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- XXXIII -


De un Cupido

ArribaAbajo   Al partir y dejarla,
medrosa de mi olvido,
me dio para memoria
Dorila un Cupidillo,
   diciéndome: «En mi seno  5
ya queda, zagal mío,
si tú la imagen llevas,
por señor el dios mismo.
   Ten cuenta, pues, que el tuyo
le guarde bien, y fino  10
por él sin cesar oigas
la voz de mi cariño;
   que aunque cruel te alejas,
con mi anhelar te sigo,
y en cuantos pasos dieres  15
siempre estaré contigo,
   cual tú en toda mi alma;
que este donoso niño
sabrá tu fe guardarme,
tornarte mis suspiros».  20
   Y de marfil labrado
diome un Amor tan lindo,
que viéndole aun Citeres
creyera ser su hijo:
   vendados los ojuelos,  25
luengo el cabello y rizo,
las alitas doradas
y en la diestra sus tiros,
   la aljaba al hombro bello
y el arco suspendidos,  30
que escarmentados temen
los dioses del Olimpo;
   arterillo el semblante
cuan vivaz y festivo,
y así como temblando  35
por su nudez de frío.
   Yo, solícito, al verle
tan risueño y benigno,
los más dulces requiebros
inocente le digo;  40
   y encantado en sus gracias,
bondadoso y sencillo,
cual un dije precioso
le contemplo y admiro.
   Ya le tomo en mis brazos,  45
ya a mis labios le aplico,
con mi aliento le templo
y en mi pecho le abrigo.
   Mas tornando a mirarle,
con él juego y me río,  50
y en mil besos y halagos
las finezas repito,
   tras las cuales le vuelvo
de mi seno al asilo,
do aun más tierno le guardo,  55
más vivaz le acaricio,
   cuando súbito siento
tan ardientes latidos,
como cuando en el tuyo,
Dorila, me reclino.  60
   ¿Y qué fue? Que en el hondo
se me entró el fementido
del corazón llagado,
para aun más afligirlo.




- XXXIV -


A Baco

ArribaAbajo   ¡Honor, honor a Baco,
el padre de las risas,
de las picantes burlas,
de la amistad sencilla!
   ¡Honor, honor a Baco,  5
el dios de las provincias
que el Málaga, el Tudela
y el Valdepeñas crían!
   Él la jovial franqueza,
él la igualdad inspira  10
y en fraternales lazos
los corazones liga.
   Alas al genio ofrece,
calor a la armonía,
y a los claros poetas  15
templa acorde la lira.
   Sobre los pechos tristes
derrama la alegría
y enjuga nuestros lloros
con mano compasiva.  20
   Con su licor divino
no hay duelo ni fatiga
que el ánimo desmayen,
pesar que nos aflija.
   En la copa saltando  25
de Jove la ambrosía
semeja, y su fragancia
la aroma más subida.
   Bebido, sus ardores
dan al flaco osadía,  30
revelan mil verdades,
acaban con mil iras,
   vuelven largo al avaro,
la esperanza subliman,
al plebeyo hacen grande  35
y altiveces humillan.
   Cuando en triunfo glorioso
sujetó el dios la India,
tirso y copa las armas
fueron de su conquista.  40
   Al mismo Amor con ellas
avasalla, y sus viras
más penetrantes hace,
sus llamas más activas.
   Él así de Ariadna,  45
exánime en la huida
de su aleve Teseo,
en Naxos triunfó un día.
   Llorar viola y doliose,
y en sus labios destila  50
del licor que las mesas
del cielo regocija.
   La bella, a su don grata,
mirole enternecida,
luego en sus llamas arde,  55
y hoy con los astros brilla.
   En hombros de sus faunos
ved cuál la copa henchida
de jerezano néctar
regocijado mira.  60
   Mal fija la guirnalda,
ya trémula la vista,
a todos a que brinden
solícito convida.
   Los silenos beodos  65
forman su compañía,
sus bulliciosas danzas
bacanales y ninfas,
   «¡Honor», gritando todos,
«al dios de las vendimias!;  70
¡honor, honor a Baco,
el padre de las risas!».




- XXXV -


De mis deseos

ArribaAbajo   ¿Qué te pide el poeta?
Di, Apolo, ¿qué te pide
cuando derrama el vaso,
cuando el himno repite?
   No que le des riquezas  5
que necios le codicien,
ni puestos encumbrados
que mil cuidados siguen;
   no grandes posesiones
que abracen con sus lindes  10
las fértiles dehesas
que el Guadiana ciñe;
   ni menos de la India
la concha y los marfiles,
preciadas esmeraldas,  15
lumbrosos amatistes.
   Goce, goce en buen hora,
sin que yo se lo envidie,
el rico sus tesoros,
sus glorias el felice;  20
   y el mercader avaro,
que entre escollos y sirtes
de oro vaga sediento,
cuando la playa pise
   con perfumados vinos  25
a sus amigos brinde
en la esmaltada copa
que su opulencia indique;
   que yo en mi pobre estado
y en mi llaneza humilde  30
con poco estoy contento,
pues con poco se vive;
   y así te ruego sólo
que en quietud apacible
inocentes y ledos  35
mis años se deslicen,
   sin que a ninguno tema,
ni ajeno bien suspire,
ni la vejez cansada
de mi lira me prive.  40




- XXXVI -


Las aves

ArribaAbajo   Dorila esquiva, tente,
y escucha los suspiros
que da la tortolilla,
llorando a su querido.
   Mira cómo en el árbol  5
más seco, ronco el pico,
sin luz el cuello hermoso,
los ojos descaídos,
   se queda desmayada;
y al cielo compasivo  10
se vuelve, cual si diera
el último quejido.
   Mírala ya elevada,
ya inmóvil, ya al ruido
más leve atenta que hace  15
del viento el raudo silbo.
   La muerte hirió a su esposo;
fiel ella en su cariño,
cierra el llagado pecho
de amor al dulce alivio.  20
   De chopo en chopo vaga
buscando aquellos sitios
más lóbregos que aumenten
su duelo y su martirio.
   ¡Oh tórtola infelice!,  25
¡cuitada!, ¿qué delirio
te arrastra?, ¿qué aprovecha
tan ciego desvarío?
   ¿Por qué con roncos ayes
profanas el asilo  30
do sólo de amor suenan
sus delicados himnos?
   ¡Oh, que en tu mal te engañas,
te engañas si el oído
rebelde a los halagos  35
cierras del nuevo amigo!
   Las otras aves mira:
¡qué fáciles, qué vivos
son siempre sus placeres!,
¡qué amorosos sus píos!  40
   No buscan, no, las sombras;
el valle más florido
sus dichas ve y suspira
con sus alegres trinos.
   Ya en una débil rama  45
al impulso benigno
se mecen y recrean
del vago cefirillo,
   ya la risueña fuente
las ve en afán prolijo  50
peinar sus bellas plumas
al rayo matutino,
   ya en la hierba saltando
y en alegre bullicio
el ánimo enajenan  55
con mil juegos festivos.
   ¡Felices avecillas!
¡Oh, cómo yo os envidio!
¡Oh, si tan dulce suerte
gozara el pecho mío!  60
   Un gusto, unos placeres,
un venturoso olvido
de lo pasado, libres
de envidias, de partidos,
   ni conocéis los celos,  65
ni el pundonor altivo;
vivir y amar compone
vuestro feliz destino.
   ¡Qué ejemplo!, ¡qué lecciones!
¿Serán, mi bien, contigo  70
inútiles? ¿Tu pecho
será por siempre tibio?
   No, Dorila; en buen hora
siga en su duelo esquivo
la tórtola, y tú imita  75
los tiernos pajarillos.




- XXXVII -


Al viento

ArribaAbajo   Ven, plácido favonio,
y agradable recrea
con soplo regalado
mi lánguida cabeza.
   Ven, oh vital aliento  5
del año, de la bella
aurora nuncio, esposo
del alma primavera,
   ven ya, y entre las flores
que tu llegada esperan  10
ledo susurra, y vaga
y enamorado juega.
   Empápate en su seno
de aromas y de esencias,
y adula mis sentidos  15
solícito con ellas,
   o de este sauz pomposo
bate las hojas frescas
al ímpetu süave
de tu ala lisonjera.  20
   Luego a mi amable lira
más bullicioso llega
y mil letrillas toca
meciéndote en sus cuerdas.
   No tardes, no, que crece  25
del crudo sol la fuerza,
y el ánimo desmaya
si tú el favor le niegas.
   Limpia oficioso, limpia
con cariñosa diestra  30
mi ardiente sien, y en torno
con raudo giro vuela.
   Yo regaré tus plumas
con el alegre néctar
que da la vid, cantando  35
mi alivio y tu clemencia.
   Así el abril te ría
confino, así las tiernas
violas cuando pases
te besen halagüeñas,  40
   así el rocío corra
cual lluvia por tu huella
y en globos cristalinos
las rosas te lo ofrezcan,
   y así cuando en mi lira  45
soplares, yo sobre ella
a remedar me anime
tus silbos y tus quejas.




- XXXVIII -


De los empleos

ArribaAbajo   ¿Por qué en ocio y olvido
vivo humilde en mi aldea,
demandáis impacientes,
y aun culpáis mi pereza?
   Porque, amigos, los cargos,  5
mientras son de más cuenta,
más escollos ofrecen,
más cuidados engendran,
   y abrumado y sumido
en zozobras y velas,  10
para sí nada vive
quien iluso los lleva,
   blanco triste a la envidia
que en herirle se ceba,
sus aciertos apoca,  15
sus deslices aumenta.
   Si a su sombra pudiese
yo la odiosa carrera
detener de los años,
que tan rápidos vuelan,  20
   si una cana, una ruga
en mi frente o cabeza,
esquivar bajo el solio
de la rígida Astrea,
   a mi fe que no huiría  25
de cobarde la empresa
de trepar por sus gradas
do más alto se asienta,
   y a mi rostro apropiando
su genial aspereza,  30
de la lúgubre toga
mis espaldas cubriera.
   Mas si entonces, ahogado
y cual siervo en cadena,
para el canto y la lira  35
ni un instante tuviera,
   ni uno libre que darles
ni a mi blanda terneza,
ni a los dulces amigos,
ni al placer y las bellas,  40
   tropezando en las sombras
de embrolladas sentencias,
que afirmándolo todo,
nada claro presentan,
   allá vayan los cargos,  45
que más gratas me suenan
que los gritos del foro
de Anacreón las letras,
   y mejor los avisos
de la sabia Minerva  50
que las viles falsías
que la corte alimenta,
   trasponiendo a su ocaso,
así en paz mi inocencia,
entre Baco y las Musas  55
y el rapaz de Citera.




- XXXIX -


Del vino

ArribaAbajo   Todo a Baco, Dorila,
todo oficioso sirve:
la tierra generosa
le sustenta las vides,
   el agua se las riega  5
con sus linfas sutiles,
y el céfiro templado
se las bulle apacible.
   Luego el sol le sazona
los racimos felices  10
que ya el néctar encierran
que hoy saltando nos ríe,
   y en los hondos toneles
bien hervido recibe
el color y el aroma  15
que a oro y ámbar compiten,
   el néctar que nos salva
de los desvelos tristes
con que negra la suerte
nuestro espíritu aflige,  20
   y en que el labio y los ojos
tal encanto perciben
que ansiosos de gozarlo
cautivos se rinden.
   No, pues, necia, los tuyos  25
de la copa retires,
delicia de los hombres,
honor de los festines,
   o si por ambos bebo,
no aun más necia te irrites,  30
que hasta el amor se alegra
con los sabrosos brindis.




- XL -


De mi vida en la aldea

ArribaAbajo   Cuando a mi pobre aldea
feliz escapar puedo,
las penas y el bullicio
de la ciudad huyendo,
   alegre, me parece  5
que soy un hombre nuevo,
y entonces solo vivo,
y entonces solo pienso.
   Las horas que insufribles
allí me vuelve el tedio,  10
aquí sobre mí vagan
con perezoso vuelo.
   Las noches que allá ocupan
la ociosidad y el juego,
acá los dulces libros  15
y el descuidado sueño.
   Despierto con el alba,
trocando el muelle lecho
por su vital ambiente,
que me dilata el seno.  20
   Me agrada de arreboles
tocado ver el cielo
cuando a ostentar empieza
su clara lumbre Febo.
   Me agrada, cuando brillan  25
sobre el cenit sus fuegos,
perderme entre las sombras
del bosque más espeso;
   si lánguido se esconde,
sus últimos reflejos  30
ir del monte en la cima
solícito siguiendo;
   o si la noche tiende
su manto de luceros,
medir sus direcciones  35
con ojos más atentos,
   volviéndome a mis libros,
do atónito contemplo
la ley que portentosa
que gobierna el universo.  40
   Desde ellos y la cumbre
de tantos pensamientos
desciendo de mis gentes
al rústico comercio;
   y con ellas tomando  45
en sus chanzas empeños
la parte que me dejan,
gozoso devaneo.
   El uno de las mieses,
el otro del viñedo  50
me informan, y me añaden
las fábulas del pueblo.
   Pondero sus consejas,
recojo sus proverbios,
sus dudas y disputas  55
cual árbitro sentencio.
   Mis votos se celebran,
todos hablan a un tiempo,
la igualdad inocente
ríe en todos los pechos.  60
   Llega luego el criado
con el cántaro lleno,
y la alegre muchacha
con castañas y queso,
   y todo lo coronan  65
en fraternal contento
las tazas que se cruzan
del vino más añejo.
   Así mis faustos días,
de paz y dicha llenos,  70
al gusto que los mide
semejan un momento.




- XLI -


El Amor fugitivo

ArribaAbajo   Por morar en mi pecho,
el traidor Cupidillo
del seno de su madre
se ha escapado de Gnido.
   Sus hermanos le lloran,  5
y tres besos divinos
dar promete Dïone
si le entregan el hijo.
   Mil amantes le buscan;
pero nadie ha podido  10
saber, Dorila, en dónde
se esconde el fugitivo.
   ¿Darele yo a Citeres?,
¿le dejaré en su asilo?,
¿o iré a gozar el premio  15
de besos ofrecidos?
   ¡Tres de aquel néctar llenos
con que a su Adonis quiso
comunicar un día
las glorias del Olimpo!  20
   ¡Ay!, tú, a quien por su madre
tendrá el alado niño,
dame, dame uno solo;
y tómale, bien mío.




- XLII -


El abanico

ArribaAbajo   ¡Con qué indecible gracia,
tan varia como fácil,
el voluble abanico,
Dorila, llevar sabes!
   ¡Con qué movimientos  5
has logrado apropiarle
a los juegos que enseña
de embelesar el arte!
   Esta invención sencilla
para agitar el aire  10
da, abriéndose, a tu mano
bellísima el realce
   de que sus largos dedos,
plegándose süaves,
con el mórbido brazo  15
felizmente contrasten.
   Este brazo enarcando,
su contorno tornátil
ostentas cuando al viento
sobre tu rostro atraes.  20
   Si rápido lo mueves,
con los golpes que bates
parece que tu seno
relevas palpitante;
   si plácida lo llevas,  25
en las pausas que haces,
que de amor te embebece
dulcemente la imagen.
   De tus pechos entonces,
en la calma en que yacen  30
medir los ojos pueden
el ámbito agradable.
   Cuando con él intentas
la risita ocultarme
que en ti alegre concita  35
algún chiste picante
   y en tu boca de rosa,
desplegándola afable,
de las perlas que guarda
revela los quilates,  40
   me incitas cuidadoso
a ver por tu semblante
la impresión que te causan
felices libertades.
   Si el rostro ruborosa  45
te cubres por mostrarme
que en tu pecho aun sencillo
pudor y amor combaten,
   al ardor que me agita
nuevo pábulo añades  50
con la débil defensa
que me opones galante.
   Al hombro golpecitos
con gracioso donaire
con él dándome, dices:  55
«¿De qué tiemblas, cobarde?
   No es mi pecho tan crudo
que no pueda apiadarse,
ni me hicieron los cielos
de inflexible diamante.  60
   Insta, ruega, demanda
sin temor de enojarme,
que la roca más dura
con tesón se deshace».
   Al suelo, distraída  65
jugando, se te cae,
y es porque cien rendidos
se inquieten por alzarle.
   Tú, festiva, lo ríes,
y una mirada amable  70
es el premio dichoso
de tan dulces debates,
   mientras llamas de nuevo
con medidos compases
al fugaz cefirillo  75
a tu seno anhelante.
   En mis ansias y quejas
fingiendo no escucharme,
con raudo movimiento
lo cierras y lo abres,  80
   mas súbito rendida,
batiéndolo incesante,
me indicas sin decirlo
las llamas que en ti arden.
   Una vez que en tu seno  85
maliciosa lo entraste,
yo suspirando dije:
«¡Allí quisiera hallarme!»
   Y otra vez, ¡ay Dorila!,
que a mi rival hablaste  90
no sé qué, misteriosa,
poniéndolo delante,
   lloreme ya perdido,
creyéndote mudable,
y ardiéndoseme el pecho  95
con celos infernales.
   Si quieres con alguno
hacer la inexorable,
le dice tu abanico:
«No más, necio, me canses».  100
   Él a un tiempo te sirve
de que alejes y llames,
favorable acaricies
y enojada amenaces.
   Cerrado en tu alba mano,  105
cetro es de amor brillante,
ante el cual todos rinden
gustoso vasallaje,
   o bien pliega en tu seno
con gracia inimitable  110
la mantilla, que tanto
lucir hace tu talle.
   A la frente lo subes
a que artero señale
los rizos que a su nieve  115
dan un grato realce.
   Lo bajas a los ojos,
y en su denso celaje
se eclipsan un momento
sus llamas centelleantes  120
   porque logren lumbrosos
de súbito al mostrarse
su triunfo más seguro
y como el rayo abrasen.
   ¡Ah, quién su ardor entonces  125
resista!, ¡y qué de amantes
burlándose embebecen
sus niñas celestiales!
   En todo eres, Dorila,
donosa; a todo sabes  130
llevar sin advertirlo
tus gracias y tus sales.
   ¡Feliz mil y mil veces
quien en unión durable
en ti correspondido  135
cual yo merece amarte!




- XLIII -


De la noche

ArribaAbajo   ¿Dó está, graciosa noche,
tu triste faz y el miedo
que a los mortales causa
tu lóbrego silencio?
   ¿Dó está el horror, el luto  5
del delicado velo
con que del sol nos cubres
el lánguido reflejo?
   ¡Cuán otra, cuán hermosa
te miro yo, que huyendo  10
del popular ruïdo
la dulce paz deseo!
   Tus sombras, ¡qué süaves!
¡Cuán puro es el contento
de las tranquilas horas  15
de tu dichoso imperio!
   Ya extático los ojos
alzando, el alto cielo
mi espíritu arrebata
en pos de sus luceros;  20
   ya en el vecino bosque
los fijo y con un tierno
pavor sus negros chopos
en formas mil contemplo;
   ya me distraigo al silbo  25
con que entre blando juego
los más flexibles ramos
agita manso el viento.
   Su rueda plateada
la luna va subiendo  30
por las opuestas cimas
con plácido sosiego.
   Ora una débil nube
que le salió al encuentro
de trasparente gasa  35
le cubre el rostro bello.
   Ora en su solio augusto
baña de luz el suelo,
tranquila y apacible
como lo está mi pecho.  40
   Ora finge en las ondas
del líquido arroyuelo
mil luces que con ellas
parecen ir corriendo.
   Él se apresura en tanto,  45
y a regalado sueño
los ojos solicita
con un murmullo lento.
   Las flores de otra parte
un ámbar lisonjero  50
derraman, y al sentido
dan mil placeres nuevos.
   ¿Dó estás, vïola amable,
que con temor modesto
sólo a la noche fías  55
tu embalsamado seno?
   ¡Ay, cómo en él se duerme
con plácido meneo,
ya de volar cansado,
el céfiro travieso!  60
   Pero ¿qué voz süave
en amoroso duelo
las sombras enternece
con ayes halagüeños?
   ¡Oh ruiseñor cuitado!,  65
tu delicado acento,
tus trinos melodiosos,
tu revolar inquieto
   me dicen los dolores
de tu sensible afecto.  70
¡Felice tú, que sabes
tan dulce encarecerlo!
   ¡Oh, goce yo contino,
goce tu voz, y al eco
me duerma de tus quejas  75
sin sustos ni recelos!




- XLIV -


El pecho constante

ArribaAbajo   Combatida la encina
de huracanes terribles,
inmóvil en su asiento
su estrépito resiste,
   por sus ásperas hojas,  5
que sus alas oprimen,
resonando los silbos
en quejido más triste;
   mas su ruda firmeza
con el tronco compite,  10
pues ni el choque las rompe,
ni su empeño las rinde;
   y la copa ondeante,
que a los cielos sublime
sobre todos descuella  15
y a la selva preside,
   si en el hórrido choque
se domeña flexible,
pasa el ímpetu, y se alza
más lozana y más firme,  20
   sin cuidarse las aves
que allí plácidas viven
si por fuera los vientos
entre sí airados riñen,
   que por último en calma  25
con susurro felice
de mecer revolando
sus cogollos la sirven.
   Otro tanto el escollo
que los piélagos ciñen  30
y sus móviles golpes
avanzado recibe.
   Las negras tempestades,
la calma bonancible
de las olas turbando,  35
con las nubes las miden,
   de do iguales a un monte
sobre él cayendo gimen
y en su horrísono estruendo
amenazan hundirle.  40
   Él empero inmutable,
mientras más le persiguen
los altísimos tumbos,
más ufano se engríe,
   y ante el rígido ceño  45
de su frente invencible,
sin ofensa las olas
deshechas se dividen,
   que ya en cándida espuma
se convierten, y humildes  50
circundando sus plantas
de su nieve lo visten,
   ya se tornan bramando
por tentar nuevas lides,
y él a nuevas victorias  55
su dureza apercibe.
   He aquí el pecho constante,
que por más que se irriten
en su daño los hados
no podrán sumergirle:  60
   encina en la firmeza
de sus hondas raíces,
y a los golpes y agravios
cual la roca inflexible,
   sin que nada plebeyo  65
menos haga sus timbres,
ni en sus labios la queja
sus virtudes mancille.




- XLV -


Los recuerdos de mi niñez

ArribaAbajo   Cual un claro arroyuelo
que con plácido giro
por la vega entre flores
se desliza tranquilo,
   tal de mi fácil vida  5
los años fugitivos
entre risas y juegos
cual un sueño han huido.
   Veces mil este sueño
repaso embebecido,  10
sin poder arrancarme
de su grato prestigio.
   Doquier en ocio blando
y entre alegres amigos,
pasatiempos y bailes  15
y banquetes y mimos;
   las rosas de Citeres,
con los dulces martirios
del Vendado, y a veces
de Baco los delirios;  20
   esperanzas falaces,
y brillantes castillos
en el viento formados,
por el viento abatidos,
   coronando las Musas  25
los graves ejercicios
de Minerva, y el lauro
con que se ornan su hijos.
   Aquí entre hojosas calles
mil encantados sitios,  30
que aduermen y enajenan
por frescos y sombríos;
   más allá en los pensiles
de la olorosa Gnido
del pudor y el deseo  35
mezclados los suspiros;
   y allí de las delicias
sesgando el ancho río,
que brinda en sus cristales
de todo un grato olvido.  40
   Con codiciosa vista
su alegre margen sigo,
y a sus falaces ondas
sediento el labio aplico.
   Voy a saciarme, y siento  45
que súbito al oído
me clama el desengaño
con amoroso grito:
   «¿Dónde vas, necio?, ¿dónde
tan ciego desvarío  50
te arrastra, que a tus plantas
esconde los peligros?
   Contén el loco empeño:
ese ominoso brillo
que aun te fascina iluso  55
va a hundirte en el abismo.
   De tus felices años
pasó el verdor florido,
y las que entonces gracias,
hoy se juzgaran vicios.  60
   Ya eres hombre, y conviene
dorar arrepentido
con virtudes y afanes
los errores de niño».
   Yo cedo, y del corriente  65
temblando me retiro;
mas vueltos a él los ojos
aun suspirando digo:
   «¿Por qué, oh naturaleza,
si es el caer delito,  70
tan llana haces la senda,
tan dulce el precipicio?
   ¡Felices seres tantos,
cuyo seguro instinto
jamás sus pasos tuerce,  75
jamás les fue nocivo!»




- XLVI -


Del mejor vino

ArribaAbajo   Preciados son los vinos
que en próvido regalo
dio a su feliz España,
Dorila, el padre Baco.
   Uno el gusto y los ojos  5
solicita saltando,
si otro más los enciende
con su punzante amargo;
   y el otro que a las bellas
adula azucarado  10
el paladar endeble,
su ardor hace más grato.
   Órnase cual la noche
de un velo aquél opaco,
y éste fúlgido brilla  15
más que el oro en el vaso.
   El Málaga es famoso;
y a par que el jerezano,
La Nava y Alicante
por siempre serán claros  20
   entre cuantos penetran
los íntimos arcanos
del dios y sus misterios
celebran con aplauso.
   ¿Pues qué diré, si osara  25
nombrarte sólo tantos
cual célebres se cuecen
en términos extraños?
   Todos me agradan, todos
en los pechos humanos  30
el libre gozo engendran,
disipan los cuidados:
   pero aquel que tú libas
y humedece tus labios,
aquél es a los míos  35
el más sabroso y sano.




- XLVII -


De la nieve

ArribaAbajo   Dame, Dorila, el vaso
lleno de dulce vino,
que sólo en ver la nieve
temblando estoy de frío.
   Ella en sueltos vellones  5
por el aire tranquilo
desciende, y cubre el suelo
de fúlgidos armiños.
   ¡Oh, cómo el verla agrada,
de esta choza al abrigo,  10
deshecha en copos leves
bajar con lento giro!
   Los árboles del peso
se inclinan oprimidos
y alcorza delicada  15
parecen en el brillo.
   Los valles y laderas,
de un velo cristalino
cubiertos, disimulan
su mustio desabrigo,  20
   mientras el arroyuelo,
con nuevas aguas rico,
saltando bullicioso
se burla de los grillos.
   Sus surcos y trabajos  25
ve el rústico perdidos,
y triste no distingue
su campo del vecino.
   Las aves enmudecen
medrosas en el nido  30
o buscan de los hombres
el mal seguro asilo,
   y el tímido rebaño
con débiles balidos
demanda su sustento  35
cerrado en el aprisco.
   Pero la nieve crece,
y en denso torbellino
la agita con sus soplos
el aquilón maligno.  40
   Las nubes se amontonan,
y el cielo de improviso
se entolda pavoroso
de un velo más sombrío.
   Dejémosla que caiga  45
Dorila, y bien bebidos,
burlemos sus rigores
con nuevos regocijos.
   Bebamos y cantemos,
que ya el abril florido  50
vendrá en las blandas alas
del céfiro benigno.




- XLVIII -


Los hoyitos

ArribaAbajo   ¿Sabes, di, quién te hiciera,
idolatrada mía,
los graciosos hoyuelos
de tus frescas mejillas?
   ¿Esos hoyos que loco  5
me vuelven, que convidan
al deseo y al labio
cual copa de delicias?
   Amor, Amor los hizo,
cuando al verte más linda  10
que las Gracias, por ellas
besarte quiso un día.
   Mas tú, que fueras siempre,
aun de inocente niña,
del rapaz a los juegos  15
insensible y esquiva,
   la cabeza tornabas
y sus besos huías;
y él doblando con esto
más y más la porfía,  20
   apretó con las manos
en su inquietud festiva
la tez llena, süave,
y así quedara hundida.
   De entonces, como a centro  25
de la amable sonrisa,
en ellos mil vivaces
Cupidillos se anidan.
   ¡Ah, si yo en uno de ellos
trasformado...! Su fina  30
púrpura no, no ajara
con mis sueltas alitas.
   Pero tú, aleve, ríes,
y con la risa misma
más donosos los haces  35
y mi sed más irritas.




- XLIX -


De mi gusto

ArribaAbajo   Retórico molesto,
deja de persuadirme
que ocupe bien el tiempo
y a mi Dorila olvide.
   Ni tú tampoco quieras  5
con réplicas sutiles,
del néctar de Lïeo
hacer que me desvíe.
   Ni tú, que al feroz Marte
muy más errado sigues,  10
me angusties con pintarme
lo horrendo de sus lides.
   Empero habladme todos
de bailes y de brindis,
de juegos y de amores,  15
de olores y convites,
   que tras la edad florida
corre la vejez triste,
y antes que llegue quiero
holgarme y divertirme.  20

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