.  80
Ya consolación y aliento
sólo la Fe suministra,
y ya la Caridad sólo
tan hondos males alivia.
En este retiro ameno,  85
que con tu bondad hechizas
y que en tu amable presencia
vierte inocente alegría,
al llegar, egregia Infanta,
las nuevas que nos contristan  90
de los horribles desastres
de Consuegra y Almería,
tu ánimo piadoso quiere
que de fiestas se desista;
mas la que hoy celebramos  95
perdonar debes benigna,
si al desventurado acude
y le socorre en su cuita,
si nuestro canto el lamento
calma un poco de las víctimas,  100
y si en limosnera honrada
ves convertirse a Talía
y enjugar algunas lágrimas
con sus burlas y sus risas.

San Ildefonso, 20 septiembre 1891.




ArribaAbajo

Paráfrasis y traducciones




ArribaAbajo

Fragmento de Byron


   Esta es Grecia, esta la tierra
que ya descansa en la tumba,
que fría parece bella,
que muerta tiene dulzura;
donde el alma se conmueve,
donde el corazón se anubla.
Entre la muerte sombría
brilla en ella la hermosura,
como entre las densas sombras
los relámpagos deslumbran
pero esta belleza misma
está llena de tristura,
como la flor melancólica
que crece sobre las tumbas,
rueda de fuego fosfórico
que cerca las sepulturas,
rayo vivo de luz muerta
que despedidas anuncia,
chispa, quizá, de aquel fuego
del cielo, que aunque relumbra,
ya no calienta su llama
la tierra de su ternura.
¡Tú, patria de los valientes!
¡Tú, que tienes por llanuras
la caverna de los montes
do la libertad augusta
nacer quiso, y do la gloria
encontró su sepultura!
¡Y tú, mezquino retoño
del poder y la bravura
(¡y esto sólo de ella queda!)
ven, acércate, pronuncia,
esclavo vil! ¿No son éstas
las Thermopilas augustas?
¡Hijo servil de los libres!
¿Qué mar tus costas circunda?
El golfo de Salamina.
¿Y estos sitios qué te anuncian?
A conquistarlos levántate;
de tus padres en las tumbas
arranca de sus cenizas
el rescoldo que aún relumbra
de sus primitivos fuegos;
y el que perezca en la lucha
podrá añadir a sus nombres
un nombre más de pavura,
que hará temblar a las colas
de caballo y medias lunas,
y dejará a sus hijuelos
la esperanza y fama suya,
que más debieran morir
que no deshonrarla nunca:
porque una vez principiada
de la libertad la lucha,
con sangre del padre al hijo
trasmitirase sañuda.

    ¡Oh sufrido testimonio!
¡Grecia! Tu página augusta
una edad no muerta aún
nos atestigua y figura.

    Mientras que reyes, ocultos
en obscuridad caduca,
una olvidada pirámide
dejaron para sus tumbas,
tus héroes, aunque trofeos
de su sepulcro en las urnas
no pusieron, monumentos
más grandes les aseguran
de tu tierra las montañas
y sus gargantas profundas,
de vuestras glorias eternas
indestructibles columnas.

Granada, 1841.




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Al sol


Paráfrasis de un fragmento del «Manfredo»


Most glorious orb! That.

LORD BYRON.                


    Orbe de luz y resplandor ufano,
tú eres un dios de gloria y majestad
antes que el hombre el escondido arcano
de tu creación pudiese investigar.
Primer agente del Señor del mundo,
que en las excelsas cimas de los montes,
muriendo o renaciendo del profundo
sobre los apartados horizontes,
con los rayos que arrojas a millones
cuando tu clara lumbre centellea
alegras los sencillos corazones
de los pobres pastores de Caldea.
Dios material, pues, como Dios, te ostentas
de eterna lumbre y de fulgor bañado,
al hombre el invisible representas
y Dios mismo su sombra te ha llamado;
Señor de los luceros luminosos
y centro del cometa fulgurante
que en los crujientes cielos espaciosos
rueda sobre sus ejes de diamante;
tú eres la fuente perennal de amores
y la vida difundes en la tierra,
temperas y abrillantas los colores,
las ricas perlas que la mar encierra;
tú calientas, ¡oh Sol!, los corazones
de todo aquel que de sus rayos vive,
Señor de las doradas estaciones,
todo tu influjo y tu calor recibe;
Monarca de los climas y las gentes,
nuestros mismos espíritus dominas
y al reflejar tu luz en nuestras frentes,
nuestras excelsas almas iluminas.
Como un volcán hirviente, de su seno
te alza del mar con pompa la mañana,
y en el cielo zafírico y sereno
tiende sus rayos tu lumbrera ufana;
y en el ocaso, con celeste gloria
te hundes en nubes de carmín y plata,
en los cielos dejando tu memoria
cinta fugaz de fúlgida escarlata.

Granada, 1841.




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Las gotas de néctar


De Goethe

ArribaAbajo    Por complacer al amado,
al divino Prometeo,
un cáliz lleno de néctar
minerva trajo del cielo.
Con él inspiró a los hombres  5
el santo amor de lo bello,
y puso en sus corazones
de las artes el anhelo.
Recatándose de Jove,
bajaba, y estremeciendo  10
el cáliz, algunas gotas
vertió sobre el verde suelo.
Abejas y mariposas
al punto allí concurrieron,
y hasta la deforme araña  15
gustó del licor benéfico.
Dichosas, pues, que libaron
inspiración y deseo,
y del arte con el hombre
el alto don compartieron.  20




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El paraíso y la Peri


Leyenda oriental de Tomás Moore


ArribaAbajo    Del Edén a las puertas tristemente
la Peri estaba al despuntar del día;
y al ver del cielo el resplandor luciente,
que doraba sus alas inmortales,
y de la vida oyendo los raudales,  5
que allí ruedan con mística armonía,
lloró el pecado de su raza impura,
que le robó del cielo la ventura.

    Y dijo: «¡Cuán dichosos
son los santos espíritus que habitan  10
los prados olorosos
en donde nacen las eternas flores,
que nunca se marchitan!
Por aspirar tan sólo los olores
de la menor entre ellas,  15
cuántas la tierra en sus entrañas cría,
debidas a mi amor, y las estrellas,
flores del ancho espacio, olvidaría.

    »Del Sin-su-hay la linfa sonorosa,
del oro en sus arenas esparcido,  20
y el lago de la fresca Cachemira,
con sus fuentes de plácido ruido,
con isla nemorosa,
que en su seno diáfano se mira,
la claridad perdieran y hermosura  25
junto a las aguas de la etérea altura.

    »¡Ay si de un orbe en otro refulgente
por el espacio en maravillas rico
ansiosa tiendo el vuelo,
y en cantidad ingente  30
todos los goces junto,
y por goces sin fin los multiplico,
jamás equivaldrán a los del cielo
en un solo momento y en un punto.»

    El ángel que las puertas defendía  35
del Edén, el quebranto
al mirar de la Peri, dulce llanto
de compasión vertía,
que daba a sus mejillas resplandores,
como rocío en celestiales flores.  40

    Y el ángel dijo: «Hermosa desolada,
aun te es dado poder en la morada
de los santos entrar, pues del destino
dice el libro divino:
Redímase la Peri que viniere  45
trayendo de la tierra
lo que más grato a la deidad le fuere.
Vuela, busca el presente deseado,
que te abra el cielo y limpie tu pecado.»

    Cual cometa violento,  50
que hacia el disco del sol su curso guía;
como la exhalación que en la sombría
noche rasga el azul del firmamento,
dardo quizá que envía
un ángel a los genios que, en su orgullo,  55
el cielo quieren escalar, la Peri
de la celeste bóveda desciende,
cuando ya de la tierra se colora
la faz con la mirada que la aurora
de sus ojos flamígeros desprende.  60

    Mas ¿dónde irá el espíritu del viento
a encontrar el presente? «Yo, decía,
del alto Chilminar en el cimiento,
las fulgurantes piras de rubíes
y las cándidas perlas, que los genios  65
escondieron, he visto; yo poseo
la copa, de diamantes guarnecida,
de Janshid, su monarca, toda llena
del elixir de vida,
y de la Arabia amena  70
más allá, mi deseo
pueden saciar en escondida playa
los preciados aromas de Pancaya.
Mas ¿qué las joyas son, si las comparo
con el trono de Alá, brillante y claro?  75
¿Qué de la vida el elixir? Cual gota
en el profundo mar, se perdería
donde la vida del eterno brota.»

    Mientras que así decía,
ya con sus leves alas conmovía  80
la Peri el tibio, perfumado ambiente
del territorio indiano,
donde descansa el férvido Océano
sobre rocas de ámbar y corales;
do las montañas en el hondo seno,  85
que fecundan los rayos celestiales,
tesoro guardan de diamantes lleno;
de cuyas fuentes, limpias y serenas,
al murmurar sonoro,
las ondinas adornan las arenas  90
con arenas de oro;
cuyos bosques de sándalo fragante
y clavo y cinamomo, el paraíso
pudieran ser de nuestra hermosa Peri.
Mas ¿por qué sus arroyos de humeante  95
sangre humana se tiñen?
Al arrullo del aura lisonjero
del moribundo el grito lastimero
se mezcla, y de las flores
los hermosos colores  100
manchan con roja sangre los que riñen.
¡Tierra del sol! ¿Quién ora,
con planta destructora,
invade tus pagodas, tus jardines,
tus sagradas cavernas? ¿Quién el trono  105
de oro y marfil de tus monarcas quiere
robar, con rudo encono
los ídolos rompiendo,
en cuyos altos templos los bramines
están los sacrificios ofreciendo?  110
Mahmud de Gasna es. Ciego de ira
se acerca, y de los reyes las coronas
en el vil polvo con desprecio tira;
adorna sus lebreles
con esplendentes joyas, arrancadas  115
de las bellas gargantas profanadas
a las indias matronas.
En el propio Zenana ofende impuro
a la casta doncella,
y de los templos sobre el mármol duro  120
a los bramines sin piedad degüella.

    La Peri, con horror, llena de enojos,
volvió a otra parte los divinos ojos,
y vio en el campo fiero
de la lucha mortal joven guerrero,  125
que defendiendo aún la patria amada,
en la mano derecha
tiene ya rota la sangrienta espada,
y en el ancho carcaj la última flecha.

    «Vive, guerrero, el vencedor le dijo,  130
tú gozarás también de la victoria;
si eres del indio territorio hijo,
con él cumpliste, y alcanzaste la gloria.»
Por respuesta dispara
la flecha el héroe al invasor tirano;  135
mas ¡ay!, que parte en vano,
el hado de su pecho la separa.
El invasor aun vive,
y la muerte el héroe con valor recibe.

    La Peri, que notó donde, tendido  140
en brazos de la muerte
quedó el guerrero fuerte,
viendo ya de la guerra
estar por un momento
más tranquila la tierra,  145
ligera cruzó el viento,
sosteniéndose ufana
en un rayo del sol de la mañana:
y recogió en su seno
de la sangre del ínclito soldado  150
la postrimera gota,
cuando aún el libre espíritu sereno
no había el velo mortal abandonado
su dulce unión con la materia rota.

    Y la Peri exclamó, mientras el vuelo  155
a la mansión eterna dirigía:
«Este es el don que me conquista el cielo,
¡Ay!, en la lid que la ambición provoca,
o la venganza loca,
es con crimen la sangre derramada;  160
mas si se vierte por la patria amada
y sacrosanta libertad, merece
en el cielo brillar, y resplandece
de Dios ante los ojos
siempre el valiente corazón que entrega,  165
muriendo en la refriega,
a la patria sus míseros despojos,
sin doblegar al yugo
la libertad que a Dios darle le plugo.»

    «Hermosa, exclamó el ángel cuando viera  170
el querido presente entre sus manos,
el del héroe la sangre postrimera,
digna del cielo, honor de los humanos;
mas del Edén la puerta cristalina
no resuena con música divina  175
ni se abre para ti. Marcha; la tierra
un presente más santo darte puede;
aun del cielo la suerte te destierra;
si le alcanzas, el cielo te concede.»

    Con la nueva esperanza,  180
en el aire el espíritu se lanza,
y buscando fortuna,
a las montañas llega de la luna.
De sus alas el cándido plumaje
peinó en las fuentes del soberbio Nilo,  185
cuyo origen tranquilo
en el bosque se pierde solitario,
donde al rico paisaje
dan movimiento vario,
danzas tejiendo del gigante en torno,  190
los genios mil, de su cristal adorno.
Y la amorosa ninfa discurriendo,
vio las palmas de Egipto colosales,
y multitud de moles sepulcrales,
que de sus reyes la memoria escuda;  195
y deleitose oyendo
el canto de la tórtola viuda
de Roseta en los huertos encantados,
do la hiedra lasciva al árbol trepa,
y en él ciñe sus brazos perfumados  200
la fructífera cepa.
Y contempló la Peri
de la luna el reflejo
en las inquietas alas
de los blancos pelícanos, que rompen  205
del lago Moeris el turgente espejo.

    ¡Hermosa escena! Más brillantes galas
nunca naturaleza
mostró en la noche obscura.
¡Qué pensara quien viese su hermosura  210
y de sus frutos la sin par riqueza!
Los bosques de palmeras que al ameno
prado inclinan la frente coronada,
como cándida virgen reclinada
de su madre en el seno:  215
las que en el llanto que la aurora vierte
bañan el cáliz, delicadas flores,
para que estén más bellos sus colores
cuando su sol querido se despierte,
los arruinados templos, cual innobles  220
sombras que cubren el vergel risueño,
como reliquias nobles
de un espléndido sueño,
tierna melancolía
en el alma infundieran. El silencio  225
tan sólo turba con su trino ahora
la calandria canora;
y cuando la sombría
nube disipa con su luz de plata
la luna, se retrata  230
en el cristal del lago, y verse deja,
con alas de zafir vivo y luciente,
la Sultana, que exhala dulcemente
del purpurino pico débil queja.

    En tan bella región ¿quién pensaría  235
que la peste fatal sacudiría
de sus alas ardientes
el fuego matador, más violento
que en el desierto el proceloso viento,
que de arenas candentes  240
arrastra un torbellino?
Así como el simoun por donde pasa
la flor marchita, y el vergel abrasa,
marcando su camino,
por dondequiera que la peste vierte  245
su emponzoñado aliento, va la muerte.

    El sol, que ayer brillaba
en la fresca mejilla
que de nítidas rosas esmaltaba
la juventud, hoy brilla  250
sobre un cadáver frío,
que ya sentir no puede
su vivo resplandor. ¡Cuán horroroso
era mirar Dios mío,
los insepultos cuerpos, de la luna  255
a la pálida luz! Los buitres fieros,
los lobos carniceros,
a pesar de su indómita fiereza,
llenos de horror huían;
mas la ciudad las hienas recorrían,  260
olvidando del bosque la aspereza.
¡Ay de aquel que sus ojos divisaba,
brillando entre las sombras cual bermejas
luces, si enfermo, en lastimeras quejas
su desgarrado corazón se ahogaba!  265

    «¡Pobres humanos!, dijo compasiva
la Peri, ¡qué severa
de la Deidad la mano vengativa
vuestra caída castigó primera!
Aun guardáis del Edén algunas flores;  270
mas el rastro quedó de la serpiente
sobre ellas todas, y arrancó inclemente
de sus hojas la esencia y los colores.»

    Y la Peri lloró, y el aire puro
y diáfano y brillante en torno de ella  275
relució, con el llanto
de sus divinos ojos adornado;
porque tienen encanto
las lágrimas que el hombre desgraciado
a un espíritu tierno verter hace.  280
Mas un joven que yace,
pronto a morir, abandonado y triste,
sin amor ni consuelo,
postrado vio la Peri por el suelo,
entre los limoneros que tributo  285
al valle daban de olorosa esencia,
confundidas las flores con el fruto,
cual suelen en la edad de la inocencia
los juegos y el amor andar unidos.
¡Cuán amargos gemidos  290
exhala, abandonado, el moribundo!
Nadie le vela en su dolor profundo;
nadie a dar a sus labios se aventura,
para calmar la fiebre de su seno,
una gota tan sólo de agua pura  295
del lago aquel tan fresco y tan sereno.
Ninguna voz amada
le viene a dar la dulce despedida
al alma enamorada
en el punto cruel de su partida;  300
voz que aun el alma escucha
de muerte y vida en la suprema lucha,
y cual distante música recuerda,
aunque en la ignota eternidad se pierda.

    ¡Pobre joven! Un solo pensamiento  305
su espantoso dolor mitiga ahora:
que no ha de padecer igual tormento
la linda virgen que su pecho adora.
En el palacio de su padre vive,
en donde el aura saludable y pura  310
de las flores recibe
aromas, de las fuentes la frescura,

    mas ¿qué gallarda aparición ligera,
de la luna al fulgor pálido brilla?
De la salud parece mensajera,  315
y en la tersa mejilla,
que trae sus rojos dones se creyera.
Es ella: desde lejos
la conoció su enamorado amigo,
del astro de la noche a los reflejos;  320
ella, que huyendo del paterno abrigo,
morir allí prefiere,
y no vivir cuando su amado muere.

    Al caro amante la beldad abraza.
Y por calmar su férvida congoja,  325
la perfumada crencha desenlaza
y en el agua la moja.
¡Ay! ¡Cuándo el triste imaginar podría
que horror debieran darle los abrazos
de la beldad en quien su amor ponía,  330
cuyos amantes brazos
más santos los creía
que allá en el cielo el misterioso nido
do un tierno querubín yace dormido!
Si antes diera la vida  335
por un beso no más de la que adora,
en tan horrible instante
tiembla al mirarla de su cuello asida,
lleno de amor el pecho sollozante,
y las mejillas, que el rubor colora,  340
de enamorado llanto;
mientras que así le dice con el santo,
nunca el amor cedido,
inmaculado labio al labio unido:
«Si el aire que respiras yo respiro,  345
¿qué me importa que en él venga la muerte?
Cuando morir te miro,
envidio sólo de morir la suerte.
Recoge tú las lágrimas que lloro.
¡Ay!, si la sangre de mi pecho fuera  350
de la salud tesoro,
como vierto este llanto, la vertiera;
no separes de mí tu rostro amigo.
¿No soy tuya, tu amante desposada,
por nuestro amor purísimo obligada  355
a vivir o a morir siempre contigo?
La sola luz de la existencia mía
eres tú; considera
si largo tiempo el alma sufriría
la noche que la espera.  360
¿La vida sin amor quién apetece?
Cuando el tallo no vive,
la flor, que de su amor vida recibe,
se marchita y perece.
Tu rostro acerca, y si el dolor impío  365
también me hiere con su espina acerba,
hoy tu labio, besando el labio mío,
la salud participe que conserva.»
Así habló, y extinguida,
su voz en un suspiro, más suave  370
que la luz de sus ojos adormida,
muerto al fin su embeleso,
ella también, con el postrero beso,
dejó en los labios de su amor la vida.

    La Peri al punto arrebató ligera  375
de aquel alma, en su amor tan verdadera,
el último suspiro enamorado.
«Dormid, dijo, gentiles amadores;
dormid en lecho de inmortales flores,
lleno de luz y gloria y poesía,  380
cual la hoguera del fénix encantado,
que entre perfumes muere y armonía».
Y remontando el vuelo,
segunda vez se encaminaba al cielo
con el nuevo presente  385
de un suspiro de amor puro y ardiente,
cuando ya la mañana
volvió a tender su clámide de grana
por el zafir del cielo transparente.
Y la Peri fingía,  390
en su leda esperanza,
que entre las palmas del Edén volaba,
y ver y oír pensaba
de las huríes la revuelta danza,
y aquella incomprensible melodía  395
que forma el aura leve,
que al trono de Alá rápida nace,
cuando las flores celestiales mueve,
y su perfume en átomos deshace.
¡Ay! ¡Alentaba su esperanza en vano!  400
La puerta del Edén aun no se abría,
y el nuevo don en la radiante mano
al recibir el ángel, le decía:

    «Grato es el don; su historia
escrita está sobre la frente pura  405
de Alá con luz de mística hermosura
y de perenne gloria,
y vendrán los querubes a leerla,
sobre la frente del Señor al verla;
mas del Edén la puerta cristalina  410
no resuena con música divina
ni se abre para ti. Marcha; la tierra
un presente más grato darte puede;
aun del cielo la suerte te destierra;
si le alcanzas, el cielo te concede.»  415

    La Peri, entonces, descendiendo triste,
llegó a la tierra de la Siria opima,
que de rosas se viste,
y donde el sol sobre la calva cima
vierte su luz del Líbano gigante,  420
cuya frente radiante
ciñe de nieve cándida diadema,
del invierno aterido
esplendoroso emblema,
mientras que está tendido  425
a sus pies el verano
de gayas flores en vergel lozano.

    ¡Quién en alas del viento
de tan hermosa vista disfrutara!
¡Cuánto la luz, la vida, el movimiento  430
de sus valles y huertos admirara!
De copiosos raudales
las amenas riberas el octubre
de dulces frutos cubre,
dorados con los rayos celestiales.  435
Al alegre lagarto, por el muro
de la arruinada torre o por la falda
de la colina rápido cruzando,
trueca el color obscuro
en fúlgida esmeralda,  440
el sol sobre su lomo reflejando.
En las eras de aromas
enamoradas gimen las palomas,
a cuyas tersas alas
presta la luz tan diferentes galas,  445
como el iris luciente
que en la región del Peristán se ostenta;
y del cuadro la paz y el gozo aumenta
el son del caramillo. Dulcemente
cantan allí sus amorosas quejas  450
los sencillos pastores.
Un zumbido ligero
forman de Palestina las abejas,
buscando miel en las silvestres flores;
el corcho que prepara el cosechero  455
la abundancia desdeña,
y el panal hacen en la hueca peña
a orillas del Jordán, o en el añoso
tronco de un cedro o corpulenta encina,
en cuya copa trina  460
tal vez el ruiseñor melodioso.

    Mas nada place de la Peri al alma;
sus alas la fatiga
dobló; sólo la calma
enhela ya del cielo;  465
del sol la luz amiga
no le presta consuelo,
aunque limpia y hermosa reverbera
del templo de Balbec en las columnas,
do adoración al sol y gloria diera  470
la multitud; ahora,
si, a pesar de la mano destructora
del tiempo, las columnas se salvaron,
yertas aún entre el inmenso escombro,
refieren al presente con asombro  475
el poder de los siglos que pasaron.

    «Quizá, pensó la Peri, que un secreto
tesoro guarde el templo en su ruina,
misterioso amuleto
o joya peregrina,  480
por los genios que pueblan el abismo
en el fuego volcánico fraguada,
con raras letras, con el nombre mismo
de Salomón sellada,
y allí logre leer dónde se encierra  485
y se oculta, en los mares o en la tierra,
el benéfico encanto
que ha de trocar en gozo mi quebranto.»

    Con este pensamiento, que desvela
su corazón, la Peri, suspirando,  490
sobre la gran Balbec pausada vuela;
y ve a un niño jugando
en el pensil ameno,
puro como las flores y sereno,
en torno de jazmines y de rosas  495
va en pos de las pintadas mariposas,
cuya beldad el alma le seduce;
joyas con alas, voladoras flores,
que en su manto nupcial céfiro luce
en la rica estación de los amores.  500

    Y no lejos del niño, de repente
llega un hombre cansado;
del corcel baja, y en el verde prado
la sed apaga en cristalina fuente;
y luego allí sentado,  505
una mirada dirigió al gracioso
niño, que sin recelo la recibe,
aunque nunca mirar más espantoso
vieron sus ojos. En la frente aquella
grabó el delito su profunda huella;  510
la violencia y el falso juramento,
y el homicidio bárbaro y cruento,
que aun sus manos manchaba, todo escrito
de un ángel por la diestra vengativa
estaba allí con claridad tan viva  515
como era horrible y negro su delito.

    Mas sosegado el criminal ahora,
cual si el ambiente de la tarde suave
dulcificara el hondo sentimiento
de su alma, mira el niño tan contento,  520
con sus alegres juegos en la aurora
de la primera edad embelesado,
y a cruzar no se atreve el desdichado
su mirada siniestra
con la del niño, do el candor se muestra;  525
cual antorcha profana,
si después de alumbrar en noche obscura
rito espantoso y ceremonia impura,
se encuentra con la luz de la mañana.

    El sol en tanto, al sepultar la frente,  530
perfila los celajes del Occidente
de oro y púrpura tiria,
y la oración por todos los confines
con voz sonora anuncian los muecines
en los mil alminares de la Siria.  535
El niño entonces se postró de hinojos,
y en el cielo clavó los bellos ojos,
del Señor ensalzando la grandeza
con tanta santa pureza,
que un ángel desterrado parecía,  540
en el divino amor su pecho ardía.

    ¡Ay! Al ver de aquel alma la luz clara,
hiriendo su memoria
la paz perdida y la perdida gloria,
el mismo Eblís en su altivez llorara.  545
También el delincuente, recordando
los crímenes y horrores de su vida,
no encontró en ella un blando
recuerdo do fijar su alma afligida
sino en la edad de la niñez, y dijo,  550
con voz doliente y tierna:

    «Un tiempo fue también en que la eterna
bondad de Dios mi corazón bendijo.
Joven era yo entonces, feliz era,
y oraba, como tú, con santo anhelo,  555
y en la inocencia de mi edad primera
pude mirar sin confusión al cielo.»
Y pensando en su pura
infancia y en las desdichas que pasaron,
lágrimas de ternura  560
sus abrumados párpados bañaron.

    ¡Cuánto el triste lloró! Llanto sublime,
bien primero que alcanza
el corazón si arrepentido gime,
y su fe pone en Dios y su esperanza.  565
«Maravillosa gota de rocío,
dijo la Peri, el abrasado ambiente
refresca del Egipto en el estío,
con virtud tan patente,
con poder tan salubre,  570
que, al descender a la sedienta tierra,
luego a la peste la salud destierra,
y el aire puro con sus alas cubre;
mayor milagro, pecador contrito,
haciendo el llanto que tu pecho vierte,  575
te limpia del contagio del delito,
y de tu corazón lanza la muerte.»

    Mientras habló la Peri, arrodillado
el criminal, oró del niño al lado,
y su oración al cielo se elevaba,  580
que su perdón con himnos celebraba.
Y de hinojos estaban todavía,
cuando el sol en el mar hundió su fuego,
y su manto al tender la noche fría,
al mundo dio tinieblas y sosiego.  585
Entonces una luz hermosa y pura
rasgó las sombras de la noche obscura,
y fulguró en la lágrima suspensa
del pecador aún en la mejilla,
con claridad brillando más intensa  590
que la del sol y las estrellas brilla.
Quien con débiles ojos y mortales
luz mirase tan clara,
exhalación activa la juzgara
o ardientes meteoros boreales.  595
Pero la ninfa, conociendo en ella
la sonrisa divina
del ángel que la puerta cristalina
abre del cielo ya, viva centella
de su alegría santa,  600
vio en la lágrima el don apetecido,
y exhaló con acento conmovido
la dulce voz de la inmortal garganta:
«Cumplido está mi anhelo;
he conquistado el cielo.  605
Dichosa, santa soy;
adiós; al Edén voy.
¿Qué valen, comparadas
con sus praderas plácidas, bañadas
de arroyos sonorosos,  610
de Amberabad la bóveda fragante
de cedros y de sándalos umbrosos,
de Sahadukian las torres de diamante?
Adiós, aroma terrenal, que roba
al paso el aura cual suspiro leve;  615
que aliento eterno el árbol del Tooba
me prestará, si el céfiro le mueve.
Adiós, terrenas flores,
que os marchitáis a la primer mañana;
¿qué son vuestras esencias y colores?  620
¡Cuán efímera y vana
vuestra hermosura es, si la comparo
con el loto, que crece donde el claro
trono de Alá su majestad ostenta!
Frescas en él las flores se mantienen,  625
y en cada una de sus hojas tienen
un alma que, contenta,
dice conmigo: Conseguí mi anhelo;
he conquistado el cielo.
Dichosa, santa soy;  630
eternamente en el Edén estoy.»

Madrid, 1846.

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