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ArribaAbajo

Poesías

Tomo II


Juan Meléndez Valdés






ArribaAbajo

Elegías




- I -


En un empeño temerario

ArribaAbajo   Amor, desdenes, ira, y todo junto
el poder de la envidia y de los celos,
se han unido en mi daño a un solo punto.
   La medrosa inquietud con mil desvelos
cubre mi infeliz pecho de amargura;  5
doy lástima a la tierra y a los cielos.
   Yo vi en mi daño una doncella pura,
término de beldad, y con mil dones
que exceden toda humana criatura.
   Sus ojos son de fuego, sus razones  10
hacen al que las oye temblar luego,
y encanta en su saber los corazones.
   Yo la miré, y temí, y un blando fuego
sentí que por mis venas discurría,
y a todo lo demás halleme ciego.  15
   Volvióseme tristeza la alegría;
la paz del corazón, tormenta brava,
y oscuridad infausta el albo día.
   Nunca empero del daño me apartaba;
mas antes, vanamente confiado,  20
del puerto al ancho mar me abandonaba.
   Ni de nubes el cielo encapotado,
ni de las roncas olas el bramido,
ni el aquilón por ellas despeñado,
   ni la negra tiniebla, ni el gemido  25
de los que anega el mar, ni de mi leño
el crujir, ni el camino no sabido,
   bastaron a apartarme del empeño
ni a volverme al lugar do me alejaba,
que Amor me arrebataba a mi despeño.  30
   La orilla con los huesos blanqueaba
de muchos que perdieron ya la vida,
y otros el viento por la mar llevaba,
   yo, alegre en tanto, en rápida corrida
las olas iba de la mar cortando,  35
de la mar en mi daño embravecida;
   y en necio error en el Amor fiando,
que calmase aguardaba la tormenta,
así a solas conmigo razonando:
   «¡Oh flaco corazón!, ¿qué te amedrenta?,  40
¿qué recelas cobarde o qué te espanta,
si un dios tu vela y tu esperanza alienta?,
   ¿pretendes por ventura gloria tanta
sin peligro alcanzar? ¡Ay!, que la gloria
es sólo del que al riesgo se adelanta,  45
   y aquél solo es el digno de memoria
que trepa a la difícil aspereza
do eterna hará la fama su victoria.
   ¿No ves, no ves, cuitado, tu bajeza?
Pues alza ya los ojos a la cumbre  50
de aquella sobrehumana gentileza.
   ¡Oh beldad celestial!, ¡oh gloria!, ¡oh lumbre!,
¡oh angélico semblante!, ¡eterno día!,
tu esplendor fausto mi tiniebla alumbre.
   Tú mi norte serás, serás mi guía;  55
tú eres mi estrella; tú, mi aurora hermosa;
tuya es mi libertad y el alma mía.
   A ti corre mi nave presurosa:
tú la encamina al puerto deseado,
y a mí vuelve los ojos amorosa».  60
   Tal la ruego, y al mar abandonado
parécenme sus olas más serenas,
y dolido el Amor de mi cuidado.
   Así el veneno corre por las venas,
y en un ardor dulcísimo me abraso  65
que revuelve en su llama amargas penas.
   ¿Diré, ¡cuitado!, lo que entonces paso?,
¿ni el infierno y la gloria que en mí siento?
Aun con cien lenguas me quedara escaso.
   Cual Tántalo entre el agua estoy sediento,  70
en el medio del fuego estoy helado,
y a un tiempo alegre río y me lamento.
   Estoy contra mí propio conjurado,
y quiero y aborrezco en solo un punto,
y vivo y muero en tan fatal cuidado.  75
   Siento placer y pena todo junto;
a mi adorada busco, y si la veo,
me quedo en mi dolor como difunto.
   ¡Gloria inmortal del fortunado empleo
que en ciego afán codicia mi ternura!  80
¡Oh, cuál en ti me aflijo y me recreo!
   ¿Quién digno se hallará de tal ventura?,
¿a quién, divino Amor, a quién espera
el premio de su angélica hermosura?
   ¡Oh, si ganarle yo posible fuera!  85
Suerte mayor no anhela mi deseo;
y después, si así place, al punto muera.
   Más, ¡mísero de mí!, que devaneo,
y alcanzarla presumo locamente,
¡ay!, y su altura y mi humildad no veo.  90
   Cual fábula seré de gente en gente,
y el nombre infausto quedará en el mundo
de mi temeridad y amor ardiente.
   ¡Ciego, dañoso error! ¿En qué me fundo,
que a la altísima cumbre de su gloria  95
así aspiro a subir desde el profundo?
   ¡Oh caso digno de fatal memoria!
Yo lo alcanzo, señora, lastimado,
pero Amor lleva siempre la victoria.
   Yo sé que cual gigante despeñado  100
seré al fin, o cual Ícaro atrevido
en medio el hondo mar precipitado.
   Sé que el ciego me arrastra embebecido
donde pueda acabarme; sé mi engaño,
y cuán alto mi error haya crecido.  105
   Y el origen fatal de tanto daño
sé para más dolor, y sé la llama
donde ardí incauto para mal tamaño.
   Y sé como el tirano a sí me llama,
y a mi rota barquilla en nada ayuda  110
contra el ventoso mar que hinchado brama.
   Todo lo sé, señora; mas no muda
su voto Amor, si yo tornar pudiera,
pues ya aun me veda que al remedio acuda.
   ¿Y qué gloria mayor, puesto que muera,  115
que fenecer por vos?, ¡quién lo alcanzara!
¡Ay, si el crudo me oyese, y luego fuera!
   Mi fatal caso al menos lastimara
un pecho en su crudeza empedernido,
y aun piadoso quizá mi fin llorara.  120
   Con esto, del camino no sabido
pisara yo la senda confiado,
y ni sombra temiera ni alarido.
   Más, ¡ay mísero!, ¡ay triste!, que el airado
mar se embravece, y amenaza al suelo;  125
y a su furia el Amor me ha abandonado.
   Los vientos silban, se oscurece el cielo,
cruje frágil el leño; y donde miro
encuentro de la noche el negro velo.
   Me quejo, gimo y por demás suspiro:  130
la muerte a todos lados me saltea,
y mi barca infeliz perdió ya el giro.
   Tal merece quien tanto devanea
y a imposibles osado se aventura:
si por su daño alguno los desea,  135
sírvale de escarmiento mi locura.




- II -


En la muerte de Filis

ArribaAbajo   ¡Oh!, rompa ya el silencio el dolor mío,
y al labio salga en dolorido acento
la aguda pena en que morir porfío.
   Con lastimeros ayes gima el viento;
y entre suspiros y mortal quebranto  5
la falta de la voz supla el lamento;
   ciegos los ojos con su amargo llanto,
lejos de la alma luz, siempre en oscura
noche fenezcan en desastre tanto.
   Truéqueseme la dicha en desventura,  10
ni jamás bien alguno esperar pueda,
pues me robó la muerte mi luz pura.
   ¡Filis!, ¡amada Filis!, ¡ay! ¿Qué queda
ya a mi dolor?, ¿faltaste, mi señora?
¡Cómo la voz el sentimiento veda!  15
   Allá volaste al cielo a ser aurora,
dejando en llanto y sempiterno olvido
esta alma triste que tu ausencia llora.
   ¿Qué?, ¿ni mi dulce amor te ha detenido?,
¿ni la amarga orfandad en que me dejas?  20
¿Tan mal, querida Fili, te he servido?,
   ¿así de este infeliz, así te alejas?
Vuelve, adorada, vuelve a consolarme;
no más desdeñes mis dolientes quejas.
   Pero tú no pudiste abandonarme;  25
el golpe de la muerte, el golpe fiero
sólo de ti, mi bien, logró apartarme.
   ¡Oh muerte!, ¡muerte!, ¡oh golpe lastimero!
¡Ay!, ¿sabes, despiadada, lo que hiciste?
De todos tus delitos, el postrero.  30
   ¿A quién con mano bárbara rompiste
el feliz hilo de la tierna vida,
y en el sepulcro despiadada hundiste?
   ¡A Filis!, ¡a mi Filis!, ¡mi querida,
mi inocente zagala! Su ternura,  35
¿en qué ofenderte pudo, fementida?
   ¿No te movió su angélica hermosura
a que no mancillases insolente
tan delicada flor en su alba pura?
   jamás yo te creí tan inclemente;  40
mas este golpe, golpe lamentable,
¡oh, cuán a costa mía me desmiente!
   «¡Oh dura mano!, ¡oh bárbara, implacable!
¿A quién», clamo sin fin, «tu saña fiera
hirió con su guadaña abominable?  45
   ¡A Filis!, ¡a mi Filis...! ¡testo espera
a inocencia y amor, mientras riendo
eterno un siglo la maldad prospera!
   Huye, inhumana, al Tártaro tremendo;
y en sus abismos húndete entre horrores,  50
húndete, oh monstruo, tus hazañas viendo...»
   Deliro en mi pasión; y mis dolores
crecen, inmensos como el mar. ¡Cuitado!,
¿qué he de hacer sin mi bien, sin mis amores?
   ¡Que ya no gozaré su alegre lado!,  55
¡ni oiré más sus suavísimas razones!,
¡ni he de ver de su rostro el tierno agrado!
   ¡Sus ojuelos, imán de corazones,
aquellos ojos cuya lumbre clara
tras sí arrastraron tantas atenciones!  60
   ¡Y aquel cuello, aquel talle, aquella rara
gracia que en noche eterna se oscurece!
¡Ay, muerte dura, de mi bien avara!
   Lloro, y llorando mi tormento crece;
pero, ¡qué mucho!, si en mi acerba pena  65
todo el orbe dolido se enternece:
   con horrísono silbo el aire suena,
ni el agua corre ya como solía,
ni la tierra es fructífera ni amena,
   ni arrebolado asoma el albo día,  70
ni en la cima es del cielo el sol fulgente,
ni la luna en la noche húmida y fría.
   El Tormes el raudal de su corriente
detiene por seguir mi amargo llanto,
de ciprés coronada la ancha frente.  75
   Con lúgubre aparato y triste canto,
de sus ninfas el coro le rodea;
¡ay, cuál doblan sus voces mi quebranto!
   No ya el nácar sus cuellos hermosea,
ni sembrado de perlas y corales  80
su cabello en los hombros libre ondea.
   Mustio taray y tocas funerales
hoy visten todas por la Filis mía,
de su agudo pesar ciertas señales.
   ¡Oh, cuál con ellas yo la vi algún día  85
del seco agosto en la enojosa llama
triscar alegre en la corriente fría!
   Hoy en llanto su pecho se derrama;
y con doliente lúgubre alarido,
cual si la oyese, cada cual la llama.  90
   El raudo Tormes con mortal quejido
también las acompaña; y su lamento
merece de Neptuno ser oído.
   Neptuno, el que del húmido elemento
modera la soberbia impetuosa,  95
ocupando entre dioses alto asiento;
   el que con voz y diestra poderosa,
con su tridente en carro de corales
alza o calma su furia sonorosa,
   retrajo el curso a repetir mis males,  100
y en ronco son los hórridos tritones
dieron de su dolor ciertas señales.
   Del húmido palacio los salones
retumbaron con fúnebres gemidos,
y temblaron columnas y artesones.  105
   Las focas y delfines doloridos
en rumbo incierto tras su dios vagaban,
de tan nuevos prodigios aturdidos,
   y como que asombrados preguntaban:
«¿Qué horror es éste y doloroso estruendo?»,  110
y los míseros llantos remedaban,
   las colas escamosas revolviendo
y en las cerúleas ondas excitando
desapacible son, ronco y horrendo.
   Por las vecinas playas lamentando  115
sonaban de otra parte los zagales
en tristes coros el desastre infando.
   Mas ¡ay!, ¡ay!, que sus cantos a mis males
en nada alivio dan; mas antes crecen
en mis ojos dos fuentes inmortales;  120
   que si ya, gloria mía, no merecen
estar colgados de tu faz süave,
mejor en ciego llanto así fenecen.
   ¡Oh dolor sobre todos el más grave!,
¡oh sombra¡, ¡oh fugaz bien!, ¡incierta vida!,  125
quien en ti se confía poco sabe:
   apenas apareces, ya eres ida,
dejando la esperanza en ti fundada
cual mustia flor del vástago partida.
   ¿Quién pudiera decirme que mi amada,  130
mi tierna palomita, de repente
así del seno me sería robada,
   cuando a aguardarla fui junto a la fuente
la tarde antes del aciago día
en la margen del Tormes trasparente?  135
   ¡Cómo me recibió!, ¡con qué alegría
de mí burlando mi temor culpaba,
y fiel su eterna llama me ofrecía!
   ¡Con qué halagüeños ojos me miraba!,
¡y con cuántos dulcísimos favores  140
mis dudas, mis zozobras alentaba!
   ¡Oh mi acabado bien!, ¡oh mis amores!,
¿quién entonces creyera tal fracaso,
ni tras ventura tal estos dolores?
   Riéndote la vida al primer paso,  145
¿quién recelara que su luz temprana
corriera así tan súbito a su ocaso?
   Contino, Filis, de mis ojos mana
un mar de ardiente lloro, ¡ay sin ventura!,
aciago fruto en mi esperanza vana.  150
   Tu eterna ausencia mi dolor apura;
y el no haberla, ¡ay de mí!, jamás pensado
dobla al mísero pecho la amargura.
   Bien debí, puesto que me vi encumbrado
a lo sumo del bien que en hombre cabe,  155
temblar el triste fin en que he parado.
   ¿Pero quién con amor temerlo sabe,
ni entonces hace del agüero cuenta,
ni del búho que suena aciago y grave?
   En vano desde el roble en que se asienta  160
anuncia la corneja el caso triste,
que a un pecho con pasión nada amedrenta.
   Tú, ¡Batilo infeliz!, volar la viste
la noche en que enfermó tu Fili amada,
y su fúnebre voz seguro oíste.  165
   Acuérdome también que a la alborada,
dejando ya paciendo mi ganado,
a hablarla fuera en su feliz majada;
   y vi un lobo feroz haber robado
una mansa cordera, blanca y bella,  170
que devoraba sobre el fresco prado.
   Corrí compadecido a socorrella;
y súbito..., a mis ojos..., ¡qué portento!:
en humo denso se me huyó con ella.
   Yo, hasta aquel punto de temor exento,  175
del espantable caso sorprendido,
caí sobre la hierba sin aliento.
   ¡Oh, qué de tiempo estuve allí tendido!
Y cuando ya en mi acuerdo hube tornado,
¡ay!, a llorar en tanto mal sumido,  180
   sin poder proseguir lo comenzado,
y atónito de ver prodigios tales,
volví lleno de horror a mi ganado.
   Allí luego encontré nuevas señales
que algún terrible caso me anunciaban,  185
agüeros ciertos de mis crudos males.
   Mis mansas ovejillas se espantaban,
y cual si las siguiera un lobo fiero,
girando en torno del redil balaban.
   A un lado oí quejido lastimero;  190
a examinarlo corro..., y de repente...
¿Callarelo, o diré tan triste agüero?
   Vi dividida por agudo diente
la corderita a Filis prometida,
que mi mano cuidaba diligente.  195
   Al pie de ella la madre dolorida
con débiles balidos la lloraba,
queriendo con su aliento aún darle vida.
   Entonces yo sentí que me apretaba
el corazón un miedo desusado,  200
y trémulo mil males me anunciaba.
   ¡Oh mi Fili!, ¡oh mi bien!, ¡oh desgraciado!,
¿qué pudieron decirme estos agüeros?
Que era ya de tu vida el fin llegado;
   que esto anunciaban los prodigios fieros,  205
y esto la triste ave y la cordera.
¡Ay, acabados gustos verdaderos!
   ¡Vida fugaz, cual sombra pasajera!
Ya a la mía no queda sino llanto,
prueba aun bien débil de mi fe sincera.  210
   Crecerá inmenso mi mortal quebranto,
hasta que huyendo este nubloso suelo
en lazo a ti me una eterno y santo.
   Ni, ¡oh mi luz!, pienses que jamás consuelo
hallar podrá mi espíritu abatido,  215
que en ti el bien me dejó con presto vuelo;
   y en lágrimas y penas sumergido,
tu imagen sola cada vez más viva
mi pecho ocupa, de su amor herido.
   La horrible parca que de ti me priva  220
la ansia no apagará con que él la adora,
que su llama en tu falta más se aviva
   y acuerda al alma triste en cada hora
tu dulcísimo amor, tu fe sincera.
¡Ay, cuál padezco, y se me parte ahora!  225
   La tierna débil voz, la voz postrera
que en tu labio sonó ya moribundo,
jamás podré olvidarla aunque yo muera.
   ¿Pues qué si el espectáculo profundo
se me presenta de tu muerte aciaga?  230
En un mar de mis lágrimas me inundo.
   Deja, mi amor, que en ellas me deshaga,
y que en largos suspiros exhalado
mi espíritu a sus ansias satisfaga.
   Paréceme mirarte en el cuitado  235
trance de la postrera despedida,
débil la voz, el rostro demudado,
   del todo casi ya desfallecida,
fijos en mí con gesto lastimero
los ojos, y su luz oscurecida,  240
   diciéndome: «Batilo, yo me muero»;
y al quererme abrazar aun débilmente,
en mi boca lanzando el ay postrero,
   ¡oh dolor!, ¡cuánto estabas diferente
de aquella que antes por tus gracias fuiste  245
el milagro de amor más reverente!
   ¡Oh, no me aflijas más, memoria triste!
Deja, deja acabarme en mi amargura;
yo iré presto, mi bien, do tú subiste.
   Mi fe, mi firme fe te lo asegura;  250
no puedo ya vivir de ti apartado,
que el ansia de te ver mi vida apura.
   Entonces, de temores sosegado,
en lazo ardiente, casto, verdadero,
por siempre a ti me gozaré ayuntado.  255
   ¡Ay!, ¿qué en la tierra, miserable, espero?
¡Muerte cruel, tan pronta con mi amada,
en mí ejecuta, en mí, tu golpe fiero!
   Arráncame esta vida quebrantada,
llévame con mi Filis al sosiego  260
de que el ánima está necesitada.
   Muévante, oh cruda, mi infelice ruego,
la vida que aquí paso dolorosa,
y el largo llanto con que el campo riego.
   No pienses, no, mostrarte rigurosa,  265
mi pecho hiriendo en ansias abismado,
que antes serás en tu rigor piadosa,
   pues yo de alivio ya desesperado,
ni curo tener cuenta con mi vida,
ni un breve alivio a mi infeliz cuidado.  270
   Mis lágrimas son siempre sin medida,
y en los suspiros con que canso al cielo
el alma se me arranca dolorida.
   Ni para alimentarme hallo consuelo,
ni es otra mi bebida que mi llanto,  275
ni del sueño me alivia el vago vuelo;
   pues cuando al fin, rendido en mi quebranto,
entre sus blandas alas me adormece,
despavorido al punto me levanto;
   que mil sombras tristísimas me ofrece,  280
tendiendo yo la mano arrebatado
al bien que niebla vana desparece.
   Tal es de mi vivir el triste estado,
huyendo en torva faz siempre las gentes,
y de ellas por sin seso baldonado.  285
   Sólo en mis ovejillas inocentes
compasión halla mi amoroso anhelo,
si es que cabe en mis ansias inclementes.
   Ellas solas me siguen en mi duelo;
y en torno rodeándome apiñadas,  290
doblan con su balar mi desconsuelo.
   Las que tuve a mi Filis destinadas,
todas, sin quedar una, han fenecido.
¡Ay corderas, cual ella desgraciadas!
   A las otras el prado florecido  295
jamás mueve a pacer, aunque acabando
las miro con tristísimo balido.
   Aquí las tiernas crías van quedando,
las madres allí caen sin aliento,
todas, en cuanto mueren, suspirando,  300
   mientras Melampo, fiel, su sentimiento
me muestra lastimado en ronco aullido,
los pies me lame y me contempla atento,
   o ya el camino corre conocido
que a la majada de mi Filis guía,  305
torna, se para, y cae sin sentido.
   Su compasión enciende el alma mía.
¡Oh!, fenezca esta vida desastrada,
que de ir a acompañarte me desvía.
   ¡Oh mi bien!, ¡mis amores! ¡Oh eclipsada  310
lumbre de estos mis ojos!, ¡mi consuelo!,
¡rosa en abril florido marchitada!,
   llévame donde estás con presto vuelo;
acabe, acabe mi mortal quebranto,
y allá te abrace en el sereno cielo.  315
   Pídeselo con ruego y tierno llanto
a Aquel que inmóvil ve desde su altura
mi firme amor y mi deseo santo.
   Entonces sí que, libre de amargura,
mi alegre suerte con la tuya uniendo,  320
gozaré el lleno bien que acá me apura.
   Entonces sí que el alma, en ti viviendo,
se adormirá feliz en paz gloriosa,
sus finas ansias coronadas viendo;
   y con habla dulcísima y sabrosa  325
conversando contigo mano a mano,
podrá llamarse sin temor dichosa.
   ¿Qué?, ¿no te mueve mi dolor insano?
¿De tu Batilo, Filis, ya te olvidas?
¿Su voz desdeñas?, ¿su clamar es vano?  330
   ¿Dó están las voluntades tan unidas?,
¿dó están...? Mas no se cuida allá en el cielo
de las cosas viviendo prometidas;
   y ya en paz alma, roto el mortal velo,
de un infeliz en su dolor perdido  335
tú las ansias no ves ni el desconsuelo,
   mientras sobre tu losa aquí tendido
yo besándola estoy sin apartarme,
ni temblar, ¡ay!, el mísero gemido,
   hasta que mi dolor llegue a acabarme,  340
y suba en vuelo alegre arrebatado
donde pueda por siempre a ti juntarme
y gozar tu semblante regalado.




Epitafio del sepulcro de Filis


ArribaAbajo   La gracia, la virtud y la belleza,
la fe y el corazón más inocente,
y el milagro más raro de terneza
que Amor hará sonar de gente en gente,
yacen debajo de esta triste losa,  5
do la sombra de Fili en paz reposa.




Soneto


Renunciando a la Poesia después de la muerte de Filis

ArribaAbajo   Quédate adiós pendiente de este pino,
sin defensa del tiempo a los rigores,
cítara en que canté de mis amores
las gracias y el ingenio peregrino.
   Guárdala, oh tronco que honras el camino,  5
por muestra de la fe de dos pastores,
do puedan cortesanos amadores
tomar lecciones de un amor divino.
   Mientras la oyó viviendo mi señora,
con cuerdas de oro resonar solía,  10
y fieras crudas amansó su canto.
   Ya que el alma feliz los cielos mora
y en esta tumba su ceniza fría,
cesen los versos y principie el llanto.




- III -


La partida

ArribaAbajo   En fin voy a partir, bárbara amiga,
voy a partir, y me abandono ciego
a tu imperiosa voluntad. Lo mandas;
ni sé ni puedo resistir, adoro
la mano que me hiere y beso humilde  5
el dogal inhumano que me ahoga.
No temas ya las sombras que te asustan,
las vanas sombras que te abulta el miedo
cual fantasmas horribles, a la clara
luz de tu honor y tu virtud opuestas,  10
que nacer solo hicieran... En mi labio
la queja bien no está; gima y suspire,
no a culpar tu rigor dé los instantes
del más ardiente amor tal vez postreros.
Tú, de ti misma juez, mis ansias juzga,  15
mi dolor justifica; a mí no es dado
sino partir. ¡Oh Dios!, ¡de mi inefable
felicidad huir!, ¡en mis oídos
no sonará su voz!, ¡no las ternezas
de su ardiente pasión! ¡Mis ojos tristes  20
no la verán, no buscarán los suyos,
y en ellos su alegría y su ventura!
¡No sentiré su delicada mano
dulcemente tal vez premiar la mía,
yo extático de amor...! ¡Bárbara!, ¡injusta!,  25
¿qué pretendes hacer?, ¿qué placer cabe
en afligir al mismo a quien adoras,
que te idolatra ciego? No, no es tuyo
este exceso de horror; tu blando pecho,
de dulzura y piedad a par formado,  30
no inhumano bastara a concebirlo.
Tu amable boca, el órgano süave
de amor, que sólo articular palabras
de alegría y consuelo antes supiera,
no lo alcanzó a mandar. Sí, te conozco;  35
te justifico, y las congojas veo
de tu inocente corazón... Mi vida,
mi esperanza, mi bien, ¡ah!, ve el abismo
do vamos a caer. ¿Qué te fascinas?,
¿que no conoces el horrible trance  40
en que vas a quedar, que a mí me aguarda
con tan amarga arrebatada ausencia?
No lo conoces, deslumbrada; en vano,
tranquila ya, despavorida y sola,
me llamarás con doloridos ayes.  45
Habré partido yo; y el rechinido
del eje, el grito del zagal, el bronco
confuso son de las volantes ruedas,
a herir tu oído y afligir tu pecho
de un tardío pesar irán agudos.  50
Yo, entre tanto, abatido, desolado,
a tu estancia feliz vueltos los ojos,
mis ojos ciegos en su llanto ardiente,
te diré adiós; y besaré con ellos
las dichosas paredes que te guardan,  55
mis fenecidas glorias repasando
y mis presentes invencibles males.
¡Ay!, ¿dó si un paso das donde no encuentres
de nuestro tierno amor mil dulces muestras?
Entra aquí, corre allá, pasa a otra estancia:  60
«Aquí», ellas te dirán, «se postró humilde
a tus pies, y la mano allí le diste.
Allá, loco en su ardor, corrió a tu encuentro;
y allí le viste en lágrimas bañado,
en lágrimas de amor. Con mil ternezas  65
más allá, fino, te ofreció su llama,
y al cielo hizo testigo y los luceros
de su lazada eterna, indisoluble,
en la noche feliz...» Sedlo, fulgentes
antorchas del Olimpo; y tú, callada  70
luna, que atiendes mis sentidas quejas,
y antes mi gloria y sus finezas viste:
sedlo, y benignas en mi amarga suerte
ved a mi amada, vedla, y recordadle
su santo indisoluble juramento.  75
Vedla, y gozad de su donosa vista,
de las sencillas animadas gracias
de su semblante. ¡Oh Dios!, yo afortunado
las gozaba también; su voz oía,
su voz encantadora, que elevada  80
lleva el alma tras sí, su voz que sabe
hacer dulce hasta el no, gratas las quejas.
¡Oh, qué de veces de sus tiernos labios
me enajenó la plácida sonrisa,
las vivas sales y hechiceras gracias!  85
¡Oh, qué de tardes, de agradables horas,
de nuestra dicha hablando, instantes breves
se nos huyeran!, ¡qué de ardientes votos!,
¡qué de suspiros y esperanzas dulces
crédulas nuestras almas concibieron,  90
y el cielo hoy en su cólera condena!,
¡qué proyectos formáramos...! Mi vida,
mi delicia, mi amor, mi bien, señora,
amiga, hermana, esposa -¡oh, si yo hallara
otro nombre aun más dulce!-. ¿Qué pretendes?,  95
¿sabes dó quieres despeñarme? Espera,
aguarda pocos días, no me ahogues.
Después yo mismo partiré, tú nada
tendrás que hacer ni que mandar, humilde
correré a mi destierro y resignado.  100
Mas ora, ¡irme!, ¡dejarte! Si me amas,
¿por qué me echas de ti, bárbara amiga...?
Ya lo veo: te canso; cuidadosa
conmigo evitas el secreto, me huyes;
sola te asustas, y de todo tiemblas.  105
Tu lengua se tropieza balbuciente,
y embarazada estás cuando me miras.
Si yo te miro, desmayada tornas
la faz, y alguna lágrima... ¡oh martirio!
Yo me acuerdo de un tiempo en que tus ojos  110
otros, ¡ay!, otros eran: me buscaban,
y en su mirar y regaladas burlas
alentaban mis tímidos deseos.
¿Te has olvidado de la selva hojosa,
do huyendo veces tantas del bullicio,  115
en sus obscuras solitarias calles
buscamos un asilo misterioso
do alentar libres de mordaz censura?
¿Qué sitio no oyó allí nuestras ternezas,
no ardió con nuestra llama? Al lugar corre  120
do reposar solíamos, y escucha
tu blando corazón; si él mis suspiros
se atreve a condenar, dócil al punto
cedo a tu imperio, y parto. Pero en vano
te reconvengo, yo te canso, acaba  125
de arrojarme de ti, cruel... Perdona,
perdona a mi delirio; de rodillas
tus pies abrazo y tu piedad imploro,
¡Yo acusar tu fineza...!, ¡yo cansarte...!,
¡a ti que me idolatras...! No, la pluma  130
se deslizó, mis lágrimas lo borren.
¡Oh Dios!, yo la he ultrajado; esto restaba
a mi inmenso dolor. Mi bien, señora,
dispón, ordena, manda: te obedezco.
Sé que me adoras, no lo dudo; humilde  135
me resigno a tu arbitrio... El coche se oye;
y del sonante látigo el chasquido,
el ronco estruendo, el retiñir agudo
viene a colmar la turbación horrible
de mi agitado corazón... Se acerca  140
veloz, y para; te obedezco, y parto.
Adiós, amada, adiós... El llanto acabe,
que el débil pecho en su dolor se ahoga.




- IV -


El retrato

ArribaAbajo   ¿Si es él, Amor? ¡Qué trémula la mano
rompe el último nema! Me lo anuncia
con zozobra feliz saltando el pecho.
No, no puedo dudarlo: el importuno
velo cayó; tu celestial imagen,  5
tu suspirado don... Mi amante boca
con mil ardientes besos, mi llagado,
mi triste corazón con mil suspiros,
ambos a par lo adoren y el tributo
primero denle de mi tierno pecho.  10
Milagro del pincel, amable copia
del más amable objeto, ciego torno
a besarte otra vez; ojos, gozadla;
sáciate, corazón... No estás ausente:
ingenioso su amor buscarte supo,  15
supo templar de su cruel imperio
el áspero rigor, y fino hallarte.
De tu ternura celestial, oh amada,
oh mitad de mi vida, tal milagro
de cariño esperaba mi deseo.  20
Llegó; y puedo contigo consolarme,
en mi inmenso penar gemir contigo,
y en tu seno lanzar la ardiente vena
de lágrimas que inunda mis mejillas
en tan mortal insoportable ausencia.  25
Sí, amada, ya te tengo; ya en mi pecho
tino te estrecharé; mis tristes ojos
te ven, el fuego de los tuyos sienten;
y mis manos te tocan, y mis labios
pueden saciarse de oprimirte finos,  30
y mis suspiros animarte, y toda
inundarte en mis lágrimas ardientes.
Las sientes, ¿y no lloras? ¿A mis ayes
dolientes, ¡ay!, los tuyos no responden,
y a mis quejas y míseros gemidos?  35
A ti me vuelvo desolado, te hablo,
¿y muda está tu cariñosa lengua?
Clori, Clori, mi bien... ¡Loco deseo!,
¡fantástica ilusión...! A sombras vanas,
a un mentido color prestar quería  40
la vida, el fuego, la expresión, las sales
que al prototipo celestial animan.
¡Oh, cómo, cómo en este punto siento
de mi suerte el horror, el hondo abismo
do sepultado y sin consuelo lloro!  45
¡Ausencia!, ¡ausencia!, arráncame la vida;
no de ilusión en ilusión me lleves.
Un breve plazo tus dolores templas;
y tornas luego, y más cruel divides
en partes mil mi lastimado pecho.  50
¡Ay!, un instante en mi ilusión creía,
mirando absorto el celestial trasunto,
que mis ternezas, mis sentidos ayes
halagüeña escuchabas, que tus labios
se desplegaban en amable risa,  55
que al esplendor del animado fuego
en que tus ojos agraciados lucen,
la llama se alentaba de los míos
y que amor coloraba tus mejillas,
dulce señuelo a mi sedienta boca,  60
o el elástico seno conturbaba
en grata ondulación... Me precipito
frenético en mi error... Clori, tu imagen
helada me recibe; no, no siente
así cual tú... El encanto lisonjero  65
se desvanece; y a una sombra abrazo
muda y sin alma, y una sombra oprimo,
y una sombra acaricio, y mil finezas
loco le digo y que responda anhelo.
¡Ay!, eres tú, adorada, ¿y callas tibia?  70
¿Ya mi llanto tus lágrimas no corren?
¿Por qué insensible a mis cariños eres
y eres de nieve al fuego en que me abraso?
¿Por qué en los ojos la inquietud graciosa,
el vivaz sentimiento, la ternura,  75
el delicioso hechizo hallar no puedo
que en los tuyos de amores me embriagan?
Háblame, idolatrada, o no me burles
cual si a abrir fueras cariñosa el labio;
o en su mirar donoso tus pupilas  80
se animen, o falaces no remeden
otras, do Amor su trono soberano
sentó y se gozan las sencillas Gracias.
No tu nevado torneado cuello
inmóvil yazca; vuélvase y recline  85
en mi seno amoroso esa cabeza
que enhiesto apoya, y góceme dichoso,
cual veces tantas, en su dulce peso.
Sienta tu pecho, a la ternura se abra,
ábrase al blando amor, y arda y palpite,  90
y en plácida efusión al pecho mío
haga correr el celestial encanto
de su angélica llama, de los puros
afectos más que humanos que en sí abriga;
o el lácteo pecho de mi bien no mienta,  95
do todo es suave amor, dulzura todo,
sencillez tierna y cariñosas ansias,
placer, transportes, éxtasis, delicias.
No la alba mano el abanico agite
en juego inútil; o mi dócil cuello  100
en torno ciña en lazo venturoso,
indisoluble lazo en que añudara
nuestras almas el cielo para siempre,
o cual un tiempo cariñosa oprima
mi palpitante corazón y sienta  105
el fuego asolador que le consume.
¡Ah, mano!, ¡hermosa mano! El pincel rudo
trasladar quiso en vano tus contornos,
tu gracia, tu candor... De mármol era,
si viéndola el artista... No, profano,  110
mis labios sólo tributarla deben,
en su delirio idólatras, el culto
que le ha votado amor; tu nieve y rosa
la manchan, no la tocan. ¡Ay!, ¿qué digo?
¿La menor de sus partes puede acaso  115
remedar el pincel?, ¿débil, el arte
no cede a empresa tanta y se confunde?,
¿esas cejas sin alma, es esa frente
la tuya, Clori mía?, ¿son tus labios
festivos, purpurantes, halagüeños,  120
estos labios helados?, ¿las mejillas
son la leche y carmín en deliciosa
mezcla deshechos, como tú lo llevas
en tus llenas mejillas sonrosadas?,
¿y tu seno y tu tez, y el suave agrado  125
de tu semblante, y la donosa gracia
de tus razones...? ¡Qué violenta hoguera
circula por mis venas...!, ¡qué suspiros
se exhalan sin sentirlo de mi pecho!,
¡cómo agitado el corazón palpita!  130
Con frenética sed me precipito
sobre tu imagen muda...; irresistible
la mágica virtud de tu presencia
me arrastra...; desfallecen mis rodillas...;
cubren mil sombras mis llorosos ojos...;  135
un ardor..., un ardor... Mi bien, mi gloria,
Clori, amor, vida, esposa, ¡oh, si pudiese
llegar a ti la conmoción que siento,
y este torrente de delicias puras
en que sin seso en mi ilusión me inundo!  140
¡Si a ti alcanzasen mis dolientes ansias,
mis sollozos, mis aves, los furores
de mi delirio infausto!, ¡si escuchases
la inmensa copia de ternezas que hablo
a tu divina imagen...! Tus mejillas  145
y tu frente y tus ojos y tu boca,
y cuello y pecho, y toda tú abrasada
al fuego de mis ayes encendidos,
y en mi llanto inundada te hallarías...
Por qué estos cultos a una imagen muda  150
se habrán de tributar? Ven, ven, amada,
a recibirlos; ven en los transportos
del más violento amor; no se profanen
en una helada inanimada sombra.
Ven luego, ven, y unámonos por siempre;  155
o a mí me deja en tus amantes brazos
fino volar, y colma mi ventura.
Una palabra, una palabra sola...
Dila, y feliz recibirás los cultos
que idólatra tributo a tu retrato.  160
Él, entre tanto sobre el pecho mío,
será alivio a mis penas, compañero
de mi destierro, inapreciable joya
de tu firmeza; y suplirá, ¡ay!, en vano,
de su divino original la ausencia.  165



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